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Sin reglas Susan Stephens No podían huir de sus sentimientos. Un secreto para los dos Lynne Graham La prometida de conveniencia del español… ¡y el secreto que los unía! Solo por el amor Annie West Había jurado que la mantendría a salvo, pero ella amenazaba todas sus barreras. Deseos a medianoche Barbara Dunlop Estaba decidido a desenmascarar a esa misteriosa mujer… hasta que quedó deslumbrado por sus encantos.
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Seitenzahl: 716
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.
E-pack Bianca y Deseo, n.º 308 - junio 2022
I.S.B.N.: 978-84-1105-850-6
Créditos
Índice
Sin reglas
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Un secreto para los dos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Solo por el amor
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Deseos a medianoche
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Si te ha gustado este libro…
Las fiestas lo aburrían. No quería ir a la de aquella noche, pero los invitados contaban con su presencia. Embajadores, gente famosa y hasta miembros de la realeza que esperaban ver a Lucas Silva representando a la exitosa compañía tecnológica que dirigía y haciendo honores a su mesa.
Se dispuso a bajar al salón en su ascensor privado. Alerta, se preparó para revisar hasta el último detalle del evento que había organizado la empresa contratada. ¡Pobre de Party Planners si no estaba a la altura de sus expectativas!
Aunque… ¿por qué no debería ser así? Party Planners tenía la reputación como la mejor del sector. Solo había una mosca en aquella sopa tan cara. Debido a que la directora de la empresa, lady Sarah, había caído repentinamente enferma, la hermana pequeña de Niahl, Stacey, había asumido la responsabilidad de organizar la fiesta de Barcelona. Y la mayor sorpresa de todas: su propia gente le había asegurado que Stacey era actualmente considerada la mejor organizadora de ese tipo de eventos.
Niahl era su mejor amigo, pero habían pasado cinco años desde la última vez que había visto a su hermana en otro evento de Party Planners y, en aquella ocasión, la joven no le había inspirado precisamente mucha confianza. Por entonces apenas había empezado a trabajar en la empresa, pero eran muchas las cosas que podían haber pasado en cinco años. En aquella ocasión en particular se había afanado en ayudar con poco éxito, derramando copas a diestra y siniestra. Pero, por supuesto, los recuerdos que guardaba de ella eran los de la adolescente bien dispuesta y servicial que había conocido cuando, estando todavía en la universidad, Niahl lo invitó a la finca de su familia. Niahl, Stacey y él adoraban los caballos y, cuando vio la calidad de los animales que criaba su padre, se juró a sí mismo que algún día tendría su propia cuadra. Y así había sido: en aquel momento era uno de los más destacados propietarios de purasangres y ponis de polo del mundo.
Sentía curiosidad por ver cómo había cambiado Stacey. Esperaba que hubiera hallado la felicidad al menos en su trabajo, porque en su casa sabía que no había sido así: su padre y su madrastra siempre la habían tratado como una sirvienta. En aquel entonces la pobre siempre se había llevado las culpas de todo, principalmente porque su madre había tenido la desgracia de morirse al darle a luz. Ninguna niña se merecía que la trataran así.
Niahl le había contado todo eso coincidiendo con la época en que, una vez alcanzada la mayoría de edad, Stacey se marchó de casa. Lo único que había querido su hermana por aquel entonces, según le comentó Niahl, había sido servir y hacer feliz a la gente, con la esperanza de que algún día alguien pudiera apreciar sus esfuerzos… cosa que nunca llegó a hacer su padre.
Rumiando todavía lo ocurrido durante aquellos cinco últimos años, entró en el ascensor. Obviamente Stacey había llegado a triunfar en su trabajo, pero, por lo que se refería a su vida personal, tenía sus dudas. La recordaba como una chica tan fresca e inocente… Se sonrió al evocar el flechazo que había tenido con él. Lucas nunca le había dado a entender que lo sabía, pero… ¿cómo olvidar el beso que le dio Stacey en las cuadras, cuando se abalanzó de pronto sobre él para colgarse de su cuello? Era un recuerdo que conservaba toda su viveza. La dulce presión de sus senos contra su duro pecho jamás había abandonado su mente: se excitaba cada vez que evocaba la sensación. Lo cual era un error: Stacey era fruta prohibida para él. Demasiado joven, demasiado tímida, demasiado cercana.
Stacey había sido la verdadera razón de su última visita a la finca de su padre. Supuestamente había ido allí a examinar los caballos que ansiaba comprar cuando tuviera el dinero suficiente para ello. Ella no había dejado de provocarlo, de desafiarlo, cosa que no habido podido gustarle más. Había sido una presencia estimulante, vigorizante: lo había mantenido vivo justo cuando el dolor más abrumador había amenazado con ahogarlo. Lucas nunca había llegado a compartir sus sentimientos con ella… ni con nadie. Jamás nadie había sospechado la batalla interior que había mantenido durante años, excepto, quizá, Niahl.
En aquel momento no le faltaba precisamente el dinero, de manera que podía comprar todos los caballos que se le antojara. Algunos se los había comprado al padre de Stacey, todo un experto en purasangres: varios los había convertido en campeones y había ganado mucho dinero con ellos, igual que con la cría de sementales. La empresa tecnológica que había fundado en la habitación de la casa familiar como medida desesperada para saldar las deudas de sus padres no había dejado de crecer. Y el dinero no había dejado de afluir desde entonces.
Decidido a mantener a sus hermanos y a su hermana después del accidente que acabó con la vida de sus padres, cuando el banco reclamó los créditos impagados, se había servido de un viejo ordenador para diseñar un programa capaz de rastrear las dinastías de purasangres de todo el mundo. Aquel programa había llevado a otro, y a otro más, hasta que la empresa Silva había terminado abriendo oficinas en las principales capitales del mundo. Su primer amor, sin embargo, siempre habían sido los caballos y las salvajes montañas de Sierra Nevada, en cuya finca criaba amorosamente sus ejemplares.
Cuando se detuvo el ascensor y las puertas se acero se abrieron con un siseo, salió a la planta del salón. No pudo evitar ser consciente del interés que suscitó su llegada. La empresa Silva era puntera a nivel mundial. Gracias a su talento para las nuevas tecnologías y a la desesperación que lo había empujado, era el propietario de cuanto abarcaba con la vista, incluido aquel hotel. Pero no era ese su hábitat natural. Mientras contemplaba la deslumbrante decoración del salón, con la doble puerta todavía cerrada al paso de los invitados, le entraron ganas de quitarse de encima el compromiso cuanto antes. Aquel banquete, sin embargo, representaba una buena oportunidad de agradecer a su equipo de colaboradores el trabajo realizado, además de recaudar una buena cantidad de dinero para una serie de proyectos benéficos dignos de financiamiento. Pese a lo incómodo que se sentía con aquel esmoquin y aquella pajarita que amenazaba con estrangularlo, estaba dispuesto a mover cielo y tierra con tal de triunfar aquella noche.
Se dedicó a observar el bullicio de los preparativos, pero buscando todo el tiempo a Stacey con la mirada. ¿Cómo le habrían sentado los cinco años transcurridos? Esperaba que estuviera contenta y feliz. ¿Pero cómo se comportaría con él? Había llamado antes a su habitación, pero no había recibido respuesta. La fiesta estaba a punto de empezar. Ya debería estar allí… ¿dónde se habría metido?
