Darwin y la evolución - Paul Strathern - E-Book

Darwin y la evolución E-Book

Paul Strathern

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Beschreibung

La formulación de Charles Darwin de la teoría de la evolución, y su tan asumida idea fundamental de la "supervivencia de los más aptos" es, hoy en día, si no algo perfectamente demostrado, sí algo generalmente aceptado como lógico y evidente. En su tiempo, sin embargo, su revolucionaria obra "El origen de las especies" y la noción de que la humanidad es solo un paso más en un proceso de supervivencia y selección en desarrollo fueron escandalosas. "Darwin y la evolución" constituye un brillante repaso a la vida y obra de Darwin y ofrece una explicación clara y accesible del significado y la importancia de la teoría de la evolución y de lo que implica para el mundo en que vivimos.

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Siglo XXI

Paul Strathern

Darwin y la evolución

en 90 minutos

Traducción: Antón Corriente

Revisión: José A. Padilla

La formulación de Charles Darwin de la teoría de la evolución y su tan asumida idea fundamental de la «supervivencia de los más aptos» es, hoy en día, si no algo perfectamente demostrado, sí algo generalmente aceptado como lógico y evidente. En su tiempo, sin embargo, su revolucionaria obra El origen de las especies y la noción de que la humanidad es solo un paso más en un proceso de supervivencia y selección en desarrollo fueron escandalosas.

Darwin y la evolución constituye un brillante repaso a la vida y obra de Darwin y ofrece una explicación clara y accesible del significado y la importancia de la teoría de la evolución y de lo que implica para el mundo en que vivimos.

«90 minutos» es una colección compuesta por breves e iluminadoras introducciones a los más destacados filósofos, científicos y pensadores de todos los tiempos. De lectura amena y accesible, permiten a cualquier lector interesado adentrarse tanto en el pensamiento y los descubrimientos de cada figura analizada como en su influencia posterior en el curso de la historia.

Diseño de portada

RAG

Motivo de cubierta

apuntesbioquimicageneral.blogspot.com.es

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Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original

The Big Idea: Darwin and Evolution

© Paul Strathern, 1998

© Siglo XXI de España Editores, S. A., 1999, 2015

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.sigloxxieditores.com

ISBN: 978-84-323-1725-5

Introducción

En nuestros días el concepto de evolución parece algo tan evidente que es difícil concebir la aparición del mundo sin él. Darwin ha corrido la suerte que deseara para sí Freud, que dijo: «Espero que algún día la gente se pregunte: ¿Qué tenía de particular ese Freud? Todo lo que dijo era perfectamente obvio». Por otra parte (como ocurre con Freud) cuando las ideas de Darwin se examinan detenidamente, pueden parecer poco científicas o incluso carentes de significado. A fin de cuentas, «la supervivencia del más apto» no significa más que «la supervivencia de los que sobreviven».

En cualquier caso, es innegable que Darwin es uno de los pocos pensadores que han cambiado por completo nuestra concepción de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. Tras él, nada volvería a ser igual y no habría retorno posible. Después de Darwin, el hombre dejó para siempre de ser una especie privilegiada.

Darwin llegó al final de la revolución que comenzó en el siglo XVI con Copérnico. La Tierra giraba alrededor del Sol: ya no éramos el centro del Universo. Más significativo aún, se descubrió que las leyes científicas eran aplicables a los cielos. (Hasta entonces se creía que solo valían para la Tierra.) Darwin completó esta revolución mostrando cómo la ciencia se aplica incluso a la vida misma. Todo era científico y la humanidad no era ya el centro de nada, solo otra especie en un proceso evolutivo. Al principio esto era inaceptable y escandaloso, porque minaba nuestra idea misma de lo que éramos. Pero los seres humanos son criaturas resistentes: no en vano los factores genéticos de los que son resultado han durado 5.000.000.000 de años. En contra de lo esperado, este autoconocimiento no nos ha reducido a «autómatas científicos». Al igual que el hombre que nos metió en esta situación, permanecemos «humanos, demasiado humanos».

La supervivencia del menos apto

Charles Robert Darwin nació el 12 de febrero de 1809. Su árbol genealógico es excepcionalmente rico en figuras eminentes. Entre ellas está el fa­moso diseñador y fabricante de cerámica Josiah Wedgwood, así como Francis Galton, físico y fundador de la eugenesia (el estudio científico de la mejora hereditaria de la raza humana, disciplina que luego fue desacreditada por sucesos del siglo XX).

El más interesante de todos fue el abuelo de Charles Darwin, Erasmus Darwin, hombre de enorme energía intelectual y cierta originalidad. Junto con Wedgwood, el inventor de la máquina de vapor James Watt y el estadista e inventor americano Benjamin Franklin, Erasmus Darwin formó la Lunar Society, el club científico con sede en Birmingham que fue considerado como el más prestigioso de su tiempo después de la Royal Society (pese al inevitable mote que recibieron sus miembros). Parece que fue Erasmus Darwin el primero en ofrecer al mundo una explicación seria de la evolución, pero sin profundizar demasiado en la idea. Esto se debió en parte a que el medio elegido para difundirla no invitaba demasiado al sesudo análisis. Erasmus Darwin fue uno de los pocos científicos serios que después de Lucrecio (siglo I a.C.) eligieron la poesía épica para difundir sus ideas. (Jorge III estuvo a punto de nombrarle poeta laureado, pero se enteró a tiempo de que era partidario de la abolición de la monarquía.)

