Cuando el amor no es un juego - Padre a la fuerza - Maureen Child - E-Book

Cuando el amor no es un juego - Padre a la fuerza E-Book

Maureen Child

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Beschreibung

Ómnibus Deseo 504 Cuando el amor no es un juego Cuando Jenny Marshall conoció a Mike Ryan creyó que había encontrado al hombre de su vida, pero cuando él se enteró de que era la sobrina de su competidor pensó que le estaba espiando. Jenny supuso que todo había terminado con Mike, hasta que consiguió un nuevo trabajo… ¡Y su jefe era él! Su empleada era una tentación a la que Mike no podía resistirse, aunque seguía sin poder confiar en ella. Y ahora estaba esperando un hijo suyo. Padre a la fuerza Reed Hudson, abogado matrimonialista, sabía que los finales felices no existían, pero la belleza pelirroja que entró en su despacho con una niña en brazos le puso a prueba. Lilah Strong tuvo que entregarle a la hija de su amiga fallecida a un hombre que se ganaba la vida rompiendo familias. Reed le pidió que se quedase para cuidar temporalmente de su sobrina. ¿Cómo terminaría la irresistible atracción que había entre ellos, en desastre o en una relación?

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Seitenzahl: 367

Veröffentlichungsjahr: 2022

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de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción

prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 504 - noviembre 2022

 

© 2016 Maureen Child

Cuando el amor no es un juego

Título original: A Baby for the Boss

 

© 2016 Maureen Child

Padre a la fuerza

Título original: The Baby Inheritance

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2017 y 2018

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta

edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto

de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con

personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o

situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por

Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas

con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de

Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos

los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-964-0

Índice

 

Créditos

Índice

 

Cuando el amor no es un juego

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Epílogo

 

Padre a la fuerza

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

 

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

–No confío en ella –Mike Ryan tamborileó las yemas de los dedos en el escritorio y miró a su hermano pequeño.

–Ya –dijo Sean riéndose–. Lo dejaste claro hace meses. Lo que no queda claro es por qué. Es una gran artista, cumple los plazos, es encantadora y siempre trae pasteles caseros para todos. Así que, ¿qué te parece si me cuentas qué te ha hecho Jenny Marshall para que estés tan en contra de ella?

Mike apretó los dientes y torció el gesto mientras dirigía la vista hacia la ventana de su despacho. Aunque estaban en el sur de California, los jardines tenían un aspecto algo deslucido en enero. El jardín trasero de la mansión victoriana que servía de sede para Celtic Knot Gaming tenía el césped seco y marrón, los árboles sin hojas y los parterres sin flores. El cielo estaba cargado de nubes grises y una brisa fría surgida del mar agitaba las ramas desnudas de los árboles. Pero mirar aquella vista desangelada era mejor que dibujar la imagen mental de Jenny Marshall. A pesar de su resistencia, su imagen le cruzaba la mente. Era muy pequeñita, solo medía un metro cincuenta y siete, pero aquel cuerpo diminuto estaba muy bien hecho. Tenía unas curvas que le hacían la boca agua a Mike cada vez que la veía… sobre todo desde que sabía cómo eran aquellas curvas al desnudo. Una razón más por la que intentaba evitar cruzarse con ella.

Tenía el pelo rubio y rizado con un corte que le llegaba a la altura de la mandíbula y unos ojos azules como el cielo cargados de mentiras… que una vez brillaron de pasión por él.

«Bueno, ya es suficiente», se dijo Mike con firmeza.

–Tengo mis razones –murmuró sin molestarse en volver a mirar a su hermano.

Sean no tenía ni idea de que Mike y Jenny se habían conocido mucho antes de que ella fuera contratada en Celtic Knot, y no había razón para que aquello cambiara.

–Muy bien –Sean dejó escapar un suspiro–. Siempre has sido un cabezota. En cualquier caso, da lo mismo. Brady, tú y yo ya habíamos decidido esto.

–Brady está en Irlanda.

–Sí, pero ¿no es increíble la tecnología? –añadió al instante Sean–. ¿Recuerdas la reunión que tuvimos por videoconferencia, en la que todos decidimos quién se encargaría de cada hotel?

–Lo recuerdo.

–Bien. Porque Jenny está ahora mismo en su despacho trabajando en los diseños para el hotel River Haunt –Sean miró a su hermano a los ojos–. Ya ha avanzado mucho. Si cambiamos de diseñadores a estas alturas, todo se retrasaría. Además, Jenny es buena. Se ha ganado este encargo.

Mike volvió a torcer el gesto y decidió dejar de discutir, porque no serviría de nada. Sean tenía razón: los planes ya estaban hechos. No podía cambiarlos ahora. Todos los artistas de la empresa habían recibido ya sus encargos de trabajo. La mayoría estaban terminando los gráficos para el próximo juego, que saldría al mercado en verano. Así que Jenny era la opción más lógica.

Aunque eso no significaba que le gustara.

Pero había plazos que cumplir y nadie lo sabía mejor que Mike. Él, su hermano y su amigo Brady Finn habían fundado aquella empresa de juegos cuando todavía estaban en la universidad. Su primer juego tuvo poca parte artística y mucho misterio y acción. Tuvo más éxito del que ninguno esperaba y, cuando se graduaron en la universidad, ya eran todos millonarios.

Reinvirtieron su dinero en la empresa que llamaron Celtic Knot y seis meses después lanzaron otro juego más sofisticado. Se construyeron una reputación en los juegos de acción basados en las antiguas leyendas y supersticiones irlandesas y tenían una buena base de admiradores.

