E-Pack Bianca y Deseo febrero 2023 - Janice Maynard - E-Book

E-Pack Bianca y Deseo febrero 2023 E-Book

Janice Maynard

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Pack 337 El regreso del heredero Janice Maynard Pedirle a una ex que se convirtiera en su niñera era escandaloso… El regreso de la novia fugada Melanie Milburne De una boda frustrada… ¿a una noche de bodas?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

E-pack Bianca y Deseo, n.º 337 - febrero 2023

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-670-2

Índice

 

El regreso de la novia fugada

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

El regreso del heredero

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ELODIE Campbell se miró el reloj y maldijo entre dientes. Para una vez que llegaba a tiempo, le hacían esperar. ¿Quién era ese tipo que pensaba que podía tenerla allí, hecha un manojo de nervios?

Aquella reunión era su última oportunidad para conseguir financiación para su negocio, así que tenía que prosperar.

Para entretenerse e intentar tranquilizarse, había hojeado las revistas que tenía delante cinco veces. En una aparecía ella misma en Dubái. Después, se había tomado dos cafés. Tal vez el segundo no había sido buena idea, porque estaba muy nerviosa.

Pasaron ocho minutos y medio más y Elodie sintió ganas de gritar con tanta fuerza que se rompiesen los cristales de aquellas oficinas tan bonitas situadas en la última planta de un alto edificio londinense. Normalmente la esperaban a ella. Su gemela, Elspeth, había heredado el gen de la puntualidad, pero Elodie siempre llegaba tarde.

Cuanto más esperaba, más nerviosa se ponía. ¿Y si aquella reunión salía como la anterior? Se estaba quedando sin alternativas, en especial, después del último escándalo en el que se había visto envuelta. Y, si no conseguía que la financiasen, no podría dejar atrás su carrera como modelo de lencería. Elodie quería demostrar que era algo más que un cuerpo. Quería diseñar su propia colección de vestidos de fiesta, pero necesitaba que alguien la apoyase para poder empezar.

Cinco minutos más tarde, Elodie suspiró y se levantó del sofá. Se acercó a la recepcionista con una sonrisa forzada y le preguntó:

–¿Podría decirme cuándo va a poder atenderme el señor Smith?

–Siento mucho la espera. No tardará –le respondió la otra mujer, sonriendo con educación.

–Mire, tenía cita a las…

–Lo comprendo, señorita Campbell, pero es un hombre muy ocupado. Ha hecho un hueco en su agenda para usted, así que supongo que le ha causado una buena impresión.

–Todavía no lo conozco. Lo único que sé es que me dijeron que estuviese aquí puntual hace media hora, no sé nada más.

La recepcionista miró el intercomunicador, en el que había encendida una pequeña luz verde. Levantó la vista de nuevo hacia Elodie y volvió a sonreírle de manera educada.

–Gracias por su paciencia. El señor Smith la recibirá ahora. Por favor, pase. Es la tercera puerta a la derecha. El despacho del fondo.

Eso significaba que era el jefe. Elodie se dirigió a la puerta y respiró hondo antes de llamar, aunque no consiguió tranquilizarse.

–Adelante.

De repente, apoyó la mano en el pomo de la puerta y sintió pánico. La voz profunda de la persona que había al otro lado hizo que se le erizase el vello. Se pasó la lengua por los labios que tenía acartonados, le costó trabajo tragar saliva. Debían de ser los nervios. Iba a encontrarse con un tal señor Smith. ¿Cómo era posible que la voz de este se pareciese tanto a la de su exprometido?

Abrió la puerta y clavó la vista en el hombre alto y moreno que había detrás del enorme escritorio.

–¿Tú? –inquirió, notando que le ardían las mejillas y otras partes del cuerpo en las que prefería no pensar en esos momentos.

Lincoln Lancaster se levantó del sillón con gracia felina y su habitual gesto cínico, arqueando una ceja oscura, mirándola con sus ojos azules verdosos y esbozando una sensual sonrisa. Llevaba el pelo ondulado peinado hacia atrás, como si acabase de apartárselo de la cara con los dedos e iba vestido con un traje de tres piezas que le sentaba como un guante y enfatizaba sus anchos hombros, el pecho musculado, el abdomen plano y las caderas estrechas. Era un hombre potente, poderoso y persuasivo, que siempre conseguía lo que quería.

–Tienes buen aspecto, Elodie.

Su sensual voz le trajo unos recuerdos que Elodie se había pasado años intentando borrar, imágenes eróticas que hicieron que fuese todavía más consciente de todo en él: su respiración, su mirada, cada uno de sus movimientos.

Cerró la puerta con firmeza y agarró su bolso con fuerza.

–¿Cómo te has atrevido a engañarme para hacerme venir?

Él la miró como si aquello lo divirtiese, lo que la enfadó todavía más.

–Ya sabes la respuesta. Quería verte y este me parecía el único modo de conseguirlo.

–¿Señor Smith? –dijo ella, resoplando–. ¿No se te ha ocurrido nada más original? ¿Y por qué no me has citado en tu oficina de Kensington?

–En otra vida habría podido llamarme Smith –le dijo él–. Utilizo este despacho un par de veces a la semana, ya que estamos reformando el otro.

Hizo un ademán para indicarle que se sentase.

–Ponte cómoda. Tenemos que hablar.

Elodie continuó de pie, con los puños tan apretados que se le estaban clavando las uñas en la palma de la mano y en el bolso de suave piel.

