Diario de 360º - Luis Goytisolo - E-Book

Diario de 360º E-Book

Luis Goytisolo

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Beschreibung

Un libro cuya lectura equivale a entrar en el bosque del que se nos habla en sus páginas, un lugar en el que cada uno encuentra lo que ha buscado durante toda su vida o, según el caso, lo que nunca ha buscado. Obra de gran riqueza temática, Diario de 360º es expresión a la vez del presente y de pasado, delconjunto y del detalle, desde los ángulos, situaciones y supuestos narrativos más diversos. Su calidad literaria extrema la dureza de algunas de sus páginas y la belleza de otras, y afila la ironía que con frecuencia preside el relato. Diario de 360º es un viaje a lo más profundo de la conciencia, que constituye, al mismo tiempo, un viaje al punto con mayor visibilidad del universo.

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Veröffentlichungsjahr: 2012

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ÍNDICE

Cubierta

Portadilla

Diario de 360º

Texto

Créditos

Diario de 360º

Miércoles, 17 de marzo. HISTORIA DE DIOS. Descubrir que no se es inmortal, que hay más dioses, cuya vida tampoco es eterna. El drama de saberse absoluto, pero sólo para sus criaturas. La decepción de haber dado por bueno el significado de un nombre y enterarse de pronto del error cometido: ni absoluto ni eterno. O absoluto y eterno pero sólo en términos relativos: respecto a cuanto había creado, no respecto a sus iguales.

Lo comprendió así cuando se vio reflejado en los océanos y cayó en la cuenta de que sus cabellos no eran ya castaños y rizados sino blancos y lacios en torno a la soleada calva de la coronilla. Su aspecto no era, con toda evidencia, el que había sido. ¿Qué significaba eso?

Lo preguntó a gritos y desde otros universos le llegó la respuesta: tú no eres más eterno que tu universo. Nadie lo es.

Fue por aquel entonces cuando empezaron los achaques y desarreglos, como si todo y todos se hubieran aunado en hacerle entender que aquello iba en serio. A las consultas sucedieron los escáneres, las resonancias magnéticas, los fríos calores del cobalto. Hasta que una enfermera empezó a velarle y a tenerle entretenido, a cantarle canciones de la infancia, aquello de a la una, a las dos y a las tres, la vida es un soplo que se me escapó. Un soplo o algo por el estilo.

Jueves, 25 de marzo. LLEGAR A LA CIUDAD. Que los primeros recuerdos se refieran al campo y no a la ciudad imprime carácter, aunque sólo sea porque en la ciudad apenas si se perciben las estaciones del año. Recuerdo perfectamente el día en que llegué a la ciudad, a Barcelona, cuando tenía alrededor de cinco años. Una ciudad de la que todo lo que sabía, por más que hubiera nacido en ella, era lo que me habían contado. Algo que sin duda ha influido en el hecho de que nunca haya considerado verdaderamente a Barcelona como mi ciudad; llegué a ella demasiado tarde para que eso fuera posible.

En el futuro, además, iba a asociar la ciudad al colegio y el campo a las vacaciones de verano. Un campo lleno de alicientes, propicio a imaginar todo género de aventuras. Había armas abandonadas, en los bosques, en el fondo de los estanques, y municiones ocultas en los desvanes, en las dependencias agrícolas. Las armas estaban estropeadas, pero las municiones estallaban cuando se declaraba un incendio. Recuerdo una bayoneta oxidada y una escudilla integradas ya por el musgo en el sotobosque. Años después, al vaciar el mayor de los estanques, encontraron los restos de un cuerpo con el capote puesto.

En casa hablábamos en castellano, pero la gente del campo hablaba en catalán, y yo aprendí los nombres de las cosas en los dos idiomas. Supe así desde siempre que no hay nombres naturales, por más que allí, situado en aquel paisaje, tuviera la impresión de que el nombre natural de las cosas era el catalán, y el que yo les daba, su traducción. De ahí que cuando empecé a escribir ni se me ocurriera referirme a ese mismo paisaje en otro idioma que el mío, como si ya supiera que la escritura tiene que ver, no con la realidad evocada, sino con quien la evoca.

Viernes, 26 de marzo. BALDOSAS. Si el disimulo con que los adultos se comportaban en relación al sexo, como si no existiera, como si no tuviese ningún papel en la vida, me parecía el engaño más colosal y arbitrario al que éramos sometidos los niños, en las mujeres me parecía especialmente hipócrita. Más que el disimulo del deseo, me contrariaba que escapase a mi percepción la satisfacción de ese deseo, la aparente ausencia de huellas del ejercicio erótico recién realizado. Sólo en alguna ocasión, ante una presencia femenina cuya particular belleza pareciese animada por un toque de sensualidad, me asaltaba la convicción de que esa mujer acababa de hacerlo. Bajo aquel exterior elegante y aquellos movimientos decididos y desenvueltos, se ocultaba la íntima satisfacción de acabar de hacerlo. Claro que tampoco ningún adulto parecía leer lo que yo creía llevar escrito en la resuelta expresión del rostro, escandalosamente impreso en los ojos tras la frialdad de la mirada, una frialdad transparente como el cristal: el carácter perverso de mis propios deseos, su brillo luciferino. Por esa época, los perros, osos y leones que hasta entonces había creído ver en el arlequinado del piso, en el veteado de las baldosas, se había trocado en una sucesión de orgiásticas imbricaciones corpóreas, abriéndose, cerrándose, abrazándose. Mis deseos, o mejor, los movimientos necesarios para convertirlos en actos, plasmados incluso en la materia inanimada, esencia no ya de la vida sino incluso del propio mundo.