Compraron aquella mansión victoriana en Long Beach, California, y contrataron a los mejores programadores informáticos y a los mejores artistas digitales y gráficos.

Habían ganado varios premios y tenían legiones de seguidores esperando el lanzamiento de su siguiente juego. Y ahora iban a crecer en otra dirección.

Iban a comprar tres hoteles para convertirlos en lugares perfectos para que los huéspedes desarrollaran allí un juego de rol. Cada hotel iba a reformarse siguiendo uno de sus juegos más vendidos. El primero, Fate Castle, estaba en Irlanda. La reforma acababa de terminar y el hotel abriría al público en marzo. El segundo, River Haunt, estaba en Nevada, en el río Colorado, esperando a que Mike se implicara y diera un impulso a las reformas.

Pero, ¿cómo diablos iba a hacer algo así trabajando codo con codo con Jenny Marshall? Era imposible. Pero no estaba preparado para explicarle todas las razones a Sean. Lo que haría sería hablar con Jenny. Convencerla para que se retirara del proyecto. Seguramente tenía tan pocas ganas de trabajar con Mike como él con ella. Si ella misma iba a hablar con Sean y pedía ser reemplazada no habría ningún problema. Mike le ofrecería un aumento. O una bonificación. Una mujer como ella se lanzaría sin dudarlo a agarrar aquella oportunidad.

–Mientras tanto –dijo Sean lo suficientemente alto como para devolver a Mike al momento presente–, sigo en conversaciones con la empresa de juguetes sobre la colección que nos proponen, basada en los personajes de nuestros juegos.

–¿Qué dicen los abogados? –preguntó Mike.

–Muchas cosas –reconoció Sean–. Y la mayoría no las entiendo. Creo que en la facultad de derecho les enseñan a hablar en otro idioma.

–Estoy de acuerdo. ¿Y qué sacaste en limpio?

Sean cruzó los tobillos.

–Que si suben la oferta para la licencia podría ser muy bueno para nosotros.

–No sé… ¿Juguetes?

–No son juguetes, son figuras de colección –corrigió Sean–. He llamado a Brady esta mañana y él está de acuerdo. Así que piénsalo, Mike. En la próxima convención podremos presentar no solo los juegos, sino también las figuras. Incluso podríamos probar con los juegos de mesa para la gente que no esté interesada en los videojuegos.

Mike se rio brevemente y se reclinó en la silla.

–No hay mucha gente que no esté interesada en los videojuegos.

–De acuerdo, es cierto. Pero estamos metiéndonos en el negocio de los hoteles dándole a la gente la oportunidad de vivir sus juegos favoritos. Podríamos dar otro paso más –Sean dio un palmada sobre el escritorio de Mike–. Podríamos financiar nuestras propias convenciones.

–¿Qué? –Mike se le quedó mirando, sorprendido.

Sean sonrió.

–Piensa en ello. Qué diablos, La convención del cómic empezó siendo algo muy pequeño y míralo ahora. Podríamos celebrar la convención de Celtic Knot, un evento centrado en nuestros juegos y productos. Podríamos hacer torneos con premio. Concursos de disfraces. Incluso podríamos ofrecer un contrato de trabajo para quien diseñe la mejor bestia para uno de nuestros juegos.

–¿Has ido a hacer surf esta mañana?

Sean se detuvo.

–¿Qué tiene eso que ver?

–El agua está muy fría, seguramente te haya congelado unas cuantas neuronas.

–Muy gracioso.

–¿No te parece que ya tenemos suficientes cosas por ahora? El último juego salió en diciembre y la secuela de Fate Castle estará a la venta en verano, por no mencionar el asunto de los hoteles.

–De acuerdo. Estamos ocupados –reconoció Sean–. Queremos seguir ocupados, así que debemos seguir pensando y expandiéndonos. Nuestro negocio está basado en nuestros seguidores. En lo conectados que se sienten con los escenarios que creamos. Si queremos darles más, ofrecerles otros modos de conexión para que se sientan parte del mundo que tanto les gusta, eso solo puede beneficiarnos.

Mike pensó en ello durante un instante. Podía ver el entusiasmo reflejado en el rostro de su hermano y supo que Sean tenía razón, al menos en parte. Si seguían construyendo su marca solidificarían su posición en el mercado. El hotel castillo de Irlanda ya tenía una lista de seis meses de espera y todavía no habían abierto. Y su hermano pequeño también acertaba en algo más.

–Hablaremos con Brady sobre tu idea de la convención… puede que sea un buen camino.

–Guay –Sean sonrió–. Qué momento. Tal vez debería llamar a un fotógrafo.

Mike se rio.

–De acuerdo, creo que es una buena idea. Estoy a favor de los muñecos de colección. Diles a los abogados que preparen la oferta de la empresa para la licencia y la firmaremos.

–Ya está hecho –afirmó Sean.

–Estás muy seguro de ti mismo, ¿verdad?

–La verdad es que sí.

Mike se estaba divirtiendo.

–Bien, pues también tienes razón sobre el otro asunto. Los concursos y los juegos de rol. A mucha gente le resulta difícil viajar hasta Irlanda. El terreno del hotel de Nevada no es lo suficientemente grande para hacer ningún tipo de torneo a escala real. Así que el hotel de Wyoming tendrá que ser el lugar elegido.

–Justo lo que yo pensaba –afirmó Sean–. Cuenta con ciento cincuenta acres, con lagos y bosques. Es perfecto para el plan que tengo en mente.

