Dama de una noche - Chantelle Shaw - E-Book
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Dama de una noche E-Book

Chantelle Shaw

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Beschreibung

Habiendo en juego la adquisición de una nueva empresa, Giannis Gekas se vio en la necesidad de deshacerse de su reputación de playboy, y para ello nada mejor que reclutar a la hermosa Ava Sheridan y que ella se hiciera pasar por su prometida. Pero, tras las puertas cerradas, ¡la atracción que sentían el uno por el otro podía calificarse de todo menos de falsa! Que Ava intentase mantener en secreto las consecuencias de su pasión lo puso verdaderamente furioso y, para legitimar a su hijo, solo le dejó una opción: ¡hacer de ella su esposa!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Chantelle Shaw

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Dama de una noche, n.º 2681 - febrero 2019

Título original: Wed for His Secret Heir

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-498-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

AQUELLA copa de antes de cenar estaba durando una eternidad, pensó mientras miraba el reloj y sentía rugir el estómago. Llevaba todo el día de reuniones y el triste sándwich que le había traído su asistente a la hora de comer había estado a la altura del aspecto que tenía. Las voces de los otros invitados al banquete se habían fundido en una especie de ruido sin sentido, y medio se ocultó tras una columna para evitar tener que charlar de cosas insustanciales con personas a las que no conocía y en las que no tenía interés alguno.

Fue entonces cuando vio a una mujer recolocando las tarjetas con los nombres de una de las mesas circulares. Sería un miembro del equipo de organizadores de eventos que había preparado la cena y posterior subasta que servirían para recaudar dinero destinado a obras benéficas. Pero llevaba vestido de noche, lo cual sugería que era una invitada, y vio cómo miraba furtivamente por encima del hombro al cambiar de lugar las tarjetas.

No era la primera vez que le ocurría algo así, reconoció con hastiado cinismo. El éxito sin precedentes de su línea de cruceros le había propulsado a ocupar los primeros puestos de la lista de los empresarios más ricos de Europa.

Había sido bendecido con un físico atractivo de modo que, antes incluso de amasar su riqueza, las mujeres ya lo perseguían, siendo como era un adolescente que llevaba a turistas en el barco de su familia a navegar por las islas griegas. Con dieciocho años disfrutaba de la atención de las innumerables rubias núbiles que revoloteaban a su alrededor, pero con treinta y cinco ya, era más selectivo.

La mujer era rubia, sí, pero no de su tipo. Recordó brevemente a su novia anterior, Lise, una alta y escultural modelo sueca de bañadores. Había salido con ella unos cuantos meses hasta que había empezado a percibir pequeñas indirectas acerca del matrimonio. La tan temida palabra que comenzaba por «m» ocupaba el último de sus intereses, y había puesto punto final a su relación con una pulsera de brillantes que hizo que la exclusiva joyería de Londres en la que tenía cuenta le enviara.

La cena se iba a servir a las siete y media, y los invitados comenzaban a ocupar sus puestos en las distintas mesas. Giannis caminó hasta la mujer que se aferraba con fuerza al respaldo de la silla, casi como si esperara que alguien fuese a reclamársela. Tenía el cabello del color de la miel y le caía en suaves ondas a la espalda, y al acercarse vio que sus ojos eran del gris de las nubes de lluvia. Era más atractiva que hermosa, con unos pómulos marcados y una boca bien dibujada que llamó su atención. Sus generosos labios resultaban abiertamente sensuales, y al ver cómo se mordía el inferior sintió un estremecimiento.

Sorprendido por la respuesta de su cuerpo teniendo en cuenta que había decidido que aquella mujer no se merecía ni un segundo vistazo, la miró de arriba abajo. Estatura media, cintura fina y unos unas curvas en los pechos y las caderas que no estaban de moda. Una vez más sintió tensión en el vientre al contemplar a placer los atributos que dibujaba a la perfección el escote generoso de su vestido negro de punto.

–Permítame –dijo con suavidad, apartando la silla y esperando a que se acomodara antes de hacer él lo mismo en la silla de al lado–. Parece que vamos a ser compañeros esta noche… –hizo una pausa y miró la mesa–, señorita Ava Sheridan.

–¿Cómo sabe mi nombre?

–Está escrito en esa tarjetita –respondió con aspereza, preguntándose si le explicaría por qué había cambiado las tarjetas.

Un rubor le tiñó las mejillas, pero rápidamente recuperó la compostura y sonrió brevemente.

