Delicioso encuentro - Chantelle Shaw - E-Book

Delicioso encuentro E-Book

Chantelle Shaw

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Beschreibung

Bianca 3051 Un hombre que pertenecía al pasado… ¡era su única esperanza de futuro! La fotógrafa gastronómica Savannah O'Neal tenía que salvar a su madre de la ruina. Pero esa salvación dependía de Dimitris Kyriakou, un chef multimillonario que le había robado y destrozado cruelmente el corazón. Hacía años, el padre de ella no había considerado que Dimitris estuviera a la altura de su hija, por lo que lo sometió a chantaje para que cortara la relación con ella. Ahora, Dimitris pensaba hacer las cosas bien, y ofreció a Savannah trabajo en Grecia. La química entre ambos seguía siendo increíble. Pero al darse cuenta de lo doloroso que resultaría amar a Savannah y perderla, él no quiso arriesgarse a nada más que a reavivar el deseo de ambos.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Chantelle Shaw

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Delicioso encuentro, n.º 3051 - diciembre 2023

Título original: Penniless Cinderella for the Greek

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411804639

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

QUÉ le pongo, señor?

El camarero dejó la bayeta con la que estaba limpiando la barra.

–Espero que no se moleste si le digo que se parece mucho al famoso chef Dimitris Kyriakou.

–Ya me lo han dicho.

Dimitris había aprendido a vivir con el reconocimiento público que traía consigo la fama, pero esa noche estaba preocupado y no tenía ganas de charlar con el camarero.

–Tráigame una botella de champán y dos copas, por favor.

–Muy bien, señor. Si está hospedado en el hotel, haré que se la suban a la habitación.

–Me la llevaré yo. Estoy preparando un sorpresa.

Impaciente, contempló al camarero, mientras ponía las copas en una bandeja y sacaba el champán de la nevera.

–¿Celebra algo especial?

–Más o menos.

Su hermana Eleni le había jurado que, si las sospechas sobre su prometido eran ciertas, rompería su compromiso con Matt Collier, lo que, en opinión de Dimitris, merecía celebrarse. Había realizado algunas investigaciones discretamente y averiguado que Collier tenía fama de haber engañado a sus anteriores novias.

Eleni merecía casarse con un hombre que la quisiera y le fuera fiel. Dimitris pensó con dolor en el feliz matrimonio de sus padres, antes de su trágica y temprana muerte.

Había accedido a ayudar a Eleni a averiguar si Collier tenía una amante porque era su deber cuidar de su hermana pequeña. A fin de cuentas, era culpa de él que se hubiera quedado huérfana a los diez años.

Dimitris tenía catorce, cuando sus padres se mataron en un accidente de coche. Eleni resultó gravemente herida. Él, sorprendentemente, quedó prácticamente ileso.

En el espejo de detrás de la barra observó la pequeña cicatriz que le recorría la mejilla y que la incipiente barba le disimulaba.

A pesar de que la herida física había desaparecido, seguía sintiéndose culpable del accidente. En los dieciocho años transcurridos desde entonces, a Eleni la habían operado varias veces y durante mucho tiempo había tenido que usar una silla de ruedas o un bastón. Pero recorrería la nave de la iglesia el día de su boda, ya próximo, a menos que Dimitris hallara pruebas de que su prometido, la engañaba.

«Últimamente, Matt se comporta de forma extraña. Le he mirado el móvil y he visto que está en contacto con una mujer a la que llama S», le había contado Eleni sollozando. «Matt me ha dicho que el fin de semana va a participar en un torneo de golf, pero sus mensajes demuestran que ha quedado con S en un hotel. Debo saber la verdad. ¿Me ayudarás, Dimitris?».

Dimitris había ido al hotel donde Collier iba a reunirse en secreto con su amante. El coche de este se hallaba en el aparcamiento y en sus mensajes a aquella mujer aparecía el número de habitación. Dimitris cenó en el hotel con la esperanza de ver a Collier y a su acompañante. Pero no aparecieron en el comedor, así que tuvo que poner en marcha el plan B.

Salió del bar con el champán y se montó en el ascensor.

 

 

–Voy a darme una ducha rápida, cariño. ¡No te vayas!

Matt guiñó el ojo a Savannah, que esbozó una sonrisa forzada.

No podía seguir con aquello. No podía acostarse con Matt, aunque aquella fuera su tercera cita, y todo el mundo supiera que una tercera cita significa sexo. Por eso llevaba años sin salir más de dos veces con ningún hombre. Lo cierto era que, cuando salía con alguno, siempre le parecía que le faltaba algo, por lo que no le era difícil no volver a verlo.

