Después del "sí, quiero" - Chantelle Shaw - E-Book

Después del "sí, quiero" E-Book

Chantelle Shaw

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Beschreibung

No le había dado tiempo a decir "Sí, quiero" cuando ella recuperó la memoria y se acordó de todo… Después de enamorarse de un conocido magnate italiano, Marnie Clarke, camarera, se sintió horrorizada al enterarse de que, en el mundo de este, era solo su "sucio secretito". Con el corazón roto decidió marcharse con su dignidad a otra parte… ¡y con un hijo en el vientre! Leandro se negaba a creer que el niño pudiese ser suyo hasta que una prueba de paternidad le demostró lo contrario. La pérdida de memoria de Marnie, causada por un accidente, hizo que decidiese convencerla de que estaban prometidos e iban a casarse. Era el único modo que Leandro tenía de asegurarse un heredero.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2016 Chantelle Shaw

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Después del «sí, quiero», n.º 2547 - mayo 2017

Título original: Trapped by Vialli’s Vows

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9721-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Así que tú eres el sucio secretito de Leandro.

Marnie apartó la vista de la puerta del restaurante por la que debía de llegar Leandro y miró al hombre que se había sentado a su lado en la barra. Se preguntó si había oído mal.

–¿Perdone?

Él sonrió y le tendió la mano.

–Disculpa la broma. Soy Fergus Leary, director financiero de Vialli Entertainment. Todo el mundo en la empresa siente curiosidad por saber por qué Leandro mantiene a su novia en secreto. Solo nos enteramos de tu existencia cuando le pidió a su secretaria que te llamase para la fiesta.

Marnie intentó no sentirse mal a pesar de que se le había encogido el estómago. Fergus le había caído mal desde el principio, pero sonrió educadamente. Al menos este le había hablado, no como el resto de empleados de Leandro. Había llegado al restaurante en el que se iba a celebrar la fiesta ella sola y muy nerviosa, y las miradas de curiosidad de los presentes solo habían conseguido que se sintiese todavía peor.

Al parecer, todo el mundo estaba esperando a Leandro, que llegaba un cuarto de hora tarde. Marnie había intentado llamarlo, pero estaba todo el tiempo comunicando. Era lo habitual. Solo había conseguido hablar con él un par de veces en las dos últimas semanas, en las que este había estado de viaje de negocios en Nueva York.

–A Leandro le frustra mucho la constante presencia de los paparazzi, así que evitamos restaurantes y bares que sean muy conocidos –le explicó ella a Fergus.

De hecho, ella había empezado a preguntarse recientemente por qué Leandro nunca le pedía que lo acompañase a ningún evento, como a un estreno cinematográfico al que había acudido la semana anterior.

–Voy al estreno porque es una buena oportunidad de negocio y un buen lugar para relacionarse –le había dicho él cuando, por primera vez desde que habían empezado a salir juntos, Marnie le había preguntado por qué no la invitaba a acompañarlo–. No vas a conocer a nadie y te vas a aburrir.

Ella debía de haber puesto gesto de decepción, porque Leandro había añadido en tono conciliador:

–Saldremos a cenar cuando vuelva de Nueva York. De hecho, podríamos irnos un fin de semana a alguna parte. Elige el destino y yo lo organizaré todo. ¿Qué te parece Praga? Has dicho varias veces que te gustaría conocerla.

Después había evitado continuar con la discusión llevándosela a la cama, pero después Marnie se había dado cuenta de que había vuelto a entretenerla con la promesa de un viaje y con sexo, lo que solía hacerle sentir que, a pesar de tener con él una relación poco convencional, eran muy felices viviendo juntos.

Y el hecho de que estuviese allí aquella noche, en aquella fiesta que Leandro había organizado para sus empleados, para celebrar la conclusión de un proyecto, era la prueba de que la había escuchado. Aunque también era cierto que lo había hecho a última hora y a través de su secretaria.

Decidida a ir vestida para impresionar en su primera aparición pública con Leandro, había ido a comprarse un vestido nuevo a Bond Street. No obstante, no había disfrutado de la experiencia. Por un lado, por el precio de la ropa y, por otro, porque le había hecho recordar cuando, con dieciocho años, la habían acusado de haber robado en unos grandes almacenes.

