Diario austral - Antonio Rivero Taravillo - E-Book

Diario austral E-Book

Antonio Rivero Taravillo

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Diario austral es el relato de un viajero atento y entregado a los asombros del camino. Con el sosiego de un flâneur de nuestros días, cuenta su deambular por la Argentina actual, un país trenzado en sus soberbias naturalezas, tanto como en su híbrida y sugerente suma de culturas. Con lirismo y precisión se mezclan en este diario de viaje algunos de los grandes iconos y personajes del país en una algarabía a la que asoman el tango o el canal Beagle, Borges o la Guerra de las Malvinas, Fogwill o el siempre fascinante glaciar Perito Moreno, sin que falte un retrato personal del populoso Buenos Aires, las cataratas de Iguazú, la norteña Salta o la casi antártica Ushuaia. Rivero Taravillo, uno de los habituales autores españoles de literatura de viajes, combina aquí con pulso ameno las impresiones y reflexiones trashumantes sobre un país generoso en complejidad y belleza que nunca deja indiferente, a la vez que convoca en sus páginas la memoria de sus escritores, la vida de sus ciudades y los personajes que urdieron su historia e intrahistoria. Un relato que ahonda en los contrastes y desafíos de un país profundamente original.

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SOBRE EL AUTOR

ANTONIO RIVERO TARAVILLO (Melilla, 1963)

Escritor, poeta, traductor, ensayista, biógrafo, es sevillano de adopción sin perder su vocación atlántica. Ha publicado biografías de Luis Cernuda y de Juan Eduardo Cirlot que obtuvieron sendos galardones; tres novelas que tienen por protagonistas a Octavio Paz, W. B. Yeats y José Antonio Primo de Rivera; varios libros de ensayos y aforismos y ocho de poemas, el más reciente de los cuales es Svarabhakti (Maclein y Parker, 2019).

Como traductor ha volcado al castellano la poesía de Keats, Shakespeare, Milton, Donne, Poe, Graves, Tennyson, entre otros autores y la prosa de Bloom, O’Brien, Drabble… Con su traducción de poemas de John Keats ganó el I Premio Andaluz de Traducción Literaria Rafael Cansinos Assens. Fundó en 2014, y dirige desde entonces, la revista Estación Poesía del CICUS (Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla).

El viaje conforma una parte importante de su escritura con títulos como Las ciudades del hombre (Llibros del Pexe, 1999), Viaje sentimental por Inglaterra (Almuzara, 2007) y Macedonia de rutas (Paréntesis, 2010).

SOBRE EL LIBRO

Diario austral es el relato de un viajero atento y entregado a los asombros del camino. Con el sosiego de un flâneur de nuestros días, cuenta su deambular por la Argentina actual, un país trenzado en sus soberbias naturalezas, tanto como en su híbrida y sugerente suma de culturas. Con lirismo y precisión se mezclan en este diario de viaje algunos de los grandes iconos y personajes del país en una algarabía a la que asoman el tango o el canal Beagle, Borges o la Guerra de las Malvinas, Fogwill o el siempre fascinante glaciar Perito Moreno, sin olvidar un retrato personal del populoso Buenos Aires, de las cataratas de Iguazú, la norteña Salta o la casi antártica Ushuaia.

Rivero Taravillo, uno de los habituales autores españoles de literatura de viajes, combina aquí con pulso ameno las impresiones y reflexiones trashumantes sobre un país generoso en complejidad y belleza que nunca deja indiferente, a la vez que convoca en sus páginas la memoria de sus escritores, la vida de sus ciudades y los personajes que urdieron su historia e intrahistoria. Un relato que ahonda en los contrastes y desafíos de un país profundamente original.

En los últimos dos lustros, Antonio Rivero Taravillo ha producido una obra de importancia singular que se derrama en diferentes brazos.

