Castigo y placer - Chantelle Shaw - E-Book
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Chantelle Shaw

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Beschreibung

Thanos Savakis contempla a la bella Tahlia Reynolds como un lobo contemplaría a su presa. Ha mancillado el apellido Savakis, y por ello será castigada… Leal y orgulloso, Thanos busca obtener la confianza de Tahlia…¡y luego destruirla! Pero en cuanto acaricia su delicada piel, todo cambia dramáticamente… Está decidido a tener a Tahlia a su entera disposición…hasta que descubre que es una mujer mucho menos mundana de lo que creía…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2009 Chantelle Shaw. Todos los derechos reservados. CASTIGO Y PLACER, N.º 2067 - marzo 2011 Título original: Proud Greek, Ruthless Revenge Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres. Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-671-9825-6 Editor responsable: Luis Pugni

ePub X Publidisa

Castigo y placer

Chantelle Shaw

Capítulo 1

–ESTÁS preciosa, Tahlia –Crispin Blythe, dueña de la galería de arte contemporáneo Blythe of Bayswater, recibió a Tahlia Reynolds efusivamente–. Esas chucherías que llevas deben de valer una pequeña fortuna.

–Una gran fortuna –replicó Tahlia a la vez que apoyaba la mano en el collar de zafiros y diamantes que llevaba en torno al cuello–. Estas «chucherías» son zafiros Kashmiri de primera clase.

–Déjame adivinar. ¿Un regalo de papá? Supongo que los beneficios de Joyerías Reynolds no dejan de aumentar –Crispin dejó de sonreír–. Es bueno saber que al menos algunos negocios no se han visto afectados por esta horrible recesión.

Tahlia había oído rumores de que la galería estaba sufriendo los efectos de la crisis y, por un instante, sintió la tentación de revelar que las cosas tampoco iban precisamente bien en las joyerías de su padre, pero no dijo nada. Los problemas financieros de Joyerías Reynolds se harían públicos si la compañía quebraba, pero aún no habían llegado a aquel punto. Tal vez no estuviera siendo realista, pero se negaba a renunciar a la esperanza de que la empresa en la que tanto esfuerzo había invertido su padre durante treinta años pudiera salvarse. No sería por no intentarlo, desde luego. Sus padres habían utilizado todos sus ahorros para mantener Reynolds a flote, ella llevaba trabajando tres meses sin cobrar y había cambiado el deportivo que le había regalado su padre al cumplir los veintiún años por un viejo y baqueteado Mini.

Incluso había vendido las pocas joyas que poseía, además de la ropa de diseño que en otra época había podido permitirse. El vestido que llevaba aquella noche se lo había prestado una amiga dueña de una boutique, y el collar de diamantes y zafiros no era suyo, aunque era una de las piezas más valiosas de Joyerías Reynolds. Su padre le había pedido que lo llevara aquella noche con la esperanza de que ayudara a mejorar los negocios, pero le aterrorizaba la posibilidad de perderlo, y sabía que iba a pasar la tarde asegurándose de que aún lo tenía en torno al cuello.

Siguió a Crispin a la galería, aceptó una copa de champán que le ofreció un camarero y miró distraídamente a los grupos de invitados que estaban admirando las pinturas el artista Rufus Hartman. Saludó con un gesto de la cabeza a un par de conocidos y luego su mirada se detuvo bruscamente en un hombre que se hallaba en el otro extremo de la habitación.

–¿Quién es ése? –murmuró con curiosidad, sintiendo que el corazón latía violentamente contra su pecho. En una habitación llena de hombres atractivos y exitosos, la intensa virilidad que emanaba de aquél en particular hacía que se distinguiera de todos los demás.

–¿Te refieres al guaperas griego que lleva un traje de Armani? –dijo Crispin, siguiendo la dirección de la mirada de Tahlia–. Es Thanos Savakis, dueño multimillonario de las empresas Savakis. Compró la agencia de vacaciones Blue Sky hace un par de años y es dueño de varios hoteles de cinco estrellas. Cuidado, cariño; estás babeando –murmuró Crispin con picardía mientras Tahlia seguía mirando–. Una advertencia: Savakis tiene fama de ser un mujeriego. Sus aventuras son discretas, pero numerosas... y breves. La palabra «compromiso» no se asocia con Thanos Savakis, a menos que se trate de un compromiso que le permita sumar más dinero a su envidiable fortuna –concluyó con un teatral suspiro.

