E-Pack Bianca y Deseo febrero 2024 - Yvonne Lindsay - E-Book

E-Pack Bianca y Deseo febrero 2024 E-Book

YVONNE LINDSAY

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Beschreibung

Pack 384 De nuevo contigo Yvonne Lindsay Esa Navidad, ella no solo perdonaría a su enemigo, se dejaría seducir por él… Kristin Richmond sabía demasiado sobre secretos y mentiras. El imperio constructor de su familia había sobrevivido a unos cuantos escándalos, pero esa Navidad traía una sorpresa más: Jackson Jones, el nuevo abogado de la familia. Era el primer hombre que Kristin había amado… y el que le había roto el corazón. Ahora que se veía obligada a trabajar con él, debía ocuparse de los asuntos de la empresa sin sucumbir a la ardiente atracción que aún bullía entre los dos. ¿Podrían Kristin y el negocio familiar sobrevivir al seductor encanto de Jackson? Un acuerdo amistoso Cathy Williams ¿Quién se unirá al millonario aristócrata en el altar de Venecia? Las prioridades del multimillonario Dante D'Agostino eran el éxito de sus negocios y la felicidad de su hija. Pero la última voluntad de su tío, el hombre que se lo había dado todo, era verlo casado. Solo había una mujer en la que Dante confiase lo suficiente como para hacerla parte de su familia... Kate, la niñera, se quedó atónita cuando su jefe le ofreció un nuevo contrato... ¡para hacer el papel de su esposa de conveniencia! A cambio, él le daría el dinero que su familia necesitaba desesperadamente. Era un simple acuerdo amistoso… hasta que el primer beso durante la fiesta de compromiso desveló una incómoda e ineludible atracción.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

E-pack Bianca y Deseo, n.º 384 - febrero 2024

 

I.S.B.N.: 978-84-1180-835-4

Índice

 

Créditos

 

De nuevo contigo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

 

Un acuerdo amistoso

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

 

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

–Lo siento, mamá. No voy a poder ir esta noche. Tengo muchísimo trabajo.

Kristin miró los adornos navideños con gesto arisco. Lo del trabajo no era mentira, aunque, por otro lado, tampoco tenía ganas de otra feliz reunión familiar en la que todos menos ella tenían pareja. Por norma no le importaba, pero últimamente la estaba afectando más de lo habitual.

–Kristin, ya estoy harta de tus excusas. Esta noche es importante para mí y espero que estés aquí a las siete en punto.

Nancy colgó dejando a su hija mirando al teléfono del despacho con una mezcla de frustración y curiosidad. Kristin se pasó las manos por su larga melena y se masajeó el cuero cabelludo, aunque eso no aplacó la cefalea perpetua que tenía desde los últimos meses.

Sus hermanos, los gemelos Keaton y Logan, no dejaban de insistirle en que bajara el ritmo, y lo hacían poniéndole como ejemplo el derrame cerebral masivo que había sufrido su padre un año atrás por trabajar sin parar.

Kristin estaba haciendo el trabajo de dos, ya que hasta el momento no se había visto capaz de sustituir al hombre en quien había confiado como su mano derecha en la oficina y su amante en el dormitorio.

Y, mientras, Isaac había trabajado de espía para Warren Everard, su mayor rival. Ahora, meses después, todos los implicados en la trama de espionaje corporativo estaban siendo procesados y ella seguía revolviéndose al pensar que en ningún momento, jamás, había sospechado que Isaac pudiera ser capaz de semejante treta. Por eso desconfiaba el doble a la hora de sustituirlo y la opción más sencilla había sido asumir sin más el trabajo que hacía Isaac. Además, de todas formas, tampoco tenía motivos para volver corriendo a casa.

La traición de Isaac había resultado cruel por partida doble porque ella no le había contado a su familia que tenían una relación íntima y había tenido que sobrellevar sola el dolor de la traición y del desamor. La habían mantenido en secreto también en la oficina. Una relación entre jefa y empleado habría estado mal vista, así que cuando él le había sugerido que no dijeran nada en un principio, ella había estado totalmente de acuerdo. Pero en todo momento el plan de Isaac había sido abusar de su confianza, que era mucho más dañino.

Se levantó y se giró hacia la ventana. Estaba oscureciendo. Aunque no solía dedicar tiempo a admirarlas, la Torre Richmond disfrutaba de unas vistas excepcionales del paisaje urbano de Seattle. Solo faltaban tres semanas para Navidad, pero su mirada permanecía ajena a las relucientes y destelleantes imágenes que tenía ante sí.

Habían cambiado muchas cosas en el último año.

Por cortesía de la doble vida que había vivido su padre hasta el mismo momento en que había caído muerto en el despacho, Kristin no solo había ganado un hermano (a Logan lo habían raptado de niño y ahora se había reencontrado con la familia), sino dos hermanastros y una hermanastra.

Y aunque había sido una alegría ver a sus dos hermanos carnales encontrar el amor con unas mujeres increíbles a quienes respetaba y adoraba, verlos tan felices había hecho que la hipocresía de Isaac resultara más dolorosa todavía.

¿Era tanto pedir aspirar a tener una relación basada en la atracción, el afecto y la confianza mutua? Sacudió la cabeza. Al parecer, para ella sí era mucho pedir. Y ahora tenía que poner cara alegre en otra cena familiar. Bueno, pensó mientras volvía al ordenador para guardar el trabajo, al menos podría cenar algo mejor que la comida precocinada que tenía en el congelador. Se rio con pesar. ¡Menuda fracasada!

