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Explora las vidas entrelazadas de personajes enfrentando dilemas morales y luchas internas en contextos de conflicto social y personal. Desde Wanda, que batalla con su identidad de género y activismo, hasta historias de supervivencia y resistencia bajo condiciones extremas, la obra profundiza en las emociones humanas y desafíos existenciales, ofreciendo una mirada introspectiva a la sociedad contemporánea.
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Seitenzahl: 169
Veröffentlichungsjahr: 2024
ARMANDO CAMAUËR
Camauër, Armando Casi como un accidente / Armando Camauër. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-5242-6
1. Cuentos. I. Título. CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Amor de Cotorro
Ansiedad
Aquella luz, aquel lugar
Carta para no ser leída
Casi como un accidente…
Comunicarse
Condena
Diálogo
Eco
El Cuarto
Flores
FMI
Lección
Natura
Pena
¡Pero están…!
Precio
Regalo
Resortes escondidos
Ruedas de la Fortuna
Rutina de un sereno en un domingo de madrugada
Sangre
Varsovia
Venganza
Wanda
Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Según Baltasar Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces breve”
¡Ahura resulta… que voy a tener que salir a laburar…! ¡Pero hay que ver…!
Porque a la patrona, no sé qué le picó… Que el bulo a ella le queda chico, que necesita algo más grande, con más ventanas, más luz, más aire, con un patiecito pa’ poner plantitas, una parra y malvones… Si hasta me dice que necesita un piletón pa’ lavar la ropa… “El día que tengamo’ ropa…”, dice. Es verdá, anda medio desnuda la pobre, siempre con la misma pilcha. Y que en las ventanas haiga cortinas y un “livin” con muebles y un tapete y una radio, y si se seba… ¡atentti! ¡hasta un fonógrafo!
¡Qué paciencia, señor, hay que tener hoy con las minas…! Que el catre es indino de ella, que quiere cama turca pa’ poder darse güelta cuando duerme, que si no, le agarran pesadillas o se acalambra de tan apretujada y enroscada que tiene que dormir, que dispué se levanta de mal humor. Que quiere una estufa pa’l invierno y, fijesé: un ventilador pa’l verano. Y que no quiere más cocina compartida con vecinos, sino una pa’ ella sola, con alacena pa’ guardar los plato y que haiga una mesa con sillas donde sentarse a comer. ¡Si l’unico que falta es que me pida mantel de hilo y cubiertos de plata, pa’ completar.
Se me queja de que en el cotorro no tiene ni servilletas… Pero digo yo…: ¿quién me mandó juntarme con una poligriya con alma de bacana?
Y eso destar rejuntada ya no le hace gracia, desde que s’enteró que la mina ’el turco se casó con libreta y todo. Yo sabía que’l turco era flojo con la mina, pero ¡casarse…! En fin… Ahura la “señorita”, pa’ no ser menos, quiere los pelpa, y… atajesén: casamiento, casamiento, ¡por iglesia! Imaginelán: vestida de blanco con el gil del bracete, frente al cuervo ’e la parroquia y los monaguiyo cantando el Ave María… ¡Pero dónde vamo’ a parar…! ¡Ah, noooo! El zanagoria que la lleve al altar…: “Ahí yo no cuadro… ¡faltaba más…!”, le dije.
Parece que ya no le alcanza con el amor, con todo lo que yo le doy; ya no le resulta puético como antes el desayuno en la catrera que yo, atendiéndola como a una reina, le llevo el mate con bizcochitos de grasa. ¡Pero no! …se m’enfermó de finura, ahura dice que los bizcochito de grasa le patean el hígado, que prefiere medialunas de manteca y con un cachito de mermelada de framgüesa. Mire…, si me dan ganas d’encajarle una patiadura a lo Bernabé Ferreyra.
