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Citas peligrosas Natalie Anderson Nadia Keenan tenía unas reglas en su página web acerca de qué hacer y qué evitar en una primera cita y, en caso de desconfiar del hombre, informar de ello en www.mujeralerta.com, por muy sexy que este fuera. Ethan Rush decidió poner sus reglas a prueba tras ser difamado en la página web de Nadia. Quería demostrarle que no era el tipo despreciable que describían en su blog. Y así comenzó la guerra de las citas. Como un imán Kate Hardy Cuando el diseñador de jardines Will Daynes y la estirada chica de ciudad Amanda Neave accedieron a intercambiar sus vidas para un programa de televisión, pronto descubrieron que eran como la noche y el día. Obviamente, ninguno se esperó la intensa atracción que surgió entre ellos, y Amanda no pudo resistirse a la tentación que para ella resultaba el guapísimo y solicitado soltero. Cláusula de amor Lauren Canan Debido a una escritura de doscientos años de antigüedad, Shea Hardin, encargada de un rancho de Texas, debía casarse con el rico propietario de la tierra, Alec Morreston, para salvar su hogar. Accedió y juró que aquel matrimonio lo sería solo sobre el papel. Pero había subestimado a aquel hombre.
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Seitenzahl: 520
Veröffentlichungsjahr: 2021
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.
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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 465 - marzo 2021
© 2011 Natalie Anderson
Citas peligrosas
Título original: Dating and Other Dangers
© 2007 Pamela Brooks
Como un imán
Título original: In the Gardener’s Bed
© 2015 Sarah Cannon
Cláusula de amor
Título original: Terms of a Texas Marriage
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2015
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-164-1
Créditos
Índice
Citas peligrosas
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Como un imán
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Epílogo
Cláusula de amor
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
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MujerAlerta:
¡No consientas que te usen de felpudo! ¿Estás harta de citas frustrantes? Consulta aquí la información acerca del hombre con el que vas a quedar, y no olvides repasar nuestros consejos para sobrevivir a la jungla de las citas.
MujerAlerta entrada#: ¡DonTresCitasySeAcabó!
CafeínaAdicta-publicado 15:49
Puede que Ethan Rush no salga con dos mujeres al mismo tiempo, pero acabará contigo con una táctica aún peor. Es sexy y lo sabe; y puede resultar encantador. Te llevará a un par de sitios lujosos, te encandilará y te proporcionará el mejor sexo que puedas imaginar. Pero casi de inmediato, te dirá adiós sin ningún tipo de explicación. Solo con una nota del tipo: «Ha sido divertido».
Para entonces, ya ha concertado la siguiente cita. No te esfuerces en atraparlo: tres citas y se acabó.
MinnieM-publicado 18:23
Yo también salí con él y tienes toda la razón. Te hace sentir maravillosamente y luego te deja echa un guiñapo. Es un manipulador.
Bella_262-publicado 21:38
A mí me llevó a un restaurante espectacular. Fue la noche más increíble de toda mi vida, pero para él… No sé, yo diría que solo le importa acumular conquistas. Me siento como una idiota.
CafeínaAdicta-publicado 07:31
Una vez consigue lo que quiere, desaparece. Te deja con la miel en la boca, y convencida de que hay tienes algo defectuoso.
MinnieM-publicado 09:46
Sigo sin saber por qué dejó de llamar. Pensaba que todo iba fenomenal y de pronto desapareció. Que me regalara flores no fue ningún consuelo.
CafeínaAdicta-publicado 10:22
¿A ti también te regaló flores? Estoy segura de que no somos las únicas. Pero tened claro que el problema lo tiene él, no nosotras. Hay que evitarlo como a la peste. ¡No dejéis que se salga con la suya!
Ethan sentía golpes de frío y de calor a medida que leía el enlaces que su hermana que le había mandado por correo, y que había abierto pensando que sería una broma.
Pero aquello no tenía nada de gracia.
Don Tres Citas y Se Acabó marcó un número de teléfono.
—Polly, te lo has inventado —dijo, en cuanto su hermana contestó.
—Desgraciadamente, no —dijo Polly.
—Eres la reina de Internet.
—Pero no uso a las mujeres —se defendió Polly.
—Ni yo las uso más que ellas a mí —tras una pausa, Ethan añadió—: Además, soy muy generoso —las llevaba a buenos restaurantes, se aseguraba de que lo pasaran bien.
—¿En qué sentido? —preguntó Polly—. Es verdad que no sales con ninguna mujer más de tres veces.
—¿Qué tiene eso de malo?
—Solo te interesa una cosa.
—No es verdad, ni siquiera me acuesto con todas —que le gustara la compañía de las mujeres no significaba que fuera promiscuo.
Ethan interpretó el silencio con el que Polly recibió sus palabras como un reproche. Indignado, volvió la mirada a los comentarios de algunas de sus citas.
—No puedes creerte todo lo que lees en Internet. ¿Dónde están las pruebas? —preguntó, irritado.
—Sé que lo de las flores es verdad.
Porque ella era la florista de cuyo negocio él era el mejor cliente.
—¿Y eso convierte todo lo demás en verdad?
Polly volvió a guardar silencio y Ethan se sintió herido.
—En cualquier caso, ¿quién abre una página web para que se desahoguen mujeres amargadas y retorcidas? —preguntó, indignado.
Quienquiera que fuera la mujer que la había diseñado, debía ser una bruja. Vistas las espantosas camisetas que vendía, estaba claro que quería obtener beneficios de mujeres vulnerables y vengativas.
—Olvídalo, Ethan. No debería habértelo mandado —Polly intentó cambiar de tema—. ¿Vendrás al bautizo? ¿Solo?
—Claro, así podré escoltar a mamá y protegerla de papá y de su última conquista.
Sin apartar la mirada del ordenador, Ethan leyó dos entradas más y sintió que le hervía la sangre.
—Esto es difamación. Puede que en Internet haya libertad de expresión, pero esto es injusto.
Además de peligroso. Un blog como aquel debía estar prohibido. Alguien tenía que hacer algo al respecto antes de que la vida y el trabajo de más de un hombre corriera peligro por culpa de su mala reputación online.
Ethan Rush jamás rechazaba un reto. Tendría que pasar a la acción.
Nadia miró la bandeja de entrada con los ojos enrojecidos. Había sido una estúpida quedándose hasta tarde para moderar el foro. Y peor aún había sido tener que abrir dos nuevas entradas a las tres de la madrugada. Su blog había crecido más de lo que había esperado, y aunque estaba encantada, se le hacía cada día más difícil el trabajo, y era este el que pagaba las facturas, además de proporcionarle el prestigio por el que tanto había luchado. Así que no podía permitirse cometer errores.
Cerró los ojos y tomó aire. Cuando estaba a punto de ir a la máquina para hacerse con una provisión de chucherías que le elevaran el nivel de azúcar, le sonó el teléfono.
—Nadia, hay un caballero en recepción que pregunta por ti —le informó Steffi, la recepcionista, en un tono inusualmente animado.
Nadia miró el calendario, pero no tenía apuntada ninguna cita.
—¿Seguro que es para mí?
—Sí. No le vale nadie más.
Nadia lo dudaba. Debía tratarse de alguien que aspiraba a un puesto en la aseguradora Hammond. Ella sabía bien lo difícil que era, puesto que había luchado como una gata salvaje para conseguir el trabajo.
—Es muy insistente. ¿Te lo mando?
—Está bien —accedió Nadia finalmente—. Mándalo a la sala número cinco. Dame tres minutos.
—Fenomenal —dijo Steffi como si le faltara el aliento.
—¿Stef, estás bien? —susurró Nadia, frunciendo el ceño.
—Sí, ¿por qué?
—Pareces agobiada.
—Qué va. Estoy perfectamente —dijo Steffi con una sonora carcajada.
Nadia colgó, convencida de que se trataba de un obstinado aspirante. Alegrándose de dejar el ordenador un rato, tomó una de las carpetas con información sobre las condiciones de empleo en la empresa antes de ir a la sala de reuniones.
