Dudu Hertz - Jorge Mario Gherscovici - E-Book

Dudu Hertz E-Book

Jorge Mario Gherscovici

0,0
4,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Cierta noche, en el loby de un hotel de cinco estrellas en Tel aviv, ubicado junto al mar, Dudu Hertz conoce a Ezequiel Burdicio (representante de una empresa argentina exportadora de cerealeas y eterno aspirante a escritor). Esa misma noche Dudu Hertz le narra a Ezequiel Burdicio su vida, y minutos antes del amanecer le implora que se convierta en el hacedor de su anhelo: ''ver la historia de su vida reflejada en un libro''. Dudu Hertz nace en el seno de una familia humilde, en un barrio de obreros en los margenes del Tel aviv de entonces. Alli se desarrolla su infancia y su juventud, y cuando llega a los dieciocho años de edad comienza a estudiar derecho. Pero sus estudios se ven abruptamente interrumpidos por la irrupcion de la ''Guerra de los seis dias (1967)''. Ya ingresado al ejercito participa en varios combates, y precisamente durante uno de ellos sufre un trauma belico que lo marcara para siempre. Despues de ser dado de alta del Psiquiatrico en el que es hospitalizado viaja a Latinoamerica en un periplo que lo llevara por varios paises (Mexico, Colombia, Bolivia y Argentina). En las entrañas de la selva amazonica colombiana conoce a una primitiva tribu de aborigenes, y junto al chaman de la tribu emprende un viaje interior donde se entrelazaran las alucinaciones que padece con su pasado belico. Atormentado por la experiencia cae enfermo, y preso de sus delirios deambula por la selva. Llega con el resto de sus fuerzas a Bolivia y de alli huye a la Argentina, donde conoce a la que sera su futura esposa, hija unica de un acaudalado banquero. Tras su regreso a Tel aviv se casa con ella y reanuda sus estudios de abogacia. Convertido ya en un famoso abogado y padre de una niña su suegro le ofrece trabajar como asesor legal en Nueva York, en una de las sucursales de su emporio financiero. Dudu Hertz vuelve a experimentar alli un decisivo trauma psiquico, que lo conducira de regreso a Tel aviv, donde contra su voluntad es hospitalizado en un Psiquiatrico, del que saldra e ingresara repetidas veces. Los psiquiatras le diagnostican finalmente esquizofrenia paranoica, y al cabo de un tiempo se divorcia de su mujer y se ve forzado a separarse de su unica hija. Las alucinaciones que Dudu Hertz experimenta a lo largo de esta historia terminan por adueñarse de su existencia, en la que la realidad y la fantasia se entremezclan, al punto que ya no le es posible discernir donde comienza una y donde termina la otra.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 452

Veröffentlichungsjahr: 2016

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.


Ähnliche


Jorge Gherscovici

DUDU HERTZ

EL HOMBRE QUE NO QUISO MATAR UN PÁJARO

-2">

-12">

Editorial Autores de Argentina

Gherscovici, Jorge Mario 

   Dudu Hertz : el hombre que no quiso matar un pájaro / Jorge Mario  Gherscovici. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2016.

   Libro digital, EPUB

   Archivo Digital: descarga y online

   ISBN 978-987-711-599-4

   1. Novela. I. Título.

   CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail:[email protected]

Diseño de portada: Justo Echeverría

Diseño de maquetado: Maximiliano Nuttini

-15">

-16">

Era de madrugada cuando el taxi que lo trajo desde el Aeropuerto se detuvo frente al “Salomon y la Reina de Saba”. Ezequiel Burdicio entro con su única valija a ese hotel que ya conocia de antes. Subio al cuarto piso y avanzó hasta la habitación que le habian asignado. Entonces recordo que era la misma de dos años atras. “Pura coincidencia”, se dijo, y después de desnudarse se metio bajo la ducha de agua caliente. Cuando salió del baño se sirvió un vaso de whisky. Mientras lo bebía de a sorbos comenzó a ordenar sus pertenencias en el placard. Fue luego hasta la cama, y pesadamente, se dejó caer sobre el mullido colchon. Observó la hora en el pequeño reloj digital que ocupaba el centro de la mesita de luz: las dos de la mañana. Emitío un leve suspiro y clavo su mirada de nada en el techo, esperando que Morfeo o lo que fuere acudiese en su ayuda. Pero los minutos pasaban y el hijo de Hipnos seguia sin dar señales de vida. Achaco la culpa de su desvelo a toda esa cuestion del ritmo biologico alterado, patología que suele afectar a los que, como el, viajan de una punta a la otra del globo terraqueo, pasando de un huso horario a otro, experimentando en cuestion de horas tanto el frio como el calor. Pero, en definitiva, todos esos argumentos a el no le servian de nada. Lo único que el queria y necesitaba en ese momento era dormir. Recordo entonces que las pastillas para combatir el insomnio se le habian acabado en su escala en Madrid. Recordar eso tampoco le sirvio de mucho, todo lo contrario, lo angustio mas. Sus ojos enrojecidos recorrieron las paredes y los cortinados de los amplios ventanales, hasta que abatidos se posaron sobre la alfombra dorada del piso. Vio que todo lucia pulcro y ordenado, igual que dos años atras, como si en todo ese tiempo nadie hubiese posado sus pies en aquella habitación. Esa inmutabilidad comenzo a resultarle, además de extraña inquietante. Fue precisamente en ese instante que se acordó de Dudu Hertz.

“Quiza este ahora deambulando por el loby, especulo. ¿Que habra sido de su vida en todo este tiempo?. Dos años pueden ser dos segundos o una eternidad. Depende como se los viva”, medito luego, y sin proponerselo revivio los momentos iniciales de aquel primer encuentro. Las imagenes fluian vigorosas en su mente, como esos arroyos impetuosos que discurren entre montañas:

“Recuerdo que era de madrugada cuando baje al loby a tomar una taza de café, y que al llegar me encontre con que el bar estaba cerrado. Decidi entonces sentarme junto a los amplios ventanales. Un fulgor cobrizo bañaba con luz debil los contornos de la playa, y el mar, ese mar al que me enfrentaba por primera vez asemejaba una enorme masa negra que vomitaba espuma blanca. Pese a la oscuridad reinante alcance a distinguir la luz de un faro, titilando a lo lejos como un ciclope taciturno. Senti en ese instante que el loby se convertia de pronto en un paraninfo de espectros murmurantes. Todavía sumergido en esa rara sensacion detecte en un rincon apartado la presencia inesperada de un hombre de edad madura, recostado cuan largo era sobre un amplio sofa. Quede sorprendido ante ese hecho insolito. No podia entender como en un hotel de semejante categoría alguien pudiese estar allí , abandonado a su suerte como si se tratase de un homeless durmiendo en el banco de una plaza. Sopese que lo mas prudente en ese caso era apartar mi vista de el, pero no pude hacerlo. Asi que segui observándolo. Entonces comprobe que ese hombre se hallaba profundamente dormido, y que además llevaba ya varios días sin afeitarse. Aparte por fin mi mirada indiscreta y la dirigi hacia la playa. La descubri deshabitada, alumbrada de a tramos por los reflectores del hotel, y me parecio de pronto estar frente a un gran escenario teatral vacio. Fue en ese momento cuando escuche que alguien hablaba a mis espaldas.

“¿You too like to see the sea? You speak hebrew?”, quiso saber una voz sonora, en un ingles algo trabado.

