Dos 'vaguitos' y la maestra - Francisco Carlos Cecchini - E-Book

Dos 'vaguitos' y la maestra E-Book

Francisco Carlos Cecchini

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Beschreibung

En un pequeño pueblo argentino, dos hermanos enfrentan una vida de carencias bajo el cuidado de su padre, un inmigrante suizo-alemán marcado por el abandono y la lucha diaria. Su destino cambia con la llegada de una joven maestra cuya bondad y dedicación trascienden las aulas. En este emotivo relato, el vínculo entre los niños y su maestra se convierte en un refugio de esperanza, superación y afecto. Una historia que celebra la educación y el poder transformador de los lazos humanos.

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Seitenzahl: 109

Veröffentlichungsjahr: 2025

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FRANCISCO CARLOS CECCHINI

Dos ‘vaguitos’ y la maestra

Ríos, frutillas y naranjas

Cecchini, Francisco Carlos Dos vaguitos y la maestra : ríos, frutillas y naranjas / Francisco Carlos Cecchini. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-5829-9

1. Relatos. I. Título. CDD A860

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de Contenidos

Advertencia

Semblanza de los protagonistas

La construcción de un noble afecto

Las despedidas

Luego de años, el primer encuentro

“Contra el olvido”

Lo que dejaron

A mi mamá, maestra normal, y a dos de sus numerosos alumnos

...el azar es nuestra ignorancia de la compleja maquinaria de la causalidad

Jorge L. Borges

Advertencia

Dice Cristina García Trufero1 que la diferencia entre un relato y una novela radica en que en esta última se otorgan o se muestran más detalles, e incluso dentro de ella pueden incluirse subtramas, siendo –generalmente– más extensa que un relato.

El que sigue es un relato que responde a una historia real matizada con algunos elementos imaginados.

La tradición oral, en muchos casos, acarrea miradas que las memorias de quienes han contado y protagonizado esta historia pueden no ser totalmente coincidentes. Así es como, se han agregado detalles que, siendo verosímiles, con seguridad no son en rigor verdaderos, sino que han sido producto de una reconstrucción posible emergente de la imaginación del autor.

1 Periodista cultural y escritora

Semblanza de los protagonistas

El enclave de la región del Maghreb, hoy Argelia, había pasado por distintas dominaciones, entre otras, la propia Francia la había anexado y a la vez poblado con ciudadanos franceses a mediados del siglo XIX.

Ese dominio estaba controlado por la Legión Extranjera, ese cuerpo militar integrado por soldados de distintas nacionalidades.

Acudió a alistarse en ese especial cuerpo militar un joven de origen suizo–francés–alemán cuyo objetivo, suponemos, fue el de salir de Europa, quizás huyendo, pues albergaba la ilusión, algún día, de emigrar a América en cuanto pudiera.

Con tal supuesto propósito vio tal vez, la posibilidad de tomar un navío que, previo paso por Lisboa se dirigiría a América del Sur. Lo hizo solo con la expectativa de alejarse de una Europa convulsionada, cargada de enfrentamientos y guerras.

Había amanecido el siglo XX con una guerra devastadora y, aún terminada, Europa se mostraba inestable, dividida y con un horizonte sombrío tal como ocurrió.

América, en cambio, ofrecía entonces un futuro que se vislumbraba agradable, con posibilidades de progreso y a la vez pacífico. Era, en aquel tiempo, en la práctica, una promesa a voces.

La travesía fue en el invierno europeo, por lo cual se había provisto de elementos ubicados en un hatillo, y seguramente conseguidos de la Legión a la que había pertenecido y de la que se había separado. No sabía, ni él mismo, si su alejamiento había sido como desertor o bien como renunciante a esa pertenencia. Se trataba de un cuerpo militar al que Francia le había dado una característica especial, diversa y más estricta que aquella que particularizaba el ejército regular. Sin embargo, nuestro personaje tomó la decisión de emprender una aventura cuyo final desconocía. He allí lo aventurado.

Desconocemos su nombre, y, por tanto, lo identificaremos como Alfred. Se consideraba joven y fuerte, como efectivamente lo era, con alguna educación a la que podríamos calificar de abultada, tanto como para tener la templanza y el talento de aprender más de una lengua extraña, aunque más sencilla –pensaba– que el portugués, leía y escribía solo francés, aun cuando su lengua era la alemana y había aprendido, con cierta soltura, el inglés en la Legión. Esa facilidad la había adquirido más por escuchar que por hablar, pues era de pocas palabras.

Era, como se ve, un hombre con facilidades para los diferentes idiomas, lo cual lo mostraba como inteligente y con ello culto. Portaba conocimientos de filosofía, historia y, esencialmente, destrezas para la supervivencia.

