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Alejandro y Lucía huyen del bullicio de la ciudad para reencontrarse en un entorno natural, donde el tiempo parece suspenderse. Pero un accidente lo cambia todo: Lucía desaparece sin dejar rastro y Alejandro, sumido en el dolor y la confusión, descubre que lo sucedido desafía la lógica. En el corazón de Misiones, entre cabañas, una capilla aislada y relatos de apariciones, comienza una búsqueda entre lo tangible y lo invisible. ¿Puede el amor atravesar dimensiones? ¿Qué ocurre cuando el alma no encuentra descanso?
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Seitenzahl: 99
Veröffentlichungsjahr: 2025
SERGIO ALEJANDRO BUSTOS
Bustos, Sergio Alejandro Desaparición en La Milagrosa / Sergio Alejandro Bustos. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-6277-7
1. Biografías. I. Título. CDD A860
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Agradecimientos
Prólogo
Introducción
Los protagonistas
Primer Momento (Lo cotidiano)
Segundo Momento (Volver al trabajo)
Tercer Momento (El encuentro en casa)
Cuarto Momento (El despertar en otro día)
Quinto Momento (La ruta)
Sexto Momento (Abrir los ojos)
Séptimo Momento (La burocracia argentina)
Octavo Momento (Las diferentes reacciones)
Noveno Momento (El lugar del accidente)
Décimo Momento (Sentidos del más allá)
Décimo Primer Momento (Estudios fotográficos)
Décimo Segundo Momento (Atisbo de una sombra)
Décimo Tercer Momento (La pericia científica)
Décimo Cuarto Momento (El primer contacto)
Décimo Quinto Momento (Más que un contacto)
Décimo Sexto Momento (La Huella del mal)
Décimo Séptimo Momento (El bosque y la anciana)
Décimo Séptimo Momento (La Revelación)
Epílogo (El eco del otro lado)
A quienes se atreven a cruzar la delgada línea
entre lo real y lo imposible.
Dicen que algunas historias solo viven en la imaginación,
pero otras dejan huellas que nunca desaparecen.
Este libro es para aquellos que leen con el corazón acelerado,
con el susurro del miedo en el oído.
Que sus noches sigan siendo tranquilas… por ahora.
Los nombres propios mencionados en esta obra son ficticios. Cualquier coincidencia con personas reales, vivas o fallecidas, es pura coincidencia. Las situaciones, diálogos y personajes han sido creados con fines narrativos y no buscan representar a nadie en particular
Este libro es el reflejo de un viaje que comenzó en 2007 y culmina el 18 de marzo de 2025, construido a lo largo de los años con pequeños aportes que la vida misma fue regalándome. Está tejido con las experiencias del mundo que nos rodea y con esos sueños fugaces que visitan nuestras noches.
Gran parte de su esencia surge de la nostalgia por la imaginación de la infancia, esa capacidad infinita de crear sin límites. En mi hija, Tiziana, veo reflejado ese espíritu puro, y es ella, sin duda, una parte inseparable de mi corazón.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a mis padres, Daniel Bustos y Teresita Sesmero, quienes con su amor y guía me enseñaron a perseguir mis sueños, y a mis hermanos, Dani y Cinthya, por ser siempre un pilar incondicional de apoyo.
Hoy, desde un lugar más maduro, deseo dedicar un agradecimiento muy especial a la mujer de mi vida, Noelia. Sin su amor, paciencia y respaldo, este libro no habría llegado a sus manos.
Gracias a todos ustedes por estar, por soportarme en mis momentos de incertidumbre, por alentarme en los de duda y, sobre todo, por brindarme su amor incondicional.
Con gratitud infinita,
Sergio Alejandro Bustos
En estas páginas, quiero compartir con ustedes el motivo y el sentido de esta historia.
El eje central gira en torno a la Virgen Milagrosa, y en este caso especial, a una capilla enclavada sobre un cerro, a unos 30 kilómetros de la ciudad de Posadas, en la provincia de Misiones, Argentina.
El camino para llegar allí es angosto y serpenteante, bordeado por sierras que parecen custodiar el secreto que guarda el lugar. Los jacarandás inclinan sus ramas cargadas de flores hacia el suelo como si intentaran acariciar la tierra, mientras los lapachos florecidos tiñen de rosa y amarillo el horizonte. El aroma de la tierra húmeda, mezclado con el perfume silvestre del jazmín del país, impregna el aire con una dulzura envolvente.