Cuando estaba pasando por delante de la mesa de las bebidas, evocó la última y lejana ocasión en que había visto a Stacey, quien por cierto había derramado entonces una copa sobre su pareja, arruinándole el vestido… Al parecer, no dejaba de pensar en ella.
Le sorprendía que el destino hubiera vuelto a ponerla en su camino. Reconoció divertido que echaba de menos las pullas de Stacey. Solo ella se había atrevido a plantarle cara y la verdad era que estaba harto de que lo adularan. Anhelaba su estimulante compañía, aunque antaño había estado a punto de volverlo loco con las pesadas bromas que solía gastarle en la granja. Echaba de menos las miradas que solían cruzarse y las chispas que habían saltado cada vez que habían estado juntos. Resultaba irónico que un hombre que podía comprarlo todo no pudiera comprar lo único que deseaba en aquel instante: unos pocos momentos de su tiempo.
El dinero no significaba nada para Stacey. Eso se lo había dejado muy claro el día en que él adquirió su caballo favorito. Cuando su padre le ofreció aquel potro tan prometedor, Lucas no había tenido ni idea de lo mucho que había significado para ella. Cuando apareció el transporte para trasladarlo a su finca de España, Lucas le ofreció a Stacey el mismo dinero que había pagado por el animal con tal de que dejara de llorar. Nada pudo haberla enfadado más en aquel momento. Y recordarle que con aquel dinero podía pagarse la universidad no mejoró la situación.
–¡Te odio! –le había gritado–. Tú no sabes nada del amor. ¡Lo único que te importa es el dinero!
Aquello le había dolido, porque sí que le había importado el amor. El dolor que le causó la muerte de sus padres nunca le había abandonado, aunque rara vez pensaba demasiado en ello, consciente de que corría el riesgo de hundirse si lo hacía.
–¡Si maltratas a Ludo, te mataré –le había prometido Stacey.
Ante el dolor que había visto brillar en sus ojos verdes, Lucas había entendido bien su situación: la angustia de alguien que, en términos de afecto, solo podía contar con un alocado hermano y con un caballo al que adoraba.
–¿Está todo a su satisfacción, señor Silva?
Se giró en aquel momento para encontrarse con la ansiosa mirada del director del hotel.
–Si detecta algún defecto, mi plantilla se encargará de corregirlo rápidamente –continuó, retorciéndose nervioso las manos–. Tengo que decirle que Party Planners se ha superado a sí misma. No recuerdo de ningún gran evento celebrado aquí que haya transcurrido tan bien.
–Gracias –repuso Lucas, cortés–. Yo estaba pensando precisamente lo mismo. Er… ¿ha visto usted a la responsable de Party Planners, por cierto?
–Ah, sí, señor. La señorita Winner está en la cocina, encargándose de los detalles de última hora.
El director pareció especialmente contento de ayudar y Lucas le dio una palmada en la espalda.
–Ustedes tienen una plantilla de primera. Estoy seguro de que ayudarán a los planificadores en todo lo que les pidan.
¿Pero por qué Stacey no había ido directamente a saludarlo? La chica debería estarle agradecida, en lugar de rehuir su compañía. Fuera como fuese, Stacey siempre había hecho las cosas a su manera y sin duda, se presentaría cuando se le antojara, nunca antes.
En un intento por distraerse, se dedicó a admirar la escena de fantasía invernal en la que Stacey había convertido el salón. Una fuente de champán, formada por copas colocadas en precario equilibrio, se elevaba hasta alcanzar la planta del entresuelo. Varios artistas estaban dando los últimos toques a esculturas de hielo a tamaño natural que representaban a caballos y jinetes mientras, en una esquina, los camareros de un bar de hielo preparaban elaborados cócteles. Girando sobre sí mismo, paseó la mirada por la pista de baile circular rodeada de mesas. Los mejores chefs del mundo cocinarían para los invitados. El aire parecía vibrar de tensa expectación. Pesadas copas de cristal tallado se alineaban en el inmaculado mantel, mientras un verdadero bosque de velas iluminaba el ambiente. El color elegido para la decoración, verde y blanco, resultaba perfecto. La plantilla de camareros ya estaba preparada y los músicos de la orquesta afinaban sus instrumentos.
Como un purasangre firmemente refrenado por su jinete, todo a su alrededor parecía listo para entrar en acción. Excepto su libido, se recordó, que esa noche tendría que sofocar como fuera.
Todo estaba listo. Stacey adoraba aquellos momentos, justo antes de que se disparara la pistola. Todavía estaba en vaqueros y camiseta, dispuesta como estaba a ayudar en todo lo que fuera necesario hasta el último momento, pero quería estar duchada y vestida con la máxima elegancia para cuando entraran los invitados. Siempre experimentaba un estremecimiento de excitación en aquellas circunstancias, aunque aquella noche la sensación era más bien de terremoto ante la perspectiva de volver a ver a Lucas. Quería que supiera que había triunfado, profesionalmente hablando, pero, sobre todo, que le encantaba su trabajo.
Lo que el equipo de Silva no podía saber era que lady Sarah, la propietaria de Party Planners, había caído enferma de repente y que el banco amenazaba con embargarla, pero si Stacey conseguía hacer de aquella noche un éxito y asegurarse el próximo contrato con Silva, el banco retiraría su intención de ejecutar el crédito. El equipo había trabajado demasiado duro. Si algo salía mal, sería ella quien asumiría la responsabilidad.
Enfrentarse al hombre que le había robado tantas noches de sueño durante su adolescencia no era poca cosa. Debería resultarle fácil, ya que le había seguido la pista desde entonces mediante Niahl y la prensa. Lucas solía aparecer acompañado de tal o cual princesa o celebridad, siempre elegante pero con aspecto algo aburrido. ¿Estaría acompañado aquella noche? El pensamiento la inquietó. No podría soportarlo. Pero tenía que hacerlo. Lucas no era suyo, nunca lo había sido.
Todo el mundo estaba muy excitado cuando el equipo de Party Planners se congregó para una reunión de última hora en la oficina contigua al salón de baile. Aquella era una ocasión tan emocionante como glamorosa y, aunque su agenda diaria estaba repleta de eventos similares, la fiesta de Silva era algo especial, sobre todo cuando el propietario y fundador se encontraba en el edificio. Todo el mundo había oído hablar de Lucas Silva. Sus proezas en el terreno profesional eran de conocimiento público, así como su prodigioso talento para el polo o su impresionante capacidad para criar y entrenar purasangres. Como resultado, todo el equipo hervía de entusiasmo ante la perspectiva de verlo, aunque fuera de lejos, lo cual incluía a Stacey.
¿Se abalanzaría sobre él, como había hecho en el pasado? ¿O le tiraría una copa a su pareja, caso de que se presentara con alguna? «¡Resiste! No te dejes vencer por los nervios», se dijo. Tuvo que recordarse que lo único importante era demostrarle a Lucas que tanto ella como su equipo eran los mejores para aquel trabajo.
Nada más ver a Lucas Silva, el aire escapó de golpe de sus pulmones. Al menos estaba solo, sin pareja alguna a la vista. Aún. Vestido de esmoquin, estaba insoportablemente guapo. Y el paso del tiempo había añadido gravedad a ese atractivo tan suyo. Se había dejado abierto el botón superior de la camisa y llevaba la corbata de lazo colgando del cuello. Con aquel físico de gladiador que tenía, exudaba un peligroso glamour que incitaba a toda mujer presente en aquel momento en el salón a intentar llamar su atención. Con la excepción de Stacey, dado que lo más probable era que Lucas continuara pensando en ella como en la irritante y algo molesta hermana de su amigo.