–Ah, sí. Claro –dijo, y volvió a morderse el labio con unos dientes blanquísimos. Una llamarada de fuego se encendió en su interior–. Encantada de conocerlo, señor Gekas.

–Giannis –ofreció con suavidad, y se recostó en su silla para poder mirarla sin distracciones.

Como quien predice lo que va a ocurrir, vio que sus ojos grises se oscurecían y que las pupilas se le dilataban. El encanto era natural en él. De hecho, lo había descubierto siendo bien joven: carisma, magnetismo… lo llamaras como lo llamases, él lo tenía a raudales. Los hombres lo respetaban y buscaban su amistad, muchas veces para descubrir después, una vez los había derrotado en un acuerdo comercial, que su aire de despreocupación escondía una determinación implacable por alcanzar el éxito. Las mujeres se sentían fascinadas por él y deseaban que se las llevara a la cama. Sin excepción.

Ava Sheridan no iba a ser diferente. Le ofreció la mano y, tras una mínima duda, ella puso la suya en su palma. Giannis se la llevó a los labios y vio cómo contenía el aliento cuando le rozó los nudillos.

Sí, se sentía atraída por él, pero lo que verdaderamente le sorprendía era la descarga de deseo que a él le recorría de la cabeza a los pies, dejando a su paso una incómoda erección. Menos mal que la mitad inferior de su cuerpo estaba escondida bajo los pliegues del mantel. Fue un alivio que más invitados ocupasen su lugar a la mesa y, mientras se hacían las presentaciones y los camareros llegaban para servir el vino y el primer plato, tuvo ocasión de poner su libido bajo control.

–¿Puedo servirte un poco más de vino? –le ofreció, y ella dejó su copa aún mediada sobre la mesa. Entonces no pudo evitar mirarlo, y cuando sus ojos se encontraron, Giannis sintió el crepitar, el brillo intangible de la atracción sexual palpitar entre ellos.

–Solo un poco, gracias.

Su voz era grave y melodiosa.

–¿Tú no quieres? –preguntó al ver que dejaba de nuevo la botella en la cubitera sin servirse.

–No.

Le dirigió otra sonrisa, pero no le explicó que él nunca bebía alcohol.

–Tengo entendido que haces donaciones a causas benéficas con regularidad –dijo, mirándolo desde debajo de sus pestañas–… Giannis. Y que particularmente te gusta apoyar a las familias que se han visto afectadas por un consumo excesivo de alcohol. ¿Hay alguna razón en particular que te empuje a ese interés?

Giannis se puso en guardia, y de inmediato sospechó al recordar cómo había cambiado las tarjetas de la mesa para estar sentada a su lado. Fascinaba a los medios, y no sería la primera vez que un periodista encontraba el modo de colarse en la lista de invitados de cualquier acto social con el propósito de conocerlo. Mayormente solo querían cazar el último cotilleo sobre su vida amorosa, pero unos años atrás, un reportero había sacado a la luz una historia de su pasado que él no quería que le recordaran, a pesar de que nunca podría olvidar el error que había cometido con diecinueve años y que había provocado la muerte de su padre. Los recuerdos de aquella noche lo perseguirían por siempre, y la larga sombra de la culpa seguía cayendo sobre él.

–¿Eres periodista?

Ella enarcó las cejas. O era una consumada actriz, o su sorpresa era auténtica.

–No. ¿Por qué piensas que puedo serlo?

–Has cambiado las tarjetas de la mesa para que pudiéramos sentarnos juntos. Te he visto hacerlo.

–Yo… sí, lo admito –murmuró–, pero sigo sin comprender por qué piensas que soy periodista.

–Tengo experiencia con reporteros, en particular con los que trabajan para la prensa amarilla y utilizan métodos poco ortodoxos para intentar hacerme una entrevista.

–Te juro que no soy periodista.

–Entonces, ¿por qué has querido asegurarte de que nos sentáramos juntos?

Volvió a morderse el labio y Giannis se enfadó consigo mismo por quedarse mirándole la boca.

–Yo… esperaba tener la oportunidad de hablar contigo.

Su hermoso rostro estaba arrebolado, pero sus inteligentes ojos grises parecían sinceros, aunque no podía decir por qué estaba tan seguro de ello. Un atisbo de desesperación presente en su expresión abierta despertó su curiosidad.

–Bien, pues habla.

