Cuentos y leyendas de Guatemala - Francisco Barnoya - E-Book

Cuentos y leyendas de Guatemala E-Book

Francisco Barnoya

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Beschreibung

En esta colección de historias que entrelazan la vida en los viejos barrios capitalinos y la riqueza de la tradición oral, el lector conocerá escenarios y personajes increíbles, quizás hasta terroríficos. Dentro de cada cuento o leyenda se pueden recuperar historias tan conocidas como El Sombrerón, La Llorona o La Siguanaba; y otras un poco menos escuchadas como La leyenda del Xocomil o La mariposa negra. "Vale decir —apuntaba la crítica sudamericana cuando apareció la primera edición— que en estas prosas artísticamente trabajadas, armoniosas, flexibles y cargadas de sugerencias, encontramos poesía pura". Cada uno de los 19 relatos dan muestra del firme aporte de Barnoya a la narrativa, ya que no han dejado de contribuir a la divulgación del costumbrismo guatemalteco desde que fueron publicados por primera vez.

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Seitenzahl: 153

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Ähnliche


Francisco Barnoya Gálvez

Autor

Barnoya Gálvez, Francisco

Ilustraciones

Roberto Gonzáles Goyri

Diseño de interiores y portada

Leo Barrera Barrios

Gerente de producción editorial

Daniel Caciá

Directora

Irene Piedrasanta

Tercera edición 2022

ISBN: 978-9929-562-66-0

© 2022 Adriana Zúguña de Barnoya y Ana Luisa Zúguña de Barnoya

© 2022 Editorial Piedrasanta

Gare de Creación, S. A.

5.ª calle 7-55 zona 1 Guatemala Ciudad.

PBX: (502) 2422-7676

5966-1372

www.piedrasanta.com

[email protected]

EditorialPiedraSanta

@editorialpiedrasanta

Prohibida la repoducción parcial o total de este libro por cualquier método (digital, fotográfico, fotomecánico), sin la autorización de Editorial Piedrasanta.

Barnoya Gálvez, Francisco. 1906 - 1975

Cuentos y leyendas de Guatemala.—

Guatemala: Piedrasanta, 2022.

186 p : il ; 19 cm

1. Literatura guatemalteca

2. Leyenda — Guatemala

3. Folklore — Guatemala I t.

398.2

B262

Índice

A guisa de prólogo | 5

Presentación| 7

La leyenda del Quetzal | 15

El Sombrerón |19

… Y el Pedro volvió a ser el mesmo d´iantes… | 27

La leyenda del caballo de Cortés | 35

El Cadejo | 45

La Usurpadora | 53

La leyenda del Xocomil | 63

La Llorona| 77

Dos episodios de la rara vida de José Cruz Zamora | 85

El nacimiento del maíz | 95

El carruaje de Sixto Pérez | 103

El santo del coronel Milpas Altas | 111

La púrpura del Quetzal | 119

La mariposa negra | 125

Confidencia que le hizo un indio bolo a otro indio | 133

El barco de La Tatuana | 141

La culebra degollada | 149

El tesoro de Juan No | 159

La Siguanaba | 165

Índice alfabético de palabras | 169

A guisa de prólogo

El cuento francés, que tan admirables cultivadores tuvo, sobre todo en la segunda mitad de la pasada cen-turia, y que Rubén Darío, imprimiéndole su sello genial, trasplantó al Mundo Americano, fue el género predilecto de la gran mayoría de los cuentistas pertenecientes a la generación del gran poeta.

De esa mágica florescencia nacieron frutos precio-sos, verdaderas joyas literarias, pero sin carácter ni sabor regional. Plantas de maceta, delicadas y bellas, pueden colocarse indistintamente en cualquier lugar y ser en to-dos un hermoso ornamento, pero nunca el exponente de la literatura genuina de un país. Sus argumentos son, por lo regular, extraños a nuestros climas espirituales, y París u otra ciudad europea, casi obligadamente, el esce-nario de la acción.