Al llegar a la cima, la capilla se alza solitaria, pequeña pero imponente, como si hubiese crecido junto a las rocas. Su fachada es sencilla, con paredes encaladas que el tiempo ha desgastado, y una cruz de hierro forjado que se alza en lo alto. Las ventanas, estrechas y alargadas, parecen ojos que observan con recelo el valle a sus pies.
El aire allí está impregnado de un silencio particular, casi sagrado. Es un silencio que no es ausencia de sonido, sino una presencia en sí misma. El canto de los grillos, el suave murmullo del viento entre los árboles y el graznido lejano de algún ave nocturna parecen formar parte de un coro ancestral, que solo quienes prestan atención logran escuchar.
Junto a la capilla, se extiende un pequeño campo donde el pasto crece indómito, como si la naturaleza quisiera reconquistar el terreno. Hoy, en ese mismo sitio, uno de los propietarios ha edificado cabañas destinadas al eco-turismo. De madera rústica y techos de tejas coloniales, las cabañas parecen haber brotado del paisaje, en perfecta armonía con el entorno.
Este refugio atrae a almas errantes que huyen del bullicio de la ciudad: ejecutivos hartos del tráfico infernal, escritores buscando inspiración, parejas anhelando reencontrarse. Allí, el tiempo no es enemigo; las horas transcurren lentas, casi perezosas, y las noches parecen eternas.
El nombre del sitio, La Tai Milagrosa, tiene un origen particular. "Tai", en sánscrito, significa "paz" pero también "mirar lejos". Y es que, desde ese cerro, la vista se pierde en el infinito verde de Misiones, como si el alma pudiera desprenderse del cuerpo y emprender su propio viaje.
Sin embargo, la belleza del paisaje es solo la fachada. Detrás de la serenidad, algo se oculta. Un misterio antiguo, un eco del pasado que todavía respira. Y entre esas colinas, entre esas piedras, la historia de Alejandro Bach y Lucía Ocampo espera a ser contada.
Ellos fueron testigos del milagro, pero también de la maldición.
Esta es la historia de un amor profundo, tan genuino que roza lo imposible.
Alejandro y Lucía comparten un vínculo abrasador, casi místico, donde la pasión y la ternura conviven en perfecta armonía. En un mundo devorado por la prisa, ellos son la excepción: dos almas que se encuentran se aferran y se reconocen como si hubieran estado buscándose desde siempre.
Sin embargo, su historia no es un cuento de hadas. El destino —caprichoso e implacable— tiene sus propios designios. Lo que empieza como una historia terrenal se desdibuja lentamente en las fronteras de lo paranormal. Cada minuto que transcurre es un fotograma de una película cuyo final desconocemos.
En estas páginas no hay letras lanzadas al azar. Cada palabra encierra un secreto, cada línea es una pista, cada pausa es un susurro del más allá.
Serán ellos, Alejandro y Lucía, quienes nos guíen por este viaje, donde la pasión se mezcla con lo arcano, y el amor desafía los límites de la razón.
Alejandro tiene 46 años, nacido el 01 de agosto de 1978 en Posadas, Misiones. Es licenciado en comercio exterior, deportista y un apasionado de la tecnología. Su porte es elegante, con facciones refinadas y una leve sombra de barba que resalta su mandíbula angulosa. Su cabello, de un rubio oscuro que a la luz del sol adquiere destellos dorados, cae con desprolija elegancia sobre su frente. Sus ojos, de un verde claro y penetrante, tienen la particularidad de parecer más brillantes después de la lluvia, como si reflejaran el paisaje.
Mide 1,73 metros, con una figura atlética esculpida por años de natación y tenis. Su presencia emana un magnetismo sutil, de esos que no llaman la atención de inmediato, pero que cautivan a quien lo conoce en profundidad.
En el amor, Alejandro es apasionado, detallista, capaz de transformar lo cotidiano en un ritual encantador. Prepara cenas con velas sin necesidad de que sea una fecha especial, compra flores sin motivo aparente y adora sorprender a Lucía con escapadas imprevistas. Sin embargo, su vida profesional lo mantiene a menudo atrapado en una vorágine de reuniones, contratos y plazos.