Una vez se sentó, echó una ojeada a la documentación y se preparó para soltar el correspondiente discurso con una sonrisa de oreja a oreja acerca de las increíbles oportunidades que representaba trabajar en aquella prestigiosa compañía, a la vez que no daba demasiadas esperanzas al candidato. Hammond solo empleaba a los mejores, y el noventa y nueve por ciento de los que lo intentaban, fracasaban.
Alzó la mirada al tiempo que veía llegar a Steffi con una sonrisa tan luminosa que Nadia parpadeó. En tono animado, dijo a la persona que la seguía:
—Esta es la sala —y se echó a un lado.
Nadia vio al hombre en cuestión y tuvo que parpadear de nuevo. Varias veces. No tenía nada que ver con el joven graduado que esperaba. Siempre parecían listos y ansiosos por agradar, pero nunca presentaban aquella imagen de seguridad en sí mismos ni eran tan… adultos y masculinos. Con un traje cortado a medida y una sonrisa que se correspondía con su viril cuerpo, Nadia jamás había visto unas facciones tan perfectas en la vida real. No era de extrañar que Steffi se hubiera transformado en una abobada adolescente.
Nadia sintió que le faltaba aire y no consiguió sonreír o saludarlo. Pero la sonrisa del hombre desapareció en cuando Steffi se fue. Nadia sintió entonces un escalofrío y los sentidos se le aguzaron. Aquel hombre no estaba allí por un puesto de trabajo, y había algo en él bajo su inmaculada superficie que resultaba inquietante, algo que no estaba segura de querer identificar.
El hombre cerró la puerta cuidadosamente, sin dejar de mirar a Nadia, y preguntó:
—¿Usted es Nadia Keenan?
—Así es. ¿Le sorprende? —contestó ella, al tiempo que señalaba una silla frente a ella. Normalmente se ponía en pie, pero temía que le fallaran las piernas.
Nadia desvió la mirada a la pared opuesta y se concentró en bajar las pulsaciones. Dos de las paredes eran ventanales; y la tercera, que daba al pasillo, estaba acristalada, de manera que cualquiera que pasara podía verlos. No tenía sentido que se sintiera aislada, o que tuviera la impresión de que en la sala faltaba oxígeno, como no había justificación para los escalofríos que la recorrían. Y no precisamente de miedo. Tomó aire de nuevo.
—¿En qué puedo…?
—¿Cuál es la política de Hammond en relación al uso de Internet? —interrumpió él.
Nadia apretó los labios y deslizó a un lado la carpeta a la vez que intentaba poner en orden su mente.
—Supongo que es bastante conservadora —continuó él, sin esperar a que contestara—. Hammond lo es.
—¿Cuál es el objeto de su pregunta, señor…? —preguntó Nadia, evitando mirarlo.
—Rush. Ethan Rush —dijo él con si fuera el mismo James Bond—. ¿Reconoce mi nombre?
—¿Debería?
—Yo diría que sí.
Nadia no era capaz de pensar. Apenas podía respirar.
—Lo siento, señor Rush, pero va a tener que ser más claro.
—Pensaba que la habían puesto sobre aviso.
—¿Eso cree? —desconcertada, Nadia alzó la mirada y vio en los ojos marrones de Rush un destello de dureza.
—Sí, en MujerAlerta. ¿Conoce ese blog, Nadia?
Nadia lo miró boquiabierta al tiempo que se le ponía la carne de gallina y cada célula de su cuerpo sufría una descarga de adrenalina. Dejó pasar un segundo y tomó la decisión de fingir que no sabía de qué hablaba. Si era necesario, lo negaría todo.
—¿Quería algo de mí, señor Rush?
—Sí, quería conocer la normativa de Hammond respecto al uso de Internet, y por lo visto, usted es la experta dentro del departamento de Recursos Humanos.
Aunque no se había movido, Rush pareció agrandarse y llenar la habitación con su apabullante energía.
—Dígame —añadió con sarcasmo—, ¿sabe su jefe que tiene el blog más malintencionado y difamatorio de la Red?
Nadia sintió la garganta atenazada.
—¿Qué cree que pasaría si sus jefes supieran de su afición? Dudo que le hiciera ningún bien, y más teniendo en cuenta que es la persona encargada de instruir a los empleados sobre el protocolo a seguir en Internet. No creo que sea la persona apropiada para dar consejos.
Nadia apretó los dientes, irritada con la calificación de «afición».
Rush sacó un papel del bolsillo y lo colocó sobre la mesa. Nadia miró de reojo el encabezamiento y alzó la mirada hacia él. No necesitaba leer más porque lo había escrito ella misma. Era el memorándum interno sobre acceso a Internet y el uso de los ordenadores, en el que se especificaba que tanto las redes sociales como los foros estaban prohibidos. Nadia había actualizado el borrador, que había sido aprobado por el departamento legal y sus supervisores.
—¿De dónde ha sacado eso?
¿Y cómo demonios había dado con ella?
—Resulta contradictorio que dé seminarios a sus empleados para que protejan su identidad y su reputación en la Red cuando en el ciberespacio es usted tan viperina.
—¿Qué es exactamente lo que quiere, señor Rush? —preguntó Nadia, con todos los músculos en tensión.
Habría querido huir, pero necesitaba saber qué era lo que aquel hombre pretendía. Así que, a pesar de que el corazón le latía acelerado, se obligó a calmarse. Jamás había utilizado a Hammond en sus foros ni pensaba hacerlo. Su trabajo le importaba demasiado.
—¿Usted qué cree, Nadia? ¿Qué puedo querer?
Nadia se encogió de hombros.
—No tengo ni idea. A no ser que quiera un empleo en Hammond, no tenemos nada de qué hablar.
Rush la observó, sonriendo. Apoyado en el respaldo, parecía a sus anchas. Y estaba espectacular con su arrogante y varonil actitud.
Nadia conocía bien ese tipo, y por eso mismo alertaba a las mujeres para que los evitaran. Demasiado guapo para su propio bien, un playboy caprichoso que probablemente salía con varias mujeres a la vez. Y estaba molesto. ¡Pobrecito!
Clavaba una mirada de fuego en ella, retándola a contestar. Pero Nadia no estaba dispuesta a dejarse avasallar.
—Puede que sea el doble que yo, pero no me intimida, así que puede llevarse su actitud amenazadora a otra parte.
—¿Amenazadora? —Rush dejó escapar una carcajada que cargó el aire de tensión—. No estoy aquí para amenazar, Nadia, sino para arrancarle una promesa.
Nadia se humedeció los resecos labios.
—Las entradas sobre mí son difamatorias —dijo él bruscamente.
—Ya sabe que la mejor defensa contra la difamación es la verdad —dijo Nadia con una sonrisa forzada.
—Así es.
—¿Quiere decir que nada de lo que está escrito es verdad?
—Exactamente.
—Demuéstrelo —dijo Nadia, encogiéndose de hombros.
—¿No debería ser al revés, Nadia? En un sistema libre y legal una persona es inocente hasta que no se demuestre lo contrario. Pero en el mundo que usted ha creado, es culpable hasta que se demuestre inocente. ¿Le parece lógico?
Nadia lo miró con fingida inocencia.
—Los hombres que se mencionan en mi blog son culpables.
—¿No cree que puede dar lugar a abusos? ¿No cree que una mujer pueda utilizarlo con deseos de venganza?
—¿Una mujer con deseos de venganza? Hombres como usted han creado ese estereotipo.
—¿Así que usted no es una mujer herida que busca retribución? ¿Por eso tiene ese blog?
Nadia se enfureció.
—Lo tengo para proporcionar información.
—¿Porque todos los hombres son unos bastardos?
—Información sobre cómo relacionarse con hombres en el mundo moderno —apuntó Nadia.
Pero aquella conversación no llevaría a nada. Él nunca lo comprendería. Era obvio que se sentía herido en su inflado ego.
—No tengo por qué justificarme ante usted.
—Se equivoca —Rush se inclinó hacia adelante—. Va a tener que justificar sus acciones ante muchas personas. ¿Por qué se esconde tras el anonimato? Sus jefes no saben lo que hace.
