Celos desatados - Chantelle Shaw - E-Book
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Celos desatados E-Book

Chantelle Shaw

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Beschreibung

Seducida por placer… Reclamada por su hijo. Sienna sabía que era un error asistir a la boda de su exmarido, pero sentía curiosidad por ver a la novia por la que Nico la había sustituido. ¡Pero el novio no era Nico! Avergonzada, Sienna intentó huir, pero no consiguió escapar de la iglesia lo bastante deprisa. Cuando Nico le dio alcance, la ardiente pasión que los había consumido en el pasado se reavivó con igual intensidad, y Sienna acabó pasando una última noche en la cama de Nico… ¡Una noche que la dejó embarazada del italiano!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Chantelle Shaw

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Celos desatados, n.º 2732 - octubre 2019

Título original: Reunited by a Shock Pregnancy

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por HarlequinEnterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales,utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la OficinaEspañola de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-692-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

QUÉ ESTABA haciendo en la boda de su exmarido!

Sienna Fisher recorrió con la mirada la abarrotada iglesia, preguntándose cómo irse sin que nadie se diera cuenta, pero iba a resultarle imposible.

Estaba atrapada en medio de un banco lleno de invitados, y a su lado estaba la niña que había encontrado llorando en el cementerio. Movida por su instinto maternal, la había tomado de la mano y la había conducido al interior, donde habían encontrado a su aliviada madre, que en aquel momento estaba sentada al otro lado de su hija.

El organista empezó a tocar La llegada de la reina de Sabah, de Handel, y un murmullo se elevó entre los congregados. Todas las cabezas se volvieron hacia la entrada para ver a la novia. La única excepción fue Sienna, que permaneció con la vista al frente, clavada en los hombros de Domenico De Conti, el hombre con el que se había casado diez años atrás en aquella misma iglesia.

Junto a Nico estaba su hermano pequeño, Daniele. Los dos eran altos, pero Nico le sacaba a Danny unos cuantos centímetros. A pesar de que se llevaban cinco años, siempre habían mantenido una relación cercana, y a Sienna no le había extrañado que Nico le pidiera que fuera su padrino, como lo había sido en su boda.

Nico se volvió y a Sienna se le paró el corazón al ver que en lugar de mirar a la novia, fijaba la mirada en ella, como si un sexto sentido le hubiera alertado de su presencia. Aun a distancia, pudo percibir su sorpresa. Evidentemente, la pamela de ala ancha que se había puesto no había cumplido la función de ocultar su rostro para que Nico no la viera. Su intención había sido solo acudir al exterior de la iglesia para ver por un instante al hombre del que había estado locamente enamorada hasta que la había traicionado y le había roto el corazón.

Al ver llegar a Nico y a Danny, se había escondido detrás de unas lápidas. Nico debía de seguir sintiendo pasión por los coches rápidos y había llegado conduciendo él mismo un deportivo plateado. Sienna había visto a los hermanos charlar con el vicario y cuando estaba a punto de marcharse, había oído el llanto de un niño.

Su presencia entre los invitados era meramente accidental. El pánico le aceleró el corazón. Aunque estaba demasiado lejos para ver el color de los ojos de Nico, que se clavaban en ella como dos rayos láser, sabía bien que eran de un nítido azul. Sus ojos y su magnífica estructura ósea eran lo único que había heredado de su madre inglesa. El resto, el cabello prácticamente negro, el mentón oscurecido por el vello de la barba y la piel cetrina, delataban su herencia italiana.

Diez años atrás, Nico ya era un joven atractivo. Pasada la treintena, sus facciones se habían marcado hasta convertir su rostro en una talla perfecta. Era pecaminosamente guapo, y el traje gris perla no llegaba a disimular la fuerza y solidez de su cuerpo.

Sienna apartó la mirada, turbada por el impacto que le había causado verlo después de tanto tiempo. Llevaban ocho años divorciados y había ido a la iglesia para demostrarse que ya no le importaba. Con el corazón en la garganta, esperó a que Nico la denunciara, que parara la ceremonia y le exigiera que se marchara. Sienna notó que le ardían las mejillas ante la perspectiva de verse humillada delante de la población del pueblo de Yorkshire en el que había crecido, aunque lo cierto era que no había reconocido a casi nadie en la iglesia de Much Matcham. Suponía que la mayoría de los invitados a la boda de alta sociedad procedían de Londres o Verona, donde el negocio de hostelería de Nico, De Conti Leisure, tenía su base.

