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Durante la
Era de las Dos Pestes, el caballero fata, Albiànte de los Espinas Ferrosas, sigue la pista de su amante por un mundo que
sangra a raudales.
Las plagas que destruyen a su
raza longeva amenazan la vida en los Trece Reinos, y sus orígenes inciertos desatan
la hambruna, la guerra y la muerte.
Dientes Negros es el inicio de
Los cantares del No Mundo, una colección de
historias autoconclusivas que da comienzo a la saga
El Ciclo de la Cuádriga.
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Veröffentlichungsjahr: 2025
Los cantares del
No Mundo
Dientes negros
Cantar menor
Dientes negros
Glosario de personajes, términos y facciones
No Mundo: escenario de las historias de El ciclo dela Cuadriga, La balada del Nunca Amado y La canción de la Cuarta Rueda.
Las Dos Pestes: plagas que destruyen el No Mundo en distintas regiones.
Fatas: raza feérica dominante que lucha contra las Dos Pestes.
Fantasmas hambrientos: inficionados de la peste de la Hambruna.
Orden del Árbol de Hierro: antiguaorden de caballeros fatas.
Albiànte: caballero fata sin nudo. Segunda espada de los Espinas Ferrosas.
Crèstien: caballero fata sin nudo. Tercera espada de los Espinas Ferrosas.
Ròsewen: caballero fata sin nudo. Primera espada de los Espinas Ferrosas.
Maènla: caballero fata sin nudo de los Trece Reinos. Hermana de Ròsewen.
Juno: caballero fata con nudo.
Armistàn: caballero fata sin nudo de los Trece Reinos.
1
Los pétalos de cerezo volaban por el bosque contra el curso de los caballeros fata. Albiànte, segunda espada de los Espinas Ferrosas, creía cabalgar por el sendero correcto. Su plomiza melena flameaba hacia atrás debido a las ráfagas causándole molestias y se zambullía en recuerdos para distraerse. La edad en que la peste de la Hambruna asolaba los eriales estaba en su zénit, mientras que la otra pestilencia, la más mortífera, destruía una lejana isla llamada Guadaña en el extenso sur.
«Engorrosa época la que atravesamos», pensó, aunque estaba convencido de que, para todo, incluso para vivir, se debía pagar un precio. En su momento, dominar el arte de la guerra le había parecido un reto, aunque más duro fue fundar a los Espinas o ganarse la amistad de la primera espada, un fata llamado Ròsewen de las Flores y de las Piedras Preciosas, que había desaparecido. Cuando lo vio la última noche de entrenamiento, cortando al monigote de paja de un solo tajo, Ròsewen se lamentó de que su hermana hubiese partido al desierto para morir a manos de incursores.
Miró con recelo a su compañero Crèstien, el fata menor de la banda, que marchaba a su lado al trote cuando el viento le arrancó la capucha. Ambos se estremecieron con el bufar de los animales, asustados por los truenos que retumbaban sobre las cumbres cercanas. Muchos montaraces terminaban sus días allí.
«Si no fuera por Maènla no estaríamos aquí, ni Ròsewen habría desaparecido», pensó Albiànte, haciendo de tripas corazón.
Al pasar a cuchillo a los fantasmas hambrientos, al cabalgar en su rucio tras los límites de la estepa, se le escapaba el tiempo como arena entre los dedos. Durante las campañas molía cuerpos con su espada de clavelita, uno de los metales más livianos del No Mundo, mientras que Ròsewen y Crèstien, acero en mano, derramaban sangre a raudales por el llano, pero ahora su seguridad se desplomaba en el corazón boscoso.
—¿Estás seguro de que es por aquí?
La voz de Crèstien había sonado lejana, pese a que cabalgaba a su lado.
—¿Qué has dicho? —preguntó Albiànte.
—Otra vez no me escuchas. Ròsewen decía que Juno merodeaba por el corazón del bosque de cerezos, y que estaríamos en el camino correcto si veíamos rastros de sangre. Nunca habló de truenos ni de un viento que arrastre…
—Cuidado, no te vayas a cortar.
Albiànte tiró de la clámide del fata cuando un pétalo endurecido pasó cerca de su rostro. Lo vieron clavarse en un tronco como si fuera una punta de flecha.