Nadia miró por la ventana. Claro que no lo sabían y, de averiguarlo, podría perder su trabajo.
—No engaño a nadie —dijo con firmeza—. Así que, ¿me quiere explicar qué hacemos aquí? Es evidente que usted sí ha hecho daño a alguien.
—¿Y no tengo derecho a réplica?
—Puede escribir una reclamación. Solo tiene que registrarse.
—¿Con una identidad falsa? —Rush negó con la cabeza—. Usted es quien debe asumir la responsabilidad de la página que ha creado, y confirmar la veracidad de lo que se escribe en ella para evitar perjudicar a la gente.
—¿En qué se ha visto perjudicado?
—La reputación es un valor incuantificable.
Nadia lo sabía bien.
—Entonces, ¿qué es lo que quiere?
Rush se reclinó en el respaldo pausadamente y bajó la mirada, mientras Nadia tenía que concentrase en desviar la suya de sus sensuales labios.
—Está bien. Tendré que demostrarlo —dijo él finalmente, mirándola.
—¿Y cómo pretende hacerlo? —preguntó Nadia, sin comprender por qué la voz le salía en un susurro.
—Tres citas —dijo él en el mismo tono.
—¿Perdón?
—Vamos a concertar tres citas. Usted es juez, jurado y verdugo, así que deberá juzgarme por mis actos. Le demostraré que lo que pone en su blog es mentira.
Nadia dejó escapar una risa nerviosa.
—No pienso quedar con usted.
—Entonces tendrá que llamar a sus abogados —dijo él, mirándola fijamente—. ¿Tiene mucho dinero, Nadia? Supongo que no gana demasiado en su posición.
—Los usuarios de mi blog firman una cláusula de exención por la que estoy liberada de la responsabilidad de lo que escriben.
—¡Qué apropiado! Aunque no sé si sería aceptada en un juicio —Rush sonrió con suficiencia—. Además, el juicio sería largo y dudo que le convenga perder tantos días de trabajo. Todo el mundo se enteraría, sus colegas de trabajo, su familia… —entornó los ojos inquisitivamente—. Nadie lo sabe, ¿verdad? —y fue por la yugular—. Querida, va a necesitar un buen abogado.
—¿Está dispuesto a invertir tanto dinero en esto? —preguntó Nadia con un nudo en el estómago. No podía estar hablando en serio.
—Tengo la suerte de ser abogado y de poder representarme a mí mismo.
Por supuesto que era abogado. Tenía todas las peores características de su gremio. Pero, una vez más, Nadia se negó a ser intimidada.
—No voy a retirar los comentarios que le afectan. Es un caso de libertad de expresión.
—No quiero que las quite. Quiero que las niegue.
—Para eso tendrá que contactar con las mujeres que las han escrito.
—Las entradas son anónimas.
—¿Y son tantas que no consigue identificarlas? —preguntó Nadia con fingida sorpresa antes de pasar al ataque—. Sea sincero, lo que quiere es una entrada en la que digan lo fabuloso que es en la cama.
—¿Se ofrece a acostarse conmigo para poder dar los detalles usted misma?
Nadia sintió que le ardían las mejillas… y el resto del cuerpo.
—Yo no necesito su aprobación para saber lo bueno que soy en la cama, Nadia. Lo que quiero es que ponga una nota en la que explique que no todo lo que se escribe en la página es objetivo. Aunque preferiría que cancelara el blog.
—Eso no va a pasar.
—¿Tan importante es para usted ser una harpía?
—Si poner sobre aviso a las mujeres sobre hombres como usted me convierte en una harpía, sí.
—¿Y cómo sabe que lo que escriben es cierto?
—¿Por qué iban a mentir? Son mujeres que han sufrido.
—¿Como usted?
Nadia se quedó paralizada por una fracción de segundo.
—En mi caso, no es algo personal.
—¿A quién pretende engañar?
Nadia intentó pensar en una escapatoria, pero supo que estaba acorralada.
—Está bien. ¿Tres citas? De acuerdo. Pero pagamos a medias.
Rush hizo que se sobrecogía, pero no pudo ocultar el brillo triunfal de su mirada.
—¡Qué vulgar!
—No quiero deberle nada, señor Rush. Ni que crea que estoy en deuda con usted por haberme invitado a una cena.
—De hecho, espero mucho más que eso, Nadia —Rush sonrió—. Y llámame Ethan.
Nadia se puso en pie y fue hacia la puerta. Él la imitó y ella fue consciente de que la miraba de arriba abajo y calculaba la altura de sus tacones.
—Las cosas más peligrosas tiene proporciones pequeñas —dijo en tensión.
Ethan le dedicó una sonrisa paternalista.
—También las más valiosas —dijo con dulzura.
Nadia no lo acompañó a la salida. Tenía la sangre en ebullición. ¡Desde luego que Rush se merecía estar en MujerAlerta! Debía haber destrozado cientos de corazones sin ni siquiera darse cuenta.
Pero no tocaría el suyo. Nunca. De ninguna manera.
MujerAlerta
Diez consejos básicos para sobrevivir en la jungla de las citas:
Lo que no debes hacer en la primera cita:
No bebas demasiado. El alcohol nubla la mente y tienes que poder tomar decisiones seguras y sensatas.
No seas abiertamente provocativa. Quieres una posible relación, no sexo de una noche.
No hables de tus exparejas, enfermedades o problemas de trabajo. Es deprimente.
No vayas al cine. Quieres conocer a la persona, no sentarte a su lado dos horas en silencio.
No estés ansiosa, relájate y sé tú misma.
Ethan, que leía el mensaje echado en el sofá, con el ordenador apoyado en el estómago, rio a carcajadas. ¡MaduraEscarmentada, el seudónimo de Nadia Keenan, tenía reglas estrictas! El blog estaba lleno de consejos y sugerencias, como si fuera una gran experta. Y Ethan lo dudaba.
Nadia necesitaba que un verdadero experto le diera un par de lecciones. Y él iba a hacerlo, utilizando sus propias armas. Al contrario que ella, su bufete trataba a los adultos como tales y no prohibía la actividad en Internet, siempre que no tuviera un impacto negativo en su negocio.
Si estaba furioso, no era por lo que pudieran pensar sus colegas, en caso de leer el blog, sino porque en él se violaban principios legales básicos. Aunque también había un elemento personal en ello, obviamente. La descripción del blog era demasiado parecida a la que él habría hecho de su padre, y se negaba a ser incluido en la misma categoría. Él no era ni cruel ni mentiroso. Una cosa era que le gustara jugar, pero siempre era sincero y trataba bien a las mujeres con las que salía. Aunque tenía que reconocer que, en el caso de Nadia Keenan, lo último que quería era tratarla bien.
Entró en una de las páginas para hacer blogs y pensó en cómo llamarlo. ChicosAvispados le pareció un buen nombre, y a continuación dio título a la primera entrada: Cómo tratar a una supuesta diva del chismorreo.
En la entrada con información sobre el blog, escribió:
Ethan Rush, al que MujerAlerta pretende desenmascarar como DonTresCitasySeAcabó, quiere que las mujeres recapaciten y que los hombres se enteren de la basura que se escribe en los blogs de relaciones. Chicos, este es vuestro espacio, donde encontraréis los consejos que necesitáis.
Riendo quedamente, empezó a escribir la primera entrada.
ChicosAvispados: Las comedias románticas son vuestras aliadas. De acuerdo a la autodenominada MaduraEscarmentada, ir al cine en la primera cita es un error. Pero se equivoca. El cine es un espacio seguro en el que hasta la reina de las nieves puede empezar a descongelarse, como la misma MaduraEscarmentada.
Para redondear el plan, podéis ir antes a tomar una pizza, ¡de las buenas, chicos, no de un servicio de entrega a domicilio! Tenéis que demostrar que estáis esforzándoos. Pero como sabéis bien, no hay nada peor que sentirse atrapado en un restaurante de lujo con una mujer aburrida, mientras esperas una hora a que lleguen dos hojas de lechuga y un solomillo del tamaño de una moneda en un plato gigantesco.
