D. H. Lawrence en 90 minutos - Paul Strathern - E-Book

D. H. Lawrence en 90 minutos E-Book

Paul Strathern

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Beschreibung

La civilización occidental se ha impuesto de forma tan abrumadora que a veces necesitamos que nos recuerden a qué reemplazó. La voz de Lawrence nos habla de nuestros orígenes, de una libertad instintiva y gozosa que quizá poseyéramos alguna vez. Sus obras, de las mejores escritas en lengua inglesa, evocan una vida que hemos perdido. En ellas vislumbramos algo vivo, actualmente herido, que no obstante reconocemos en nosotros mismos. En "D. H. Lawrence en 90 minutos", Paul Strathern nos ofrece el relato conciso de un experto sobre la vida e ideas de Lawrence y explica su influencia sobre la literatura y la lucha de los hombres por entender su lugar en el mundo. El libro también incluye una selección de textos de las obras de Lawrence, una cronología de la vida y época del autor y una selección de lecturas recomendadas para quienes deseen seguir leyendo.

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Siglo XXI

Paul Strathern

D. H. Lawrence

en 90 minutos

Traducción: Sandra Chaparro Martínez

La civilización occidental se ha impuesto de forma tan abrumadora que a veces necesitamos que nos recuerden a qué reemplazó. La voz de Lawrence nos habla de nuestros orígenes, de una libertad instintiva y gozosa que quizá poseyéramos alguna vez. Sus obras, de las mejores escritas en lengua inglesa, evocan una vida que hemos perdido. En ellas vislumbramos algo vivo, actualmente herido que, no obstante, reconocemos en nosotros mismos.

En D. H. Lawrence en 90 minutos, Paul Strathern nos ofrece el relato conciso sobre la vida e ideas de Lawrence y explica su influencia sobre la literatura y la lucha de los hombres por entender su lugar en el mundo. El libro también incluye una selección de textos de las obras de Lawrence, una cronología de la vida y época del autor y una selección de lecturas recomendadas para quienes deseen seguir leyendo.

«90 minutos» es una colección compuesta por breves e iluminadoras introducciones a los más destacados filósofos, científicos y literatos de todos los tiempos. De lectura amena y accesible, permiten a cualquier lector interesado adentrarse tanto en el pensamiento, los descubrimientos y la obra de cada figura analizada como en su influencia posterior en el curso de la historia.

Diseño de portada

RAG

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Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original

D. H. Lawrence in 90 minutes

© Paul Strathern, 2005

© Siglo XXI de España Editores, S. A., 2016

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.sigloxxieditores.com

ISBN: 978-84-323-1828-3

Introducción

Al final de su vida, Lawrence rechazó la civilización occidental porque creía que había corrompido y debilitado el espíritu humano. Pensaba que, en cierta forma, habíamos perdido todo contacto con nuestro ser instintivo y que ya no respondíamos a la «llamada» de la sangre. La verdad seguía estando en lo más profundo de nosotros, pero una cultura muerta la estaba asfixiando.

Tres años antes de morir, Lawrence hizo un viaje por Italia y visitó las tumbas etruscas. Le fascinaba este pueblo misterioso al que los romanos habían «borrado del mapa para dejar sitio a Roma, con R mayúscula». Los etruscos habían desaparecido de su patria dejando poco atrás. Éramos capaces de descifrar las arcaicas letras etruscas, que

tenían el aspecto de algo escrito apresuradamente ayer mismo sin dedicarle la menor atención […]. Lo malo es que las leemos pero no sabemos lo que significan […] no somos capaces de entender ni una sola frase.

Lawrence dedicó largas horas de reflexión a este misterioso pueblo del que lo único que conocemos es lo que dejaron en sus enterramientos.

De manera que se acercó a las tumbas para verlas por sí mismo. Al llegar le llamó inmediatamente la atención que

uno pueda leer todos los libros [sobre los etruscos] que hay sin toparse jamás con una sola palabra sobre lo que salta a la vista en los primeros cinco minutos […] me refiero al símbolo fálico.

Había símbolos de este tipo repartidos por todo el lugar. «Helo aquí, pequeño y grande, junto a las puertas o pequeñito, grabado en la roca: ¡La piedra fálica!» En todas las tumbas había algún símbolo fálico y Lawrence llegó a especular con la idea de que su presencia en las piedras había sido la causa de

la aniquilación de la conciencia etrusca […] un mundo nuevo quería desembarazarse de esos símbolos, fatales y dominantes del viejo mundo, del viejo mundo físico.