–Los mujeriegos adictos al trabajo no son mi tipo –murmuró Tahlia antes de tomar un sorbo de champán. Pero su mirada se sentía inexorablemente atraída hacia aquel hombre, y se alegró de que él estuviera mirando a la primorosa rubia que tenía colgaba del brazo, porque eso le daba la oportunidad de observarlo.

Alto y delgado, de anchos hombros cubiertos por una chaqueta hecha a medida, resultaba hipnótico, y Tahlia se dio rápidamente cuenta de que no era la única mujer en la galería que se sentía fascinada por él. Con sus rasgos clásicos, su piel morena y su brillante pelo corto y negro, resultaba asombrosamente guapo. Pero además de su evidente atractivo sexual, Thanos Savakis poseía una cualidad indefinible, un magnetismo y una seguridad en sí mismo que lo diferenciaba de los demás hombres. Tahlia sintió su innata arrogancia y, aunque parecía estar prestando toda su atención a la bonita rubia con la que estaba, captó indicios de que se estaba impacientando con su charla.

La rubia parecía demasiado ansiosa. El instinto reveló a Tahlia que un hombre tan dueño de sí mismo como Thanos Savakis no recibiría con agrado ningún indicio de necesidad y, mientras lo observaba, vio cómo se libraba con delicada firmeza del brazo de la rubia y entraba en la galería adyacente.

Era un hombre guapísimo, pero estaba fuera de su alcance, decidió Tahlia a la vez que se daba un zarandeo mental y volvía a hacerse consciente del murmullo de las voces que la rodeaban. Estaba asombrada por el efecto que le había producido el atractivo griego. No recordaba haber sido nunca tan consciente de un hombre. Ni siquiera de James.

Su relación con James Hamilton había llegado a un repentino y explosivo final seis meses atrás, y desde entonces se estaba esforzando por volver a unir los trozos de su desgarrado corazón. Pero la amargura que sentía por su culpa ardía aún en su pecho tan corrosivamente como la noche que descubrió su traición.

–Tahlia, querida, estás bebiendo un Krug de la mejor cosecha, no agua –el lacónico tono de Crispin hizo volver a Tahlia al presente–. ¿Quieres otra copa?

Tahlia hizo una mueca al ver que se había bebido todo el champán sin darse cuenta.

–No, gracias. Será mejor que no.

Crispin la miró con impaciencia.

–Vamos, cariño, vive un poco por una vez. Unas copas de champán harán que te relajes.

–Más bien harán que empiece a reírme como una tonta –dijo Tahlia con desaliento–. Y después de las últimas historias que han salido sobre mí en la prensa, no me vendría precisamente bien que algún reportero empezara a sacarme fotos.

Crispin la miró con expresión divertida.

–Lo cierto es que la prensa del cotilleo se ha superado a sí misma. El titular Tahlia Reynolds, la chica de las joyas, culpable de la ruptura del matrimonio del actor Damian Casson llamaba particularmente la atención.

Tahlia se ruborizó.

–No es cierto –dijo, tensa–. Fue una trampa. Sólo había visto a Damian una vez, cuando coincidimos en el acto de la presentación de un libro en un hotel. Estuvo bebiendo toda la noche y no dejó de darme la lata. Le dije que me dejara en paz. A la mañana siguiente se acercó a la mesa en que estaba desayunando para disculparse. Nos pusimos a charlar y me contó que la noche anterior se había emborrachado después de discutir con su esposa y que ésta se había negado a acudir a la fiesta con él. Cuando me fui se ofreció a llevar mi bolsa de viaje al coche; de ahí la foto en que se nos ve saliendo del hotel juntos. Ninguno de los dos esperaba que los medios de comunicación anduvieran husmeando por allí un domingo por la mañana a las nueve... o al menos yo no lo esperaba. Me quedé conmocionada cuando un periodista me preguntó por nuestra relación, pero Damian me dijo que no me preocupara, que él se encargaría de explicar que sólo éramos amigos.