¡Que no tiene medias pa’ lucir las piernas! ¿Y para quién quiere lucir las piernas, digo yo…, y con lo chueca que es? No, si cuando a las minas les entra el berretín del lujo… cada vez quieren más y más, y dispué, el paso siguiente, es meterle los cuerno al tirifilo macho con un turro cualquiera que venga a hacerle el chamuyo. Pero a mí ¡no! Tiene lo que hay: una zapie en el fondo del conventiyo, con bracero y catre, con ventana al patio de la vecina, con una silla pa’ colgar la ropa y un varón bien macho que la quiere bien y le da lo que le hace falta. Porque es de gusto, mire…, se queja como si necesitara…, ¡qué quiere…, que le compre una vuaturé tamién!
Que a la mañana no le gusta hacer cola pa’ entrar al ñoba… Pero, como yo le digo, pa’ todo hay una solución: se trae a la noche una palangana con agua…, ya tiene una chata. ¿Espejito? El de la cartera (porque las carteras de las minas son una caja de Pándora: tienen de todo). Dígame usté si con todo esto tiene necesidá de ir al ñoba a la mañana. No, si es como yo digo: cuando tienen todo pa’ ser felices, tienen que amargarle la vida a uno con sus quejas y pretensiones que se inventan.
¿Y sabe quién tiene la culpa de todo esto? Se lo digo yo: el cinematógrafo. Así como le cuento: ven una cinta d’esas que le amuestran una bacana en caserón de lujo, con escaleras adentro, porque uno no baja de la pieza al patio, sinó al “livin”, donde las espera un punto vestido de pingüino que le sirve en bandeja ’e plata, como si fuera propiamente un mozo del Tortoni. Pero vea usté lo que’s la vida: esas minas… siempre acaban mal. Si están casadas, que s’enamoran de un yigoló que las quieren pa’ sacarles guita; si son solteras, el papanatas del que se han enamorao ni las mira… entonces sufren a lo Juana del Arco porque se quedan pa’ vestir santos, y todo siempre es un dramón que te la voglio dire… Si yo le digo a ella: que la guita no hace la felicidá, y no se puede tener todo en la vida. Yo, señor, soy de la filosofía que si uno quiere ser felí, tiene que conformarse con poco, con lo que tiene, ¡bah…! No hay que ir por la vida tentando al demonio, que toda ambición tiene su precio.
Yo digo: no que tenga que resinarse a una vida de privaciones, pero tampoco que pretenda que uno se parta el espinazo laburando ocho horas diarias y sacrificar la propia independencia para que ella se quede en casa, sin hacer la calle, y se la dé de ama de casa. Qué vida es esa, cuentemé… Igual, la guita nunca alcanza…
En cambio, uno, pa’ colaborar, se hace una changuita de vez en cuando y vamos tirando…, total…: que de hambre, no se muere nadies, le digo yo.
¿Sabe que me llegó a menazar? Que si no sentaba cabeza y me ponía a laburar, se mandaba mudar. ¡Le di una biaba…! Con el cinto, eso sí, no le doy castañazos en la cara para no desfigurarla, solo algunos lonjazos en los muslos… no quiero que la gente se ande enterando de nuestras rencillas. Que igual saben quién manda. Hay que ver los gritos que pega cuando la fajo; da gusto, mire… Lo que sí que dispués anda arisca unos días. Con decirle que la otra vuelta durmió una semana en el suelo. ¿Y sabe lo qué? Mire lo ladinas que son, que ellas saben meterle culpa a uno, sabiendo que uno poray…, es medio flojo. ¡Me daba una pena verla ahí, tirada en el piso! Que hasta le saqué la almuada pa’ ver si entraba en razones y se acostaba en mi lecho. De paso… hacíamos las paces… usté m’entiende… ¡Pero nada, che…! Se puso la cartera debajo ‘e la cabeza y durmió lo más contenta. ¡Una semana! Qué me cuenta. ¡Esa es mi china! ¡Dura!
Bueno, hasta aquí le referí cuál era mi posición. Un día llego (ya se había cumplido esa semana que le dije) y me la veo haciendo un atado con sus pilchas.
—Te dejo —me tiró la desalmada.
Tal fue el tono…, que ni gritos, ni escena, ni nada. Ni me miró cuando me dijo. Entonces cumprendí que la cosa iba en serio. Me quedé mudo, como muerto que no atina a caerse, sentí la sangre chorriándome por dentro hasta los pieses dejándome un aujero en la busarda.
