Dominada por el deseo - Shayla Black - E-Book

Dominada por el deseo E-Book

Shayla Black

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Beschreibung

Ella no sabía que había algo por lo que estaría dispuesta a suplicar… Morgan O'Malley ha sido testigo de muchas cosas extravagantes como presentadora de un programa de televisión sobre sexo. Pero nunca había conocido a un hombre como Jack Cole, un reconocido maestro de las artes eróticas que desea proporcionarle todo aquello por lo que ella suspira en secreto. Aunque Jack es guardaespaldas y pretende protegerla del acosador que la persigue, Morgan no se siente en absoluto segura en su presencia. Cuando comienza a participar en los juegos sexuales que él le propone, que la someten a su voluntad, intuye que sus motivos no son tan inocentes como parecen, pero no imagina lo personales que pueden llegar a ser. Y así, seduciéndola, dominándola, Jack hará realidad sus más profundas fantasías…

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SHAYLA BLACK

Dominada por el

deseo

Título original: Wicked ties

Primera edición: abril de 2015

Copyright © 2007 by Shelley Bradley

© de la traducción: Mª José Losada Rey y Rufina Moreno, 2008

© de esta edición: 2014, Ediciones Pàmies, S.L.

C/ Mesena,18

28033 Madrid

[email protected]

ISBN: 978-84-16331-27-7

BIC: FRD

Ilustración de cubierta: Franco Accornero  

Índice de contenido
CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO DOS
CAPÍTULO TRES
CAPÍTULO CUATRO
CAPÍTULO CINCO
CAPÍTULO SEIS
CAPÍTULO SIETE
CAPÍTULO OCHO
CAPÍTULO NUEVE
CAPÍTULO DIEZ
CAPÍTULO ONCE
CAPÍTULO DOCE
CAPÍTULO TRECE
CAPÍTULO CATORCE
CAPÍTULO QUINCE
CAPÍTULO DIECISÉIS
CAPÍTULO DIECISIETE
CAPÍTULO DIECIOCHO

CAPÍTULO UNO

—¿Te has permitido alguna vez dejarte llevar por un hombre cuyo único propósitosea el de darte placer?

Las palabras aparecieron en la pantalla del portátil de Morgan O’Malley. Inspiró, sobresaltada. Hacía menos de tres minutos que había conocido a ese hombre en unchat. ¿Cómo podía saber él que era eso lo que ella quería?

Debía de haberlo intuido o adivinado de alguna manera. No le había contado nada sobre sí misma, ni una sola cosa salvo su nombre y que quería entrevistarle para su programa de televisión por cable.

Pero mientras ella permanecía en silencio, anonadada, él dejó al descubierto sus secretos.

—¿No quieres que un hombre mire en tu interior, que conozca tus más íntimasfantasías, ésas tan oscuras que ni siquiera cuentas a tus amigos, y que consiga quese hagan realidad?

Morgan sintió que una oleada de deseo se le anudaba en el vientre y le comenzaron a sudar las manos. Tragó saliva.

La silenciosa sala de estar empezaba a teñirse con todos los colores del atardecer. Morgan se removió en el sofá de cuero negro, intentando ignorar esos deseos que le rondaban en la cabeza.

Esto era trabajo. Él era trabajo. No era buena idea perder la cabeza por el que sería su próximo entrevistado. Puede que sólo fuera un programa nocturno de entrevistas para la televisión por cable, peroProvócameera su trabajo, su creación, su pequeña rebelión… su vida.

Además, desear a un hombre del que no sabía ni siquiera su verdadero nombre, al que jamás había visto en persona —cuyo estilo de vida ni siquiera conocía—, era, sencillamente, una estupidez.

—Entonces, Amo J, ¿qué hace un Amo?—Tecleó la respuesta, decidida a mantener una conversación ligera—.¿Convertir las fantasías enrealidad?

—Algunas—respondió él al fin—.Pero eso simplificaría demasiado lacuestión. Lo más importante es contar con la confianza de tu pareja. La confianzaes importante en cualquier relación, especialmente en una que implica Dominacióny Sumisión. Si ésta no existe, ¿cómo podría una mujer entregarse libremente al cuidado de un hombre sin estar segura de que su bienestar y su seguridad siempreserán lo primero para él? ¿Cómo podría saber que su Amo la comprenderá hastael punto de hacer realidad cada una de sus fantasías más atrevidas?

¿La dominación era algo más que atar a alguien a la cama para echar un polvo? La sorpresa hizo que Morgan frunciera el ceño. Confianza, seguridad, comprensión… tenía que admitir que todo ello sonaba como una fantasía en sí mismo. Era cierto que ella había echado en falta todas esas cualidades en la relación con su último novio, Andrew, en especial, la comprensión.

—La confianza permite que una mujer conecte con esa parte primitiva de suser que implora rendirse a la misericordia de su Amo, sin saber si los planes queéste tiene para ella implican placer, dolor, o ambas cosas a la vez.

Morgan no podía negar que el Amo J le intrigaba más ahora que cuando uno de sus ayudantes de producción, Reggie, le había pasado su biografía.

Entrando en su correo electrónico, abrió el dossier que le habían proporcionado y lo releyó de nuevo.

«Activo practicante de técnicas de dominación y sadomasoquismo durante casi diez años, el Amo J ha experimentado todas las facetas, pero continúa aprendiendo. Posee una compañía de seguridad personal y ha sido guardaespaldas de senadores, diplomáticos y deportistas. Graduado en West Point, también ha prestado servicio en las Fuerzas Especiales del Ejército como jefe de equipo antes de pedir la baja voluntaria».

Morgan cerró el correo electrónico. El párrafo revelaba mucho del hombre cuyas palabras la hacían estremecer con oscuras fantasías. Autodisciplina, honor, coraje. Pero al mismo tiempo decíanmuy poco de él. ¿Quién era ese tipo? ¿Sería cierto que podía atar a una mujer y jugar con ella hasta hacerla implorar?

—¿Morgan?—Su nombre apareció en la pantalla—.¿Sigues ahí?

—Lo siento. Estaba pensando. Al parecer tengo que aprender más del temapara hacer bien el programa. Supongo que pensé que todo consistía en ataduras deterciopelo y esposas.

—También consiste en eso.☺

Ella se rió, ignorando el deseo que se le enroscó en el vientre… y más abajo. Sentir curiosidad no la convertía en una depravada. Por supuesto que no. Sencillamente sentía interés en conocer las costumbres de otras personas.

—Pero además es un intercambio de poder y confianza—tecleó él—.Unamujer elige entregar su cuerpo y su mente a su Amo. Rinde su cuerpo y su libertada cualquier cosa que él desee.

«¿Qué tipo de rendición?» Exigió saber una vocecita en su interior. Miles de oscuras imágenes de sus más íntimas fantasías le inundaron la cabeza: ella arrodillada ante el miembro de ese desconocido, él ordenándole que abriera las piernas para poder examinarla a sus anchas, ella atada a la cama mientras él se disponía a hacer cualquier cosa que quisiera.

Aturdida por el escandaloso rumbo que llevaban sus pensamientos, se obligó a ignorarlos e inhaló con fuerza.

Había leído que mucha gente tenía fantasías de sumisión en algún momento de su vida. Tenerlas era algo normal, no importaba lo que hubiera dicho Andrew.

Morgan volvió a removerse inquieta sobre el sofá de cuero, ignorando la humedad que sentía entre las piernas.

—Pero una relación de sumisión consiste en mucho más—escribió el Amo J—.¿Cómo es posible atar a alguien, vendarle los ojos, dejar a oscuras la habitacióndonde se encuentra y aún así conservar su confianza? ¿Cómo desarrollar una relación gratificante cuando sólo una de las partes tiene todo el poder?

«Exacto».

La mirada de Morgan permaneció anclada en la pantalla mientras esperaba que él escribiera más. Durante una dilatada y silenciosa pausa contuvo el aliento, pero no ocurrió nada. El Amo J no iba a revelar nada más. Supuso que era así como actuaba en el dormitorio. Que tendría la virtud de dar y de no dar.