Tras asegurarse de que la copia de seguridad estaba hecha, agarró el bolso y el abrigo y salió del despacho. Al ir a sacar las llaves del coche decidió que, en lugar de conducir hasta la casa de su madre, pediría un taxi y dejaría el coche en el aparcamiento de las oficinas. Tal como se sentía, a lo mejor esa noche se daba el gusto de tomarse una copa de vino… o dos.

Media hora después, entró en la gran mansión de dos plantas que había sido el hogar de sus padres y se quitó el abrigo. Le encantaba. Ese lugar transmitía una sensación de estabilidad que ahora mismo ansiaba con desesperación. El repiqueteo de unos tacones sobre el parqué le anunció la llegada de Martha, el ama de llaves.

–Hola, Kristin. ¡Qué alegría verte! Tu madre y los demás están en el salón principal tomando una copa antes de la cena. Trae, dame el abrigo.

–¿El salón principal? Pensé que era una cena informal –comentó Kristin al darle el abrigo a la mujer, que había empezado a trabajar para la familia cuando ella era un bebé.

–La señora Richmond me ha pedido que te diga que te dirijas allí –continuó Martha con voz suave y sin responderle a la pregunta.

De pronto se sintió inquieta. Su madre solo usaba el salón principal para las reuniones formales. ¿Qué estaba pasando?

Cruzó el vestíbulo en dirección a las puertas dobles de madera que conducían al salón. Al oír el murmullo de las voces vaciló un instante, pero entonces una carcajada desde dentro la animó a abrir la puerta y unirse a la familia.

Al entrar, miró a su alrededor y, tras fijarse en el precioso árbol de Navidad que su madre había puesto nada más pasar Acción de Gracias, se relajó al ver a sus hermanos y sus parejas, a su madre y a Hector.

Hector era el abogado de la familia y había sido un gran apoyo para su madre desde la repentina muerte de Douglas Richmond, tanto que los dos se habían ido de vacaciones a Palm Springs unos meses atrás.

Cuando Kristin entró en el salón, su madre, sentada al lado de Hector, se levantó y fue a saludarla.

–He venido –dijo Kristin sonriendo mientras su madre le daba un cariñoso abrazo.

–Gracias, mi niña querida. Siempre es una alegría verte.

–Pues si volvieras a la oficina nos veríamos todos los días.

Nancy había trabajado mano a mano con Douglas hasta la muerte de este hacía casi un año y había estado muy implicada en la fundación benéfica de la familia. Pero ahora no solía entrar en el edificio donde había muerto su marido y dirigía la Fundación Richmond desde casa.

–¿Qué quieres beber? –le preguntó Nancy ignorando su comentario, no muy sutil.

–Mi vino blanco de siempre estaría genial, gracias.

Kristin saludó a sus hermanos y a las parejas de estos. Logan y Honor se habían casado en verano y la semana anterior, en Acción de Gracias, habían anunciado que esperaban un bebé. Aunque a Honor aún no se le notaba, tenía un brillo en la expresión que a Kristin le producía un pellizquito de envidia. ¡Y cómo la miraba Logan! Ojalá ella tuviera una relación así con alguien.

Keaton y Tami, por su parte, estaban igual de unidos.

–Qué bien que has venido –le dijo Tami al levantarse y abrazarla–. Últimamente apenas te vemos fuera del trabajo –añadió sonriendo.

Tami y Keaton habían iniciado su romance en Desarrollos Richmond. Ahora ella trabajaba como directora de proyectos y ejercía de nexo entre la Fundación Richmond y otras organizaciones benéficas.

–¿Sabes a qué viene todo esto? –le susurró Kristin.

–Ni idea, pero no parece la típica cena familiar de Nancy, ¿verdad?

–Ya –respondió Kristin con cierta aprensión.

Cuando su madre volvió con la copa de vino, Hector se levantó, se situó a su lado y la rodeó por la cintura.

–Me gustaría que me atendierais, por favor –dijo Nancy algo nerviosa.

La aprensión de Kristin aumentó.

–Hector y yo tenemos algo que anunciaros. Como sabéis, somos amigos desde hace muchos años y ha sido un apoyo increíble desde que Douglas murió. Es más, se ha convertido en una persona tan importante para mí que ya no me imagino mi futuro sin él… y me siento orgullosa de deciros que ha aceptado ser mi marido.

Se oyó un repentino murmullo y a Kristin se le hizo un nudo en el estómago.

–¿Le has pedido a Hector que se case contigo?

–Él es demasiado caballeroso para pedírmelo tan pronto. Pero la muerte de vuestro padre me ha enseñado que hay que aferrarse a lo importante y mantenerlo cerca de ti, y no quiero perder más tiempo –se giró hacia Hector y le sonrió irradiando amor–. Lo quiero y por eso le he pedido que se case conmigo. Ha dicho que sí y no puedo estar más feliz.

Mientras los demás se levantaban y se acercaban a darles la enhorabuena, Kristin se echó a un lado. Después Nancy se separó del resto y se acercó a ella.

–¿Kristin? ¿No te alegras por nosotros? –le preguntó preocupada.

–¿No es un poco pronto, mamá? Papá no lleva muerto ni un año. A ver, no tengo nada en contra de Hector y sé cuánto significa para ti, pero ¿no crees que te estás precipitando?

Nancy se rio y le dio una palmadita en el brazo.

–Ay, cariño mío. Los dos estamos cerca de los sesenta y queremos pasar el resto de nuestra vida juntos como marido y mujer. Confío en Hector. Él jamás me decepcionaría como lo hizo tu padre. Kristin, ¿tú no te interpondrías en nuestra felicidad, verdad?

Kristin vaciló. Desde luego que quería que su madre fuese feliz.

–¿Va todo bien, chicas? –preguntó Hector acercándose.

–Todo genial –le aseguró Nancy lanzándole a Kristin una mirada que no admitía discusión–. ¿Verdad, Kristin?