—No te podés ir... —me salió como un ruego desesperao.
—Y eso… ¿por qué? —me preguntó desafiante, con la boca torcida esperando mi respuesta para reírse cruelmente.
—Porque te llevás mi alma! —le dije.
Saqué el cuchillo que sé llevar en la cintura. Ahí reculó un poco. Agarré el arma por la hoja, estiré el brazo hacia eya y esclamé:
—Mejor matame…
Se acercó, y cuando parecía que iba a manotiar el mango del cuchillo, cayó de rodillas llorando como una Magdalena y me dijo bajito:
—Matame vos, de una buena vez…
Se quedó mirando el piso, esperando la estocada que, en realidá, ella... m’encajó en el corazón.
… Y aquí me ve: buscando laburo. Y no vaya creer que me avergüenza. A veces… más vale perder cierta libertá, que tener la pena de perder el amor.
Fue algo así como muy sorpresivo: la señora Wollman internada. Mal. En el Moyano. Parece que se pasó de droga y tuvieron que internarla en el loquero. La encontraron delirando, diciendo pavadas por la calle... Alguien llamó a una ambulancia para que fueran a llevársela. Loca como una cabra. Demasiadas anfetaminas.
Y todo porque quería adelgazar para el casamiento de su hija. Vive en Méjico la hija, y le avisó y hasta mandó el pasaje unos meses antes. Ahí le agarró el ataque. Fue a ver a un dietólogo que le recetó las pastillas y..., bueno, parece que se abusó. Se le puso en la cabeza que tenía que adelgazar treinta kilos para estos días. Ahora mi vieja le avisó a la hija. Arruinó todo, la vieja Wollman.
Mi vieja me pidió que la acompañara a verla. También vino la señora Marcus. Yo no la quise ver, me da impresión ver ese tipo de transformaciones. Por suerte salieron antes de lo previsto. Imaginate cómo estaría la Wollman, que después de estar con ella diez minutos, mi vieja y la Marcus salieron con un aspecto que parecía que hubieran visto el infierno. Caminaban como dos zombis, mudas, mirando al piso. Se pararon en la vereda, cuando llegaron hasta mí. Les pregunté: “¿Y...? ¿Cómo está la vieja?”. La Marcus levantó la cara como queriendo mirar al cielo, abriendo la boca, la cara deformada..., parecía que le habían metido un palo en el culo; mi vieja la miró horrorizada, como si fueran a degollarlas a las dos. Entonces la agarró de los hombros y se miraron a los ojos. Y muy despacito, como si fuera en cámara lenta, se fueron abrazando, sin fuerzas, parecía que se hubieran puesto caretas, las bocas abiertas, como queriendo gritar y los ojos llenos de lágrimas. Y cuando quedaron bien abrazadas... yo no sabía dónde meterme, hasta tuve miedo de que las internaran a ellas también... ¡se pusieron a llorar a los gritos! Primero fueron gemidos, después se apretaron con fuerza y empezaron a gritar. Tan patético... ¡un melodrama...! Otra que tragedia griega. No quieras saber. Yo no sabía si llorar o reír o salir corriendo... me arrepentí de haberlas acompañado...
Ahora: ¿qué necesidad tenía la vieja de adelgazar tanto de golpe? ¿Acaso la hija se iba a avergonzar de tener una madre gorda? ¿Porque no era tan gorda como para decir que estaba obesa? O sí, qué sé yo..., pero ¿qué importa? Si es vieja. Pero bueno... vos sabés cómo son las mujeres. Y parece que a cualquier edad, ¿eh...? ¿Llegar a perder la razón, te das cuenta? Si hubiera usado el cerebro se hubiera cuidado normalmente durante los últimos años... Pero bueno, lo que me da bronca es que mi vieja se haya hecho tanta mala sangre.