“Si”, conteste yo, en mi hebreo también algo trabado, aunque menos trabado que mi ingles. En fin, gire hacia atras y comprobe que se trataba de la misma persona que antes había visto recostada sobre el sofa.

“Es una vista espectacular”, continuó hablando el hombre. “Debería usted experimentar lo que se ve desde aquí entre las cinco y seis de la mañana. Es algo único, creáme. ¿Puedo sentarme?”

“Por favor”, le respondi yo, acercandole una silla, escuchando mi propia voz como si fuera la de otro, alguien al que yo conocía desde hacía tiempo. Entonces no pude evitar el sentirme raro, sumergido en una situacion que comenzaba a resultarme extraña. Los dos sentados allí, en aquella mesa, en ese loby deshabitado, uno frente al otro, como dos sobrevivientes en la madrugada…

“Usted no va a creerme, pero me paso las noches esperando que llegue esa hora magica del día”, me revelo a continuacion, retomando la frase que había quedado inconclusa segundos antes. “Las noches suelen ser largas y tediosas, aunque también tienen su propio encanto. ¿Usted sufre de insomnio?”, quiso saber enseguida.

“A veces. Esta noche, por ejemplo, me resulta imposible pegar un ojo”, le confese.

“Lo mío es crónico, creame. Y descubrí que lo peor que hay para combatir el insomnio es luchar contra el. De todas maneras, luchando o no contra el igual me paso las noches en vela. Pero no vaya a creer que no duermo. En realidad duermo, pero de a ratos. Como

una especie de dormir sin dormir. ¿Comprende lo que le digo?”

“Creo que sí”, le conteste, y en ese instante me senti tentado por preguntarle si se hallaba alojado en ese hotel. Pero me contuve.

“Al principio”, siguio hablando el hombre, ya más suelto, “la noche me producía temor, como una especie de inseguridad latente. Pero con el tiempo me fuí acostumbrando, y ahora hasta podría afirmar que, incluso, disfruto de ella. La noche tiene algunas ventajas,

una de ellas, por ejemplo, es que todos duermen, los buenos y los malos, los santos y los pecadores, todos”.

“Bueno, todos no”, lo interrumpi yo, mientras le guiñaba un ojo complice.

“Es verdad, algunos permanecemos despiertos”, sonrio. “Además del silencio y la soledad, siguio hablando, en la noche hay como una especie de magia que lo domina todo. ¿Usted cree en los espiritus?”

“Sí y no”, le dije, tratando de ser afable, pero dejandole entrever mis dudas al respecto.

“Yo sí creo. No se si son almas que vagan o criaturas que se desplazan en otra dimension, que sólo ciertas personas podemos ver.”, concluyo, y me miro fijo a los ojos, como si buscara cierta legitimacion a lo que acababa de decirme. A esa altura del encuentro yo ya había llegado a la conclusion de que tenía frente a mi a uno de esos individuos que disfrutan de la charla, mas aún, uno de esos tipos a los que les resulta practicamente imposible dejar de hablar. Un autentico conversador compulsivo, algo por el estilo. Persuadido de ello, decidi seguir su juego, pero tomando las precauciones del caso.

“¿Usted alguna vez vió alguno?”, le pregunte entonces, como al pasar, sabiendo que en el fondo me invadia cierta curiosidad enfermiza por saberlo.

El me fulmino con una mirada punzante, como si a traves de ella buscase hallar en mi interior la autenticidad de mi interes por el asunto.

“He visto varios”, respondió por fin, después de una prolongada pausa, y enseguida volvio a desviar su mirada hacia la playa.

“Le voy a ser sincero, usted mi inspira confianza”, me confeso de pronto.

“Gracias”, atine a responderle.

“¿Puedo hacerle una confidencia?", me propuso en voz baja, acercandose hacia mi, como si en aquel momento los dos estuviesemos rodeados por una multitud.

“Hagala, por favor”, lo alente.

“Hace años conoci a una bailarina, se llamaba Edna. ¿Quiere que le cuente la pequeña historia de cómo nos conocimos?", me pregunto con entusiasmo.

Creo que fué en ese preciso momento cuando tome plena conciencia de haberme convertido en el rehen de un tipo que yo apenas acababa de conocer. La verdad es que pude haberme levando de la mesa e irme a mi habitación. Pude haberlo hecho, sin embargo no lo hice. Algo me retuvo, y se que fué la curiosidad por escuchar esa historia que estaba a punto de contarme.

“Muy bien, cuenteme como la conoció”, le pedi finalmente.

Cuando le di mi consentimiento no pude imaginarme que su testimonio del encuentro con la bailarina seria tan solo la punta del ovillo que terminaria con la historia de su vida. Aquel hombre no solo me narro con devocion las circunstancias por las que conoció a esa tal Edna. Ese fué apenas el comienzo hacia atras de otras historias, todas narradas con la pasion que Dudu Hertz ponia en detallar cada uno de los sucesos. Para decirlo en pocas palabras, desde el preciso instante en que comenzo a contar la historia de la bailarina yo quede atrapado en un extraño magnetismo que me mantuvo anudado al relato desde el principio hasta el fin.

Cuando Dudu Hertz pronuncio las ultimas palabras de su historia comenzaba ya a percibirse el cambio de luz que se filtraba tenue a traves de los ventanales.

“Esta es la hora mágica”, dijo Dudu Hertz. “Observe cómo el cielo cambia de tonalidad. La oscuridad va cediendo paso a la luz y esas variaciones se observan también sobre la superficie del mar. !Es maravilloso! ¿No le parece? Mire esos cambios de coloracion. Es como si un enorme pincel invisible tiñera las aguas. Bueno, esta es justamente la hora en que los espiritus regresan a sus escondites”, susurro. ¿Que le parecio mi historia?, quiso saber enseguida.

“Muy interesante”, le respondi yo, todavía atrapado en el clima de su relato.

"¿Le parece?", inquirio Dudu Hertz con entusiasmo.

“Sí, muy interesante”, volvi a confirmarle.

"¿Sabe una cosa?", me dijo luego en un tono de voz que ya comenzo a resultarme intimo. “En este momento siento la necesidad de confesarle algo mas”,agrego, y acerco hacia mí la mitad de su cuerpo por encima de la mesa.

Yo asenti con la cabeza, con el fin de darle animos en su proposito.

“Cada vez que hablo sobre mi pasado me sucede exactamente lo mismo. Es como si toda mi vida estuviese enrollada en mi cabeza bajo la forma de una cinta cinematográfica. Sólo necesito comenzar por alguna de las partes para que toda la historia se despliegue como si fuese un filme. ¿A usted le parece que podría hacerse una película con la historia de mi vida?", me pregunto con repentina avidez, que en aquel instante la precibi obsesiva.

“Bueno, una película no se... Lo que tal vez si podría hacerse es escribir una novela”, atine a contestarle.

"¿Una novela?"

“Sí, una novela”, le confirme, verbalizando en palabras ese embrion de deseo que ya había comenzado a germinar en mi mente.

"¿Y quien podría escribirla?", pregunto el incisivo.

En aquel instante senti un súbito pudor que me impidio contestarle, y eso no era algo nuevo en mi. Me sucedia cada vez que debia confesarle a alguien mi pasion oculta por escribir historias. Historias que invariablemente quedaban a mitad de camino, o que en el mejor de los casos no encontraban un final.

“Creo que yo podría hacerlo”, me anime a confesarle por fin.