Después visitaría las tumbas de Tarquinia:

El guía abre las verjas de hierro y descendemos a la tumba por empinados escalones. ¡Parece un pequeño y oscuro agujero subterráneo, tras el sol del mundo exterior! […]. Pero la lámpara ilumina bien, nos acostumbramos al cambio de luz y vemos […]. Está muy deteriorada, se han derrumbado partes de la pared […] pero cuando observamos de cerca vemos que la pequeña habitación está decorada con frescos que representan un cielo brumoso y el mar. Hay pájaros y peces, hombrecillos cazando y remando en botes […] en medio del mar hay una gran roca desde la que salta al agua con gracia un hombre desnudo […] mientras los delfines saltan a sus espaldas. Hay bandadas de pájaros elevándose para volar por encima de la roca atravesando el límpido cielo […]. Todo es pequeño, alegre y está lleno de vida, tan espontáneo como solo puede serlo la vida joven. Sería estupendo que no estuviera tan deteriorado porque es fiel reflejo de la viveza y naturalidad etruscas. No es nada enorme ni impresionante […] solo una muestra de la marea de la vida.

Lawrence parece etrusco, es como si hubiera dedicado toda su vida al intento quijotesco de resucitar a una cultura en ruinas gracias al impulso de esa «intensa marea de vida». Con sus obras pretendía devolver a este mundo una vida perdida, y en ellas vislumbramos algo vivo: ruinas que no obstante reconocemos en nosotros mismos. El mejor Lawrence nos recuerda lo que somos y hemos perdido. Pero, a pesar de la viveza de sus evocaciones, el argumento es débil. En Lawrence coexisten un gran sentido de la profundidad y bobadas vacuas. El criticón convive con el profeta igual que su mensaje, a menudo dudoso, coexiste con algunas de las mejores páginas escritas en lengua inglesa. Lawrence era un genio de la evocación, tanto de pasados que tal vez no existieron, como de un luminoso presente que cobra vida como nunca antes en sus palabras. Este es, sin duda, su legado.

El fin de la civilización occidental ha sido tan apabullante que no está de más que de vez en cuando nos recuerden qué ha ocupado su lugar. Necesitamos una voz que nos devuelva a nuestros orígenes, no a un fundamentalismo redundante y restrictivo, sino a esa libertad instintiva y gozosa que intuimos haber poseído alguna vez. Lawrence es una de esas voces.

Vida y obra de D. H. Lawrence

David Herbert Lawrence nació en 1885 en el pueblo minero de Eastwood, situado en la campiña, a ocho kilómetros de la ciudad industrial de Nottingham en las Midlands inglesas. Era el tercer hijo de una familia de mineros; su hermano Ernest, al que estaba muy unido, había nacido siete años antes. Su padre era un personaje carismático, en absoluto amansado por la educación. Era prácticamente analfabeto y había empezado a trabajar en la mina a los diez años. Se decía que era viril, con gran presencia física y una mata de pelo negro y poblada barba; hablaba el duro dialecto local. Su madre, Lidia, había sido maestra de escuela en el sur de Inglaterra y se vanagloriaba de cierto refinamiento. Tanto su sofisticación como la franqueza de su marido desempeñarían, a su manera, un papel formativo en la educación de sus hijos. Ernest era inteligente y atlético; el joven David Herbert siempre fue físicamente más frágil, aunque compartía la inteligencia de su hermano.

Los niños tenían cualidades, lo que causó problemas al matrimonio. Lidia provenía de un entorno eclesial y llegó a despreciar a su marido. Estaba decidida a que sus hijos fueran «mejores» y pronto se convirtió en la influencia dominante en la familia, vilipendiando a su marido delante de los hijos cuando bebía. El resultado fue que los niños aprendieron rápidamente a excluir a su padre de sus vidas. Lawrence tardaría muchos años en darse cuenta de hasta qué punto la mojigatería de su madre había arrojado una sombra sobre su marido e hijos.

Por entonces Inglaterra era un país basado en el clasismo y transido por la represión sexual. El poder político estaba en manos de la elite de aristócratas terratenientes y las diferencias de clase permeaban todos los estratos de una sociedad en la que se esperaba que cada cual «conociera su lugar». (Lawrence nació justo dos años después de la muerte de Karl Marx en Londres.) Una prensa hipercrítica garantizaba el mantenimiento de la moral victoriana, salvo en el caso de las capas más bajas de la sociedad, sin que ello fuera óbice para que informaran parcialmente (aunque a veces hicieran gala de una gran inspiración) de las actividades de Jack el Destripador o de los juicios contra Oscar Wilde, a los que la prensa dio mucha cobertura durante la infancia de Lawrence. Además, en contra de lo que ha consagrado un mito histórico muy querido, en el resto de la Europa «civilizada» y las Américas las condiciones sociales no eran muy distintas. La mayoría de la gente se comportaba con arreglo a lo que se esperaba de ellos y lo que se les decía. Para quienes querían «salir adelante en la vida» el ethos prevaleciente era el conformismo y la imitación de la conducta de los «mejores». La clase media baja con aspiraciones, de la que procedía la madre de Lawrence, tomaba lecciones de elocución.