–Entonces viene muy bien que ese sea el hotel que está a tu cargo, ¿verdad? Así que deberías ir allí a supervisarlo en persona.

Sean resopló.

–Sí, claro. Estamos en enero, Mike. Allí hace muchísimo frío ahora y nieva –se estremeció–. No, gracias. Compramos la propiedad de Irlanda por Internet y funcionó muy bien.

–Ya, pero…

–He hablado con la agente inmobiliaria, le he pedido que haga vídeos de todo. Tú ocúpate de lo tuyo que yo me encargo de lo mío. No te preocupes, iré a echar un vistazo dentro de unos meses, antes de que entremos en la fase de diseño –Sean se levantó y miró a su hermano–. Pero todo eso puede esperar hasta el verano –sacudió la cabeza, se rio y se dirigió a la puerta–. Un surfista. En la nieve. Sí, claro, seguro.

Mike frunció el ceño al verle marchar. Brady estaba feliz trabajando y viviendo en Irlanda con su mujer y su hijo recién nacido. Sean estaba ocupado haciendo planes para ser un surfista megalómano. Así que quien tenía más problemas era Mike. Tardaría al menos seis meses en reformar el hotel de Nevada. Y como al parecer no había manera de sacarla del proyecto, eso significaba que tendría que pasar mucho tiempo con Jenny Marshall.

Una mujer que ya le había mentido una vez.

Sí. Aquello iba a ser estupendo.

 

 

Jenny Marshall se sirvió una copa de vino blanco y se sentó haciendo un esfuerzo para relajarse. Dobló las rodillas y se sentó sobre las piernas mirando por la ventana cómo los niños jugaban al baloncesto al otro lado de la calle. El dúplex que había alquilado era pequeño y antiguo, y estaba situado en una calle estrecha a pocas manzanas de la playa. El alquiler era caro, pero el sitio era acogedor y estaba cerca del trabajo. Allí podía ir a las fiestas del barrio y comprarles galletas de fin de curso a los niños que vivían en su misma calle. Allí se sentía conectada. Y para una mujer sola, aquello no tenía precio.

Le dio un sorbo a su copa y dirigió la vista hacia el jardín delantero, donde los árboles desnudos temblaban con el viento. El atardecer caía sobre el vecindario con un suave brillo lavanda y empezaron a encenderse las luces de las ventanas de los vecinos. Jenny seguía sin poder relajarse, pero no era de extrañar, teniendo en cuenta todo lo que tenía en la cabeza.

Tenía mucho en lo que pensar entre su trabajo para el próximo juego de Celtic Knot y los diseños para el hotel River Haunt. Le encantaba su trabajo y estaba agradecida por tenerlo. Sobre todo porque a uno de sus jefes lo que más le gustaría sería despedirla… o verla caer en un agujero negro y desaparecer.

Frunció el ceño y trató de ignorar la punzada de arrepentimiento que le atenazó el corazón. No le había resultado fácil trabajar con Mike Ryan los últimos meses. Cada vez que estaban en la misma habitación juntos sentía su hostilidad. El hombre tenía el corazón de piedra, era obstinado, irracional y… seguía siendo el hombre que la hacía estremecerse por dentro.

Alzó la copa de vino y brindó por su propia estupidez.

¿Acaso no había aprendido la lección hacía más de un año? La noche que se conocieron en Phoenix fue mágica, pura y sencillamente. Y como en los cuentos de hadas, la magia duró exactamente una noche. Luego el príncipe azul se convirtió en un ogro y los zapatos de cristal de Jenny se convirtieron otra vez en chanclas.

Todo había empezado muy bien. La noche anterior a la convención de juegos de Phoenix, Jenny había conocido a un hombre alto, guapísimo, con sonrisa pícara y los ojos tan azules como el cielo de verano. Se tomaron una copa juntos en el bar, luego cenaron, fueron a dar un paseo y finalmente terminaron en la habitación de hotel de Jenny. Nunca antes había hecho algo así, acostarse con un hombre al que apenas conocía. Pero aquella noche todo había sido diferente. Desde el momento que conoció a Mike sintió como si hubiera estado esperando por él toda la vida. Aunque ahora reconocía que se trataba de una idea ridícula. Pero aquella noche… Jenny permitió que el corazón le dirigiera la mente. Se dejó llevar por la oleada de atracción, por aquella punzada especial que solo había sentido con él. Y por la mañana, Jenny supo que había cometido un gran error.

Suspiró y apoyó la cabeza en el respaldo de la silla, cerró los ojos y regresó al momento en el que el suelo se abrió bajo sus pies. La mañana posterior a la mejor noche de su vida.

 

Mike la estrechó entre sus brazos y Jenny apoyó la cabeza en su pecho mientras escuchaba el fuerte latido de su corazón. Sentía el cuerpo lánguido y flojo tras una larga noche de amor. El amanecer se abría paso en el cielo con tonos rosa pálido y dorado y ella no tenía ningunas ganas de levantarse de la cama.

Aquello era algo impropio de ella, pensó sonriendo para sus adentros. No tenía aventuras de una noche, y menos con un desconocido. Pero no se arrepentía de nada. Desde el instante en que conoció a Mike sintió que le conocía de siempre. Ni siquiera sabía cómo se apellidaba, pero se sintió cercana a él desde el principio.

–Odio tener que moverme de aquí –dijo Mike–, pero tengo que estar temprano en la convención.