–No tengo nada de qué hablar contigo. No tienes derecho a hacerme perder el tiempo trayéndome aquí con falsos pretextos.

–Siéntate –le ordenó él de manera implacable.

Elodie levantó la barbilla. Durante su relación, habían pasado mucho tiempo discutiendo. Ambos tenían un carácter fuerte y sus apasionadas peleas casi siempre habían terminado resolviéndose en la cama. La posibilidad de que aquella discusión terminase así hizo que se le acelerase el pulso.

–Intenta obligarme –replicó ella con desdén.

Lincoln sonrió de medio lado.

–Me resulta tentador, pero lo que quiero ahora es hacerte una propuesta.

–¿Una propuesta? –repitió ella, abriendo las manos y riendo con incredulidad–. No hay nada que me puedas proponer que me resulte irresistible.

Hubo un largo silencio, un silencio tan intenso que a Elodie se le erizó el vello de los brazos de la tensión.

La mirada de Lincoln era indescifrable. Se levantó, rodeó el escritorio y se apoyó en él. Elodie lo tenía tan cerca que podía aspirar el olor de su aftershave. Olía a cítrico, a fresco y a limpio, y también a bosque después de una tormenta. Sus ojos eran una mezcla extraña de azul y verde, con la profundidad del océano. Elodie no podía apartar la mirada de la sombra que cubría su mandíbula. ¿Cuántas veces había pasado las manos por su barba? ¿Cuántas veces la había sentido arañándole la sensible piel de los muslos?

Llevó la mirada a sus labios y se le hizo un nudo en el estómago. De repente, le costó respirar. Aquellos labios tan sensuales habían explorado cada centímetro de su cuerpo, le habían proporcionado un placer inmenso una y otra vez. No había tenido otro amante como Lincoln Lancaster. Nadie había conseguido hacer que se sintiese igual.

–¿Y si volvemos a empezar? –le sugirió él en tono amable, sin dejar de mirarla–. Tienes buen aspecto, Elodie.

Esta intentó tragarse el nudo que tenía en la garganta, intentó tragarse el orgullo, intrigada por aquel repentino cambio de táctica.

–Gracias –le respondió, sentándose no para obedecerlo, sino porque le temblaban las piernas.

Se apoyó el bolso en el regazo y jugó con el cierre plateado.

–¿Has dicho que querías hacerme una propuesta? –le preguntó.

Lincoln se puso en pie y luego volvió a sentarse en su sillón. Apoyó uno de los antebrazos en la mesa y con la otra mano tomó una pila de papeles.

–Quería proponerte un negocio –le dijo con los ojos brillantes–. Supongo que no esperabas otro tipo de propuesta, ¿no?

–No pienso que quieras repetir errores del pasado –le contestó ella.

Él volvió a sonreír.

–He oído que estás buscando a alguien para que financie tu marca de ropa –le dijo–. ¿Quieres oír mis condiciones?

Elodie se humedeció los labios con la punta de la lengua. ¿Podía ser aquella la oportunidad de hacer realidad sus sueños? Nunca había pensado en convertirse en modelo de lencería, pero había desempeñado el papel con aplomo. Lincoln le estaba ofreciendo una salida, pero ¿en qué condiciones? Era uno de los hombres de negocios con más éxito de todo el país. ¿Vería su propuesta de negocio como una apuesta segura?

–¿Quieres financiarme? ¿Por qué?

Él se encogió de hombros, su expresión era indescifrable.

–No dejo que las emociones me impidan cerrar un buen trato.

¿Significaba eso que confiaba en que Elodie iba a tener éxito?

–¿Y piensas que mi idea de negocio es buena?

–¿Qué opinas tú? –le preguntó él.

–Yo… sí, lo pienso.

–Eso no me vale. Si no crees en ti misma, nadie lo hará.

Su tono de voz hizo que Elodie pusiese la espalda recta.

–Creo en mí. Llevo un tiempo queriendo dejar de ser modelo. Quiero demostrar que tengo algo más que ofrecer que mi físico.

Lincoln arqueó una ceja.

–¿Estás segura?

Elodie levantó la barbilla y lo miró a los ojos.

–Lo estoy.

Lincoln le acercó los documentos que tenía en la mano.

–Bien. Estas son mis condiciones. Puedes leerlas con toda tranquilidad, pero, si prefieres, te hago un resumen.

Elodie dejó el bolso en el suelo y tomó el documento, pero supo que tardaría siglos en leerlo con atención debido a su dislexia. Él también lo sabía, aunque siempre hubiese sido muy comprensivo con ella en el pasado. Había sido otro de los motivos por los que Elodie había pensado que le importaba por algo más que por su aspecto físico, pero la había engañado.

–Hazlo, por favor –le pidió.

Lincoln apoyó la espalda en el sillón, adoptando una postura relajada, casi demasiado relajada.

–Te proporcionaré la financiación necesaria para que lances tu marca.

Dijo una cifra que hizo que Elodie arquease las cejas con sorpresa. Sabía que Lincoln tenía mucho dinero, pero aquello era demasiado, sobre todo, considerando cómo había terminado su relación.

Parpadeó, tenía el corazón a punto de salírsele del pecho.

–¿Y por qué querrías hacer algo así?

–Deja que te explique mis condiciones y no me interrumpas –le contestó él, levantando una mano y volviéndola a bajar–. El dinero será tuyo si accedes a ser mi esposa durante seis meses.