–Sí, claro –respondió ella forzando una sonrisa. Levantó la copa–. Enhorabuena a los dos. Que seáis tremendamente felices.

–Gracias, Kristin –dijo Hector con los ojos empañados–. Supone mucho para nosotros oírte decir eso. Sabemos lo unida que estabas a tu padre y cuánto lo echas de menos. Era mi mejor amigo, pero no puedo negar que amo a Nancy desde hace años y que me siento privilegiado por poder vivir el resto de nuestra vida juntos.

Esas palabras le llegaron al corazón. No había duda de que lo que Hector sentía por Nancy era auténtico.

–¿Y seguirás siendo nuestro abogado?

–Me alegra que me lo preguntes –dijo él sonriendo–, porque eso da pie a nuestro segundo anuncio de la noche. He decidido jubilarme de forma anticipada y le he vendido mi bufete a un amigo y colega, aunque, para que la transición sea gradual, ejerceré de asesor durante los próximos seis meses.

–¿Un amigo? ¿Quién? ¿Lo conocemos? –preguntó Kristin.

–No lo creo.

–¿Entonces cómo podemos estar seguros de que podemos confiar en él?

Justo en ese momento alguien llamó a la puerta.

–Vaya, parece que acaba de llegar, así que ahora podrás obtener la respuesta a esa pregunta –dijo Hector sonriendo.

Kristin se sirvió otra generosa copa de vino.

¿Y si el nuevo abogado no era lo bastante bueno? Su familia había pasado un infierno los meses anteriores: primero con el regreso de Logan treinta y cuatro años después de su secuestro, luego con la muerte de su padre, después con el descubrimiento de que tenía otra familia y otro negocio al otro lado del país y, para rematar, con la trama de espionaje corporativo de la que Isaac había sido parte integral.

¿Cómo se les podía pedir que confiaran en un extraño?

–Cariño, no te preocupes tanto. El amigo de Hector tiene una reputación excelente –le susurró su madre al oído.

–Más le vale tenerla –murmuró Kristin antes de dar otro trago de vino.

Se giró hacia las puertas del salón justo cuando Martha anunció al recién llegado.

–El señor Jones ha llegado –dijo la mujer antes de hacerlo pasar.

Logan y Keaton se habían puesto delante y le impedían ver al invitado.

–Buenas noches a todos. Espero no llegar tarde.

La voz del hombre era profunda y resonante y tenía algo inquietantemente familiar.

–No, en absoluto –le aseguró Hector–. Por favor, dadle la bienvenida a mi buen amigo Jackson Jones.

Y ahí estaba.

Un metro noventa de hombre enfundado en un Armani a medida y más atractivo incluso de lo que recordaba. Sus ojos azules oscuros se clavaron en ella con la precisión de un láser.

Jackson Jones.

El primer hombre al que había amado.

El primer hombre con el que se había acostado.

El hombre que la había abandonado sin decir nada ni mirar atrás.

El hombre al que había jurado odiar por toda la eternidad.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Impactado al ver a Kristin Richmond, Jackson se obligó a sonreír y a disimular.

Hector le estrechó la mano.

–Jackson, me alegro de que hayas podido venir. Te presento a mi prometida, Nancy Richmond. Nancy, él es Jackson Jones. Me has oído hablar mucho de él y me alegro de que por fin lo conozcas.

Jack agachó la cabeza y le estrechó la mano a la mujer.

–Es un placer –dijo, notando la mirada de Kristin clavada en su nuca. Como si él fuera una diana y los ojos de ella, una flecha.

Kristin nunca había hablado mucho de su familia, pero sí le había contado que solo tenía un hermano, mientras que Hector le había dicho que en esa familia había seis hijos adultos. ¿De entre todos los Richmond del mundo justo había tenido que caer en esos? ¡Joder con el karma!

Centró la atención en sus anfitriones sin dejar de ser consciente de la joven situada en un extremo del salón.

–Igualmente, señor Jones –respondió Nancy.

–Por favor, llámeme «Jackson» o «Jack».

–Jackson entonces. Ven, te presentaré a mi familia.

Nancy le presentó a los dos gemelos idénticos y Jack los miró imaginando que en algún momento le pondrían a prueba para ver si era capaz de distinguirlos. Aliviado, vio que Logan tenía una pequeña cicatriz de varicela y memorizó ese detalle. A continuación le presentaron a las parejas de los hijos y, finalmente, el último miembro de la familia que quedaba por saludar se acercó.

Cuando la vio de cerca, se quedó sin respiración.

Kristin Richmond.

El recuerdo físico de lo que había sido tocarla emergió de lo más profundo de su mente. Siempre había tenido una piel suavísima… en todas partes, y su aroma era algo que él nunca había olvidado. Respiró hondo. No se habían vuelto a ver desde el día que se habían licenciado en la universidad. Un día que había empezado siendo su día de mayor orgullo y rápidamente se había convertido en el de mayor vergüenza.

Alargó la mano.

–Kristin, encantado.

–¿Ah, sí? –contestó ella con brusquedad.

La expresión de Kristin mostraba que estaba tan impactada de verlo en su casa como impactado estaba él de haber descubierto que su familia era su nuevo cliente. Entre tomar la decisión de aceptar la oferta de Hector, comprarse una casa allí y mudarse desde California, además de instalarse en el nuevo bufete y conocer a la plantilla, no había tenido tiempo de leer los informes de sus nuevos clientes.

–¡Kristin! –la reprendió su madre, horrorizada–. A los invitados no se les habla así. Lo siento, señor Jones… eh… Jackson. Te aseguro que la he educado mejor de lo que parece.

Pero Kristin no iba a dar su brazo a torcer. Y tampoco iba a estrecharle la mano.