–Lo sé. Yo también –Jenny se acurrucó más contra él–. Mi tío necesita que ocupe su lugar. Él no llega hasta mañana, así que…

Mike le deslizó una mano por la espalda y ella sintió las yemas de sus dedos como pequeñas chispas sobre la piel.

–¿Sí? –preguntó Mike con tono indolente–. ¿Quién es tu tío?

–Hank Snyder –susurró Jenny hipnotizada por su tono de voz grave y la caricia de sus dedos–. Es el dueño de Snyder Arts.

Mike se quedó de pronto muy quieto. Dejó caer la mano y ella sintió un cambio repentino en el momento que estaban compartiendo. Luego hubo un cambio físico, porque Mike se incorporó en la cama y apartó a Jenny de su pecho.

Ella se lo quedó mirando asombrada.

–¿Qué pasa?

–¿Hank Snyder? –Mike se levantó de la cama y se la quedó mirando con un brillo oscuro en los ojos.

La neblina de la mente de Jenny comenzó a aclararse y una sensación fría se le formó en la boca del estómago. Se incorporó despacio y se subió las sábanas al pecho. Se pasó una mano por el pelo para apartarse los rubios rizos de los ojos y le miró confundida.

–¿Qué ocurre? ¿Conoces a mi tío?

Mike resopló.

–Guau. Eso ha estado muy bien. El tono de voz inocente. Un buen toque.

Completamente confundida ahora, Jenny sacudió la cabeza.

–¿Inocencia? ¿De qué estás hablando?

–Oh, déjalo ya –le espetó Mike cruzando la habitación para recoger su ropa–. Aunque tengo que decir que eres muy buena.

–¿Buena en qué? No entiendo nada de lo que dices.

–Sí, claro. Estás confusa –Mike asintió–. ¿Sabes qué? Anoche me tragué la actuación, pero que intentes mantenerla ahora cuando ya sé quién eres me está irritando mucho.

Jenny no tenía ni idea de por qué estaba tan enfadado, pero su propia ira empezaba a brotar como mecanismo de defensa. ¿Cómo podían haber pasado de hacer el amor a lanzarse cuchillos en un abrir y cerrar de ojos?

–¿Vas a decirme qué está pasando?

–Lo que no sé es cómo sabías que estaría anoche en el bar –Mike se puso la camisa blanca de manga larga y se la abrochó con una calma que nada tenía que ver con la furia que mostraban su voz y sus ojos.

–No lo sabía… qué diablos, ni siquiera sabía que yo iba a ir al bar anoche hasta que entré.

–Tu tío lo tenía todo planeado.

–¿Qué tiene que ver el tío Hank con nosotros?

Mike se rio, pero sin asomo de humor.

–Todo, cariño, y los dos lo sabemos. Snyder Arts ha estado intentando que incorporemos sus programas a nuestros juegos desde hace un año y medio –dirigió la mirada hacia el pecho de Jenny y luego alzó otra vez la vista–. Parece que el viejo Hank ha decidido por fin sacar la artillería pesada.

Cada palabra que decía Mike le resonó de forma extraña en la mente, hasta que por fin Jenny entendió lo que quería decir. De qué la acusaba. La furia llegó al punto de ebullición en su estómago. El corazón le latía con tanta fuerza que pensó que se iba a quedar sin aliento. Se levantó de la cama, prefería enfrentarse a su acusador de pie. Sostuvo la sábana contra su pecho como un escudo.

–¿Crees que mi tío me ha enviado aquí para que tuviera relaciones sexuales contigo? –Dios, apenas era capaz de pronunciar las palabras–. ¿Para que te convenciera para que utilizaras su programa de arte?

–Es un buen resumen –afirmó Mike.

A Jenny le ardía el cerebro. Se sentía insultada, furiosa y humillada. Las imágenes de la noche anterior le cruzaron por la mente como una película a cámara rápida. Vio a Mike encima de ella mirándola a los ojos reclamando su cuerpo con el suyo. Se vio a sí misma tomándolo a horcajadas muy dentro, y sintió el destello de placer, aquella sensación de plenitud que le provocaban sus caricias. Entonces la película de su mente acabó bruscamente y se vio allí, en la habitación iluminada por el sol, mirando a un desconocido que ahora conocía su cuerpo íntimamente pero no así su corazón ni su alma.

–¿Quién diablos te crees que eres? –le preguntó con voz temblorosa.

–Mike Ryan.

Jenny se estremeció al escuchar el nombre completo. Mike Ryan. Uno de los dueños de Celtic Knot. Conocía su trabajo, el arte y el diseño gráfico de cada uno de sus juegos. Hacía años que los admiraba y confiaba en trabajar algún día para ellos… algo que ya no sucedería. No solo Mike la consideraba una espía además de una zorra, sino que ella no se imaginaba trabajando para un hombre que tomaba decisiones rápidas sin pararse a pensar.

–Ajá –Mike asintió como si acabara de obtener la confirmación de sus sospechas–. Así que me conoces.

–Ahora sí –contestó ella–. Anoche no. No sabía quién eras cuando… –Jenny se pasó la mano por el pelo y trató de mantener la sábana con la otra. Pero era mejor no pensar en todo lo que habían hecho, porque podría cometer alguna estupidez, como sonrojarse.

–Y se supone que tengo que creerte –dijo Mike.

Jenny le miró con los ojos entornados.

–Parece que te basta con tus propias sospechas para hacerte una idea fija. Ya has decidido lo que soy, ¿por qué tendría que intentar discutir contigo sobre ello?

–¿Sabes qué? El papel de la inocente ultrajada no me resulta tan convincente como la seductora que conocí anoche.