Elodie lo miró con incredulidad, se preguntó si se trataba de una broma. Frunció el ceño y se inclinó hacia delante para dejar los papeles encima de la mesa.

–¿Te estás burlando de mí?

Lincoln tomó un bolígrafo de oro y lo hizo girar entre sus dedos.

–No, no es una broma.

Ella tragó saliva e intentó no clavar la vista en sus dedos, intentó no recordar cómo habían recorrido su cuerpo aquellos dedos para darle placer. Se obligó a mirarlo a los ojos.

–Sabes que no puedo hacer eso.

Él dejó el bolígrafo.

–Como quieras, pero te advierto que mi oferta solo será válida durante veinticuatro horas.

Elodie se levantó con brusquedad. Deseó darle una bofetada por ser tan arrogante. Quiso agarrarlo por la pechera de la camisa y… y… besarlo. ¡No! No quería acercarse a sus sensuales labios.

–No me puedo creer que estés haciendo esto. ¿De verdad pensabas que te iba a decir que sí?

–Necesito una esposa durante seis meses. Es tan sencillo como eso.

–Estoy segura de que tienes muchas candidatas entre las que escoger.

–Sí, pero te quiero a ti.

–¿Y la mujer con que estabas la última vez que nos encontramos? Parecía estar locamente enamorada de ti. Me sorprendió que pudieses respirar, con la fuerza con la que te abrazaba.

Él sonrió, le brillaron los ojos.

–Estaba enamorada de mí. Por eso no es la persona adecuada en este caso.

Elodie frunció el ceño.

–No lo entiendo… ¿Estás diciendo que no quieres…?

–No me sirve alguien que se enamore de mí si solo quiero que sea mi esposa durante seis meses.

Elodie se puso detrás de la silla en la que había estado sentada y se agarró al respaldo con ambas manos. Tenía un incómodo hormigueo en el estómago.

–¿Y por qué solo seis meses?

Él se levantó también y se quitó la chaqueta para colgarla en el respaldo del sillón. Sus movimientos eran metódicos, precisos, como si estuviese preparando mentalmente un discurso. Su expresión era más seria de lo normal.

–Mi madre está muy enferma y quiere ver que he sentado la cabeza antes de morir.

Elodie lo miró confundida.

–¿Tu madre? Pero si me dijiste que había fallecido un par de meses antes de que nos conociésemos.

Él sonrió con amargura.

–Esa era mi madre adoptiva. A mi madre biológica la he conocido hace solo un par de años.

Ella lo miró con sorpresa y sintió que se le encogía el corazón. Entonces, ¿era adoptado? ¿Por qué no se lo había contado antes? Conocía cada centímetro de su cuerpo, sabía cómo le gustaba el café, qué marca de ropa prefería, cuáles eran sus gustos literarios y cinematográficos, sabía qué gesto ponía al llegar al clímax… pero Lincoln nunca le había contado aquello tan importante.

–Nunca me dijiste que eras adoptado. ¿Lo sabías cuando…?

–Siempre lo he sabido.

–¿Pero preferiste no contármelo a pesar de que me pediste que me casara contigo? –inquirió ella en tono enfadado, sintiéndose dolida.

Eso no hacía más que confirmar sus sospechas de que Lincoln no había estado enamorado de ella. Había sentido atracción, pero nada más. La había elegido por su aspecto físico, no por ella.

Y, por desgracia, esa era la historia de su vida.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

TÚ decidiste no casarte conmigo, ¿recuerdas? –replicó él con cierta amargura.

Jamás lo admitiría delante de ella, pero, en realidad, le había hecho un favor al dejarlo plantado en el altar siete años antes. Eso lo había motivado a construir un imperio que se había convertido en uno de los mayores de toda Inglaterra, e incluso del mundo. Había cuadruplicado sus ingresos y había conseguido una cartera de clientes con la que ni siquiera había podido soñar. Todo lo que tocaba se convertía en oro. Nada se interponía en su camino cuando se proponía un objetivo.

Nada ni nadie.

Pero al ver a Elodie se habían despertado en él ciertos sentimientos que también eran difíciles de ignorar. Sentimientos que había aplastado, enterrado y desechado con implacable determinación.

La belleza de Elodie había sido siempre cautivadora. Su pelo rojizo y largo parecía el de una sirena. Su rostro en forma de corazón, con los pómulos marcados, la nariz respingona y los labios pronunciados lo habían atraído nada más verla. Era delgada, pero femenina, y deseó pasar las manos por su cuerpo como lo había hecho en el pasado.

Además, tenía un carácter fuerte, peleón, era apasionada e impulsiva, y ninguna otra mujer lo había excitado tanto como ella. No se le había olvidado lo interesante que le había resultado discutir con Elodie y terminar en la cama. Se excitaba solo de pensarlo.

Ninguna mujer se había enfrentado a él como Elodie.

Y ninguna lo había humillado como ella.

La propuesta de negocio que le estaba haciendo en esos momentos era una manera de resarcirse. Si Elodie la aceptaba, en esa ocasión sería él quien terminaría su relación. La había amado y la había perdido y jamás volvería a darle la oportunidad de volver a burlarse de él.

Elodie se apartó de la silla a la que se estaba agarrando y se abrazó por la cintura.

–Creo que la decisión de dejarte plantado fue la correcta –le dijo, dedicándole una fría mirada–. ¿Cómo pudiste ocultarme algo tan importante?

Lincoln se encogió de hombros.

–Nunca había hablado del tema con nadie.

–¿Por qué? ¿Te avergonzabas de ello? ¿Te enfadaba que te hubiesen abandonado de niño?