"¿Usted es escritor?", pregunto asombrado.

"!No!", me defendi enseguida, echando mi cuerpo hacia atras, como si acabase de eludir una estocada. “De ninguna manera soy escritor”, le enfatice. “Aunque reconozco que me gusta escribir historias. Mire, yo también debo confesarle algo íntimo. A lo largo de mi vida escribí muchas historias, creo que demasiadas. Muchas de las cuales, incluso, fueron a parar al cesto de los papeles. Esa es la verdad..."

Recuerdo que cuando termine de pronunciar aquellas palabras senti un gran alivio, pero al mismo tiempo adverti que Dudu Hertz seguia mirándome, no como antes, sino a traves de una mirada distinta, carga de tristeza.

“Prometame dos cosas”, me solicito. “Prometame que va a escribir la historia de mi vida y que también la va a publicar”

“No puedo prometerle eso”, me defendi.

Dudu Hertz no insistio. Permanecio pensativo durante un largo rato, y luego poso su atencion en la playa desierta. Recuerdo que sus ojos adquirieron en aquel momento un brillo extraño, y que un temblor apenas visible, pero tenaz, comenzo a sacudir sus manos.

A partir de entonces su presencia se torno distante, y los dos nos sumerjimos en nuestros respectivos silencios.

“Debo irme”, dijo Dudu Hertz finalmente, como si me estuviera pidiendo disculpas, y antes de incorporarse me miro fijo a los ojos.

"¿Usted cree que lo he inventado todo, verdad?'', dijo de pronto, y adverti en su pregunta un rencor lejano.

"¿A que se refiere?"

“Todo lo que le he contado acerca de mi vida, ¿usted cree que es un invento mio, no es así?"

Trate de elaborar una respuesta que no resultase hiriente a su sensibilidad, pero no la encontre.

“Yo no diría que es un invento, aunque en fin, comence a decirle, usted comprenderá, le han sucedido cosas que, bueno, la verdad es que a la mayoria de los mortales esas cosas no le suceden. Entiende lo que intento decirle?"

Recien cuando termine de hablar me di cuenta que mis palabras no hicieron mas que acentuar sus recelos.

“Entiendo lo que intenta decirme. Pero ese es justamente el punto. Yo no soy como los demás. Se que soy distinto. Yo necesito hablar de mi, contar mi vida para sentir que existo. ¿Comprende? Siempre tengo esa sensacion extraña de no saber si estoy viviendo dentro de una realidad o si deambulo dentro de un sueño. Si usted escribiera mi historia y yo pudiera verla reflejada en un libro, entonces, quizás entonces podria comprender muchas cosas que me sucedieron...No se, tal vez estoy pidiendo demasiado, disculpe, pero ahora debo irme”

En aquel instante senti que me invadia una sensacion de extraña cercanía con aquel hombre que apenas horas antes acababa de conocer. Son ese tipo de sensaciones que muy pocas veces se da en la vida, la de conocer a alguien como si fuese de toda la vida.

“Espere”, casi le grité, cuando ya Dudu Hertz comenzaba a alejarse de la mesa.

“Le prometo que voy a escribir su historia y que también voy a tratar de publicarla... Se lo prometo. ¿De acuerdo?"

Una sonrisa franca irrumpio en su rostro. Era la típica sonrisa de un niño que acaba de recibir un codiciado regalo.

“Una promesa es una promesa”, me advirtió, y luego me extendió su mano gruesa antes de despedirse.

“Una promesa es una promesa.", le contesté yo, y permanecí observándolo, mientras se alejaba hacia la calle.

-17">

Con los ecos de aquel recuerdo todavía resonando en su mente Ezequiel Burdicio cogio el manuscrito y bajo al loby. A esa hora el bar estaba cerrado, igual que lo estuvo dos años atras, y como entonces, volvio a sentarse en la misma mesa cercana a los amplios ventanales. Todo volvia a repetirse como si se tratase del ensayo general de una obra de teatro, en la que solo faltaba su actor principal. El sonido del mar se dejaba oir a traves de los cristales, y Ezequiel Burdicio se dejo arropar en el. Poso sus ojos en el manuscrito, sintiendo que el ojo del faro lo vigilaba desde lejos, y volvio una vez mas a leer el titulo: “Dudu Hertz, El hombre que no quiso matar un pajaro”. “Un titulo simple, se dijo, para una historia que quiza no lo sea tanto. Ni siquiera se si es real o ficticia. ¿Pero es que acaso eso importa?. O si lo que realmente cuenta fué lo que esa historia produjo en mí. Todos necesitamos escuchar historias, las nuestras y las de los demas. Sin ellas nos seria imposible sobrevivir en el tiempo”, reflexiono por último, y comenzo a releer por enesima vez su manuscrito:

-18">

Escuche muchas veces a mi madre sostener en sus relatos que naci en noche de luna llena, “bajo un cielo diafano”, dicen que gustaba repetir con inapenable tono sugestivo. "!Maravillosa señal!", habra seguramente agregado alguien, de esos que siempre estan dispuestos a secundar elogios ajenos. Supongo también que en aquel momento mis progenitores habran dirigido hacia mi miradas henchidas de orgullo, viendome ya convertido en un futuro personaje importante. Porque es bueno decirlo, y de una vez para siempre, que ese es el sueño que albergan la mayoria de nuestros padres, que su hijo algún día llegue a ser presidente, primer ministro o algo por el estilo. Sueñan con eso, con que sus retoños dejen una huella indeleble en su paso por este mundo. Los mios por supuesto que no fueron la excepcion. Mi madre, incluso, llego aun mas lejos en su megalomania, pues afirmaba a quien quisiese escucharla (a mi me lo dijo infinidad de veces) que ni bien sali de su vientre ausculte la flamante realidad que me cirncundaba con ojitos vivaces. Y creo que algo de cierto habra habido en eso, porque todavía conservo en mi mente (aunque nadie pueda creerlo), la imagen de mi hermano Igal acurrucado y cabizbajo en un rincon de la habitación, y a mi mismo aferrado a las enormes tetas de mi madre, que esperaban pletoricas y aplastantes para narcotizarme con su dulce calostro.

“!Este niño es casi perfecto!, aseguran que exclamó con alborozo mi padre cuando me vio por primera vez.

"¿Por que habra dicho casi perfecto y no perfecto?", me pregunte yo infinidad de veces, a lo largo de mi trajinada vida, sin que jamas pudiese hallar respuesta alguna. Pero en fin, con el paso del tiempo me fuí olvidando de eso y también de muchas cosas mas. Y tal vez sea justamente por ese motivo que siento ahora la necesidad apremiante de narrar mis días, porque presiento que inexorablemente llegara el momento en que ya no podre hacerlo...

Una semana después de mi nacimiento fuí conducido a un amplio salon de radiante de luz, sobre cuyas mesas decoradas con manteles blancos y flores al tono reposaban numerosas vajillas de plata rebosantes de exoticas comidas. Cuenta también mi madre que mientras esperaba la ceremonia ella me sostenia con paciente dulzura, y que de pronto, como si saliese de la nada, aparecio el mohel*que me arrebato de sus manos para acomodarme sobre un mullido almohadon de seda blanca. Dicho mohel humedecio enseguida mis delicados labios con una gasa embebida en vino dulce, y luego de rezar en voz baja saco a relucir con la habilidad de un mago un pequeño y filoso estilete, mediante el cual y a los pocos segundos ejecutó un corte preciso y veloz sobre mi tierno prepucio.