Jenny contuvo el aliento y sintió cómo las llamas le ardían en el vientre.

–Eres un malnacido arrogante y engreído.

Mike alzó una de sus oscuras cejas y una sonrisa le asomó a la comisura de los labios.

–Ahora lo estás haciendo mejor. El ultraje parece casi real.

A Jenny le latía el corazón con tanta fuerza que creyó que se le iba a salir del pecho.

–Esto no es una actuación. Piénsalo. Yo no te seduje. Tú fuiste quien se acercó a mí en el bar. Nadie te obligó a meterte en mi cama. Creo recordar que te subiste a ella de buena gana. Pero no tengo que seguir escuchando tus insultos. Sal de mi habitación –Jenny señaló la puerta con el dedo índice.

Mike agarró la chaqueta negra que estaba colgada en el respaldo de una silla y se la puso.

–Sí, claro que me voy. No te preocupes. No me quedaría ni aunque me lo suplicaras –cruzó la habitación hasta la puerta, se detuvo antes de abrirla y se giró para mirarla–. Dile a tu tío que ha sido un buen intento, pero no ha funcionado. Celtic Knot no firmará ningún contrato con él por muchas sobrinas atractivas que ponga en mi cama.

Jenny agarró una copa de la bandeja del servicio de habitaciones que habían compartido la noche anterior y se la arrojó. Mike ya había salido por la puerta antes de que se estrellara contra la madera y cayera al suelo hecha añicos.

 

 

Jenny suspiró y le dio otro sorbo a su copa de vino. No había pensado en volver a ver siquiera a Mike Ryan, pero seis meses después su hermano, Sean, le ofreció un trabajo que sencillamente era demasiado bueno para dejarlo pasar. Valía la pena el riesgo de estar cerca de Mike todos los días a cambio de la oportunidad de trabajar en el tipo de arte que le encantaba. Y además, al estar en el mismo lugar que él todos los días le estaba diciendo en silencio a Mike Ryan que lo que le había hecho no le dolía. No la había destrozado. Por supuesto, era una gran mentira, pero él no tenía que saberlo. Trabajar en Celtic Knot era un sueño que solo se convertía en pesadilla ocasionalmente, cuando se veía obligada a tratar con Mike.

Aunque ahora la pesadilla sería de veinticuatro horas siete días a la semana durante los próximos meses. Sí, le emocionaba la idea de ser la artista que diseñara los murales del hotel River Haunt. Pero tener que trabajar todo el día con Mike iba a ser muy duro. Jenny sabía que él la quería fuera del proyecto, pero aquella era una gran oportunidad, y no podía darle la espalda. Y menos, se recordó a sí misma, porque ella no había hecho nada malo.

Era él quien tenía que disculparse por muchas cosas. Era él quien la había insultado y humillado para luego marcharse sin molestarse siquiera en escuchar su parte de la historia.

Entonces, ¿por qué tenía que ser ella quien pagara el pato?

Llamaron a la puerta con los nudillos, interrumpiéndole sus pensamientos. Jenny se dijo que si era un vendedor le compraría lo que fuera por gratitud.

Abrió la puerta y se quedó mirando los brillantes ojos azules de Mike Ryan. Sin esperar a ser invitado, él entró con decisión en su apartamento.

Sin tener otra opción que aceptar lo inevitable, Jenny cerró la puerta.

–Bueno, adelante –murmuró con sarcasmo–. Estás en tu casa.

Con el gesto adusto y los ojos del color de un lago congelado, Mike dijo:

–Tenemos que hablar.

Capítulo Dos

 

Mike se detuvo en medio del salón, se dio la vuelta y la miró. Jenny llevaba puesta una camiseta verde claro y unos vaqueros desteñidos con un agujero en la rodilla. Estaba descalza y tenía las uñas pintadas de rosa pálido. Los rubios rizos estaban despeinados y sus grandes ojos azules le miraban con recelo. Estaba muy guapa. Demasiado guapa, maldición, y eso era parte del problema.

Mike se metió las manos en los bolsillos para evitar la tentación de tocarla. Apartó la vista de ella haciendo un esfuerzo y miró a su alrededor. La casa de Jenny estaba ordenada y resultaba acogedora. Las sillas estaban tapizadas con tela de flores y el sofá con rayas amarillas y azules. Las paredes estaban pintadas de un verde pálido que recordaba a la primavera. En una de las paredes colgaban fotos y cuadros sin ningún orden aparente y en otra de las paredes había un mural.

Mike se lo quedó mirando. Estaba claro que lo había pintado la propia Jenny, y tuvo que admitir que fuera lo que fuera, la mujer también tenía un inmenso talento. El mural era una escena sacada de un cuento de hadas… o de una leyenda irlandesa. Un bosque despertándose bajo la luz del amanecer. La neblina cubría el paisaje con tenues volutas grises, la luz del sol se filtraba a través de los árboles para caer en dibujo moteado sobre el suelo cubierto de hojas. En la distancia se vislumbraba un prado cubierto de flores y en los enormes árboles había hadas de delicadas alas.

Maldición. Odiaba que fuera tan buena.

–¿Qué haces aquí, Mike? –le preguntó con tono cordial. Pero el brillo de sus ojos no era en absoluto amable.

Buena pregunta. Seguramente Mike no tendría que haber ido a su casa. No habían vuelto a estar solos desde aquella noche en Phoenix, pero se había quedado sin opciones. No podía decirle a Sean por qué trabajar con Jenny era un error. Que lo asparan si le confesaba a su hermano pequeño que se había dejado embaucar en una trampa.