De un tiempo a esta parte, felizmente, se advierte un movimiento con rumbos contrarios. Surge y se impo-ne una literatura de refinado sabor local. En Guatemala, muy particularmente, y con éxito que nos enorgullece a los hijos de aquel país, esa iniciación se ofrece promiso-ra de un éxito completo. La conseja que oímos en la in-fancia, la leyenda que alienta en la memoria del pueblo,

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las tradiciones en que es rica nuestra historia, la fuente indígena, la fuente maya inagotable y maravillosa, son la veta de la que hoy se extrae oro de muchos quilates para servir como materia prima, en la novela y en el cuento, a los orfebres de la literatura guatemalteca.

A los varios y prestigiados nombres de los que ex-plotan esas fecundas minas, hay que agregar el del autor de este libro, Francisco Barnoya Gálvez. Hace años vive en Chile, en esta vigorosa nación del sur, afamada por sus frutos deliciosos. Por sus flores aromadas y policro-mas, por sus paisajes sorprendentes, por sus recuerdos épicos, por sus lindas mujeres y por sus hombres talento-sos, y aquí, en este campo propicio, evocando recuerdos, como un homenaje a la patria ausente y bien amada, se ha dedicado a escribir cuentos en que palpita el alma de la tierra del quetzal y del café.

Yo no pontifico de crítico, ni jamás lo he hecho. Tengo el buen criterio de comprender que adolezco de autoridad y facultades para ejercer tan delicado ministe-rio. En tal virtud, estas líneas —a guisa de prólogo— no significan un juicio literario; constituyen, simplemente, una impresión, y la que me han producido los cuentos que encierra este volumen que es por todo extremo fa-vorable. Barnoya Gálvez tiene las condiciones que se ne-cesitan para ser un buen escritor: imaginaciones, mane-ra de ver y apreciar las cosas, soltura en la pluma y una fina sensibilidad.

Máximo Soto Hall 1938

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Presentación

Por Francisco Albizúrez Palma

1. El autor y su producción

Permítaseme comenzar estas páginas con una evoca-ción afectiva. Era la Feria Municipal del libro: finalizaba el año 1974; en la caseta de la Editorial Piedrasanta, tranquila-mente sentado bajo la dulce mañana decembrina, Francisco Barnoya Gálvez —siempre atildado y gentil— autografiaba ejemplares de su libro Han de estar y estarán. Aproveché la oportunidad para precisar, de fuente directa, algunos datos sobre la producción literaria de nuestro autor y quedamos, como buenos chapines, en “vernos un día de estos”, para continuar la conversación. Ignorábamos que la muerte in-terpondría muy pronto su plazo fatal. Barnoya Gálvez na-ció en la ciudad de Guatemala el 13 de noviembre de 1910 y falleció, en la misma, el 20 de abril de 1975. Desde joven se dedicó a las letras, las cuales cultivaba a la par de sus estu-dios de derecho. Ejerció el periodismo, tanto en Guatemala como en Santiago de Chile, donde residió por largos años. Viajó a la capital chilena forzado por circunstancias polí-ticas, recién iniciado el gobierno del General Jorge Ubico.

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Desde 1957 ingresó en el servicio diplomático de su país, y así representó a Guatemala ante los gobiernos de Chile, Uruguay y Suiza.

Aparte del abundante número de publicaciones rea-lizadas en periódicos y revistas y de un estudio suyo in-serto en el volumen Folklore de Guatemala(1967), Barnoya Gálvez publicó los siguientes libros: Nabey Tokik(Santiago de Chile, 1937), compuesto de hai-kais y crónicas, Han de estar y estarán(Santiago de Chile, 1938); La Leyenda del Ñanduti(Santiago de Chile, 1939); Zipacná(Santiago de Chile, 1939); Fray Ignacio Barnoya, prócer ignorado (Guatemala, 1967), obra de estudio histórico; Genealogía de la familia Verdugo(Guatemala, 1969).