“Ze hakatan gadol yhie” (“este pequeño grande será”), proclamo aquel mohel con tono ceremonioso, mientras exhibia mi fragil y ya inerte capullo a la impaciente concurrencia.

"!Amen! !Amen!", seguramente habran respondido como alucinados los asistentes al brith mila**. Supongo que en aquel momento mi tierno prepucio habra retrocedio a su lugar de origen, acurrucandose espantado alrededor de su diminuto pene. La emasculacion se había consumado, solemne y antidemocratica, en medio de la loca algarabia de los invitados que se abalanzaron sobre las fuentes repletas de comida, mientras yo yacia como un borrego sacrificado entre los brazos de mi madre. Aunque incapaz de razonar, como se supone sucede a esa tierna edad, estoy seguro que en aquel instante se instalo en mi mente la fuerte impresion de que habia llegado a un mundo desquiciado, donde toda aparente alegria lleva consigo su inevitable cuota de dolor.

-19">

Creci en un barrio de gente trabajadora en las afueras de Tel Aviv, entre olores a amba, canela, chilli picante y garbanzos sumergidos en agua hirviendo. Mi padre, Max Hertz, trabajaba como un burro en una fabrica textil. Salia de casa antes del amanecer y regresaba cuando el sol ya se había puesto. Asi era su vida, no distinta a la de casi todos los padres de aquel barrio. Recuerdo que regresaba del trabajo exhausto, sin ganas de hablar con nadie, y que después de darse una ducha se sentaba en su sillon favorito a ojear los titulares del periódico, hasta que su interes reposaba en determinada pagina. Entonces se quedaba leyendo hasta que llegaba la hora de la cena. Yo creo que esa era, quiza, su particular forma de aislarse del entorno familiar para conectarse con sus pensamientos. Sin embargo, esa presencia eterea que veiamos deambular por la casa durante los días laborables, al llegar el fin de semana se convertia en su opuesto. En esos días mi padre era otra persona, mas comunicativa y relajada, entregada por entero a los arreglos de la casa y a compartir su tiempo libre con la familia. Mi padre era en esencia un hombre pacifico, y ese rasgo de su caracter en aquella epoca y en aquel barrio en el que yo naci y creci no era precisamente una virtud que abundaba. Yo sabia que otros padres zurraban a sus hijos, y también a sus esposas, o que salian de parranda con sus amigotes. Pero mi padre no era de esa clase. La existencia de mi madre, en cambio, fué mucho más visible y concreta. Ella vivia entregada a la crianza y a la educacion de sus hijos, en especial al cuidado de mi hermano Igal, que ya por aquel entonces había comenzado a padecer de sus habituales ataques de epilepsia. A medida que la frecuencia y la intensidad de los ataques aumentaba, la atencion que mi madre ponia en mi hermano se concentraba todavía mas. Con el tiempo llegue a la conclusion de que mi verdadero lugar en este mundo se hallaba en la calle. Intui que allí podia encontrar lo que no había en mi casa: riesgo, aventura, emocion asegurada, en una palabra, la experiencia de sentir que cada día era para mi un evento único y excitante. Recuerdo que ni bien regresaba de la escuela apuraba el almuerzo para salir disparado de mi casa, porque sabia que si permanecia en ella debia enfrentarme a los deberes escolares, y eso era algo que detestaba. Lo único que por aquella epoca me atraia de verdad eran las novelas de aventuras y mis encuentros con Elli Keller, mi inseparable amigo de la infancia. Elli era mucho mayor que yo, y desde el primer día que lo conoci se convirtio para mi en una especie de guru, o algo por el estilo. Era muy popular en el barrio, en especial por su habilidad para cazar pajaritos y por otras cosas que a esa edad ya comienzan a hacerse a escondidas. Había llegado a reunir una coleccion completa de hondas que el mismo se encargaba de fabricar. Asi que cada día salia de su casa con una nueva, y cada día regresaba a ella con su morral lleno de trofeos. Elli jamas se canso de insistir para que me iniciase en el manejo de las hondas, cosa que yo siempre rechazaba. Desde un comienzo senti una profunda y visceral resistencia hacia las mismas. Sin embargo, y a pesar de ello, reconozco que varias veces lo intente, solo por el hecho de no defraudar a mi amigo. Pero todos esos intentos terminaron siempre en el mas rotundo de los fracasos, y mi amigo finalmente dejo de insistir, pero solo por un tiempo. A partir de entonces me limite a observar como mi amigo derrivaba pajaritos a diestra y siniestra, mientras que yo sufria en silencio la suerte corrida por aquellas inocentes criaturas. Pero como la tosudez de Elli no tenía limites, de tanto en tanto insistia para que yo tomase la honda entre mis manos. Supongo que lo hacia en el convencimiento de que mi desidia provenia de mis fracasos, y que si yo lograba mi primer exito eso me convertiria automaticamente en un cazador tan ducho como el. En fin, para abreviar, dire que cierta tarde de verano ingresamos en un pequeño bosquecillo que había en los alrededores del barrio. Era nuestra costumbre sentarnos allí para holgazanear y charlar sobre lo que nos venia en gana, sobre todo cuando los pajaritos no estaban en nuestra mira, mejor dicho en la mira de Elli.

“Mi padre esta empleado en una fabrica textil. Trabaja muchisimas horas. El tuyo también?'', le pregunte un día a Elli.

“Claro, el mio también. Todos nuestros padres trabajan muchisimas horas”, contesto el, encogiendose de hombros.

''¿Y por que tienen que trabajar tanto?''

“Porque necesitan dinero, por que va a ser sino”

''¿Y para que?''

“Para mantenernos a nosotros. !Para que va a ser sino!''

''¿Tanto dinero necesitan?''

“Y, parece que si”

“Entonces, cuando seamos grandes nosotros también vamos a tener que trabajar mucho”

“Yo no”, afirmo Elli, convencido.

''¿Y que vas a hacer?''

“Voy a hacer dinero, pero sin trabajar tan duro como lo hace mi padre”

''¿Y eso se puede lograr?''

“Claro que se puede. Yo escuche de algunos padres que tienen mucho dinero y no trabajan tanto como el mio”

“Y como lo hacen?

“No lo se. Pero cuando sea grande lo voy a averiguar”

''¿Y me lo vas a contar?''

“Claro. Somos amigos, ¿no?''

“Si, claro, somos amigos. Entonces, ¿palabra de honor?''

“Palabra de honor”

Seguimos caminando, y a poco de andar Elli diviso en la copa de un arbol la presa que creyo adecuada a mis escasas aptitudes.

“Es tu turno”, me dijo. “Y te advierto una sola cosa, si no eres capaz de derribar a ese miserable gorrión juro que nuestra amistad se termina aqui y para siempre”, me amenazo sin rodeos.

Desasosegado, observe que mi amigo esperaba con impaciencia mi decisión, entonces yo no vi otra escapatoria que descolgar la honda de mi cuello. Recuerdo que lo hice con la pesadez de un condenado a muerte, sintiendo que mis brazos se hundian en el suelo.

“Ahi esta”, insistio Elli, señalandome al pequeño y esmirriado gorrion. “Vamos a ver si tenes los huevos suficientes. Ya es tiempo que demuestres tu valentia y que dejes de llevar esa honda colgada al cuello como un marica”, insistio luego, con inusitada dureza.