En lugar de ello, el joven actor contó una sarta de mentiras sobre la «maravillosa noche de sexo que habían pasado», recordó Tahlia con amargura. Si la intención de Damian había sido poner celosa a su esposa, obviamente había funcionado. Beverly Casson declaró que estaba destrozada por el hecho de que Tahlia le hubiera robado a su hombre. La historia era auténtica carnaza para la prensa, y a nadie le preocupó que no fuera cierta, ni que la reputación de Tahlia estuviera en entredicho.

–Esa clase de publicidad adversa es una de las desventajas de tener que exponerme a la mirada pública. La prensa se ha dedicado a retratarme como una joven bonita y tonta que aparece por toda clase de acontecimientos sociales. Es el precio que he tenido que pagar para promocionar Joyerías Reynolds.

Tahlia se mordió el labio. Tres años atrás, cuando se graduó en la universidad, su padre la hizo socia de la compañía y le dio el cargo de relaciones públicas. Pero la recesión global golpeó con dureza a Reynolds y, en un esfuerzo por mejorar las cosas, Tahlia aceptó a su pesar protagonizar una campaña publicitaria de promoción. Apareció en las revistas, asistió a numerosos acontecimientos sociales y lució fabulosos diamantes y gemas de la colección Reynolds.

Pero antes de acudir aquella noche a la galería había averiguado que sus esfuerzos habían sido inútiles.

Su padre le había explicado que, a pesar de la campaña, los beneficios de Joyerías Reynolds habían seguido cayendo.

–Lo cierto es que nos enfrentamos a la bancarrota. He acudido a varios bancos e instituciones financieras para pedir ayuda, pero ya no nos quieren prestar dinero –el corazón de Tahlia se había encogido al ver que su padre apoyaba la frente en sus manos en un gesto de desesperación–. No me queda dinero para librarme de nuestros acreedores. La única esperanza es que una empresa llamada Inversiones Vantage ha expresado su interés en comprar nuestro negocio. Tengo una reunión con su director la semana que viene.

Tahlia no podía olvidar la tensa expresión del rostro de su padre, pero se obligó a volver al presente y a mirar a su alrededor, consciente de que estar preocupada por la situación financiera de Reynolds no iba ayudar. Le había asustado la perspectiva de asistir a la exposición aquella noche, cuando su supuesta vida amorosa estaba en todos los titulares, pero Rufus Hartman era un buen amigo de su época universitaria y no podía perderse su primera exposición importante.

–Me pregunto cuántos de los presentes pensarán que soy una rompecorazones sin escrúpulos –murmuró con amargura.

–Nadie cree una palabra de lo que publican esos periodicuchos –aseguró Crispin animadamente.

A Tahlia le habría gustado creer lo mismo, pero, por un momento, sintió la tentación de permanecer oculta en un rincón toda la noche. Pero lo cierto era que no había hecho nada de lo que avergonzarse. Se llevó la mano al collar. No solo había acudido a la galería aquella noche para apoyar a Rufus. Tenía un trabajo que hacer, se recordó.

Crispin había mencionado que un rico jeque árabe asistiría a la exposición. Al parecer, el jeque Mussada disfrutaba haciendo regalos a su nueva esposa y, si lograba captar su atención, Tahlia esperaba que se quedara impresionado con su collar y quisiera ver más joyas de Reynolds. Si Reynolds conseguía el patrocinio de un jeque árabe, tal vez no se verían obligados a vender.

Tahlia estaba tan ensimismada en sus pensamientos que apenas se dio cuenta de que Crispin la había conducido a la segunda sala de la galería hasta que notó que se dirigía a un hombre que estaba contemplando una de las pinturas.

–Thanos, espero que estés disfrutando de la exposición. Me gustaría presentarte a una amante del arte –Crispin tiró con suavidad de Tahlia para que avanzara–. Ésta es Tahlia Reynolds. La empresa de su padre, Joyerías Reynolds, ha promocionado a Rufus a lo largo de su carrera.

Thanos experimentó una intensa conmoción mientras miraba a la mujer que estaba junto a Crispin. Aquella mujer había dominado sus pensamientos durante tanto tiempo que necesitó hacer acopio de toda su voluntad para forzar una expresión de educado interés en lugar de otra de rabia asesina.