Sí, por supuesto que Lucas tenía un aspecto formidable, pero ella tenía trabajo que hacer. Le daría la bienvenida al evento, soportaría las críticas que él pudiera hacerle y corregiría cualquier defecto inmediatamente. Tenía que asegurarse el próximo contrato con su empresa. La fiesta anual que Silva celebraba en las montañas era aún más importante que aquel banquete. Cuando se filtrara la noticia, como era previsible, de que lady Sarah estaba enferma… ¿confiaría Lucas en ella para que ocupara su lugar?
Una vez que los miembros de su equipo se marcharon para cumplir con sus obligaciones de última hora, Stacey dispuso de un momento a solas para pensar. Sus pensamientos volvieron al hombre al que estaba viendo en aquel momento deambular por el salón, de lejos. Sin que pudiera evitarlo, evocó el beso que intentó darle años atrás, cuando sus sentimientos se impusieron a su razón. Sus hormonas de adolescente habían jugado un papel en ello, pero esa no podía haber sido la única causa, porque… ¿por qué entonces estaba experimentando la tentación de seguir aquel mismo impulso tantos años después?
En un intento por distraerse, fue a revisar la provisión de botellas de champán que se estaban enfriando. Seguía, sin embargo, pensando en Lucas. Resultaba inevitable. Lucas había estado presente el día en que ella tomó la decisión de abandonar la casa familiar, además de que había jugado un importante papel en la misma. La había sorprendido en las cuadras despidiéndose del potro al que tanto había adorado. En aquel momento había llegado a albergar la loca esperanza de que se hubiera presentado allí para decirle que había cambiado de idea y que podía quedarse con Ludo, pero, en lugar de ello, le había ofrecido dinero. Pero lo que le dolió todavía más fue que la conociera tan poco, que hubiera supuesto que el vil metal pudiera reemplazar a un animal tan querido. Su padre le había prometido que jamás vendería a Ludo. Le había mentido.
Se había enterado más tarde de que Lucas no había sabido entonces lo mucho que adoraba a Ludo cuando le hizo la oferta: la verdad era que su padre había vendido el potro sin informarla siquiera a ella. Aquello había sido la gota que había colmado el vaso. Ya por entonces había estado pensando en abandonar la granja, pero, después de aquello, no había tenido ya ninguna razón para quedarse. Para poder mantener a un animal con sus propios medios, había tenido que estudiar y cualificarse profesionalmente. Una carrera profesional había sido su único camino hacia la independencia.
Estaba ayudando a los miembros de su equipo a cargar las cajas de champán de reserva cuando se le ocurrió que, en realidad, no podía culpar a Lucas de la decisión que había tomado de abandonar su hogar. Si acaso, debería estarle agradecida. Aquel era un trabajo fantástico y contaba con los mejores colaboradores.
Qué contraste con la vida en la granja, reflexionó mientras avisaba a sus colaboradores de que solamente faltaba media hora para que abrieran la doble puerta para dar paso a los invitados. En su equipo, todos colaboraban con todos: los desafíos los enfrentaban juntos y ella era feliz allí, entre amigos. A su padre, en cambio, nunca le había caído bien, y a su nueva esposa todavía menos. Con Ludo vendido, no había tenido razón alguna para seguir en aquella solitaria granja. Se le había presentado la oportunidad de probarse a sí misma en la gran ciudad y, en aquel momento, era una buena profesional con un trabajo que hacer, se recordó mientras seguía afanándose con los preparativos. Estaba atravesando por enésima vez el salón de baile, con la idea de saludar de una vez por todas a Lucas y no retrasar más el momento, cuando una colaboradora la detuvo para comentarle un problema que había surgido con la disposición de los asientos en las mesas cercanas a la del anfitrión.
–Yo me encargo –dijo Stacey. Había dedicado horas a aquel asunto. En eventos como aquellos había que seguir un estricto orden jerárquico, para evitar susceptibilidades. Sospechaba que a Lucas no le importaría dónde sentarse, pero a sus invitados sí.
Sin embargo, para cuando hubo arreglado la situación, no vio a Lucas por ninguna parte. Se le encogió el estómago. Cuando lo saludara, debería mantener la actitud más profesional posible… Y después no volver a perderlo de vista y ponerse a su disposición con tal de asegurarse de que no fuera a rescindir el siguiente contrato con Party Planners. Lo que no significaba ponerse a su disposición en todo, por supuesto…
Le irritó ver a Stacey cruzando el salón de un lado a otro sin dignarse a mirarlo ni una sola vez. Vestida de manera informal como iba, sin maquillaje y con el pelo recogido en un moño, seguía impresionándolo con su belleza. Cierto que el ritmo de trabajo en un evento así era frenético, sobre todo cuando solamente faltaba una hora para que entraran los invitados, pero eso no era excusa para que no se hubiera acercado aún a saludarlo. «Al fin y al cabo yo soy el cliente, ¿no?».
«Está ocupada», se recordó. «¿Acaso no eso lo que esperas de una planificadora de fiestas, una absoluta dedicación a su trabajo?». Suspiró. Por una vez, lo que quería y lo que podía tener estaban separados por un abismo.
Se encogió de hombros. Salvaría aquel abismo.
Al menos en aquel momento se encontraba de regreso en su habitación, tranquilizada por la convicción de que su equipo lo tenía todo controlado. Se alegraba de haber decidido con antelación la elección de vestido, porque ver a Lucas la había afectado demasiado. Cuando no había estado en su vida, lo había tenido muy presente en sus pensamientos y, ahora que estaba allí, no podía pensar en otra cosa…precisamente cuando más debía concentrarse en su trabajo.
Cerrando los ojos, soltó un tembloroso suspiro. Tenía una llamada que hacer, para la que iba a necesitar de todo su coraje. Desde que lady Sarah la puso al frente de los contratos con Silva, Stacey había establecido una excelente relación de trabajo con su equipo. Era por ello por lo que quería asegurarse de que no iba a meter la pata cuando le dijera a Lucas que, previsiblemente, sería ella también la que se encargaría de organizar su fiesta en las montañas. Enterrar la cabeza en la arena no tenía sentido. Él tenía que saberlo y era a ella a quien le correspondía decírselo, antes o después.
Su interlocutora la saludó cariñosamente y escuchó todo lo que tenía que decirle antes de admitir que, tal como Stacey había sospechado, no habían visto razón alguna para molestar a Lucas con el dato de que ella estaría al frente del evento anual en las montañas. La palabra de lady Sarah era suficiente para ellos.
–No es que lo hayamos mantenido en secreto –explicó la mujer–. Los rumores no le gustan, y él confía en nosotros, de manera que no consideramos oportuno molestarlo para decirle que tú estarías al frente en lugar de lady Sarah.
–Era lo que me imaginaba –repuso Stacey–. No te preocupes. Ya se lo explicaré yo.
–¿Algún otro problema?
–Ninguno. Todo perfecto –podía fingir ante los demás, pero no ante sí misma. Porque el regreso de Lucas lo había cambiado todo.
El vestido que había elegido era lo suficientemente elegante para una fiesta tan sofisticada pero a la vez discreto: de seda color crema, largo hasta los tobillos, escote pudoroso y cuello con solapa. Con sus rebeldes rizos rojos en un sencillo moño, se colgó la credencial al cuello y, tras perfumarse un poco, abandonó por fin la habitación.