–Ni me avergonzaba ni me enfadaba.

En cuanto había tenido la edad suficiente, le habían dicho que era adoptado. Sus padres adoptivos habían sido cariñosos y comprensivos y, en general, había tenido una niñez feliz. También había sabido que sus hermanos pequeños sí que eran hijos biológicos de sus padres, pero nunca se había sentido menos importante que ellos.

–Ya que hablamos de ocultar información… ¿Por qué decidiste dejarme plantado en el altar en vez de hablar conmigo acerca de lo que te preocupaba? Nunca me lo has explicado, ni te has disculpado en persona.

Elodie se ruborizó y apartó la mirada.

–Siento haberte avergonzado. No podía… no podía hacerlo.

Lincoln juró entre dientes.

–Lo mínimo que podrías haber hecho es decírmelo antes. Me habría ahorrado mucho dinero.

–Entonces, ¿lo que más te molestó fue el dinero? –inquirió ella, fulminándolo con la mirada–. Fuiste tú quien quiso una gran boda y quien insistió en pagarlo todo.

–Porque no quería cargar a tu madre con los gastos. Sabía que tu padre no os ayudaría.

Elodie se inclinó a recoger el bolso del suelo y la larga melena brillante le ocultó el rostro por un instante. Se puso recta y volvió a colocárselo detrás de los hombros.

–Me tengo que marchar.

Él deseó poder acariciar la suave melena y aspirar su olor. Había tardado meses en deshacerse del aroma de su perfume en casa a pesar de que le había pedido a su ama de llaves que borrase cualquier rastro de Elodie de ella. Todas las habitaciones le habían olido a ella.

–Quiero una respuesta antes de mañana a las cinco de la tarde.

Elodie lo desafió con la mirada y él sintió deseo.

–Ya te he dado mi respuesta: no vuelvas a ponerte en ridículo pidiéndomelo otra vez. No.

Lincoln apoyó la cadera en el escritorio y se cruzó de brazos. No había esperado que la respuesta fuese afirmativa en un principio. Elodie no solía ceder con facilidad y lo cierto era que la admiraba por ello, pero, después de haber vuelto a verla, sabía que no era completamente inmune a él y eso le daba la convicción de que, antes o después, aceptaría sus condiciones.

El hecho de que él tampoco fuese inmune a Elodie era un tema en el que ya pensaría más adelante. No iba a permitir que volviese a tener poder sobre su persona.

–No te dejes llevar por las emociones. Puedo ayudarte a hacer realidad tu sueño. Podemos salir ganando los dos.

–¿Por qué estás haciendo esto?

–Ya te lo he dicho. Necesito una esposa.

–Pero casarte con alguien a quien no amas no es precisamente una buena manera de honrar a tu madre biológica durante las últimas semanas o los últimos meses de su vida. ¿No se dará cuenta de que no es amor de verdad?

–Nina Smith sabe que me dejaste hace siete años. Es una romántica empedernida que piensa que jamás seré feliz si no vuelvo contigo. No le gusta ver que voy de mujer en mujer y quiere que siente la cabeza antes de que ella falte.

Esbozó una sonrisa cínica y después añadió:

–Tú ya fingiste que me amabas en el pasado, estoy seguro de que puedes volver a hacerlo, sobre todo, teniendo en cuenta el dinero que te voy a pagar.

Ella apretó los labios.

–Si aceptase tu oferta… no me acostaría contigo.

Lincoln se apartó del escritorio y tomó el documento, se lo tendió.

–No será necesario, eso también está en el contrato, en la página tres.

Elodie aceptó el documento como si se tratase de una bomba. Lo apoyó en el escritorio y empezó a leer.

–¿Un matrimonio de conveniencia? –le preguntó, mirándolo a los ojos.

–¿No te parece divertido? –le respondió él, sonriendo como si ya se considerase vencedor.

 

 

Más tarde, Elodie no recordó cómo había salido del despacho de Lincoln. Solo recordaba vagamente haber pasado por delante de la recepcionista y haber entrado en el ascensor. Se había sentido aturdida mientras llegaba a la calle y su cerebro todavía no había empezado a funcionar cuando se reunió con su gemela, Elspeth, para tomarse un café en Notting Hill media hora después.

–Estaba a punto de marcharme. ¿Qué te ocurre? –le preguntó Elspeth nada más verla–. Te veo acalorada.

–Siento llegar tan tarde –le respondió Elodie, dejando el bolso encima de la mesa–. Mi reunión se ha alargado.

–¿Cómo ha ido?

Elodie no tenía ganas de compartir los detalles de su encuentro con Lincoln con su hermana a pesar de que tenían muy buena relación.

Lincoln no quería acostarse con ella. Sería un matrimonio de conveniencia.

Lo único que había funcionado bien en su relación había sido el sexo, así que no entendía que Lincoln quisiese dejarlo fuera de su acuerdo. ¿Significaba eso que él saldría con otras mujeres al mismo tiempo? ¿Que la humillaría al tener aventuras delante de sus narices?

–Ha sido… interesante.

Elspeth se inclinó hacia delante, con los ojos brillantes.

–¿Cómo es el tal señor Smith? ¿Qué le ha parecido tu idea de negocio?

–Le ha gustado mucho.

–Entonces, ¿por qué estás frunciendo el ceño?

Elodie suspiró y se sirvió un vaso de agua de la botella que había encima de la mesa.

