Cazadores de colmillos - Adolfo González Aleman - E-Book

Cazadores de colmillos E-Book

Adolfo González Aleman

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Beschreibung

Hace algunos años — ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? ¿Batman? —Gabito, ¡dejá el teléfono! —exclamó el abuelo Vozza a su nieto Gabriel, que no paraba de jugar con un viejo teléfono rojo que descansaba sobre un escritorio, en el cuarto que hacía muchos años había sido el estudio donde el abuelo trabajaba, o al menos eso tenía entendido la familia. Gabriel volvió a colgar el teléfono. Miró a su abuelo con cara de puchero esperando no ser regañado. Desde el fondo de la habitación se podía escuchar un televisor que mostraba la vieja serie de Batman, aquella protagonizada por Adam West. Una producción decrépita y un doblaje al castellano aún peor. Como no podía ser de otra manera, los niños de aquella generación adoraban aquel programa. El niño le señala a su abuelo la pantalla del televisor, viendo cómo Adam West, encarnando al encapuchado y conocido superhéroe, contesta un teléfono rojo exactamente igual al que había en la habitación. —Tenés un teléfono igual al que tiene Batman —dice Gabito emocionado. Su abuelo ajusta la mirada a través de sus anteojos y comprueba que lo que dice su nieto es verdad, se le escapa una carcajada. —Gabriel —le dice poniendo la mano sobre su hombro—. Este teléfono, aunque esté en este cuarto juntando polvo, es muy importante, y no hay que jugar con él, siempre tiene que estar colgado por si alguien llama. —Pensé que no funcionaba abue, es que nunca lo escuché sonar —contestó el pequeño, agachando la cabeza en señal de arrepentimiento. —Y esperemos que nunca lo tengamos que escuchar… Ahora andá afuera a jugar con tu hermanito.

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Seitenzahl: 145

Veröffentlichungsjahr: 2014

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Cazadores de colmillos

Adolfo González Aleman

Editorial Autores de Argentina

1

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Índice

AgradecimientosPARTE 1Capítulo 1Capítulo 2Capítulo 3Epílogo de la primera partePARTE 2Capítulo 4Capítulo 5Capítulo 6Capítulo 7ConfidencialEpílogo

A mis padres.A mi prima Maite, a mis tíos y mis abuelas.A mis amigos que apuestan por mi desde siempre por más que las probabilidades sean remotas, ellos saben que son las apuestas que pagan más. Mariano Kogan, Marcos Otero, Andrés Guazzelli, los chicos de Magnum, y los de Limbo Comics.Los amigos que están lejos y sin embargo se los sienten cerca: Pedro, Marijana, Álvaro, Nenu y Bruno.A Nahuel, Ganchi, Sebastián y Cristina por su apoyoEternamente agradecido con Ariel Giorgini por su amistad, y sus ilustraciones.Hay muchas personas que van a quedar al margen injustamente porque si tuviera que agradecer a todos los que me dieron una mano o simplemente su apoyo tendría que escribir otro libro, pero sepan que estoy profundamente agradecido.Finalmente: a Gabriel y Nicolás Vozza por sus historias. 

F. G. Aleman

 

3

PARTE 1

4

Capítulo 1

Hace algunos años

— ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? ¿Batman?

—Gabito, ¡dejá el teléfono! —exclamó el abuelo Vozza a su nieto Gabriel, que no paraba de jugar con un viejo teléfono rojo que descansaba sobre un escritorio, en el cuarto que hacía muchos años había sido el estudio donde el abuelo trabajaba, o al menos eso tenía entendido la familia.

Gabriel volvió a colgar el teléfono. Miró a su abuelo con cara de puchero esperando no ser regañado. Desde el fondo de la habitación se podía escuchar un televisor que mostraba la vieja serie de Batman, aquella protagonizada por Adam West. Una producción decrépita y un doblaje al castellano aún peor. Como no podía ser de otra manera, los niños de aquella generación adoraban aquel programa.