Si se hubiese mirado un poco mejor al espejo de la tienda, en vez de tener tanta prisa por terminar con aquello, se habría dado cuenta de que el vestido le quedaba un poco justo, pensó mientras se miraba de reojo en el espejo que había detrás de la barra. El terciopelo negro se pegaba a su cuerpo curvilíneo, que había engordado un poco recientemente. Tenía la esperanza de que el collar de perlas que llevaba al cuello desviase parte de la atención del generoso escote.

Miró a su alrededor y se dio cuenta de que todas las empleadas de Leandro eran más delgadas y elegantes que ella. Se sintió insegura. Cuando había conocido a Leandro en el bar en el que por entonces había estado trabajando, otra de las camareras le había advertido que tenía fama de mujeriego al que le gustaba salir con modelos y mujeres de la alta sociedad. Marnie sabía que ella era solo medianamente atractiva y jamás había comprendido que Leandro se hubiese fijado en ella cuando habría podido tener a cualquier otra mujer.

Le llamó la atención el movimiento que había al otro lado del local y el corazón le dio un vuelco al ver que se abría la puerta y aparecía él.

Leandro Vialli era alto y delgado, y muy guapo. Y no parecía que acabase de bajarse de un avión después de un largo vuelo. Parecía un modelo salido de una revista de moda.

El corte de la chaqueta realzaba sus anchos hombros y los pantalones le marcaban los musculosos muslos y enfatizaban sus largas piernas. Estaba moreno y tenía el pelo grueso y oscuro, normal teniendo en cuenta su origen mediterráneo, aunque hablase con cierto acento americano.

La prensa rosa lo llamaba el playboy italiano mientras que la seria hablaba de su meteórica carrera. Leandro era el dueño de varios teatros en el turístico barrio londinense de West End y era responsable de la restauración de algunos edificios históricos de la ciudad. Y Vialli Entertainment era solo una filial de su gigante inmobiliario Vialli Holdings, con base en Nueva York, una empresa con una cartera por valor de miles de millones de dólares.

Su gesto duro jamás revelaba lo que estaba pensando, pero su sonrisa cínica hablaba de un hombre seguro de sus capacidades y de su desprecio por los tontos. Rebosaba un poder y un carisma que para Marnie eran irresistibles.

Lo había echado mucho de menos durante su viaje y en esos momentos deseó correr a sus brazos, pero se contuvo, consciente de que a Leandro no le gustaban las muestras públicas de afecto. Controlaba las emociones incluso cuando estaban a solas y solo se dejaba llevar cuando hacían el amor.

Se bajó del taburete y se pasó una mano por la larga melena rubia. Sonrió, pero vaciló al ver que Leandro recorría el local con la mirada y ponía gesto de sorpresa primero y de irritación después al descubrirla allí. En ese momento, a Marnie se le encogió el estómago y volvió a sentirse insegura.

Cinco días antes había sido su primer aniversario como amantes, pero Leandro no la había llamado desde Nueva York para felicitarla. Cuando la había llamado, un día después, ella no había querido recordárselo, aunque en el fondo había tenido la esperanza de que Leandro tuviese planeado celebrarlo cuando volviese a casa. En esos momentos, mientras se dirigía hacia donde estaba ella, no tenía cara de celebración.

Debía de estar cansado después del viaje. Aunque en la cama no parecía cansarse nunca y podía hacerle el amor varias veces en una noche. Marnie se dijo con firmeza que no podía permitir que sus inseguridades, que sospechaba que se debían a que su padre la había abandonado de niña, estropeasen lo que tenía con Leandro.

El corazón le dio un vuelco cuando Leandro se detuvo delante de ella. Su olor hizo que se derritiese por dentro, pero tuvo que levantar la cabeza para mirarlo a los gélidos ojos.

–Cara, no esperaba verte aquí.

–Pero si me has invitado… ¿no? –balbució ella–. Tu secretaria me llamó ayer y me dijo que le habías pedido que me informase acerca de la fiesta.

Leandro frunció el ceño.

–En realidad, Julie debía de informarte de que habíamos adelantado la celebración a esta noche porque el restaurante estaba ocupado la semana que viene, y que iba a llegar a casa tarde.