–Smith era un alias, en realidad, se trataba de Lincoln.

Elspeth arqueó las cejas.

–¿Lincoln?

–Sí. Quiere financiarme.

–Vaya. ¿Y por qué iba a hacer algo así?

–Porque quiere algo a cambio.

Elodie no pudo seguir guardándose aquello. Tenía que hablar con alguien y ¿quién mejor que su hermana gemela?

–A mí.

Elspeth la miró con sorpresa.

–¿Quiere que vuelvas con él? Qué romántico. Siempre pensé que no te había olvidado y…

–Quiere que sea su esposa durante seis meses. Un matrimonio de conveniencia.

Su hermana se quedó boquiabierta.

– ¿Y qué le has contestado?

–Que no.

–¿No?

Elodie frunció el ceño.

–¿Por qué me estás mirando así? ¿Piensas que debería aceptar semejante propuesta?

–Supongo que, si aceptases, ambos podríais arreglar vuestras diferencias. Porque es evidente que lo vuestro no se ha terminado. Si, además, quiere financiarte, es otra ventaja.

Elodie apoyó los codos en la mesa, se inclinó hacia delante y apoyó la frente en los dedos.

–¡Ahh! Odio a ese hombre. Pensé que lo conocía y, sin embargo, me estaba ocultando cosas muy importantes. No me permitió conocerlo en realidad.

Elspeth le acarició la muñeca.

–Si no puedes aceptar su dinero, permite que te ayude Mack.

Elodie se volvió a sentar con la espalda recta. La idea se le había pasado por la cabeza, pero no podía pedirle dinero al novio de su hermana, prefería no hacerlo.

–No puedo aceptar el dinero de Mack. Tengo veinticuatro horas para darle una respuesta a Lincoln.

Golpeó la mesa con los dedos un momento, dándole vueltas a la propuesta.

–Esto podría tener una parte positiva… Imagínate la publicidad que tendría si vuelvo con Lincoln. ¿A quién no le gusta una historia de amor? La noticia de que volvemos a estar juntos saldría en todas las portadas. Lincoln ha dicho que ambos saldríamos ganando, pero yo no lo había entendido hasta ahora –le dijo sonriendo a su gemela–. Él piensa que tiene el control de la situación, pero se va a llevar una buena sorpresa.

Elspeth se mordió el labio inferior, preocupada.

–Espero que sepas lo que estás haciendo.

Elodie se echó el pelo detrás de los hombros.

–Sé muy bien lo que estoy haciendo y, de hecho, estoy deseando hacerlo.

 

 

Elodie escogió su ropa con cuidado para la siguiente reunión con Lincoln. No era una mujer vanidosa, pero sabía que la naturaleza la había tratado bien.

Realzó sus ojos azules con maquillaje y se recogió el pelo para enfatizar la elegancia de su cuello. Se puso unos pendientes de diamantes, un regalo de un diseñador de lencería, y un vestido verde esmeralda que también le habían regalado después de una sesión de fotos. Este le llegaba justo por encima de la rodilla y tenía un escote pronunciado.

Se miró en el espejo de cuerpo entero y pensó que, tal vez, Lincoln pensase que podía guardar las distancias, pero ella tenía algo que demostrarle. Tenía una cuenta que saldar. Tal vez él no la hubiese amado nunca, pero la había deseado ferozmente y ella podía conseguir que volviese a hacerlo. Elodie se había dado cuenta de cómo la miraba.

Sonrió a su reflejo.

–Vamos a ver cuánto tiempo aguantas sin tocarme, Lincoln Lancaster.

 

 

Lincoln estaba leyendo unos documentos en el despacho de su casa cuando vio a Elodie a través de las cámaras de seguridad. Dejó caer el bolígrafo que tenía en la mano y se quedó observándola, estudiando su figura femenina como un hombre deshidratado delante de un vaso de agua fresca, pensando que no podía ser verdad.

Llevaba puesto un bonito vestido verde que dejaba poco a la imaginación, y eso que él no necesitaba mucha imaginación, porque recordaba cada sensual curva de su cuerpo. Había explorado y probado cada centímetro de su piel y se había pasado muchas noches después de su ruptura anhelando volver a hacerlo. Nadie le había atraído tanto como Elodie Campbell. Tenía que admitirlo, aunque eso lo fastidiase.

Había sentido ganas de sentar la cabeza nada más conocerla. Ella había tenido veintiún años y había sido una mujer inteligente y divertida, una buena compañía. Él, con veintiocho, todavía había estado llorando la pérdida de su madre adoptiva. Se había enamorado enseguida de Elodie y había deseado recrear la familia estable en la que había crecido, todavía más al ver cómo su padre caía en una profunda depresión. Había pensado que, con una novia, le daría a su padre una esperanza de futuro: una nuera preciosa, la idea de tener nietos en algún momento…

La energía y la vitalidad de Elodie lo habían sacado de su letargo y, en tan solo un par de meses, le había pedido que se casase con él. Nunca había sido una persona impulsiva, pero ella había hecho caer la armadura que había llevado siempre alrededor del corazón.

Después, se había arrepentido, y mucho, de su decisión, pero en esos momentos estaba en su mano poner punto final a su relación.

De lo único que se alegraba era de no haberle dicho nunca a Elodie en voz alta que la amaba. Se lo había demostrado de muchas maneras, pero le había resultado difícil decirlo. Elodie, por su parte, le había profesado su amor con frecuencia, lo que demostraba el poco significado que tenían esas palabras. Se había dejado engañar por ella una vez, pero no le volvería a ocurrir.