Sábado, 27 de marzo. PROPUESTA DE ANUNCIO. Espejo tenía la impresión, según le hablaban, de haber soñado aquella conversación, palabra por palabra, la noche anterior. Una impresión con tantos visos de realidad que le permitía saber lo que su interlocutor iba a decir antes de que fuese dicho. Claro que lo que le estaba diciendo parecía verdaderamente sacado de un sueño: él, Camino y el Gordo, los tres, habían sido elegidos para un anuncio televisivo, una breve filmación en la que su papel consistía en ser exactamente como eran, un matrimonio relativamente joven con un hijo, captados por la cámara en su vida de cada día. Lo único que se les pedía era que se dejasen filmar. De hecho, ya les hemos filmado, decía su interlocutor, al igual que a muchos otros matrimonios, mediante cámaras ocultas; y ha sido precisamente el visionado de esas filmaciones lo que nos ha decidido a seleccionarles. Es lo que buscábamos, la medida exacta: usted, un abogado entregado a su empresa; su mujer, Camino, abogada en ejercicio especializada en mujeres maltratadas; y el Gordo, uno de esos chicos de hoy que, como quien dice –y con perdón– están todo el día con el dedo metido en el culo. En suma, Vds. se dejan filmar, sin siquiera enterarse, como hasta ahora, y nosotros nos ocupamos del resto. Lo único que tienen que hacer respecto a este asunto es cobrar; y una buena tajada, por cierto. ¿Era posible que una oferta como aquélla no formase parte de un sueño?

Domingo, 28 de marzo. CORDILLERA IMPERCEPTIBLE. En la compra oyó algún comentario, pero hasta que fue a por el periódico no supo de qué se trataba exactamente. Un tipo con una revista deportiva bajo el brazo se lo estaba contando al de la papelería y Natalia no tuvo más que quedarse a escuchar. En el huerto de la Rectoría habían encontrado un muerto. No, no un muerto de ahora; un muerto antiguo. Una excavadora de esas pequeñas lo había descubierto nada más empezar a trabajar.

Natalia sintió la necesidad de hablar, no por el hecho de vivir sola sino para decir algo ingenioso que deslumbrara a sus interlocutores. Su ego se lo pedía y a ella le gustaba complacerle.

–Pues a partir de ahora, más que el Huerto del Cura habrá que llamarlo el Huerto del Muerto.

No pillaron el juego de palabras, cosa de esperar. El cliente, incluso, aceleró su partida, como asustado. El de la papelería, en cambio, se enrolló como cada día, casi declamando, también como cada día. Un discurso único de contenidos humanistas, localistas y ecologistas, a los que contraponía la desoladora realidad cotidiana de La Pobla. Lo había hablado mil veces con el alcalde: la necesidad imperiosa de crear un Instituto Municipal de Estudios Históricos que promoviera la investigación del pasado de La Pobla. Pero nada, todo quedaba en buenas palabras. A nadie le interesaba nada de nada. Se expresaba como sobreactuando, debido posiblemente a su escasa facilidad de palabra que compensaba a fuerza de mímica y matización gestual. Posiblemente escribía poesía en secreto. Su físico era a la vez sombrío y lunar, marcado por los contrastes, el pelo muy negro y la tez muy pálida, los ojos saltones, de pupila resbaladiza, gordo y delgado al mismo tiempo, y de edad imprecisa entre los veinte y los cuarenta. La tienda adolecía de un similar contraste luminoso, y los estantes y mostradores daban la sensación de estar recién montados a semejanza de una de esas exposiciones escolares de fin de curso que, de la noche a la mañana, se instalan en un aula cualquiera del colegio.

Natalia decidió llegarse hasta la Rectoría, a lo largo de la calle mayor casi desierta, con coches aparcados a uno y otro lado y alguna que otra mujer cruzando recogida sobre sí misma, como si todavía fuese pleno invierno.

En el huerto no había más que cuatro jubilados tomando el sol junto al agujero abierto por la excavadora. Dijeron que ya se lo habían llevado, que todos se habían ido, el juez, el Dr. Noel, el alcalde, los guardias. Del muerto quedaban sólo los huesos. En cambio, estaba intacta la ropa, un paño muy recio de color marrón. Y una vela de cera que al parecer llevaba entre los huesos de las manos.

Lunes, 29 de marzo. EL PRADO. Nadie como Vivaldi ha sabido expresar el influjo de las cuatro estaciones en el ser humano, irracionales como son tanto la naturaleza como la música: sucesión cíclica erigida desde la Antigüedad en modelo mismo del paso del tiempo. Ese despliegue de esplendorosas mutaciones que como una racha de viento se extiende por los campos, sustancias casi líquidas, amarillos pegajosos que desde las yemas y los cálices se configuran en hojas, en flor, en fruto, para luego secarse en ocres crujientes y verse abatidos. Del manto negruzco de la putrefacción despuntarán, avanzado el invierno, al tibio sol de la mañana, los nuevos brotes húmedos: aire embebido de abejas, de zumbar de alas, de mariposas recién abiertas. Es en invierno cuando empieza a la vez que acaba el ciclo. Una de esas mañanas que son ya en sí mismas un anuncio de la primavera.

El prado se había formado de un modo natural sobre algún cultivo abandonado, al pie mismo del bosque. En el lindero había una de esas pequeñas construcciones de piedra que los campesinos solían utilizar para guardar los aperos y guarecerse. La hierba estaba muy crecida tras las últimas lluvias, y los primeros pasos por aquel verde tierno y mullido fueron más inquietos que vacilantes. El prado quedaba en la umbría, un lugar muy propicio a las serpientes, y no era posible ver dónde se ponía el pie. Una intuición pronto confirmada, ya que al tiempo que sonaba su silbido entró la serpiente en el campo visual, erguida entre la hierba como un sable en alto. Parecía aproximarse, pero en realidad cortaba el prado transversalmente, en dirección al bosque. Sobresalta, dijeron. Pero el susto se lo habrá llevado ella. Corre muchos peligros. Sobre todo de arriba, las águilas que caen desde lo alto.