La pizza es una opción mejor. Luego, el cine proporciona un par de horas en las que relajarse y, al terminar, la película sirve como tema de conversación. Una vez que empiece a hablar, ya no parará. A las chicas les gusta hablar, así que deja que comparta sus ideas. Hay un principio inmutable: cuanto más le dejes compartir, más le gustarás. Así de sencillo.
Y si quieres dar el golpe final, remátala con un postre. Se derretirá como el pastel de chocolate que se tome, además de beneficiarte del baile de hormonas que habrá activado el final feliz.
Eso es lo que yo voy a hacer con MaduraEscarmentada.
Estad atentos para saber cómo rematar la faena en la segunda cita.
Ethan dio al botón de «publicar» antes de que le entraran dudas. Después de todo, ella había arruinado su reputación y no le importaba lo más mínimo. Aquel era el primer paso para restaurar su buena imagen.
Entró en MujerAlerta, se registró con su nombre y escribió un comentario en la entrada dedicada a él:
Ethan Rush: ¿Queréis conocer otro ángulo de esta historia? ¿Qué ha pasado con la verificación de los datos? No parece que en esta difamatoria página se le dé la menor importancia. ¿Aceptáis un reto? La mismísima MaduraEscarmentada ha aceptado salir con DonTresCitas para someterlo a un juicio justo. Ella jugará sus cartas y yo las mías. Cada uno de nosotros escribirá un informe y vosotras podréis decidir quién es el honesto y quién el manipulador. En definitiva, quién es el vencedor.
Acababa de lanzar el guante. Ya solo necesitaba algunos comentarios positivos para inclinar un poco la balanza. Afortunadamente, tenía suficientes amigos que lo conocían bien y sabrían que en todo aquello había un componente de humor. Puso el enlace en su red social, apagó el ordenador y cerró los ojos.
Y de pronto se dio cuenta de que era una locura. Lo que había pensado hacer era ir a por ella y exigirle que retirara las entradas de él y cerrara el blog, amenazarla con denunciarla.
Y aunque era cierto que la había amenazado, solo lo hizo porque se le pasó por la mente una idea mucho más sugerente. Antes de verla, había tenido la convicción de que MaduraEscarmentada era una mujer severa y poco atractiva: pero se había encontrado con un hada de preciosas facciones en una cara con forma de corazón y con el cabello suelto, levemente rizado en las puntas. En cuanto la vio, sus pensamientos cambiaron de rumbo.
Tendría que tener cuidado para no meterse en un lío. Solía ser amable y encantador, pero debía darle una lección. Nadia Keenan iba a morder el polvo.
Pero no utilizaría el sexo. Por mucho que fantaseara con ello y le tentara. Cuando fuera ella quien le implorara, se echaría atrás como un caballero. Y conseguiría que lo odiara aún más.
Ethan seguía asombrado del contraste que había entre su apariencia dulce y su actitud vengativa. ¿Quién la habría herido? Estaba seguro de que algún hombre le había roto el corazón.
Abrió de nuevo el ordenador, entró en MujerAlerta. Para vencer al enemigo había que conocer sus puntos débiles.
Nadia habría querido que Megan estuviera en casa, pero se había ido a Grecia a conocer a la familia de su novio, Sam.
Repasó las perchas a pesar de que sabía perfectamente lo que tenía, y que nada era apropiado para la ocasión. Tenía que superar a Ethan Rush, por mucho que le costara. Era guapo, inteligente y rico. Todo le resultaba fácil. Y ella estaba decidida a borrarle aquella sonrisa de soberbia de la cara. Pero, ¿cómo?
Tomó la bolsa que había dejado sobre la cama en el mismo instante en el que sonó el teléfono. ¡Era Megan!
—¿Qué me pongo para una cita a la que no quiero ir? —preguntó Nadia a bocajarro.
—¿Tienes una cita? —preguntó Megan, encantada—. ¿Por qué no quieres ir?
—Porque es con un cretino que me ha obligado a aceptarla.
—Nadie te obliga a ti a nada —dijo Megan, escéptica.
Apenas hacía diez horas, Nadia hubiera estado de acuerdo.
—Si no salgo con él me va a denunciar por difamación, además de desenmascararme como la mujer detrás de MujerAlerta.
—¿Habláis de él?
—Tiene su propia entrada: DonTresCitasySeAcabó. Es un conquistador en serie, de una arrogancia insoportable.
—¿Y te ha chantajeado para que le concedas una cita?
—Tres.
—Se ve que es bueno —dijo Megan con una risita.
—Está loco.
—No creo que llegue a denunciarte. ¿Por qué no dices a Hammond lo que haces? Solo le dedicas tus horas libres.
—No puedo arriesgarme.
Nadia no podía permitirse ese lujo. Y menos después de haber comprado un piso y haber conseguido un gran trabajo cuando nadie en su familia creía en sus posibilidades. No la habían creído capaz de acostumbrarse a vivir en una gran ciudad, pero ella les había demostrado que estaban equivocados.
—Estoy leyendo la entrada. Suena interesante —Megan suspiró profundamente—: Buen sexo. ¿Hace cuánto que no tienes buen sexo?
Nadia cerró el armario de un portazo. Megan bromeaba porque seguía de luna de miel con Sam y hacían el amor dos veces al día. Ella lo había hecho en los dos últimos años una vez, como mucho.
—Nadia —dijo Megan alarmada—. ¿Has leído lo que ha escrito?
Nadia sintió que se le helaba la sangre.
—Hasta ahora no había escrito nada —dijo, a la vez que iba al salón y encendía el ordenador de mesa—. Ha hecho públicas las citas —dijo con un gemido—. ¡Ahora lo sabrá todo el mundo!
Definitivamente, era una guerra y en ella solo habría un vencedor.
—Pero no sabrán que eres tú, recuerda que te ocultas tras un seudónimo —la tranquilizó Megan—. Hay un enlace a un blog. ¿Es suyo?
—Acaba de abrirlo; lo estoy leyendo —dijo Nadia a la vez que lo ojeaba y dejaba escapar un gruñido.
Megan rio.
—Estoy deseando ver cómo «remata la faena» en la segunda cita.
—Es un engreído. No va a rematar nada.
—¿No dices que es guapo? Debe serlo para estar tan seguro de sí mismo.
—Si te gustan los tipos grandes y varoniles, con un ego descomunal, supongo que lo es.
—Suena perfecto —bromeó Megan—. ¿Qué vas a ponerte?
Nadia reprimió un nuevo gemido. Sabía que Megan quería que lo pasara bien, pero ella no quería resultarle atractiva a Ethan. Necesitaba una armadura. Unos pitidos la interrumpieron.
—Tengo que dejarte —dijo Nadia—. Me ha entrado una llamada —apretó un botón—. ¿Dígame?
—Nadia.
¡Horror!
—Ethan —Nadia notó que se le ponía la carne de gallina y rehusó admitir otra sensación que se le asentaba en el vientre.
—¿Te va bien el miércoles? —preguntó él sin preámbulos.
Faltaban dos días. Nadia necesitaba más tiempo.
—Me temo que tengo planes —mintió. No pensaba ponérselo fácil.
—¿El jueves?
—De acuerdo.
—Podríamos ir al cine.
Nadia decidió aceptar la sugerencia. Había leído su blog y sabía cómo ganarle la mano.
—Muy bien —dijo sin el menor entusiasmo—. ¿Puedo elegir yo la película?
—Por supuesto.
Tras una pausa, Nadia preguntó:
—¿De dónde has sacado mi teléfono?
—De la misma forma que descubrí quién era la mujer detrás de MujerAlerta, por Internet.
—Pero está cifrada.
—Nunca lo bastante. Te recogeré en tu casa.
—¿Sabes dónde vivo? —eso era inquietante.
—Claro —Nadia percibió la sonrisa en el tono de Ethan—. En la esquina de las calles Amarga con Retorcida, ¿no?
—Es una lástima que no vayas a perderte.