Ateniéndonos al transcurso vital de Barnoya Gálvez, observamos que coincide con los escritores de la genera-ción de 1930, específicamente con el grupo Los Tepeus, aun cuando no formó parte de este, en el cual se integra-ron autores como Francisco Méndez, Augusto Meneses y Miguel Marsicovérte. De los Tepeus, tiene Barnoya la preocupación por crear obras literarias nutridas del cau-dal popular guatemalteco, en afán de edificar una litera-tura nacionalista. Con ellos comparte, asimismo, el ca-riño hacia lo nativo, específicamente hacia el indígena.

2. La obra

2.1 El cambio de título

La primera edición, hecha en Chile, apareció en 1938 con el título de Han de estar y estarán; luego, en 1961 se hizo otra edición en Guatemala, en una imprenta

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ya desaparecida. De las ediciones hechas por Editorial Piedrasanta, la primera se realizó en 1974, mientras que la segunda apareció en 1983, con nuevo título: Cuentos y leyendas de Guatemala.

La sustitución del título original tiene su razón de ser y una explicación.

Se trata, en realidad, de un intento de clarificar la índole de la obra. Se piensa que el nuevo nombre espe-cifíca el contenido del libro, mientras que el de Han de estar y estaránresulta muy general y no hace referencia a lo guatemalteco como materia fundamental. Es cierto que el nuevo nombre se asemeja bastante al de la célebre obra de Asturias: Leyendas de Guatemala. Esta semejanza no es casual: se busca que, a partir del nuevo nombre, se tenga un punto de comparación y referencia para anali-zar cómo dos autores saben sacar provecho, de diversa manera y con diferentes resultados, del venero inagota-ble de la tradición popular.

2.2 La índole de la obra

La índole de este libro fue definida con palabra pre-cisa por César Brañas, (El Imparcial, ciudad de Guatemala, 6 de junio de 1974):

Cuentos y leyendas de Guatemala, escritos con facilidad y amenidad, sin rebuscamientos ni excesos retóricos, sin expresiones de ruin vulgaridad, originales unos y frutos de acertada reelaboración otros —los puramen-te folklóricos—. En Cuentos y leyendas de Guatemalase

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siente al narrador que cuenta sucedidos, pinta paisa-jes y describe escenas con pericia de contador de cuen-tos, que así mueven la imaginación y despiertan dor-midas curiosidades por lo nuestro, por tanto de eso nuestro que se va perdiendo bajo las pesadas ruedas del estruendoso carro de la vida moderna, del progreso inexorable; como se pierden las selvas de la que fuera prolífica tierra guatemalteca y tanto de los valores, de las virtudes, de las ingenuidades de nuestro pueblo.

Luz Valle, por su parte, precisa: “la prosa amena de este libro, cuyo objeto principal es recopilar consejas y leyendas populares de Guatemala” (El Imparcial, ciudad de Guatemala, 27 de mayo de 1961).

Estamos, y según puede verse, ante una obra fun-damentalmente distinta a la de Asturias. Y de aquí de-riva, en parte, la utilización que de ella cabe hacer en los cursos escolares de Lengua y Literatura. En efecto, la idea es guiar para descubrir, gradualmente, dos estilos y dos tipos de estructuras orientadas por caminos diferen-tes. Barnoya, sencillo, directo, claro; Asturias, complejo, abundante en recursos retóricos, reinventor de las leyen-das de las cuales toma el asunto de su obra.

Asturias escribió unas leyendas cuyo propósito no consiste, primordialmente, en transmitir las historias re-cogidas de labios ancestrales. A nuestro Premio Nobel le movían su genial habilidad verbal, su imaginación fabu-losa, su fantasía fecunda. Bajo el ímpetu de estas fuerzas, Asturias crea unos relatos en los que importa, en pri-mer lugar, el paladeo lento de una prosa en la cual los

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elementos sonoros adquieren una función dominante. Las Leyendas de Asturiasson para ser leídas en voz alta, de manera que podamos sumirnos en el mundo mágico de unos textos donde la magia más importante no es aque-lla de los hechos relatados, sino la del idioma enriqueci-do, a la vez que explorado en todos sus registros, hasta llegar a un punto en donde nos olvidamos de la historia contada para deleitarnos en el placer sensorial de la pa-labra asturiana.