Matt la atraía, y su carácter abierto y simpático hacían que no se sintiera tan precavida.

Se dijo que ambos eran adultos, no tenían pareja y estaban de acuerdo.

Entonces, ¿cuál era el problema?

La decoración impersonal de la habitación aumentó la sensación de Savannah de que lo que estaban a punto de hacer era más sórdido que romántico. Tal vez se sentiría mejor si Matt le hubiera propuesto pasar la primera noche en su piso. Le había dicho que estaba en obras y que todo estaba patas arriba.

Habían cenado en la habitación. Savannah apenas había comido, debido a los nervios. Sintió alivio al quedarse sola.

«Te estás portando como una idiota».

Se dijo que era natural sentir aprensión ante la idea de tener relaciones sexuales después de tanto tiempo. Casi no había tenido experiencias sexuales, pero, una vez que empezara, todo iría bien.

Desnudarse sería un buen comienzo. No solía vestir de rojo. Se había puesto aquel vestido para aumentar la seguridad en sí misma, aunque sin resultado.

Se desató el cinturón con dedos temblorosos y el vestido se le abrió dejando al descubierto el sujetador de encaje que se había comprado con la esperanza de que una lencería sexy le despertara la libido.

Había conocido a Matt hacía dos semanas. Ella era fotógrafa gastronómica y tuvo que llevar unas fotos para una campaña publicitaria que Matt había concebido para promocionar un nuevo bar de tapas en el Soho. Se sintió atraída por él y, al acabar, fueron a tomar algo. Cualquier cosa era preferible a volver a casa y enfrentarse a la terrible situación económica que le había dejado su padre.

En la segunda cita, mientras cenaban, Matt le dijo que su relación anterior había acabado hacía unos meses. Savannah accedió a que se vieran en un hotel. Las cosas le estaban yendo muy mal, por lo que agradeció la distracción de una nueva relación. Además, tenía veintiocho años: había llegado el momento de dejar de esconderse de la vida.

Hacía años que Savannah había cortado con Hugo al darse cuenta de que no estaba enamorada. Descubrir que la había utilizado por motivos infames fue humillante, pero Hugo no le partió el corazón. Ese honor estaba reservado para el hombre que se le seguía apareciendo en sueños diez años después de haberla rechazado cruelmente. Pensar en él la enfurecía, por lo que decidió darle una oportunidad a Matt.

Pero cuando entraron en la suite del hotel, ella comenzó a dudar y se puso nerviosa. Era demasiado pronto, no estaba preparada para acostarse con alguien al que apenas conocía. Tal vez fuera ridículo esperar que un día encontraría a un hombre al que estuviera dispuesta a seguir al fin del mundo, pero en ese momento se dio cuenta de que no se conformaría con menos.

Al oír el sonido del grifo de la ducha pensó en marcharse, mientras Matt seguía en el cuarto de baño, pero le pareció injusto huir. Era un hombre agradable que merecía saber que el problema no era él, sino ella.

Llamaron a la puerta y tuvo la esperanza de que el hotel estuviera en llamas. Pero, entonces, habría sonado la alarma antiincendios. Fuera cual fuese la razón, la interrupción era muy oportuna, porque le daba la oportunidad de explicarle a Matt que había cambiado de idea.

Se apresuró a abrir la puerta sin recordar que tenía el vestido abierto.

 

 

El ascensor se detuvo en el cuarto piso y Dimitris salió y llamó a la habitación 402.

–Servicio de habitaciones.

Una voz femenina gritó:

–Un momento. Matt, ¿has pedido…? –se produjo un silencio y la voz masculló–: Supongo que no me oye desde el cuarto de baño.

La puerta se abrió, pero la mujer no lo miró porque estaba intentando atarse el cinturón del vestido. Dimitris se preguntó si se había vestido a toda prisa. Le dio tiempo a verle la parte superior de los senos contenida por el sujetador.

Observó su cabello rubio que le llegaba a los hombros, antes de contemplar su esbelta figura y sus largas piernas. Llevaba unos zapatos de tacón rojos. Su perfume hizo que recordara algo muy lejano, pero no supo el qué. La mujer de rojo era muy sexy.