Pero Jenny sabía que aquello no podía funcionar. Lo único que tenía que hacer era conseguir que le dijera a Sean que no quería el trabajo de diseñadora de arte del nuevo hotel.

–Quiero que te retires del proyecto del hotel. Los dos sabemos que trabajar juntos durante varios meses es una mala idea.

–Estoy de acuerdo –Jenny se cruzó de brazos, lo que le elevó los senos–. Tal vez eres tú quien debería dejarlo. Cambia el hotel con Sean. Dile a tu hermano que se ocupe de River Haunt y tú te encargas de Wyoming.

–No –Mike no estaba dispuesto a admitir la derrota. Todavía podía encontrar la manera de convencer a Jenny de que aquella era una situación imposible.

Ella se encogió de hombros y pasó por delante de Mike para acercarse a la ventana, dejando tras de sí un aroma a vainilla.

–Como ninguno de los dos está dispuesto a dejar este proyecto, supongo que ya hemos terminado –dijo Jenny dejándose caer en la silla y alzando su copa de vino para darle un sorbo.

–No hemos terminado para nada.

–Mike, tú no quieres trabajar conmigo ni yo contigo. Pero estamos obligados a hacerlo –Jenny volvió a encogerse de hombros–. Tendremos que aguantarnos.

–Inaceptable –Mike sacudió la cabeza y apartó la mirada de ella, porque la maldita luz de la lámpara hacía que le brillara el pelo como si fuera oro. Clavó entonces la mirada en el mural y luego se giró para mirarla de nuevo–. Es un trabajo muy bueno –dijo sin poder contenerse.

–Gracias –una expresión de sorpresa cruzó por el rostro de Jenny–. Por si acaso te lo estás preguntando, no robé la escena de ninguno de los juegos de Celtic Knot. Sé muy bien lo que piensas de mí.

–¿Y me culpas? –le espetó Mike. Luego se pasó la mano por el pelo. Aquella mujer tenía la habilidad de volverle loco. Saber que era una maldita mentirosa no había servido para librarle de la avalancha de deseo que sentía cada vez que pensaba en ella.

–Esa no es una pregunta justa –respondió Jenny–. Te hiciste una idea de mí en un instante y no quisiste escuchar otra parte que no fuera la tuya.

–¿Qué otra parte hay? –replicó él–. Diablos, tu tío es el dueño de Snyder Arts.

–Eso no significa que sea mi dueño, y jamás me habría pedido algo como lo que tú continúas sugiriendo –Jenny aspiró con fuerza el aire–. Sean nunca ha cuestionado mi integridad. ¿Tú mentirías y engañarías por tu familia?

–No, no lo haría –Mike había crecido conociendo perfectamente el daño que podían causar las mentiras. Siendo niño se prometió que evitaría las mentiras y a la gente embustera. Por eso no podía confiar en Jenny.

A ella le brillaron los ojos.

–Pero das por hecho que yo sí lo hice –se levantó de la silla y se acercó a Mike.

Maldición. Cuanto más se enfadaba más sexy se volvía. Tenía las mejillas sonrojadas y los azules ojos le brillaban de un modo peligroso.

La mayoría de las mujeres que conocía le daban la razón en todo, sonreían sumisas, coqueteaban descaradamente con él y se aseguraban en general de ser una compañía agradable. Pero Jenny no era así. Tenía su propia opinión y no le daba miedo compartirla, y eso era tan sexy como el modo en que le brillaban los ojos.

–Los dos sabemos lo que está pasando aquí, Jenny –arguyó Mike–. Aunque no quieras admitirlo, tu tío es el dueño de una empresa que desea más que nada tener un contrato con Celtic Knot. Me conociste «por casualidad», te acostaste conmigo, ¿y quieres que me crea que no estás compinchada con tu tío?

Jenny alzó las manos.

–No tiene sentido seguir hablando contigo. Piensa lo que quieras, es lo que has hecho desde el principio.

A Mike no le gustaban el engaño ni la mentira. Viejos recuerdos de su madre llorando y del rostro avergonzado de su padre surgieron en su mente.

–Fuiste tú quien se acercó a mí en el bar –le recordó Jenny–, no yo.

–Estabas muy guapa. Y sola –y en cierto modo parecía aislada, distante, como si llevara tanto tiempo sola que no esperara nada más de la vida. Mike observó intrigado cómo se bebía una única copa de vino durante casi una hora mientras los clientes del bar entraban y salían. Mientras el camarero intentaba ligar con ella y Jenny le ignoraba, como si no fuera consciente de su propio encanto.

Pero Mike sí lo era. Jenny tenía un aspecto delicado, lo que impulsaba a los hombres a querer protegerla. Era preciosa, lo que impulsaba a los hombres a querer verla sonreír para saber cómo le llegaba aquella sonrisa a los ojos. Y tenía muchas curvas en los lugares adecuados.

¿Cómo diablos podría haberse resistido?

Jenny se sonrojó ante el inesperado cumplido y Mike observó fascinado la mancha roja de sus mejillas. Ella apartó la vista al instante.

–Mira –dijo con tono frío y sereno–, el pasado ya no existe. Lo único que tenemos es el presente y el futuro –alzó la mirada hacia él–. No voy a dejar el proyecto del hotel, así que puedes tragar con ello o cambiar el hotel con Sean. Él me puso al frente del diseño de arte, no tú. Si tienes algún problema, habla con él.

