De pasión y de guerra - Juan Basterra - E-Book

De pasión y de guerra E-Book

Juan Basterra

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Beschreibung

De pasión y de guerra es una novela que tiene dos escenarios principales: por un lado, la violencia en aquellos convulsionados años de comienzos del siglo XIX, con períodos de batallas, disputas de poder y, sobre todo, con ejecuciones y escarmientos (la exhibición de la cabeza del mismo Francisco Ramírez en una jaula de hierro es un ejemplo estremecedor de esto); y por el otro, el amor que signa la vida del caudillo —también conocido como "El Supremo Entrerriano"—, dividido entre dos mujeres fascinantes y contrapuestas: Norberta Calvento, su prometida, que nunca dejó de amarlo, y que murió en la vejez amortajada —según la leyenda— con aquel mismo vestido de novia cosido en vano para su casamiento; y "La Delfina", brasileña, coronela guerrera y acompañante de Ramírez hasta su trágica y apoteósica ejecución. Existen innumerables relatos de amor en épocas de guerra, pero muy pocos transmiten la verdadera pasión romántica del modo en que lo hace esta historia. Como bien escribe Mempo Giardinelli en su prólogo: "Juan Basterra logra que el tiempo corra en paralelo a vidas y pasiones, pero como en otro ritmo, uno que parece más vertiginoso aunque se va demorando, todo pasión, hacia un final sofisticado y poético".

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Basterra, Juan

De pasión y de guerra / Juan Basterra. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Bärenhaus, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-8449-35-7

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas Históricas. I. Título.

CDD A863

© 2022, Juan Basterra

Corrección de textos: Mónica Costa

Diseño de cubierta e interior: Departamento de arte de Editorial Bärenhaus S.R.L.

Todos los derechos reservados

© 2022, Editorial Bärenhaus S.R.L.

Publicado bajo el sello Bärenhaus

Quevedo 4014 (C1419BZL) C.A.B.A.

www.editorialbarenhaus.com

ISBN 978-987-8449-35-7

1º edición: diciembre de 2022

1º edición digital: noviembre de 2022

Conversión a formato digital: Libresque

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446 de la República Argentina.

Sobre este libro

De pasión y de guerra es una novela que tiene dos escenarios principales: por un lado, la violencia en aquellos convulsionados años de comienzos del siglo XIX, con períodos de batallas, disputas de poder y, sobre todo, con ejecuciones y escarmientos (la exhibición de la cabeza del mismo Francisco Ramírez en una jaula de hierro es un ejemplo estremecedor de esto); y por el otro, el amor que signa la vida del caudillo —también conocido como “El Supremo Entrerriano”—, dividido entre dos mujeres fascinantes y contrapuestas: Norberta Calvento, su prometida, que nunca dejó de amarlo, y que murió en la vejez amortajada —según la leyenda— con aquel mismo vestido de novia cosido en vano para su casamiento; y “La Delfina”, brasileña, coronela guerrera y acompañante de Ramírez hasta su trágica y apoteósica ejecución.

Existen innumerables relatos de amor en épocas de guerra, pero muy pocos transmiten la verdadera pasión romántica del modo en que lo hace esta historia. Como bien escribe Mempo Giardinelli en su prólogo: Juan Basterra logra que el tiempo corra en paralelo a vidas y pasiones, pero como en otro ritmo, uno que parece más vertiginoso aunque se va demorando, todo pasión, hacia un final sofisticado y poético.

Sobre Juan Basterra

Juan Basterra nació en La Plata, Buenos Aires, el 27 de junio de 1959, chaqueño por adopción. Es profesor de Biología. Publicó Tata Dios (2018), El amor y la peste (2019) y La cruz y la espada (2021), novelas históricas que se convirtieron en muy poco tiempo en éxitos literarios. Todas editadas por Bärenhaus.

Su novela La cabeza de Ramírez fue seleccionada para la Antología bilingüe español-inglés 12 narradores argentinos 2016-2017, editada por el Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Vivió en París y Barcelona. Actualmente reside en Resistencia, Chaco.

Índice

CubiertaPortadaCréditosSobre este libroSobre Juan BasterraPrólogoIIIIIIIVVVIVIIVIIIIXXXIXIIXIIIXIVXVXVIXVIIXVIIIXIXXXXXIXXIIXXIIIXXIVXXVXXVIXXVIIXXVIIIXXIXXXXXXXIXXXIIXXXIIIXXXIVXXXVXXXVIXXXVIIXXXVIIIXXXIXXLXLIXLIIXLIIIXLIVXLVXLVI

PRÓLOGO

"Unas pocas palabras para saludar la novela de Juan Basterra".