No tenemos mayores datos sobre su familia de origen, aquella que dejara al ingresar al cuerpo de legionarios. Este, quizás, sea uno de los misterios que envolvían su vida, y encontraba claro reflejo en su personalidad.

Además de su buena contextura física, y buena salud, había adquirido cierta intrepidez para emprender semejante aventura, pues no dudó en ningún momento que su destino estaba al otro lado del Atlántico. Se esfuman, como dijimos, en la memoria mayores datos relativos a la familia que pudo haber dejado en su lugar de origen.

En eso no se distinguía de tantos otros, de diversas nacionalidades que habían tomado una decisión similar a la suya, sea para alistarse en aquel cuerpo militar tan especial, como para tener la intención de emigrar a un mundo en construcción. Ello lo advirtió en el barco, pues con los pocos que entabló conversaciones mientras luchaban contra “viento y marea” desde el lugar que se les asignaban en el navío, poco o nada se rememoraba acerca de lo que habían dejado atrás.

Lo destacaba una particularidad, pues, según se ha dicho, no solo participó de enfrenamientos en la Legión Extranjera, sino que había luchado por Francia en Indochina, y esas sangrientas experiencias también le habían dejado su cuerpo con cicatrices que marcaban una notable intrepidez.

De semblante adusto y sufrido, mostraba energía en las tareas que le indicaban a bordo, obligado a la obediencia y al cumplimiento estricto, sin resistencia, de cuanto le indicaban.

Trabajó duro, sin pensar demasiado, y con el anhelo de un descanso que se concretaba en una hamaca de red ubicada entre otras varias, y que tambaleaban al ritmo de las olas, juntamente con los faroles que tenues seguían el mismo ritmo que su lecho.

El “dormidero” estaba por debajo de la línea de flotación. Comía lo necesario, sin excederse, y no porque no le gustara a su paladar, sino por la particular moderación que traía desde chico.

Era parco, reservado, de poco hablar, menos aún de sus orígenes, a salvo que había nacido en Berna. Esa ciudad, cercana a la Alsacia, había sentido cercanamente el frente de lucha de la primera gran guerra.

El rostro de nuestro nobel marinero dibujaba un gesto serio y sufrido, de escasa conversación que aparecía las más de las veces con respuestas monosilábicas, aun cuando en situaciones excepcionales se permitía una tenue sonrisa frente a algún episodio que lo merecía.

La navegación hasta el puerto de Lisboa demandó cinco días, y al arribar, nuestro emigrante descendió en el puerto portugués y tanto le gustó, aunque a primera vista, que prefirió permanecer en esa ciudad por varios meses.

Allí dudó por un breve tiempo, si América era efectivamente su destino, o si probar en Portugal era una alternativa mejor. En realidad, su interior le indicaba que América le era a la vez más intrigante y desafiante.

Se enfrentó en Lisboa con un serio obstáculo para conseguir trabajo, aun cuando solo lo buscaba para sobrevivir, haciéndolo solo, y ofreciendo sus oficios con las dificultades propias de ser extranjero.

Sus lenguas: francesa, inglesa y alemana poco tenían que ver con el portugués y, a la vez –en aquellos tiempos– los portugueses no miraban con simpatía a quienes llegaban de otras latitudes. Menos aún a quienes podían arrebatarle sus expectativas de trabajo.

Alfred, nuestro aventurero, tomó entonces la decisión de embarcarse como marinero en otro barco mercante que, previo paso por la isla de Curasao, en pleno Caribe, descargaría su mercadería y a cambio, cargaría sus bodegas con pescado congelado, siendo su destino Colombia.

El esmero que puso Alfred en las tareas reforzó su estructura muscular mucho más que aquella adquirida en su estadía en la Legión Extranjera.

Se trataba de un joven delgado, con abultada melena castaña y lacia, piel cetrina, piernas largas y de venas expuestas y, aunque con una ingesta moderada, el trabajo lo llevó a aumentar de peso y desarrollar una musculatura notable.

Al cabo del arribo a ese nuevo puerto, la carga mutó por café y con destino a un lugar desconocido por él, muy al sur de América y con un nombre que mostraba un matiz romántico, Buenos Aires. Ese nombre lo consideró promisorio, pues alentaba sus ilusiones.

Decidió, quien sabe si por comentarios que le habían llegado de aquel destino, o bien por sus conocimientos prematuramente adquiridos sobre geografía, o quizás por ponderaciones acerca de ser un sitio que prometía transformarse en un lugar próspero, que había logrado la paz desde mediados del siglo XIX, y que una de las metas de su organización fue la de avanzar en su afán de poblarlo. Sobre todo, que estaba abierto a recibir extranjeros que estuvieran dispuestos al trabajo que abundaba en todas sus vertientes, y a nuestro improvisado marinero le permitiría el progreso y con posibilidades de avanzar en el manejo del idioma.

