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Elinor sabía que iba a resultarle difícil conservar la tranquilidad y actuar como una profesional mientras tuviera que atender a Jason Tenby, un hombre habituado a dar órdenes. Cuando Jason se vio herido y temporalmente ciego, Elinor decidió mantener en secreto su identidad. Mientras lo cuidaba, trataba de domar su corazón, pero no pudo evitar enamorarse de él. Jason dentro de poco podría verla… y la reconocería como la mujer a quien una vez consideró indebida para el matrimonio.
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Seitenzahl: 197
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1999 Lucy Gordon
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Corazón domado, n.º 1528 - diciembre 2020
Título original: Taming Jason
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-885-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Si te ha gustado este libro…
NO IBA a llorar. Aunque deseara hacerlo, no iba a llorar para que el odioso Jason Tenby no se enterara del daño que le había hecho.
Cindy Smith se tapó la boca con la mano para contener los sollozos. Desde el coche, veía el paisaje borroso a causa de las lágrimas. Cada vez se alejaba más del hombre al que amaba.
Jason Tenby estaba sentado a su lado, mirando a la carretera. No miró a Cindy ni una sola vez, y ella sabía que a él no le importaba que tuviera el corazón roto.
Cada músculo de su cuerpo reflejaba poder. Desde su rostro arrogante hasta las manos fuertes con las que agarraba el volante.
Para él, el control era muy importante. Estaba muy enfadado porque su hermano pequeño, Simon, había elegido a una chica corriente para casarse. Así que se encargó de destruir el compromiso. Y lo hizo con total eficacia.
Aunque tenía tan solo veintitantos años, su rostro denotaba autoridad. Su familia vivía en Tenby Manor desde hacía varias generaciones, controlando las fincas de los alrededores. Jason Tenby era el último dueño.
La chica que estaba a su lado no era del mismo estilo. Solo tenía dieciocho años, era de constitución delicada y su rostro reflejaba indefensión. Durante su corta experiencia de vida, había conocido la pobreza, pero no la maldad. Su primer enfrentamiento con una fuerza implacable la dejó destrozada.
–Llegaremos a la estación dentro de cinco minutos –dijo Jason–. Con tiempo de sobra para que tomes el tren.
–No tienes derecho a hacer esto –dijo ella enojada.
–Ya lo hemos hablado –dijo él con tono de aburrimiento e impaciencia–. No habría funcionado. Hazme caso, Simon no es el marido adecuado para ti.
–Porque él es un Tenby y mi madre solía limpiaros el suelo –dijo en tono amenazante.
–Mira, no…
–Decidiste romper nuestro compromiso en cuanto Simon nos presentó, ¿verdad?
–Sí, más o menos. Pero no hagas una tragedia de todo esto. Tienes dieciocho años. Tu corazón sanará pronto.
–¡Para ti es tan fácil! –gritó ella–. Tú das las órdenes y todo el mundo ha de obedecerte. Pero yo no te obedecí. No acepté tu dinero ni escuché tus razones sobre por qué no era la mujer adecuada…
–Solo intentaba…
–Así que como no pudiste hacer otra cosas, tú… –de repente perdió el control–. ¿Cómo pudiste hacerlo? –gimoteó–. ¿Cómo puedes ser tan cruel?
–Hemos llegado –dijo él deteniendo el coche–. No montes una escena. Ya sé lo que opinas de mí y no me importa.
–No te importa nada, solo deshacerte de mí.
–Sin duda estaré mucho más contento en cuanto te subas al tren.
Cuando llegó el tren, él metió la maleta y apremió a Cindy para que subiese.
–No llores, pequeña –dijo en tono amable–. E intenta no odiarme. Créeme, es lo mejor –cerró la puerta.
El jefe de estación tocó el silbato. Cindy abrió la ventana y se asomó para mirar a Jason fijamente.
–Pero te odio. Te odio porque pisoteas a la gente y no te preocupas por sus sentimientos. Te has deshecho de mí porque consideras que no soy lo suficientemente buena. Voy a demostrarte que estás equivocado. Volveré.
–No vuelvas –contestó él con dureza–. Mantente alejada de esta familia.
El tren comenzó a moverse.