Finalmente, una larga respuesta apareció en la pequeña ventana delchat.

—Lo siento, acabo de recibir una llamada urgente. Tengo que irme. Si creesque puedo ayudarte con el programa podemos quedar. Te responderé entonces atodas las preguntas que quieras hacerme. En un lugar público si lo prefieres, así notendrás que preocuparte de que sea un asesino en serie intentando camelarte. Serámás rápido. Soy muy bueno dominando, pero no escribiendo a máquina☺. Aúntecleo con dos dedos.

Morgan contuvo su impaciencia. Algo no demasiado difícil cuando ese hombre la hacía sonreír con sus chistes.

—De acuerdo—contestó—.¿Podemos quedar mañana a las tres? He estado «googleando» y he encontrado un lugar que parece ser bastante popular en Lafayette, llamado La Roux. ¿Lo conoces?

—Cher,soy de aquí. Conozco hasta las grietas de las aceras.

Morgan sonrió y tecleó:

—¿Cher? ¡No soy ni lo suficientemente alta ni vieja como para haber sido cantante en los sesenta!

—Jajaja. Quiere decir cariño en francés—tradujo él—.Soy cajún, el francéses mi idioma materno.

Morgan leyó la respuesta e ignoró el leve aleteo de su estómago. El flirteo era algo muy francés, y él se había criado en esa cultura. Sin duda era tan natural para él como respirar.

—<Sonrojo>Supongo que he vivido en Los Angeles demasiado tiempo. ¿Quedamos entonces?

—Claro. ¿Cómo te reconoceré? Hay muchas chicas bonitas en Lousiana. Quiero estar seguro de revelar mis más íntimos secretos a la correcta.

Morgan no dudaba de que sería una persona fascinante. Tenía algo que ver con su interés por los látigos y las cadenas. No cabía duda de que la mayoría de las mujeres «normales» saldrían corriendo espantadas en dirección contraria al pensar en el más leve dolor o sometimiento en el sexo.

—Llevaré un sombrero de paja, gafas de sol, bufanda y un enorme abrigooscuro—contestó.

—Parece como si fueras a ir disfrazada—respondió el Amo J.

No tenía ni idea. No pensaba pregonar a los cuatro vientos que tenía un acosador. Morgan esperaba que la razón por la que necesitaba disfrazarse fuera atrapada pronto y comenzara a pudrirse en el infierno.

—Hasta mañana—escribió.

—Au revoir.

Momentos después apareció en su pantalla el mensaje que anunciaba que el Amo J había abandonado elchat. Con un suspiro, se movió para cerrar la ventana.

Le temblaba la mano. No, le temblaba todo el cuerpo, a pesar del calor que le hormigueaba bajo la piel.

Estaba cansada, eso era todo.

«El cansancio no te hace sentir dolor en esos lugares tan personales», se burló la vocecita de su mente. «El cansancio no te moja».

—El cansancio me hace oír vocecitas molestas en la cabeza —se quejó.

Intentó relegar al Amo J al fondo de su mente y centrar la atención en las preguntas que le haría al día siguiente. El guión del programa tenía que estar listo pronto, y quería estar preparada para empezar la segunda temporada con un bombazo. Tenía una audiencia aceptable, y con el material adecuado, el programa acabaría de despegar hacia el estrellato.

Eso significaba que que tenía que concentrarse en el objetivo de su trabajo.

Sin embargo, diez minutos después seguía con la mirada perdida en la pantalla en blanco, y Morgan admitió que no podía dejar de pensar en el Amo J. ¿Por qué?

«¿Quizá porque él sí vive todas esas fantasías que a ti te gustaría experimentar?»

Morgan sacudió la cabeza, resuelta a ignorar esa exasperante vocecita. Sentía curiosidad, no era una viciosa. No importaba lo que Andrew dijera ni lo que pensara su madre.

Con un suspiro cogió el teléfono y marcó el número de su ayudante de producción en Los Angeles.

—Reggie —dijo cuando le contestó—. Mira, hablé con ese tipo que me recomendaste, el Amo J, y me leí su biografía. Me reuniré con él mañana. ¿Cuál es su historia? ¿Sabes algo más sobre él?

—Sí —contestó el hombre, con esa voz ronca producto de fumarse dos cajetillas diarias—. Hice algunas llamadas a Lousiana y pregunté en los clubes de sadomasoquismo de la zona si habían oído hablar de él sólo para asegurarme de que no es un farsante. Todo cuadra.

Era un alivio… pero al mismo tiempo no lo era. Reggie se había convertido rápidamente en un segundo padre para ella, y confiaba en él. Pero ignorar la curiosidad que sentía por el Amo J habría sido mucho más fácil si Reggie no hubiera podido corroborar esos datos. Ojalá hubiera podido considerarlo como otro chiflado más que quería hablar de sexo en la tele.

Morgan se mordisqueó un labio..., pero su innata curiosidad ganó la partida.

—¿Qué se comenta sobre él?

—Muchas cosas. No es un habitual en esos clubes, pero suele acudir con regularidad. Al parecer, sabe cómo tratar a las mujeres y tiene una reputación en consonancia. Muchas de las personas con las que hablé me dijeron que él sería capaz de lograr que hasta una monja le suplicara que la atara y la follara. Definitivamente le gustan las mujeres sumisas. Oye, ¿no estarás interesada en ese rollo, verdad?

—¿Qué? —El corazón de Morgan se saltó unos cuantos latidos—. ¿Yo? ¡No! —se burló—. ¿Por qué iba a interesarme un matón que disfruta haciendo que una mujer se sienta inferior?

—¿Estás segura? —Reggie sonó escéptico.

—¿Tengo pinta de que me gusten ese tipo de cosas? —replicó Morgan.

Reggie no dijo nada y Morgan sintió que la invadía la angustia.

Un sonido en el cerrojo de la puerta hizo que Morgan mirara en aquella dirección. Suspiró aliviada cuando su hermanastro, Brandon, entró en la estancia.

—Tengo que dejarte —le dijo a Reggie—, te llamaré mañana después de haberme entrevistado con ese tipo.

—Hola, hermanita —la saludó Brandon cuando colgó el teléfono.

Apartando de su mente la conversación con Reggie, se levantó y se acercó a él para darle un abrazo.

—Hola, ¿has tenido un buen día?

La aristócrata boca de su hermano se frunció en una mueca.

—No exactamente. Me tengo que ir a Irak y permanecer allí tres semanas.

La sorpresa y, si Morgan era sincera consigo misma, el miedo, se le anudaron en el estómago.

—¿A Irak? Pensé que te pasabas la vida sentado detrás de un escritorio.

—Y así es casi siempre, pero hay excepciones.

—Oh, demonios… ¿por qué a Irak?

—Información clasificada. —Soltó una risa amarga—. Ya conoces este mundo… no puedo decir dónde voy ni lo que haré, pero no voy a estar cerca ni de un ordenador ni de un teléfono. Morgan, no quiero dejarte sola. Es peligroso, y sé que estás asustada.

Morgan tragó saliva. Brandon ya había hecho mucho por ella acogiéndola en su casa, a pesar de que podría provocar la ira de su querido papaíto, para protegerla de la escoria que la acechaba. Tenía miedo, pero no permitiría que Brandon se sintiera culpable sólo por hacer su trabajo.

—Estaré bien. —Ya pensaría en algo… tenía que hacerlo—. Estaré ocupada con el trabajo. No te preocupes.

—Si ocurre algo, creo que deberías llamar a papá.

Morgan lo miró boquiabierta, conteniéndose para no soltar un comentario sarcástico.

—Puede que sea tu papá, pero para mí sólo es mi padre biológico… el mismo que ha negado mi existencia los últimos veinticinco años.

Brandon suspiró.

—Morgan, ya sabes cómo son los políticos, especialmente en el sur. Si la gente supiera que echó una canita al aire con una jovencita que apenas tenía edad para votar teniendo una esposa y tres hijos en casa…

—Sé que eso arruinaría al senador del gran estado de Texas.