–El señor Jones y yo nos conocimos en la universidad –le dijo Kristin a su madre antes de girarse y volver a mirarlo, atravesándolo con sus ojos grises–. No sabía que te habías pasado a Derecho. Pero, claro, nunca llegaste a decirme lo que ibas a hacer.

Cualquiera que la oyera podría pensar que estaba bromeando, pero él captó ese tono incisivo que podría atravesar hasta una armadura. No lo había perdonado por haber desaparecido de su vida como lo hizo. Y tampoco la culpaba. Lo que había hecho había sido inadmisible, pero había tenido buenos motivos; unos motivos que en aquel momento no había podido contar y que tampoco quería explicar ahora. La miró a los ojos y por un instante se perdió en los recuerdos. Siempre había sido una mujer apasionada, incluso cuando se enfadaba. Y eso no había cambiado.

Antes de que él pudiera decir nada, Hector los interrumpió y le ofreció algo de beber. Jack pidió un vaso de agua. Tenía que estar centrado y despejado con Kristin ahí lanzándole puñales. Sabía que iba a tener que presentarle una disculpa. Debería haberlo hecho años atrás, pero después de la escandalosa muerte de sus padres, había sido más sencillo alejarse de todo y dejar atrás su desastrosa vida, por mucho que eso implicara dejar atrás también a Kristin.

Lo que había hecho había estado mal y estaba claro que le había hecho mucho daño a Kristin. Él se habría sentido igual.

Al entrar en el salón, Jackson miró la mesa. Unas discretas tarjetas indicaban el sitio que ocuparía cada uno. Kristin y él estaban sentados juntos.

Aunque estar tan cerca de ella sería una tortura para sus sentidos, podría soportarlo. Y, viéndolo por el lado bueno, no la tendría enfrente, así que se ahorraría ver esos ojos grises cargados de furia durante la cena. Unos ojos grises que recordaba nublados por el deseo y la satisfacción cuando habían hecho el amor o brillando con viveza e inteligencia mientras habían hablado de sus estudios.

Los dos habían estudiado Económicas; Kristin había hecho optativas de Administración de Empresas y él, de Psicología. Había elegido esa rama en un intento por comprender la disfuncional relación de sus padres. Kristin le había contado muy poco de su familia, pero eso le había bastado para imaginar que estaban muy unidos. Tras decidir que ella jamás entendería las retorcidas dinámicas de su vida, había optado por ni siquiera molestarse en intentar explicárselas.

Jackson, aún pensativo, le retiró la silla. Tal vez Kristin ahora sí pudiera entenderlo mejor, después de lo que se había descubierto sobre su padre y la doble vida que llevaba.

–Puedo sentarme sola –dijo ella con aspereza al sentarse y acercar la silla a la mesa.

Nancy le lanzó a su hija otra de esas «miradas de madre», pero Kristin siguió mostrándose desafiante y, a propósito, se giró hacia su hermano Logan, sentado a su otro lado, e hizo como si Jackson no estuviera allí.

Durante el primer plato, Nancy se dirigió a él:

–Jackson, cuéntanos, ¿dónde trabajabas antes?

Él sonrió a Nancy e ignoró el modo en que Kristin se tensó a su lado.

–Después de licenciarme trabajé como abogado litigante en California. Hace unos meses empecé a ejercer como abogado generalista tras tomarme un año sabático, y cuando Hector me hizo la oferta, no pude rechazarla.

–¿Un año sabático? Qué lujo. Es mucho tiempo para estar fuera del circuito –señaló Kristin.

–Era necesario.

Podría haber entrado en detalles, pero estaba acostumbrado a mantener su vida personal en privado y solo la idea de hablar de los últimos y angustiosos meses de vida de su esposa y de lo que le había costado a él pasar el duelo de su pérdida era horrible. Hector lo sabía y eso era lo único que le importaba.

Annie, su difunta esposa, y Hector habían estudiado Derecho juntos y habían seguido siendo amigos durante muchos años. Sí, eso significaba que se había casado con una mujer lo bastante mayor para ser su madre, pero no tenía ganas de dar explicaciones en ese momento. Aparte del hecho de que su pérdida seguía doliéndole mucho, era asunto suyo y de nadie más. Y no afectaría a su capacidad para hacer lo mejor por esa familia en cuestiones legales.

Un incómodo silencio recorrió la mesa, pero Hector se apresuró a llenarlo.

–Jackson fue la primera persona en la que pensé cuando supe que estaba listo para jubilarme. Somos buenos amigos desde hace mucho tiempo y lo respeto y confío en él. Estaréis en excelentes manos.

–Puede que tenga unas manos excelentes, pero la confianza hay que ganársela –dijo Kristin.

–Yo siempre opto por aceptar a la gente hasta que me demuestren lo contrario –interpuso Logan–, y con mucho gusto acepto la recomendación de Hector. Jackson, gracias por admitirnos como clientes. Como verás, somos un grupo muy variopinto.

–Habla por ti –dijo Keaton riéndose–. Ahora en serio, Jackson. Si vamos a perder a Hector como abogado, al menos nos alegramos de que lo sustituya alguien a quien tiene en tan alta estima.

Jackson asintió y aliviado vio que, al llegar el segundo plato, la conversación se centró en temas más generales. Se relajó y se dispuso a escuchar. Las dinámicas familiares le interesaban. Aunque los gemelos eran idénticos, eran dos hombres muy distintos. Hector le había contado que a Logan lo habían secuestrado de bebé y que había descubierto su identidad hacía solo un año. Se preguntaba si eso aún lo haría sentirse como un intruso entre sus hermanos.