Miró el reloj cuando entró en el ascensor. Iba bien de tiempo. El corazón le latía a toda velocidad. ¿Qué pensaría Lucas cuando la viera? ¿Sentiría algo? «No», concluyó para sus adentros con una sonrisa irónica. Se mostraría tan indiferente y despreocupado como siempre. Pero eso no aminoraba sus nervios ante la perspectiva de volver a verlo.
Su primer encuentro con Stacey no transcurrió como había esperado. Le cortó el paso en el salón, de golpe.
–Disculpa, Lucas, pero no puedo detenerme a hablar ahora…
–¿Perdón? –la miró sorprendido–. ¿Qué clase de recibimiento es este?
–¿Después de cinco largos años, quieres decir? –replicó, mirándolo fijamente.
Tuvo que recordarse que, al margen de su profesionalidad, era una mujer que nunca había rechazado un desafío. Algún consuelo le proporcionó ver que aquellos preciosos ojos verdes se habían oscurecido un tanto y que parecía jadear levemente.
–¿Te has asustado? ¿Vas a salir corriendo?
–Oh, estoy perfectamente tranquila. No necesitas preocuparte de que ninguna copa vaya a salir volando esta noche… Me alegro de verte, por cierto, Lucas –dijo, a manera de preludio de su inminente retirada–. Tienes buen aspecto.
–Y tú estás ruborizada.
–Es el calor que hace aquí.
–Bueno, si el aire acondicionado no funciona bien… –frunció el ceño.
–Funciona perfectamente.
–¿Entonces?
–Entonces vas a tener que perdonarme, pero tengo mucho que hacer –y siguió su camino.
Un miembro de su equipo requirió su atención, con lo que Lucas no tuvo más remedio que resignarse, contra su costumbre. Aquellos escasos minutos que había estado con ella le habían sabido a poco. ¿Habrían sido suficientes para Stacey? Sus ojos le habían sugerido lo contrario pero, claramente, la dedicación a su trabajo estaba por encima de sus sentimientos personales, algo que lo llenaba de frustración.
Lo había dejado plantado, con la palabra en la boca. Se sonrió, irónico. Stacey Winner siempre había sido muy especial. Y estaba bellísima, por cierto, pensó mientras seguía con la mirada sus movimientos por el salón. Se había recogido en un moño el cabello todavía húmedo por la reciente ducha y su maquillaje no podía ser más sencillo. En cuanto a su cambio de atuendo, el elegante vestido de crema que moldeaba su sensual figura había supuesto una absoluta transformación comparado con la camiseta y los vaqueros de cuando trabajaba en la finca.
Había sobrevivido a su primer encuentro con Lucas. Sentía incluso un punto de orgullo por haber podido revivir el tono burlón y algo pícaro de sus conversaciones en la granja, manteniendo al mismo tiempo el equilibrio entre su faceta personal y profesional. O al menos esperaba haberlo conseguido, pensó mientras lo miraba, que en aquel momento estaba hablando con los músicos de la banda. Verlo de lejos era ya suficientemente malo, pero tenerlo tan cerca como para poder tocarlo representaba un inefable tormento. Aquel hombre era como un campo de fuerza que amenazaba con engullirla…
–Stacey.
–¡Lucas!
Estaba justo detrás de ella. Había vuelto a ocurrir. Su cerebro se había reducido a papilla mientras que sus pies habían echado raíces en el suelo. Obligándose a recuperarse, se concentró en el trabajo que tenía entre manos.
–Las puertas se abrirán en unos pocos minutos –exclamó, quitándole la palabra de la boca, y volvió a escabullirse.
Maldiciendo por lo bajo, se prometió a sí mismo que en algún momento conseguiría pasar un rato a solas con ella. En aquel instante era difícil, pero más tarde… Estaba acostumbrado a salirse siempre con la suya, y a que las mujeres se lo quedaran mirando con el deseo y el símbolo del dólar en los ojos. Pero Stacey era diferente.
Lo que en aquel momento veía en los ojos de Stacey no era otra cosa que pasión por su trabajo y determinación por convertir aquella fiesta en un éxito. Resignado al papel de espectador mientras ella se movía de un lado a otro del salón como un glamoroso autómata con tacones, apretó la mandíbula, soltó un gruñido frustrado y se aprestó a representar su papel de anfitrión. Ver a Stacey le había despertado sentimientos que ni siquiera había sido capaz de imaginar. Sentimientos para los que no había más que una cura.
Justo en aquel momento, ella se volvió para mirarlo con unos ojos que parecieron decirle, en lugar de evidenciar deseo o codicia alguna: «¿Qué te parece lo que he organizado? ¿Verdad que mi equipo ha trabajado duro?». Qué mujer tan irritante… Pero ni estaban en la granja ni ella era la traviesa adolescente que solía burlarse del amigo de su hermano. ¿Se había olvidado acaso de que él era su cliente, el tipo que la estaba pagando? Y entonces, de repente, volvió a verlo: aquel brillo de picardía en sus ojos, el mismo que recordaba tan bien. Sacudiendo la cabeza, la reconvino con una ceñuda mirada de advertencia… desaparecida ya su irritación.
Ella, a su vez, lo recompensó con una sonrisa que le hizo ansiar poseerla allí mismo, delante de todos. Se le había acabado el tiempo. La doble puerta se abrió por fin y empezaron a entrar los invitados.
Desde el primer momento en que Niahl lo invitó a su casa para enseñarle los ponis de su padre, Stacey lo había puesto a prueba. Lo había desafiado a montar su caballo más rebelde para retirarse con indiferencia después de ver cómo lo dominaba. Montando era temeraria. «Ya te ganaré la próxima vez», solía decirle cuando fracasaba en sus intentos por superarlo en velocidad. Nunca se rendía. Había recurrido a todos los trucos posibles para disuadirlo de que adquiriera sus ponis favoritos. «Eres demasiado exigente. Terminarás haciéndoles daño», le había dicho, a sabiendas de que era mentira, ruborizándose. Los ponis en cuestión, según Stacey, eran cojos o se cansaban fácilmente, con lo que seguro que terminarían por decepcionarle. Esas mentiras se las soltaba con sus enormes ojos verdes bien abiertos para luego, a la menor oportunidad, liberar a los ponis y espantarlos para que se escaparan, obligándolo a él y a Niahl a volver a reunirlos…
Su marcha de la finca y de la casa familiar había sorprendido a todo el mundo menos a Lucas. Sospechaba que su padre debía de haberse sentido incluso aliviado. Un alivio que su nueva mujer no se molestó en disimular, dado que Stacey jamás le había caído bien. Quizá solamente Lucas y Niahl habían comprendido y apreciado el coraje del que había hecho gala Stacey para labrarse una nueva vida en la gran cuidad.
A Stacey siempre le habían encantado los desafíos. «Y a mí», reflexionó Lucas mientras la veía saludar al primero de los invitados. Apoyado en una pared, se fijó en la gracia y elegancia con que iba guiando a cada una de aquellas luminarias de la sociedad a sus respectivos asientos. Comparada con la exquisita sencillez de Stacey, las demás mujeres del salón parecían excesivas, recargadas, estridentes. Todas fracasaban a la hora de conseguir su atención, mientras que ella era todo lo que había soñado y deseado… pero que no podía tener, se recordó, presa de una dolorosa excitación. Stacey Winner era fruta prohibida para él: no tenía cabida en su frenética vida. Era la querida hermana pequeña de Niahl, una amistad que no tenía intención alguna de poner en riesgo.