—Se rumorea que presentará una candidatura para la Casa Blanca en el 2012. —La simpatía y la pena se reflejaron en la atractiva cara de Brandon.

—Eso es exactamente por lo que no puedo llamarle. Además, ni siquiera contestaría a mi llamada.

—Lo haría si estuvieras en peligro. Papá podría protegerte.

Morgan tenía sus dudas pero no dijo nada.

—Es una pena que no podamos decirle que soy tu novia. Funciona con el resto del mundo.

—Hum, si alguna vez se descubriera nuestra verdadera relación, tendríamos que confesar que somos culpables de incesto o de mentir. No es una elección fácil.

—Esperemos que eso no ocurra. De todas formas, no creo que mi acosador sepa que he abandonado L.A., así que no tendrá ni idea de dónde encontrarme.

Asintiendo con la cabeza, Brandon comenzó a examinar el correo. Cuando llegó a un enorme sobre, frunció el ceño.

—¿Sabe alguien que estás en Houston?

¿Aparte del Amo J, con quien había chateado quince minutos antes, y algunosamigos cercanos?

—No.

La preocupación atravesó como un nubarrón la cara de Brandon.

—Alguien lo sabe. Esto estaba en el buzón. No tiene ni remite ni franqueo. Fue entregado enmano.

Le tendió el sobre, y Morgan lo tomó mientras el temor le hervía en el estómago. Conocía esa letra.

Santo Dios, ¿cómo la había encontrado allí? ¿Y cómo tan rápido?

«¡No!»

Conteniendo el aliento, abrió el sobre y sacó el contenido. Cuando lo hizo, unos pétalos de color rosa con el centro húmedo y los bordes mustios cayeron al suelo, flotando en el aire hasta el duro suelo de madera. Pareció como si gruesas gotas de sangre cayeran a su alrededor.

Morgan soltó un jadeo. Él sabía que ella estaba allí. ¿Cómo la había encontrado?

Luego su mirada cayó en las fotos. Fotos de ella. En la primera aparecía llegando al aeropuerto de Los Ángeles el día que había huido a Houston. En la siguiente estaba en el patio de Brandon con un chándal y una sudadera que mostraba sus pezones erguidos por la fría brisa matutina. La última era una foto en la que aparecía con un camisón de encaje y seda y una bata a juego, mientras se despedía de Brandon con un beso en la mejilla en la entrada de la casa antes de que él se marchara a trabajar. Esa misma mañana.

Con el estómago revuelto, Morgan no protestó cuando Brandon le arrancó las fotos de sus dedos entumecidos. Las examinó con una maldición ahogada.

—Son del acosador, ¿no? Está aquí. ¡Qué hijo de perra! —Se pasó una mano por el pelo oscuro y crespo, cortado de manera convencional—. Voy a llamar a la policía.

Santo Dios, ojalá las cosas fueran tan sencillas.

—No pueden hacer nada. La policía de Los Angeles me dijo que él tenía que hacer algo ilegal antes de poder ir a por él. Hacer fotos no va contra la ley.

—Ha invadido mi propiedad. —Brandon sostuvo en alto la foto del patio trasero, arrugándola con sus grandes dedos—. Mi patio es propiedad privada. La única manera de hacer esta foto es entrando ilegalmente. Ha quebrantado la ley.

Cogió el inalámbrico y marcó el 911. Morgan simplemente negó con la cabeza.

Aunque Brandon tenía razón, dudaba que la policía de Houston pudiera hacer más que la de Los Angeles. El acosador no había robado nada, no había causado ningún destrozo… aún. Morgan podía sentir cómo la ira del acosador iba creciendo por la frecuencia de sus contactos y por el hecho de que la había seguido hasta Texas. Y a la policía no le importaría lo que ella dijera.

Brandon colgó el teléfono.

—Llegarán en un momento.

Morgan se encogió de hombros e intentó controlar el pánico que burbujeaba en su interior.

Sin poder hacer nada más que esperar, volvió a meter las fotos en el sobre. Cuando se encontró con que algo se lo impedía, se dio cuenta de que había otra cosa dentro. Perpleja, metió la mano en el sobre. Por lo general, ese loco bastardo sólo enviaba fotos… unas fotos desconcertantes e inquietantemente íntimas, pero nada más.

Pero no había sido así en esa ocasión.

Sacó bruscamente del sobre marrón un recorte de papel en el que había garabateado unas feas letras negras.

«Me perteneces. Eres mía».

Morgan se tragó el nudo de miedo que le obstruía la garganta. Ahora él se comunicaba con ella. Directamente. Le transmitía su posesividad, la furia que sentía ante la idea de que hubiera otro hombre en su vida. Ese lunático no sabía que Brandon era su hermanastro. Había creído la historia que Brandon había inventado, tanto para explicar la presencia de Morgan en su casa como para alejar al psicópata acosador.

Aunque pensar en quedarse sola asustaba a Morgan, una parte de ella se alegraba de que Brandon tuviera que irse al día siguiente. Si le ocurriese algo, no sería porque su acosador hubiera decidido quitar de en medio a la «competencia». Ya se le ocurriría algo en las próximas tres semanas que Brandon estaría fuera. Encontraría algún otro lugar a dónde ir, de manera que cuando Brandon regresara, ella no pudiera poner en peligro al único de los hijos del senador Ross que se había puesto en contacto con ella.

Quizá, como Reggie le había sugerido antes de marcharse de L.A, necesitaba un guardaespaldas.

—¿No tienes ni idea de quién puede ser este pervertido? —gruñó Brandon, mirando fijamente la nota por encima del hombro de Morgan.

—No. —Ella negó con la cabeza—. Ojalá la tuviera. No me llevo mal con ninguno de mis compañeros de trabajo. Y mi novio me abandonó, no lo dejé yo.

—¿Uno de los seguidores del programa? ¿Un fanático que no sepa que hay ciertos límites?

Morgan se encogió de hombros.

—Quizá. He recibido un extrañoe-mailde un seguidor del programa, pero no resulta amenazador, ni invade mi intimidad.

—Voy a buscar a alguien que llegue hasta el fondo de esto, pequeña. No voy a dejar que te ocurra nada —le prometió.

En ocasiones como ésa, Morgan se preguntaba cómo era posible que Brandon y ella tuvieran algo en común con los demás hijos del senador Ross. No tenían nada que ver con esos hombres ávidos y hambrientos de poder.

—Maldición —juró de pronto Brandon, rompiendo el silencio—. Ojalá no tuviera que irme mañana. Me recogerán a las cinco de la madrugada y no podría ser en peor momento. ¡Maldita sea! El gobierno puede ser un amante de lo más exigente.

Morgan no sabía exactamente en qué trabajaba Brandon, no le permitían contárselo a nadie. Por cosas que él le había comentado en los tres años transcurridos desde que había descubierto el secreto de su padre y la había localizado, Morgan había supuesto que trabajaba para Inteligencia. Pero no tenía ni idea de qué hacía.

—Si tanto odias tu trabajo, y deseas presentarte como candidato a un cargo público como sé que deseas hacerlo, ¿por qué simplemente no lo haces?

Por primera vez desde que lo conocía, Brandon no le sostuvo la mirada. Se dio la vuelta cerrando los puños con fuerza.

Los abrió con evidente esfuerzo y luego dijo:

—No puedo.

Al día siguiente, Morgan se dejó caer en una silla de hierro forjado en la terraza de un pequeño café, junto a una pintoresca cadena de tiendas exclusivas. La tarde de febrero caía lánguidamente y era sorprendentemente bochornosa. Luchando contra el cansancio tras haberse pasado casi toda la noche en vela, le echó una mirada al reloj de su muñeca. Las tres en punto. Había calculado bien el tiempo. El Amo J debía de estar a punto de llegar.

Se le contrajo el estómago al pensar en ello.