El niño le señala a su abuelo la pantalla del televisor, viendo cómo Adam West, encarnando al encapuchado y conocido superhéroe, contesta un teléfono rojo exactamente igual al que había en la habitación.

—Tenés un teléfono igual al que tiene Batman —dice Gabito emocionado. Su abuelo ajusta la mirada a través de sus anteojos y comprueba que lo que dice su nieto es verdad, se le escapa una carcajada.

—Gabriel —le dice poniendo la mano sobre su hombro—. Este teléfono, aunque esté en este cuarto juntando polvo, es muy importante, y no hay que jugar con él, siempre tiene que estar colgado por si alguien llama.

—Pensé que no funcionaba abue, es que nunca lo escuché sonar —contestó el pequeño, agachando la cabeza en señal de arrepentimiento.

—Y esperemos que nunca lo tengamos que escuchar… Ahora andá afuera a jugar con tu hermanito.

Hace pocos años

En una pequeña chacra, en el interior del país, un hombre fuma un cigarrillo tras otro mientras camina por el salón de su casa. Uno de sus hijos deja la silla donde está sentado y se acerca a su padre extendiendo los brazos. Él tira el cigarrillo al suelo, lo pisa para apagarlo, aunque todavía falta para que la ceniza llegue a la colilla, y alza a su hijo.

Quien está en sus brazos es el más pequeño de sus hijos, Ignacio. El más pequeño hasta ahora, porque su mujer está a dando a luz en este momento en su dormitorio. El doctor y una partera están con ella, también una tía de los pequeños.

Ignacio es el sexto hijo de la familia, una familia que está reunida en el salón de la casa, junto a sus abuelos, esperando la llegada del niño. Todos están un poco nerviosos, en especial cuando se escuchan los quejidos de la madre debido a las contracciones en la otra habitación. Aunque los hijos mayores ya están más acostumbrados, se ven casi más tranquilos que el padre.

Quien, en cambio, se ve hasta un poco incómodo es uno de los abuelos. No deja de golpear, despacio y tímidamente, su bastón contra la mesa de luz que está cerca de su asiento.

Se escucha un fuerte grito que viene del dormitorio, y luego un silencio. La puerta se abre y sale el doctor. Camina hasta el padre y le da la noticia. Un hijo más. ¡El séptimo! El doctor le hace saber que el recién nacido está en las mejores condiciones.

Todos festejan la noticia, excepto el abuelo, que con su bastón sigue golpeando la mesa de luz…

Hace muchos años 

—Señor Presidente, ¿quería verme?

—Sí, siéntese —al escuchar esto el hombre toma asiento frente al escritorio del Presidente Juan Domingo Perón, quien le vuelve a decir: —Dígame sin palabreríos, ¿qué tan mala es la situación?

—Es peor de lo que imaginábamos, recopilamos datos de al menos unos setenta.

—¿Se… ten… ta?

—Incluso podrían ser más, Señor Presidente. Menores de dos años encontramos unos cinco. Uno en Tucumán, otro en San Luis, dos en Córdoba y el resto en la provincia de Buenos Aires. De todas maneras seguimos buscando intensamente, a lo largo y ancho del país.

—Me imagino que los niños ya están viniendo en camino, ¿no?

—Sí, señor. El niño de Buenos Aires llegará en menos de dos horas, para mañana llegarán los otros cuatro.

—Perfecto, prepare todo, quiero que sea lo más rápido posible —toma un respiro y se pone de pie, camina a lo largo del escritorio con la cabeza firme—. ¿Setenta? —vuelve a preguntar mirando al hombre a los ojos.

—Sí, en algunos lugares, estamos teniendo problemas para ocultarlo. En Salta la prensa había armado una investigación por unas muertes extrañas, pero al parecer huyeron hacia otra provincia por alguna razón, en estos días estuvimos tapando la noticia para que quede en el olvido.