Como si hubiera percibido el rumbo que estaban tomando sus pensamientos, Stacey miró en aquel momento en su dirección. Vio que apartaba en seguida la mirada… ¿ruborizada, quizá? ¿La afectaría de la misma manera en que ella lo afectaba a él? Y si ese era el caso, ¿debería importarle? Solo una cosa era cierta: debajo de la coraza profesional que había desarrollado durante aquellos cinco últimos años, seguía ardiendo el mismo fuego. Solo que le costaba menos disimularlo.
El salón, mientras tanto, no había dejado de llenarse. Las sonrisas de satisfacción de los invitados le confirmaron lo que ya sabía: Party Planners se había portado de maravilla. Así que, encogiéndose de hombros, buscó la mirada de Stacey y le lanzó otra cargada de ironía como diciendo: «Bien hecho».
«Mírame», pareció decirle ella, maliciosa. «Porque no he acabado todavía».
Oh, desde luego que no había acabado, cuando el vestido que lucía subrayaba cada exuberante curva de su cuerpo, o cuando su peinado enfatizaba unos pómulos en los que nunca antes se había fijado tanto. Porque eran muchas las cosas que habían cambiado en cinco años. Mientras continuaba observándola, pensó que quizá fuera su tranquila confianza lo que más le impresionaba. Eso y lo más obvio: su clásica elegancia y aquel sello de humor que tanto lo atraía.
De repente advirtió que un embajador de cierta edad se acercaba a ella para plantarle su ancha zarpa en la espalda. El impulso de pegarle resultó abrumador, a la vez que ridículo. Sería capaz de controlarse, ¿no? Pues al parecer no, reconoció mientras atravesaba el salón a buen paso. Stacey era suya. «Para protegerla», se apresuró a corregirse, como habría protegido a cualquier otra mujer en apuros.
Cuando llegó a donde se encontraba Stacey, vio que se había desembarazado del sátiro para seguir su camino, pero en seguida volvió a verse en una complicada situación protagonizada por una famosa actriz con fama de problemática. La prima donna ya había dejado desolados a algunos de los miembros más jóvenes de Party Planners para cuando Stacey se incorporó al tenso grupo. En seguida les indicó que se retiraran para hacerse directamente cargo de la situación. La diva se había sentado en una de las mesas principales para que todo el mundo pudiera verla y admirarla, pero algo había en la mesa que parecía desagradarla profundamente.
–Retire por favor este centro de mesa –ordenó la mujer–. Seguro que mi equipo le informó de que soy alérgica a estas cosas. Solo admito rosas blancas en mi mesa.
¿Cómo iba a poder conseguir rosas blancas a esas alturas de la velada?, se preguntó Lucas mientras veía como Stacey intentaba tranquilizar a la diva a la vez que daba unas discretas instrucciones a una colaboradora.
–Ningún esfuerzo es poco cuando se trata de complacer a una estrella. Me encargaré personalmente de corregir este desafortunado error de inmediato. Mientras tanto –llamó a un camarero–, una botella del mejor champán para nuestra invitada. Hasta que lleguen las rosas blancas, ¿le gustaría quizá conocer al príncipe Albert de Villebourg sur Mer?
Al ver el brillo de interés que asomó a los ojos de la diva, Lucas exclamó para sus adentros: «Bravo, Stacey!». Y todavía tuvo otro bravo para ella cuando una colaboradora acudió con una florista. Todo solucionado.
Un verdadero triunfo para la señorita Winner. Se alegraba por ella, pero… ¿eran imaginaciones suyas o le había parecido ver que Stacey se lo quedaba mirando con una sonrisa como diciendo: «¿qué tienes qué decir ahora?». Lo cierto era que tenía muchas cosas que aprender de aquella nueva Stacey. Se moría de impaciencia.
Siempre habría líos e imprevistos, pensó resignada mientras pasaba a ocuparse de todo. Pero resolverlos constituía parte de la diversión. Le gustaba encontrar respuestas y hacer feliz a la gente. Y no solo porque su principal cliente se encontrara en aquel momento en la habitación, aunque Luc se las arreglaba para excitarla cada vez que cruzaban una mirada. El esmoquin le sentaba de maravilla. Enfatizaba su estatura y la anchura de sus hombros, acentuaba el glamour que le caracterizaba. Aunque la verdad era que, con unos viejos vaqueros, estaba igual de guapo… al igual que con aquellos ajustados pantalones de polo con los que aparecía en las revistas. Pero mejor era no pensar en pantalones ajustados, o no conseguiría hacer nada a derechas. Tenía cosas mejores que hacer que admirar el trasero de un cliente.
En su defensa, sin embargo, tenía que reconocer que ningún cliente tenía un trasero como el de Lucas Silva.
Esa vez no se le iba a escapar. A la primera ocasión en que volvieron a cruzarse sus caminos, Lucas se plantó ante ella.
–Señorita Winner, estoy empezando a pensar que me estás evitando.
–¿Por qué habría de hacer algo así? –inquirió, indiferente. Luego, abriendo los brazos, añadió, irónica–: La verdad es que hemos estado muy ocupados esta noche, pero esperaba que estuvieras satisfecho con nuestro trabajo.
–Lo estoy. Te he visto lidiar con clientes difíciles y resolver situaciones que habrían podido terminar muy mal.
–Solo quiero que todo el mundo disfrute –se encogió de hombros–. Cada uno de nosotros alberga diferentes expectativas.
–Desde luego –convino él, mirándola fijamente a los ojos.
Lo miró como si esperara encontrar un brillo de burla en su mirada. Como no fue así, sonrió.
–En cualquier caso, gracias por el cumplido. Lo acepto en nombre del equipo. Ahora, si me disculpas, tengo otro asunto que revisar antes de que empiece el banquete.
–¿Cuál?
–Quiero asegurarme de que nadie ha cambiado su tarjeta de la mesa asignada con tal de sentarse cerca de ti.
–¿Tan solicitado estoy?
–Sabes que sí.
–Pero no por ti, ¿verdad?
–No sé qué quieres decir –repuso, sin atreverse a mirarlo a los ojos.
–Olvídalo –le hizo una burlona reverencia–. Y gracias por protegerme.
–Ha sido un placer –repuso, dispuesta a salir disparada.
–Entonces… ¿dónde voy a sentarme yo? –le preguntó, deseoso de retenerla un poco más.
–A mi lado –al ver su gesto de sorpresa, añadió divertida–: Pensé que te gustaría. Has venido sin pareja y a la princesa la he sentado a tu derecha. Así estaré cerca de ti. Como asistente personal tuya.
–¿Y eso no te molesta?
–¿Por qué habría de molestarme? Es mi trabajo. Pero si prefieres que me siente en otra parte…
–No, no –negó con inusitada rapidez, para sorpresa de ella y de él mismo–. Me parece bien lo que dispongas.
–De acuerdo. Entonces, si me disculpas…
–Por supuesto –inclinó la cabeza–. No dejes que te entretenga.
No volvió a ver a Lucas hasta que todo el mundo estuvo sentado para el banquete. Solo entonces ocupó el asiento que estaba vacío a su izquierda.