–Aquí no –Ava apartó la mirada de él y respiró hondo con la esperanza de poder calmar el desbocado latido de su pulso. Lo había reconocido nada más ver que se acercaba a la mesa en la que Becky, Dios la bendiga, le había reservado un sitio. Pero su asiento estaba al otro lado; demasiado lejos de Giannis para poder tener una conversación en privado con él, y había decidido correr el riesgo de cambiar las tarjetas, convencida de que nadie se daría cuenta. Y es que tenía imperativamente que hablar con Giannis acerca de su hermano. Se había gastado una fortuna en la entrada necesaria para asistir a aquel evento y se había comprado un vestido de noche bastante caro que seguramente no podría volver a ponerse. El único modo que tenía de evitar que Sam fuese enviado a un correccional era logrando convencer a Giannis Gekas de que retirase los cargos que había presentado contra él.

Tomó un sorbo de vino. Era importante tener la mente despejada, y tenía la intención de no probar el alcohol aquella noche, pero no se esperaba que Giannis fuese tan devastadoramente atractivo. Las fotos que había visto de él en Internet cuando había hecho una búsqueda del soltero más codiciado de Grecia no la habían preparado para su reacción al verlo sonreír. Atractivo no llegaba ni de lejos a describir su aspecto demoledor. Tenía una cara que era una obra de arte, pómulos y mandíbula esculpidos en piedra, ambas cosas suavizadas por una boca abiertamente sensual que solía componer una sonrisa perezosa. Ojos oscuros, casi negros que brillaban bajo unas gruesas cejas, y un pelo oscuro que él se tocaba constantemente, ya que tendía a caérsele sobre la frente. Pero aún más tentador que sus facciones perfectas como las de un modelo y su cuerpo con los músculos ideales era su rampante sexualidad.

Daba igual que Giannis fuese un dios griego bronceado. Lo único que le importaba era lograr que el idiota de su hermano pequeño no acabase en el reformatorio, y que no siguiera la vía delictiva de su padre.

Sam no era malo. Simplemente había descarrilado porque se mezcló con un grupo de chavales conflictivos que andaban por las calles cerca de su casa en East London. Y lo que era aún peor: la figura de su padre había empezado a fascinarle hasta el punto de que había renunciado a usar el apellido de su madre, Sheridan, y lo había cambiado por McKay, el de su padre. Ella había experimentado un gran alivio al salir del East End y de toda asociación con su padre, pero se sentía culpable de no haber estado allí lo suficiente para impedir que su hermano se metiera en líos.

Tomó otro sorbo de vino e inevitablemente miró al hombre que tenía sentado al lado. El futuro de Sam estaba en sus manos.

–Aquí no puedo. ¿Sería posible hablar en privado después de la cena?

Su expresión era insondable y, temiendo que fuera a rechazar la petición, se dejó llevar y puso una mano sobre la suya, que descansaba en el mantel.

–Por favor…

El calor de su piel color oliva le subió de inmediato por el brazo e iba a retirarla, pero él se la sujetó.

–Eso depende de si eres o no una compañera de mesa entretenida –musitó, y sonrió al ver su expresión confundida acariciando con el pulgar el dorso de su muñeca, en el punto en que latía un pulso errático–. Relájate, glykiá mou. Creo que es muy posible que podamos tener una conversación privada más tarde.

–Gracias.

–Cuéntame, Ava… por cierto, tienes un nombre precioso –el acento de Giannis era como el contacto del terciopelo en la piel–. Dices que no eres periodista. ¿A qué te dedicas?

Hablar de su trabajo como oficial al cargo de las víctimas de los delitos iba a resultar un poco raro, cuando el propio Giannis era víctima de un delito cometido por su hermano. Iba a tomar de nuevo la copa de vino pero cambió de opinión en el último segundo. La cabeza ya le daba vueltas.

–En este momento, estoy cambiando de trabajo –se alegró de que la voz le saliera firme, a diferencia de sus emociones, que iban y venían como un serrucho–. Hace poco que he vuelto de Escocia a Londres para estar más cerca de mi madre y de mi hermano.

–He viajado bastante, pero no conozco Escocia. Tengo entendido que es muy bonito.

Ava pensó en las zonas deprimidas de Glasgow, donde había trabajado prestando apoyo a las víctimas en una organización de beneficencia, primero como voluntaria y después de graduarse en la universidad, como trabajadora del equipo de apoyo a las víctimas. En los últimos años, algunos de los deprimentes edificios grises de la ciudad habían sido derribados y reemplazados por casas nuevas, pero el elevado índice de desempleo seguía presente, al igual que el consumo de drogas, la violencia y la delincuencia.