Martes, 30 de marzo. La invención de la imprenta, al coincidir con el redescubrimiento de los clásicos grecolatinos, facilitó enormemente la difusión de sus obras. Ambos hechos son consustanciales al Renacimiento, del que forman su núcleo central. El número de lectores no había aumentado sensiblemente. Pero lo que sí aumentó de forma considerable fue el número de libros a los que era posible tener acceso, y el conocimiento del griego y del latín, entonces muy extendido, propició la difusión de conceptos inexistentes en las lenguas romances. El escritor, incluso el mero lector, se convirtieron en personas de gran influencia social. Sabían más. Entendían mejor el mundo y se entendían mejor a sí mismos. Gracias a la lectura, sugerencias conceptuales o estéticas inventadas por otro iluminaban de súbito su vida cotidiana. Luego, la novela moderna aportó una visión del mundo diferente a la de los poetas y a la de los filósofos. Una representación verbal de la vida no reductible a la formulación lógica ni a la emoción poética, y que tampoco es susceptible de ser resumida, de ser expresada en palabras distintas de las que configuran el propio texto. El número de lectores aumentó considerablemente en el curso de los siglos XIX y XX, si bien la lectura instrumental, la lectura de textos de carácter práctico en los que el enunciado agota el significado, se ha extendido siempre en proporción mucho mayor que la lectura creadora. Es probable que hoy, cuando el analfabetismo ha desaparecido de Occidente, la proporción de lectores no instrumentales sea sin embargo comparativamente la misma que hace doscientos años. La conjunción de informática y audiovisuales consolidará sin duda la figura del lector instrumental o técnico. Es decir: un tipo de lectura que no es equiparable a la lectura creadora, en la que lo importante no es el extracto, resumen o información que de ella pueda recibirse, sino el poso dejado en el lector por esa experiencia intransferible que es la de incorporar a la propia vida a través del intelecto las palabras inventadas por otro.

Miércoles, 31 de marzo. El origen de un mito es en sí mismo un mito. Un mito que explica otros orígenes. Los primeros hombres, como niños del naciente género humano, señala Vico, creaban las cosas según sus ideas; quienes entre ellos se aplicaban a tal tarea fueron llamados poetas, que es lo mismo, en griego, que creadores. A su inventiva hay que atribuir los mitos que están en el origen del pensamiento, además de los que están en el origen de las artes y de las religiones. Según Estrabón, la fábula existió antes que la lengua articulada, y el propio Vico afirma que dentro de los orígenes de la poesía se encuentran los de las lenguas y los de las letras. La primera forma de creación literaria es, así pues, el mito. La creación musical –fruto de la modulación vocal– es posterior, por más que el hombre, al inventar el habla, no hiciera sino inspirarse en el canto de los pájaros como forma de comunicación. También es posterior la pintura, representación, no de la cosa, sino de la palabra que la invoca. Lo más sugestivo de los mitos, creación de unos hombres a los que se supone tan faltos de conocimientos, es su carácter certero, su luminosidad, los destellos con que, pese a la distancia, siguen iluminando la realidad presente.

Jueves, 1 de abril. EL ETÍOPE. Advertir tempranamente que te pareces más a un miembro de otra raza que a tus familiares da pie a un sinnúmero de cábalas. Sobre todo, estando habituado a que cuando había visitas, especialmente si existía algún grado de parentesco, se destacara mi aspecto de niño alemán, algo que dicho en aquel ambiente y en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, suponía el mejor elogio que pudiera hacerse.

Sólo que no alemán: etíope. La foto del etíope que aparecía en mi libro de Ciencias Naturales era la mía. Puestos a buscar explicaciones, se hacía inevitable pensar en el pasado cubano de mi familia, en la bisabuela nacida en Trinidad. Si el bisabuelo había tenido hijos naturales mulatos, ¿tan imposible resultaría que la bisabuela se hubiera tomado también sus libertades aunque sólo fuese a modo de represalia? Tampoco dejaba de ser curioso que si yo parecía un joven etíope de piel blanca, fuese un lugar común en la familia el parecido de mi padre con el Negus.

Años después observé una similar identidad de rasgos respecto a un nativo del sur del Sudán que aparece en un documental de Leni Riefenstahl y, más recientemente, con un indígena de Timor de mediados del siglo XIX que ilustra una obra de Russell Wallace. Pero para entonces tales parecidos habían dejado de interesarme, habituado ya a que en el extranjero nunca me tomen por español y, lo que es más curioso, a que en España frecuentemente me tomen por extranjero. Parecidos que pueden estar en el origen de mi interés, desde siempre, por otras tierras. Aunque también puede ser al revés: que mi interés por otras tierras me llevase a encontrar tales parecidos.

Viernes, 2 de abril. IMÁGENES EN LA OSCURIDAD. Seguramente soy uno de los pocos escritores del siglo XX sobre los que el cine apenas si ha ejercido influencia alguna. Otros de más edad no sólo eran asiduos espectadores antes de que yo naciera sino que han escrito sobre cine y el cine ha influido en mayor o menor medida en la concepción de sus obras. Entre los más jóvenes que yo, lo habitual es que el planteamiento de sus novelas sea directamente cinematográfico, que escriban lo que han imaginado en términos de cine. Yo, en cambio, soy consciente de que mientras hay novelas que han gravitado decisivamente sobre mi vida no puedo decir lo mismo de ninguna película. Y mientras me gusta releer y releo y son muchas las novelas que tengo en la lista de espera, no hay película que, por mucho que me haya gustado, me apetezca en principio volver a ver, aunque a veces me deje llevar por la fácil inercia televisiva. De chico, en mis años escolares, iba al cine un par de veces por semana, pero no tanto por las películas cuanto por las actrices –María Montez, Hedy Lamarr, Ava Gardner–, asociadas cada una de ellas, en mi imaginación, a determinada práctica erótica. ¿Significa eso que reemplazaban en cierto modo a las chicas que me atraían en la vida real? En modo alguno. Se trataba simplemente de modelos de belleza, imágenes que como las de los dioses olímpicos o los santos del santoral, guiaran durante todo el día los pasos de quien los invoca.

Domingo, 4 de abril. ¿QUÉ TAL ESTA TARDE? Se sentía como a la mañana siguiente de haber recibido una mala noticia, cuando, según el cuerpo se despierta, va cobrando entidad real el alcance de esa mala noticia. Sólo que la llamada la había recibido, no la tarde anterior, sino hacía sólo un rato. Pero era inútil que intentara seguir trabajando. Eduardo necesitaba recapitular, convencerse de que su comportamiento con Rafa estaba justificado, de que cualquiera hubiese hecho lo mismo. Salió a la terraza; al darse cuenta de que su vista había descendido de inmediato hasta las duras aceras se dio media vuelta y, de espaldas contra la baranda, miró hacia dentro, los papeles dispersos sobre su mesa de trabajo.