Sin embargo, ésa no era la única razón. Podía sentir las miradas sobre ella, observándola, evaluándola y espiándola. Tenía erizados los pelos de la nuca. Miró a su alrededor y escudriñó a la multitud. Nada.

Morgan respiró hondo, intentando reprimir su inquietud. No era difícil imaginar que si un psicópata era capaz de seguirla desde Los Angeles a Houston, no iba a costarle nada seguirle la pista hasta Lafayette. Lo más probable era que estuviera a salvo allí sentada en esa soleada plaza, pero si la reconocía, su acosador la vería con el Amo J, lo que suponía le sentaría todavía peor que verla con Brandon. Y cuando se hiciera de noche, y estuviera sola en la casa de su hermanastro…

No, no podía pensar en eso ahora. Tenía que recordarse que estaba allí por un asunto de trabajo, y que si su acosador la reconocía o estaba observando ese encuentro, no vería nada sexual entre el Amo J y ella.

Se ajustó la bufanda y el sombrero para asegurarse de que le cubrían el pelo, y se colocó las gafas de sol. Tal vez estaba siendo paranoica. Nadie la iba a reconocer así vestida. Ojalá después de esa entrevista pudiera meterse en la cama de un albergue tranquilo y dormir hasta que se le ocurriera alguna forma de quitarse de encima a ese acosador.

Un camarero le dirigió una amplia sonrisa; sus dientes blancos contrastaban contra la piel oscura. Morgan se esforzó en devolverle la sonrisa mientras pedía un té helado.

En cuanto se fue, tiró del largo abrigo que había tomado prestado del armario de Brandon, recolocándolo bajo las caderas y levantando las solapas. El camarero apareció con el té. Volvió a examinar el reloj de pulsera. Las tres y cinco. Le daría a Amo J, unos minutos más. Allí sentada se sentía vulnerable ante el psicópata que la estaba siguiendo… De repente, comprendió que había sido una imprudente.

—Tú debes de ser Morgan.

El profundo susurro llegó desde sus espaldas, casi encima de su oreja. Un cálido aliento rozó el lateral de su cuello, y Morgan se estremeció involuntariamente.

Morgan se giró, aturdida por el hecho de que alguien se hubiera podido acercar a ella con tanto sigilo a pesar de lo nerviosa que estaba. Pero él se había acercado en completo silencio.

Y era impresionantemente guapo.

El pelo, espeso y oscuro, caía sobre una frente amplia. La mandíbula era angulosa, y la barbilla con un hoyuelo estaba cubierta por una sombra de barba que proclamaba su masculinidad con la misma sutileza que un estampido de una bomba. La boca ancha se curvaba con una expresión que parecía mitad sonrisa, mitad desafío. Y, oh, esos ojos. La atrapaban. Acentuados por unas cejas negras, esos ojos perspicaces la observaban como si pudieran ver en su interior. Como si él conociera todos sus secretos.

Bajar la mirada por su cuerpo no ayudó a calmar los latidos de su corazón. El Amo J medía más de uno ochenta y cinco, poseía unos hombros anchos y un cuerpo lleno de músculos duros que se hacían evidentes bajo una camiseta negra y ceñida que la hizo pensar en una sólida e inquebrantable montaña. Nadie podía mover una montaña. Nadie podría mover tampoco a ese hombre, a menos, claro está, que él quisiera ser movido.

Con sólo mirarle fijamente, Morgan se sintió atraída por él e invadida por la lujuria.

Era una suerte que su encuentro se limitara a esa reunión en público. De cualquier otra manera, Morgan creía que no hubiera sido responsable de su comportamiento.

Tragó saliva para recuperar el habla.

—Sí, soy Morgan.

Cuando le ofreció la mano, él no se la estrechó. Demasiado sencillo. Atrapándola con la mirada, se inclinó y se llevó la mano de Morgan a la boca, depositándole un beso sobre los dedos.

«Oh, Dios Santo…»

Una ardiente sensación le recorrió el brazo a toda velocidad, y los latidos de su corazón adoptaron un ritmo candente. Él se recreó, dejando que su cálido aliento le acariciara el dorso de la mano, mientras sus dedos jugueteaban con el centro de la sensible palma. Estremecimientos ardientes le atravesaron la piel y le subieron por el brazo.

El efecto que el Amo J tenía sobre Morgan no terminaba ahí. De hecho, el impacto de su presencia, de su contacto, la afectaba tan profundamente que un latido comenzó a pulsar suavemente entre sus piernas. Como si su clítoris necesitase anunciar a su libido que quería desnudarse para ese hombre.

«¡Es sólo trabajo!»,se dijo a sí misma.

Con un discreto tirón, Morgan liberó la mano. El Amo J sonreía cuando se sentó a su lado —en vez de enfrente—, y acercó la silla unos centímetros más. Ella intentó ignorar lo consciente que era de él cuando el muslo masculino rozó el suyo, provocándole un hormigueo.

—Gracias por reunirse aquí conmigo, señor… ¿Cómo te gustaría que te llamara?

Esa amplia sonrisa pareció burlarse de su incertidumbre y proclamar un perverso conocimiento de su próximo debate sexual.

—Por ahora, será suficiente con que me llames señor.

—Vale. Sí, señor.

En el momento que las palabras salieron de su boca, Morgan se dio cuenta de lo sexuales que habían sonado. De lo sexuales que él había pretendido que sonaran. No sólo eran respetuosas, aunque lo eran. Pero con respecto al Amo J, ella no podía conseguir que su voz fuera algo más queun ronco murmullo.

¿Cómo sería llamarle señor en privado?

A pesar de que las gafas de sol la protegían, esos ojos oscuros parecían conocer cada uno de los pensamientos de Morgan, cada pecaminosa sensación, y la mantenían inmóvil mientras la miraba como si pudiera leer el deseo en su cara.

Morgan utilizó el té intacto como excusa para apartar la mirada de él y se obligó a concentrarse en un tema seguro y neutral.

Algo difícil de conseguir cuando lo había invitado para hablar de sexo.

—He leído en el dossier que recibí sobre ti, que te dedicas a la seguridad personal. ¿Eres guardaespaldas?

—Exacto. —Encogió esos hombros tan deliciosamente macizos—. Protejo a unos cuantos políticos y a sus familias, a diplomáticos y a algún que otro deportista.

—Estoy segura de que conoces a mucha gente interesante. ¿Trabajas con celebridades? —le preguntó.

Un atisbo de humor curvó la ancha boca en algo parecido a una sonrisa.

—Demasiado para mí. Los políticos son mentirosos, pero por lo menos sabes qué esperar de ellos. Pero los de Hollywood son paranoicos y egocéntricos, y creen que cualquier persona es un psicópata en potencia. No gracias.

Morgan no podía decidir si estaba molesta o divertida.

—No soy nada de eso.

—Date tiempo —él le guiñó un ojo.

Incorregible era una palabra que le describiría a la perfección. Un asomo de arrogancia unido a una sana dosis de atracción sexual y humor juguetón. La mezcla resultaba demoledora, gracias a sus habilidades en el flirteo y al encanto sureño. Sin duda, él tenía un efecto mortal en el sentido común de cualquier mujer. Morgan tragó.

El camarero se acercó a la mesa, y el Amo J pidió una taza de espeso café de achicoria típico de Lousiana. Ella se estremeció cuando el camarero lo llevó unos momentos más tarde.

—Cuéntame más cosas sobre tu programa. —Las palabras deberían haber sido una invitación, pero Morgan oyó la sutil orden en su voz. No era ni dura ni directa. Pero la voz tenía un tono acerado…, un tono que le contrajo el estómago… y le tensó el vientre.

—Provócamecombina entrevistas y hechos que exploran varias facetas de la vida sexual en parejas estables o no. La última temporada hice un programa sobre la etiqueta sexual en una primera cita, otro sobre «amigos con derecho a roce», luego continué con algunos matrimonios que se hacían tatuajes a juego. Ésta será la segunda temporada y estoy muy contenta de que el programa vuelva a estar en pantalla. Dado que la cadena emite programas orientados a mujeres y parejas, creo que éste será perfecto.