Sentía que su trabajo prestando asistencia a personas que habían sido víctimas o testigos de un delito enmendaba, aunque fuera en pequeña medida, los terribles delitos cometidos por su padre, pero vivir en Escocia, tan lejos, le había impedido percibir los síntomas de que su hermano andaba metiéndose en la cultura de bandas de East London, el terreno de caza de su padre.

–¿Por qué te importa lo que yo haga? –le preguntó Sam cuando intentó hablar con él de su comportamiento–. Te largaste y yo te importo un comino.

Volvió sus pensamientos al presente y se dio cuenta de que Giannis estaba esperando una respuesta suya.

–Las Highlands tienen paisajes espectaculares –le dijo–. Si estás pensando viajar a Escocia, puedo recomendarte algunos sitios.

–Sería mejor que me acompañases y me hicieras de guía.

El corazón le dio un salto. ¿Estaría hablando en serio? Lo miró a los ojos, negros como la noche, y vio diversión y algo más que le provocó una extraña tensión en el vientre.

–No… no nos conocemos.

–Aún no, pero la noche es joven y está llena de posibilidades –musitó con aquel acento mediterráneo y grave que le hizo encoger los dedos de los pies–. Tengo unos días libres y me gusta, cuando visito un lugar nuevo, hacerme acompañar de alguien que lo conozca.

Ava se ahorró tener que contestar porque uno de los organizadores del evento llegó a su mesa para entregar unos catálogos con los objetos que se iban a subastar para recaudar fondos.

–¿Hay algo por lo que pretendas pujar? –preguntó él mientras lo hojeaba.

–Por desgracia no puedo permitirme gastar esa cantidad de dinero. Imagino que los coleccionistas de arte estarán esperando pujar por el cuadro de Mark Derring. Su trabajo es sorprendente, y el arte suele ser buena inversión. También hay algunos vinos interesantes. El Chateau Latour de 1962 va a suscitar mucho interés.

–De modo que eres experta en arte y en vino –se admiró–. He de confesar que me intrigas, Ava.

Ella se rio.

–No soy experta en ninguna de esas dos cosas, pero asistí a una escuela para señoritas en Suiza, y allí aprendí a hablar con confianza de arte, a reconocer buenos vinos y a conocer los puntos fundamentales de la etiqueta.

–No sabía que las chicas… bueno, imagino que solo las chicas, siguen yendo a escuelas para señoritas. ¿Qué te hizo decidirte a asistir?

–Mi padre pensó que sería una buena experiencia para mí –Ava sintió una tensión conocida en los hombros, como siempre que pensaba en su padre. La verdad era que intentaba no pensar en Terry McKay. Esa parte de su vida era pasado. Había perdido el contacto con las amigas que había hecho en el Institut Maison Cécile de St Moritz cuando su padre ingresó en la cárcel, pero los pocos meses que había pasado en aquella exclusiva escuela para señoritas, entre cuyas alumnas figuraban dos princesas europeas, le habían proporcionado las habilidades sociales y los modales exquisitos que le permitían sentirse cómoda en los eventos de la alta sociedad–. Pero no es justo –continuó. Tenía que acercase a él para que pudiera oírla por encima del murmullo de conversaciones del salón del banquete, y su olor, colonia almizclada mezclada con un perfume inasible a feromonas masculinas, hacía que su cabeza volara–. Yo te he contado cosas sobre mí, pero tú no me has contado nada de ti.

–Eso no es cierto. Te he dicho que nunca he estado en Escocia, aunque tengo la sensación de que voy a ir de viaje por allí muy pronto –bromeó.

Un estremecimiento sensual le recorrió la espalda. El sentido común dictaba que debía responder a su flirteo con risa y distancia, pero es que la fascinaba, y se sentía como una adolescente en su primera cita en lugar de una mujer experimentada de veintisiete años.

En realidad no es que fuera muy experta, le recordó una vocecita interior. En la universidad había salido con unos cuantos tíos, pero las relaciones se habían desvanecido pronto. Culpa suya por otro lado, ya que no se atrevía a permitir que alguien se le acercara y llegase a descubrir que llevaba una doble vida. Dos años atrás, había conocido a Craig en una fiesta que organizaba un colega del trabajo. Se había sentido atraída por su naturaleza abierta y confiada, y cuando se habían hecho amantes, se había dicho que quizás fuera posible un futuro juntos. Un año después, haciendo acopio de valor, le había revelado su verdadera identidad y Craig había reaccionado horrorizándose al saber que era la hija del infame Terry McKay, jefe del crimen organizado de Londres.