¿Qué curioso, no?... porque vivían criticándose y discutiendo y tirándose dardos con todo tipo de indirectas y mi vieja diciéndome que a veces no la soportaba..., pero que la Wollman era una buena amiga. Y se veían dos veces por semana y hablaban por teléfono casi todos los días. ¡Qué sé yo de qué hablaban! Pero podían estar una hora al teléfono.
Son raras las mujeres.
A lo mejor es de viejas que se ponen así. Con la Wollman son amigas... o eran amigas (no sé qué va a pasar ahora, pero no creo que vuelvan a discutir... ni a hablar por teléfono) desde que tenían quince años, o catorce, no sé...
Mi vieja no estaba enterada de nada, sabía que estaba adelgazando y la había notado muy nerviosa, ansiosa..., exaltada, y hablaba con la idea fija del casamiento y del vestido que se iba a poner, los zapatos y todas esas frivolidades que les gustan tanto a las mujeres. Y le hablaba maravillas de las pastillas que estaba tomando, bajaba tres o cuatro kilos por semana..., decía ella. Incluso llegó a decirle que se había pasado dos días comiendo manzanas, aunque con las pastillas no necesita dejar de comer. Pero bueno, parece que después dejó de comer del todo y se alimentaba solo con las pastillas. La última vez que mi vieja la vio estaba hiperactiva, dice que no paraba un segundo, que le castañeteaban los dientes... que uno se ponía nervioso de verla no más... Y por una pavada, la Wollman se puso a gritarle. Mi vieja tuvo que irse casi corriendo..., sintió miedo, dice. No se vieron más..., hasta el otro día en el Moyano. Aunque la Wollman no la reconoció, ni a ella ni a la Marcus.
Se ve que fue progresivo. Se fue enloqueciendo de a poco, pero en poco más de dos meses.
Mi vieja estaba de lo más ofendida porque había dejado de llamarla hacía dos semanas, más o menos. Esperaba que la llamara para disculparse. Pero no se preocupó, no pensó que fuera para tanto..., que tuviera problemas de salud, no pensó, sino que se había distanciado de sus amistades porque estaba histérica con el tema del casamiento, nada más. A la Marcus también dejó de verla y llamarla por teléfono. Y tenés que ver cómo la criticaban entre las dos, la Marcus y mi vieja, diciendo que estaba haciéndose la misteriosa, que se envaneció por estar más delgada y esas cosas que se ponen a decir las viejas cuando envidian a otra.
Sí, la llamaban por teléfono, pero no contestaba. Hasta creyeron que se había ido antes para Méjico, así, sin avisar ni nada; te imaginás...: ofensa mortal. Y en más de una ocasión habían hecho planes para ir hasta la casa de la Wollman a ver si efectivamente se había ido, o era que no funcionaba el teléfono. Si era solo esto, el teléfono, igual era para ofenderse: cómo no las llamó desde un teléfono público. Y no se decidían a ir directamente, planeando qué le iban a decir si les salía con que había estado muy ocupada y no se había dado cuenta de llamarlas, y cosas así. A lo mejor, si hubieran confabulado menos y hubiesen ido a verla unos días antes, podrían haber llamado a un médico y no se hubiera llegado a tal situación...
Recién al día siguiente de haber ido al Moyano me pudo contar mi vieja. Dice que la cara de la Wollman parecía una pasa de uva..., el cuerpo...: piel y hueso. Que hasta había dejado de teñirse el pelo, llena de canas, que parecía una bruja. Pero que lo peor era la expresión que tenía...: ida, completamente, con una sonrisa en la cara que decía lo lejos que estaba de todo.
La verdad que me impresionó. Y eso que no la vi. Una mujer que la conozco desde que nací, que siempre la vi normal..., muy arreglada, muy pulcra..., pese a que en los últimos años había engordado, pero nada más que eso.
Me había dado pena cuando quedó viuda, hace años ya, uno o dos años después que la hija se fuera a Méjico.
¿Qué frágiles somos, no? Cómo unas pastillitas de mierda... Y eso que con receta médica, eh? Claro, se le fue la mano.
Y mi vieja ahora... no sabés: está destruida. Siente una pena enorme; culpa, también... dice que siente una gran impotencia, y llora...