—Hum. Cuéntame qué tienes pensado para esta temporada.

De nuevo, ahí estaba esa orden sutil.

—Bueno, aún no tenemos una idea fija, pero ya hemos aprobado los siguientes temas: masajes, fotografías para parejas, pintura erótica, y…

—Dominación y Sumisión.

Morgan tragó. Estaba tan entusiasmada con el programa, que casi se había olvidado de que iban a hablar de ese tema. El tema que estimulaba sus más vergonzosas fantasías nocturnas.

—Sí.

Él arqueó una ceja oscura con impaciencia, consiguiendo parecer severo, disgustado y poco amenazador al mismo tiempo.

Morgan se sintió desconcertada y lo miró fijamente. ¿Qué quería?

—Sí, señor —aventuró.

La sonrisa con que la recompensó fue deslumbrante.

—Muy bien.

—Pensé que este tipo de tratamientos eran únicamente para los…

—¿Sumisos? Así es habitualmente, pero contactaste conmigo para una lección rápida. Penséque ésta sería la mejor forma de empezar, un ejemplo práctico para ver cómo lo haces. —Él se inclinó hacia delante y apoyó un codo en la mesa. Su mirada siguió clavada en la de ella, derritiéndola de manera implacable—. ¿Entiendes lo que significa someterse a un hombre? ¿Rendirse por completo?

Morgan contuvo el aliento, aturdida por algo que se escapaba a su control. Los ojos del Amo J brillaron con aprobación.

—Esto… no es sobre mí —repuso ella con voz jadeante—. Sólo necesito captar el concepto para transmitirlo…

—¿Cómo vas a poder transmitirlo sin mantener una relación de ese tipo,cher? Probar no es malo. —La sonrisa de él transmitía algo que sólo podía ser definido como pecado puro y duro—. Incluso te podría gustar.

Eso era exactamente lo que Morgan se temía.

Se esforzó por mantener una expresión profesional.

—No importa si lo pruebo o no. Después de todo, cuando hicimos el programa sobre las parejas que se tatuaban, no me hice un tatuaje. Lo que me interesó fue comprender por qué era tan importante para ellos.

—Pagar a alguien para que te haga un tatuaje mientras tu pareja mira es mucho menos personal que dejar que te venden los ojos desnuda, y otorgar el control de tu placer a tu Amo.

Tragando saliva, Morgan se dio cuenta de que él tenía razón. Peor aún, el bocado que le presentaba comenzaba a parecer un banquete para su abandonada sexualidad.

No. Aunque esta vez era Adán quien le ofrecía a Eva la manzana de la tentación, ella era lo suficientemente lista como para no aceptarla. Si le interesaba, era sólo porque le estaba embotando la cabeza con esas sugerencias. Él era difícil de ignorar. Ella no era una depravada, no era el tipo de mujer que permitiría que un matón la encadenara y le dijera lo que tenía que hacer. Lo que pasaba era que la idea era nueva y Morgan tenía un interés puramente intelectual en el concepto. Bueno, más que intelectual. Pero eso no significaba que fuera a acceder.

A pesar de que el Amo J parecía ser el hombre que había inventado el concepto de placer.

—¿Qué es lo que te da miedo? —preguntó él.

«Yo misma».

Ella apartó la vista de esa intensa mirada.

—Simplemente, no es lo mío.

Él frunció el ceño de nuevo. Su mirada mostraba una impaciente demanda.

—Señor —añadió Morgan casi en contra de su voluntad.

Él suavizó la expresión.

—En los pocos minutos que llevo aquí sentado, te has sonrojado, se te ha acelerado el pulso, y se te han puesto duros los pezones. Conozco el aroma del deseo. Puedo oler el tuyo. Voy a volver a preguntártelo. ¿Qué es lo que te da miedo?

Sintió un impacto en el vientre. Oh, Dios… era como un libro abierto para él. Incluso más que eso. Morgan cerró los ojos, soltó un suspiro. Luego otro. Su mente trabajaba a toda velocidad.

—No te lo pienses demasiado —le advirtió—. Mentir implica un castigo.

—¿Un castigo? ¡No tienes derecho! —contestó en un acalorado susurro.

Él la miró fijamente durante un largo momento.

—Te dije ayer en elchatque una relación de este tipo requiere mucha confianza. Confié en que eras quien decías ser. Para que confiaras en mí, permití que tu ayudante de producción consiguiera una información muy personal sobre mí, ¿no? No pongas esa cara de asombro. Lo descubrí en cuanto comenzó a indagar sobre mí. Si no hubiera dejado dicho en todos esos clubes que podían dar esa información, nadie le habría dado a Reggie ni los buenos días, así que mucho menos le hubieran contado detalles sobre mi vida sexual.

Él se movió en su asiento, rozando el muslo contra el de ella otra vez, luego le alzó la barbilla con un dedo. Morgan se derritió con una mezcla de sorpresa y deseo, excitada ante el abrumador atractivo sexual del Amo J.

—Es cierto —susurró él—. Aposté por ti. Si trabajamos juntos, tienes que confiar en mí. Novoy a raptarte, ni a forzarte a hacer ninguna cosa melodramática que se te esté pasando por la cabeza. Si quieres que te ayude a comprender la psicología de la Dominación y Sumisión, tienes que tener la suficiente confianza para ser totalmente sincera conmigo. Y contigo misma. ¿Me comprendes?

—Sí… sí, señor.

—Excelente. Ahora, por última vez, ¿por qué te asusta tanto la idea de someterte?

Era una pregunta cargada de implicaciones que ella no sabía cómo contestar. Era miedo al rechazo. A que la ridiculizaran de nuevo. Era vergüenza. Miedo al dolor y a la degradación. Le asustaba que le gustara ser dominada por alguien como él, y luego tener que asumir la vergüenza y la culpa.

Pero no podía admitir eso… ninguna de esas cosas. Sería como ofrecerle su alma en una bandeja de plata.

—Por favor —susurró Morgan—. Por favor…

El Amo J apretó la mandíbula y entrecerró los ojos. Por alguna alocada razón, Morgan odió decepcionarle. No le debía nada, maldita sea. Él era su entrevistado y sería recompensado por su tiempo e información. Punto.

Como estaba concentrada en resistir hasta que el infierno se congelara, Morgan tardó unos momentos en darse cuenta de que el camarero había vuelto a rellenar el café del Amo J. Luego el joven la miró con una sonrisa incierta.

—Un hombre me ha pagado veinte dólares para que le diera esto.

Le entregó un sobre aparentemente normal… con su nombre escrito con una caligrafía demasiado familiar.

El camarero se marchó.

El corazón comenzó a palpitarle. Abrió el sobre lo más rápido que pudo para encontrar el consabido puñado de pétalos rosas con los centros suaves y los bordes mustios. Le resbalaron de los dedos, y se quedó sin aliento, sintiendo que la sangre le huía de la cara.

—No… —Miró a su alrededor con una expresión de pánico—. ¡No!

—¿Morgan? —la interrogó el Amo J con la voz ronca de preocupación.

Ella lo miró con una mirada salvaje.

—Está aquí. Me ha seguido. Oh, Dios mío… tengo que irme. —Aspiró con temor y apretó los puños para impedir que le temblaran las manos—. Tengo que irme ya.

El Amo J la sujetó por los hombros.

—¿Quién está aquí y dónde tienes que ir?

Sacudiendo los hombros para librarse de él, miró a su alrededor con frenesí, intentando reconocer cualquier cara que le resultara familiar o peligrosa. La mayoría de las sillas de la plaza estaban vacías, así como las del resto de las terrazas y las ventanas cercanas. Los oscuros escaparates de las tiendas podían ocultar a cualquiera, pero todo el mundo a su alrededor parecía oriundo. Los demás ocupantes de la cafetería ni la miraban ni les importaba. De nuevo él se había acercado hasta ella, silencioso como el humo, invisible como el aire. El pánico la atravesó.