Rafa era un amigo de amigos al que apenas había tratado hasta aquella fiesta de los de tercero de carrera en la que intentó tirarse por el balcón. Si Eduardo llegó a tiempo para impedirlo fue casi por casualidad, ya que en el piso había mucho jaleo y, en un principio, al verle pasar una pierna por encima de la baranda, creyó que se trataba de una broma, producto de la alegría etílica. Pero algo en la expresión de Rafa, un súbito desbaratamiento de sus rasgos en un gesto de enfado con el mundo o consigo mismo, le hizo comprender que no era así y cuando se dio cuenta le estaba sujetando a la vez por un brazo y por un tobillo, mientras otros invitados acudían en su ayuda. Le prepararon un café, le recomendaron un amigo psiquiatra y no le dejaron solo hasta que le vieron sonreír.

El psiquiatra le telefoneó a los pocos días, interesado en tener un cambio de impresiones, a lo que Eduardo accedió gustosamente. Pero más que hablar sobre Rafa, se trataba de hablar con Rafa en presencia del psiquiatra. Eduardo lo comprendió al llegar al consultorio, cuando se encontró con Rafa aguardando con expresión risueña en la sala de espera. A las preguntas del psiquiatra, Rafa contestó explicando que no podía sentirse solo en el mismo sentido que antes, puesto que Eduardo le había salvado la vida y ahora era su amigo. Eduardo dijo que, por muy ocupado que estuviera, podían contar con él para lo que hiciera falta. Lo importante era que Rafa fuese el primero en ayudarse a sí mismo. Salieron juntos y Rafa le acompañó hasta la puerta de su casa.

Al día siguiente, a la salida de la facultad, volvieron a encontrarse. Eduardo comentó que le apetecía caminar un rato y Rafa dijo que pocas cosas podían apetecerle más también a él. Se interesó por el tipo de novela que escribía Eduardo, aunque, por mucho que disimulase, era obvio que ya se había informado al respecto. También al otro día se empeñó en acompañarle. A partir de entonces, Eduardo empezó a salir por puertas diferentes y a horas distintas.

Una mañana, Rafa le abordó en la cafetería. «Veo que has cambiado de hábitos», dijo. Eduardo le respondió con cierta sequedad: «Es que, normalmente, tengo bastantes cosas que hacer», dijo. «Claro, claro. Si en algún momento te molesto, me lo dices. Lo último que quisiera es ser un plasta. Lo que pasa es que echo de menos nuestros paseos.» Aquella tarde llegó un ramo de flores. «Si a las chicas se les manda, ¿por qué no a los chicos?», decía la tarjeta. Firmaba Rafa. Eduardo tiró el ramo. Y dejó de acercarse por el bar de la facultad.

Los sábados eran los días en los que estaba más libre para escribir, y aquella tarde, cuando sonó el timbre, había logrado centrarse por completo en su trabajo. Se llegó a la puerta sin sentirse siquiera contrariado, dando vueltas a lo que estaba escribiendo. En el umbral apareció Rafa, feliz de darle una sorpresa. «¿Tienes un momento?», le había dicho sin complejos. A Eduardo no le apetecía que Rafa curiosea- ra sus papeles, de modo que le hizo pasar a la terraza. «Tengo mucho trabajo», dijo, consciente de la contrariedad que traslucían sus palabras. Rafa le mostró triunfalmente un cuaderno. «He decidido hacerte la competencia. Ahora también yo escribo y quiero saber qué te parece.» Eduardo le miró fríamente. «Déjamelo y te lo digo. Ahora tengo trabajo.» Rafa meneó la cabeza con moral de victoria. «Ah, no, ni hablar. Necesito saberlo ahora mismo. Así que te voy a leer el primer capítulo ahora mismo. Y te jodes.» Sonaban aún las palabras de Rafa, cuando Eduardo se oyó a sí mismo gritar fuera de sí: «El que se va a joder eres tú. Pero fuera de esta casa. Ahora, inmediatamente. ¡Vamos! ¡Largo! ¡Fuera!». La sonrisa de Rafa, todavía sentado al otro lado del velador, se esfumó poco a poco, como resistiéndose a desaparecer.

Ahora Eduardo contemplaba la silla vacía, tal y como la había dejado Rafa la tarde anterior. Dentro, sobre la mesa de trabajo, las hojas de su propia novela, el párrafo en el que estaba trabajando cuando se produjo la interrupción de Rafa había sido resuelto, pero ahora se hallaba atascado en otro. Y ni le era posible pensar en él desde la llamada que había recibido apenas media hora antes, cuando le comunicaron que Rafa se había tirado por el balcón. «No es posible», había dicho Eduardo. «Lo es», le dijeron. «Por suerte hay muchas posibilidades de que salve la vida.»

–No me lo puedo creer –dijo Eduardo en alta voz, con los ojos puestos en la silla vacía.

Acudió al hospital aquella misma mañana. Pudo ver a Rafa instalado en Cuidados Intensivos, al otro lado de un tabique de cristal. «Lo más probable es que se quede paralítico», le dijo la enfermera.

Eduardo se hizo mantener informado de las vicisitudes de la recuperación de Rafa hasta que éste abandonó el hospital. Semanas después, una nota manuscrita restableció el contacto directo. «Gracias, Eduardo», decía la nota. «Te vi en la UVI aunque no pudiese hacerte señas, y comprendí el significado de tu visita. No puedo valerme de cintura para abajo, pero he contratado a un celador para que me lleve a todas partes. También me he cambiado de casa. Ahora estoy muy cerca, casi enfrente, y desde mi cama puedo ver tu terraza. Así, siempre que Eduardo tenga un ratito libre, Rafa tardará menos en llegar. Pero todo eso merece ser dicho de viva voz. ¿Qué te parece esta tarde?»

