Diabólica tentación - Charlotte Perkins Gilman - E-Book

Diabólica tentación E-Book

Charlotte Perkins Gilman

0,0
4,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.

Mehr erfahren.
Beschreibung

La historia de la literatura universal está plagada de ejemplos de mujeres malignas que han manipulado la voluntad de los hombres utilizando como armas su inteligencia y belleza, mostrando la debilidad del hombre ante las dulces palabras y el erotismo. Como fiel reflejo de la sociedad en que se desarrolla, la literatura muestra los cambios y terrenos que ha ganado la mujer a lo largo de la historia. Aún queda mucho camino que recorrer pero Medea, Sherezade, Morella, Madame Bovary e, incluso, Lisbeth Salander han ayudado a defender y reivindicar los derechos de la mujer. En esta antología no hemos hecho distinción entre autores o autoras pues nos hemos centrado plenamente en los personajes femeninos como ejes de la antología. La maldad que estos reflejan, como verá el lector, se produce por el desamor, la venganza o la incomprensión y estará repleta de tintes sobrenaturales y misteriosos. Todos los relatos obedecen a la tradición gótica y son fiel reflejo de esta. Por tanto, el lector observará que, en todos ellos, bajo la atmósfera de misterio laten conflictos amorosos mal resueltos y oscuros impulsos sentimentales. Esperamos que el lector disfrute de esta selección de relatos que tienen como protagonistas a mujeres malignas.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB

Veröffentlichungsjahr: 2015

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Diabólica tentación

Relatos de mujeres malignas

Antología a cargo de Sebastián Beringheli

Charlotte Perkins Gilman
Mary Wilkins Freeman 
Mary Elizabeth Braddon
Edgar Allan Poe
Julian Hawthorne
Edith Nesbit
Kate Chopin
Walter Scott

Introducción

José Luis Del Río

La historia de la literatura universal está plagada de ejemplos de mujeres malignas que han manipulado la voluntad de los hombres utilizando como armas su inteligencia y belleza, mostrando la debilidad del hombre ante las dulces palabras y el erotismo.

Como fiel reflejo de la sociedad en que se desarrolla, la literatura muestra los cambios y terrenos que ha ganado la mujer a lo largo de la historia. Aún queda mucho camino que recorrer pero Medea, Sherezade, Morella, Madame Bovary e, incluso, Lisbeth Salander han ayudado a defender y reivindicar los derechos de la mujer.

En esta antología no hemos hecho distinción entre autores o autoras pues nos hemos centrado plenamente en los personajes femeninos como ejes de la antología. La maldad que estos reflejan, como verá el lector, se produce por el desamor, la venganza o la incomprensión y estará repleta de tintes sobrenaturales y misteriosos.

Todos los relatos obedecen a la tradición gótica y son fiel reflejo de esta. Por tanto, el lector observará que, en todos ellos, bajo la atmósfera de misterio laten conflictos amorosos mal resueltos y oscuros impulsos sentimentales. 

En El tapiz amarillo de Charlotte Perkins Gilman se apela a la compasión del lector ante una heroína oprimida por angustiosos terrores que le producen locura o ataques de nervios.

Luella Miller de Mary Wilkins Freeman nos mostrará como una mujer provoca que toda persona que se acerque a ella caiga en una espiral de servilismo ciego que desemboca en la muerte. 

El abrazo frío de Mary Elizabeth Braddon se recupera la tradición romántica de mostrar un evento sobrenatural producido por un desamor y el incumplimiento de una promesa.

Morella del maestro Edgar Allan Poe nos mostrará una misteriosa historia que combina la reencarnación con el misticismo.

Julian Hawthorne en La tumba de Ethelind Fionguala nos cuenta una misteriosa leyenda de vampiros ambientada en los maravillosos paisajes irlandeses.

La boda de John Charrington de Edith Nesbit utiliza una prosa llena de presagios en la que lo sobrenatural sirve de vehículo a la historia.

La historia de una hora de Kate Chopin se extiende como un maravilloso lienzo de ironía y sarcasmo feminista desde el punto de vista victoriano.

El escritor escocés Walter Scott dibuja en La cámara de los tapices una historia que refleja todas las características de la literatura gótica: la intriga se desarrolla en un castillo ancestral, hay una atmósfera sobrenatural, se producen eventos de difícil explicación que producen emociones desvocadas en el protagonista, etc. 