—No hay que dejar que la gente se entere, entrarían en pánico.

—¿Qué hacemos, Señor Presidente?

Juan Domingo Perón lo mira fijo por unos segundos, luego se da vuelta y se dirige a la licorera que hay en su despacho. Con un ademán le pregunta al joven si desea algo. El hombre mueve la cabeza negándose y agradeciendo de manera casi imperceptible.

 

Aún dándole la espalda, el General Juan Domingo Perón comenzó a relatar:

—Yo todavía no era Presidente, estaba trabajando junto a Farrell, encontramos uno, solo uno que era mayor de los dos años. Tenía dieciséis, la familia lo había encerrado en un sótano. Esa noche, sin embargo, como era de preverse, logró escapar. Era el séptimo hermano, sin embargo se había comido tres de su misma sangre. Era rápido, ágil, y sobre todo inteligente y calculador. Un verdadero psicópata.

Finalmente logramos atraparlo, luego de diez días de intensa búsqueda, para encontrarlo casi tuvimos que prender fuego la provincia entera. No sabíamos qué hacer, así que lo enjaulamos y lo enviamos a la Unión Soviética. A cambio, el Politburó nos pidió que nos inclináramos a su favor en la guerra. Farrell organizó entonces que en las aduanas de Europa encontraran a un espía argentino con armas compradas a Alemania, de esta manera no se generarían sospechas ni entre los aliados ni entre el eje.

—Presidente —interrumpió el muchacho— ¿está diciendo que esa compra ilegal de armas nunca ocurrió?

—Por supuesto que ocurrió, pero Farrell movió algunos hilos para que el espía fuera un poco más descuidado… En fin, aquella criatura que vi no era ni remotamente humana, parecía mentira que alguna vez lo hubiera sido. Fue en La Pampa, se escondía en los campos, que tuvimos que quemar para encontrarlo, prendimos fuego la provincia por uno solo, ahora hay setenta…

—Nunca pensé que algún ser así pudiera existir.

—Uno cree que los lobizones son una mera leyenda, pero no son solo reales, sino que están desgarrando lentamente este ya lastimado país.

—Señor Presidente, ¿qué debemos hacer entonces? ¿No hay forma de eliminarlos?

—Tranquilo Cafierito, mientras estuve en el exilio, aproveché para informarme del tema y conocí en Madrid a un viejo hombre que fue guardia imperial del Zar, se refugió ahí cuando los bolcheviques tomaron el poder en Rusia, Franco le abrió las puertas como a mí, el hombre estuvo a cargo de la seguridad del Zar y me contó que cuando un hombre lobo superaba los dos años de edad había un grupo de oficiales que se encargaban de esto: Los Cazadores de Colmillos.

Durante mis primeras presidencias, Cafierito, me encargué de que el incidente que viví en el campo, cuando era ministro de guerra de Farrell jamás se repitiera.

— ¿Cómo lo hizo, Señor Presidente?

—Tuvimos que hacer una investigación, todo se hizo con el mayor nivel de confidencialidad, empezamos a tener censos y controlar a las familias que podían engendrar… este problema. Durante años lo tuvimos controlado, pero una vez en el exilio me puse a pensar que tal vez los militares no tendrían mi misma consideración. Por lo que, si volvía al país, es decir, cuando volviera a la Argentina, podíamos tener este problema, era necesario buscarle una solución.

El Presidente Juan Domingo Perón, toma el vaso con licor que se sirvió y vuelve pasando por detrás del asiento donde está sentado Antonio Cafiero, se sienta y da un pequeño sorbo al licor. Saca un portavasos de un cajón que está a la derecha del escritorio, y acomoda el vaso sobre éste, para no marcar el mueble. El Presidente Perón vuelve a mirar al joven directo a los ojos y reanuda su relato:

—Los oficiales de Franco lo llamaban el ruso, yo creo que nunca supe su nombre. Ambos nos tratábamos de “usted”. Me narró el origen de los cazadores de colmillos, y acerca de los licántropos.