Si se orienta la apreciación de la obra de Asturias tal como se describió anteriormente, se tendrá una base para leer los relatos de Barnoya. Estos, con su sencillez y naturalidad, con su frescura y su claridad, introduci-rán al lector en el conocimiento de historias que, luego, encontrará reelaboradas en los relatos de Asturias; por otra parte, dará ocasión para efectuar análisis de estilo y de estructuras narrativas menos complicadas que los requeridos por las Leyendas de Asturias.

Se puede pensar en el libro de Barnoya Gálvez como un medio valioso para iniciar al estudiante de los prime-ros años de la educación media, —en ciertos casos, del último grado de la educación primaria— en la aprecia-ción de la obra literaria. Textos como los de este autor resultan asequibles y atrayentes para lectores que, colo-cados de pronto ante textos más complicados, se descon-ciertan y realizan la lectura sin placer, por la sola obliga-ción de hacerlo. El libro de Barnoya Gálvez constituye, pues, un auxiliar valioso para resolver ese conflicto de muchas personas: encontrar obras literarias cuyo estilo

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y cuyos contenidos estén al alcance de la preparación de los lectores.

Dicho esto, sobra insistir en la importancia de este libro para el lector guatemalteco, así como para el extran-jero deseoso de conocer mejor nuestra cultura.

Finalmente, no está de más señalar cómo el libro de Barnoya Gálvez ha resistido la prueba del tiempo: publi-cado por primera vez en 1938, reeditado veintitrés años después, ha merecido otras dos ediciones. La más recien-te (1974) se ha agotado en seis años, y esto es bastante para un medio como el nuestro. Esperamos que la fortu-na siga acompañando las narraciones de Barnoya y que surja la probabilidad de sacar a luz los textos inéditos de este prolífico autor.

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La leyenda del Quetzal

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La leyenda del Quetzal

Han de estar y estarán… —me dijo aquella tarde plácida e inefable, tarde de Guatemala, bañada de luz y de sol desfalleciente, la Andrea López, la china india que contándome cuentos me hizo entrar en las dulces regiones del ensueño. Hace de esto muchos años, ¡quién sabe cuántos!, había una ciudad que en nues-tra lengua se llamaba Kumarkaaj —que quiere decir “el lugar en donde nuestras cañas se marchitaron”—, y que era la misma que hoy se llama Guatemala. En ella había una flor que era muy buena y muy bella, como deben ser buenos y son bellos todos los niños, la cual quería mu-cho a su padre, que era un árbol muy hermoso, un Pino. Árbol mil veces sagrado porque en nuestras lengua maya se llama chaaj, que quiere decir “árbol a través del cual se escucha el murmullo de la voz de Dios”, y a su madre, santa y buena, como son todas las madres, que era la luz de una estrella, la luz de la estrella de la tarde…

La flor tenía muchas hermanas, que siempre esta-ban a su lado, rodeándola y agasajándola. Estas, como ella, también pertenecían a las flores que en Guatemala se llaman orquídeas.

Una tarde, como esta, la flor buena, pensando en sus padres y en sus hermanas, muy suavemente se dur-mió. Tuvo un sueño tan dulce y tan bello, como son dul-ces y bellos todos los sueños de los niños: se vio atraída con cariño maternal al regazo de Ixmucané, la abuelita,

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y tocada por las manos de Junapuh e Ixbalamqué, que la acariciaban dulcemente y que, de flor que era, la con-vertían en un símbolo admirable, en algo que encarnaba todo el arte y la gloria maya.