Esperamos que el lector disfrute de esta selección de relatos que tienen como protagonistas a mujeres malignas.

 El tapiz amarillo

The Yellow Wallpaper

Charlotte Perkins Gilman

(1860-1935)

No es para nada habitual que personas corrientes, como John y yo, alquilen casas antiguas para el verano. Una casona colonial, una mansión, incluso una casa encantada alcanzarían para llevarme a la cima de la felicidad romántica, pero eso sería pedirle demasiado al destino.

De todos modos, diré con orgullo que hay algo extraño en ella. ¿Por qué entonces sería tan accesible el alquiler? ¿Y por qué iba a llevar tanto tiempo deshabitada?

John se ríe de mí, por supuesto, pero eso es lo se puede esperar del matrimonio. Él es sumamente práctico. No tiene paciencia con la fe, la superstición le produce un horror intenso y se burla abiertamente apenas oye hablar de cualquier cosa que no se pueda tocar, ver o reducir a cifras.

John es médico, y es posible (claro que no se lo diría a nadie pero esto lo escribo únicamente para mí, y con gran alivio), que ese sea el motivo por el cual no logro curarme.

¡Es que no cree que esté enferma!

¿Y qué puede hacer una?

Si un médico prestigioso, que además es tu marido, le asegura a amigos y parientes que lo que le pasa a su mujer no es en realidad nada grave, solo una ínfima depresión nerviosa, transitoria y tal vez una ligera propensión a la histeria, ¿qué se puede hacer?

Mi hermano, que también es un médico prestigioso, suscribe el mismo diagnóstico.

Es decir, que tomo no sé si fosfatos o tónicos, viajo, respiro aire fresco, hago ejercicio y tengo rigurosamente prohibido «trabajar» hasta que vuelva a encontrarme bien.

Personalmente, estoy en desacuerdo con sus ideas.

Personalmente, creo que un trabajo agradable e interesante me sentaría bien.

Durante una temporada escribí, a pesar de las opiniones en contra; pero lo cierto es que me agota bastante. Tener que hacerlo con tanto disimulo, siempre bajo el riesgo de encontrarme con una firme oposición. A veces siento que incluso en mi estado, con algo menos de oposición y más trato con la gente, más estímulos, quizá... Pero John dice que lo peor que puedo hacer es pensar en mi estado y confieso que hacerlo siempre me produce malestar. Así que cambiaré de tema y hablaré de la casa.

¡Qué maravillosa casa! Es bastante solitaria, apartada de la carretera, a unos buenos cinco kilómetros del pueblo. Me recuerda esas casas inglesas que salen en los libros, con arbustos, muros y rejas que se cierran con candado y muchas pequeñas casillas adjuntas para los jardineros. ¡Además tiene un jardín que es una belleza! No he visto otro igual en mi vida: grande, con mucha sombra, atravesado por caminos cercados, y en todas partes hay pérgolas anchas con asientos debajo. También había invernaderos, pero están todos destruidos. Tengo entendido que hubo problemas legales, un asunto de herederos; el caso es que lleva años vacía.

Me temo que eso echa por tierra la cuestión del fantasma, pero me da igual: en esta casa hay algo raro. Puedo sentirlo. Hasta se lo dije a John una noche de luna, pero me contestó que lo que él sentía era una corriente de aire y cerró la ventana. ¡Corriente de aire! A veces me enfado sin motivos con John. Estoy más sensible que antes, de eso estoy segura. Creo que es por mi problema de nervios. John dice que si pienso eso jamás dominaré mi voluntad como es debido, así que hago tremendos esfuerzos por controlarme, al menos en su presencia, cosa que me deja extenuada.

No me gusta para nada el dormitorio. Yo quería uno de la planta baja que daba a la galería, con rosas enmarcando la ventana y unos adornos antiguos que eran bellísimos; pero John se negó rotundamente. Dijo que tenía una sola ventana, que el espacio no alcanzaba para dos camas y que tampoco había ningún otro dormitorio cerca para que él se instalara. Es muy atento, muy cariñoso, y casi no me deja dar un paso sin intervenir. Me ha preparado un cronograma con indicaciones para cada hora del día. John se ocupa de todo, y, por supuesto, yo me siento mezquina y desagradecida por no valorarlo más.

Dijo que si habíamos venido a esta casa era exclusivamente por mí, que aquí tendría absoluto reposo y todo el aire fresco que se puede respirar.