Sabía lo que era sentirte un intruso, un extraño, en tu propia familia. Como hijo único de unos padres que alternaban entre peleas brutales y momentos de estar apasionadamente absortos el uno en el otro, desde muy pequeño había entendido que él no era más que un accesorio en la vida de sus padres. Como consecuencia, se había vuelto un niño solitario y, conforme había ido creciendo, le había costado hacer amigos. Pero a pesar de haberse decidido a no tener ninguna relación romántica mientras estudiaba en la facultad, la inteligencia y la vivacidad de Kristin, por no hablar de su físico, lo habían atraído a todos los niveles, y no había podido resistirse a pedirle que saliera con él. En contra de las órdenes del padre de ella, que le había prohibido salir con chicos en la universidad, una cita había llevado a otras cuantas y, antes de poder darse cuenta, estaban viviendo juntos en secreto.

Aun sabiendo que pertenecían a mundos distintos, no había podido resistirse a Kristin Richmond. Al menos hasta el día en que su mundo había atravesado la burbuja de felicidad de los dos y él se había marchado sin mirar atrás.

–¿Jackson? –Tami, la pareja de Keaton, interrumpió sus pensamientos.

–Lo siento, estaba en otra parte.

–Por Dios, señor Jones. Si ni siquiera puede seguir una conversación en una cena, ¿cómo narices podemos confiar en que se ocupará bien de nuestros asuntos legales? –dijo Kristin mirándolo.

Aunque lo había dicho con una sonrisa, a Jackson no le había pasado desapercibido el énfasis en la palabra «confiar». Tenía mucho trabajo por delante.

–Kristin, estás siendo demasiado dura. Podéis resultar muy abrumadores para los recién llegados. Jackson, te preguntaba qué te gusta hacer en tu tiempo libre –dijo Tami con una afable sonrisa.

–Me gusta el senderismo.

–¿Así que no eres de jugar en equipo, no? –preguntó Kristin con malicia.

–Puedo hacerlo perfectamente, pero cuando tengo un rato para mí, suelo preferir disfrutar de mi propia compañía aunque sea un momento. ¿No le pasa a todo el mundo?

Todos en la mesa excepto Kristin asintieron.

–A principios de año hicimos un retiro corporativo en Sedona. Por allí hay unos senderos preciosos –comentó Keaton.

Por suerte, la conversación pasó a centrarse en las aventuras de los gemelos y sus parejas en Sedona y en los obstáculos personales que habían superado. Jackson aprovechó para relajarse y escuchar.

Para cuando se terminaron el postre, se sentía tan agotado como si hubiera corrido una maratón. Aunque la comida había estado deliciosa y muy bien presentada, no podría haber dicho qué había comido o a qué le había sabido. Sin embargo, sí que podría haber descrito al detalle cómo olía el perfume de Kristin Richmond.

Kristin apenas había comido nada durante la cena, pero se había rellenado la copa varias veces. Cuando se levantaron de la mesa, se tambaleó un poco y él la agarró de un codo. Como era de esperar, ella se soltó de un tirón.

–Estoy bien –murmuró–. No necesito que me manosees.

–Es bueno saberlo –respondió él con toda la neutralidad que pudo.

Estaba claro que tenían que hablar y aclarar las cosas. Debía disculparse. Con suerte, harían borrón y cuenta nueva y él podría seguir haciendo su trabajo sin problema.

Cuando Hector le había ofrecido la oportunidad de mudarse a Seattle, había dejado atrás su vida en California. El trabajo era lo único que le quedaba, y necesitaba protegerlo y que le fuera bien allí.

–Kristin, cariño, ¿estás bien? –le preguntó Nancy mientras volvían al salón donde había comenzado la velada.

–La verdad es que no estoy muy bien, mamá. Creo que necesito dormir. Pediré un coche para volver a casa.

–Yo te llevo –dijo de pronto Jackson.

¿Pero qué…? ¿De dónde había salido esa caballerosidad? Sí, sabía que debía disculparse ante Kristin, pero tal vez esa noche no fuera el mejor momento. Y ella parecía pensar lo mismo, a juzgar por su expresión de incredulidad. Aun así, ¡qué guapa estaba, joder!

–No hace fal… –empezó a decir Kristin, pero Nancy se le adelantó.

–¡Ay, Jackson, qué amable eres! Si la acompañaras a casa, aliviarías mucho la preocupación de esta madre.

–Mamá, ¿acabas de conocerlo y te quedas tan tranquila dejando que me acompañe a casa?

–No seas tonta. Es amigo y colega de Hector. Además, me parece que tienes que disculparte por tu comportamiento de esta noche. El trayecto a casa será la oportunidad perfecta. No sé qué te ha pasado esta noche, pero no es propio de ti y no me gusta.

–No pasa nada, señora Richmond… Nancy –se corrigió Jackson–. Entiendo que a Kristin le cueste confiar en mí. Vuestra familia ha pasado por mucho el último año y, si quiero hacer bien mi trabajo, tengo que esforzarme por entenderos.

–Eres demasiado amable –dijo Nancy sonriendo y dándole una palmadita en el brazo–. Le diré a Martha que os traiga los abrigos mientras voy a por el bolso de Kristin. Ahora mismo vuelvo.

En cuanto su madre se fue, Kristin se volvió hacia él con aversión.

–No sé qué crees que haces, Jackson Jones, pero esto no me hace gracia. Ninguna gracia.

–Entiendo que no confíes en mí. Te aseguro que no intentaré ponerte una mano ni cualquier otra parte del cuerpo encima durante el trayecto –ante la mención de sus cuerpos tocándose, sintió una punzada de deseo que logró aplacar tan rápido como había aparecido. Respiró hondo–. Pero tenemos que hablar. Aunque tal vez esta noche no sea el mejor momento.

–¿Y por qué no? ¿Crees que he bebido demasiado?