–¿Has oído? –gritó ella–. Algún día volveré.
Él no contestó, pero se quedó mirándola hasta que el tren desapareció. Cindy creyó ver una expresión de sorpresa en su rostro.
Había jurado que regresaría. Pero solo por orgullo. ¿Cómo iba a regresar al sitio de donde la habían echado con tanta crueldad?
Pero ocurrió.
Seis años más tarde, la enfermera Elinor Lucinda Smith regresó a Tenby Manor. Era la última esperanza de su enemigo, Jason Tenby, que estaba ciego, lisiado y solo.
LA HABITACIÓN estaba a oscuras y en silencio. El hombre que estaba en la cama yacía inmerso en el negro silencio de la desesperación.
La enfermera Smith lo observó un instante y dijo:
–Buenas tardes, señor Tenby.
Silencio. Podía haber sido un muerto.
Llevaba los ojos vendados desde que tuvo el accidente en el que casi se muere. Elinor sabía que las lesiones eran muy graves. Le miró las manos. Esas manos grandes y crueles, como él mismo. Jason Tenby había demostrado su poder a todo aquel que desobedecía, pero en esos momentos estaba indefenso y a la merced de una mujer que lo consideraba su enemigo.
Elinor Smith tomó fuerza. Era enfermera y había jurado proteger a los enfermos y a los indefensos. Ese hombre reunía las dos condiciones. No importaba que él hubiera destruido su amor y la hubiera condenado a la soledad. Su trabajo era cuidar de él.
–No quiero más enfermeras –dijo el hombre.
–Lo sé. Me lo dijeron en la agencia.
–Las dos últimas huyeron.
–Quiere decir que se fueron indignadas.
Jason Tenby refunfuñó.
–¿También se ha enterado de eso?
–El jefe de la agencia me lo contó todo. Dijo que le parecía justo advertírmelo.
–Así que usted será la única culpable por no haberle hecho caso.
–Así es. Soy la única culpable.
–Me pregunto cuánto tardará en marcharse.
–Más de lo que se imagina –creía que lo mejor sería mantener la distancia con su paciente. Compadecerse de él solo serviría para hacerlo enfadar. Había llegado al límite de su paciencia y estaba a punto de sobrepasar la cordura.
Ella echó una ojeada a la habitación. Los muebles y la cama eran de roble. La alfombra y las cortinas eran marrones.
Era un dormitorio muy masculino. El hombre que vivía en aquella casa gastaba muy poco en cosas personales. Era un hombre duro. Un hombre desconsolado.
–¿Y cuál es su nombre? –preguntó él.
–Enfermera Smith.
–Me refiero a su nombre de pila.
–Creo que, de momento, será mejor que me llame enfermera Smith.
–No quiere que la tutee, ¿no?
–Así le resultará más fácil gritarme.
–Supongo que sí. Dígame cómo es.
–Llevo un uniforme blanco y unos zapatos negros.
Ella intuyó que él estaba intentando imaginarse su cuerpo.
–¡Eres de las buenas! –comentó.
–Estoy aquí para ayudarlo, señor Tenby. Eso es lo que importa. Quiero verlo en pie y caminando, como antes.
–¿Y cree que eso puede ocurrir? ¿Ha leído los informes? –preguntó él con tono amargo.
–Sí. El establo se prendió fuego. Usted fue a rescatar a un caballo y el tejado se desplomó encima suyo.
–El caballo ni siquiera estaba allí. Alguien ya lo había sacado.
–Es duro tener que pasar por todo eso para nada. Tuvo suerte de que no se hizo quemaduras graves.
–Sí, todo el mundo me dice que tuve mucha suerte –dijo él.
–En cierto modo, lo protegieron las vigas que le cayeron encima. Gracias a ellas, las quemaduras han sido superficiales y han cicatrizado. Igual que sus costillas. Tiene la espalda dañada y la vista, pero, con suerte, eso no durará mucho tiempo.
–Me habla igual que todo el mundo. Pero tampoco se lo cree.
Era cierto. Ella no creía que él pudiera recuperar la vista ni la movilidad. Pero él tenía que creerlo por si acaso había alguna posibilidad.