Se trataba de un país extremadamente extenso para la escasa población, y los sucesivos gobiernos habían programado un plan de inmigración, símil al que se había dado en el país más grande del norte, los EE. UU. que también había sufrido una sangrienta guerra fratricida.

Otro de los grandes planes que se había puesto en marcha era el de la alfabetización de la población, pues solo un porcentaje minúsculo había accedido a la educación, tanto primaria como secundaria.

Le habían dicho algunos compañeros veteranos que el español encontraba algunos puntos de contacto con el francés, de modo que eso le hizo decidir que aquel era el lugar al que aspiraba llegar. Varios de los marineros acoplados en Colombia hablaban español, y eso hizo que lentamente se familiarizara con el idioma.

De ningún modo imaginó que aquella ciudad de aires buenos estaba adquiriendo una fisonomía similar a las grandes ciudades europeas, con serias pretensiones de ser una potencia del sur y cuya población se había multiplicado exponencialmente con inmigrantes que huían, como él, de la vieja Europa que, aunque culta, con antiguas universidades, grandes construcciones milenarias, estaba sumida en constantes y aun centenarios conflictos. Un compañero de travesía le había dicho que allí, en su destino elegido, estaba todo por hacerse.

Su arribo lo sorprendió, pues al descender del mercante, se encontró con un control de inmigrantes identificándolos, otorgándoles un documento adornado con el escudo argentino y a la vez le sugerían, a modo de imposición, un destino.

Luego de algunos días de espera, le indicaron que, en una localidad ubicada al norte, remontando el río Paraná, lo esperaban con un trabajo adecuado a sus condiciones.

Le ofrecieron transportarlo hasta el sitio que le fuera asignado y, aceptando dicho ofrecimiento, le provocó asombro durante la travesía, seguramente por los ríos que había conocido antes, la inmensidad del que surcaba su barcaza y a través del que llegaría a destino.

Suspiró con ilusión al comparar los ríos europeos con este que surcaba la barcaza que lo transportaba, pues le estaba mostrando una grandeza con certeza salvaje, despoblada, pero le confirmaba aquello que le habían anunciado: era un sitio en el que todo estaba por hacerse.

El trabajo que le fuera asignado era en una fábrica de caños de cerámica que se levantaba en las orillas del riacho Santa Fe, brazo del Paraná, y en una pequeña población conocida como “La Guardia”.

La fábrica de caños sanitarios pertenecía a una familia, Alassio, que había emprendido el desafío de utilizar el barro que el riacho proveía con generosidad, y sometía su producción, primero de modo artesanal y luego más sofisticadamente, a altas temperaturas en hornos que le permitían fabricar aquellos caños de distintos diámetros, llegando algunos al metro y medio, y otros de menores dimensiones.

Al cabo de un tiempo, mutó su trabajo para ingresar en otra empresa de estiba de elementos destinados a la fabricación de aceites, y fue cuando aquellos caños fueron cambiados por la construcción de una tapera en la isla frente al pueblo.

La ciudad cercana, Santa Fe, se preparaba para la modernidad, entre otros muchos emprendimientos, la construcción de cloacas, el transporte público con el trazado de vías urbanas para el tranvía eléctrico que había reemplazado a aquel que era a tracción a sangre, sus calles adoquinadas en forma de damero y con un puerto con actividad creciente.

Ese poblado, La Guardia, se ubicaba cercano a otro, más antiguo y hacia el norte, bautizado como San José del Rincón. Fue en este último poblado donde comenzó con su trabajo de estiba.

El origen de Rincón, conocido como “tierra de monteros”, lo era en alusión a los del monte, proveniente de un asentamiento indígena, los mazahuas, y cuya característica fue la de ser un grupo pacífico, hospitalario y humilde.

La fábrica de caños cerámicos creció, y abarcó también parte de aquel paraje, y nuestro Alfred se instaló allí con el entusiasmo que la esperanza de un futuro mejor lo ilusionaba, hasta que mudó de trabajo.

Conoció allí a una mujer, más joven que él, y con la que formó una pareja. De esa relación tenemos pocos datos.

La ilusión fue concretándose cuando nació el primero de sus hijos, a quien bautizaron con el nombre de “Germinal”, haciendo alusión a un comienzo, en especial el de la primavera. El germen de un porvenir alentador. Casi inmediatamente, nació el segundo, Fredy fue su nombre, quizás como referencia al de su padre.

La familia completa duró poco tiempo.

La madre de los niños, de cuyos datos, orígenes e historia personal nada conocemos, sorpresivamente, abandonó todo, se fue sin que Alfred supiera su destino. Los dos niños eran muy pequeños y quedaron a merced de su padre y del azar que siempre es incierto.