Elodie utilizaba a los demás para conseguir sus objetivos y a él lo había utilizado. Había sido una desconocida cuando la había conocido y lo que más le dolía a Lincoln era que hubiese conseguido lanzar su carrera al humillarlo públicamente.

En esos momentos Elodie lo necesitaba para cambiar de trabajo y él se alegraba de poder ayudarla. Se alegraba porque en esa ocasión sería él quien estaría al mando. O morir en el intento.

 

 

Elodie cambió el peso de su cuerpo de un pie al otro, molesta al ver que Lincoln la hacía esperar. Sabía que estaba en casa, su coche deportivo estaba aparcado en la puerta y las luces de la mansión de estilo victoriano estaban encendidas.

Volvió a llamar al timbre y miró directamente a la cámara de seguridad que apuntaba a la entrada. Pensó en saludar, pero en ese momento se abrieron de manera automática las puertas negras, con cristales de colores. Ella puso los hombros rectos. No era de las que se dejaban intimidar por nadie ni nada, aunque tuviese recuerdos de aquella casa que no había podido enterrar, recuerdos muy sensuales que hicieron que sintiese calor por todo el cuerpo.

–¿Hola? –llamó al entrar en el recibidor.

El suelo era de mármol italiano de color claro, con motas grises, y las paredes estaban pintadas de blanco. Del alto techo colgaba una lámpara de araña y delante había una enorme escalera con la barandilla negra. Frente a la escalera había una mesa de nogal y metal con las patas curvadas y, encima de ella, una orquídea en plena floración y varios libros de tapa dura sobre fauna y flora.

Al otro lado del recibidor había un mueble con una lámpara de cristal a cada lado y un espejo con marco dorado que hacía que la entrada pareciese todavía más espaciosa. Entre las lámparas había otra orquídea y, a ambos lados del mueble, un sillón tapizado de terciopelo gris oscuro que le daba un aspecto acogedor a la entrada.

Elodie oyó pasos en la escalera, levantó la vista y vio acercarse a Lincoln. Se alegró de que se tratase de él y no de su vieja y malhumorada ama de llaves, que nunca la había hecho sentirse bien en el pasado. Con un poco de suerte, Mean Morag ya no estaría allí.

Lincoln iba vestido con unos chinos de color café con leche y una camisa azul clara con el primer botón desabrochado que realzaba el azul de sus ojos. Llevaba la camisa remangada y eso hizo que Elodie pensase en su masculino cuerpo.

–Te estaba esperando.

Había un toque de diversión en su voz y ella se preguntó cuánto tiempo habría estado observándola a través de la cámara de seguridad.

–Has tardado mucho en abrirme la puerta –le recriminó–. Me he quedado helada esperando.

Él la miró de arriba abajo, entreteniéndose en el profundo valle de su escote.

–Tal vez debías haberte puesto un abrigo.

¿Y estropear el efecto que tenía con aquel vestido? De eso, nada.

Elodie miró a su alrededor una vez más.

–Has cambiado la decoración.

Sin duda, habría hecho lo posible por borrar todo lo que hubiese podido recordarle a ella.

–¿Qué te parece?

Ella se encogió de hombros.

–Bien.

–¿Quieres tomar algo?

–De acuerdo.

Él la guio hasta el gran salón, en el que había tres ventanales con vistas al jardín. En el medio de la habitación había un sofá y sillones a juego, con una alfombra delante. La chimenea tenía un enorme espejo encima y del techo colgaba otra lámpara de araña. También había lámparas a cada lado de las ventanas, encima de las mesas antiguas, y había flores frescas en la mesa de café que había frente al sofá y los sillones.

Elodie se sentó en un sillón y cruzó las piernas mientras Lincoln se acercaba al mueble bar.

–¿Todavía tienes a la misma ama de llaves?

–Sí –le respondió él, sacando una botella de champán de la nevera y tomando dos copas–. ¿Es un problema para ti?

Elodie se miró las uñas antes de volver a mirarlo a él.

–¿Por qué iba a serlo?

Él descorchó la botella.

–Creo recordar que Morag y tú nunca os llegasteis a entender –comentó mientras servía el champán en ambas copas.

–Eso es porque ella no me respetaba. Yo era tu pareja… tu prometida, pero cuando tú no estabas me trataba como si fuese una cazafortunas, una basura. Fue una de las primeras cosas que me dijo cuando la conocí, que sabía que yo solo quería tu fama y dinero.

–Tal vez tú tampoco la trataste a ella con el respeto que se merecía –le contestó él, apretando los labios como si recordase todas las discusiones que habían tenido acerca de su ama de llaves.

Se acercó con las dos copas de champán y le ofreció una. Elodie intentó evitar que sus dedos se tocasen al tomar la copa, pero no pudo evitar rozarlo y sintió un escalofrío.

–Tal vez ella sabía desde el principio que no ibas a quedarte para siempre.

Elodie resopló y dio un generoso sorbo a su copa.

–Era muy grosera conmigo. Tenía que haberse jubilado hace tiempo.

–Elodie –la reprendió él, frunciendo el ceño.

Ella se encogió de hombros y dio otro sorbo.

–Entonces, ¿no me vas a preguntar qué decisión he tomado acerca de tu propuesta?

Lincoln se sentó en el sofá y estiró uno de sus fuertes brazos sobre el respaldo.

–Ya sé lo que has decidido. No estarías aquí si tu respuesta siguiese siendo un no.