–Creo que puede conseguirlo si todos lo intentamos –dijo ella–. Y eso es lo que vamos a hacer.
Él se tapó las vendas de los ojos con las manos. Elinor notó que el hombre estaba algo revuelto en su interior.
–¡Márchese, por favor! –dijo con voz temblorosa–. Déjeme tranquilo.
–Por supuesto –ella cerró la puerta con fuerza para que él notara que se había marchado.
La señora Hadwick, el ama de llaves, la esperaba en el pasillo.
–Sus maletas están arriba –dijo–. Le mostraré el camino.
Elinor había decidido visitar a Jason antes de subir a su dormitorio. Siguió a la mujer por el pasillo y, de repente, se dio cuenta de dónde la llevaba.
–Esta habitación… –dijo ella.
–Es la mejor habitación de invitados –dijo la señora Hadwick y abrió la puerta–. Le subiré un té –y se marchó.
La habitación era enorme. En el centro tenía una cama con dosel. Había un tocador, una mesa, una silla y un cómodo sillón. Las ventanas tenían unas cortinas que llegaban hasta el suelo. Todo estaba igual que seis años antes, la última vez que ella durmió allí.
Hasta ese momento, había conseguido controlar los recuerdos, pero en aquella habitación no fue capaz de hacerlo.
Era como si Simon estuviese con ella, joven y guapo, lleno de amor y entusiasmo, como el primer día que la llevó a esa casa y la presentó como su futura esposa. Iba conduciendo su coche deportivo con un brazo alrededor de los hombros de ella. Atravesaron la avenida de robles y cuando vieron la casa, ella exclamó:
–Simon, nunca lo hubiera imaginado… ¿esa es tu casa?
–¿Cuál es el problema?
–Nunca había estado en un sitio como este. Me crié en una de esas casas destartaladas que hay a las afueras del pueblo. Mi madre trabajaba limpiando en la fábrica de tu padre.
Él soltó una carcajada.
–No, ¿de verdad? Cuéntame.
–Solía hacer el turno de mañana. Un día me llevó con ella. Estaba prohibido, pero si no me habría tenido que quedar sola en casa. Pero tu hermano me vio.
–¿Jason? ¿Quieres decir que ya lo conoces? ¿Crees que se acordará de ti?
–Yo tenía ocho años. No me reconocerá. Y prométeme que no se lo dirás.
–Lo prometo.
–Pon la mano sobre tu corazón. Oh, cariño, no tenía que habértelo contado.
–Querida, eso me hace mucho daño. Si no confías en mí, ¿en quién vas a confiar?
–Oh, no quería decir eso. De verdad. Claro que confío en ti, ¿pero no te das cuenta? No pertenezco a este sitio.
–Pero estamos hechos el uno para el otro –dijo muy serio.
Lo amaba desesperadamente.
Cuando se aproximaron a la casa vieron a un hombre en la entrada. Ella lo reconoció a pesar de que cuando lo vio en la fábrica solo era un adolescente. Era Jason Tenby.
Era moreno, alto y de complexión fuerte. Tenía la piel bronceada, como si pasase mucho tiempo al aire libre. Llevaba unos pantalones de montar y una chaqueta de lana. Estaba de pie en las escaleras y parecía un patriarca observando sus dominios.
–¿Cómo está, señorita Smith? –dijo con voz aguda. Ella tuvo la sensación de que el tono era burlón, como si se mofase de su apellido vulgar.
Le dio la mano para saludarlo. Él la agarró con fuerza, como transmitiéndole que él tenía el poder.
Ella recordaba muy bien su primera tarde en Tenby Manor. Era la primera vez que estaba en una casa en la que la gente se ponía elegante para cenar. Por lo menos, ella pudo estar a la altura de las circunstancias ya que tenía un vestido largo y unos pendientes de zafiro que le había regalado Simon. Estaba muy guapo con el traje de chaqueta y la corbata negra que llevaba. Pero, aunque lo mirara con buenos ojos, la figura de su hermano le hacía sombra.
Simon tenía veinte años, era de palabra fácil, delgado y de aspecto aniñado. Jason tenía veintiocho años, razonaba sus comentarios y tenía autoridad.
Simon la encandilaba. Jason la atemorizaba.