JUAN BONILLA

Diario austral

Crónica de un viaje a la Argentina

ANTONIO RIVERO

Título de esta edición:Diario austral. Crónica de un viaje a la Argentina

Primera edición enLA LÍNEA DEL HORIZONTE EDICIONES: septiembre de 2019

© de esta edición:

LA LÍNEA DEL HORIZONTE EDICIONES:

www.lalineadelhorizonte.com | [email protected]

© del texto y fotografías: Antonio Rivero Taravillo

© de la maquetación y el diseño gráfico: Víctor Montalbán | Montalbán Estudio Gráfico

© de la maquetación digital: Valentín Pérez Venzalá

ISBN ePub: 978-84-17594-44-2 | IBIC: WTL;1KLSA

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

CUADERNOS DE HORIZONTE SERIE ¿QUÉ HAGO YO AQUÍ?

Diario austral

Crónica de un viaje a la Argentina

Should we have stayed at home and thought of here,

where should we be today?

Is it right to be watching strangers in a play

in this strangest of theatres?

ELIZABETH BISHOP1

«Questions of Travel»

Diario austral

PREFACIO. País de asombros

La partida. Llegada a Buenos Aires. Caminito

De los sucesos. Borges. El tango

Cumplimentar a Gardel. Memoria de las Malvinas

Primera visión de las cataratas

Del lado de Brasil

Salta. Un gaucho niño. Literatura y exilio

Paseos y arqueología

Un no viaje

En Pumamarca. El Cerro de los Siete Colores. Tilcara

Ushuaia

Parque Nacional Tierra de Fuego. Tren de los presos

Canal Beagle. Faro y fauna

Lago Argentino. Parque de los Glaciares

Perito Moreno. Buenos Aires

Buenos Aires. Villa Ocampo

Cuando yo te vuelva a ver. Regreso

PREFACIO PAÍS DE ASOMBROS

En el año 2010 por fin cumplí el deseo que abrigaba desde la primera juventud de visitar la Argentina. Llegué a ella con un pasaje de avión, no como polizón, que fue como arribó Julio Camba; y regresé con mi billete de ida y vuelta en regla, no expulsado por actividades políticas, como le sucedió al gallego. Era un año simbólico, el del bicentenario de la independencia declarada el 25 de mayo de 1810. Fue un recorrido que cubrió la mayor parte del extenso país, tan lleno de asombros. Para poder abarcar lo más posible en el tiempo del que disponía tuve que hacer algunos vuelos en avión para abreviar, pero también no pocos en autobús y furgoneta. Y vi en parte realidades que imaginaba y también irrealidades que no alcanzaba a imaginar. Fueron paisajes y gentes muy distintos, desde el norte lindero con Brasil hasta el extremo más sureño, ya en la región preantártica. Comencé entonces un diario que daba cuenta del viaje. Otras ocupaciones me retrasaron en su redacción y puesta a limpio, y así quedó durante una temporada. Una semana larga (siete años) después lo retomé y, ya finalizado, es este que se estampa aquí. Se trata de un itinerario y también de un catálogo de maravillas, irritaciones y formas de la estupefacción. Lógicamente, porque es literatura, hay una selección de lo que se cuenta, un prisma muy personal que descompone su luz, y un desarrollo a posteriori de algunas entradas.

Acaso resulte curioso ver, retrospectivamente, cómo han evolucionado algunas cosas que van de la política a la literatura. Yo, desde luego, soy otro, de ahí que tal vez no sea inoportuna la narración en tercera persona.

Una primera versión de este diario vio la luz, por entregas, en la revista Clarín (no confundir con el diario argentino homónimo) en los primeros meses de 2019. Aquí se presenta revisado y ampliado.

A.R.T., verano de 2019

LA PARTIDA LLEGADA A BUENOS AIRES

Toda historia tiene su prólogo, y todo vuelo su embarque.