A la mañana siguiente la flor despertó y, en efecto, ya no era flor. Hallábase convertida en un bello pájaro que volaba muy alto. Y ese pájaro en el cual amaneció convertida, por buena, por espiritual, por delicada y por bella, es, mi muchachito, nada menos que el Quetzal. ¡El Quetzal! Fiero y bello, que sabe lo mismo morir por la libertad, como lo hizo sobre el pecho del cacique Tecún Umán, cuando este peleó cuerpo a cuerpo con el con-quistador don Pedro de Alvarado, como sabe ser dulce y bueno cuando profetiza días de luz, de esperanza y de grandeza para su tierra que hoy se llama Guatemala y que entonces se llamaba Kumarkaaj, que en nuestra me-lodiosa lengua maya quiere decir “el lugar en donde nues-tras cañas se marchitaron…”

“y me monto en un potro,

Pa´que me cuenten otro…”

La Andrea López me recostó en sus piernas, y con sus manos trigueñas —manos que tienen el color de mi tierra india— me acarició los bucles hasta que me que-dé dormido soñando con orquídeas, con estrellas y con pájaros.

¡Ese mismo día nació en mi cerebro un pájaro al cual he abierto hoy la jaula para echarlo a volar…!

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El Sombrerón

“… el Sombrerón o Duende es otra de las per-sonificaciones del Cachudo. Mide medio me-tro d´ialto. Usa un sombrero que no está en proporción con su estatura, al cual debe su nombre; y calza zapatos con tacón cubano, con los cuales hace un ruidito que es el que atrae a sus víctimas. Es muy buen jinete, pero, como es tan chico, monta a las yeguas en la nuca, y en las crines les hace, con sus mesmas manos, estribitos, que yo mesmo se los he vide a las yeguas después de que la ha montado. ¡Es seductor y enamorado em-pedernido! Entra a las piezas sin abrir las puertas y li´adivina a uno el pensamiento…”

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El Sombrerón

Hace de esto muchos años… ¡Quién sabe cuántos…! ¡Solo sé que Guatemala aun llamábase Santiago de los Caballeros de Goathemala…!

Cansado de recorrer en su brioso y negro corcel las Lomas de Aguacapa, que se hallan situadas en las tierras de Guazacapán y en el mismo sitio en que las aguas del Marialinda se juntan con las del que presta su nombre a las Lomas, el Sombrerón decidió regresar a la capital, que es el sitio en donde tiene el principal escenario de sus muchas fechorías. Como acostumbra hacerlo, hizo el viaje de noche; y la misma noche en que lo inició, por el hecho de no haber distancias para él, hizo su entrada al lugar en que había decidido ponerle término.

Serían las once de la noche cuando hizo su entrada triunfal por el camino del Guarda del Golfo, decidiendo detenerse por unos instantes en el mismo sitio en que se halla situada la ceiba que está frente a la Parroquia Vieja. Su objeto no era que la cabalgadura descansara, como cualquiera pudiera pensarlo, sino limpiar el polvo del camino que había ensuciado el charol de sus zapa-tos. Empeñado en esta poco elegante ocupación se en-contraba, cuando, al volver la vista hacia el lado izquier-do de la calle, sus ojos tropezaron con una casucha vieja, cuya portada iluminaba la luz mortecina de una can-dela de cebo que agonizaba dentro de un farol envuel-to en “papel China” colorado. No fueron la casucha y el

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farol quienes llamaron la atención de nuestro viajero, sino la luz de unos ojos que, cual luciérnagas perdidas en la noche, brillaban tras la reja del balcón de la casucha. Esos dos bellos ojos eran de Manuelita, la hija mayor de Candelaria, una pobre viuda que hacía los oficios de la-vandera del barrio, y que junto con su madre habitaba en ese mísero lugar.

El Sombrerón, que siempre ha ido galante, enamora-do y seductor empedernido, al no mas ver aquellos ojos, se enamoró de ellos y decidió hacer suya a su dueña. Inmediatamente concibió su plan y lo puso en práctica. Con ritmo dulce y cadencioso, como solo él sabe hacerlo, taconeó varias veces hasta que la música embrujadora