–Ya lo hice –Mike se pasó una mano por el pelo y empezó a moverse para escapar del aroma de Jenny–. Pero no sabe lo que ocurrió en Phoenix, así que no lo entiende.

–Pues cuéntaselo –le espetó ella–. Si estás convencido de que soy una ladrona y una mentirosa, cuéntaselo para que me despida.

–No voy a contarle que me dejé utilizar por una mujer que parece más un hada de las que ella misma pinta que una maldita espía.

–Vaya. Ladrona y espía –murmuró Jenny–. Soy todo un caso, ¿eh?

–¿Por qué otra razón ibas a venir a trabajar para mi empresa sino porque eres una espía de tu tío? Lo único que se me ocurre es que sigues intentando utilizarme.

Quería que Jenny le convenciera de que estaba equivocado. Quería tener la certeza de que era realmente la mujer que le pareció que era cuando le conoció.

–Escúchame: acepté este trabajo a pesar de ti, no por ti. Sean me ofreció un gran puesto haciendo algo que se me da muy bien, ¿tendría que haberlo rechazado para no verte?

–No me lo creo. Pienso que aceptaste este trabajo por mí –Mike clavó la mirada en la suya–. Quieres volver a acostarte conmigo.

Jenny giró la cabeza como si le hubieran dado una bofetada. Tragó saliva y murmuró:

–Cómo se puede ser tan arrogante y tan creído… el sexo contigo no fue tan increíble, ¿sabes?

Él se rio brevemente.

–Ahora sé que estás mintiendo. Es increíble el talento que tienes para el engaño.

–Márchate –dijo Jenny con firmeza–. Vete de mi casa ahora mismo.

Mike sacudió la cabeza.

–Aquella noche fue algo increíble –aseguró–. Y sé que para ti también lo fue.

–Por favor.

Con el cuerpo ardiendo y los pensamientos discurriendo a toda velocidad, Mike se acercó a ella y la estrechó entre sus brazos.

–Si me lo pides con tanta amabilidad…

La besó y se hundió en su saber y su aroma. Mike no había vuelto a sentirse así de bien desde aquella apasionada noche en Phoenix. Jenny se revolvió a medias durante un segundo o dos, como si intentara negar lo que estaba pasando entre ellos.

Pero la vacilación desapareció al instante y le pasó las manos por el cuello, apretándose contra él. Mike dejó caer las manos por la curva de su trasero y las mantuvo allí, sosteniéndola con fuerza contra la erección latente por el deseo de estar dentro de ella. ¿Sabía lo que podría pasar cuando decidió ir allí? ¿Había intuido que no sería capaz de negarse a sí mismo la gloria de su cuerpo? Daba igual, se dijo mientras deslizaba la lengua en el calor de su boca. Lo único que importaba ahora era el momento. Sentirla cerca.

Ninguna otra mujer le había afectado así. Era como si su cerebro y el cuerpo estuvieran desconectados. Sabía que aquello era una mala idea, pero a su cuerpo le importaba un comino. Lo único que quería era tenerla. Una noche más dentro de ella, debajo de ella.

Mike apartó la boca de la suya y le puso los labios en el cuello para saborear su latido. El corazón de Jenny latía al unísono con el suyo.

–Mike –ella tragó saliva y se estremeció entre sus brazos cuando le mordisqueó la piel–. No deberíamos hacer esto…

–Sí, ya lo sé –le susurró él al cuello–. ¿Pero a ti te importa?

–No.

–Bien –Mike la estrechó con más fuerza y le apretó las caderas contra las suyas–. Me estás matando.

Jenny alzó la mirada hacia la suya y una sonrisa lenta y sensual le curvó los labios.

–El plan no es matarte.

–¿Es que hay un plan?

La sonrisa de Jenny se hizo más amplia cuando se inclinó para besarla.

–Oh, sí –susurró recorriéndole el cuello con los labios.

–Oh, sí –repitió Mike sosteniéndola con fuerza contra su erección mientras la levantaba del suelo–. Dormitorio. ¿Dónde está?

–Al final del pasillo –murmuró Jenny–. Date prisa.

Por suerte su casa era pequeña, así que no tardó mucho en llevarla al dormitorio. Estaba muy ordenado, como el resto de la casa.

Mike la dejó sobre el colchón y se puso encima de ella. Apoyó el peso en ambos codos a los lados de su cabeza y se inclinó para besarla. Jenny le acarició los brazos con las manos mientras su boca se fundía con la suya. Dios, qué bien sabía.

Mike le quitó rápidamente la camiseta y la tiró a una esquina de la habitación. Lo único que le separaba de lo que más deseaba era un sujetador de encaje blanco, y Mike no podía esperar. Le abrió el cierre y luego le deslizó los tirantes por los brazos. Clavó la vista en el festín que suponía Jenny Marshall. Gimió e inclinó la cabeza para tomarle con la boca uno de los duros pezones y luego el otro. Jenny le agarró el pelo y lo sostuvo contra ella mientras Mike se regocijaba en aquellos senos grandes y hermosos.

«No es suficiente», le gritó su cerebro. «Más. Quieres más».

Bajó la mano a la cremallera de sus vaqueros y se los quitó rápidamente con ayuda de Jenny, arrastrando las braguitas de encaje con ellos. Entonces la tuvo allí desnuda, deseosa, tan desesperada de deseo como estaba él, y Mike no pudo seguir esperando ni un segundo más.

–Demasiada ropa –murmuró Jenny deslizándole las manos por el pecho en frenética caricia mientras le desabrochaba los botones para quitarle la camisa.