Su mirada volvió por voluntad propia al atractivo rostro de Nico y una corriente de calor la recorrió con la intensidad que solo él le hacía sentir. Aún más perturbador fue el instinto posesivo que la invadió. Una voz interior le gritó que Nico era suyo. Pero en cuestión de minutos se comprometería con otra mujer. Unas lágrimas calientes e inesperadas le ardieron en los ojos cuando Nico finalmente volvió la mirada al frente.

Las manos de Sienna temblaron mientras fingía estudiar el programa del servicio que le había dado un asistente.

–Vamos un poco retrasados –le había dicho, interrumpiéndola cuando intentó explicar que no estaba invitada–. ¿Es amiga del novio o de la novia?

–Del novio, supongo, pero…

–Siéntese aquí, por favor.

El ayudante prácticamente la había empujado al banco en el que en aquel momento estaba atrapada y a punto de presenciar la boda entre su exmarido y la belleza envuelta en un precioso vestido que estaba llegando al altar… Y que acababa de situarse junto a Danny.

–Nos hemos reunido en presencia de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, para celebrar el matrimonio entre Daniele y Victoria –empezó el párroco.

¡Se trataba de la boda de Danny!

Sienna sintió un torbellino de emociones. Pensó en la visita que había hecho el fin de semana anterior a su abuela de noventa años, Rose Fisher, en la residencia en la que vivía desde hacía un año y medio.

–El periódico local de Much Matcham dice que tu exmarido se va a casar –había comentado su abuela.

Sienna había sentido que se le desplomaba el corazón, pero había dicho con calma:

–Puede hacer lo que quiera.

Pero su abuela había intuido que no le resultaba tan indiferente como fingía.

–Supongo que necesita una esposa que lo ayude a llevar Sethbury Hall y… que le dé un heredero –comentó.

Sienna había sentido un dolor instantáneo. Intentaba no pensar en su incapacidad para ser madre, y menos aún en el bebé que había perdido años atrás.

–¿Con quién se casa?

Intentó no parecer interesada, al tiempo que tomaba el periódico de manos de su abuela y leía el anuncio de la boda entre la señorita Victoria Harrington y el señor Domenico De Conti, que se celebraría el 10 de junio en la iglesia de San Augustine, en Much Matcham. No incluía una fotografía de los contrayentes, y al ver en aquel momento a Danny girarse hacia la novia y sonreírle, dedujo que el periódico se había equivocado de De Conti.

El resto de la ceremonia pasó en una nebulosa hasta que el párroco declaró a Daniele y a Victoria marido y mujer. Cuando la pareja recorrió la nave y los invitados fueron saliendo, Sienna se encaminó hacia la sacristía con la intención de escabullirse sin ser advertida.

–¿Sienna? ¿Qué estás haciendo aquí?

Una voz dolorosamente familiar hizo que se quedara paralizada al tiempo que un calor ardiente le recorría las venas. La voz de Nico siempre había tenido la capacidad de hacer que le temblaran las piernas. Cuadrándose de hombros, se volvió hacia él.

–Hola, Nico –Sienna se reprendió al salirle la voz como un ronco susurro y ver que Nico sonreía con sorna.

Él la recorrió con una mirada posesiva que era completamente inapropiada dada su historia pasada. Sintió un súbito y casi doloroso hormigueo en los pezones y no tuvo que bajar la mirada para saber que eran visibles a través del vestido de seda amarillo. Para poder confundirse entre los invitados, se había puesto un vestido veraniego de flores con una pamela blanca decorada con flores amarillas, tacones altos y un bolso a juego. La mirada depredadora de Nico hizo que fuera angustiosamente consciente de cómo se le pegaba la seda a los senos y a las caderas.

De cerca, Nico resultaba aún más devastadoramente guapo. La luz que se filtraba por una de las cristaleras enfatizaba su oscuro cabello y sus angulosas facciones. Olía divinamente. Sienna aspiró las notas especiadas de su loción de afeitado mezcladas con un aroma evocativo que era exclusivo de Nico. Su mente visualizó una imagen de él tumbado sobre las sábanas revueltas después de hacer el amor, el torso perlado de sudor, su sexo endureciéndose de nuevo al tiempo que la atraía hacia sí para colocarla sobre él.