Martes, 6 de abril. El conocimiento de los clásicos grecolatinos se halla actualmente reducido, en la práctica, a un apartado de la literatura infantil. Autores como Safo y Ovidio, Cicerón y Séneca, Catulo y Marcial, Platón y Tácito, cuyas obras se han considerado, hasta hace pocos años, la base de toda formación humanista, son hoy objeto de estudio reservado a unos pocos especialistas. Al mismo tiempo, algunos temas de Homero, de Virgilio, de los trágicos griegos, se difunden entre el público infantil, bien a través de ediciones ilustradas que no son sino sucintos resúmenes, bien a través del cine. Como si existiera una estrecha relación o equivalencia entre los primeros años de la vida y las primeras o más antiguas manifestaciones culturales de la humanidad. Y como si la mitología de los antiguos, transformada en una recopilación de caprichosas extravagancias, fuese especialmente próxima a la mentalidad del niño. Con lo que resulta más que chocante que filósofos como Aristóteles o Platón y hombres de estado como César o Adriano, que vivieron entre la aceptación generalizada de tales creencias, no hubieran arremetido contra semejante sarta de supercherías. Como si los dioses y semidioses olímpicos fuesen sustancialmente distintos de los santos y beatos cristianos: santos que, lejos de estar muertos, con todo y ser con frecuencia mártires, seguían vivos para siempre, atentos a la vida cotidiana del ciudadano. Algo parecido sucede con la Biblia –especialmente con el Génesis– y los principales cantares de gesta de la Edad Media europea. El resultado es que quien se aficionó en la infancia a este tipo de productos divulgativos, se hace a la idea, ya de adulto, de que tiene una sólida educación clásica. Entre otros, un novelista de fama mundial, que de chico leyó diversos libros de la colección Araluce.

Miércoles, 7 de abril. El aspecto de los mitos de creación que mayor trascendencia práctica ha tenido sobre el género humano, es el que se refiere a la aparición de la mujer, antecedente directo del mito de la Caída. Llama la atención, sobre todo, la tardanza con la que fue creada. De hecho, cuando la Creación ya había sido terminada, a modo de retoque de última hora. Y junto a esa tardanza, los fallidos ensayos previos: las Evas peludas, la díscola Lilith, que no se comportaba como una mujer y que acaso no lo fuera, al margen de que sus facultades fueran superiores a las del propio Adán. Figuras que parecen corresponder a ese largo período de indefinición sexual que sin duda conoció la Humanidad, actos practicados con seres del mismo sexo o con animales, disociados aún acto sexual y procreación. Y es que la procreación, cuando se establece, va vinculada explícita y exclusivamente a Eva, como una consecuencia más de la Caída. De hecho, las consecuencias de la Caída confi- guran los términos de un contrato social impuesto desde arriba con el rigor de una sentencia. El hombre es condenado al trabajo. La mujer, al parto además de al trabajo, con lo que por primera vez se determina la procreación como objetivo de la relación sexual. Una relación endogámica, en el sentido de que se excluye de ella a toda criatura ajena al grupo.

El dato más curioso es tal vez el que se refiere al nacimiento de Eva: hecha a partir de una costilla de Adán, que, de acuerdo con una traducción correcta, habría que entender, por lo que parece, como una vértebra. Más concretamente como la vértebra que existía a continuación de la rabadilla, a modo de cola perdida a partir de entonces. Pero ¿y si el mito no se refiriese a la cola trasera sino a la delantera? Los aborígenes australianos han representado, hasta fechas muy recientes, al pene como una prolongación de la columna vertebral, un órgano dotado de una estructura interna ósea, que explica la erección. De ser cierta tal hipótesis, y a semejanza de Afrodita, nacida del pene de Urano, Eva habría nacido de una polución nocturna de Adán, del orgasmo que acompaña en ocasiones a un sueño erótico.

Jueves, 8 de abril. OJO DESPIADADO. Entre padres e hijos, del amor al odio puede darse cualquier clase de relación. Pero siempre a partir de unos papeles claramente establecidos. Entre hermanos, por el contrario, al margen de una bienintencionada declaración de intenciones en el sentido casi tautológico de que hay que quererse precisamente por ser hermanos, tal reparto de papeles no existe. A lo sumo, unos teóricos deberes y privilegios al mayor o a la mayor y al menor, figuras con frecuencia intercambiables.

Entre hermanos se da, en la práctica, una permanente invasión de territorios que, cuando había un reino de por medio, fácilmente concluía en un asesinato. Y es que esos hermanos sometidos por igual a la autoridad de los padres no sólo pueden desconocerse entre sí sino ser en la práctica muy diferentes. No se trata de una cuestión de afecto, similar a la que se establece con un compañero, sino de afinidad. Y si esos hermanos además escriben, todo contribuye a crear incomunicación antes que complicidad. ¿Por qué ha de interesar a uno lo que interesa a otro? ¿De qué han de servir a uno los consejos del otro, que está pensando en lo suyo? Las relaciones pueden cambiar en el caso de una familia numerosa, donde el mero hecho de ser muchos y de haber nacido uno tras otro puede dar al conjunto un aire de equipo deportivo.

No era éste mi caso en relación a mis hermanos. Cuando empezamos a hablar de cuestiones íntimas éramos ya adultos. De lo que escribíamos, en la práctica no hablamos nunca. Pero el origen de tal alejamiento está en la irreductible opinión de un niño que se guarda sus observaciones, no muy seguro de que vaya a ser comprendido. La impresión causada por la visita a casa de unos familiares, por ejemplo, cuyo grado de parentesco ni entonces tenía claro ni posteriormente me ha preocupado esclarecerlo. El hombre corpulento –del que se nos ha dicho que tiene azúcar en la sangre– que aparece de pronto, salido tal vez de una siesta, mirando en derredor con desorientación y desagrado, ronca la voz y los pelos en estallido, embolsados los ojos como los de una iguana irritada. O el presunto primo con el que se pretende que juguemos, que al ser reñido por algo, se convierte en un batracio berreante, increíblemente feo, que se revuelve como un jabalí.

Viernes, 9 de abril. SOÑAR. La creación literaria nació probablemente a modo de evolución de los relatos de sueños que el hombre primitivo hacía a sus compañeros al despertar, no muy seguro de que la realidad del mundo cotidiano fuese superior a la de ese mundo exclusivo del que los otros nada sabían. Un estado de perplejidad sólo equiparable al de quien despierta de un sueño erótico con la evidencia tangible del esperma derramado que atestigua la realidad de la experiencia vivida. Huellas que también pueden ser interpretadas como augurio, como anuncio, como avisos, bien individuales, bien colectivos, objeto de adivinación además de objeto de inspiración, de creación además de interpretación. Las musas, a fin de cuentas, eran hijas de Afrodita y, en cuanto tales, hermanas de Eros.