Con tal profusión de originalidad en la familia, tenía que haber una excepción antes o después. Esta llegó en la forma de Robert Darwin, el padre de Charles, un hombre que aspiraba a la mediocridad y que habría de convertirla en el logro de su vida. No está mal, teniendo en cuenta su apariencia: medía casi 1,90 metros y pesaba unos 152 kilogramos (hasta el momento en que, harto ya, dejó de consultar la balanza). Hombre autoritario, alternativamente iracundo y afable, tras recibir una herencia se convirtió en médico. Su especialidad fueron los pacientes ricos y su estilo le hizo famoso en todo Shropshire (solo si podían pagar sus elevados honorarios hacía algún caso a los pacientes). La generosa gratitud de algunas mujeres ricas que padecían diversos «males» en una época prepsicológica bastó para hacerle un hombre muy rico y, así, Robert Darwin se hizo un lugar entre los emergentes y pudientes miembros de las profesiones liberales.

Los refinamientos de la vida social (o el aburrimiento) descritos por Jane Austen iban cediendo a los modos más sofocantes de la «respetabilidad» victoriana. Aparte de sus rasgos ridículos, este convencionalismo autocomplaciente no se conquistaba sin dificultad, y así fue para los Darwin en particular. La situación social en la Inglaterra de los primeros años del XIX era turbulenta: estos fueron los tiempos de la masacre de Peterloo y de los mártires de Tolpuddle. También parecía haber una vena de inestabilidad mental latente en los Darwin: Erasmus fue descrito como «volátil», y el hermano de Robert (tío de Charles) se suicidó.

El joven Charles hizo lo posible por emular a su padre y no tardó en convertirse en un mediocre en ciernes. Incluso escribía un diario solemne. (Pese a su vuelta al mundo y sus demoledoras ideas, desde el principio, el estilo autobiográfico de ­Darwin parecía más bien el del «Diario de un don nadie».) Charles fue criado en gran medida por sus hermanas mayores hasta la edad de ocho años, cuando murió su madre. En adelante estuvo al cuidado exclusivo de sus hermanas, que le tenían bien provisto de mantas, bebidas calientes y mimos, hasta el punto de inducirle una hipocondría que le duraría toda la vida y su idea de lo que era la educación. Los Darwin, Wedgwood y Galton formaban una especie de familia extensa, y las primas y tías se turnaban en el cuidado de este muñeco humano.

Con el tiempo Charles fue desalojado del centro del universo y enviado a Shrewsbury, la escuela privada victoriana local. Esta era la imagen en negativo de la educación ofrecida por sentimentales señoritas victorianas. No se enseñaba más que los clásicos y los alumnos –azotados por sistema– eran en su mayoría ingobernables hijos de la nobleza dedicados a aterrorizar las granjas vecinas secuestrando cerdos, lecheras y otros bienes similares.

El desconcertado Darwin empezó a interesarse por la naturaleza, a coleccionar especímenes y a realizar sus propios experimentos químicos durante los momentos de calma en los que sus compañeros se entregaban al vandalismo. Esto provocó la indignación del director, quien reprendió a Darwin ante el colegio entero por «perder el tiempo». En la sucinta expresión del propio Darwin, «la escuela fue, simplemente, una laguna en mi formación».

Pero Darwin no era tan pusilánime como él nos dejaría creer. Alejado de sus hermanas, no tardó en interesarse por el deporte, que por aquel entonces consistía más en la brutalidad con los animales que con los otros participantes. Papá estaba furioso: «lo único que te interesa son los perros, pegar tiros y cazar ratas. Serás la vergüenza de la familia y la tuya propia». Como lo primero no se podía permitir, a los 16 años lo sacaron de la escuela y lo enviaron a la Universidad de Edimburgo a estudiar medicina, como antes hizo su padre.

En aquellos días la Universidad de Edimburgo contaba con una de las mejores escuelas de medicina de Europa. Hasta entonces los mejores estudiantes habían ido a Leiden y Utrecht, pero las guerras napoleónicas acabaron con la costumbre. En cualquier caso, hasta las mejores escuelas médicas eran lugares siniestros, anclados en la era de los matasanos. El joven y sensible Darwin quedó horrorizado al tener que asistir a operaciones realizadas sin anestesia, con cubos de sangre bajo la mesa. («Ron para atontar, ayudantes fuertes para sujetar y un corazón valeroso» era lo que se consideraba más importante para ser cirujano.) Una vez más Darwin se sintió atraído por los senderos de la biología. Se hizo miembro de la Plinian Natural History Society, donde hizo amistad con el zoólogo Robert Grant, que también daba clases de anatomía.

Ambos estaban obsesionados con la recolección de especímenes y Grant llevó consigo a Dar­win en sus expediciones. Juntos peinaron sistemáticamente la playa de Firth of Forth con la marea baja, reuniendo muestras de vida marina y plantas que luego diseccionaban y observaban ante el microscopio. Cualquier hallazgo original era clasificado de acuerdo con el sistema propuesto por el gran botánico sueco Linneo solo 70 años antes.

Linneo había abierto el campo de la biología con su revolucionario sistema de clasificación. En un principio, este dividía las plantas en clases y grupos, dando a cada una un nombre genérico latino y un adjetivo descriptivo. Por ejemplo, Rosa damascena