Después de que el viajero haya practicado halterofilia camino del aeropuerto, cargado de bolsas y maletas, se merece un generoso aire acondicionado, y no esta birria tropical soplada por el ministril Sebastián, del todo insuficiente para el calor de Sevilla. Antaño, los aeropuertos eran lugares con glamur; hoy, en calamidad propiciada no solo por las líneas de bajo costo, son regiones de sudor. Y Sudamérica, pese a la transpiración de su nombre (espuria etimología) es estos meses lugar más higiénico, limpio y fresco que esta meridional región de España desde la que parte el viajero de nuestro relato. Mira con avaricia las bajas temperaturas del destino, la nieve, el hielo y el agua congelada de glaciares en los que descansará sus pupilas dentro de pocos días. Para huir del calor del ferragosto, el europeo del sur puede desplazarse a Escandinavia, a la sueca Upsala por ejemplo o, como es su caso, a la Upsala argentina —no ciudad universitaria sino glaciar— en uno de los parques nacionales de la Patagonia.

Repasa en el móvil las previsiones del tiempo: 4 de mínima en Buenos Aires, -2 en Calafate, 2 en Ushuaia, 4 en Salta; solo Iguazú con 12 de mínima y 26 de máxima sugiere una idea de calor en cualquier caso muy inferior a los 36 que el termómetro de su ciudad marca en este momento. Y luego, Barajas, y al otro avión, doce horas de vuelo. Da varias cabezadas entre familias que van y vienen, turistas, gentes que van a ver a la familia, alguna joven madre judía ortodoxa, algún rabino.

Ya habrá tiempo de dormir esta noche: ahora, recién inaugurada la mañana de Buenos Aires, y más en un día invernal, que será breve, lo que urge es tomar posesión de la habitación del hotel, soltar el equipaje y salir arreando cuanto antes a recorrer a pie la megalópolis, cotejarla con la idea que de ella traía, acopiar la experiencia de las visitas a un puñado de lugares que hacía tiempo estaban censados en sus sueños, empadronados de pleno derecho en su imaginación.

En la terminal apenas hay carritos para el equipaje, pero, tras ceder uno cortésmente a una embarazada, por fin se hace con otro, sobre el que deposita la valija —igual que adaptarse al cambio de hora habrá que ir empleando ya los términos que aquí se usan cotidianamente—, y sale al hall de la zona de arribos (otro argentinismo). A mano derecha hay una sucursal del Banco de la Nación, donde, ante una circunspecta empleada que decide no hacer alarde del cantarín acento que lo encandila —y es pena, porque la mina es rubia y guapa—, cambia mil euros. Metamorfoseados en pesos, constituyen un buen fajo que haciendo bueno el nombre de la divisa crea un considerable engorde de la cartera, grávida. Tendrá que acostumbrarse a billetes hasta ahora desconocidos, y más aún: a calcular la equivalencia de estos en su propia moneda. Pero esto tardará todavía en hacerlo: la primera vez que tenga que alargar uno de esos billetes meterá bien la pata cuando dé uno de cincuenta pesos al hombre de la compañía de remises que lo acompaña al vehículo. Tras haber metido este las maletas en el portaequipajes, ha reclamado una propina directa, abiertamente. El viajero podría haberle entregado cinco o diez pesos —tampoco está seguro de que contara con uno de esos billetes en la cartera hinchada—, pero extiende una mano —que luego querría ver cortada— con la efigie impresa de Domingo Faustino Sarmiento. El maletero ha acabado él solo, de golpe, con la cuota de rumbosidad que el viajero tenía asignada para el país. Le oye decir «Gra..», nomás, porque es una exhalación que escapa. Grá en irlandés, significa amor, y bien que puede profesárselo el sujeto, que se lleva el escandaloso equivalente de diez euros como dádiva. En el resto de la Argentina irá quedando el rastro de su tacañería como una manera, ya inútil, de reparar el desliz, su horror a haber tirado así el dinero, la plata.