—No tengo la menor intención de hacerlo —dijo Ethan con una voz aterciopelada que la hizo estremecer—. Mándame los detalles y te diré a qué hora paso por ti.
—¡Esperaré anhelante! —dijo ella, sarcástica.
Miró la pantalla. Lo peor era aquel «supuesta diva». Era un engreído bastardo. Iría de compras y encontraría algo con lo que se sintiera irresistible. Hasta el punto de que Ethan no pudiera aguantar. La mirada que le había dedicado en la oficina le había hecho saber que esa posibilidad existía. Igual que no podía negar que ella había respondido. Pero era capaz de controlarse a la vez que lo provocaba. Y cuando lo tuviera a punto, lo rechazaría. ¡Qué satisfactorio resultaría!
Conocía sus posibilidades. Sabía que tenía algo que intrigaba a los hombres. A muchos le gustaban las mujeres menudas. Así que enfatizaría su lado menudo y femenino.
Volvió al blog y releyó las entradas que hablaban sobre él. Si lo que decían era cierto, más tarde o más temprano, Ethan pasaría al ataque. Conquistar era en él tan natural como respirar. No le interesaban tanto las mujeres, como la seducción en sí. Era un depredador puro.
Para lograr su objetivo, ella tendría que convertirse en una presa apetecible.
Estaba decidida a ser la mujer que lo pusiera en su sitio.
Nadia encontró el vestido perfecto, etéreo y floreado, muy femenino. Lo acompañó con unas bailarinas para enfatizar la diferencia de altura. Se dejó el cabello suelto y eligió un chal y un bolso pequeño. Se maquilló levemente, con máscara y un lápiz de labios rosa pálido. Fresca, femenina e inocente, esa era la imagen que quería proyectar.
Tal y como esperaba, Rush llegó puntual. Con una sonrisa forzada, Nadia abrió la puerta, pero en cuanto lo vio, se le borró de los labios. Estaba tan guapo que resultaba irritante. Vestido con vaqueros y una camiseta blanca que destacaba sus musculosos brazos y anchos hombros, era el vivo retrato de la seducción. Y Nadia perdió el aplomo.
—¿Qué te parece si tomamos una pizza antes del cine? —preguntó con un brillo burlón en los ojos.
Nadia apretó los dientes.
—Es una buena idea, pero… —dijo, frunciendo el ceño como si lamentara contrariarlo—. La película a la que quiero ir empieza pronto —miró a Ethan con gesto inocente y mordisqueándose el labio—. ¿Te importa?
Ethan la miró detenidamente antes de contestar.
—No, claro que no. ¿Nos vamos?
—Entra un momento —dijo ella con una exagerada amabilidad—. Tengo que recoger mi chal.
—Gracias —dijo él, sorprendido.
Nadia lo miró de reojo y vio que estudiaba la sala. El apartamento tenía estilo y era acogedor, pero Ethan hacía que cualquier espacio resultara pequeño.
—Es muy bonito —comentó.
Nadia tomó el chal que había dejado en el brazo del sofá.
—¿Esperabas que viviera en un sitio cutre? —había puesto como salvapantallas en el ordenador una secuencia de fotografías de un divertido viaje con Megan a Francia.
Ethan sonrió al verlas.
—Aprendo rápido, Nadia, y sé que contigo debo esperar lo inesperado.
—¿De verdad?
—Así es —Ethan la miró—. Vayámonos.
Sintiendo una descarga de adrenalina, Nadia lo siguió al exterior y cerró con llave. Tras caminar una breve distancia, Ethan paró un taxi. A Nadia le desconcertó que no tuviera coche.
Al notar su vacilación, Ethan preguntó al tiempo que le abría la puerta:
—¿No te gustan los taxis?
Lo cierto era que Nadia habría preferido evitarse la incomodidad de ir sentada con él en la parte de atrás. Le resultaba demasiado íntimo e invocaba imágenes que prefería ignorar, como la de ellos dos besándose.
Se pegó a un extremo y cruzó las piernas a la vez que borraba esa idea de su mente. Ethan se sentó relajadamente, evitando invadir su espacio, pero sin dejar de mirarla, como si la retara a que lo mirara. Con un suspiro, Nadia terminó por ceder.
—Por cierto, estás preciosa —dijo él con dulzura.
—Gracias —dijo ella en tono apagado—. Tú también estás muy guapo, pero ya lo sabes.
—En la misma medida que tú sabes que, te pongas lo que te pongas, estás espectacular—dijo Ethan sonriendo—. ¿No te gusta oírlo?
Nadia puso los ojos en blanco.
—¿No te gustan los piropos? —preguntó Ethan, divertido.
—Los tuyos, no —dijo ella—. Todo esto es una farsa. No voy a creer nada de lo que digas porque sé que solo pretendes impresionarme para que diga que eres fantástico y que las mujeres que escriben sobre ti mienten.
—Al margen de las circunstancias, dudo que sea fácil impresionarte.
—¿Eso crees? —Nadia se apretó un poco más contra la puerta.
Nadia se tensó al sentir que Ethan le clavaba una mirada inquisitiva.
—Creo que vives de acuerdo a una lista de normas y reglas —dijo Ethan—. Como la que escribiste respecto a la primera cita. Tienes reglas para todo y quien no las cumple, se equivoca. No dejas espacio para el error humano.
—Eso no es verdad —Nadia consideraba que su vida estaba plagada de errores.
—¿No? —Ethan esbozó una sonrisa—. ¿Quieres decir que a veces no sigues tus propios consejos?
—Los pocos consejos que doy se basan en mi propia experiencia. Sería una idiota si repitiera mis errores.
Ethan asintió como si acabara de confirmarle algo.
—Por eso te has vuelto una cobarde.
Nadia sintió que le hervía la sangre.
—No soy cobarde, solo precavida.
—Pero también eres inteligente y capaz. Quizá deberías confiar más en ti misma.
—¡Por favor…! —dijo Nadia, asumiendo que los halagos formaban parte de su plan de conquista.
—Hablo en serio, deberías dejarte llevar por los instintos.
—¡Claro! —dijo Nadia con sorna—. Eso es lo que tú quieres; que las mujeres bajen las defensas para caer en tus brazos —sacudió la cabeza—. Por eso dedicas esas sonrisas seductoras, y piropeas y escuchas atentamente, para que las cerezas caigan en tu boca. ¡Es todo tan falso!
Ethan la miró boquiabierto por un segundo, pero reaccionó al instante.
—Está bien —carraspeó—. No voy a intentar impresionarte.
Lo cierto era que Ethan no necesitaba hacer nada para conseguirlo. Aparte de ser guapo y de tener una voz profunda y sensual, decía cosas interesantes. Nadia estaba segura de que era un abogado excepcional.
—Dime algo de la película que vamos a ver —dijo Ethan, volviendo a un tema neutro.
—Llevo años queriendo verla —dijo Nadia, ocultando una sonrisa de satisfacción por lo que consideraba una idea genial.
Cuando llegaron al cine independiente, les indicaron la sala más pequeña. Solo estaban ellos y otro espectador. Nadia había estudiado la cartelera hasta encontrar la peor película imaginable y después de cinco minutos, decidió que había acertado.
Era una película francesa con subtítulos, en ocasiones ilegibles, sobre las torturadas vidas de un artista, su mujer y su amante.
A los diez minutos, Nadia estaba desesperadamente aburrida y confió en que Ethan también. La película duraba tres horas. Confiaba en que la tortura sirviera al menos para darle un escarmiento.
¿Ethan estaba riendo? Lo miró de reojo. Parecía totalmente enfrascado en lo que veía. Ethan sonrió de nuevo como si fuera la película más divertida del mundo.
Para rematar el horror, la inexistente acción se vio interrumpida por una tórrida escena de sexo entre el artista y su amante. Nadia se quedó petrificada. Cerró los ojos, pero escuchar fue aún peor, porque le dio pie a inventar sus propias imágenes, y en todas ellas estaba Ethan.
Sintió un alivio inmenso cuando el artista volvió a pintar, pero solo le duró diez minutos, porque llegó otra escena de sexo, aún más explícita, con su mujer. En medio de los jadeos y gemidos, el estómago le hizo unos ruidos que se pudieron escuchar por encima de los continuos grititos orgásmicos.