Se parecían ligeramente. Jason era de facciones duras, su boca y su barbilla dejaban ver que se impacientaba ante la gente que no estaba de acuerdo con él. Sin embargo, su boca también tenía algo que reflejaba humor, sensualidad y encanto. Cindy se ponía nerviosa cuando él la miraba, parecía que sus ojos se tragaban la luz para no dejar ver sus pensamientos.
Las paredes del comedor estaban decoradas con los retratos de los antepasados de la familia Tenby. Ella estaba segura de que no utilizaría los cubiertos adecuados o de que rompería alguna de las copas de cristal. Pero no le fue tan mal como esperaba. Jason conversó con ella de manera cordial, y no dio muestra alguna de haberla reconocido. Después de enseñarle la casa, se sentaron en la biblioteca.
–¿Y cómo conociste a mi hermano? –preguntó Jason y le tendió una copa de jerez.
–¿No te lo ha contado Simon?
–Me gustaría escuchar tu versión. Él tiende a… ¿adornar las cosas?
–Tiene mucha imaginación –dijo ella. Quizá a Jason no le gustaba que su hermano fuera así, pero a ella le encantaba.
–Mucha –repitió Jason sonriente. Ella también sonrió, y durante un instante hubo un momento de comprensión entre ambos.
–Yo estaba trabajando en una zapatería –dijo ella desafiante–. Y Simon entró a comprarse unos zapatos.
Estuvo dos horas y se marchó con cinco pares, según le dijo a Cindy esa misma noche, porque no podía dejar de mirarla.
–¿Has trabajado en alguna otra cosa? –preguntó Jason.
–Iba a estudiar para enfermera, pero mi madre se puso enferma y me quedé cuidándola hasta que murió.
–¿Y después no comenzaste tus estudios?
–Bueno, entonces conocí a Simon –dijo ella con una amplia sonrisa.
Miró a Jason y vio que él la miraba fijamente.
–¿En que trabaja tu padre? –preguntó él.
–Falleció hace diez años.
Joe Smith se cayó a una zanja cuando volvía borracho a casa, se quedó dormido en el agua y nunca más despertó. Ella imaginaba lo que pensaría de esa historia un hombre tan estricto como Jason.
Cindy vio que Jason fruncía el ceño mientras la escuchaba. De repente, él se acercó y dijo:
–Eres la hija de Brenda Smith. Al principio no quise creerlo…
Así que la había reconocido.
–Sí, así es.
–Y nos conocimos en la fábrica. ¡Bueno, bueno! ¿Un poco más de jerez?
Ella dio un sorbo y él preguntó de repente:
–¿Por qué has elegido ese vestido?
La pregunta pilló a Cindy desprevenida y ella contestó con sinceridad.
–Lo eligió Simon.
–Me lo suponía. Imagino que también lo pagaría él.
–Yo no se lo pedí…
–No digas nada más. Conozco a mi hermano. Ese vestido es demasiado moderno para ti.
–Pensé que sería el apropiado –balbuceó ella.
–Quieres decir que querías vestirte con elegancia para parecer lo que no eres. ¡Qué idea más ridícula! ¿A quién crees que vas a engañar?
Al ver que ella se sonrojaba, él añadió con un tono más suave:
–No te lo tomes tan a pecho. Soy un hombre sencillo, un hombre duro, y digo las cosas claras. Y hablando en plata, Simon y tú os equivocáis.
–No puedes decir eso si solo nos has visto una tarde.
–Podría decirlo en solo un minuto.
Por suerte, Simon entró en aquel momento. Jason no dijo nada más y Simon y ella se fueron a dar un paseo por el jardín.
–Sabe quién soy –dijo ella–. Me ha reconocido. No tiene gracia… –dijo cuando Simon soltó una carcajada.
–Lo siento, cariño. ¿Qué ha dicho?
–Ha dicho: «Eres la hija de Brenda Smith, no puedocreerlo». Oh, Simon ¿sabes lo que eso significa? Se dio cuenta en la cena y no dijo nada.
–¿Te ha dicho por qué se ha dado cuenta? –preguntó Simon con curiosidad.
–No. ¿Y qué más da? Se ha reído de mí todo el rato.