Sábado, 10 de abril. EL SOL DE LOS DOMINGOS. Bajar a comprar bollería aún caliente y la prensa mientras Camino preparaba el café, para luego desayunar con calma, entre risueños y silenciosos, el Gordo pegado a la tele. Hacer alguna cola, en el Vips, ante el cajero automático, y pasear entre otras familias por las apacibles aceras. Pero bastaba un detalle cualquiera captado al azar para que Camino se viese agobiada por su carácter impresionable que le había llevado a tratar constantemente con lo que más terror le producía: las consecuencias de la violencia física; una visión pesimista de la vida que le hacía detectar clientes por todas partes, además de amargarle de inmediato el paseo. La familia que caminaba justo delante, por ejemplo, él llevando en aúpa a la pequeña, mientras la esposa fumaba incesantemente tras las gafas de sol, ambos muy en su papel de pareja moderna en plan fin de semana. Se intuía la tensión como la propia de una tregua en tiempos de guerra, el silencioso intercambio de agravios implícitos, el centelleo de las amenazas informuladas rebotando del uno al otro: estrangularla con sus propias manos, acostarse con su mejor amigo para que se vaya enterando, cogerla del pelo y soltarle un par de hostias, largarse dejando la comida en el fuego y dando un portazo, volver con su antigua novia, decirle bien claro que no tenía ni pajolera idea de cómo es una mujer, las hostias, el portazo. Camino lo sabía: así empezaba todo. No les daba ni un año.

Domingo, 11 de abril. CORDILLERA IMPERCEPTIBLE. La farmacéutica hablaba con una sonrisa permanente y un tono impersonal y animado, como si le estuviese proponiendo emprender un negocio juntas. Al envolver el medicamento dijo que ella prefería consultarlo antes con un médico.

–Es que tengo pánico a los médicos, Carmen –dijo Natalia–. No hacen más que intoxicarte.

–El Dr. Noel, no. Es el médico suplente, pero aquí la gente no quiere que venga otro. Vamos, yo creo que le gustará.

–¿Como persona o como médico?

–Como todo. Es, no sé, excéntrico.

–¿Excéntrico?

–Sí, no sabría decirlo de otra manera. ¿No le habló de él Teresa, la practicante, cuando le puso las inyecciones? Pues mire que es una fanática del Dr. Noel.

–Teresa habla tanto y tan atropelladamente que yo no me entero de la mitad de las cosas que me cuenta.

Pero la farmacéutica ya no la escuchaba, encarada a otro cliente con su sonrisa estirada y sus ojos redondos, como de cristal. Natalia pensó que estaba por demostrar que, cuando ella le daba la espalda, Carmen seguía en activo, en lugar de meterse en una caja de cartón y cerrar los párpados.

Camino de casa pensó que se hallaba metida de lleno en una situación que era en sí misma un planteamiento de novela: una mujer de entre treinta y cuarenta que necesita estar sola una temporada para poner un poco de orden en su vida, llega a un pueblo a cuidar de una casa que le han prestado sus amigos. La chica ha sido estudiante revolucionaria, ejecutiva agresiva y miembro de una escuela de meditación tántrica con sede en California y la India. Pero lo que ahora ella necesita es precisamente eso: retirarse a un pueblo perdido y saber cómo es ella realmente, al margen de los diversos papeles que ha ido representando. ¿Sería capaz de escribir esa novela? Seguro que, de serlo, todos sus males se esfumarían.

Un punto de partida si se quiere clásico, pero impecable. A partir de ahí, debería relatar las relaciones de amistad y afecto que iba estableciendo con diversas personas, la intimidad que se iba creando. Pero ¿con quién en este caso concreto? Ésa era la cuestión. ¿Con una farmacéutica de la que llegaba a dudar que tuviese vida propia, que siguiera moviéndose cuando ella la perdía de vista? ¿Con Teresa, la practicante, una especie de loca a la que le costaba seguir en sus explosiones verbales? ¿Al lunático de la papelería, de cuyo nombre nunca estaba segura? Faltaba, además, el chico, un hombre de misterioso atractivo que, poco a poco se fuese erigiendo en elemento de contraste respecto a la intimidad alcanzada con sus amigas. Decididamente debía conocer al Dr. Noel. Ver en qué sentido era un excéntrico.

Lunes, 12 de abril. EL BOSQUE DE LOS MUERTOS. Localización súbita de un pueblo en ruinas que, con todo y llevar siglos abandonado, todavía figura en los mapas. Mucho más próximo de lo que había supuesto y de acceso asimismo más fácil, contiguos casi a la carretera los altos muros dorados, como brotando de la hiedra viva, entre los árboles.

Dicen que más arriba, entre los montes, hay un cementerio que no pertenece a ningún pueblo. Lo descubrieron los leñadores y parece muy antiguo. Un lugar que, en realidad, no queda lejos, en otro valle, aunque de no conocer el sitio, la localización sería muy difícil, ya que las copas de los árboles se integran en una verdadera tela de camuflaje, con brillos aterciopelados que le dan relieve. Debajo, las ramas y troncos desnudos forman intrincados espacios cavernosos de fresca luz. Hay colgajos de liquen y endebles tallos de trepadora en busca de claridad. Las lápidas son de piedra tosca, apenas trabajada, y no llevan inscripciones ni signos religiosos de ninguna clase. Los huesos parecen viejas maderas y también se hallan parcialmente recubiertos de musgo. Las tumbas se encuentran muy distanciadas unas de otras, lo que hace suponer que todavía existen muchas más todavía no excavadas. Lo más seguro es que hubiera una epidemia y enterraran a los muertos lejos de todo, dicen. ¿No es raro que lo hicieran en un bosque? ¡No!, dicen. Entonces no había bosque. El bosque creció a partir de entonces.