–Creo que estás cansada y que necesitas un poco de espacio. Vernos ha supuesto un impacto para los dos. Te llevaré a casa y a lo mejor mañana podríamos desayunar o almorzar juntos para aclarar las cosas y seguir adelante.

–Si intentas decir que sigo anclada en el pasado… –dijo ella colorada y con un peligroso brillo en los ojos.

–En absoluto. Está claro que has dejado el pasado atrás. Los dos lo hemos hecho. Pero también está claro que tenemos asuntos por resolver. Por favor, Kristin. Deja que te acompañe a casa y que hablemos mañana tranquilamente.

–De acuerdo –respondió ella apretando los labios justo cuando Martha se acercaba con los abrigos y Nancy con su bolso–. Pero no pienses que hablar cambiará lo que opino de ti.

–Entendido –dijo él antes de girarse y sonreír a las dos mujeres.

–Me he despedido de los demás de tu parte –dijo Nancy–. Jackson, estamos deseando seguir viéndote.

–Gracias por una noche encantadora.

–Buenas noches, mamá. Gracias por la cena –dijo Kristin inclinándose para abrazar a su madre y besarla en la mejilla.

–Descansa este fin de semana, ¿eh? Nada de trabajo, ¿lo prometes?

–No te prometo nada, pero me cuidaré. Ah, mamá. Me alegro mucho por Hector y por ti.

–Gracias. Significa mucho para mí. Bueno, será mejor que os vayáis. Se espera más lluvia esta noche, así que cuidado con la carretera.

Jackson observó la interacción entre madre e hija y, al sentir lo unidas que estaban, una parte de él anheló algo que nunca había tenido. Sí, había decepcionado a Kristin muchos años atrás, pero ella había tenido el apoyo de su familia y seguía teniéndolo. Él, en cambio, tenía poco más que su casa y su trabajo.

Y así quería que fuese.

¿O no?

Capítulo Tres

 

 

 

 

 

Kristin se sentó en el asiento de cuero y miró al frente. La lluvia caía sobre el parabrisas mientras cruzaban las calles en dirección a su piso, en Mt. Baker. Jackson era un buen conductor y ella se relajó hasta el punto de casi quedarse dormida, pero entonces él habló sobresaltándola.

–Gracias por dejarme llevarte a casa.

–De nada. Me has ahorrado tener que pagar un taxi.

–Estirar los dólares siempre se te dio mejor que a la mayoría de los estudiantes –comentó él con una risita.

–Me sorprende que recuerdes ese detalle.

–Recuerdo muchas cosas. Por eso quería pasar algo de tiempo contigo a solas. Para disculparme.

Ella bostezó y se acomodó más en el asiento.

–Ahora no, Jackson. No estoy de humor.

–Vale. ¿Qué tal si desayunamos mañana?

–Mi intención es dormir… hasta tarde.

–¿Almorzamos?

–A lo mejor voy a jugar al golf –dijo ella, que empezaba a disfrutar de la situación más de lo esperado.

Por supuesto, en su vida había tocado un palo de golf y no tenía ni idea de si los campos abrían en esa época del año.

–Pues entonces nos tomamos algo entre el desayuno y el almuerzo. Te recojo a las diez.

–Seguro que estaré durmiendo.

–Bueno, pues te despertaré. Puedo ser muy persuasivo.

Kristin, no pudo evitarlo y el cuerpo se le tensó al recordar lo persuasivo que podía ser Jackson a primera hora de la mañana y cuántas veces había llegado tarde a una clase precisamente por eso. Menos mal que ya estaban llegando a su desvío.

–Mira, el pasado no tiene nada que ver con lo de ahora. Los dos hemos seguido adelante. No sé qué razones tuviste para abandonarme y ya me da igual, porque me enseñaste tu verdadera cara cuando te marchaste sin pensar ni en mis sentimientos ni en la relación que habíamos tenido. Basándome en eso, solo puedo suponer que no eres de fiar y que, por lo tanto, no eres apropiado para representar a mi familia en nuestros asuntos legales. No creo que una disculpa cambie lo que pienso.

–Tienes razón, pero dame una oportunidad de demostrarte que soy la persona idónea para llevar los asuntos legales de tu familia. Comportémonos como adultos.

–¿Adultos? ¿Crees que si no acepto sin más que vuelvas a mi vida estoy siendo infantil? Ni se te ocurra pensar que me conoces. Ya me demostraste que no tenías ni idea de quién era ni lo que me produciría tu abandono. Puedes parar aquí. Este es mi bloque.

En cuanto el coche se detuvo, ella abrió la puerta y bajó. Sus tacones resonaban mientras se dirigía a la puerta. Oyó la puerta del coche cerrarse tras ella y unas pisadas.

–Puedo entrar sola, gracias.

–Le he prometido a Nancy que te acompañaría a casa. Llámame anticuado, pero eso significa acompañar a una señorita hasta la misma puerta.

–Podría llamarte muchas cosas, pero «anticuado» no sería una de ellas, desde luego. Y no hace falta que te molestes. Mi edificio tiene seguridad.

Él la agarró del codo y la detuvo.

–Kristin, por favor. Deja que cumpla la promesa que le he hecho a tu madre.

–¿Igual que cumpliste las que me hiciste a mí hace once años? Lo dudo.

Kristin se soltó y escaneó la tarjeta de acceso al edificio.

–Por favor, vete o llamaré a seguridad.