Volvió a abrir el cajón y sacó un archivo bastante grueso.

—Aquí tiene —le dice a Cafiero, entregándole el archivo. Luego, en un pedazo de papel se puso a escribir, mientras decía— Léalo, y una vez que haya entendido todo, llame a esta persona, convénzala para que actúe como sea, no me importa si pide dinero, mujeres o la mitad de la Patagonia…

—Entendido Señor Presidente, con su permiso, me retiro —dice Antonio, y se pone de pie.

—Una vez que trabaje para nosotros, hay que asegurarse de que este hombre reciba todo lo necesario para facilitar su labor.

—Como diga, ahora sí me retiro, Señor Presidente —dice Cafiero, mientras se da vuelta y se dirige hacia la puerta pensando en lo pesado que es el archivo que tiene en su mano.

Para empezar, y es importante aclarar, existen varios tipos de hombre lobo. Es decir que la transformación de estos viene de distinto origen, por ejemplo, existe el hombre lobo americano, que habita en el oeste de los Estados Unidos. Este ejemplar sufría su primera transformación a los quince o dieciséis años, cuando el joven infectado alcanzaba la pubertad, y la única manera de quitarle la vida era clavándole un cuchillo de plata pura en el corazón, o disparándole una bala de plata pura en el mismo lugar.

En Argentina, en cambio, habita el lobizón de Europa del Este, que llegó al país con la inmigración de países como Rusia o Checoslovaquia a finales del siglo XIX. Todos los especímenes de lobizones conocidos por ahora comparten el factor de ser el séptimo hijo varón de una familia. El espécimen de Europa del Este comienza a sufrir las transformaciones cuando al bebé comienzan a salirle los dientes.

Esta no es la única característica singular que tiene. Durante los primeros dos años de vida, el niño, incluso en su etapa de transformación, es dócil. Luego cambia y se vuelve muy agresivo. Hay una forma de romper la maldición, y es que el Zar de Rusia debe convertirse en su padrino, pero esto tiene que hacerse antes de que el niño cumpla los dos años, si se hace después no se logra el objetivo.

En la Argentina, Enrique Brost, quien conocía la maldición, escribió una carta desesperada al entonces Presidente de la Nación, Figueroa Alcorta, para que apadrinase a su séptimo hijo varón, José Brost. El intento desesperado funcionó, y la maldición se detuvo; ahí aprendí que en los hijos de la Argentina este poder de anulación residía en quien cumpliera la función de Presidente de la República.

Mientras la maldición dure, el niño por las noches de luna llena se convierte en un ser con rasgos de lobizón. Durante los primeros dos años este lobizón es inofensivo, hasta lo describen como un cachorro, pero una vez que supera esa etapa y crece se vuelve altamente violento, siendo uno de los especímenes de licántropos conocidos más peligrosos.

En un principio comen animales silvestres pequeños, como conejos, pero luego, una vez que prueban la carne humana no pueden probar otra cosa. Si bien son niños, en su modo de transformación alcanzan los rasgos de un hombre lobo adulto.

A diferencia del hombre lobo americano, que no recuerda nada de la noche anterior en la que se transformó, ellos sí tienen total conciencia de quiénes son, en qué se convierten, y de qué es lo que están haciendo. Con el tiempo las transformaciones los vuelven psicóticos, sin embargo son perfectos cazadores, despiadados asesinos, y muy inteligentes; son prácticamente nómades. Lo primero que hacen es matar a su familia, y luego aprenden a viajar de día, cazar de noche y desaparecer.

Tienen un olfato implacable, y una gran capacidad atlética, como también una fuerza sobrehumana en el momento que están transformados.

La única forma de eliminarlos es cortándoles la cabeza. Las balas de plata, así como también los cuchillos de plata les causan daño, pero no los matan. Si se los hiere con estas armas seguramente intentarán huir.