–Entiendo.

Marnie se ruborizó, se sintió humillada. Leandro le había dejado clara cuál era su relación con tan solo un par de frases. Era evidente que ella era una tonta, que se había estado engañando.

Deseó que la tierra se abriese y se la tragase, pero al ver que no había en el rostro de Leandro ningún gesto de cariño y a pesar de que solía huir de todo enfrentamiento, se vio inundada por un mar de emociones. Le pareció que era normal que quisiese participar en la vida social de Leandro, teniendo en cuenta que llevaban juntos un año.

–Como es evidente, si hubiese sabido que no me estabas invitando a la fiesta, no habría venido –respondió en voz baja, consciente de que eran el centro de atención.

Pero, por una vez, se negó a contener el enfado mientras recordaba que Fergus había dicho que era «el sucio secretito de Leandro». ¿Era eso lo que toda la fiesta pensaba de ella? ¿Era así como la veía también Leandro?

–¿Te avergüenzas de mí? –inquirió.

–No seas ridícula –replicó él.

–¿Qué quieres que piense, si no te gusta que nos vean juntos en público? –volvió a preguntar ella, levantando la voz.

Leandro frunció el ceño y eso la enfadó todavía más. Aunque, al mismo tiempo, también estaba sorprendida consigo misma por estar discutiendo con él.

Lo vio apretar los labios, no respondió.

Marnie recordó a su madre, gritándole a su padre y se estremeció. ¿Estaría volviéndose también ella una mujer histérica e irracional? Todo el mundo la estaba mirando, eso no se lo estaba imaginando. La expresión de Leandro era indescifrable, pero Marnie sabía que estaba sorprendido con su comportamiento y, a juzgar por el brillo de sus ojos grises, furioso.

De repente, se sintió fatal. Dejó escapar un sollozo e intentó alejarse de él, pero Leandro la agarró del brazo.

–¿Adónde vas?

–No me voy a quedar en la fiesta ahora que sé que no me quieres aquí –le respondió con voz temblorosa–. ¿Qué más te da adónde vaya? En realidad, no te importa.

Se zafó de él y caminó todo lo rápido que pudo con aquellos tacones hacia la puerta del restaurante. En el fondo tenía la esperanza de que Leandro la siguiese, pero se vino abajo al ver que no lo hacía.

 

 

Leandro vio la curvilínea figura de Marnie apartándose de él y se excitó solo de ver cómo se balanceaba su trasero. No podía creerse que Marnie fuese a marcharse y dejarlo allí, pero vio, sorprendido y molesto, cómo salía del restaurante.

No era de las que tenía rabietas, como su exmujer. Marnie era una mujer de trato fácil, que siempre estaba de acuerdo con él. Y Leandro agradecía poder vivir sin el continuo drama que había sido su matrimonio. De repente, se sintió intrigado por aquella reacción. Sabía que le había hecho daño a Marnie, y se maldijo por su falta de tacto, pero no le gustaban las sorpresas, y encontrársela allí había sido una sorpresa.

Tendría que hablar con Julie, que estaba sustituyendo a su secretaria, Fiona, mientras esta disfrutaba de su baja de maternidad. No obstante, supo que no podía echarle la culpa a nadie de lo ocurrido, tenía que haberse ocupado personalmente de que Julie comprendiese que jamás mezclaba su vida profesional con la privada, y que su amante entraba en la segunda categoría.

Cuando la había conocido ya le había dejado claro que quería una relación sin ataduras. Sus sospechas de que era virgen habían hecho que Marnie lo atrajese todavía más, pero lo único que quería de ella era sexo, no podía ofrecerle más.

Había intentado comprometerse una vez, sin éxito. Su matrimonio pronto se había convertido en una farsa que había terminado mal, y no tenía ningún interés en repetir el mayor error de su vida, por mucho que insistiese su padre.

Había cenado con Silvestro Vialli en su viaje a Nueva York y el viejo había vuelto a decirle que tenía que casarse y, sobre todo, tener un heredero que asegurase el futuro de Vialli Holdings. Leandro había aprendido muy pronto que a su padre lo único que le importaba era el negocio.