Tosió para acallar el continuó rumor, mientras en la pantalla seguía la gimnasia sexual.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Ethan, inclinándose hacia ella.
—Perfectamente —masculló ella, mirándolo y viendo que la observaba con expresión socarrona.
Afortunadamente, la película llegó a su fin, pero Ethan resultó ser de los que se quedaban hasta que acababan los créditos. Solo cuando las luces se encendieron, se volvió a Nadia con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Ha sido tan buena como esperabas? —preguntó.
—Sí —mintió Nadia a la vez que lo precedía a la salida—. ¿Así que hablas francés? —¡cómo podía tener tan mala suerte!
—Mais oui, por supuesto —Ethan le abrió la puerta—. Es una pena que tú no, porque en la traducción se perdía mucho. Me ha parecido una película muy interesante. Vayamos a comer algo. Estoy seguro de que tienes tanta hambre como yo. Ya te has fastidiado a ti misma para molestarme a mí —dijo—. No lo hagas una segunda vez.
—De acuerdo.
—Fantástico —Ethan paró un taxi—. Esta vez elijo yo.
Se trataba de un restaurante francés. O mejor dicho, de una porción del paraíso en la Tierra. A lo largo de una pared había una vitrina llena de todo tipo de pasteles y tartas que casi le nublaron la vista a Nadia, además de hacerle la boca agua. Miró a su alrededor, y al ver que estaba lleno, asumió, desilusionada, que no encontrarían sitio.
—No vamos a conseguir mesa —dijo, quejumbrosa.
Ethan la miró desde su gran altura, como un capitán de barco con expresión serena en medio de la tormenta.
—Tenemos una mesa reservada.
Nadia sintió un inmenso alivio. Ethan le posó la mano en la parte baja de la espalda para que siguiera al maître, y ella sintió tal descarga eléctrica que se preguntó si no tendría un mecanismo para provocar ese efecto. El sobresalto le hizo cuestionarse si había tomado la decisión acertada.
Pero tenía el azúcar bajo y aquellos pasteles resultaban demasiado tentadores. Les lanzó una última ojeada antes de sentarse, y solo de verlos sintió que la cabeza le daba vueltas. Quizá le daría la oportunidad de demostrar que tenía buen apetito. ¿No encontraban eso sexy los hombres? ¿No resultaba seductor ver a una mujer relamiéndose? Si podía usar esa arma y hacerse más deseable, su victoria al rechazarlo sería aún más rotunda. Eso haría.
—¿Qué te apetece? —preguntó Ethan.
Nadia se planteó dar varias respuestas insinuantes, pero decidió mantenerse a un nivel más sutil.
—Voy a saltarme el plato principal y pasar a los postres. Si es posible, dos.
—Claro —dijo él con una luminosa sonrisa.
—¿Y tú? —preguntó ella, sonriendo a su vez.
—Tomaré algo salado.
Habían alcanzado una aparente tregua. Nadia se distrajo con la carta para evitar mirar a Ethan. Cuando lo hacía, se quedaba con la mente en blanco, y necesitaba mantenerse alerta.
—Tienen una gran selección de vinos —dijo él—. ¿Quieres?
—Por el momento no, pero tú pide lo que quieras.
El alcohol se le subía pronto a la cabeza, y ese era un error que no pensaba cometer. Esperó a que el sumiller se fuera para preguntar:
—¿Cómo has conseguido la mesa?
—He mandado un mensaje desde el cine.
A Nadia le irritó que hubiera asumido que aceptaría la invitación. Mientras esperaba a que el camarero sirviera la copa de Ethan, se dijo que debía mantenerse tranquila y actuar como una adulta. Mirando el líquido granate, dijo:
—Al final sí voy a tomar un poco. Gracias —una copa no la embriagaría. Además, estaba acalorada después de la película, de haber oído a Ethan hablar en francés y de haber entrado en un paraíso gastronómico.
—¿Te gusta? —le preguntó Ethan cuando probó el vino.
Era fabuloso, suave y reconfortante. Nadia se apoyó en el respaldo de la silla tras pedir, sintiéndose plenamente feliz al saber que pronto tendría ante sí un delicioso dulce.
—¿Te sientes mejor? —preguntó Ethan con gesto pícaro.
—Mucho mejor, gracias —Nadia suspiró. Él sonrió y ella sonrió para sí. Seguro que pensaba que con un poco de chocolate conseguiría derretirla. No sabía la sorpresa que lo esperaba.
—¿Lo pasaste bien anoche?
Nadia recordó a tiempo que le había dicho que iba a salir.
—Sí, estuve con unos amigos que no veía hacía mucho tiempo.
—Escribiste mucho en el blog —dijo él con una sonrisa maliciosa—. Pasas la mitad de la vida conectado.
Nadia dio otro sorbo al vino para bajar su termostato interno.
—Has estado fisgoneando.
—No hace falta fisgonear cuando escribes para ser leída.
—Tú también has estado muy activo —dijo Nadia, sacando finalmente el tema.
—¿Estás enfadada conmigo por haber hecho públicas nuestras citas?
—Enfadada, no. Sorprendida. Creía que querías proteger tu privacidad.
—Esto no tiene que ver solo contigo y conmigo, Nadia. ¿Qué sentido tendría mantenerlo entre nosotros?
—Sigo sin verle ningún sentido.
Ethan rio quedamente.
—En este momento, la comida tiene todo el sentido del mundo.
En ese instante llegó el camarero con sus platos. Dos postres para ella. Nadia probó uno de inmediato y se sintió en el cielo. Era puro éxtasis.
Ethan la observó sin tocar su comida.
—Deduzco que está bueno.
—¿Bueno? —dijo Nadia con incredulidad—. Mucho más que bueno. Es…
Ethan esperó sonriendo.
—Es indescriptible —concluyó Nadia.
No tenía que fingir para resultar sensual ante aquella delicia. Sin dejar de sonreír, Ethan se concentró en su plato y Nadia estaba demasiado abstraída en el suyo como para intentar mantener una conversación.
Fue comiéndolos alternativamente, sin lograr decidir cuál dejaría como último bocado. Pero eso no significaba que su actitud hacia Ethan se estuviera suavizando, ni que pensara que había sido muy astuto llevándola a aquel restaurante. No pensaba disfrutar de su compañía, ni del reto que Ethan representaba. Eso ni hablar.
—¿En qué estás pensando? —preguntó él finalmente—. Te has quedado muy callada.
Reanimada por la dosis de azúcar, Nadia contestó:
—Estoy pensando en lo que voy a escribir sobre esta cita.
Algo brilló en la mirada de Ethan. Dejó los cubiertos y alejó el plato de sí.
—¿Qué vas a escribir tú? —preguntó Nadia, tan dulce como sus postres—. Estoy ansiosa porque llegue nuestra próxima cita para ver como «rematas la faena».
—Yo también —dijo él, impertérrito.
—Pero seré yo quien elija dónde ir. Hoy eras tú quien quería ir al cine.
—Muy bien, ¿qué quieres hacer? —preguntó él con amabilidad.
—Quiero quedar de día —en un espacio abierto, donde se sintiera segura. No quería darle la patada hasta la tercera cita, así que tendría que medir bien sus pasos.
—¿Una cita de día? —Ethan se reclinó en el respaldo para dejar al camarero recoger los platos.
—¿Qué te parece el domingo por la tarde? —preguntó Nadia. Cuanto antes acabaran, mejor.
—Perfecto —Ethan rellenó las copas—. Estoy deseando pasar más tiempo contigo. Eres muy buena compañía.
Nadia contuvo la risa ante su disimulado sarcasmo. Alzó la copa y le retó:
—Creía que no ibas a intentar impresionarme.
—Supongo que es un hábito —Ethan se encogió de hombros sin dejar de sonreír.
—¿Siempre piropeas?
—Siempre —Ethan miró intensamente a Nadia—. Y a ti te parece mal.
—Solo si no eres sincero —dijo ella, reflexiva.