Durante los tiempos de Catalina la Grande, se otorgaba el padrinazgo imperial a todos los séptimos niños rusos, sin embargo a los niños de países vecinos o inmigrantes no. Muchos de estos niños, quienes luego se convertían en hombres lobo cruzaban la frontera y causaban estragos en la población campesina.

La familia del Zar entonces creó un cuerpo denominado Cazadores de Colmillos, quienes cazaban a las bestias. Se los llamaba de esa manera porque, como trofeo, les quitaban los colmillos y se los quedaban, solían armar collares y pulseras, o se los regalaban al Zar a modo de ofrenda.

Cuando la revolución rusa triunfó y el Zar con su familia fueron asesinados, los Cazadores de Colmillos que habían sobrevivido (puesto que algunos lucharon con las fuerzas del Zar y murieron durante la revolución de octubre) huyeron hacia Europa occidental.

J. D. Perón, Madrid, 1969

Noticia Inesperada

El teléfono rojo sonó toda la noche. Eduardo Vozza no atendió hasta el día siguiente, aproximadamente al mediodía. Esos ochenta y nueve años que tenía no llegaron solos, una ligera sordera se acentúa cada vez más. Para complicar más las cosas, el teléfono está en un sótano, por lo que se hace más difícil escucharlo.

Tiene una línea privada, y la última vez que la ha escuchado sonar fue en el otoño de 1975. Nunca pensó volver a escucharla, pensó que el problema ya había sido resuelto de una vez por todas, se sintió extraño. Por unos momentos pensó en dejarlo sonar hasta que callara, hasta que el sótano esté nuevamente inmerso de su característico silencio, pero pasaron los minutos y el estridente sonido continuaba.

Finalmente, luego de pensarlo un rato, contestó la llamada, de la cual recibió esa tan temida noticia que sospechaba, otra cosa no podía ser… Eduardo le dijo que a su edad no había nada que pudiera hacer, no estaba de ninguna manera apto para el trabajo, pero al hombre que estaba del otro lado del teléfono no le importó.

Entonces, el viejo, ya casi sin fuerzas, se sentó en un sillón y comenzó a pensar qué era lo que podía hacer, probablemente podría hacer caso omiso de lo que le habían pedido, pero no podría vivir consigo mismo si a raíz de eso gente inocente pudiera salir lastimada.

Quería destruir todo el lugar, una furia emergía de su cuerpo con violencia, quería revolear los escritorios que había en el sótano contra una pared, tirar al piso el viejo televisor que hacía años no andaba. En otra época habría tenido la fuerza para hacerlo, hoy en día era solo un deseo impotente.

Se quedó inmóvil unos momentos, recordó la última vez que había tenido un trabajo, recuerda que lo hizo con cierta alegría, porque sabía que era el último. Fue en el año 1975.

El problema ya había sido resuelto, y esa vez había sido de forma definitiva, se pregunta cómo es, entonces, que sucedió ahora nuevamente… Eso era lo primero que tenía que averiguar, para evitar que el problema se repitiera.

Reflexionó acerca de muchas cosas, pensó incluso en volver a salir él mismo para encargarse del problema. Nuevamente se sintió sin fuerzas, se trata de un viaje largo, con rumbos desconocidos, además ya no era rápido, ni fuerte, ni ágil; ya no era nada, solo una sombra de lo que había sido.

Buscó en su escritorio viejos papeles, un viejo diario, que le había sido de mucha utilidad en su momento, y algunos libros que tenían décadas sin ser leídos. Él tenía la teoría, pero lo que le faltaba era la práctica.

Durante días pensó en alguna posibilidad, debía encontrar alguien que se encargara de la tarea, sin embargo, ¿dónde lo encontraría? Tampoco podía entrenar a alguien, no había tiempo… Luego de mucho pensarlo, decidió que la responsabilidad debía recaer en alguien de su familia.