Elodie hizo girar uno de sus tobillos, no estaba segura de sentirse cómoda con la idea de que Lincoln la conociese tan bien.

–He reflexionado mucho y estoy de acuerdo contigo. Ambos podemos salir ganando, en especial, teniendo en cuenta que es solo un matrimonio de conveniencia –le dijo, levantando la copa a modo de brindis–. Jamás lo habría aceptado de otro modo.

Lincoln se levantó del sofá y dejó su copa encima de la mesa que había entre ellos. Después se puso recto y la miró fijamente.

–Hay ciertas normas que debemos tener claras desde el principio. Que no vayamos a acostarnos juntos no significa que podamos acostarnos con otras personas durante nuestro matrimonio. ¿Te queda claro?

Elodie arqueó las cejas y emitió un silbido.

–Vaya… Eso va a ser más duro para ti que para mí, ¿no? El celibato no es precisamente lo tuyo, creo recordar. Una semana después de que cancelásemos la boda ya tenías a otra en tu cama.

Él apretó la mandíbula.

–Y eso te molestó, ¿verdad?

–No –replicó ella–. No quería estar contigo, ¿por qué iba a importarme que lo hiciese otra persona?

La miró a los ojos fijamente, pero Elodie estaba decidida a no apartar la mirada. El ambiente era muy tenso.

–Pero ahora me deseas –añadió Lincoln sonriendo de manera cínica, con los ojos brillantes.

–En realidad, me parece que es al revés. Eres tú el que me desea a mí.

–¿Y cómo lo sabes?

Elodie se levantó del sofá y se acercó a él, empujada por un deseo irresistible de hacer que se tragase sus palabras. Se colocó delante de él, lo miró a los ojos, apoyó las manos en su musculoso pecho y las subió hasta los anchos hombros. Respiró su olor embriagador, a madera y cítricos, y a hombre. La expresión de Lincoln era inescrutable, pero era evidente que estaba muy tenso.

–Lo sé por cómo me miras –le dijo ella, pasando un dedo por la perfecta línea de su nariz–. Me miras como me has mirado siempre, como si quisieras pasar la lengua por todo mi cuerpo.

Él tomó aire.

–Ya conoces las reglas.

Elodie se acercó un poco más, hasta que sus pechos rozaron el de él. Sintió calor por todo el cuerpo y llevó el dedo a sus labios, para recorrer su contorno muy despacio.

–Ya sabes cómo soy yo con las reglas.

Lincoln la agarró de los brazos y la miró con determinación.

–No vamos a hacerlo –le dijo entre dientes.

Elodie se puso de puntillas y apoyó los pechos con más firmeza en el de Lincoln. Tenía la boca tan cerca de la de él que podía sentir su aliento caliente mezclándose con el de ella.

Lincoln juró entre dientes y la besó.

Fue un beso lleno de pasión, frustración e incluso ira. A Elodie no le importó. Solo quería que la besase. La lengua de Lincoln entró en su boca con la seguridad con la que había penetrado su cuerpo en el pasado. Su sabor le resultaba tan familiar que despertó en ella toda una tormenta de deseo y anheló tener todavía más cerca su erección.

Nadie la excitaba como Lincoln. Nadie.

Pero el beso terminó casi tan rápidamente como había empezado, como si hubiesen desenchufado de repente un aparato eléctrico.

Lincoln se apartó con una sonrisa cínica.

–En esta ocasión no va a ocurrir, cariño.

Elodie disimuló su decepción detrás de una sonrisa fría.

–Deja que lo adivine… ¿hay otra persona? Espero que no vayas a humillarme saliendo con ella mientras estás casado conmigo.

–No sé cómo te atreves a acusarme de querer humillarte –le respondió él con amargura en la voz–. Me parece que tú eres la que se merece un premio por ello.

Elodie no se sentía orgullosa por cómo había terminado su relación, pero, en aquel momento, le había parecido que era la única salida.

Él le había dicho que, en algún momento, quería tener hijos, pero ¿qué habría sido de su carrera si se quedaba embarazada? Con veintiún años, nunca había pensado en aquello. Ni siquiera en esos momentos, con veintiocho, tenía interés en el tema. Estaba centrada en su carrera.

–Entiendo que debiste de sentirte…

–Pero tú conseguiste lo que querías, ¿verdad? No eras nadie hasta que empezaste a salir conmigo y, cuando me dejaste, llamaste la atención de la prensa y le diste impulso a tu carrera.

Elodie lo miró en silencio. ¿Lincoln pensaba que lo había utilizado? Tal vez ese fuese su plan en esos momentos, pero, por aquel entonces, lo había amado de verdad. Se lo había dicho muchas veces y el hecho de haber sentido tanto por él había contribuido a su repentina decisión de dejarlo.

Había sentido que, si se casaba con él, su carrera nunca sería la prioridad. La prioridad sería él. Sin embargo, la prioridad de Lincoln nunca sería ella. Él nunca le había dicho que la amaba y Elodie había querido pensar que era de esos hombres a los que no les gustaba expresar sus sentimientos. Se había engañado al pensar que, en realidad, sí que sentía algo por ella, que se lo demostraba cuando hacían el amor.

Pero se podía tener buen sexo con cualquiera, el amor no tenía nada que ver.

Elodie se acercó al mueble bar, donde Lincoln había dejado la botella de champán, y la tomó para rellenarse la copa. Dejó la botella encima de la mesa del café y lo miró de reojo.