Por Mempo Giardinelli

 

 

Hace unos pocos años, la primera versión de esta novela —con el título La cabeza de Ramírez— fue una grata sorpresa para mí. Ratifiqué entonces diversas sensaciones que ya me había producido este peculiar autor chaqueño con su anterior e impactante Tata Dios. Y sorpresa en cierto modo feroz, diría también, porque Basterra escribe novelas sangrientas y pasionales, en las que revisita y embellece, hasta los difusos límites de lo posible, el amor y las guerras que delinearon el desesperante siglo XIX de la mesopotamia argentina.

En esas tierras vuelve a brillar ahora su escritura, por la sencilla y fantástica razón de que más allá de biografías y recuperaciones históricas Basterra logra, ardoroso como sus narraciones, dibujar textualmente la figura del famoso caudillo Francisco Ramírez, llamado “El Supremo Entrerriano” y personaje clave y siempre joven (murió en 1821 a los 35 años de edad), quien todavía hoy llama la atención en la Historia Argentina como lo que sin dudas fue: uno de los más ardorosos protagonistas del infernal siglo XIX en nuestro suelo.

Como desencajado de su vida militar, y enmarcado ahora en contextos pasionales, sí que también amorosos, el impresionante Ramírez de esta novela está vivo en sus dos amores ficcionalizados: Norberta, su prometida, que murió ya anciana y amortajada con el traje de novia que nunca pudo usar; y “La Delfina”, su amante brasileña, compañera codo a codo en muchas de sus guerras.

Igual que en sus otras novelas, Juan Basterra logra que el tiempo corra en paralelo a vidas y pasiones, pero como en otro ritmo, uno que parece más vertiginoso aunque se va demorando, todo pasión, hacia un final sofisticado y poético.

 

Resistencia, agosto 2022.

I

La tarde del 22 de noviembre de 1880, en Concepción del Uruguay, Norberta Calvento tuvo una visión. Estaba acostada con los ojos cerrados en la vieja cama de bronce que había pertenecido a sus padres. La siesta había sido trabajosa, sin sueños que la abreviasen ni previsiones en que pensar. El peso de sus noventa años, le pareció, era más apremiante que nunca. Un dolor de cabeza persistente la hacía volverse a cada momento a una de las dos paredes laterales de la habitación, tapizadas con un viejo papel en el que estaban representadas entretejidas vides. De la calle llegaban los gritos de algunos niños. El olor persistente de las begonias inundaba la pieza. Abrió los ojos. Las débiles cataratas que comenzaban a velar las imágenes del mundo, no le impidieron ver una vieja iglesia, que no le recordaba ninguna de las conocidas. El sol del mediodía castigaba la columnata dórica que servía de antepalco al atrio. Una marea de personas endomingadas, entre las cuales le pareció reconocer a su padre, rodeaba a una joven vestida de novia. Era ella misma, estaba casi segura. No podía divisar, a pesar de todos sus esfuerzos, la figura del caudillo Francisco Ramírez.

Se reincorporó. El dolor era más intenso ahora. Bajó trabajosamente de la cama y se dirigió a la pieza vecina. Abrió el viejo ropero. Del fondo del último cajón sacó una de las prendas de su ajuar. Era un vestido blanco confeccionado con tela de brocado persa. Tuvo un vahído. “No veré la próxima mañana”, pensó. De la calle llegaba un ruido estridente. Trató de identificarlo y no pudo. Fue en ese momento que se derrumbó.

Dos horas después abrió los ojos. No reconoció a ninguno de los extraños —un sobrino, el médico y la criada— que rodeaban la cama.

—Déjenme sola —alcanzó a decir, antes de que entrara un hombre de altos ornamentos y mirada afable. Era su cura confesor.

—Norberta —el religioso depositó los santos óleos sobre la mesa de luz—, hace mucho tiempo que no te vemos por la parroquia. Mañana debes acompañarme. Se te extraña.

Norberta no contestó. Miraba la última luz del día entrar por la ventana. Un momento después escuchó unas palabras que, no podía saber, estaban dirigidas a ella misma. La voz del cura decía:

—Por esta santa unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo. Para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad. Amén.