–Voy a dejar el champán en la mesa –entró en la habitación sin dar tiempo a la mujer a contestarle. Estaba furioso. Se alegraba de haber convencido a Eleni de que se quedara en casa. Se quedaría destrozada cuando le confirmara que el hombre al que quería tenía una amante, pero al menos no había tenido que sufrir la humillación de enfrentarse a la mujer que, a juzgar por el cabello despeinado y la ropa mal puesta, debía de haber estado en la cama con su prometido.

La puerta del cuarto de baño se abrió y Matt Collier salió en albornoz. Se quedó con la boca abierta al ver a Dimitris.

–¿Qué haces aquí?

Dimitris no contestó. Se había dado cuenta de por qué el perfume de ella le resultaba conocido. Llevaba años obsesionado con aquella mujer. Ella alzó la cabeza, lo miró y sus ojos verdes se abrieron como platos al reconocerlo.

–¿Dimitris?

–Savannah O’Neal.

Se hallaba en estado de shock. Entrecerró los ojos para disimular su reacción, mientras el cerebro y el cuerpo reconocían que la bonita adolescente a la que había dejado plantada hacía diez años se había convertido en una mujer increíblemente hermosa y sexy.

–Cuánto tiempo.

 

 

El efecto de Dimitris en Savannah fue tan intenso como cuando tenía dieciocho años. El corazón se le desbocó y se le secó la boca

Lo había visto muchas veces en la televisión, en su popular programa de cocina. Su aspecto de estrella del rock y su carismática personalidad hacía que lo invitaran regularmente a tertulias televisivas. Pero nada la había preparado para verlo en persona.

Su atractivo era excepcional.

A menudo se imaginaba que volvía a verlo y que al hacerlo adoptaba un actitud fría y distante, a diferencia de la de la adolescente que se había enamorado de él. Pero los años transcurridos se evaporaron y volvió a ser la chica torpe que soñaba con que el dios griego que trabajaba en el restaurante de su familia se fijara en ella.

Durante once mágicas noches, su sueño se materializó. Pero no hubo final feliz, sino una fría dosis de realidad que la obligó a madurar.

A los veintidós años, el atractivo aspecto de Dimitris lo hacía sobresalir al compararlo con los jóvenes de su edad que Savannah conocía. Se había educado en una escuela femenina y no estaba preparada para enfrentarse a la potente masculinidad de Dimitris.

Ahora, a los treinta y dos, aún era más atractivo de lo que recordaba. La cicatriz de la mejilla casi le había desaparecido. No le restaba belleza, sino que le daba un aspecto de pirata que la aumentaba. Tenía los ojos azules y espesas pestañas y cejas, que ahora estaban fruncidas.

Pero fue la boca lo que atrajo la atención de Savannah; los labios carnosos que prometían el paraíso y que, según recordaba, habían cumplido la promesa. Llevaba impresos sus besos en el cerebro.

Se dijo que él no recordaría su primer apasionado encuentro, una noche de verano de hacía diez años. Pero el brillo de sus ojos hizo que se preguntara si tampoco él había olvidado la caseta de la piscina la noche en que ella cumplió dieciocho años.

–No es lo que parece –la voz de Matt la devolvió a la realidad.

Se sintió culpable por haberse olvidado de él tan fácilmente. Había sido un detalle que hubiera pedido champán, tal vez para celebrar que habían hecho el amor por primera vez.

Sin embargo, ¿por qué el famoso chef Dimitris Kyriakou les había subido el champán a la habitación? Perpleja, se preguntó si Matt quería sorprenderla con la visita de un personaje famoso.

Lo miró antes de volver a contemplar al griego alto e impresionante cuya presencia dominaba la habitación.

A los dieciocho años era ingenua y no sabía que los hombres como Dimitris eran una excepción. Ahora sabía que todos resultaban insignificantes comparados con él.

–¿Qué pasa? –le preguntó a Matt.

Él no la miró, sino que se dirigió a Dimitris.

–Sé que resulta sospechoso que esté en un hotel con una mujer, pero Savannah es una compañera de trabajo. Me propuso que nos reuniéramos para hablar de un proyecto, y yo no sabía que había reservado una habitación con la intención de convencerme de que me acostara con ella.

Savannah ahogó un grito.

–No es verdad. Sabes perfectamente que has sido tú quien me ha pedido que pasara la noche contigo.

Matt le rehuyó su mirada y ella se dirigió a Dimitris.

–¿A qué has venido?

–¿Esperas que me crea que no sabías que tu amante va a casarse?