Había llegado a Londres hacía tres días y unos amigos le habían presentado a Crispin en una cena. Ésta lo había invitado a la inauguración de la exposición en su galería. Thanos no sentía un interés especial por el arte, pero aquella clase de acontecimientos eran útiles para establecer contactos y relaciones. Uno nunca sabía con quién podía encontrarse, pensó burlonamente mientras miraba a Tahlia Reynolds.

La reconoció al instante, lo que no resultaba sorprendente, ya que su rostro aparecía a menudo en la prensa del cotilleo. Pero aquellas fotos no hacían justicia a su deslumbrante belleza. Deslizó la mirada por su ceñido vestido azul de seda, que iba a juego con los zafiros de su collar y tenía un escote bajo que dejaba entrever la tentadora curva superior de sus pechos.

Era exquisita, reconoció a su pesar. Mientras la miraba sintió cómo se acumulaba el odio en su interior, pero también experimentó otra emoción. Nada lo había preparado para el impacto de ver a Tahlia en carne y hueso y, muy a su pesar, experimentó una inconfundible atracción sexual hacia ella.

–Señorita Reynolds –murmuró con suavidad a la vez que le ofrecía su mano. Notó que ella dudó antes de reaccionar, y sintió el ligero temblor de su mano cuando aceptó la suya. Sus dedos eran muy delgados, y pálidos como la leche. Sólo habría necesitado una mínima fracción de su fuerza para rompérselos. Apretó su mano con un poco más fuerza de la necesaria y, cuando ella lo miró, le devolvió la mirada con gesto impasible.

La leve presión que habían sufrido aquellos frágiles dedos no podía compararse con el dolor que su hermana soportaba a diario, pensó Thanos con ferocidad. Melina había pasado seis meses en el hospital y tendría que soportar muchas sesiones de fisioterapia para volver a caminar sin ayuda. Thanos no culpaba al conductor que había atropellado a Melina. La policía le había asegurado que éste no había tenido posibilidad de evitar atropellar a la joven que había cruzado la carretera sin mirar.

Responsabilizaba del accidente que casi había acabado con la vida de su hermana a otras dos personas... las mismas que también le habían roto el corazón. Tahlia Reynolds era una mujerzuela despreciable que estaba teniendo una aventura con el marido de Melina, James Hamilton. Melina se había quedado consternada cuando los había encontrado juntos en la habitación de un hotel, y al salir cruzó la calle sin mirar.

Thanos soltó la mano de Tahlia, pero siguió mirándola intensamente. Según la prensa, había vuelto a las andadas con otro actor casado. ¿Acaso carecía por completo de escrúpulos? ¿Cómo se atrevía a permanecer allí mirándola con sus deslumbrantes ojos azules y la boca curvada en una vacilante sonrisa?

Muy pronto dejaría de tener motivos para reír. Thanos ya se había ocupado de su ex cuñado. Tras el accidente, el actor había volado a Los Ángeles, pero no había tardado en descubrir que ningún director de Hollywood quería trabajar con él después de que Thanos hubiera amenazado con retirar su apoyo financiero a cualquier proyecto que incluyera a James Hamilton. La carrera de James como actor estaba muerta, acabada, y Thanos estaba decidido a no permitir que volviera a resucitar. Y por fin había llegado el momento de vengarse de su querida.

La mano de Tahlia aún cosquilleaba como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Había sentido una fuerza increíble cuando había estrechado la de Thanos Savakis, y se sentía extrañamente mareada. El champán se le debía de haber subido a la cabeza.

–Es un placer conocerlo, señor Savakis –dijo educadamente–. ¿Ha venido a Londres por negocios o por...? –se interrumpió al ver la repentina sonrisa de Thanos, que hizo que sus rasgos pasaran de resultar atractivos a increíblemente maravillosos.

–Por negocios... y por placer –murmuró Thanos, aliviado al sentir que volvía a controlar sus hormonas. Contempló de nuevo a Tahlia. Iba exquisitamente ataviada; vestido, zapatos y bolso de diseño, por no mencionar el fabuloso collar que relucía contra su cremosa piel. Era evidente que aquella mujer estaba acostumbrada a disfrutar de las cosas buenas de la vida, y él iba a disfrutar mucho poniendo fin a aquel autoindulgente estilo de vida.