Al inicio de su matrimonio su pasión era explosiva. Pero eso terminó cuando ella perdió el bebé y el sexo pasó a estar dictado por gráficos de fertilidad y su anhelo por volver a quedarse embarazada se había convertido en una obsesión que había abierto un abismo entre Nico y ella.

Había sido una idiota al presentarse en la boda. Volver a verlo solo había servido para demostrarle que, aunque su mente supiera que no era más que una fantasía romántica producto de su imaginación, su corazón seguía sintiendo nostalgia por la relación que habían tenido.

–Sienna –el tono impaciente de Nico la devolvió al presente–. No he visto tu nombre en la lista de invitados. Estoy seguro de que Danny me habría avisado de que te invitaba a su boda.

–Yo… –Sienna sintió que le ardían las mejillas–. He leído en la prensa que Danny se casaba y he querido venir a darle la enhorabuena.

Nico entornó los ojos.

–¡Qué raro que supieras que se casaba mi hermano! En el periódico se equivocaron de nombre.

–Me lo dijo mi abuela –Sienna cruzó los dedos a la espalda–. Rose y tu abuela Iris hablan a menudo. Fue ella quien le dijo lo de Danny.

Alzó la barbilla y se obligó a mantener la mirada especulativa de Nico, confiando en parecer tranquila a pesar de que sentía un nudo en el estómago y una presión de la pelvis que le obligó a apretar los muslos.

–¿Así que no has venido por si me veías? –dijo él, recalcando las palabras.

–Claro que no. ¿Por qué iba a querer verte? –dijo ella a la defensiva–. Nuestro desastroso matrimonio acabó hace mucho tiempo.

–Yo no lo llamaría desastroso –musitó él, desconcertándola–. Hubo buenos momentos –Nico bajó la voz y un escalofrío recorrió a Sienna–: Algunos, excepcionales.

–¿Te refieres a la cama? – en lugar de conseguir sonar sarcástica como había pretendido, la voz le salió como un susurro. ¿Cuándo se había acercado Nico tanto como para prácticamente tocarla?–. Para ser duradero, un matrimonio necesita algo más sólido que buen sexo.

Los labios de Nico esbozaron una sonrisa, pero la mirada que le dirigió no contenía ni un pice de humor.

–El sexo era increíble, ¿verdad, cara?

–¡Calla! –exclamó ella, intentando ignorar cómo le saltó el corazón al oírle usar el cariñoso apelativo.

Se tensó cuando Nico le acarició la mejilla con los dedos, pero fue incapaz de reaccionar y retroceder. Estaba clavada al suelo y su mirada atrapada por los pozos azul cobalto de sus ojos. De pronto se sintió como si estuvieran a solas, en la iglesia donde habían jurado amarse y respetarse para el resto de sus vidas.

Nico inclinó la cabeza hasta que sus labios quedaron a unos centímetros de los de ella.

–Eres aún más hermosa de lo que recordaba, Sienna. No sé cómo te dejé ir.

El hechizo se rompió bruscamente y Sienna retrocedió con tanta brusquedad que chocó contra el extremo de un banco.

–Te estabas acostando con tu secretaria –la humillación y el dolor, las dos serpientes que la habían torturado durante años, se revolvieron en su interior–. No me dejaste ir, yo elegí marcharme –concluyó en tono crispado.

–¡Nico, por fin te encuentro!

Mirando más allá de Nico, Sienna habría querido que se la tragara la tierra al ver a su abuela, Iris Mandeville, aproximarse en su silla de ruedas por la nave central.

–¡Sienna, qué alegría verte! –saludó la anciana afectuosamente–. ¿Cómo está Rose? No hablo con ella desde hace meses.

Sienna se ruborizó al percibir que Nico le dirigía una mirada acusadora por haberle mentido.

–Desde que está en York y yo en este cacharro –Iris golpeó el brazo de la silla de ruedas–. La artritis reumatoide me ha dejado muy limitada –añadió como respuesta a la pregunta muda de Sienna, antes de volverse hacia su nieto y continuar–: Domenico, te esperan para la fotografía de familia. Yo tengo que salir por la rampa. Sienna, querida, ¿te importa ayudarme a llegar al coche? Jaqueline iba a ayudarme, pero no quiere perderse las fotos.