—No puedo quedarme. Lo siento…

Él la sujetó de nuevo, decidido a que le contestara. Pero se quedó paralizado, con la mirada clavada en un punto al otro lado de la calle.

Morgan sintió la energía que impulsaba al Amo J un segundo antes de que la empujase al suelo.

—¡Al suelo!

La empujó bajo la mesa y cubrió su cuerpo con el suyo un instante antes de que estallara un disparo por encima de sus cabezas.

CAPÍTULO DOS

Jack Cole curvó protectoramente su cuerpo sobre la pequeña forma femenina de Morgan y utilizó la mesita de hierro para protegerla cuando sonó otro disparo. A su alrededor los clientes de la cafetería comenzaron a gritar y a correr despavoridos. Maldijo entre dientes mientras ella se estremecía violentamente bajo él.

¡Maldita sea! Tenía la venganza al alcance de su mano, y pasaba eso. No podría tirarse a la mujer de su enemigo hasta hacerla gritar su nombre si ella moría.

La furia lo invadió, pero que alguien estuviera frustrando su venganza no era la única razón de su ira. No, estaba absolutamente furioso de que algún gilipollas hubiera infundido tal pavor a esa pequeña pero vibrante mujer.

No iba a negar que había engañado a Morgan para utilizarla, pero no pensaba hacerle daño. Todo lo contrario. Pensaba descubrir lo que la excitaba y así poder cumplir cada una de sus fantasías hasta que todo el cuerpo de Morgan vibrara de satisfacción.

Hasta que a ella ya no le interesara Brandon Ross y abandonara a ese hijo de perra.

Sin embargo, el estúpido que empuñaba el arma tenía otras intenciones, como meterle una bala en la cabeza.

Morgan se volvió a estremecer. Contuvo un grito. Jack la estrechó con más fuerza, apretándola contra la mesita de hierro. Salvarla era algo instintivo. El peligro era su trabajo. Una necesidad. Brandon Ross le había traicionado tres años antes, y Jack pensaba devolverle la humillación. Pero no estaba dispuesto a permitir que Morgan muriese.

—Voy a ponerte a salvo—le susurró al oído.

El instinto le conminaba a sacar la pistola y devolver los disparos. Pero había demasiada gente alrededor como para correr el riesgo. Y le daría a Morgan un susto de muerte.

Y ella ya estaba muerta de miedo, maldita sea. Morgan sonreía ante la cámara para ganarse la vida, no esquivaba balas.

Cuando el camarero había llevado el sobre a la mesa y había observado cómo el color abandonaba la cara de Morgan, dejándola pálida como la tiza cuando los mustios pétalos de color rosa habían caído de sus manos, él había olido su miedo. Al captar el destello del sol en el cañón de un arma en el tejado de enfrente, Jack no había dudado acerca de lo que iba a ocurrir.

Odiaba no haberse equivocado.

Mirando la silla que Morgan había ocupado momentos antes, observó los agujeros que habían dejado las implacables balas. Maldijo de nuevo.

Bajo él, Morgan intentó incorporarse. Jack la detuvo.

—¡No te levantes!

—Tengo que irme. Huir, t-tengo que esconderme.

Una rápida mirada al tejado de enfrente le indicó que el tirador había desaparecido. O eso o estaba buscando una ubicación mejor aprovechando el caos. Lo que los convertía en unos blancos fáciles, por lo que debía sacar a Morgan de esa área descubierta lo más rápido posible.

—Tengo que ponerte a salvo —insistió Jack, ayudando a Morgan a ponerse en pie—. ¿Estás herida?

Ella se caló de nuevo el sombrero y se aseguró la bufanda que le cubría el pelo.

—No.

—¡Entonces corramos!

Cogió su helada mano en la suya, cubriéndola por completo. Maldición, era una mujer diminuta, mucho más pequeña de lo que un poderoso nombre como Morgan hacía suponer.

Corriendo tanto como se lo permitían las piernas, Jack arrastró a Morgan tras de sí, parapetándose detrás de las mesas que estaban patas arriba al oír más disparos. La condujo hacia la parte de atrás de la cafetería, y la empujó para que doblara la esquina del edificio, urgiéndola sinpalabras a continuar. Ella lo hizo, mientras se agarraba firmemente el sombrero con la otra mano. Jack miró con el ceño fruncido por encima del hombro de Morgan. No había manera de saber si el tirador seguía entre la multitud, pero debía suponer que sí. Más valía prevenir que curar.

—¿Adónde vamos?

Jack no contestó; estaba demasiado ocupado improvisando un plan. En silencio, la condujo por las calles, metiéndose en los callejones. Se oyeron más disparos. Una bala le silbó junto a la oreja, y soltó una maldición. Si ese hijo de perra le tocaba un solo pelo a Morgan, Jack iba a matarlo con sus propias manos.

Entraron en una tienda abarrotada, y casi chocaron contra una ancianita. Al echarse a un lado para que la ceñuda abuelita y su andador pudieran pasar, perdieron unos preciosos segundos.

Tan pronto como tuvieron vía libre, Jack volvió a tomar la pequeña mano de Morgan y tiró con fuerza de ella, obligándola a correr de nuevo. Salieron por la parte trasera de la tienda a un callejón oscuro y estrecho. Gracias a Dios conocía aquel lugar como la palma de su mano.

Oyeron de nuevo una serie de disparos, esta vez desde la parte delantera de la tienda por la que habían salido.

¡Maldición!

—Tenemos que seguir,cher.

Jadeante y sudorosa, ella simplemente asintió con la cabeza y ajustó su paso al de él.

Al final del callejón, llegaron a una puerta metálica pintada de negro y con unas letras rojas donde se podía leerLas Sirenas Sexys. Incluso con la puerta cerrada, se sentía la vibración de la música y del gentío en su interior… a pesar de que sólo eran las tres y pico de la tarde.

Por experiencia, Jack sabía que la puerta estaría cerrada con llave.

Levantando un puño, golpeó la puerta con todas sus fuerzas, sin importarle hacer una abolladura. Mientras esperaba, miró por encima del hombro para ver si los seguían.

Sonó un nuevo disparo, haciendo saltar esquirlas de los ladrillos a unos veinte centímetros del hombro de Morgan.

Lanzando una rápida mirada al callejón, maldijo entre dientes. Estaba lleno de cubos de basura y de suciedad, demasiados lugares para que se escondiera el tirador.

—¡Hijo de perra! —Golpeó ruidosamente la deteriorada superficie metálica otra vez—. Que alguien abra esta maldita puerta.

Por fin, una rubia oxigenada, conocida de Jack, abrió la puerta.

—Jack. ¿Qué diablos te pasa?

Él empujó a Morgan al interior, y la siguió a un almacén atestado de latas vacías de cerveza.

—Hay un tirador acechándonos. Necesito tu ayuda.

Había un caballito de madera y una fusta justo al lado de la entrada. Al parecer, Angelique acababa de actuar.

Cerró la puerta de golpe y observó de nuevo el cuarto en penumbra iluminado por una única bombilla roja y decorado con pintura negra descascarillada. Una delgada puerta separaba ese área del escenario y de la retumbante música del club.

—¿Un tirador? Cielo Santo… ¿a quién has cabreado esta vez?

—Alyssa, ésta es Morgan —gritó para hacerse oír por encima de la música—. Es presentadora de un programa en la televisión por cable...

—¡Eres Morgan O’Malley! ¡Me encantaProvócame!

Morgan, que se había quitado las gafas de sol, extendió la mano hacia Alyssa. Hum, ojos azules y enrojecidos, algunas pecas, piel blanca… no era el tipo de Brandon. Supuso que habría cambiado de gustos.

Jack habló entre dientes.

—Entonces acierto al suponer que te encantará ayudarme a mantenerla con vida el tiempo suficiente para que pueda hacer más programas. El tirador iba a por ella. —Jack se volvió hacia Morgan—. Morgan, ésta es Alyssa Devereaux, la dueña deLas Sirenas Sexys. El más famoso, o infame, según se mire, club de caballeros del sur de Lousiana.