–¿Cómo vamos a formar una familia corriendo el riesgo de que nuestros hijos hereden los genes de tu padre? –había explotado él, con un gesto tal de desdén que se había sentido avergonzada.

–La delincuencia no es una enfermedad hereditaria –replicó, pero las palabras de Craig no habían dejado de perseguirla.

En circunstancias normales la puja de la subasta benéfica le habría parecido fascinante. La cantidad de dinero que se estaba pagando por algunos de los objetos era exorbitante. Giannis ofreció la puja más alta, una cifra de seis dígitos, por un paquete para dos en un spa de lujo situado en un resort exclusivo en las Maldivas. ¿Con quién pensaría ir? Sin duda tendría más de una amante donde escoger.

–Enhorabuena por haber conseguido el viaje al spa. No te culpo por preferir el viaje a las Maldivas antes que la visita a Escocia –le dijo, incapaz de contener un ligero tono mordaz al imaginárselo revolcándose con una supermodelo en un paraíso tropical.

–Lo he comprado para mi madre y mi hermana. Mi madre ha dicho muchas veces que le gustaría conocer las Maldivas, y al menos mi hermana estará complacida –dijo, con un matiz extraño en la voz.

Ava lo miró con curiosidad. Le gustaría saber más cosas de su familia. Le había parecido que se sentía tenso al hablar de su madre, pero le gustó saber que tenía una hermana porque quizás así comprendería la ansiedad que sentía ella por salvar a su hermano de una condena a la cárcel.

La subasta continuó, pero ella apenas se dio cuenta de lo que pasaba a su alrededor, ya que sus sentidos estaban centrados en el hombre que se sentaba a su lado. Mientras tomaba su café a pequeños sorbos y fingía estar centrada en el catálogo de la subasta, intentaba no mirar cómo las manos fuertes y bronceadas de Giannis llevaban la taza a sus labios. Pero su imaginación traidora la llevó a visualizar sus manos deslizándose por su cuerpo desnudo, conteniendo sus senos en la palma antes de inclinarse para llevarse los pezones a la boca.

¡Dios bendito! ¿Pero qué narices le estaba pasando? Con la cara abrasando, se tensó cuando él movió la pierna debajo de la mesa y sus muslos se rozaron. Estaba ardiendo y necesitaba desesperadamente escaparse al aseo para poder meter las muñecas bajo el agua y rebajar su temperatura.

–Disculpa –murmuró, apartando la silla de repente para levantarse–. ¡Ay!

Tardó unos segundos en comprender por qué un líquido que ardía le estaba empapando el vestido, pero la razón le quedó clara cuando vio a su lado a un camarero con una cafetera en las manos, y se imaginó que se había levantado al mismo tiempo que él se inclinaba sobre su hombro para rellenar su taza.

–¡Lo siento, señora!

–No pasa nada. Ha sido culpa mía –dijo con voz ahogada, deseando morirse de la vergüenza. Odiaba ser el centro de atención, pero todos los asistentes al evento la estaban mirando. El jefe de camareros se acercó rápidamente y añadió sus muchas disculpas a las que ya le había ofrecido el camarero.

Giannis se había levantado de su silla.

–¿Te ha quemado el café?

Su voz sonaba serena en pleno caos.

–Creo que estoy bien. El vestido se ha llevado la peor parte.

El café se había ido enfriando a medida que empapaba el tejido, pero el vestido estaba calado. Menos mal que era negro y que el café se podría quitar, pero no podía pasarse el resto de la noche con un vestido mojado.

–Ven conmigo.

Giannis la tomó por el brazo y fue un alivio enorme que la acompañase fuera. Sabía que tendría que llamar a un taxi para volver a su casa, pero mientras buscaba el teléfono en el bolso, apenas se dio cuenta de que habían tomado el ascensor hasta que las puertas se cerraron casi sin hacer ruido.

–Vamos a la suite que tengo en el hotel para que puedas asearte en el baño mientras pido que te limpien el vestido –respondió a la pregunta sin palabras que le hizo.

Estaba a punto de decirle que no era necesario que se tomase tantas molestias cuando se le ocurrió que, mientras esperaba a que le limpiasen el vestido, dispondría de la oportunidad perfecta para pedirle que renunciara a los cargos que había presentado contra su hermano. ¿Era razonable subir a la habitación de un hotel con un hombre desconocido?, le preguntó su sentido común, pero es que aquella podía ser la única oportunidad que tuviera de salvar a Sam, se recordó.