Corriendo cruzó el vestíbulo hacia los ascensores, donde volvió a pasar la tarjeta. Al entrar se giró. Jackson seguía al otro lado de las puertas principales, observando todos sus movimientos. Cuando las puertas empezaron a cerrarse, él se despidió con la mano. Ella se giró, pero la imagen de él se le quedó grabada en la memoria y se sumó a muchas otras: Jackson saliendo de la ducha con el agua cayéndole por su cuerpo esbelto y fuerte. Jackson haciéndole el amor, despacio, con calma, un domingo por la mañana. Jackson riéndose por algo que ella había dicho o hecho. Muchos recuerdos.

Pero él los había dejado todos atrás, se dijo con dureza.

El ascensor paró en su planta y Kristin fue hacia su piso conteniendo las lágrimas. No las dejaría caer. Hacía años se había prometido que nunca malgastaría otra gota de emoción en Jackson Jones. Y no lo haría. Ni siquiera por rabia. Ya no.

El impacto de verlo esa noche le había demostrado que sus sentimientos por él seguían ahí. Reaccionar como había reaccionado había sido una actitud infantil. Lo sabía y lo admitía. Pero ahora lo dejaría todo atrás.

Respiró hondo.

De ahora en adelante adoptaría una actitud zen en lo que concernía a Jackson Jones. Eso no significaba que fuera a confiar en él, pero tampoco le daría la satisfacción de permitirle acercarse demasiado. Esa noche había dicho lo que tenía que decir y él ya sabía lo que había.

Estaba dudosa.

Por una parte quería contarle a su familia que once años atrás Jackson la había dejado plantada, pero entonces tendría que admitir que no había cumplido el trato que había hecho con su padre sobre no tener ninguna relación con nadie mientras estuviera estudiando. Además, tenía que pensar en la relación entre Hector y Jack. Respetaba muchísimo al prometido de su madre y sabía que él no haría nada que pudiera poner en peligro a la familia.

Mordiéndose el labio inferior, tomó una decisión. Le daría a Jack un periodo de prueba de un mes tal vez, aunque él tendría que esforzarse mucho si quería demostrar sus aptitudes como abogado de la familia.

Se preparó para meterse en la cama y se quedó mirando por la ventana hacia el lago Washington.

Mañana sería un nuevo día y lo afrontaría como había afrontado todo lo demás en su vida.

De lleno y con fuerza.

 

 

Lo de «de lleno y con fuerza» era sin contar con la resaca con la que se había despertado a las cinco de la madrugada. Incapaz de poder seguir durmiendo, se había bebido varios vasos grandes de agua y había decidido vestirse e ir a la oficina. Como no tenía su coche, pidió uno, que quedó en recogerla a las seis y media. Con suerte podría terminar el trabajo que no había podido acabar la noche anterior gracias a la cena que había organizado su madre.

Habría sido una celebración familiar maravillosa de no ser por la llegada de Jackson Jones. No, se corrigió mientras se miraba al espejo. Ella había sido el problema. Su actitud había disgustado a su madre y le debía una disculpa. Se anotó mentalmente que debía enviarles a Hector y a ella una cesta regalo para celebrar la buena noticia. Además, se puso una alarma en el teléfono para asegurarse de llamarla y disculparse… y tal vez también comentarle que Jack y ella no habían quedado exactamente como amigos años atrás. Aunque, conociendo a su madre, eso podría abrir una caja que ella había dejado bien enterrada en el pasado.

Tal vez fuera mejor no abrir la boca.

El teléfono sonó avisándola de que quedaban cinco minutos para que llegase el coche. Le ardía el estómago. Agarró una manzana antes de salir de casa. No era el desayuno más saciante, pero bastaría.

Estaba comprobando unos informes que le había preparado su secretaria cuando el teléfono del escritorio sonó. Furiosa, levantó la cabeza. La jaqueca se intensificó al mirar la pantalla. Era un número privado. Dejó que saltara el buzón de voz y siguió trabajando, pero la pantalla volvió a iluminarse. Lo ignoró, pero volvió a sonar. A esa línea solo la llamaban los empleados de la oficina, sus familiares más cercanos o los encargados de seguridad del edificio. Pulsó el botón del altavoz.

–Kristin Richmond –dijo con más brusquedad de la pretendida.

–Siento molestarla, señorita Richmond. Aquí abajo hay un hombre que insiste en que tiene una cita con usted.

–¿Una cita?

–Me ha pedido que le diga que ha traído algo para picar. Se llama Jackson Jones.

El estómago le rugió asegurándole que la manzana que se había comido a medias unas horas antes no era suficiente para una mujer con resaca.

Suspiró. Tuvo el impulso de decirle al empleado de seguridad que enviara la comida y dejara atrás al hombre en cuestión, pero se había prometido que se comportaría como una adulta.

–De acuerdo. Hágalo subir. Ah, y añádalo al listado de visitas aceptadas, por favor. Desde el lunes lo veremos mucho por aquí. Va a ocuparse del trabajo del señor Ramirez. De momento, al menos.

Kristin cruzó la oficina desierta en dirección a la zona de ascensores y esperó a que Jackson llegara. No tuvo que esperar mucho. Cuando el ascensor pitó, la invadieron los nervios. La noche anterior había sido de lo más grosera y con eso le había dado a él el poder de manejar la relación… si es que se le podía llamar «relación». Estaría tranquila y sentaría unas bases sobre las que actuarían de ahora en adelante. No tenía por qué gustarle que trabajase para su familia, pero al final la verdadera cara de Jackson saldría a la luz y entonces lo despedirían.

Jackson salió del ascensor con paso seguro, una bolsa de papel colgando de una mano y un portavasos de cartón con dos cafés en la otra. Vestía vaqueros, botas, suéter y cazadora de cuero. Tenía el pelo revuelto y algo húmedo por el tiempo que hacía fuera. ¡Joder, estaba increíble! Estaba más atractivo incluso que cuando tenía veintipocos años. Al verlo, el corazón le repiqueteó.