—No me jodas, Albiànte. ¿Acabas de ver eso? Ese pétalo…
—Es uno entre un millón. Según Ròsewen, Juno provoca alteraciones aleatorias en los cuerpos cercanos. La sangre que describía aparece si anda cerca, y esas pequeñas tormentas… —Se detuvo con el ceño fruncido. Su compañero se había distraído—. Si no me escuchas, Crèstien, ¿para qué vienes? Tú insististe cuando te pedí que aguardaras en la torre.
Buscaba una excusa, pues Ròsewen era asunto suyo. Pese a que los tres habían peleado hombro con hombro y ganado hartas insignias, Crèss aún era un joven primerizo en los Reinos del Oeste.
—He venido porque Ròsewen también era mi amigo —respondió—. Los Espinas Ferrosas no pueden separarse. Nuestras hojas están hechas de corteza de un mismo árbol. ¿Crees que te dejaría ir?
«Me dejarías, porque son asuntos del corazón, estúpido, cosas que no entenderías. Lo que Ròsewen y yo teníamos era más que una hermandad vieja de lustros».
—Cierra la boca.
Albiànte pudo haber profundizado en su relación otra vez, decirle que no solo cabalgaba con el líder, sino que follaban y que se amaban con locura, pero no lo hizo. En vez de eso, se sumergió en el recuerdo de las noches pasadas en la cama que compraran tras su primera cacería. Era un lecho tan grande que el propio Crèstien habría cabido junto a ellos, de seguir sus costumbres.
—Las espadas forjadas de un árbol ferroso tienen que estar juntas —dijo el muchacho—. ¿No lo decía acaso Ròsewen?
—Compramos nuestras espadas en una subasta antes de conocerte, Crèss. Fue coincidencia que tu acero correspondiese al mismo lote, así que no deberías enorgullecerte.
—Ròsewen decía que era cosa del destino, nada de coincidencias. Además ¿quién creería en aburridas coincidencias cuando…?
—Ròsewen decía hartas mentiras para ganarse la vida, amigo. Mentía a caballeros, a asesinos y hasta a fantasmas hambrientos. Cuando abandonó la torre, incluso me mintió a mí.
Escupir verdades desgarraba su corazón, aunque, si Ròsewen hubiese sido honesto, Albiànte se habría interpuesto en sus planes y la historia de los espinas sería distinta. Descubrió que se había marchado gracias a una carta en primavera, donde explicaba que buscaba a Juno para que lo enviase a cuando su hermana murió, antes de que aparecieran los bandidos que la golpearon, le robaron sus gemas y la violaron hasta dejarla moribunda. Si unos caballeros no hubiesen hallado el cuerpo, pensarían que aún estaba en las Tierras de la Hambruna.
—Lo siento, Crèss, no debí exaltarme.
El joven caballero incubó molestia en la mirada. Albiànte ignoraba si se debía a sus palabras, pero era cierto que Ròsewen echaba flores para ganarse a extraños o para que chicos talentosos se sumasen a la panda.
«Tres aceros del mismo árbol deben estar unidos», dijo el invierno que conocieron a Crèss.
—Quizá mintió para tenerme con vosotros —indicó el muchacho—, mas no sobre mi arte al combatir, ¿no crees? Dudo que me soportase con engaños.
—Tienes razón. Ròsewen no aguantaba pulgas a otros. Decía que pasados tres días los huéspedes apestan como despojos. Siempre fuiste parte del grupo. Estuviste más unido que aquellos que entraron antes y que después se largaron o cayeron en batalla.
—No podría estar más de acuerdo —dijo Crèstien tras asentir, y le mostró las insignias bordadas en su clámide: la caléndula de los Fatas Curanderos, el corazón sangrante de la Orden de los Alfiles, la orquídea de los Caballeros de las Orquídeas y más flores de metalita ganadas en sus contiendas a sangre y fuego—. Todo eso lo obtuve por mí mismo, pero mi orgullo no supera el aprecio que siento por vosotros. Ròsewen también era mi amigo, Albiànte, y así como quieres buscarlo, así como partió en busca de Juno, también quiero encontrarlo para reunir a los espinas. Eso vale más que cualquier mugrosa insignia o laurel en la cabeza. Se trata de una gran amistad.