Aquella arenga fué demasiado para mi. Recuerdo que permaneci paralizado ante aquel pequeño gorrion, sintiendo que cada una de mis manos pesaban una tonelada, presintiendo en todo momento y en mi nuca la mirada inquisidora y amenazante de mi amigo.

“Vamos, apunta la honda y tumba a ese maldito pajarito, !quivini mat!''***, grito furioso Elli.

Senti entonces que no me quedaba mas alternativa que direccionar mi honda hacia el pajarito señalado por mi amigo. Apunté hacia el, desganado y sin convicción alguna. Pero para mi asombro el tiro salió disparado con insólita precisión e impacto de lleno en el blanco. El gorrión se desplomó en el acto, y en su caída mortal su indefenso cuerpecito rebotó una y otra vez contra las ramas de los arboles. Para cuando llego al suelo ya estaba moribundo, con sus alas rotas y una expresion de infinita tristeza en sus ojos que ya no seria capaz de olvidar por el resto de mi vida.

"!Bravo, buen tiro Dudu, ni yo mismo lo hubiese hecho mejor!", gritó Elli exultante, mientras me palmeaba en el hombro.

No le conteste, segui inmóvil, observando al desdichado gorrion.

“Vamos a casa. Tenemos que festejar este acontecimiento a lo grande. Mi madre preparo una rica torta de queso”, me propuso mi amigo con estusiasmo.

Cubri el trayecto hacia la casa de Elli sin decir una sola palabra, siguiendo sus pasos desde atras, sintiendo en todo momento sobre mis hombros el agobio de la culpa. Hasta que por fin ingresamos a la habitación de mi amigo, directamente por la puerta trasera. Mientras Elli fué a lavarse las manos yo me quede contemplando una hilera de pajaritos dorados que reposaban sobre un pequeño anaquel, todos tentadores y estupidos a la vez. Por encima de ellos descubri que una completa coleccion de hondas colagaba de la pared con la ostentacion de un blasón. Me acerce a observarla, atraido por una en especial, con mango de plata. Pero al advertir que la misma poseia un dispositivo rudimentario que lo asemejaba a una mira telescopica un subito arrebato de repugnancia se apodero de mi ser. Preso de furor, a punto estuve de destruir toda esa maldita coleccion de hondas si no fuera por el hecho de que estaban fuera de mi alcance y porque, además, en ese preciso instante entro en la habitación la madre de Elli, trayendo consigo una bandeja repleta de irresistibles porciones de torta de queso. Debo aclarar en este punto que ya por aquel entonces yo era adicto a los dulces, en especial a las tortas de queso.

“Come todo lo que quieras Dudu, estan riquisimas”, me incito la madre de Elli, apoyando la fuente de la perdicion sobre el pequeño escritorio. Cuando aquella pervertidora de menores se retiro de la habitación yo me lanze sobre dos buenas porciones de torta, las guarde en el bolsillo de mi chaqueta y luego cogi uno de los pajaritos y lo arroje por la ventana, tras lo cual cruze el salon de la casa convertido en un fantasma.

"!Disculpe señora Keller pero tengo diarreas!", grite al pasar frente a ella, mientras corria a los tumbos hacia el exterior. En medio de aquella comprensible desesperación bien pude haberle dicho a la madre de Elli que me estaba cagando, porque esa era la pura y concreta realidad, pero a esa edad yo ya tenía el instintio del buen gusto desarrollado, asi que me senti incapaz de utilizar semejante vocabulario ante una persona mayor. En fin, una vez en la calle recogi el pajarito y corri hacia mi casa, pero en mi desesperada huída presenti con acierto que no llegaria a destino. Asi que sin más perdidas de tiempo me baje los pantalones y bajo un frondoso y acogedor arbol libere mis necesidades. Recuerdo que senti en aquel momento un inenarrable alivio, y que inmediatamente después me dedique a devorar aquellas dos porciones de torta de queso que había atrapado en lo de Elli. Llegue a mi casa exhausto, pero ciertamente relajado. Cuando entre al salon vi a mi madre Batia y a mi tia Golda jugando a las cartas con un grupo de amigas. Admito que todas ellas siempre me resultaron feisimas, empezando por mi tia Golda. Digresion aparte, me sente en un rincon apartado del salon sin hacer el mas minimo ruido. Fué entonces cuando descubri una abundante pila de billetes y monedas erigiendose desde el centro mismo de la mesa con la fuerza de un poderoso iman. Recuerdo que senti en aquel instante como si todo ese dinero fuese el centro mismo del universo. Una especie de idolo al que todos se consagraban con entera devocion. Me dedique a seguir los movimientos de mi madre, primero recogiendo con avidez el dinero que había ganado, y luego colocandolo dentro de una fuente en la vitrina del salón. Fue en ese preciso momento que ella registro mi presencia.

"!Dudu, donde has estado todo este tiempo?", exclamó sorprendida, al verme acurrucado en el rincon del salon.

“Por ahi...", le dije yo, encogiendome de hombros.

"!Por ahí! !Miren que respuesta! Nunca se sabe por donde anda este niño ¡Ven aqui, saluda a tu tia Golda! ¿Tienes hambre?", quiso saber enseguida. Yo asenti de buen grado, ya que por aquel entonces casi siempre tenía hambre, sobre todo, y como ya lo mencione antes, de cosas dulces. Luego, empujado por mi madre, me vi en la desagradable obligacion de besar a mi tia Golda, cosa que concrete, pero esquivando con cuidado las enormes y numerosas verrugas que cubrian toda la superficie de su cara. “Coge una masita”, me ofreció mi madre, “Pero primero ve a lavarte la cara y esas manos llenas de mugre que traes de la calle”, me ordeno finalmente.

Regrese del baño y cogi un puñado de masitas, tras lo cual me dirigi hacia mi rincon a devorarlas. Mientras lo hacia, vi que mi madre y sus amigas seguian sumergidas en el juego de naipes. Entonces aproveche la oportunidad para dirigirme con disimulo hacia la vitrina donde se hallaba el dinero, y una vez allí, atrape con rapidez una moneda de la fuente y la guarde en mi bolsillo. Luego, furtivo, me desplace rapidamente hacia el balcon. Mi madre simuló no haberme visto, pero había registrado todos mis movimientos, porque al cabo de un instante abandonó el juego y apareció por sorpresa en el balcon donde yo estaba.

“Dudu, mírame a los ojos”, me dijo enojada. “Lo que acabas de hacer está muy mal. !Muy mal! Es un pecado terrible. Está prescripto en las tablas de la ley. ¿Entiendes?"

Entonces ella dirigio sus ojos hacia el cielo, y cuando los bajo me advirtio:

“El lo observa todo y después nos juzga de acuerdo a su ley. ¿Has comprendido?

Dame esa moneda."

Clave mi mirada en el cielo encapotado de terribles y amenazantes nubarrones grises, y de inmediato le devolvi a mi madre la moneda. Ella se alejo de mi pensativa, y cuando se reincorporo al juego adverti que ya no era la misma de antes.

Intuitivamente, yo supe en aquel momento que mi vida estaba a punto de tomar otro cariz, y mas tarde, ya con la certeza que dan la años, mal o bien vividos, arribe a la conclusion de que lo sucedido durante aquella tarde del juego de naipes significo para mi el primer conflicto que experimente entre la pulsion y la moral, o si se quiere, entre el deseo y la etica, que después de todo viene a ser lo mismo.