–La próxima vez asegúrate de hacer una prueba de paternidad en cuanto nazca para demostrar que el niño es tuyo, y así evitarás otro desastre –le había aconsejado Silvestro con toda claridad.

Pero no habría una próxima vez. El engaño de Nicole lo había dejado marcado para siempre y nadie podría convencerlo de que se vinculase a una mujer durante el resto de sus días. Los recuerdos del breve matrimonio de sus padres, y de su duro divorcio, ratificaban su creencia de que el compromiso era una pérdida de tiempo. A él no le interesaba una relación seria, lo que hacía todavía más sorprendente que Marnie fuese su amante desde hacía un año.

No entendía cómo era posible que su aventura hubiese durado tanto. Evidentemente, aquello no era lo que él había tenido en mente cuando, casi un año antes, le había pedido que se fuese a vivir con él. Marnie había necesitado un alojamiento y él había dado por hecho que se aburriría de ella en unas semanas y la ayudaría a buscarse un piso al que mudarse.

Le inquietó pensar que no le había atraído ninguna otra mujer desde que Marnie se había convertido en su amante.

Una camarera le ofreció champán y canapés. Leandro tomó una copa y le dio un sorbo. Necesitaba alcohol en la sangre. El viaje a Nueva York había sido frenético, pero le gustaba así. Su trabajo era lo más importante y le daba la sensación de que controlaba completamente su vida.

Después del fracaso de su matrimonio, se había concentrado en ser buen padre, decidido a que Henry no sufriese con el divorcio como había sufrido él de niño con la ruptura de sus padres, pero al recibir la devastadora prueba de que Henry no era suyo, se había sentido vacío por dentro y había jurado no volver a exponerse a semejante dolor nunca jamás.

Su padre se había pasado la vida evitando establecer vínculos afectivos, pensó Leandro con cinismo. Y era lo único que pensaba emular de él. Su madre, por otro lado, se había enamorado muchas veces, con hombres que le habían roto el corazón, pero nunca había querido a la persona que más la había adorado: su hijo.

Leandro se obligó a pensar en el presente y en la inesperada reacción de Marnie. ¿Qué le había pasado? Él no había intentado evitar que se marchase de la fiesta porque le había preocupado que montase una escena delante de sus empleados, pero estaba muy sorprendido porque, en general, era poco problemática y, hasta hacía poco, había parecido contentarse con estar en un segundo plano en su vida.

Frunció el ceño al recordar que, un par de días antes, cuando la había llamado desde Nueva York, ya la había notado extraña, menos alegre que de costumbre. Había estado a punto de preguntarle qué le pasaba, pero no lo había hecho, se había recordado que era solo su amante.

Tal vez que aquella noche hubiese demostrado que también tenía una parte inestable fuese lo mejor. Lo extraño era que su aventura hubiese durado todo un año y, si Marnie iba a empezar a comportarse así, había llegado el momento de sustituirla en su cama.

Se dio cuenta de que varios de sus directivos estaban intentando llamar su atención y decidió olvidarse de Marnie y disfrutar de la fiesta, pero le había visto los ojos brillantes antes de marcharse y no podía evitar tener mala conciencia.

Imaginó que habría tomado un taxi y habría vuelto a su casa en Chelsea, porque no tenía otro lugar adonde ir. Le había contado que su madre había fallecido unos meses antes de que se conociesen y que solo tenía unos familiares que vivían en Norfolk.

Leandro vació la copa de champán de un sorbo y juró entre dientes. La experiencia le había enseñado que las mujeres solo daban problemas, y no sabía por qué le sorprendía que Marnie fuese igual que las demás. No era responsabilidad suya, aunque tuviese la culpa de su disgusto.

Se acercó a su director general y habló brevemente con él antes de llamar por teléfono al chófer y pedirle que fuese a recogerlo.

 

 

Marnie salió del aire acondicionado del restaurante al calor de la calle. Era verano y la ola de calor llevaba durando ya varias semanas. Eran las ocho de la tarde y todavía brillaba el sol en el cielo. El vestido se le pegó al cuerpo mientras caminaba desalentada hacia la parada del autobús.