Viernes, 16 de abril. CONSAGRACIÓN DE LA PRIMAVERA. Como ese acaudalado rentista dueño de varios inmuebles que, a fin de sacudirse la desazón que le embarga, fruto de la ociosidad de quien no tiene otra ocupación que la de cobrar los alquileres y presidir una comunidad de propietarios, opta una buena tarde por hacerse encular en la sauna y, cuando todo ha terminado, al volverse a mirar por encima de su grupa en pompa, advierte que quien le ha montado, es decir, el corcel cuya verga empezó a tragar en la sala oscura y, luego, ya en la cabina, procedió a montarle, es ni más ni menos que el chico del súper, así, a semejanza de ese rentista ocioso, presidente de una comunidad de propietarios, y de ese repartidor de un súper, así Adán y Eva en su sobrecogimiento al oír la voz allá en lo alto. Y como Adán y Eva, sólo que de forma continuada a lo largo de la vida, la inmensa mayoría de los humanos en la relación cotidiana con sus semejantes.

Sábado, 17 de abril. EMPEZAMOS BIEN. Camino: su expresión de gran herbívoro, de ciervo a la vez apacible y alerta, mirando no sólo con los ojos sino encarando con el rostro entero, las pupilas que desviaba mientras escuchaba a su interlocutor, como temiendo que sus palabras mermaran la propia capacidad de prestar atención al contorno. Y las cosas que le ocurrían, que sólo a ella podían ocurrirle. Aquella vez, en el mercado, cuando al pasar ante el mostrador de una pescadería vio moverse con cautela a un cangrejo caído al suelo, alejarse con precaución paso a paso, justo en el momento en que llegaba al puesto un ciego que voceaba la lotería. Camino, temiendo por la suerte del cangrejo, estuvo a punto de detener al ciego, pero el miedo a ofenderle la hizo vacilar. Por suerte el ciego pasó de largo sin rozar siquiera al cangrejo. Y Camino se disponía a recoger el cangrejo cuando el dueño de la pescadería dijo, oye, ¿qué número traes?, y el ciego se dio la vuelta y espachurró al cangrejo, sin que ni tan siquiera le llamase la atención el chasquido que se produjo bajo la suela del zapato.

Domingo, 18 de abril. CORDILLERA IMPERCEPTIBLE. Si no atractivo, el Dr. Noel era cuando menos un hombre interesante. Empezando por su físico, los ojos inquisitivos, el triángulo de pelo lacio que le caía sobre la frente, la forma de abrírsele el cabello en la coronilla a modo de cresta, todo contribuyendo a darle un algo como de pájaro. Y desde el punto de vista profesional, su diagnóstico rápido y certero no podía ser más convincente. Sin duda le ayudó el hecho de que, al exponer los síntomas, Natalia se viese impulsada a hablar de la India, lo que de inmediato llevó al Dr. Noel a preguntar si las molestias le habían empezado allí, si le gustaban los picantes, si era muy aficionada al tomate, para concluir afirmando que si sabía prescindir en su dieta de unas cuantas cosas y tomarse durante una temporada una infusión de hierbas que le iba a recetar, podía olvidarse del problema. Un problema que suele darse más en los hombres que en las mujeres, explicó.

–Yo tengo muchas cosas de hombre –dijo Natalia. El Dr. Noel sonrió como para disimular su desorientación, inocentes los ojos.

–¿Va mucho por la India? –preguntó.

–He estado un par de veces. ¿La conoce?

–Conozco Cachemira.

–¿De vacaciones?

–¿Vacaciones? Trabajando, hija. Trabajando.

Estaba extendiendo la receta y Natalia se sentía deseosa de que la conversación se prolongara lo más posible. Se fijó en una bonita rosa del desierto que adornaba una esquina de la mesa, el único detalle personal en un despacho que más que de médico parecía de recaudador de contribuciones.

–Por la rosa deduzco que también ha estado en Argelia.

–Sí, claro.

–Y habiendo viajado tanto, ¿no se le viene un poco encima un pueblo como La Pobla?

–Si estoy aquí es porque no he dado con otro más perdido que éste.

–¿Por qué, si puede saberse?

–Un pueblo que se llame La Pobla por fuerza tiene que ser un pueblo de mala muerte.

–Ya, pero ¿por qué?

–Porque llegó un momento en que tuve a todos los servicios de inteligencia militar del mundo sobre mi pellejo y me pareció oportuno retirarme de la circulación al menos por un tiempo.

–¿Los servicios de inteligencia militar?

–¿Recuerdas la intervención de las Naciones Unidas en Somalia? ¿Las fotos de unos soldados canadienses torturando hasta la muerte a un chaval somalí, casi un niño? Fui yo quien se preocupó de que las fotos se distribuyeran por el mundo entero. Y, claro, estas cosas no se perdonan.

–¿Te persiguen los servicios secretos canadienses?

–Y los italianos, porque denuncié lo de las violaciones. Y los franceses, que hacían de todo. Y los americanos, que eran los peores. Yo trabajaba para una ONG y no estaba bajo el control directo de nadie. Pero, claro, llegó un momento en que todos iban a por mí.

–Pero esto es alucinante.

–No te lo imaginas bien. Pero perdona, hay gente esperando.

–Perdona tú, por Dios. Pero me gustaría que otro día siguiéramos hablando. No sabes cómo me dejas.

–Cuando gustes.

Al llegar a casa, ya estaba atardeciendo. Natalia recogió la bandeja del café, abandonada en el jardín, y encendió las luces de la sala de estar sin ver ni el jardín ni la sala de una casa que ya sentía como propia. Tal vez la farmacéutica tuviera razón y la única palabra que podía definir al Dr. Noel fuese la de excéntrico. Al menos ella no había conocido a nadie parecido en su vida.

Lunes, 19 de abril. MIEL. A mediodía, desde la carretera, el castillo se hacía casi imperceptible. Los mejores momentos para verlo eran, de mañana, destacando sobre la neblina empolvada, contra los fondos azules, y al atardecer, cuando el poniente esquinaba sus alturas.