Esperaba que hubiera mostrado algún tipo de reacción al escuchar el apellido Savakis, pero ni se había inmutado. Probablemente no estaba al tanto del apellido de soltera de la esposa de James Hamilton. Una intensa rabia latió en su interior. Habría querido airear su rabia y denunciarla allí mismo como la miserable fulana que había destrozado la vida de su hermana, pero logró contenerse. Ya tendría tiempo de decirle lo que pensaba de ella cuando la tuviera de rodillas ante sí.

–Acaba de llegar Earl Fullerton –dijo Crispin–. Os dejo a solas para que os divirtáis. Te sugiero que dejes que Tahlia te enseñe la galería, Thanos. Tiene una relación especial con el pintor y conoce muy bien su trabajo.

–Pero... –Tahlia fue a protestar, pero Crispin ya se alejaba, dejándola a solas con el sexy griego. El destello ligeramente despectivo que había captado en la mirada de éste le ponía nerviosa y, por algún motivo, intuía que le desagradaba su presencia–. No debo monopolizar su compañía, señor Savakis –murmuró, mirando desesperadamente a su alrededor con la esperanza de ver algún conocido.

–¿Cuál es exactamente la naturaleza de su «relación especial» con Rufus Hartman? –preguntó Thanos–. ¿Es uno de sus amantes?

Por un instante, Tahlia se quedó demasiado sorprendida como para responder. Lo más probable era que Thanos hubiera leído en la prensa los cotilleos sobre su supuesta relación con Damian Casson.

–No creo que eso sea de su incumbencia –replicó, evidentemente molesta–, pero lo cierto es que Rufus no se siente atraído por las mujeres –añadió. No estaba segura de por qué había bajado la voz, pues Rufus nunca había tenido ningún reparo en manifestar que era gay–. Es un buen amigo con un gran talento.

Thanos la miró de arriba abajo, como si la estuviera desnudando mentalmente, y Tahlia se sintió horriblemente expuesta. No pudo evitar fijarse en la sensual curva de su boca. Seguro que sus besos no serían precisamente delicados... Se ruborizó al imaginar que se inclinaba para besarla y sintió que un intenso calor recorría sus venas.

Inquieta, volvió a mirar a su alrededor en busca de algún conocido.

–¿Busca a alguien en particular? –preguntó Thanos. La inusitada atracción que estaba experimentando por aquella mujer resultaba muy irritante, pero, tras ver el rubor que había cubierto sus mejillas, por lo menos tuvo la satisfacción de comprobar que a ella le estaba sucediendo lo mismo.

–Busco a un príncipe árabe, el jeque Mussada –replicó Tahlia–. ¿Lo conoce?

–He oído hablar de él, como casi todo el mundo, ya que recientemente ha comprado uno de los principales bancos de la ciudad.

–Tengo entendido que es el quinto hombre más rico del mundo –murmuró Tahlia distraídamente.

–¿No se ha casado recientemente? –preguntó Thanos.

–Sí, pero su mujer odia volar y nunca viaja con él al extranjero. ¡Oh, ése debe de ser él! –Tahlia experimentó una punzada de animación al notar que los asistentes se apartaban para dar paso a un hombre vestido con ropas árabes. Aquélla era su oportunidad de salvar el negocio de su familia. El collar de zafiros que llevaba aquella noche era realmente espectacular, y el jeque Mussada tenía reputación de ser un entusiasta coleccionista de joyas. Lo único que tenía que hacer era lograr llamar su atención.

–No se vaya.

Tahlia sintió el cálido aliento de Thanos en su cuello y, al volver la cabeza, se sorprendió al ver lo cerca que estaba.

–¿Disculpe? –por unos segundos se había visto tan inmersa en su sueño de conseguir al jeque como cliente que casi se había olvidado de Thanos. Pero sólo «casi». Aquel hombre no era fácil de olvidar, pensó mientras contemplaba su rostro. El destello de sensualidad que captó en su mirada la dejó sin aliento.

–Nuestra anfitriona me ha asegurado que es una experta en el trabajo de Rufus Hartman, y me gustaría que me guiara por la exposición.

–Le aseguro que no soy ninguna experta –contestó Tahlia rápidamente, sintiendo que se hundía en los oscuros ojos de Thanos. Sus pestañas eran asombrosamente largas para un hombre, y su piel brillaba como bronce bruñido sobre sus magníficos pómulos. Parecía haberse adueñado de sus sentidos, y su corazón latió desbocado cuando vio que alzaba una mano para deslizar un dedo con infinita delicadeza por su rostro.