Sienna había visto a la madre de Nico y Danny durante la ceremonia. A Jaqueline le encantaba ser el centro de atención y lo había logrado con una boa de plumas de avestruz. En su boda, su suegra había llevado un espectacular vestido color marfil que había hecho a Sienna avergonzarse de su sencillo vestido de novia, que apenas lograba disimular su embarazo.

–¡Claro! –exclamó aliviada, sonriendo a Iris–. Te acompañaré encantada.

Oyó pasos a su espalda.

–Nico, dónde te has metido –dijo una voz irritada–. Victoria está poniéndose nerviosa y una dama de honor dice que se encuentra mal –Daniele se detuvo en seco–. ¡Sienna! ¡Qué guapa estás!

–Hola, Danny –respondió Sienna, desconcertada con la apreciativa mirada que le dedicó el hermano de Nico.

Pero recordó que Danny era un coqueto irredento. Era un año mayor que ella y de adolescentes habían salido un par de veces. Pero no había habido nada serio entre ellos, y en cuanto conoció a Nico, solo existió él para ella.

Dirigió involuntariamente la mirada hacia Nico y el corazón le golpeó el pecho a ver que la observaba con expresión posesiva y hambrienta. Apenas oyó a Danny cuando continuó:

–Tengo que admitir que no esperaba verte aquí, Sienna.

–Solo he venido a la iglesia… –balbuceó ella. Y se tensó cuando Nico la tomó por la cintura.

–La he invitado yo –dijo él–. No dije quién me acompañaría porque no estaba seguro de que pudiera venir.

¿A qué demonios estaba jugando? Sienna percibió la mirada de curiosidad de Iris y de Danny, pero solo tenía ojos para Nico y para sus labios, que se acercaban a los de ella… ¡Iba a besarla!

–Eso no es… –consiguió articular antes de que los labios de Nico atraparan los suyos en un beso firme y posesivo.

La cabeza le ordenó a Sienna que se separara de él, pero su cuerpo reaccionó instintivamente. Los años se borraron y volvió a ser la joven de dieciocho años, desconcertada por la salvaje pasión que Nico despertaba en ella mientras la besaba en un páramo asolado por el viento. Su cuerpo reconoció su abrazo y un deseo abrasador le recorrió las venas. Entonces, tan súbitamente como había comenzado, Nico dio el beso por terminado. Alzó la cabeza y Sienna vio un brillo acerado en sus ojos que la enfureció al ver en ellos la satisfacción por la facilidad con la que le había hecho capitular.

Nico retiró los brazos y Sienna se dijo que debía abofetearlo, o al menos preguntarle por qué había mentido a su hermano y a su abuela. Pero cuando fue a hacerlo, él dio media vuelta hacia la puerta de salida.

–A posar para las fotos –recordó Nico a un perplejo Danny–. Sienna ¿te importa llevar a la abuela al coche? Nos veremos en la recepción.

Su arrogancia sacó a Sienna de sus casillas, pero por respeto a Iris, se tragó la ira.

–Domenico es tan mandón como su abuelo –dijo esta mientras Sienna la empujaba por la rampa de salida de la iglesia. Afortunadamente, el chófer la ayudó a subir al coche y la abuela no oyó a Sienna maldecir a su nieto entre dientes.

–No voy a la recepción –dijo a Iris–. No es verdad que Nico me haya invitado. Tengo que volver a Londres para preparar una reunión muy importante de trabajo.

Iris asintió con la cabeza.

–Rose me contó que tu empresa de cosmética orgánica es muy exitosa y que has ganado varios premios. Está muy orgullosa de ti.

Sienna sintió una punzada de culpabilidad por no visitar a su abuela más a menudo, pero el trabajo le dejaba poco tiempo para viajar a Yorkshire. Frunció el ceño al darse cuenta de que no se acordaba de cuándo había quedado a tomar algo con sus amigos por última vez. Y en cuanto a hombres…, no había tenido una cita desde hacía más de un año.

Solo tenía veintinueve años y de pronto sintió que estaba dejando pasar la vida. Le encantaba su trabajo, pero era consciente de que le faltaba algo. Amor, compañía, sexo. Del sexo apenas se acordaba, pero el beso de Nico había abierto una compuerta que llevaba tiempo cerrada.

Sienna salió sobresaltada de su ensimismamiento al darse cuenta de que Iris respiraba con dificultad y se llevaba la mano al pecho.