–Le gusta quedar por encima de todo el mundo. ¿Qué más te ha dicho?
–¿Te parece poco? Me desprecia porque no tengo un pasado honorable.
La risa de Simon resonaba aún en su cabeza. Qué joven tan encantador y qué generoso.
–¿A quién le importa el pasado?
Se llamaba Elinor Lucinda, pero Simon la llamaba Cindy, de Lucinda, pero también de…
–Cindy de Cenicienta –bromeó él–. Mi pequeña cenicienta –su pobreza le encantaba–. Me encanta regalarte cosas –le dijo aquella noche mientras paseaban bajo los árboles–. Voy a cubrirte de diamantes.
–Pero yo no quiero diamantes. Solo tu amor, cariño. Nada más que tu amor.
–También te lo daré. Atado con un gran lazo y junto a todo lo que pidas.
Llena de placer, apenas se percató de que habían llegado a la casa. Vio que Jason estaba junto a las escaleras y que había escuchado las extravagantes promesas de Simon. Como ella habló en voz baja, lo más seguro es que Jason no escuchase su respuesta.
Antes de que Jason se volviera, ella vio que su expresión era de enfado.
Jason nunca mencionó nada acerca de lo que había oído, pero dejó claro, en más de una ocasión, que Simon dependía económicamente de él. Simon lo confirmó.
–Heredé lo que me dejó mi padre, pero Jason me lo administrará hasta que yo cumpla veinticinco años –dijo encogiéndose de hombros–. ¿Y qué? ¿Cómo va a evitar que utilice mis tarjetas de crédito? Y cuando me gaste el dinero, ¿cómo va a negarse a pagar? Después de todo, es mi dinero. No te preocupes por eso.
Era su filosofía de vida. No había que preocuparse. Y en cierto modo, las cosas siempre le salían bien. Era fácil creer que siempre sería así, sobretodo porque ella estaba hechizada por él.
Cindy sabía que no era una casualidad que sus dormitorios estuvieran en los lados opuestos de la casa. Las precauciones de Jason eran innecesarias. La chica aún no se había ofrecido por completo al hombre que amaba, y como él respetaba sus deseos, ella lo amaba aún más. Pronto llegaría el día en que compartiesen sus cuerpos igual que compartían su alma y su corazón.
Así que la decisión de Jason de mantener a su hermano lejos de la cama de ella era un insulto. No podía haberle dicho más claro que la consideraba una persona interesada. Al menos se lo había oído decir cuando, por casualidad, halló a los dos hermanos conversando.
–Pequeño idiota. Ni se te ocurra acercarte a su cuarto… Lo último que quiero es que dejes embarazada a esa chica…
Cindy desapareció antes de que ellos la vieran. Le hubiera gustado desaparecer de Tenby Manor. Pero, gracias a su fuerza interior, decidió quedarse y luchar por su amor. Incluso contra Jason Tenby. Y sabía que era un gran adversario.
–¿Por qué no devuelves a Simon al mar? –le preguntó Jason en una ocasión–. Encontrarás otro pez más adecuado para ti.
–Nunca amaré a nadie más que a Simon.
–Entonces eres tonta.
–¿Y Simon? ¿Él también es tonto? –preguntó ella con más valor del que sentía.
–Sí, porque cree en la misma clase de amor que tú. Yo ya sé cómo se apasiona. Le encanta ser romántico, colocar a la chica en un pedestal, comprarle regalos, todo sin pedir nada a cambio.
Lo dijo con tanta ironía que a ella le entraron ganas de vengarse.
–No puedo imaginarme que tú no pidas nada a cambio.
–Entonces, se te da bien juzgar a las personas. El romanticismo está muy bien, pero soy yo el que después tiene que recoger los pedazos de corazón roto.
–Te equivocas. Entiendo que te preocupes por tu hermano, pero yo no voy a romperle el corazón…
–Solo su cuenta corriente, ¿no?
–Es un poco malvado pensar eso…
–Mira, he visto algunos de los regalos que te ha hecho… los ha comprado con el dinero que no tiene.
–No se lo he pedido.
–Seguro que no. No hace falta que lo hagas. Disfruta siendo espléndido. Bueno, yo también puedo ser generoso… con una finalidad –mencionó una cantidad de dinero.