–Eres insistente –dijo sintiéndose incómoda de pronto.

–Seguro que no has desayunado.

–Pues que sepas que he comido una manzana. ¿Y a qué viene esto? Ya tengo una madre, no necesito otra –cerró los ojos y respiró hondo–. Perdona. Me he prometido que hoy me comportaría.

–¿Comportarte tú? –preguntó él con un brillo de diversión en la mirada–. ¿Seguro que eres Kristin Richmond?

Kristin no pudo evitarlo… y sonrió.

–Muy gracioso. Venga, dame mi café.

–El tuyo es el de la derecha. Latte de avellana. He supuesto que sigues tomándolo igual.

Kristin dio un sorbo. El sabor le estalló en la boca con una

recarga de energía que agradeció.

–Está perfecto. Bueno, ¿qué has traído para comer?

–Bagels de beicon y huevo. He pensado que necesitarías carbohidratos después de anoche.

–Un caballero no tendría que mencionar nada sobre la noche anterior ni sobre cómo pueda sentirme esta mañana.

–Nadie me ha acusado nunca de ser un caballero.

Ella resopló.

–Anda, sígueme. Podemos desayunar en mi despacho.

Se dirigieron allí y ella le indicó que se sentara en la zona de sofás para invitados.

–Iré a por unas servilletas.

–No te molestes, tengo todo lo que necesitamos.

Algo nerviosa por no tener otra cosa que hacer que sentarse y mirarlo, Kristin se entretuvo dando otro trago de café. Jackson, en cambio, no parecía en absoluto incómodo mientras sacaba la comida y las servilletas y las ponía en la mesa.

–¿Dos bagels y una ración de tortitas de patata? –preguntó ella.

–Las tortitas son tuyas. Pensé que tendrías hambre. Anoche no comiste apenas. Y recuerdo cómo te pones cuando no comes bien.

¿Y qué más recordaba? ¿Recordaba cómo solían acurrucarse en la cama, saciados después de haber hecho el amor? ¿Recordaba sus largos paseos mientras hablaban de las clases y los estudios? ¿Recordaba haberle dicho que la amaba y que quería estar con ella para siempre?

Kristin no podía olvidar el vacío que había sentido al volver al pequeñísimo apartamento que habían compartido y ver que Jackson se había ido. Había buscado por todas partes esperando encontrar una nota que explicara dónde estaba y dijera que volvería. Había llamado y escrito mensajes, tanto a él como a los amigos que tenían en común, más veces de la que podía contar. Y no había recibido ninguna respuesta.

Solo vacío y dolor.

Pero no pensaría en el pasado.

Y aunque él aún tenía que demostrar que era merecedor de la confianza de su familia y ella no se lo pondría fácil, Kristin sabía que le debía una disculpa por lo de la noche anterior.

–Antes de que desayunemos, quiero pedirte disculpas por lo maleducada que fui anoche. No debería haber dejado que mis sentimientos arruinaran una ocasión tan feliz para Hector y mi madre ni tu presentación ante la familia.

Él se quedó mirándola sin decir nada y ella vio que le temblaba un poco el ojo derecho. Por muy sereno y tranquilo que pareciera, la situación lo estaba afectando a nivel emocional.

–Gracias –respondió Jackson al momento–. Yo también te debo una disculpa por cómo te dejé. Yo…

–Eso ya es agua pasada –dijo Kristin mientras abría su bagel. Pero antes de dar un mordisco, añadió–: Aunque aún no me convence que vayas a ser nuestro abogado. O sea, disculpas a un lado, no me fío de que no vayas a fallarnos.

–Entendido –respondió él asintiendo despacio.

Ahora sí, Kristin dio un mordisco y gimió de placer.

–¡Ay, qué bueno está!

Comieron en un agradable silencio y, sin ningún tipo de vergüenza, Kristin se terminó el café y se tomó la comida como una mujer hambrienta. Después se limpió los dedos con una servilleta y metió los residuos del desayuno en la bolsa donde lo había llevado Jackson. Luego la tiraría a la basura.

–Mira, gracias por el picoteo, pero ahora tengo que dejarte –dijo con aspereza. Ahora que sus niveles de glucosa se habían normalizado y había recuperado el equilibrio, se sentía más segura de sí misma–. Tengo mucho trabajo que hacer antes de la presentación del lunes ante el comité financiero.

–Esperaba que pudiéramos hablar. Hablar de verdad.

–¿Es necesario? Me he disculpado. Te has disculpado. Hemos compartido un desayuno. Vamos a dejarlo ya y seguir adelante, ¿vale?

–Lo que la señorita desee –dijo él con gesto irónico.

Lo que la señorita deseaba eran respuestas, pero ni de coña las pediría. Estaba segura de que solo escucharía excusas o mentiras, y no estaba de humor para eso. Ni lo estaba ahora ni lo estaría nunca.

–Mira, nadie de la familia sabe lo que significábamos el uno para el otro –«eso contando con que yo significara algo para ti, claro», pensó Kristin–. Y tampoco necesitan saberlo. Me gustaría que pudiéramos seguir como si fuéramos viejos conocidos de la universidad que se reencuentran por primera vez en mucho tiempo.

–¿No les surgirán preguntas después de lo de anoche?

–¿Después de mi numerito quieres decir?

Él esbozó media sonrisa y asintió.

–De eso ya me encargo yo.

Y lo haría.

Le diría a su madre que Jackson y ella habían tenido ciertas diferencias de opiniones que no habían llegado a resolver nunca. De todos modos, tampoco se alejaba tanto de la verdad. Y también dejaría claro que no quería hablar del asunto y que habían acordado amistosamente dejar atrás el pasado.

–Siempre fuiste muy persuasiva –dijo él con otra de esas sonrisas.