–Lo de antes solo era una broma. No sabía si tenías reservado este lugar para alguien. Y lo que no quiero es dejar vacía esta silla.
–Tienes razón: no quedaría bien –convino Luc–. ¿Pero es esa la única razón por la que te has sentado a mi lado? –le lanzó una larga mirada de reojo.
–No se me ocurre ninguna otra –repuso, pese a que sabía que tenía que abordar con él la cuestión de la ausencia de lady Sarah.
–Me has impresionado esta noche.
–Querrás decir que te ha impresionado el equipo.
–Quiero decir que me has impresionado tú.
Lo dijo con voz dulce y ronca, prolongando su mirada más de lo necesario. Stacey aprovechó el momento para preguntarle:
–¿Significa eso que el próximo contrato está asegurado?
Lucas frunció el ceño.
–¿Hay algo que quieras decirme al respecto?
Ya se había enterado. Suponía que habría revisado las últimas noticias que habían corrido sobre Party Planners, incluyendo el detalle de la enfermedad de lady Sarah.
–Bueno, solo que lady Sarah se halla indispuesta y que por esa razón me pidió que la sustituyera. ¿Tienes algún problema con eso?
–¿Algún problema, dices? –la miró inquisitivo.
–El equipo se ha volcado contigo. Y yo también.
–Y yo me mostraré debidamente agradecido con todos.
–¿Pero?
–¿Quieres que te dé una seguridad ahora mismo?
Justo en aquel momento, un miembro de su equipo le hizo un discreto gesto para que se acercara.
–Si me disculpas…
–¿No vas a quedarte a probar al menos la comida?
–Confío en tus chefs.
–Mira qué bien –comentó Lucas, irónico.
–Y confío en ti –añadió, tocándole ligeramente un brazo como para subrayar sus palabras.
Inmediatamente se arrepintió de aquello. Porque fue como meter los dedos en un enchufe: podía sentir un cosquilleo en los dedos. La verdadera pregunta era si Lucas confiaría en ella lo suficiente como para dejarla a cargo de un evento tan importante para su compañía como la fiesta anual en las montañas. Para complicar las cosas, parecía que su antigua conexión seguía siendo tan intensa como siempre, algo que quedó demostrado cuando no pudo resistirse de lanzarle una pulla antes de levantarse de la mesa:
–¿Quieres que le diga a alguna de las estrellas maestras en el arte de cambiar tarjetas que el asiento contiguo al del anfitrión acaba de quedarse libre?
–¡Ni se te ocurra…!
La maldijo para sus adentros. ¡Se había largado! Y con una sonrisa en los labios. Aquello había sido como estar de vuelta en la granja, donde Stacey le había devuelto cada pulla que él le había lanzado. Se le había erizado el vello de la nuca… aparte de que estaba dolorosamente excitado. Soltó una amarga carcajada. Quizá se merecía aquello, se merecía el pícaro brillo de sus ojos… Se merecía a Stacey, en suma.
Seguía rumiando aquellas reflexiones cuando una joven a la que reconoció vagamente del circuito de polo se aproximó al asiento que acababa de quedar vacío y le comentó:
–Pareces muy solo.
–¿Ah, sí? –levantándose como exigían las buenas maneras, esperó a que se sentara y le presentó al joven y atractivo diplomático que se hallaba sentado al lado–. Por desgracia, reclaman mi presencia. Mis disculpas –llamó a un camarero–. Champán para mis invitados.
Y abandonó la mesa, aliviado. No podía dejar las cosas así como así con Stacey. De nada servía retrasar lo inevitable. Atravesó el salón en busca de la única mujer con la que pensaba bailar aquella noche.
Lucas se había levantado de la mesa. No podía verlo por ninguna parte. ¿Acaso lo había ofendido, arruinando por tanto las posibilidades que tenía Party Planners de asegurarse su siguiente contrato? Si ese era el caso, nunca se lo perdonaría. Quedaban ya pocas parejas en la pista de baile, pero ella tendría que quedarse hasta que el último miembro de su equipo se hubiera marchado.
A esas horas, siempre quedaban algunos rezagados a quienes el descanso de la gente que había estado trabajando para ellos les resultaba del todo indiferente. Tuvo, sin embargo, la paciencia necesaria de hablar con cada uno de ellos, firme pero educadamente, para pedirles que se retiraran con el pretexto de que no tardaría en aparecer el turno del servicio del desayuno y que, además, había que limpiarlo y recogerlo todo antes. Tuvo suerte y, después de acompañar a los últimos invitados hasta la salida, ayudó a recoger en la cocina y miró debajo de las mesas en caso de que alguien se hubiera dejado olvidado algo.
Acababa de levantarse cuando sintió unas manos en su cintura.
–¿Puedo ayudarte?
Dio tal respingo al oír la voz de Lucas que estuvo a punto de caerse hacia atrás.
–¿Estás bien? –la sujetó a tiempo–. Insisto en ayudar. Dime qué tengo que hacer.
–Nada, gracias. Pon simplemente algo de distancia entre nosotros y estaré mejor que bien.
–Vaya. ¿Demasiado cansada para seguir llevando la fría máscara profesional?
–Algo así –admitió ella con un suspiro.
Lucas se echó a reír. Quizá la causa fuera el agotamiento. En cualquier caso, la vista de aquella boca tan sensual hizo que le entraran ganas de dejar de resistirse y hacer las paces con él.
–Ya has hecho suficiente esta noche –repuso él, firme.
–Es mi trabajo.
–Tu trabajo es bailar conmigo –replicó, sorprendiéndola–. A no ser que decidas ignorar la petición de un cliente, en cuyo caso no me quedará otro remedio que informar de tu actitud poco colaboradora.
–¿Estás de broma?
–¿Tú crees? ¿Estás dispuesta a asumir el riesgo?
Si aquello hubiera ocurrido cinco años atrás, lo habría desafiado abiertamente, porque, además, estaba segura del brillo de diversión que ardía en sus ojos.
–¿Informarás negativamente de mí porque me niegue a bailar contigo?
–A mí me parece justo –arqueó una ceja.
–Todo lo que dices te parece justo, claro –repuso, sonriendo a su pesar–. Definitivamente eres el hombre más irritante con el que me he topado nunca –«y el más guapo», añadió para sus adentros–. Ah, y gracias por la invitación, pero llevo una vida perfectamente tranquila y quiero seguir así.
–¿Una vida aburrida, quieres decir?
–No. Simplemente me gustan las cosas tal como están.
La expresión de Luc cambió: de ligeramente burlona, se volvió abiertamente incrédula.
–Como quieras –se encogió de hombros y medio se volvió, como dispuesto a marcharse.
Anhelando desesperadamente continuar la conversación, se vio obligada a admitir que Luc la asustaba. Siempre habían tenido una relación amor-odio. Amor cuando estaban con los caballos, aquellos animales que tanto adoraban, y odio cuando veía la facilidad con que Luc se metía en el bolsillo a todo el mundo, mujeres especialmente. ¿Cómo podía no parecer una ingenua y una aburrida comparada con el tipo de mujeres sofisticadas con las que salía?