—Pero es que lo soy.
—¿Siempre? —Nadia dejó la copa y frunció el ceño.
—Así es.
—¿Seguro? ¿Nunca lo haces para que la otra persona se sienta bien?
—¿Eso te parece mal?
—No es honesto.
—Está bien —dijo Ethan inclinándose hacia ella—. ¿Quieres honestidad? Aquí la tienes: creo que estás preciosa con ese vestido, y todo esto sería mucho más sencillo si no te encontrara atractiva, pero, sinceramente, creo que estás…
—¿Qué?
—Indescriptible —dijo él—. Quizá deberías sentir lo que me haces. ¿Podrías soportar ese tipo de honestidad?
Y antes de darle tiempo a reaccionar, Ethan le tomó la mano y la posó en su pecho. Nadia pudo notar su calor y el rápido palpitar de su corazón. También pudo oírlo resonando en sus oídos. Su propia sangre bombeaba en sintonía. Y aún peor fue la sensación cálida y sensual que la embargó y que la preparaba para ser poseída.
Se quedó paralizada unos segundos hasta que recuperó la conciencia del entorno. Estaba casi tendida sobre la mesa de un restaurante de lujo, mirando fijamente los preciosos ojos marrones de un tipo que la mantenía hipnotizada. Sentía algo íntimo e intenso, algo…
Entonces recordó su regla: no ser abiertamente provocativa.
Y se recordó que las reglas estaban para cumplirse. Tragó saliva para recuperar la calma. Pero todo en Ethan era sexual. Era como un imán y lo sabía. Lo que desconocía era que ella iba a ser quien lo desarmara, la mujer que se le resistiera.
—¡Eres realmente bueno! —dijo, tiñendo su voz de frialdad al tiempo que liberaba su mano y apretaba el puño bajo la mesa—. Te gusta gustar, ¿verdad? Quizá por eso eres tan halagador. Con ello no las satisfaces a ellas, sino a ti mismo.
—Y tú eres fantástica inventando excusas —dijo él, con una mayor frialdad de la que ella había logrado imprimir a sus palabras—. En cambio a mí me importan los hechos, y me he documentado sobre ti.
—¿Qué hechos has descubierto? —preguntó Nadia, enfureciéndose.
—Tú misma los has escrito. Es fácil encontrar la información —Ethan se inclinó hacia a ella—. ¿A que la primera entrada en MujerAlerta se refería a Rafe Buxton?
Nadia evitó contestar tomando un sorbo de vino. Sentía la sangre en ebullición. ¿Cómo se atrevía a sacar un tema tan personal?
—¿A quién se le ocurre salir con un tipo como Rafe Buxton? —preguntó Ethan al tiempo que le rellenaba la copa.
—No pienso hablar de esto —dijo ella, airada—. Eres incapaz de sentir empatía. Solo quieres provocarme.
—No es verdad —dijo él en un tono irritantemente tranquilo—. Solo quiero entender de dónde viene tu rabia.
Nadia se limitó a mirarlo en tensión.
—¿Así que era un coleccionista de vírgenes? —preguntó Ethan.
Nadia estaba ciega de rabia. Y de vergüenza. Había sido una estúpida y no tenía el menor deseo de revivirlo. No iba a comentar su pasado sexual con semejante tiburón. No quería darle la menor información. Así que dio un gran trago al vino.
—Que tú primer hombre fuera un imbécil no debe empañar tu vida —añadió Ethan con un encogimiento de hombros.
Nadia no pudo aguantar más.
—Lo que no voy a consentir es que se salga con la suya. Abusa de jóvenes que están dando sus primeros pasos de libertad.
Rafe era profesor en la universidad y seducía a estudiantes ingenuas con su atractivo, su poder y su intelecto. Todo ello resultaba una fachada, tal y como ella había descubierto por sí misma.
—Todos cometemos errores. Forma parte del ser humano.
—Hay una diferencia entre cometer un error y que abusen de ti —y Rafe había abusado de ella y de muchas otras mujeres—. Nadie tiene derecho a destrozar las ilusiones ajenas.
—Pero todo el mundo tiene que enfrentarse a la realidad en algún momento.
—¿Crees que esa es la realidad? —dijo Nadia, indignada—. ¿No crees que exista el amor verdadero?
—¿Con final feliz? —Ethan negó con la cabeza—. No.
Su cinismo hirió a Nadia, aunque sabía que no debía sorprenderse. A pesar de todo, tenía que admitir que había algo de verdad en lo que decía.
—Quizá no a una edad tan temprana —accedió. Ella procedía de un pueblo pequeño y de una familia extremadamente protectora, lo que la había convertido en una víctima propiciatoria —. Yo no buscaba casarme. Pero podía haberme dado afecto y ternura en lugar de tratarme como a una más de sus conquistas.
No había sido más que un objeto. Para Rafe había sido un puro juego y una vez consiguió lo que quería, su virginidad, pasó a la siguiente virgen. La misma semana.
Megan.
Solo que ninguna de las dos sabía que la otra existiera. O que hubiera otras.
—¿Querías respeto?
—Y honestidad.
Megan y ella lo habían descubierto una noche, charlando en una fiesta, y se habían hecho amigas al instante. Era lo único positivo que había sacado de una situación humillante que había conducido a MujerAlerta.
—Así que la honestidad te parece importante —dijo Ethan con una nueva intensidad en la mirada.
—Es esencial.
Como la confianza. Sin la una ni la otra, no era posible tener una verdadera relación.
—Sin embargo, tú no eres honesta —dijo Ethan en tono acusador—. Te ocultas tras una página web, tras tu estatura, tras tus grandes ojos. Como si fueras un ser frágil que no tiene control sobre las circunstancias que la rodean.
Nadia miró a Ethan atónita. No tenía razón.
—Eso no es verdad —ella no soportaba a la gente que la considera débil por ser menuda. Y se pasaba la vida demostrando que no lo era—. Fui engañada, pero admito mi responsabilidad y mi estupidez.
—Por eso no vas a volver a ser estúpida y el blog es tu manera de demostrarlo.
Nadia bebió más vino para disimular lo alterada que estaba. Ethan hacía que sonara sencillo, pero no lo era. Tomó aire y el oxígeno intensificó el sabor del vino.
—Háblame del trabajo en Hammond. ¿Es tan interesante como dicen? —Ethan cambió de tema y, suavizando el tono. Nadia se dio cuenta de que estaba siguiendo su plan: «Deja que comparta sus ideas». ¿De verdad creía que animándola a hablar de sí misma iba a gustarle más? ¡Qué equivocado estaba!
—No está mal. ¿Y tu trabajo? ¿Te gusta?
Si conseguía que hablara, averiguaría sus debilidades y las utilizaría. ¿No eran esas las reglas de Ethan?
—No está mal —dijo él, repitiendo su respuesta.
Nadia lo miró y vio que la observaba con ojos refulgentes. Como en otras ocasiones, sintió que el espacio se empequeñecía. Se sentía flotar por el azúcar, el calor, el vino. No por la compañía. Sacudió la cabeza para despejar la mente. Ethan rompió la intensidad del instante llamando al camarero para que les llevara la cuenta.
—Es hora de que nos vayamos.
El recorrido en taxi fue menos tenso que el de la ida. Nadia seguía sintiendo el corazón de Ethan latir contra su mano, y el suyo palpitaba acelerado. Estaba ansiosa por rechazarlo cuando Ethan intentara darle un beso de despedida.
Él estaba callado y pensativo. Nadia se volvió a mirarlo y él le sonrió. Fue como recibir una ducha de agua fría. Lo miró de nuevo. El deseo y el calor que había visto en sus ojos habían desaparecido. Ni su vestido, ni su sonrisa, ni sus ojos habían causado el menor efecto. En aquel momento, parecía más divertido que fascinado por ella. Nadia se inclinó un poco hacia él aprovechando una curva, pero no pasó nada. Incluso notó que Ethan se separaba levemente de ella. ¿Qué pasaba? ¿Dónde estaba el «mejor sexo» del que hablaban otras mujeres?