Va dejando el aeropuerto internacional de Ezeiza, oficialmente llamado Ministro Pistarini. Son algo más de treinta kilómetros hasta el centro, y atraviesa algún peaje no del todo colapsado, aunque un camión averiado crea un atasco en el carril de la derecha. Por ser domingo, el tránsito es menos denso. Lo que cree una nube de contaminación sobre la ciudad resulta ser mera y natural niebla, así se lo asegura el conductor. De hecho, la víspera fue más espesa, afectando al área metropolitana y el Río de la Plata, y el aeropuerto permaneció sin operar durante tres horas, precisamente las coincidentes con su aproximación y aterrizaje de hoy. Ha tenido suerte, ya la cosa es más leve. Y aprecia, en su aproximación, la urbe.

Hace más frío, desde luego, pero muchas cosas le recuerdan a la ciudad de México, en que ha estado solo seis meses antes. No poca carestía y penuria en los barrios que orillan la autopista, poblaciones de aluvión, un turbión de pobres en un apiñamiento de casas mal construidas, precarias. Son las villas miseria, la forma argentina de las favelas, su transliteración —buena palabra, por lo que de apretadas literas tienen— al español. Ve un gran mural: «Seineldín, Héroe de las Malvinas. Volveremos», junto a un mapa blanquiceleste de las islas Malvinas. Termos y depósitos de agua, antenas y vallas publicitarias de productos y programas de televisión que no ha visto nunca, más otros de la ubicua Coca-Cola.

Con los ojos muy abiertos va tratando de fijar en la memoria lugares por los que pasará más tarde o en los días siguientes, a fin de orientarse. El vehículo rebasa el Obelisco y sigue enfilando la anchurosa Avenida 9 de Julio, que busca el Río de la Plata sin encontrarlo —ahí está la estación de Retiro para impedirlo, con la zancadilla de sus vías férreas y sus cercanas chabolas—. Luego tuerce a la izquierda y se interna por el barrio de Recoleta, hasta la calle Guido, donde queda el hotel, colindante, casi, con el cementerio.

No entrará hoy en ella, pero ya sabe que, en la necrópolis, una ciudad dentro de otra, con sus pequeñas cúpulas y abigarradas vías, descansan muchos personajes ilustres a los que la falta de espacio obliga a una notable promiscuidad entre calles estrechas y más sombrías, aún, en el invierno austral. Aquí, el mausoleo blanco de José Hernández, el autor de Martín Fierro, la epopeya nacional que se regala a los escolares en las escuelas. Allí, el del general Lavalle. «Volveré y seré millones», proclama en una lápida Eva Perón, Evita, junto a la ofrenda de flores que no suele faltarle. «La belleza le crecía por dentro sin pedir permiso», escribió de ella Tomás Eloy Martínez en Santa Evita.

Ha leído el protagonista de este diario que el nombre de la necrópolis procede de los Recoletos Descalzos que en el siglo XVIII levantaron una iglesia a la Virgen del Pilar, y que al disolverse la orden a los terrenos del huerto se les dio el uso de cementerio. Ya desde fuera, y más aún cuando entre en la iglesia, esta le recordará a su propia tierra, con los muros encalados, con el barroco retablo de plata repujada. Y cuando esa tarde visite el centro y se coloque ante el Cabildo, el viejo ayuntamiento le evocará lo mismo: la arquitectura andaluza, que aquí ha recibido carta de naturaleza gracias al jesuita Andrés Bianchi.

Sabe que no es así, porque supondría una aberración de la cronología, pero se pregunta si los elevados panteones del XIX y principios del XX no serán, como plantas que compiten por la luz, émulos de las altas torres de departamentos —otra palabra de aquí, por pisos— que bordean el camposanto, calles de Vicente López, Junín o Azcuénaga o limítrofes, allende los altos tapiales de ladrillo que recuerdan, aunque con menos cipreses tras de ellos, a los de la también fúnebre isla de San Michele en Venecia.

En «La Recoleta», una de las prosas de Atlas,