Mike la ayudó y la camisa salió volando hacia atrás. Los dedos de Jenny se deslizaron entonces por su piel, y sintió cada roce de sus uñas como una llamarada.

Mike contuvo el aliento e hizo uso de todo el autocontrol que tenía, consciente de que no bastaría. Si no la hacía suya pronto le iba a estallar la cabeza. Pero Mike se contuvo. Había pasado mucho tiempo desde que la tuvo entre sus brazos, y quería saborear el momento.

Le deslizó las manos por el cuerpo, del seno al centro del cuerpo y vuelta hacia arriba. Exploró cada curva, cada línea, y con cada caricia que le entregaba ella intentaba atraerlo hacia sí con más fuerza. Arqueó y agitó las caderas cuando Mike le hundió una mano en el centro de su cuerpo y cubrió su calor.

–¡Mike! –Jenny echó la cabeza hacia atrás y apretó las caderas contra su contacto. Si no te quitas esos pantalones y vienes pronto a mí, yo… –aspiró con fuerza el aire y gimió al sentir el primer dedo dentro y luego el segundo–. ¡Mike, por favor!

Él siguió excitándola, llevándolos a ambos al borde del control y más allá. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano por no darle justo lo que ella quería. Lo que quería él también. Pero primero los atormentaría un rato a ambos. Había sido un año y medio muy largo.

Deslizó el pulgar por aquel pequeño núcleo de sensaciones y la deliberada caricia hizo que Jenny gritara su nombre. La tocó una y otra vez profundamente, por dentro, por fuera, a través de aquel sensible trozo de piel, hasta que Jenny gimió y susurró plegarias para alcanzar un alivio que Mike mantenía fuera de su alcance. Tenía los ojos vidriosos y se retorcía en busca de un clímax que él se negaba a darle todavía.

Pero entonces no pudo seguir soportándolo. Se apartó de ella, se puso de pie y se quitó el resto de la ropa con la mirada clavada en la suya mientras se desnudaba. Jenny se humedeció los labios y volvió a mover las caderas en silenciosa invitación antes de alzar los brazos para recibirle.

–Ya casi –murmuró Mike.

Ella gimió frustrada. Entonces Mike se arrodilló en el sueño y atrajo su cuerpo hacia el suyo. Cuando la tuvo lo bastante cerca cubrió su calor con la boca y sintió el golpe del éxtasis que se apoderó de ella. Jenny le sostuvo la cabeza mientras convulsionaba. La lengua de Mike la acarició y la saboreó mientras ella hacía explosión gritando su nombre una y otra vez como un mantra diseñado para prolongar el placer que la atravesaba.

Cuando se quedó inmóvil y jadeante, Mike se unió a ella en la cama y la estrechó entre sus brazos. Con una pierna cruzándole la cadera, Jenny le rozó la punta de la erección con su calor y Mike estuvo a punto de perderse por completo. Entonces ella deslizó una mano y agarró con los dedos su virilidad, acariciándole con pericia.

Él contuvo un gemido, cerró los ojos un instante y luego volvió a abrirlos para mirarla.

–Dime que tienes preservativos.

–Sí. Oh, sí. En el cajón de la cómoda –Jenny frotó su cuerpo contra el suyo–. Date prisa.

Mike no se paró a pensar por qué Jenny tenía preservativos. Ni en que hubiera invitado a su cama a otros hombres. Nada de aquello le importaba en ese instante. Agarró un preservativo, lo abrió y se cubrió con él. Luego volvió a mirar a la mujer que esperaba por él.

Era como una ninfa, parecía sacada de uno de los juegos de fantasía que diseñaba su empresa. El pelo rubio y rizado, los ojos azules y cálidos, el cuerpo lleno de curvas.

–Ahora, Mike. Te necesito dentro de mí ahora.

–Sí. Ahora –se deslizó en su calor con un único y largo embate.

El cuerpo de Jenny se curvó bajo el suyo y le pasó las piernas por la cintura para atraerlo hacia sí más profundamente. Mike la miró a los ojos, unos ojos que contenían lo que a él le parecían los misterios del universo, y tomó lo que ella le ofrecía sin apartar la vista. Agitó el cuerpo dentro del suyo una y otra vez creando un ritmo que ella se apresuró a seguir.

Entraron y salieron el uno del otro una y otra vez, arrastrándose cada vez más alto, más deprisa. Mike sintió su respiración jadeante, el frenético deslizar de sus uñas en la espalda. Se miraron a los ojos, impacientes ambos por lo que sabían que llegaba ahora.

–Mike –gimió ella jadeando.

Se le agarró a los hombros y se mantuvo allí mientras oleada tras oleada de sensación le atravesaba el cuerpo, haciéndola estremecerse violentamente entre sus brazos.

Mike vio cómo los ojos de Jenny brillaban con satisfacción unos segundos antes de que su propio cuerpo se astillara en mil pedazos con un placer salvaje que le dejó tembloroso y agotado. Se deslizaron entrelazados hacia el abismo cabalgando el relámpago del orgasmo. Y Mike se dejó arrastrar de buen grado hacia la oscuridad entre los brazos de la única mujer que no podía tener.

Capítulo Tres

 

El alba se abrió paso en la habitación y se quedó bastante rato estirando sus dedos dorados por la cama en la que Jenny yacía al lado de Mike. Llevaba más de un año pensando en él, deseando que las cosas hubieran sido de otra manera. Y ahora estaba allí, durmiendo en su cama, y ella sabía que cuando terminara de salir el sol su tiempo juntos habría terminado.