-20">

Mis padres decidieron que se había presentado la hora de que yo recibiese una solida y adecuada educacion religiosa. Llegaron a esa conclusion después de detectar, segun ellos mismos me lo hicieron saber, mi alarmante extravio moral.

Una semana después de aquel episodio de la moneda fuí ingresado a un colegio levitico. Era una mañana de otoño y me hallaba yo en un rincon del patio, apartado del resto de mis compañeritos, cuando uno de los maestros, un tal Shulman, me descubrio allí, triste y gimoteando. Yo lo vi avanzar hacia mi, encorvado, como una tortuga gigante, desplazandose con su cabeza hundida entre sus omoplatos huesudos.

“Dudu, ¿que pasa contigo’, me pregunto, cuando se detuvo a mi lado. Vamos, alza tu frente, abre tu corazon y deja que tus penas se conviertan en palabras”, me dijo la tortuga parlante, con voz pausada, como si el destinatario de sus palabras fuese un ser abstracto y no un simple niñito al que en ese momento lo único que le interesaba era estar jugando en la calle con su amigo Elli, en vez de encontrarse allí, soportando frases endulcoradas cargadas de estupida retorica.

En fin, alze mi cabeza y observe durante un buen rato su insufrible rostro remilgado.

“Usted me esta preguntando a mi que es lo que me ocurre, señor maestro?", lo increpe yo finalmente.

“Claro niño, a ti te estoy preguntando, a quien mas si no ", respondió el galapago, desconcertado y también molesto.

“Vera usted, se perfectamente lo que me sucede, sin embargo, no encuentro palabras que expresen el tamaño hastío que siento en este momento”, le dije de un tiron, y baje mi cabeza hacia el suelo. El maestro Shulman quedo aun mas desconcertado que antes, y me condujo de inmediato hasta la dirección, para que allí me examinasen. Ingrese a la oficina del director Ashkenazi, atiborrada de enormes y voluminosos libros, todos ellos forrados en cuero, con grandes letras doradas brillando en sus gruesos lomos. Libros de la Tora, del Talmud, en fin, de todos los grandes sabios que a lo largo de milenios aportaron luz sobre las leyes de la religion judia.

“Dudu Hertz ", empezo a explicarme el director Ashkenazi con arrobadora voz musical, mientras sus ojos claros y vivaces escrutaban los mios: “Los comienzos son siempre dificiles, pero estoy seguro que terminaras adaptandote con exito a nuestro sistema de enseñanzas, con la ayuda de Dios. Amen”, concluyo Ashkenazi, con una amplia y bondadosa sonrisa en su rostro dadivoso, mientras acomodaba con parsimonia la kipa**** en su cabeza semicalva.

“Tal vez no se trate de adaptacion, sino de asimilacion”, aduje yo en voz baja y temerosa.

"¿Asimilacion? Has hablado con sabiduria, Dudu. Te felicito”, dijo Ashkenazi, satisfecho y sorprendido a la vez. “Ahora trata de explicarme, por favor, que intentas decir con eso de 'asimilacion' ", me solicito en voz baja y paternal.

Yo le explique entonces al director Ashkenazi, en pocas y sencillas palabras, por que me resultaban tan tediosas las clases de la Torá*****. Y no solo eso, sino que también le propuse el modo de mejorarlas. Tras mi peculiar tesis, Ashkenazi permaneció en silencio, y después de mirarme fijo a los ojos exclamó: !Asombroso! !Muy bien Dudu Hertz, tienes mi autorizacion para poner en practica tus argumentos!

A partir de ese momento me converti en la estrella del colegio. Durante los recreos me trepaba a la tarima y desde allí improvisaba pasajes y episodios de la Torá, logrando suscitar tanto la entusiasta aceptacion de mis compañeritos como el calido reconocimiento de los maestros, quienes maravillados no cesaban de exclamar: !Asombroso! Pero hete aqui que de esa inocente y fresca teatralizacion pase luego a interpretar esos dichos de la Torá de un modo, digamos, por asi decirlo, decididamente mordaz. Desde entonces la tarima se convirtio en una autentica tribuna. Pero hubo algo mas en ese cambio. Descubri, sin ser todavía consciente de ello, que yo poseia un talento especial para la oratoria, y que ese talento me era grato, en una palabra, que me proporcionaba placer. Junto a esto, adverti también que cuando uno habla con cierta elocuencia el mensaje que se intenta transmitir suele ser bien recibido por las mentes dispuestas al cambio. Pero en fin, parece ser que ese no era ni el lugar ni el modo adecuados que yo había elegido para expresar mis ideas, porque resulto que lo que yo pregonaba en aquella tarima no era la vision que los maestros tenian de la Tora. Asi que de la admiracion y la aprobacion iniciales de las que goce al principio pase al más profundo y categórico de los rechazos. En síntesis, y para no abrumar la paciencia del hipotetico lector de estas lineas, paso a relatar directamente el tramo final de esta peculiar historia. Cuando las maximas autoridades corroboraron el inquietante cariz que los acontecimientos habian tomado, decidieron sin mas expulsarme del colegio. Y lo hicieron descargando sobre mi fragil espalda uno de los tantos anatemas que supongo ellos siempre deben tener a mano para casos como esos. Para el mio especifico utilizaron el de “pecador insanable”.

Cuando mi madre recibio la noticia de semejante imprecacion permanecio callada. Pero ni bien regreso a casa lo primero que hizo fué ir en busca del diccionario. Lo hallo en el estante superior de la biblioteca, y luego de desempolvarlo leyo con inocultable ansiedad la definición que tanto ella buscaba.

“Pecador insanable: dícese de la persona que transgrede los preceptos religiosos y se aparta de la ley Divina”

Anonadada, mi madre leyo varias veces y letra por letra aquella impactante definicion. Yo, mientras tanto, espere como minimo su enojo, y como maximo un castigo ejemplar. Pero no sucedio ni lo uno ni lo otro. Algo se había roto en su interior. Una suerte de cambio repentino que en aquel momento yo no supe advertir. Ella solo se limito a guardar silencio, y me dejo a mi con el mio propio.

En fin, pasaron muchos años de aquel episodio del colegio levitico, sin embargo, yo nunca deje de sentir esa misma y amarga sensacion de injusticia que experimente en aquel momento de la expulsion.