Si alguna vez llegaran a tener sexo, y que el cielo la ayudara por imaginarse algo así, seguramente haría el ridículo. No había tenido mucha experiencia en aquellas cosas, sobre todo con un hermano grandullón siempre al acecho de los hombres que habían pretendido acercársele. Ya en la universidad, no conoció a nadie que pudiera compararse con Lucas. Las pocas citas que había tenido la habían vacunado contra el sexo de por vida. No, seguro que él no tendría paciencia alguna con una novata…
–El equipo no debería quedarse trabajando hasta tan tarde –le soltó Lucas de repente–. Y eso rige también para ti. Voy a mandar a todo el mundo a su casa.
–¿Yo incluida? –lo desafió.
–No. Tú te quedarás a bailar. No te muevas –la advirtió antes de alejarse para dar la orden.
No tardó en regresar. Todo el mundo abandonó el salón, a excepción de un solitario guitarrista. Luc volvió con ella, le explicó que el propio músico le había pedido quedarse, dado que tenía un vuelo temprano por la mañana y no tenía sentido que se fuera a la cama por tan pocas horas.
–Me dijo que prefería quedarse tocando sus canciones preferidas en lugar de echarse a dormir para tener que levantarse luego tan pronto. Le entiendo –Lucas se encogió de hombros–. Le he dicho que se quede todo el tiempo que quiera. No molestará a nadie. A nosotros no, desde luego –añadió, lanzándole una penetrante mirada.
«¿A nosotros?», se preguntó Stacey. Claro. ¿Acaso se había olvidado del amor de Luc por la música? Años atrás, solía ponerle música mientras trabajaba en la granja.
–¿Siempre te sales con la tuya? –le preguntó, reprimiendo una sonrisa.
–Sí. Invariablemente –respondió, serio, y luego se echó a reír.
Terminaron riendo los dos y Stacey se dio cuenta de que lo que habían compartido en aquellos momentos tan frescos y espontáneos era todo lo que podía desear: cariño, un pasado que no necesitaba explicaciones y la aceptación recíproca de que ambos habían cambiado, que la vida era mejor ahora.
–¿Cómo es que no te vas a la cama? –le preguntó, maliciosa, cuando el guitarrista terminó una melodía y se dispuso a empezar otra.
–La verdad es que ya debería estar acostado –reconoció con un tono que la hizo ruborizarse porque, de repente, Stacey solo pudo pensar en aquel torpe beso de tantos años atrás. ¿La apartaría si se le ocurría besarlo en aquel momento?
–Venga. Dime entonces por qué sigues aquí.
–Para verte a ti –admitió con una mirada maliciosa.
–¿A mí? –se echó a reír, nerviosa.
–¿Por qué te sorprende tanto? Soy el anfitrión de la fiesta que has organizado. ¿Es que no sueles tener reuniones de evaluación con los clientes?
–Sí, pero no me piden bailes.
–Siempre hay una primera vez para todo.
Un oscuro brillo ardía en sus ojos. ¿Se estaría burlando de ella? Años atrás, se habían burlado constantemente el uno del otro.
–¿Quieres que baile contigo?
Luc barrió con la mirada el salón.
–¿Ves a alguien más por aquí?
–Espero que no sea un baile de compasión –le advirtió ella.
–¿Un baile de compasión?
–Sí, ya sabes, cuando Niahl me sacaba a bailar en las verbenas de las ferias de caballos. Cuando las chicas se peleaban por vosotros y a mí no me sacaba nadie.
–Bueno, nadie quería bailar contigo porque fruncías constantemente el ceño. Parecías eternamente enfadada. Y lo que espera la gente son parejas felices con las que divertirse.
–Ya. El tipo de diversión que es preferible evitar –repuso ella.
Lucas no respondió, pero su expresión venía a decir que aquello era cuestión de opiniones.
–En cualquier caso, yo no fruncía el ceño. Y si hubiera sonreído como tú sugieres, Niahl se habría puesto como una furia. Nunca dejaba que se me acercara nadie.
–A tu hermano no le gustaba verte sentada sola y abandonada, por eso te sacaba a bailar. No veo que eso tenga nada de malo.
Stacey puso los ojos en blanco.
–Ya, claro. El sueño de toda chica es bailar con su hermano mientras él busca con la mirada a la chica con la que realmente quiere estar.
–No te veo yo ahora sola y abandonada –dijo Lucas, tomándola de la mano para levantarla de la silla.
–No lo parezco, desde luego –ella misma se sorprendió de lo tranquila que sonaba. Sus rostros estaban en aquel momento muy cerca. Se dispuso a volverse–. Seguro que ahora mismo debería estar haciendo algo mejor que bailar.
–Probablemente –un brillo de divertido de desafío asomó a los ojos negros de Lucas–. Pienso tratar ese asunto mientras bailamos.
Bailaría con él y mantendría una distancia prudente.
Pero su boca, tan sexy, la atraía como un imán, al igual que su aroma: cálido, limpio, con ecos a sándalo y cítricos. Lo maldijo por ello. Debería haberse quedado hasta que hubiera revisado las mesas en busca de objetos perdidos, asegurarse de que todo el personal se había ido a la cama y, entonces, agotada, retirarse finalmente a su habitación.
¿A dónde la llevaría su solitaria existencia? Había hecho muchos amigos desde que se marchó de casa, pero todos tenían su propia vida, y hacerse un hueco en una ciudad tan grande y compleja como Londres no era fácil. Se había ganado a pulso su independencia y había logrado progresar en su carrera, pero todo tenía un precio y el amor era el suyo. Habría sido más seguro no bailar con Lucas, pero él era como un ancla que le recordaba los buenos momentos del pasado. Las bromas y las risas, el amor compartido por los caballos: todo aquello había creado una intimidad entre ambos que iba más allá del sexo.
En sus fantasías, refugiarse sana y salva en sus brazos siempre era la mejor opción, pero esa vez no fue el caso. Porque el contacto de sus manos en su cuerpo mientras bailaban y la caricia de su aliento en la mejilla era algo que nada tenía que ver con la seguridad. Más bien era un tipo particular de tortura que le hacía desear más. Afortunadamente, era una mujer fuerte.
–Bueno, ya hemos bailado –dijo como si su cuerpo no hubiera estado entonando un «¡aleluya!» y la parte racional de su cerebro le estuviera suplicando que se marchara de una vez–. Ya va siendo hora de que me vaya a la cama.
–No –replicó él con tono rotundo–. No puedes marcharte ahora. Sería una grosería para con el músico. Podría pensar que no nos gustan sus canciones.
Miró al guitarrista, que parecía absorto en su propio mundo.
–¿Crees que se dará cuenta?
–Seguro que sí. ¿Quieres correr el riesgo?
–No –admitió.
–Bien –dijo Lucas antes de atraerla de nuevo.
Solo con el íntimo tono de su voz le había derretido las entrañas. La sensual música española parecía adherirse a su alma, obligándola a relajarse. Y, como solía sucederle cada vez que se relajaba, pensó en la madre que había perdido antes incluso de llegar a conocerla, en aquellas largas y solitarias noches de incertidumbre que había vivido de niña. Noches durante las cuales se había preguntado sin cesar por lo que su madre le habría recomendado hacer con tal de agradar, de ayudar a todo el mundo. Pero había fracasado tan miserablemente en ese aspecto que se preguntaba ya si llegaría a conseguirlo alguna vez.
–Estás llorando –Lucas echó la cabeza hacia atrás y se la quedó mirando sorprendido–. ¿He dicho algo que te haya molestado?
–No, por supuesto que no –parpadeando repetidamente, sacudió la cabeza y forzó una sonrisa.
Lucas capturó una lágrima en su mejilla y se la quedó mirando fijamente.