–Pues sí, porque es la verdad –contestó ella mientras intentaba asimilar lo que él le acababa de decir–. Debe de haber un error. Matt no está comprometido con nadie, ¿verdad, Matt?

La expresión avergonzada de Matt se volvió hosca, por lo que no hubo necesidad de que dijera nada. Savannah exhaló lentamente, mientras la sorpresa y la incredulidad daban paso a la ira y la vergüenza.

«Idiota», se dijo. ¿Nunca aprendería que todos los hombres mentían? Eso incluía a su padre y, ahora, a los dos hombres que había en la habitación.

Sintió náuseas al mirar a Matt. Se preguntó cómo habría reaccionado, si no los hubieran interrumpido y ella le hubiera dicho que había cambiado de opinión.

¿Habría intentado convencerla de que se acostaran, a pesar de que había prometido casarse con otra mujer?

–Matt y yo no somos amantes –le dijo a Dimitris, que no pareció creerla.

Siguió su mirada y comprobó que el vestido se le había abierto un poco y que se le veía el sujetador. Se sonrojó y se lo ajustó.

–Es verdad –confirmó Matt–. No me he acostado con Savannah. Ella no significa nada para mí. Lo de esta noche ha sido un error.

–No me ha dado esa impresión –ya era bastante humillante que Matt la avergonzara de esa forma, pero que lo hiciera delante de Dimitris la llevó a querer despertarse de lo que indudablemente era una pesadilla.

Matt se dirigió a Dimitris.

–Oye, amigo, no sé cómo me has encontrado, pero no hace falta que le cuentes a Eleni esta pequeña indiscreción, sobre todo porque no ha pasado nada.

–No soy tu amigo –contestó Dimitris con desdeñosa frialdad–. Mi hermana ha leído los mensajes de tu móvil y sabe que la has engañado al decirle que ibas a participar en un campeonato de golf, pues lo que pensabas hacer era reunirte con una mujer, a la que te referías como «S». Supongo que se trata de Savannah.

–¿Matt es el prometido de Eleni?

Savannah, por fin, entendió el motivo de la furia, apenas disimulada, de Dimitris. Cuando lo conoció, protegía mucho a su hermana.

–No lo sabía.

Ahora comenzaba a comprender ciertos detalles. En los mensajes, Matt utilizaba la inicial de su nombre alegando que era muy largo para escribirlo entero. Y le creyó cuando le dijo que iba a dejar las redes sociales porque estaba cansado. Se había esforzado mucho para engañarla y ella se había creído sus mentiras.

Dimitris miró a Matt frunciendo el ceño.

–La boda se ha anulado, Collier. Después de esto, mi hermana no querrá tener nada que ver contigo.

–¿Eso lo has decidido tú o ella? Hablaré con Eleni y la convenceré de que me ofrezca otra oportunidad.

–No te acerques a ella. Haré lo que sea para protegerla de gentuza como tú –rugió Dimitris.

Lanzó una fría mirada a Savannah.

–¿Sabe tu amante que estás casada? –frunció los labios al ver que ella se sobresaltaba–. Hace años, al marcharme de Londres, me enteré de que te habías prometido a un miembro de la aristocracia inglesa y de que se esperaba que la boda fuera un gran acontecimiento social –negó con la cabeza–. Este y tú estáis hechos el uno para el otro.

Antes de que Savannah pudiera defenderse, Dimitris salió de la habitación. Y a ella le pareció que se había producido un terremoto, tal era su aturdimiento y desorientación.

Matt tuvo la desfachatez de parecer ofendido.

–No me has dicho que estabas casada.

–No lo estoy. Estuve prometida, pero anulé la boda.

–Pues parece que la mía tampoco se va a celebrar. Dimitris no aprobaba que me casara con Eleni y ella siempre hace lo que él dice porque le paga todo, incluyendo el lujoso piso en Canary Wharf, que iba a ser nuestro regalo de bodas. ¡Qué inconveniente! Ya he dicho que me iba del piso que tengo alquilado, por lo que tendré que buscar otro.

Se acercó a Savannah y le acarició la mejilla.

–Podría irme a vivir contigo. ¿Abrimos la botella de champán y brindamos por comenzar de nuevo, cariño?

Ella se apartó, asqueada.

–Hay que ser sinvergüenza. Espero no volver a verte. De todos modos, la casa en la que vivo es de mi madre.

En realidad, Pond House no pertenecía a su madre, pensó Savannah con tristeza. Estaba únicamente a nombre de su padre, por lo que sus acreedores exigían que ella la vendiera para pagar sus deudas.