Cuando el taxi se detuvo, Ethan bajó tras pagar. Al ver que Nadia lo miraba con sorpresa, dijo:
—Te acompaño a la puerta y me voy a casa caminando.
—No voy a invitarte a un café —dijo ella, ofendida por su impersonal amabilidad.
—Ni lo pretendo —dijo él con total indiferencia.
Nadia se enfureció al constatar que no tenía el menor interés en ella. ¿Cómo era posible, si se suponía que no había mujer a la que no intentara seducir? Ethan le posó la mano en la espalda en el camino de acceso a la casa, y Nadia se enfureció aún más al sentir de nuevo una descarga eléctrica con aquel leve tacto. Pero, afortunadamente, también sintió que, muy sutilmente, él le acariciaba con el pulgar.
Al instante, su enfado se transformó en satisfacción. Ethan no podía evitarlo y terminaría por hacer alguno de sus gestos de aproximación. Caminó lentamente, sonriendo para sí al imaginar el momento en el que lo rechazaría. Sería decidida pero coqueta, para que creyera que lo conseguiría en la segunda cita. Era realmente alto; en la penumbra podía percibir que la miraba y sonreía, pero también se dio cuenta de que su expresión no era tanto seductora como socarrona, y Nadia volvió a perder el aplomo.
—Gracias por una velada muy interesante —dijo él con ironía.
Efectivamente, parecía divertirse a su costa. No iba a intentar besarla ni nada parecido. Nada. Nadia se sintió súbitamente ofendida.
—Nos vemos el domingo —dijo él a modo de despedida.
Justo cuando iba a darse la vuelta, Nadia lo sujetó por la camisa, se puso de puntillas y apretó los labios contra los de él.
Ethan se quedó paralizado. No se separó, pero tampoco reaccionó. Así que Nadia le pasó la lengua por el labio inferior. Consiguió solo una mínima reacción. Entonces ella retrocedió, consciente de que había cometido un error.
—¿A qué ha venido eso? —preguntó él.
—Pura curiosidad —dijo ella con fingida indiferencia—. Quería saber si eras tan increíble como dicen.
—¿Y cuál es el veredicto? —preguntó él, aproximándose.
—Que no es para tanto.
—Creía que uno de tus consejos era no ser provocativa.
—¿Estás jugando con mis reglas?
—¿Y tú creías jugar con las mías? —Ethan se echó a reír—. Se ve que no tienes ni idea.
—No seas paternalista conmigo.
—Cariño, no puedes lanzarte y meterle la lengua en la garganta a un hombre.
Nadia estaba mortificada, pero ocultó su sentimiento de humillación tras la incredulidad.
—¿Pretendes darme consejos sobre cómo besar?
—Más bien una pequeña lección de seducción —Ethan dio un paso hacia ella—. Creo que la necesitas.
Nadia intentó apartarlo de sí, pero era como pretender mover una montaña. Sus dedos se asieron instintivamente a la tela de su camisa.
—Para empezar, Nadia, debes saber que menos es más.
—¿Ah, sí? —dijo ella, alzando la barbilla con gesto altanero.
Ethan se inclinó hacia ella y apoyó las manos en la pared que quedaba a su espalda.
—La expectación lo es todo, ¿no lo sabías? —le susurró al oído.
—Solo si la realidad es una desilusión —dijo ella con sarcasmo.
—Te equivocas —Ethan sonrió—. Hay que vivir cada instante —se inclinó aún más—. Es mucho más divertido —se detuvo con sus labios a unos milímetros de los de Nadia—. Empiezas con suaves y breves caricias.
Sus labios rozaron los de ella una sola vez. Cuando Nadia iba a protestar, lo repitió. Una y otra vez. No eran besos profundos y ansiosos, sino caricias sensuales que hicieron abrir los labios a Nadia sin tan siquiera ser consciente de que lo hacía. Y entonces, ya no pudo pensar, solo quería más. Y se acercó para conseguirlo.
Pero Ethan siguió besándola con delicadeza, retirándose cuando ella se aproximaba.
—No, no —dijo en tono de broma—. Sigues así hasta que ella te suplica.
Con una mano le acarició el cuello.
—Continúas tocando, acariciando, hasta que ella solo puede pensar que quiere más —puntuó cada palabra con un beso, salpicando su barbilla, sus mejillas, antes de volver a sus labios. Nadia, que tenía la mente en blanco tal y como él había anticipado, fue vagamente consciente de hasta qué punto llegaba su capacidad de seducción. Ethan resultaba hipnótico, le nublaba la mente, la imantaba hacia él. No sabía cómo reaccionar. No quería que parara, pero tampoco quería ser un juguete en sus manos. Y de pronto se dio cuenta de que él mismo le había dado la clave para seducirlo: con toques suaves y provocativos.
Estiró las manos y deslizó los dedos suavemente por su musculoso abdomen, luego abrió las palmas sobre sus pezones y los notó endurecerse. Entonces comenzó a besarlo, mordisqueando sus labios, presionando sus labios contra su mentón.
Se dio cuenta de que Ethan se había quedado paralizado. Mantenía una mano apoyada en la pared y con la otra le sujetaba la nuca, pero había dejado de besarla. Por un instante temió que fuera a rechazarla de nuevo. Pero entonces oyó que la respiración se le alteraba y el cuerpo se le agarrotaba; notó la tensión que le causaba el esfuerzo de contenerse.
Nadia sonrió y movió sus manos en círculos a la vez que continuaba besándolo, aunque torturarlo la torturara a ella.
Ethan puso fin a su venganza sujetándole las manos y retirándoselas tras la espalda. La súbita maniobra puso sus torsos en contacto. Nadia sintió una explosión de sensaciones e, instintivamente, se arqueó contra él. Ethan inclinó la cabeza y la besó apasionadamente. Nadia sintió el cuello estirársele hacia atrás con la fuerza de su empuje. Ethan le metió la lengua en la boca con movimientos profundos y acompasados. Nadia se la succionó y oyó gemir a Ethan, sintió cómo se cargaba de deseo. Con una fuerza increíble, él la alzó, apoyándola en la pared de manera que sus pechos, sus pelvis, sus bocas, quedaron a la misma altura.
En lugar de mecerse contra ella, presionó sus caderas con fuerza contra ella, clavándola y haciéndole sentir toda la longitud de su sexo. Nadia sentía los sentidos vivificados, clamando por un respiro al tiempo que pedían más. Más piel, más calor. Lo besó con tanta furia como él a ella, con rabia, sin contención. La fuerza de sus pasiones se retroalimentó, provocando una hoguera asfixiante, abrasadora. Nadia temblaba de deseo, se aferraba a Ethan como si quisiera acoplarse a él, pero como le mantenía las manos sujetas se asió a su boca y luego a sus piernas. Enlazó una de ellas a su cintura para abrirse más a él y, por un instante, al sentirlo aún más pegado, se sintió en el cielo. Pero Ethan separó su boca de la de ella bruscamente. Con la respiración jadeante, le asió las manos con tanta fuerza que le hizo daño.
—No pienso ponértelo tan fácil, cariño —dijo, respirando entrecortadamente.
Era una tortura. Era el paraíso. Con cada jadeo, el pecho de Ethan rozaba los endurecidos pezones de Nadia.
—Podría seguir adelante aquí y ahora, llevarte a la cama y terminar. Pero, ¿por qué iba a hacerlo? —Ethan estaba furioso—. Por la mañana, te habrías arrepentido. Te sentirías usada una vez más. Me etiquetarías como a un seductor. Cuando lo cierto es que has empezado tú. Y soy yo quien lo termina.
Nadia sentía todo su cuerpo palpitar. Lenta, dolorosamente, bajó la pierna. Estaba tan sensibilizada que notaba la sangre bombear por sus venas. Ethan la soltó y dio un paso atrás. Ella no podía mirarlo a los ojos, así que fijó la mirada en las manos de Ethan, apretadas en puños a ambos lados del cuerpo.
—No pienso aprovecharme de una mujer que ha bebido demasiado.
—Yo no he… —Nadia calló bruscamente.