–Me resulta divertido que me estés acusando de haberte utilizado cuando tú lo único que querías era una mujer florero a la que pasear delante de tus amigos y socios de trabajo. No me amabas.

Lincoln apretó los labios.

–Al menos en eso estamos igual. Tú tampoco pensaste nunca en el amor.

Lincoln acababa de admitirlo. Nunca la había amado. Elodie intentó ocultar el dolor que aquellas palabras le estaban causando. Siempre se le había dado bien ocultar sus emociones y, si no lo conseguía, huía de ellas.

Había crecido con una hermana alérgica a los frutos secos y había tenido que aprender muy pronto a no dejarse llevar por el pánico, a no mostrar cómo se sentía solo con pensar en que podía perder a su hermana. Había adoptado el papel de hija rebelde al darse cuenta de que su madre se preocupaba más por su hermana que por ella. Al fin y al cabo, tener su atención, aunque fuese negativa, era mejor que no tenerla.

–Me gustaría saber qué más vas a esperar de mí durante nuestro matrimonio –le dijo con toda tranquilidad–. ¿Cómo vamos a vivir, por ejemplo?

Lincoln tomó su copa, de la que casi no había bebido, pero tampoco bebió en ese momento.

–Vamos a vivir juntos, pero en habitaciones separadas.

–¿Y qué va a pensar tu ama de llaves de eso?

–Pensará lo que yo le diga que piense, para eso le pago.

–¿Y no te preocupa que pueda filtrar la verdad de nuestra relación a la prensa?

–No.

–¿Y si alguno de los dos necesita viajar por trabajo?

–Pasaremos el mayor tiempo posible juntos cuando el trabajo y otros compromisos nos lo permitan.

Elodie se preguntó cuáles serían para él esos otros compromisos. ¿De verdad iba a aguantar seis meses sin sexo? ¿Y cómo iba a llevar ella tenerlo tan cerca? Su atracción seguía siendo la misma.

Dio un sorbo a su copa y le preguntó:

–¿Va a ser una boda por todo lo alto? Quiero decir, que sería más romántico y convincente que…

–No –la interrumpió él–. Nos casaremos por lo civil, solo con dos testigos.

–¿Sin prensa?

La mirada de Lincoln era fría, impenetrable.

–Haré un comunicado cuando estemos casados.

–¿Y cuándo será eso?

–Mañana.

Elodie abrió los ojos con sorpresa.

–¿Tan pronto? ¿No hace falta pedir cita, llevar documentos?

–Ya lo he hecho.

–Entonces, ¿estabas seguro de que te iba a decir que sí?

–He aprendido que contigo nada es seguro, pero digamos que tenía cierta certeza.

–Sabes que solo lo hago por el dinero, ¿verdad?

Él sonrió de medio lado, con cinismo.

–Por supuesto.

Elodie dejó su copa y se metió un mechón de pelo suelto detrás de la oreja.

–¿Y cuándo voy a conocer a tu madre?

–Al día siguiente. Volaremos a España y pasaremos un par de días allí.

–¿Vive en España? ¿Es española o…?

–Es inglesa, pero le gusta el clima cálido de allí. Es donde quiere pasar lo que le queda de vida.

–¿Y si a mí no me viene bien viajar a España? –le preguntó Elodie, solo por oponer algo de resistencia, aunque España era uno de sus destinos favoritos y sentía curiosidad por conocer a la mujer que había entregado a Lincoln en adopción cuando era un bebé.

¿Por qué lo había hecho? ¿Cuáles habían sido sus circunstancias? ¿Por qué había pensado que no tenía elección?

–Todo el mundo esperará que tengamos una luna de miel. Y me gustaría que conocieses a Nina lo antes posible. Está muy débil de salud. Sus médicos no saben cuánto tiempo le queda.

Elodie no se podía imaginar lo triste que debía de haber sido para Lincoln conocer a su madre biológica y saber que no iba a tardar en volver a perderla. Era evidente que le importaba, si no, no se habría molestado en proponerle a ella que se casasen, después de que lo hubiese humillado públicamente siete años antes.

Elodie pensó que quería causarle una buena impresión a Nina. ¿Qué le habría contado Lincoln de ella? ¿Y si Nina había hecho sus propias averiguaciones? Internet estaba lleno de escándalos en los que aparecía su nombre, incluido en el que ella había sido «la otra» de un triángulo amoroso que había tenido como resultado la cancelación de una boda también en el altar, como la suya.

Su gemela, Elspeth, había estado allí en su lugar porque Elodie había tenido una reunión a la que no podía faltar. Cuando la reunión se había alargado, ella lo había visto como la excusa perfecta para no asistir a la boda, ya que se había temido que la novia se desmayase allí mismo si se enteraba de que ella había tenido una aventura de una noche con el novio…

Lo único bueno que había salido de aquello era que Elspeth había conocido al hermano mayor del novio, Mack MacDiarmid, estaban muy enamorados e iban a casarse en un mes.

–¿Y si no le gusto a Nina?

–Le encantarás porque piensa que eres el amor de mi vida.

Elodie no pudo evitar fruncir el ceño.

–¿Eso es lo que le has contado?

La expresión de Lincoln era indescifrable.

–Es lo que quiere pensar.

Se llevó la copa a los labios y la vació de un sorbo, después, la dejó sobre la mesa de café y añadió:

–Y tú harás todo lo que puedas para que siga pensándolo. ¿Entendido?

–Entendido.

Lincoln la miró fijamente a los ojos.