A Matt le había impresionado la casa donde se había criado y a la que había vuelto a vivir al enfermar su madre. Matt la había llevado en coche allí después de la segunda cita y había hecho hincapié en que las viviendas de aquella zona valían una fortuna. Pond House, con piscina privada, pista de tenis y un gran terreno alrededor, estaba valorada en varios millones de libras. Su venta saldaría las deudas de su padre, pero tener que abandonarla le partiría el corazón a la madre.

–¡Vete a paseo, Matt!

No sabía si odiaba más a Matt por ser un canalla o a sí misma por haber sido tan crédula.

–¿Por qué has empezado a salir conmigo, si ibas a casarte?

–Cuando fuimos a tomar algo, después de haber hecho las fotos, era evidente que estabas disponible y un poco desesperada. Pensé que Eleni no me descubriría. La mayoría de los hombres no dejan escapar una oportunidad, cuando se les presenta. Kyriakou no puede dárselas de moralista, porque es un famoso mujeriego, cuya vida personal aparece regularmente en la prensa sensacionalista.

Savannah había visto fotos en revistas de Dimitris con una serie interminable de guapas mujeres. Tras su meteórico ascenso a la fama como chef, que había amasado una fortuna de millones de libras mediante sus libros de cocina, sus apariciones en televisión y una exitosa cadena de restaurantes griegos, se lo consideraba un soltero de oro. Por desgracia para sus legiones de admiradoras, pensaba seguirlo siendo y había manifestado que no deseaba casarse ni sentar la cabeza.

Había dicho lo mismo hacía diez años, cuando Savannah le confesó que lo quería. Recordar lo ingenua que había sido la avergonzaba y la consternaba que Dimitris siguiera teniendo el mismo efecto en ella. El cuerpo entero le cosquilleaba. Él conseguía que se sintiera más viva y consciente de su feminidad que ningún otro hombre.

–¿Por qué te ha reconocido? –preguntó Matt en tono malhumorado.

–Lo conocí hace tiempo.

La corta aventura con él había sido apasionada e intensa. Estaba obsesionada con él, pero, verdaderamente, no lo había llegado a conocer. Se preguntó si alguna mujer habría podido atravesar la barrera de acero con la que protegía sus sentimientos.

La enfadaba que no le hubiera dado la oportunidad de explicarle que Matt la había engañado, aunque no le importaba lo que Dimitris pensara de ella. Pero había sido amiga de Eleni y quería dejar las cosas claras sobre su relación con Matt.

–No intentes ponerte en contacto conmigo –le dijo.

Agarró el bolso y los restos de dignidad que le quedaban y salió a toda prisa. Vio que Dimitris estaba a punto de subir al ascensor.

–¡Espera! –gritó corriendo por el pasillo. Las puertas se estaban cerrando, por lo que introdujo la mano y volvieron a abrirse automáticamente. El tiempo se detuvo al mirar a Dimitris en el ascensor.

Llevaba el negro cabello más corto de lo que recordaba. No era simplemente guapo, sino una obra de arte. Estaba tenso e irradiaba cólera

–No tengo tiempo para esto –dijo entre dientes–. Tengo que ver a mi hermana.

Savannah le observó el reloj de oro en la muñeca que contrastaba con la piel aceitunada. Llevaba pantalones y camisa negros y, con el ceño fruncido, parecía un ángel vengador dispuesto a proteger a su hermana de ella, pensó Savannah, desolada.

–No me he acostado con Matt –repitió.

Los duros rasgos de Dimitris no se ablandaron.

–Por favor, no le digas a Eleni que me has encontrado con su prometido. Antes de perder el contacto, éramos amigas, y por nada del mundo le haría daño.

Dimitris siguió callado, pero ella se sobresaltó al reconocer un brillo de excitación en sus ojos. Entre ellos había habido una química tórrida. Se llevó la mano a la parte superior del vestido para comprobar que estaba bien colocado y las puertas del ascensor se cerraron y comenzaron a descender.

Se recostó en la pared jadeando. Era absurdo que se sintiera tan dolida porque él se negara a escucharla. Había aceptado sin más ni más que estaba con el prometido de su hermana y la había juzgado injustamente. Y, aún peor, volver a verlo la obligaba a enfrentarse a la verdad que llevada negando desde los dieciocho años: no había olvidado a Dimitris y comparaba al resto de los hombres con él.