—El ejercicio que hagas depende de tu fuerza, cariño —dijo—, y lo que comas, en cierta forma, de tu apetito, pero el aire lo puedes respirar en todo momento.

En definitiva, nos instalamos en el cuarto de los niños, el más alto de la casa. Es una habitación grande y ventilada, que ocupa casi toda la planta, con ventanas orientadas a los cuatro puntos de la finca, con aire y sol a raudales. Por lo que puedo intuir, empezó siendo el cuarto de los niños, luego una sala de juegos y finalmente un gimnasio, porque en las ventanas hay barrotes para niños pequeños y en las paredes anillas y otras cosas. Es como si la pintura y el papel tapiz de la pared estuviesen gastados por las manos de todo un colegio. Está arrancado (el papel) a grandes jirones sobre la cabecera de mi cama, más o menos hasta donde llego con el brazo, y en una zona grande de la pared de enfrente, cerca del suelo. Jamás en mi vida he visto un papel más desagradable. Es uno de esos diseños vistosos y exagerados que cometen todos los pecados artísticos posibles. Es también lo bastante insulso para confundir al ojo, lo bastante pronunciado para irritar constantemente y excitar a su examen, y después de un rato, cuando recorres con la mirada sus líneas, pobres y confusas, de repente se suicidan: se tuercen en ángulos exagerados y se desgarran a sí mismas en contradicciones inconcebibles. El color es repugnante, casi repelente: un amarillo chillón y sucio, desteñido extrañamente por la luz del sol, que se desplaza lentamente. En algunas partes se convierte en un naranja pálido y macilento, y en otras adopta un tono verdoso que causa un vivo rechazo. ¡No me extraña que no les agradara a los niños! Si tuviera que vivir mucho tiempo en esta habitación, también lo odiaría.

Viene John. Tengo que esconder esto. Le irrita que escriba.

Llevamos dos semanas en la casa y desde el primer día no he vuelto a tener ganas de escribir. Estoy sentada junto a la ventana, en este cuarto de los niños que es una atrocidad, y nada me impide dedicarme a escribir todo lo que quiera, salvo la falta de fuerzas. John se pasa el día afuera, incluso hay noches en que tiene casos graves y no regresa. ¡Me alegro de que el mío no lo sea! Aunque estos problemas de nervios son lo más deprimente que existe. 

John no conoce mi sufrimiento. Sabe que no hay motivo para sufrir, y con eso le alcanza. Claro que solo son nervios. ¡Me atormentan tanto que dejo de hacer lo que tendría que hacer! ¡Yo que tenía tantas ganas de ayudar a John, de servirle de apoyo y consuelo, y aquí estoy, tan joven y convertida en una carga! Nadie creería el esfuerzo que representa lo poco que puedo hacer: vestirme, atender visitas y hacer pedidos. Por suerte Mary se maneja bien con el bebé. ¡Qué criatura encantadora! Pero no puedo, no puedo estar con él. ¡Me pongo tan nerviosa! Supongo que John no habrá estado nervioso en toda su vida. ¡Cómo se ríe de mí por el asunto del papel tapiz! Al principio quiso poner uno nuevo, pero luego dijo que estaba permitiendo que me obsesionara, y que para una enferma nerviosa no hay nada peor que ceder frente a esa clase de fantasías. Dijo que una vez puesto un papel nuevo pasaría lo mismo con la cama, dura y maciza, luego con los barrotes de las ventanas, con la reja que hay al final de la escalera, y que todo se convertiría en una historia de nunca acabar.

—Tú sabes que este sitio te hace bien —dijo—, y francamente, cariño, no pienso remodelar la casa solo para un alquiler de tres meses.

—Entonces vayamos abajo —repliqué—. Abajo hay dormitorios muy bonitos.

Entonces me tomó en brazos y me llamó tontita. Dijo que si se lo pedía yo, bajaría al sótano.

De todas formas admito que tiene razón con lo de las camas, las ventanas y el resto. Es una habitación tan aireada y cómoda que más, realmente, no se puede pedir. Lógicamente, no voy a ser tan necia como para incomodar a John por un simple capricho. La verdad es que me estoy encariñando con el dormitorio. Con todo, menos con ese papel tapiz tan espantoso.