-21">

Tenía yo dieciseis años cuando mi padre murio a causa de los filamentos microscópicos de algodón que a lo largo de los años se le fueron acumulando en sus pulmones hasta taponarlos por completo. Mi madre cobro la indemnizacion correspondiente y las cosas siguieron su curso normal. No para nosotros, sino para los dueños de la empresa textil donde mi padre trabajaba. Porque a mi me llevo un año recuperarme de su muerte. Nunca me había imaginado que lo iba a extrañar tanto. Durante todo ese año segui rastreando su presencia silenciosa y calida, sobre todo su mirada mansa, a veces transparente como el agua cristalina, y otras borrosa y taciturna. Mi padre jamas le conto a sus hijos su pasado de combatiente, cuando bajo el mandato britanico formo parte de la “Brigada Judia” que en las postrimerias de la segunda guerra mundial lucho en el norte de Italia contra los fascistas de Mussolini primero y contra los nazis de Hitler después. Recien llegue a conocer aquella historia años mas tarde, y por boca de mi madre. En fin, mi padre se fué de este mundo como vivio en el, en silencio, con su cuerpo de gladiador y sus bigotes de turco que infundian temor. Aunque quienes lo conocian sabian de sobra que dentro de esa coraza se alojaba un corazon tierno. Yo disfrutaba de el, como ya lo mencione mas arriba, solo los fines de semana. Lo veia deambular en musculosa gris y pantalones color kaki, ocupado siempre en el mantenimiento del jardin o en las pequeñas reparaciones que estaban a la orden del día en la vieja casona que habitabamos. Atesoro para siempre entre mis recuerdos aquellos obstinados paseos destinados a descubrir el mejor falafel que se comía en la ciudad. Tardamos meses en encontrarlo, pero al final dimos con el. El local estaba ubicado en la calle Sálame, en la parte sur de Tel Aviv, y desde su hallazgo no hubo un solo fin de semana en el que mi padre, Igal y yo dejaramos de regocijarnos con los suculentos falafeles que se vendían allí por toneladas. Pero lo que sin duda se alojo para siempre en mi memoria, como un faro en la oscuridad, fué el vivido recuerdo de esos solariegos viajes en carroza que soliamos hacer a traves de la calle Allemby. En esos inolvidables paseos mi padre siempre acostumbraba a repetirme: “Para ser alguien en esta vida tienes que comportarte como un rey, ¿comprendes, Dudu? Recuerdalo siempre, no sólo debes parecerlo, sino que también debes sentirte como tal. Pues si te sientes como un rey siempre lo serás”

Dos años después ya me había convertido en un joven alegre y despreocupado, como la mayoria de los jovenes de mi generacion. Recuerdo que por aquel entonces una sola cosa me interesaba en la vida: tener exito con las mujeres. Era lo único que anhelaba e hice todo lo posible por alcanzar dicho objetivo. Pasaba horas en el patio trasero de mi casa haciendo fintas y dandole duro a la bolsa de arena. !Pam pam pam! !Toc toc toc! Cada tanto me paraba frente al espejo y comprobaba si mi apariencia se correspondia con mis deseos, y como eso era algo que nunca sucedia yo seguia dandole duro a la bolsa de arena. !Toc toc toc!!Pam pam pam! Ese esfuerzo desmedido al fin dio sus frutos, y le brindo a mi cuerpo unos musculos fuertes y bien torneados. Pero además de la buena apariencia yo sabia que para tener exito con las mujeres también se necesitaba pasta. Se sabe, para llevar a una chica al cine o invitarla a tomar algo no alcanza con la pinta ni tampoco con la labia. Asi que me puse en campaña para conseguir un empleo, el que fuese. Lo consegui sin dificultad trabajando como mozo en una cafeteria frente al mar, donde justamente tuve la oportunidad de entablar relaciones con muchas jovencitas que solian frecuentar aquel sitio. Fue asi que cierta tarde de verano, ya finalizado mi horario de trabajo, acudi a la playa con dos bellísimas representantes del sexo femenino. Las dos jovenes desplegaron un toallon sobre la arena calida, y allí nos abandonamos a la charla distendida y a vaciar sin prisa las botellas de cerveza que habíamos traido de la cafeteria. A escasos metros de donde nos hallabamos un pequeño grupo de jovenes cantaban y danzaban alrededor de una fogata. De vez en cuando nos hacian señas para que nos unasemos a ellos, lo que finalmente hicimos. Todos estuvimos alrededor de aquella fogata, charlando, cantando y bebiendo durante horas, hasta que el cielo se poblo de estrellas. Fue a partir de ese momento que las cosas comenzaron a cambiar de rumbo, y ese encuentro en la playa, hasta entonces inofensivo y placentero, termino dejando en mi vida una huella imborrable. En aquella noche de verano, que la vivi con la intensidad de una noche mágica, una de las chicas bailo sin descanso la danza del vientre. Recuerdo que segui extasiado sus movimientos sensuales, hasta que finalmente quede sumergido en un dulce y profundo sopor. A partir de ese instante no tuve la menor idea de lo que hice o lo que no hice pero quise hacer y tal vez no lo consegui. Lo único que si recuerdo es que hubo una sola cosa de la que estuve consciente: yo nunca me había sentido tan dichoso como lo fuí durante aquella noche. En fin, para abreviar dire que las primeras luces del nuevo día me sorprendieron con la boca pastosa y con una terrible resaca que me impidio mover la cabeza. Y cuando por fin pude incorporarme sobre la arena me vi a mi mismo sin ropas, tal como Dios me trajo al mundo. De a poco logre salir del aturdimiento, pero fué peor. Porque en ese momento también descubri que mi reloj pulsera había desaparecido, junto con todo mi dinero. Tan solo me quedaba el toallon que había traido conmigo. Abandonado a mi suerte, me arrope con el sin poder comprender cómo me hallaba de pronto en una situacion como esa, sentado semidesnudo en la arena, solo y desvalido frente al amplio mar teñido de púrpura por el sol del amanecer. Hasta que detecte un pequeño bultito debajo del toallon. Era el dinero necesario que me habian dejado para que yo pudiera llegar a mi casa en taxi. Pero eso no alcanzo para amortiguar la desazon que yo senti en aquel momento, y aunque a muchos les resulte absurdo (y muchas veces a mi también), comenzo a rondar por mi cabeza un cumulo de ideas tales como la lealtad, el delito, el sentido de la justicia y nociones por el estilo. Conceptos en los que yo nunca antes había reparado. En fin, segui otro buen rato en ese estado de cavilacion ceñuda, hasta que en cierto momento me senti invadido por una creciente premonicion, y repentinamente, como si hubiese sido impulsado por un designio que en aquel instante lo presenti remoto, mire hacia el mar y grite eufórico: "!Sere abogado!". Espere a que me llegase una señal desde las alturas, que la voluntad divina se manifestase a favor o en contra, ya se sabe, sea bajo la forma de un relampago en el cielo o sea a traves de un inesperado estallido de las olas contra las rocas. Pero nada de eso sucedio. Solo el rugido sordo del mar siguio resonando en mis oidos. "!Sere abogado!", dije una vez mas, ya sin la euforia de antes, aunque todavía con convicción, y aterido por el frio del amanecer me arrope con el toallon.

-22">

Una semana después me anote en la universidad de Ramat Aviv para estudiar en la carrera de abogacia. Todavía seguia trabajando en la cafeteria, asi que ni bien finalizaba mi jornada me encerraba en el cuarto de mi casa y allí me quedaba estudiando hasta altas horas de la noche. Pero cuando llegaba el fin de semana se lo dedicaba por entero a la diversion. Era feliz, que mas podia pedir, trabajaba, estudiaba y los fines de semana salia con mujeres. Todo iba de mil maravillas, hasta que la guerra lo truncó todo...

Al momento de estallar el conflicto belico entre Israel y el mundo arabe, conocido mas tarde como “La Guerra de los Seis Dias”, yo ya tenía la edad suficiente para incorporarme al Tzahal******.

Me reclutaron un día domingo y al día siguiente, lunes, ya me hallaba en pleno baile. Desde temprano hasta bien entrada la tarde los recien reclutados eramos sometidos a un adiestramiento brutal, mas bien enbrutecedor, que básicamente consistia en saltar como monos y arrastrarnos como lagartos. Los oficiales a cargo de la instruccion no reparaban (o simplemente no les importaba) que eramos todos novatos. Aquello fué un suplicio y el summum del tormento con mis apenas diecinueve años recien cumplidos se produjo durante un caluroso atardecer de verano. Me hallaba en ese momento junto a otros reclutas bajo el mando de un oficial retaco de vientre abultado, al que todos apodaban “enano maldito”.