–¿Estás intentando comprarme? –preguntó ella con rabia.
–Tómatelo como quieras. Es una buena oferta.
–¿Y mi autoestima? ¿Cómo voy a recuperarla?
–Es una buena estrategia, subiré un poco la oferta, pero no mucho.
–Aunque me ofrecieras el doble, no me interesa.
–No, no exageres. No voy a doblarla.
Se dio la vuelta furiosa, dispuesta a alejarse. Pero en el último momento decidió girarse para mirarlo a los ojos.
Cindy acostumbraba a levantarse temprano para ver el amanecer desde su ventana en la finca Tenby. Ese instante le hacía olvidar toda la tensión acumulada que estropeaba su estancia en aquel sitio maravilloso.
Aquella mañana vio a Jason montado en Damon, un semental negro. Simon lo había descrito como«una bestia feroz que intenta matar a todo aquel que se le acerca», pero Jason lo montaba como si fuera un poni.
Controlaba a la bestia sin esfuerzo y la camisa que llevaba hacía resaltar sus músculos.
«Cree que puede controlarlo todo», pensó ella, «las tierras, su hermano, el mundo entero. Pero no dejaré que me controle».
Un instante más tarde, él se detuvo bajo su ventana.
–¿Sabes montar? –gritó mirando hacia arriba.
–Yo… Sí –contestó ella.
–Bien. Te buscaré una montura.
Había cometido un gran error. Su madre trabajó una vez para un hombre que tenía un viejo poni. Él dejaba que la niña jugara con el animal, ella aprendió a ponerle la silla y lo montaba mientras deambulaba de un lado a otro. Pensaba que eso era montar a caballo.
Le dieron un caballo de verdad, de los que hay que montar con decisión. Ella no sabía cómo hacerlo.
Siempre se avergonzaría de lo que ocurrió después.
El caballo no la obedecía, iba por donde él quería y Cindy se sentía cada vez más humillada. Intentó dominar la situación, pero el caballo salió trotando hasta el riachuelo, se detuvo de golpe y Cindy acabó en el agua.
Jason la ayudó a salir.
–¿Por qué dijiste que sabías montar? –preguntó enfadado.
–Sé montar, pero no un animal como ese –insistió ella y se quitó la chaqueta empapada. Debajo llevaba un jersey blanco, que también estaba empapado.
–¿A qué te refieres con «un animal como ese»? –gritó él–. Es un caballo. Tiene cuatro patas y no tiene cuernos. Es para que lo monte un niño, siempre y cuando el niño sepa montar. ¿Dónde has aprendido? ¿En un caballito de madera?
–¡Basta! –gritó ella–. ¡Deja de intimidarme!
–¿Intimidarte, niña estúpida? Intento evitar que cometas el error más grande de tu vida –parecía que había perdido el control. La agarró de los hombros con fuerza–. Deja de pretender ser lo que no eres, ¿has oído? Vete de aquí. Simon no es el hombre adecuado para ti.
–Eso lo diré yo. Simon me quiere y yo lo quiero –él la sacudió con fuerza. Ella intentó soltarse pero no pudo.
–¿Qué sabes tú del amor?
Se miraron fijamente. Ambos estaban furiosos. Cindy era de naturaleza dulce y tranquila, pero, de repente, dejó de contenerse y demostró su ira. Se quedó sorprendida. Y su enemigo también. Podía verlo en sus ojos.
–¡Eh!
La voz de Simon los sorprendió. Jason masculló algo y la soltó. Simon se bajó del caballo, se quitó la chaqueta y se la puso a ella. Jason montó de nuevo y se alejó galopando y sin mirar atrás.
Aquella tarde, Simon grabó sus iniciales en el tronco de un roble, la besó y dijo:
–Podía haberle dado un puñetazo por sujetarte así. ¿Sabes que estabas casi desnuda?
Ella se sonrojó y se rio.
–No tienes que tener celos de tu hermano. Es el último hombre en el que me fijaría. No sé cómo puede gustarle a las mujeres.
–Jason sabe ser agradable, cuando quiere. Pero cuando quiere ser desagradable… ¡cuidado!