La pequeña mujer de Brandon le dirigió una débil sonrisa, intentando por todos los medios noclavar los ojos en el espeso maquillaje de Alyssa, ni en la falda indecente, ni en las botas de fulana. No había nada sutil en Alyssa. Aún se vestía como unastripper, aunque hacía años que no bailaba en público. Era capaz de succionar la polla de un hombre como si intentara tragarse el picaporte de una puerta. Tenía un vocabulario peor que el suyo. Pero también tenía un gran corazón.

Alyssa haría uso de esa lengua viperina que tenía para arrancarle la piel de las pelotas si supiera que Morgan no era un cliente sino un medio para vengarse. Y si bien regentaba un local donde las mujeres se quitaban la ropa para excitar a los hombres, no permitía que nadie se pasara de la raya con las chicas que estaban bajo su techo. Jack planeaba pasarse de la raya en todos los sentidos.

—¿Por qué te disparaban? —Le preguntó Alyssa a Morgan con el ceño fruncido.

—Ésa es una buena pregunta —contestó Jack, lanzando a Morgan una mirada implacable, una de esas miradas que esperaba que la persuadiera de decir la verdad. Aún no había tenido la oportunidad de establecer su autoridad. Ella no tenía motivos para confiar en él. Maldita sea, unas horas más, y habría conseguido llevársela a la cama, penetrar en su cuerpo, establecer su dominación. Había estado seguro de que ella iba a aceptar su ayuda con el programa. Tal y como estaban las cosas, ya no estaba seguro de nada.

No era así como había previsto la venganza.

—¿Jack? —Ella pronunció su nombre con inseguridad, con una voz temblorosa.

No le gustaba nada oír el miedo y la cautela en su voz. Prefería un «señor» avergonzado de esa boca provocativa mientras se esforzaba en aparentar indiferencia.

Pero ya llegarían a eso, en cuanto hubiera solucionado toda esa mierda.

—Morgan, ¿me vas a decir qué está pasando,cher?

Su piel todavía estaba pálida, especialmente por el contraste con el abrigo oscuro y el sombrero, demasiado grandes para su pequeño cuerpo. Estaba muerta de miedo, pero aún así logró asentir con la cabeza. Jack soltó un suspiro de alivio.

—Hace aproximadamente tres meses, alguien comenzó a enviarme cartas con fotos mías en diferentes lugares, la mayoría de las veces en lugares públicos. Resultaba extraño, pero no amenazador. Hace unas cinco semanas, comenzó a mandarme fotos del interior de mi casa, tomadas a través de las ventanas. Incluso envió una que tomó desde el garaje mientras yo salía con el coche. Te aseguro que está enfadado. No sé por qué. Me vine a Houston para estar con un amigo y huir de él. —Suspiró profundamente y continuó—: Me siguió. No lo supe hasta ayer cuando recibí esto.

Morgan se abrió la cremallera del abrigo lo justo para sacar un sobre doblado de un enorme bolso que llevaba cruzado sobre el pecho. Se lo pasó a Jack con una mano temblorosa.

Con la tensión anudándole las entrañas, Jack lo abrió. Las fotos cayeron en sus manos. Morgan en un aeropuerto, vestida con unos vaqueros de talle bajo, una camiseta enorme y el pelo oculto bajo una gorra de béisbol. Sólo reconoció su perfil, la terca barbilla, las pecas que le salpicaban la nariz y que le hacían preguntarse hasta dónde se extenderían. Le hacían sentir el alocado impulso de jugar a unirlas entre sí.

En la siguiente aparecía ella leyendo una revista sentada en el patio. La cara quedaba oculta por la revista. Él sólo veía sus manos, la portada dePeopley las delicadas pecas que le salpicaban los brazos… y el nacimiento de los pechos, casi visibles bajo la delgada tela de un top blanco, con unos pezones del color de las cerezas maduras que le hacían la boca agua.

Desde el mismo momento en que había oído los rumores de que era la novia de su antiguo camarada Brandon, se había sentido intrigado. Hablar con ella en elchatsólo había incrementado ese interés. La Morgan de esas fotos, la Morgan de carne y hueso, hinchaba su miembro. No podía esperar a tenerla atada en su cama rogándole que le permitiera correrse… cumpliendo así su venganza.

Pero había algo en ella. Algo que le resultaba sumamente familiar. Se sentía como si la conociera, como si la hubiera visto antes y no sólo en las fotos que había en la web de su programa. ¿Se habían encontrado en alguna ocasión? No, habría recordado a una mujer como Morgan. Había algo en ella… Ya lo averiguaría.

Consumido por una creciente lujuria, Jack cogió la última foto y se quedó paralizado. Elsiempre elegante Brandon Ross con un traje de diseño le daba la espalda a la cámara mientras se inclinaba para besar a Morgan. Jack podía ver sólo la mitad de las piernas femeninas desnudas bajo la seda verde y el encaje negro, y los brazos levemente pecosos con que le rodeaba el cuello a Brandon. La imagen le contrajo el vientre.

Y la nota garabateada, con ese tono amenazador y posesivo no hizo nada para que se relajara.

La última foto, la de Morgan en plan esposa despidiéndose de su marido antes de que él se marchara a la oficina, también confirmaba que Morgan O’Malley era la mujer de Brandon Ross. Ella sería el pago que le cobraría a su viejo amigo por clavarle un puñal en la espalda. Tenía que mantener a Morgan con vida y no delatarse al hacerlo.

—¿Este acosador te ha seguido desde L.A.? —le preguntó.

—Sí. —La voz todavía le temblaba.

Jack suspiró.

—Obsesionado y enfermo. No es una buena combinación. Está claro que es listo si puede sacarte estas fotos sin que tú te enteres. Y sabe manejar las armas. No creo que puedas salir de aquí ilesa, Morgan. Necesitas ayuda. Y yo te puedo ayudar.

Ella vaciló, luego habló con una voz sorprendentemente ronca.

—Me has salvado de esas balas que probablemente me habrían matado. No puedo pedirte que te arriesgues…

—No me lo has pedido, yo me he ofrecido. —Estaba claro que ese hijo de perra conocía la casa de Brandon, y Morgan no parecía la clase de chica que supiera empuñar un arma ni parecía dominar técnicas de defensa personal. Era misión suya mantenerla con vida—. Morgan, yo soy guardaespaldas. No me quedaré quieto viendo cómo te matan cuando te puedo sacar de aquí de una pieza.

—¿Cuánto?

Jesús, alguien le había disparado y ¿aún quería hablar de dinero?

—Por cuenta de la casa.

La sorpresa la dejó boquiabierta.

—¿Por qué?

Él se encogió de hombros con despreocupación.

—Si te mata, tendré mis quince minutos de gloria.

Ella levantó esos enrojecidos ojos azules hacia él y le dirigió una mirada cínica.

—En serio. Está claro que no te interesa la fama.

Así que ella sospechaba que le interesaba otra cosa. Pero Jack todavía quería que ella lo mirara con esos inocentes ojos azules mientras le insuflaba un poco de lógica. Podía estar loca y negar que necesitaba ayuda. Pero también entendería por qué lo hacía.

Él era un perfecto extraño… y no era lo único que la hacía vacilar. Apostaría todo su dinero en ello. Por lo poco que habían hablado antes de que apareciera el francotirador, se había dado cuenta de que Morgan sentía interés por él. Y de que sentía curiosidad por sus inclinaciones sexuales. Más curiosidad de la que mostraría alguien que sólo estuviera investigando para un programa de televisión. El reticente deseo de Morgan lo excitaba como no lo había hecho nada en mucho tiempo.

—Eso no cambia el hecho de que me necesitas. El tirador sabe que ahora estás en el edificio. Así que no puedes salir. Yo puedo sacarte de aquí.

Morgan apretó los dientes. Jack observó cómo luchaba para no negarse. No lo hizo, lo que probaba una vez más lo lista que era.