–¿No te encuentras bien? –preguntó Sienna preocupada.

–Es una angina de pecho –balbuceó Iris–. Creía que había metido la medicina en el bolso. Es un spray, pero no lo veo –cerró el bolso en el que estaba rebuscando–. Debe de estar en mi habitación.

–¿Quieres que llame a una ambulancia?

–No. Solo necesito la medicina. ¿Te importa venir conmigo a casa?

–Voy a buscar a Nico.

–¡No! –dijo Iris–. No quiero arruinar la boda.

No había tiempo que perder, así que Sienna rodeó el coche y se subió apresuradamente. El viaje por el pueblo solo llevó unos minutos. Cuando el chófer entró en el camino de acceso a Sethbury Hall, Sienna contuvo el aliento al ver la imponente casa en la que había vivido con Nico y en la que ella siempre se había sentido como una impostora: la hija del hostelero del pueblo que se casaba por encima de su nivel social.

La Cenicienta había encontrado a su príncipe, pero el cuento de hadas había acabado en un amargo divorcio.

El coche se detuvo bruscamente e Iris dijo con un hilo de voz:

–Corre a mi dormitorio, Sienna. El spray estará en la mesilla. ¡Date prisa, por favor!

Capítulo 2

 

 

 

 

 

NICO vio a su abuela en la galería, pero Sienna no la acompañaba. Salió a la terraza, pero tampoco allí encontró rastro de ella.

Inexplicablemente, le desilusionó que su exesposa no hubiera acompañado a Iris y le sorprendió que le hubiera desobedecido. Mientras estuvieron casados, Sienna siempre había querido agradarlo, sobre todo en la cama. En ocasiones, su actitud devota le había resultado irritante, pero entonces no era más que una esposa adolescente, encantadoramente tímida y dócil.

Frunció al recordar cómo Sienna le había dicho, al abandonarlo, que no la había valorado. Con el tiempo, había pensado que quizá tenía razón. Pero también él era entonces joven y cargaba con demasiadas responsabilidades. Sienna, embarazada y aterrorizada por su violento padre, era una de ellas.

Nico maldijo entre dientes, resistiéndose a dejarse llevar por la nostalgia. Al ver a Sienna en la iglesia creyó que estaba soñando. De pie, ante el altar, había rememorado su propia boda, diez años antes. Recordaba el pánico que había sentido, la sensación de estar atrapado. Había mirado por encima del hombro hacia la puerta en busca de una escapatoria, pero en ese momento Sienna entró en la iglesia. Estaba preciosa vestida de novia; sujetaba el ramo sobre su estómago apenas abultado y parecía tan nerviosa como él.

Fue entonces cuando supo que no podía abandonarlos a ella y a su hijo, y había ansiado que terminara el día para acostarse con ella. La pasión entre ellos era tan ardiente que cuando se perdió en su interior aquella noche pensó que no le importaba haberse casado con ella aunque fuera por deber. Sienna era exclusivamente suya y albergaba a su hijo. O al menos eso había creído entonces.

Nico se obligó a volver al presente y rechazó el jerez que le ofrecía un camarero. Subió las escaleras hacia las suites privadas para descansar un rato de sus funciones de padrino, entró en su salón y se sirvió una copa de coñac. Su garganta agradeció el calor y la suavidad del líquido ámbar. Miró al otro lado de la habitación y le sorprendió ver la puerta de su dormitorio abierta. Estaba seguro de haberla dejado cerrada por la mañana y el corazón le dio un salto al ver un sombrero con flores blancas sobre la cama.

–No dejas de sorprenderme, cara –musitó, entrando en el dormitorio justo en el momento que Sienna salía del cuarto de baño–. Primero te encuentro en la iglesia y ahora en mi dormitorio. Que conste que no me quejo –aseguró. Muy al contrario, un deseo ardiente como lava le recorrió las venas al ver a Sienna pasarse los dedos por el cabello en un gesto que siempre había encontrado irresistible.

Su cabello era del color cobrizo oscuro de un gran vino. De joven lo llevaba hasta la cintura, pero se lo había cortado a la altura de los hombros y enmarcaba a la perfección su rostro de piel de porcelana y sus grandes ojos grises.

–¿Tu dormitorio? –preguntó Sienna desconcertada–. ¿No era el de tus abuelos?