"!Muevanse holgazanes!!Muevanse!!Juro que hoy los saco fuertes como el acero templado o los convierto en una apestosa bolsa de bosta!" ''!Que prefieren renacuajos!'', nos gritaba aquel “enano maldito”. Y nosotros nos moviamos, corriendo de un lugar al otro del destacamento, que otra cosa podiamos hacer. Saltos de rana, lagartijas, flexiones, abdominales, todo lo que se le cruzaba por la cabeza a ese maldito enano nosotros lo efectivizamos sobre el terreno como un grupo de subnormales. Eramos unos desdichados sin opcion alguna. Alli no había lugar para la defeccion ni para la suplica. Los que caian al suelo los retiraban en camillas, con la promesa de enviarlos al peor frente de combate que existiese en aquel momento. Con la caida del sol habiamos quedado un puñado de soldados que seguiamos resistiendo a las ordenes de ese misantropo panzudo con uniforme de militar. Saltabamos y corriamos como cuerpos sin alma, o como almas sin cuerpo, lo mismo daba, hasta que en cierto momento ya no pude mas. Cai al suelo de rodillas y prorrumpi en un llanto de impotencia.

"!Los hombres de verdad no lloran soldado, solo las maricas de mierda como usted lo hacen! !Levantese, maldito renacuajo!", me grito el “enano maldito” en pleno rostro.

Yo lo mire de reojo, con mi gancho de derecha ya preparado para hundirlo en su repugnante barriga, pero algo en mi interior me ordeno que no lo hiciese. Y no lo hice. Saque fuerzas de donde no las tenía y segui adelante. Cuando el entrenamiento llego a su fin me desplome sobre el camastro que supuse era el mio. A mi alrededor solo se escuchaban los lamentos dolientes de mis camaradas sonando como gemidos de ultratumba dentro de aquella carpa.

A la mañana siguiente fuí enviado a completar un curso acelerado de radios ligeras, del tipo VHF. Aquello era sin duda un adelanto, mucho mejor que estar saltando como un androide hasta quedar convertido en un cadaver. Asi que me esmere en aprender los secretos de la radiocomunicacion y en estudiar el sistema morse, como asi también los distintos metodos de ocultacion de mensajes. Cuando mis superiores comprobaron mi destreza y rapidez para captar nuevos conocimientos me destinaron de inmediato al comando central de Nazaret. Alli fuí nombrado responsable de toda la red de contactos del operativo de simulacro “Hatarguil”. Todo acontecia con una rapidez que la vivi inusitada. Ese cargo hizo que me sintiera importante y me devolvio en parte la alegria que había perdido al momento de ingresar a las filas del ejercito. Para completar la dicha, cierta mañana aparecio en el destacamento Naomi Zacai, una bella soldada que había sido designada para secundarme en mis funciones. Como si nos conociecemos de toda la vida apenas nos vimos se produjo entre nosotros un entendimiento espontaneo. Sin embargo, y a medida que avanzaba la relacion, Naomi fué revelando hacia mi una conducta ambivalente. Por momentos su comportamiento era provocativo, y en otros, en cambio, parecia lejana, casi como inalcanzable. Yo ya estaba a punto de enloquecerme con ese dualismo desconcertante cuando durante una noche de junio las cosas tomaron un rumbo distinto. Nos hallabamos los dos operando la radio dentro de un jeep. Esa era sin duda una circunstancia mas que propicia para la intimidad, y supe que no podia desaprovecharla. Decidi entonces pasar a la ofensiva. La temperatura había descendido bruscamente y soplaba en aquel momento un viento frio y seco. Entonces me apresure a preparar cafe negro e invite a Naomi a que nos arropasemos con la única manta de lana que teníamos disponible dentro del jeep. Luego, y de manera subrepticia, deslice mi mano hacia el transmisor de señales y ahoge su volumen. Lentamente, como si cumpliesemos con una ceremonia predeterminada, Naomi y yo nos acostamos sobre el piso, uno junto al otro, a observar en silencio el cielo estrellado de Nazaret. Todo acontecia de un modo natural y se deslizaba en una direccion inequivoca, sin embargo, comencé de pronto a sentirme indeciso, inseguro de mis actos. Aquello fué muy extraño, porque mientras el deseo me abrasaba por dentro mi mente pedia prudencia. Eso que me estaba sucediendo justo en ese momento era para mi un infierno, lo sabia, pero nada podia hacer para evitarlo. Por dentro hervia en deseos, mientras que por fuera me mostraba apacible y neutro como un señorito ingles. En una palabra, me sentia un idiota. No podia entender como precisamente a mi me estaba ocurriendo una cosa como esa. Nunca antes había experimentado algo semejante ante una mujer. Por suerte Naomi Zacay decidio pasar a la ofensiva. Me quito la remera de un tiron y comenzó a acariciar mi torso desnudo y a mordisquear mis pezones. !Guau! !Aquello si que no me lo esperaba! Al principio su actitud me tomo de sorpresa, pero después le cedi la iniciativa, algo incomodo, para que negarlo, pero feliz en mi impensado rol pasivo. Hasta que ya no pude mas y me entregue sin resistencias al intenso deseo que me abrasaba por dentro. Recuerdo que los helicópteros bañaban de a ratos con luz intensa nuestros cuerpos desnudos. Pero ni la luz de sus reflectores ni el monótono aleteo de sus hélices lograron perturbar nuestro momento intimo. Hasta que escuche que el transmisor de señales entraba de nuevo en funcionamiento. Pegue un salto y cuando mi cabeza emergió de debajo de la manta descubri al comandante del destacamento mirándonos con cara de pocos amigos. En ese momento yo no supe que hacer y Naomi tampoco. Ella solo atino a taparse el rostro con la manta mientras que yo permaneci observando al comandante con mirada atonita. El, por su lado, se dedico a examinarnos en silencio, sin hacer mencion alguna sobre nuestro comportamiento. Pero luego comenzo a interrogarnos acerca de los mensajes emitidos y recibidos hasta ese instante. Naomi permanecio muda, y yo solo logre responderle al comandante con tremulas vacilaciones, haciendo gala de una total y explicita ignorancia. El comandante esbozo entonces una sonrisa burlona, y luego giro sobre sus talones y se alejo de nosotros, para perderse definitivamente en la oscuridad de la noche.

Al día siguiente recibi la orden de trasladarme al desierto del Sinaí, y a partir de entonces el infortunio se convirtio en el denominador comun de mis días. Muchas veces me he detenido a pensar en ello, en como un episodio o un hecho inesperado puede cambiar para siempre el curso de una existencia, sin que el hombre pueda hacer absolutamente nada para evitarlo. Se que hay cosas que dependen de el, eso es indudable, sin embargo, se también que hay otras que estan fuera de su alcance. ¿Entonces? Hasta que punto el hombre es dueño de sus actos. En fin, cada vez que evoco esa noche fria de Nazaret no puedo evitar que mi corazon sufra. Pero inevitablemente regreso a ella, una y otra vez, como un sonanbulo, sabiendo que es un espejismo, que nunca podre saciar esa sed inacabable que me abrasa por dentro. Y se también que lo seguire haciendo. ¿Por que? No lo se, tal vez porque esa es la única artimaña que fuí capaz de construir para enfrentarme a la sinrazon en la que a veces se convierte la vida. Quiza sea por eso, no lo se...