—¿Cómo?

—Te vestirás como Alyssa. Ella te proporcionará la ropa adecuada.

—Y también necesitará maquillarse —señaló Alyssa—. Yo no tengo pecas, Jack.

Una rápida mirada a Morgan demostró que no llevaba ni rastro de cosméticos en su pálida cara.

—Sí, por supuesto. Hazlo.

—No. Esto no funcionará —protestó Morgan.

—¿Tienes una idea mejor, una que no termine contigo dentro de una caja de pino?

Mientras esperaba que ella admitiera la verdad, que no podía permitirse el lujo de rechazar su ayuda, Jack observó a Morgan. De cerca, podía ver sus armónicos rasgos, la boca plena, un cutis de porcelana que estaba demasiado blanco por el miedo. Las cejas arqueadas tenían un color imperceptible bajo esa luz. Bajo ese cutis tan blanco, la bufanda, el sombrero y el enorme abrigo, sospechaba que sería hermosa. El hijo del senador Ross no se conformaría con menos.

Morgan suspiró.

—No se me ocurre nada.

—Eso es lo que yo decía. Alyssa, llévala arriba y ponle algo ligero. ¿Tienes alguna peluca?

—Sí. —La rubia oxigenada asintió con la cabeza.

Morgan lo miró enfadada.

—Esto no va a funcionar.

—¿Por qué?

—Alyssa y yo no usamos la misma talla.

Jack las observó a las dos.

—Ella es más alta. Pero puedes ponerte unas botas de tacón de aguja para parecer más alta. ¿Qué número usas?

Ella pareció sorprendida ante la pregunta.

—Un treinta y siete.

Jack le dirigió a Alyssa una mirada inquisitiva.

—Ni lo sueñes —dijo lastripper—. Yo uso un treinta y nueve.

—Ya lo arreglaremos —dijo Jack—. Podemos rellenar la punta de las botas con papel higiénico o algo por estilo. Será poco tiempo.

—Ése no es el mayor problema. —Morgan centró la mirada en los atributos quirúrgicamente realzados de Alyssa que en ese momento pugnaban por no desbordar la parte superior de su bikini.

Jack volvió a pasear la mirada por la pequeña figura de Morgan. No podía ver lo que había debajo del abrigo, pero por las fotos que había visto sabía que debían de ser cien por cien naturales, no como el par de la copa E de Alyssa.

—Alyssa tiene habilidad para elegir la ropa que haría que cualquier mujer pudiera aparecer en el póster central de una revista masculina.

—¿Y luego qué? —Morgan se movió con nerviosismo, dirigiendo la mirada a la puerta con rapidez, como si esperara que su indeseado admirador pudiera atravesarla en cualquier momento.

—Tenemos que despistar a ese bastardo y llevarte a un lugar seguro.

—¿Y después?

—Nos ocuparemos de eso una vez que hayamos salido de aquí, ¿vale? Buscaré un lugar donde no pueda encontrarte hasta que podamos dar con una solución para todo esto.

Morgan se mordió un labio y le dirigió una mirada ansiosa y cautelosa. Quería aceptar, pero no confiaba por completo en él. Jack podía verlo en su cara. Morgan vaciló, pero lo miró de frente como si lo estuviera evaluando. Jack se preguntó si sabría algo de su pasado. ¿Le habría hablado Brandon de él?

—Puede que ese hijo de perra se haya estado saliendo con la suya hasta ahora, pero aún no se había topado con alguien como yo. Morgan, no voy a dejar que se acerque ni a cinco metros de ti.

Ella vaciló un poco más, luego asintió temblorosamente con la cabeza.

—Tú eres el profesional. Nos ocuparemos de lo demás más tarde, cuando salgamos de aquí.

Más tarde ella estaría desnuda, esposada y abierta, preparada para recibir todo el placer que estaba impaciente por darle. Reprimiendo una sonrisa, le miró fijamente el hinchado labio inferior. Había algo en ella, incluso con esa horrible ropa, que despertaba su interés. ¿O quizá era la certeza de que pertenecía a Brandon?

No, era algo más. Bajo ese feo sombrero, la bufanda y el abrigo, estaba seguro de que se ocultaba una hermosa mujer, dulce e inocente, pero también sexy, provocativa y ardiente. Corromperla sería un placer. Se sintió todavía más excitado.

¿Quién iba a pensar que la venganza sería tan dulce… en todos los aspectos?

 

Rodeada por la música que resonaba tan fuerte como para hacer temblar las paredes, Morgan siguió a Alyssa por las estrechas escaleras del club. Al parecer la rubia era la propietaria deLas Sirenas Sexys. Morgan no podía imaginarse cómo alguien podría confundirla con unastripper, no importaba cuánto la maquillaran. Alyssa poseía una arraigada sexualidad que cualquier mujer desearía para sí… y que muy pocas poseían.

Aun así, Morgan sabía que tenía que intentarlo, representar ese papel lo mejor que supiera hasta que pudiera salir de Lafayette y escapar del psicópata que la acechaba. La otra alternativa era la muerte.

Le gustara o no el Amo J, que al parecer se llamaba Jack y era un extraño, era su única esperanza de salvación.

Más con miradas que con palabras, Jack había dejado bien claro que no era un santo. Incluso ahora, ella podía sentir el calor de su mirada en la espalda. Contra su voluntad, lo miró por encima del hombro. Jack la miraba fijamente, con esos ojos casi negros, observándola subir las escaleras. Una sonrisa especulativa transformaba los cincelados rasgos de su cara.

No sabía nada de ese hombre, salvo que tenía ese tipo de belleza masculina que hacía que una mujer lo mirara dos veces y babeara después. Ah, y que por supuesto le gustaba mandar en la cama. Era difícil olvidarlo. Pero su sonrisa la ponía nerviosa. ¿Por qué parecía tan feliz alguien que acababa de escapar de un tiroteo?

Finalmente, Alyssa y ella llegaron arriba. La rubia la condujo hacia la puerta del final del pasillo, a una pequeña, pero sorprendentemente lujosa, suite.

La rubia cerró la puerta tras ellas, dejando afuera el fuerte ruido de la música. El suelo todavía vibraba bajo sus pies. El ritmo sexy resonaba a su alrededor, crudo y sugerente.

Morgan observó la habitación. En el centro, había una enorme cama sin hacer, y una lámpara de pie lanzaba una luz dorada sobre las blancas sábanas. La madera del suelo brillaba bajo sus pies. Las paredes, de un suave color crema, acentuaban las cortinas blancas que colgaban de una enorme ventana. Cuatro fotos con paisajes en blanco y negro colgaban sobre la cabecera de la cama.

—¿Esperabas un dormitorio de color rojo con una barra destripperen el medio? —le preguntó Alyssa arqueando una ceja.

Morgan se sintió avergonzada. Se lo había preguntado.

—No sabía qué esperar. Esto es precioso.

Los rasgos de Alyssa se suavizaron.

—Es tranquilo. Venga, vamos a quitarte esas feas ropas.

Antes de que Morgan pudiera pedir un poco de intimidad o una bata, Alyssa le estaba desabrochando el abrigo y sacándoselo por los hombros.

Lo lanzó sobre la cama. Como una madre que estuviera desvistiendo a su hijo pequeño, Alyssa agarró el bolso y la camiseta de flores. Antes de poder emitir una protesta, lastripperse los había sacado por la cabeza y lanzado al suelo.

—Si me indicas dónde está el baño, podría desvestirme…

Alyssa la ignoró y apretó el cierre delantero del sujetador blanco de encaje. Un leve tirón y fuera. Morgan se quedó desnuda de la cintura para arriba ante una completa extraña.

Alyssa estudió los pechos de Morgan, sopesando uno de ellos en su mano.

—Tenemos material para trabajar.

Morgan se enderezó, resistiendo el impulso de correr y esconderse como cuando estaba en el vestuario de la escuela en séptimo grado.

—¿Qué haces?