Pese a su carácter pragmático, hay en él un espacio para lo inexplicable. Desde pequeño, ha sentido cierta fascinación por lo esotérico. Las historias sobre aparecidos, los relatos de la Virgen de Itatí que su abuela le contaba, o las noches estrelladas en las que creía ver luces errantes, marcaron su infancia. Quizás, por ello, no le resultará tan ajeno lo que está por suceder…
Lucía tiene 47 años, un año mayor que Alejandro. Nació el 20 de abril de 1977, también en Posadas. Es abogada, conocida por su destreza litigante y su oratoria persuasiva. En el juzgado, su carácter firme la convierte en una profesional implacable, de esas que no titubean frente a un alegato difícil.
Sin embargo, fuera de su labor, Lucía es todo dulzura. Su rostro, de rasgos delicados y piel nívea, está enmarcado por una melena azabache que cae en ondas suaves sobre sus hombros. Sus ojos, oscuros y enigmáticos, tienen un brillo particular cuando sonríe, como si guardaran secretos que nadie puede descifrar.
Mide 1,65 metros, con una figura esbelta, elegante. Su forma de caminar es grácil, casi etérea, como si flotara sobre el suelo. Lucía tiene un aire magnético, un halo de misterio que Alejandro nunca logró descifrar del todo.
En la intimidad, es cálida, mimosa. Cuando está con Alejandro, se entrega por completo. Le encanta perderse en su pecho, acurrucarse entre sus brazos y cerrar los ojos mientras él le acaricia el cabello. Pero hay algo más en Lucía. Algo que ni siquiera ella comprende: una conexión espiritual con lo intangible. A menudo tiene sueños premonitorios, presentimientos que no sabe explicar, pero que la guían como un faro invisible. Y ese don pronto se convertirá en su maldición…
El calor en Misiones era abrasador. El sol, implacable, se derramaba sobre la tierra con una furia desmedida, haciendo que la temperatura alcanzara los 39 grados a las 12:09 del mediodía. La humedad espesaba el aire, volviéndolo casi palpable, como si fuera posible tocarlo, moverlo con las manos.
En la casa, Alejandro estaba en la cocina, concentrado en preparar el almuerzo. El ventilador giraba con pereza, apenas removiendo el aire cálido. De fondo, el viejo parlante Bluetooth reproducía un tema de Luis Miguel, pero la música se entremezclaba con el sonido del aceite crepitando en la sartén.
Sobre la mesada, los ingredientes estaban dispuestos como si fueran parte de un bodegón: los fideos tricolores aún humeaban, mientras la ensalada vibrante —pimientos, morrones, aceitunas, pepinos y apio— aguardaba en un bol de cerámica blanca. Junto a todo eso, un vino blanco Torrontés salteño, reposaba abierto, liberando su aroma afrutado.
Alejandro, con la destreza de un sommelier aficionado, levantó la copa, la giró suavemente y aspiró el aire con los labios semiabiertos para percibir mejor los matices. El dulzor del vino le acarició la lengua, dejando un retrogusto floral que lo hizo sonreír. Sabía que a Lucía le encantaría.
Mientras removía la sartén con movimientos precisos, sus pensamientos vagaban hacia ella, imaginando su sonrisa radiante al ver la mesa servida. Le encantaba sorprenderla con esos pequeños gestos: un ramo de flores sin motivo, un postre improvisado, una copa de vino a media tarde. Ella siempre decía que esos detalles la desarmaban.
De repente, la puerta se abrió.
La brisa caliente de la calle entró como un respiro ardiente.
—¡Hola, gordi! ¿Cómo estás? —saludó Lucía con voz risueña, dejando las llaves sobre la mesa.
El aroma de la comida la envolvió al instante. Cerró los ojos un segundo, disfrutando el perfume a ajo dorado y especias que flotaba en el aire.
—¡Mmm! Huele delicioso… —dijo, entornando los ojos con placer.
Alejandro, todavía con la espátula en la mano, la miró por encima del hombro. Su sonrisa pícara se ensanchó.
—No te acerques… —advirtió, fingiendo severidad—. Siempre me picoteás de la olla antes de que termine.
Lucía sonrió traviesa, pero retrocedió obediente, aunque solo para sentarse en la barra. Apoyó el mentón en su mano, con una expresión de niña caprichosa, y lo observó como si lo desafiara con la mirada.