No podía creerse que hubiese salido de la fiesta así. Leandro se había sorprendido con su comportamiento y era extraño que no la hubiese seguido, después de cómo le había gritado.

Volvió a notar que se le llenaban los ojos de lágrimas. ¿Qué le pasaba? Si ella nunca lloraba.

Ni siquiera había llorado cuando su hermano Luke había fallecido en un accidente de moto cinco años antes. Después de haber crecido con una madre depresiva, siempre le había dado miedo dejarse llevar por las emociones. Había tenido miedo de empezar a llorar por Luke y después no poder parar. Además, había tenido que mantenerse fuerte por su otro hermano, Jake, al que la muerte de su gemelo lo había dejado destrozado. Y había hecho lo posible por cuidar de su madre, como había hecho desde los once años, cuando su padre se había marchado de casa.

Se apoyó en la parada del autobús y respiró hondo. El año anterior, con Leandro, había sido la época más feliz de su vida, incluso más feliz que de niña, cuando sus padres siempre habían estado discutiendo. Su madre había sido muy posesiva y eso había enseñado a Marnie a darle espacio a Leandro.

Había intentado hacerlo bien, pero en esos momentos se dio cuenta de que casi no sabía nada de él. Nunca le había presentado a sus amigos ni a su familia, y lo único personal que le había contado era que su padre vivía en Nueva York y que su madre había sido una estrella de los musicales, pero que había fallecido diez años antes.

Marnie no supo por qué le importaba tanto de repente que Leandro no hubiese compartido más su vida privada con ella. En los últimos tiempos había estado más propensa a cambios de humor, y tal vez eso explicase que se sintiese tan dolida por el modo en que la había tratado, pero, como por naturaleza solía perdonar enseguida, se recordó que Leandro era un multimillonario que dirigía un gran negocio, y que ella jamás no podía ser siempre su prioridad.

Había estado deseando que volviese de Nueva York porque quería contarle sus noticias. No solo había sacado matrícula de honor en Astrofísica, sino que había sacado la nota más alta de todo el país. Leandro iba a llevarse una gran sorpresa. Marnie se mordió el labio. Tal vez tenía que haberle contado antes que solo trabajaba un día a la semana de camarera y que, el resto del tiempo, estudiaba Astronomía, Ciencia Espacial y Astrofísica en una de las mejores universidades de Londres.

–¿Para qué quieres estudiar Astronomía? –le había preguntado su madre–. ¿Para qué sirve mirar las estrellas y los planetas? Tienes que formarte para tener un trabajo de verdad, y no pasarte el día soñando.

Sus profesores tampoco habían confiado en que pudiese convertirse en astrónoma, pero había trabajado mucho y había hecho caso omiso de los compañeros que se habían burlado de ella porque le gustaban tanto las ciencias. Y a pesar de haber sido aceptada en una de las mejores universidades, había seguido sintiéndose insegura y por eso había decidido esperar a ver si aprobaba los exámenes finales para contarle a Leandro su sueño de convertirse en astrónoma.

Ya estaba más cerca de hacerlo realidad. Le habían ofrecido una beca para hacer un posgrado en el centro de investigación que la NASA tenía en California. Tendría que mudarse temporalmente a los Estados Unidos, y esperaba que Leandro comprendiese que tendrían que seguir con su relación a distancia durante los nueve meses que estaría allí.

Marnie miró a lo lejos con la esperanza de ver acercarse el autobús y se le encogió el corazón al ver el coche negro, con las ventanas tintadas, de Leandro.

–Sube, Marnie.

Ella estuvo a punto de suspirar aliviada al ver que había ido a buscarla, pero la rebelde que había en su interior le dijo que no tenía ningún derecho a tratarla con superioridad, y que no quería seguir siendo su «sucio secretito».

Mientras dudaba, Leandro le advirtió:

–Solo te lo voy a decir una vez, cara.

Capítulo 2

 

Marnie subió al asiento trasero del coche, se sentó junto a Leandro sin mirarlo y cerró la puerta. Este le dijo al conductor que podía arrancar y después subió el cristal que los separaba de él. La tensión entre ambos era palpable. Marnie se agarró las manos en el regazo, decidida a no ser la primera en hablar.