Y lo peor es que me dice que me cuide, que nunca haga algo así sin consultar con un médico. Está hipersensible. Se acerca y me abraza. Me agarra la cara con las manos y me mira a los ojos con su mirada llorosa y me pide que me cuide.
¿Te imaginás? Yo pidiéndole a un médico que me recete... Sería bueno, sí.
Mi vieja no sabe nada. Se muere. Ni sospecha..., no lo creería tampoco.
Tenés que ver cómo está. Nunca fue tan cariñosa conmigo. No sé si será intuición o qué... pero bueno, yo largo esto cuando quiero, no me interesa ser un reventado... y lo estuve meditando.
La vi tan... así a mi vieja que... Y por ahí es que nunca supo ser demostrativa,... y ahora puede expresar, no sé...
Bueno, como sea: esta es la última, en serio. No voy a darme más.
Sí, bueno..., ya sé que lo dije antes, pero esta vez tomé una decisión. Después de todo no soy dependiente. Si paro a partir de mañana... Hoy es la despedida. En serio..., no estoy mentalizado para decir que no en este momento. Digamos que me mentalicé para después de esta vez. En serio, sí. Vas a ver.
No, yo no soy como ese... es un reventado, yo no, estoy lejos.
Dame, dale... ¿qué querés demostrar? ¿Te creés que me voy a desesperar?
Dale, vamos..., no jodas, ¡dame te digo...!, por favor... es la última, en serio, vas a ver... yo...
¡Dame...!, igual yo sé que me vas a dar...
Iluminamos el espacio escénico con el reflector que ya habíamos utilizado en otras salas. En este lugar (nunca supimos por qué) era diferente. Al proyectarse la luz sobre los objetos de cualquier forma o color, le daba una apariencia de imagen antigua, creando la ilusión de que por un absurdo error del tiempo reaparecía en el momento presente algo que no puede ser explicado hoy. Como si estuviéramos viendo una película que hace mucho fue filmada, proyectada, olvidada y cuyos participantes ya no existieran.
Los espectadores de este fenómeno nos sentimos profanadores de una estética ajena, creada antes de haber nacido nosotros, que podrían haber comprendido y gozado nuestros padres en aquella (para nosotros) tierna e ingenua juventud. Porque todo lo que esa luz rozaba se convertía en una imagen de irreal candidez, de alegría auténtica, pero frágil. Algo infantil, pero seductor, en lo que daba ganas de creer, de dejarse llevar por el engaño, irresponsablemente. Hubiera sido más cómodo no continuar buscando.
Los objetos del decorado, ropas y personas eran actuales; siendo tocados por ese halo luminoso quedaban envueltos en esa fantasmagórica ilusión de otra época, de otra sensibilidad, de una pureza más amable de lo que hoy sentimos puro.
El mundo ha cambiado para bien, pero ante este prodigio comprendimos, de una extraña manera, que se han perdido cosas hermosas de la vida, también. A medida que el tiempo pasa, que vamos creciendo y “superando” etapas, lo primero que dejamos de sentir es aquella más tenue caricia que nos permitíamos percibir con las fibras más íntimas, donde no se puede llegar materialmente, pero que pudimos sentir alguna vez, muy lejana vez..., la primera de todas, como en otra vida.
Aquellas cosas que tienen el efecto de experimentarse por vez primera y que, ya sentidas, no volverán a ser como entonces, no podremos revivir nunca esa experiencia primigenia y, por lo tanto: única. Y que fortalece nuestra vulnerabilidad, nuestra inocencia, nuestra voluntad de agradecer lo amable de esta vida.
Esto era algo irreal: las mujeres, hombres, personas de cualquier edad y condición parecían arrancados de este presente al exponerse a aquella luz que el lugar convertía en algo mágico y que alimenta el deseo de develar ese misterio y, al mismo tiempo, sentimos necesidad de rogar que no lleguemos nunca a perderlo; la explicación, la sabiduría de estas cosas, la muerte del secreto de la belleza, entraña un desengaño.
Sin duda era un lugar poblado de fantasmas, de personajes y actores ya desaparecidos.