Las puertas se abrieron y descubrió que el ascensor los había llevado directamente a la suite de Giannis. Sin hacer caso del brinco que le dio el corazón, lo siguió y atravesaron el enorme salón.

–El baño está por ahí –dijo él, señalando una puerta–. Hay una bata del spa que puedes usar. Yo llamaré al servicio de habitaciones para que venga a buscar tu vestido. ¿Te apetece otra copa de vino, o más café?

–Creo que ya he tenido café suficiente por hoy –respondió con una sonrisa, y el estómago se le encogió cuando le vio mirarla fijamente a la boca.

De lo que sin duda había tomado más que suficiente era vino, pensó al entrar en aquel opulento baño de mármol y cerrar la puerta, antes de dejar escapar un suspiro tembloroso. Debía ser su imaginación fuera de control lo que le había hecho creer que la mirada de Giannis adquiría tintes depredadores al mirarla. ¿Miraría así a todas las mujeres? ¿Todas ellas se sentirían como la más hermosa, la más deseable que había conocido? Seguramente. Tenía una importante reputación de mujeriego, y poseía un encanto innato que resultaba irresistible.

Pero no para ella. Ella era inmune al magnetismo de Giannis. Se quitó el vestido empapado en café y, cuando estiraba el brazo para alcanzar el albornoz primorosamente doblado que había en una balda, vio su reflejo en el espejo del lavabo. Tenía las mejillas arreboladas y se le veían los ojos enormes debajo del flequillo. Normalmente solía llevar el pelo recogido en un moño, pero aquella noche se lo había dejado suelto, y le llegaba hasta la mitad de la espalda. Las capas con que se lo había cortado la peluquera lo hacía parecer espeso y lustroso, y en aquel momento, bajo la luz brillando del baño, parecía oro puro.

Ava se quedó contemplando su imagen, sorprendida de comprobar que había pasado de ser una chica corriente y ordinaria a una sirena sensual. Se había comprado un sujetador sin hombreras negro para ponérselo con el vestido y los pezones se le veían a través de las copas semi transparentes, y el tanga negro a juego era la lencería más atrevida que había tenido en su vida.

Se pasó las manos por la parte de los muslos que las medias altas dejaban al descubierto y experimentó una deliciosa necesidad en la pelvis. Se sentía sexy y seductora por primera vez desde que Craig la había dejado, y se imaginó la reacción de Giannis si la viera con aquella ropa interior.

Movió la cabeza. Debía ser el vino lo que la había desinhibido y llenado la cabeza de imágenes eróticas. Maldiciendo sus erráticos pensamientos, se colocó la bata y se ató firmemente el cinturón. No la iba a ver en ropa interior. Había subido a aquella suite con un único propósito: pedirle que le diera a su hermano otra oportunidad. Respiró hondo, abrió la puerta del baño y se dispuso para ponerse a merced de Giannis Gekas.

 

 

Se había recostado en el sofá, con las piernas largas estiradas delante y los brazos abiertos sobre los cojines del respaldo. Ya no llevaba chaqueta ni corbata, y se había desabrochado los primeros botones de la camisa, dejando al descubierto una uve de piel bronceada y vello negro. Su pose no podía ser más indolente, pero Ava tuvo la sensación de que, bajo su apariencia de civilizada, Giannis era un bucanero que vivía según sus propias reglas y que se apoderaba de cuanto quería, y su valor flaqueó.

Lo vio levantarse en el momento mismo en que entraba en el salón y se acercó a ella para recoger el vestido.

–Lo he aclarado cuanto he podido para quitarle el café y lo he escurrido –le explicó al entregarle aquel montón de tela empapada.

–Me han asegurado que te lo van a lavar y a devolver lo antes posible –le dijo él mientras se acercaba a la puerta. Al otro lado, en el corredor, aguardaba un empleado del hotel.

Cerró la puerta y volvió a su lado.

–Te he pedido un té y unos petits fours –dijo, señalando el servicio de té de plata que había sobre la mesita baja, delante del sofá–. Siéntate, por favor.

–Gracias –respondió. La mirada se le fue entonces a un gran lienzo que se apoyaba contra la pared–. Es el Mark Dering de la subasta.

–He seguido tu consejo y pujé por él. Estabas sentada a mi lado –le recordó con ironía, lo que le hizo pensar que se refería a su cambio de tarjetas–. ¿No sabías que la puja más alta ha sido mía?