Por una ventana se ve el jardín, las enigmáticas pérgolas con su sombra impenetrable, las flores creciendo por todas partes, los arbustos, los árboles nudosos. Por otra, tengo una vista deliciosa de la bahía y de un pequeño embarcadero, privado, que pertenece a la casa. Se baja por un camino precioso, con mucha sombra. Siempre me imagino que veo gente yendo y viniendo por allí, pero John me advierte que no alimente fantasías. Dice que con mi imaginación y con mi hábito de inventarme cosas, una enfermedad nerviosa como la mía puede desembocar en todo tipo de fantasías desbordantes, y que debería usar mi fuerza de voluntad y mi sentido común para controlar esos apetitos. Es lo que intento.

A veces pienso que si tuviera fuerzas para escribir un poco se suavizaría la presión de las ideas, y podría descansar. Pero cada vez que lo intento me doy cuenta de que me canso mucho. ¡Desanima tanto que nadie me aconseje ni me haga compañía! John jura que cuando me reponga invitaremos al primo Henry y a Julia; pero dice que en este momento preferiría ponerme un cartucho de dinamita en la almohada antes que dejarme en semejante compañía.

Dios quiera me recuperara más deprisa. Pe-ro no tengo que pensarlo. ¡Tengo la impresión de que este papel sabe la mala influencia que tiene! Hay una zona recurrente donde el dibujo se dobla como un cuello roto, y te miran dos ojos desorbitados vueltos al revés. Es tan impertinente, tan tenaz, que me pone furiosa. Se repite hacia arriba, hacia abajo, de costado, y por todas partes aparecen esos ojos ridículos, mirándome sin pestañear. Hay un sitio donde los rollos no encajan perfectamente y los ojos se repiten de arriba a abajo, uno más alto que el otro. Nunca había visto tanta expresividad en una cosa inanimada, ¡y ya se sabe lo expresivas que pueden ser! De pequeña me quedaba despierta en la cama y hallaba más diversión en una pared en blanco o en un mueble normal y corriente que la mayoría de los niños en una tienda de juguetes. Aún recuerdo el afecto con el que me guiñaban los ojos los tiradores de nuestro antiguo escritorio, y había una silla a la que siempre tuve por una amiga fiel. Me parecía que si alguna de las otras cosas tenía un aspecto demasiado amenazador siempre podía subirme a la silla y ponerme a salvo. Lo peor que puede decirse del mobiliario de esta habitación es que carece de armonía, porque de hecho tuvimos que subirlo de la planta baja. Supongo que cuando servía de sala de juegos tuvieron que sacar las cosas de los niños. ¡No me extraña! Nunca he visto destrozos como los que hicieron aquí esos pequeños.

Ya he dicho que el papel tapiz está arrancado en varios lugares, y eso que estaba bien pegado. Además de odio debían de tener perseverancia. El suelo está cubierto de tajos, agujeros y pedazos desprendidos. Hasta el yeso tiene algún que otro corte, y esta cama tan grande y pesada, que es lo único que encontramos en la habitación, parece salida de una guerra. Pero a mí no me importa. Solo me molesta el papel.

Viene la hermana de John. ¡Qué atenta es! Que no me encuentre escribiendo. Es un ama de casa perfecta y entusiasta, y lo mejor de todo es que no aspira a ninguna otra profesión. ¡Estoy segura de que para ella estoy enferma porque escribo! Cuando ella se va puedo seguir escribiendo, y estas ventanas me permiten que la vea venir de muy lejos. Hay una que da a la carretera, muy bonita y con muchas curvas. Otra tiene vista hacia el campo. También es bonito, lleno de olmos exuberantes y de prados aterciopelados.

Este papel tapiz tiene una especie de dibujo secundario de otro color; es de lo más irritante, porque solo se ve cuando la luz entra de una manera particular y ni siquiera así es completamente nítido. Pero en las partes donde no se ha descolorido veo una especie de silueta extraña, amorfa, provocadora, algo que parece acechar por detrás de ese dibujo principal tan estúpido y llamativo.

¡Ahí sube la hermana!

¡Ya ha pasado el cuatro de julio! Se han marchado todos y estoy agotada. John pensó que me haría bien ver gente y por eso hemos recibido a mamá, a Nellie y a los niños durante una semana. Yo no he hecho nada, claro. Ahora Jennie se ocupa de todo. Pero igualmente estoy agotada. John dice que si no mejoro pronto en otoño me enviará a ver al doctor Weir Mitchell. Yo no quiero ir por nada del mundo. Una vez fue a verlo una amiga y dice que es igual que John y que mi hermano, solo que peor. Además, me da miedo un viaje tan largo.