Aun a corta distancia parecía intacto, si no habitado. Una impresión favorecida por la ausencia de ventanas propiamente dichas en los extensos muros de piedra. Sólo desde lo alto de sus propias murallas era posible reparar en que se hallaba hueco: un interior sin techumbre y lleno de escombros. El punto más profundo, que probablemente correspondía al patio central, se hallaba cubierto por la copa de una o varias encinas. Entre las piedras caídas se advertían diversas oquedades que daban acceso a los espacios interiores. Dijeron que las abejas habían convertido las antiguas mazmorras en gigantescos panales a los que accedían por los tragaluces.

La demolición inherente al abandono hacía imposible, en la práctica, entrar en el castillo. Así es mejor, dijeron. Se dice que, hace años, un señor que quería comprarlo para sí se rompió el cuello al despeñarse. Y también que un apicultor llegó a entrar para hacerse con la miel y que nunca volvió a salir. Se dice que debe de estar confitado en la miel que llena las mazmorras.

Viernes, 23 de abril. CELO. Si la palabra hablada procede del canto, de los sonidos con que los primeros humanos imitaban a los pájaros en sus ansias de comunicarse, el comportamiento que rige los impulsos eróticos se inspiró asimismo en los aspectos más vistosos del celo de determinados animales, pájaros, perros, venados. Danzas, despliegues, exhibiciones seductoras. Un ejercicio festivo que se convierte de pronto en actitud sustancial: procesos de aproximación de un cuerpo a otro, de integración, de licuación, hasta hacer de la pérdida de la razón la razón última. Un ejercicio que tanto como la vida nos remite a la vida de los elementos, el viento, la lluvia, los temblores de tierra, la centella que enciende. Fuerzas que, al igual que en la oscuridad del amor, están presentes en los orígenes de la creación literaria.

Sábado, 24 de abril. QUÉ CASTIGO. Mientras Espejo ayudaba a una anciana a recoger el contenido de su bolsa, se le colaron tres o cuatro personas. ¡Con lo que le gustaban las colas en general y las del súper en particular! Especialmente cuando le tocaba un cliente parsimonioso como el joven que estaba justo delante, que no se aclaraba con el código de barras ni acababa de identificar los números de la cuenta que le había tecleado la cajera. A su espalda, un carrito cargado hasta los topes impedía toda escapatoria.

–¡Qué castigo! –dijo como para sí, mirando por encima del hombro.

Contrariamente a lo esperado, el de delante parecía haberle oído y mientras Espejo pagaba permaneció junto a la caja, mirándole con pupilas indescifrables.

–Yo no soy un retrasado mental –dijo–. Ni siquiera un disminuido.

–Yo no he dicho que lo fuera.

–Ha dicho «¡qué castigo!» –dijo el otro poniéndose a caminar a su lado.

–Castigo para mí, porque llevo prisa. Pero eso no tiene nada que ver con usted. Lo último que quisiera es haberle ofendido.

–Pues lo ha hecho.

–Entonces lo siento mucho. Ya le he dicho que no era mi intención.

–Eso es fácil de decir. Pero suponga que yo soy un homosexual.

–¿Qué quiere decir?

–Sólo eso, que lo suponga. No que lo sea. Pero si lo fuese, aún me hubiera ofendido más. Me hubiera herido.

–Hablaba conmigo mismo, ya se lo he dicho.

–¿Y si yo fuera negro?

–Ni usted es negro ni yo he querido ofenderle.

–A eso voy. Si yo fuera negro seguro que se hubiera guardado bien de llamarme negro.

Espejo paró un taxi y se metió dentro. Su acompañante le siguió con la vista desde la acera. Sus ojos se habían vuelto súbitamente explosivos.

–¡Este hombre es un canalla! –gritó.

Más que por aquella voz y por la expectación callejera que dejaba atrás, Espejo, hundido en el asiento, se sintió acuchillado por la penetrante mirada del taxista recogida en el retrovisor.

Domingo, 25 de abril. CORDILLERA IMPERCEPTIBLE. Teresa se presentó puntualmente pero con el apresuramiento de quien está llegando tarde, corriendo más que caminando y como recogiéndose los pechos, las nalgas, los michelines. En eso, al menos, Natalia no se había dejado confundir por la profusión de sus explicaciones: su abuela era inglesa y la madre le había acostumbrado a tomar el té cada tarde, un hábito que no podía compartir con nadie, ya que en La Pobla la gente consideraba que el té era para los dolores de vientre.

Natalia también pudo comprobar que, efectivamente, tal y como le había apuntado la farmacéutica, Teresa le había hablado ya, y largamente, del Dr. Noel, y con toda probabilidad ella le había dejado explayarse haciendo como que escuchaba pero desentendiéndose del hilo de una historia que ella contaba tan atropelladamente, como a bufidos, hinchadas las mejillas y saltones los ojos. La mejor persona que había conocido. Un hombre al que lo que menos le importaba era el dinero, cuya única preocupación era cuidar a la gente. Con ella siempre había tenido toda clase de atenciones. El caso contrario al de Ricardo, el hijo del cacique, que en los años malos había oprimido al pueblo en general y a la familia de Teresa en particular. Y ahora que todo el mundo estaba medio apañado era como si hubiera perdido todo interés por La Pobla, vivía en la ciudad y no se dejaba ver ni una vez al año. Cuando se lo encontraba, ella se lo reprochaba y él sonreía con esa manera suya de sonreír. Teresa se inclinó hacia el sillón de Natalia, por encima de las tazas de té, bajando la voz.

–No me extrañaría nada que fuera uno de esos a los que les gustan los hombres.

–Cuando lo vea te lo diré. Yo los detecto enseguida. Pero no creo haberle visto.

–Ni es fácil que lo veas. Si apenas viene por aquí. Todo el mundo pensaba que iba a comprar el Huerto de la Rectoría. Pero él, ni preguntar precio. Y eso desanimó a los demás. Y aquel huerto que daba gozo terminará de almacén.

Al recoger el juego de té, Natalia pensó que, a su modo, Teresa era un verdadero personaje de novela. Y casi tan excéntrica como el Dr. Noel. Aunque lo suyo era hablar de Ricardo, no del Dr. Noel. Seguramente estaba enamorada. Una persona más de aquel pueblo a la que sólo era posible ver tras concertar una cita, como si sólo existiera en función de su papel de practicante. Ni una sola vez se habían encontrado casualmente, en la calle, algo que en un lugar como La Pobla parecía casi imposible.