No volvió a abrir los ojos. El mundo estaba ya totalmente desvinculado de su conciencia. Ningún recuerdo, ninguna alarma, podrían volver a perturbar su descanso. Sobre su frente, y en la proximidad del santo óleo, pusieron perfume de violetas; en sus manos, un ramo de claveles.

Nunca más —sus rasgos reposados no decían otra cosa—, volvería a ser herida.

II

Un día después de su muerte, Norberta fue depositada en el panteón familiar. Los vestidos, las libretas de escritos, los libros, las acuarelas pintadas de niña, todos aquellos objetos que resumían la cifra de una vida, fueron mantenidos inalterados muchos años. Las cartas del caudillo habían sido rotas por la misma Norberta en un verano tórrido y monótono; de ellas solo quedaba la incandescencia de los deseos aniquilados en los rincones de la habitación y en el escritorio noble de madera de cedro. El antiguo sillón de las lecturas y la espera no volvería a ser usado nunca más. La ventana que daba a la calle, y por donde se filtraba la luz de las mañanas y las tardes, dotaba a todo el conjunto de un manierismo de las formas que estaba en perfecta armonía con los objetos familiares. Sobre el último de los estantes de la biblioteca, un anillo de plata y oro reposaba inalterado.

III

Las cuencas vaciadas de los ojos recibían la luz perpetua y siempre renovada de los cirios. Por debajo del pelo broncíneo, y a pocos centímetros del tajo por el que se le había escapado la vida, la boca eternizaba una media sonrisa y un desdén aristocratizante. Faltaban, por supuesto, los dormanes de alamares dorados que habían hermoseado su rostro cuando, como general, hizo historia en Entre Ríos. Los afanes y las desilusiones que habían gobernado su vida estaban a una distancia que ningún alazán podría agotar. No valían las prebendas ni la compasión. La partida estaba perdida.

Sola entre medio de los barrotes, la cabeza de Francisco Ramírez miraba muda la soberbia arcada que acrecía la dignidad de la galería inferior del cabildo de Santa Fe y el tránsito cada vez más espaciado de los visitantes que la miraban como a una vieja reliquia. La habían embalsamado con alcanfor, alcohol y miel. Fue barnizada con bálsamo y acacia después de haber sido trepanada y lavada con cocimiento de acíbar, coloquíntida y lejía. Ya no estaban aquellos ojos zarcos que le habían valido el amor de las mujeres y el respeto reverencial de sus hombres y de sus enemigos. Las cuencas vacías ausentaban aquella mirada que hiciera de él temor del gauchaje y alarido febril en los avances de sus montoneras.

Algunos meses antes había vaticinado su fin en una carta enviada a Estanislao López, hasta hace muy poco su aliado y amigo, y, ahora, el martillo que fraguaría su muerte en el yunque de la traición:

 

Brigadier: no he de recordarle a Usted todo el bien que su amistad me ha regalado estos años. Años difíciles, por supuesto, pero que por una ventura de aquellas con las que nos premia la vida, me han deparado el enorme goce de su palabra, de su pensamiento y, lo que es más importante, el apronte que, a las balas enemigas, en todo momento y circunstancia, ha realizado su pecho. No crea que olvido los favores recibidos. Aprendí de muy pequeño la gratitud y a ella me he entregado en cuerpo y alma, así fuese dirigida hacia aquellos que meses después de haberme hecho sentir las mieles de los afectos, me han traicionado con la hiel de la villanía.

Usted está, por supuesto, en un sitial diferente al que ocupan los traidores. Sus ideales, que constituyen todo lo más caro de nuestras aspiraciones, y el objeto al que abrazamos nuestra causa, son los míos. A ellos es a los que sacrifico mi salud, y, lo sé muy bien, en un momento futuro, mi vida. No trate de disuadirme de tan terrible pensamiento. Sé que así sucederá y sé que ese acto es necesario, y que al igual que el vuelo con que el milano surca nuestros cielos, está irresolublemente ligado al acontecer de las circunstancias y la marcha del mundo.

Fatalismo, dirán algunos. Yo lo llamo aceptación de nuestro destino. De la misma manera que el yuyo es pisoteado por el potro en el trote que sujeta al mismo, nosotros somos los verdugos y las víctimas del acontecer de nuestra querida Patria. Otros recogerán las semillas de nuestro sacrificio para sembrar con ellas el suelo de nuestras esperanzas.