–Tu piel es suave como la seda –la ronca voz de Thanos hizo que un agradable cosquilleo recorriera el cuerpo de Tahlia–. Debo admitir que me siento cautivado por tu belleza.

Tenía que estar bromeando, pensó Tahlia mientras se esforzaba por respirar. El deseo que brillaba en sus ojos no podía ser real. Apenas hacía unos momentos que había sentido con claridad su hostilidad. Aquel cambio de actitud resultaba desconcertante.

–Yo... –empezó, pero al parecer había perdido su habilidad para pensar. Se humedeció los labios con la punta de la lengua y, al ver la intensa atención que Thanos prestaba a su traicionero gesto, sintió fuego líquido recorriendo sus venas.

–¿Por qué no empezamos por el paisaje de la esquina? –sugirió Thanos a la vez que la tomaba del codo y la guiaba con firmeza por la sala, alejándola del campo visual del jeque Mussada.

¿Acaso disfrutaba seduciendo a los maridos de otras mujeres?, se preguntó Thanos, furioso. Había captado el brillo de determinación en su mirada cuando había visto al jeque. Bajo su bello exterior, Tahlia Reynolds poseía un corazón frío y calculador. James Hamilton no era precisamente inocente, pero Thanos estaba cada vez más convencido de que Tahlia había seducido deliberadamente al marido de su hermana... y planeaba volver a utilizar sus artimañas con el felizmente casado jeque Mussada.

Pero no si él podía evitarlo, se dijo. No pensaba apartarse de Tahlia el resto de la tarde, aunque ello implicara simular que había caído bajo su embrujo.

Capítulo 2

TAHLIA miró disimuladamente el reloj de la galería y se sorprendió al ver que había pasado casi una hora desde que Thanos le había pedido que lo guiara por la exposición. Éste tenía la mano apoyada en su espalda y ella se sentía muy consciente de la cercanía de su poderoso cuerpo y de la calidez que desprendía. Thanos no parecía tener ninguna prisa por separarse de ella, pero se suponía que ella debería estar trabajando, ofreciendo tarjetas a cualquiera que admirara su collar.

–Estoy segura de que Rufus podrá hablarte de su trabajo mejor que yo –murmuró cuando Thanos se detuvo ante un cuadro de vívidos colores que, a ojos de Tahlia, no representaba nada reconocible.

Thanos volvió la mirada hacia el barbado Rufus, que charlaba con un grupo de invitados.

–Pero él no es un guía tan atractivo como tú –dijo, con un brillo de indisimulado interés sexual en la mirada.

Tahlia se quedó sin aliento una vez más. Thanos Savakis era un ligón descarado, y ella sabía que debería alejarse de él, pero parecía haber perdido su habitual cautela; estaba embrujada por su carisma y, cada vez que sus labios se curvaban en aquella devastadora sonrisa, el corazón empezaba a latirle en el pecho de forma desenfrenada.

Thanos volvió a mirar la pintura.

–Los cuadros abstractos del señor Hartman son del estilo que me gustaría tener en mi nuevo hotel. Son contemporáneos, llaman la atención y encajarían con el moderno diseño del edificio.

–Crispin me ha mencionado que eres dueño de una cadena de hoteles –admitió Tahlia, y se ruborizó ante la socarrona expresión de Thanos.

¿Qué más le habría contado Crispin?, se preguntó Thanos. ¿Que era un multimillonario que sentía debilidad por las rubias? ¿Le habría pedido ella que se lo presentara, convencida de que encontraría su pelo rojizo dorado intrigantemente distinto al de las docenas de rubias que pululaban por la galería?

–Soy dueño de hoteles en muchas partes del mundo, incluyendo el Caribe y las Maldivas, y estoy negociando la compra del Ambassador, donde me alojo en este viaje a Londres.

El Ambassador era uno de los hoteles más exclusivos de la ciudad. Tahlia apenas se había fijado cuando Crispin había dicho que Thanos era multimillonario, pero en aquel momento se le ocurrió que tal vez podría sacar a joyerías Reynolds de su peligrosa situación financiera.