–¿Tan malo es bailar conmigo? –sugirió, bromista, en un evidente intento por animarla.
–No, qué va –negó, deseando que el labio dejara de temblarle. Aquello no era propio de ella. Siempre conseguía mantener sus más profundos sentimientos bajo control.
–¿Qué te pasa, Stacey?
Aquel tono de compasión no hizo sino empeorar las cosas. Le entraron ganas de ponerse a sollozar, de derramar todas aquellas lágrimas que había acumulado en su alma desde que era niña.
–De verdad que tengo que irme a la cama. Estoy cansada.
–No, lo que necesitas es bailar –insistió él–. Ya sabes lo que dicen de la gente que trabaja siempre y no se divierte nunca…
–¿Que alcanza el éxito? –sugirió con humor.
–Incluso yo saco tiempo para descansar. Tú deberías hacer lo mismo.
Quizá tuviera razón. La sensación de estar en sus brazos era tan distinta de lo que había esperado que el impulso de prolongar aquellos momentos resultaba más fuerte que nunca. Era lo que había estado esperando durante toda su vida adulta.
–Lo siento. Es que esa última canción me ha puesto triste.
–Siempre es bueno desahogar los sentimientos –observó Lucas–. Y yo me alegro de que sientas que puedes hacer eso conmigo.
–Yo también –murmuró ella.
Debió de haber dado al guitarrista una discreta orden, porque el ritmo de la música cambió: se hizo más vivo, más pasional. Continuaron bailando de una manera aún más íntima que antes. Disfrutar con Lucas constituía una sensación peligrosa, por lo adictiva. Le hacía desearlo de una manera completamente inapropiada para alguien que no quería otra cosa que dejarle una buena impresión a su cliente…
–Tengo que irme –se apartó mientras todavía tenía fuerzas para hacerlo.
–No. Quédate.
Mientras el guitarrista continuaba obrando su magia, Lucas la acercó hacia sí de manera que sus cuerpos quedaron completamente fundidos. Stacey apoyó entonces la cabeza en su pecho como si ese hubiera sido su lugar desde siempre, como si nunca hubiera existido conflicto alguno entre ambos. Como si aquello fuera exactamente lo que tenía que ser, lo justo y lo bueno.
Bailar con Stacey resultó más difícil de lo que había pensado. Stacey ya no era la adolescente chicazo que había conocido, sino una mujer adulta que sabía lo que hacía. Le había parecido que estaba agotada cuando terminó el trabajo pero, en aquel momento, no veía en ella señal alguna de cansancio. En todo caso, parecía llena de energía mientras se movía al son de la música como una reina gitana. Pese a que, poco antes, la música casi le había hecho llorar, la determinación había regresado a sus ojos. Y el fuego. Lo deseaba.
El dolor que le atenazaba la entrepierna era insoportable. La estaba viendo como era, no como había sido. La urgencia de sentir su cuerpo desnudo bajo el suyo, de ahogarse en su aroma a flores, de enterrar la cara en su cuello, en sus senos…
–¿Por qué no lo haces? –le preguntó de pronto ella, en voz baja.
–¿Que por qué no hago qué?
–Besarme.
Se recordó que estaba bajo los efectos del cansancio y del éxito conseguido. Por la mañana Stacey volvería a ser la hermanita pequeña de su amigo y se arrepentiría de aquellas palabras.
–Porque soy sensato y razonable.
No había esperado una reacción tan violenta: apartándose bruscamente, lo fulminó con la mirada y se marchó. Pero no había dado más que unos pasos cuando se detuvo para mirarlo… sorprendiéndolo todavía más con una expresión de pura invitación en los ojos.
Lucas la estaba siguiendo y ella conocía bien aquella mirada. Era la de un hombre con una misión y… ella era esa misión. Había esperado aquello durante tanto tiempo que estaba decidida. Si solamente iban a disponer de una sola noche juntos, quería que fuera la mejor de su vida. Su cuerpo estaba en llamas, sus sentidos más agudizados que nunca… gracias a él. Cada zona erógena que poseía se hallaba en el grado más alto de excitación posible.
Entró en la desierta oficina que había utilizado para la reunión de última hora con su equipo y dejó abierta la puerta. Lucas entró detrás, la cerró y se apoyó en ella, con una expresión pensativa en su rostro en sombras.
–Ha pasado mucho tiempo. ¿Y ahora esto?
Stacey quiso decir algo, pero en seguida cambió de idea. Nada de explicaciones. Ni de excusas. Ni de arrepentimientos. La tensión del ambiente estaba creciendo, sus miradas parecían haberse anudado. No había vuelta atrás. Era como si, después de haber esperado durante tanto tiempo, se encontraran ambos al borde de un abismo.
–Ha pasado mucho tiempo –convino ella, y empezó a caminar hacia él–. Demasiado, Lucas.
Vio relampaguear un brillo en los ojos. No era ya una adolescente: era una mujer y él un hombre.
–¿Estás segura de lo que estás haciendo? –le preguntó Luc cuando ella se puso de puntillas para acunarle el rostro.
–En algunos aspectos sí, en otros no –admitió, sincera–. Alguien que nos viera en este momento podría decir que te estoy seduciendo.
–¿Alguien? A mí solo me importa lo que tú pienses.
Aquellos ojos negros le taladraron el alma.
–Te deseo. Por una noche.
–¿Una noche entera? Hace solo media hora estabas decidida a irte a la cama.
–Y todavía lo estoy.
Luc miró a su alrededor.
–Pero no aquí, supongo.
–¿Por qué no? –de repente retornaron todas sus dudas. ¿Estaría buscando Lucas una escapatoria?
–Porque no veo ninguna cama.
Pero él mismo se lo puso fácil cuando le rozó los labios con los suyos.
–¿Qué tal una última copa? –sugirió ella–. ¿En algún lugar más cómodo que este?
No contestó de inmediato. La intención de Stacey resultaba clara. Si aceptaba, solamente podría haber un desenlace. Con Stacey, había resistido durante tanto tiempo la tentación que anhelaba el sexo como un muerto de sed en el desierto. Pero existía una complicación: la del próximo evento en las montañas. Trabajar codo a codo con ella los uniría todavía más y Stacey nunca podría ser para él una aventura fugaz, de una sola noche.
Su ansia se combinaba con la intención de Stacey de apresurar las cosas y terminó triunfando sobre cualquier duda que hubiera podido tener. Sin pronunciar palabra se dirigieron a su suite, con ella encabezando la marcha. El ascensor de la planta baja los estaba esperando. Le tomó una mano y entraron en el ascensor, que los estaba esperando. En el instante en que se cerraron las puertas, la acorraló contra la pared y entrelazó los dedos de su otra mano con los suyos.
Subiéndole las manos sobre la cabeza, se apretó contra ella y la besó. El tormento fue mutuo en aquel pequeño nido de acero que partió como una bala hacia el cielo. La oyó gemir como una gatita. Era ya toda una mujer.
Entreabriéndole los labios con la lengua, la besó con un ansia de años. Stacey no dejaba de gemir mientras él exploraba sus mejillas, su cuello, sus hombros y, finalmente, sus senos. Cuando le atormentó los duros pezones con los pulgares, ella gritó:
–Sí… oh, sí, por favor…
–Pronto –le prometió justo en el instante en que el ascensor se detuvo.
Nada más abrirse las puertas, la alzó en brazos. La sensación era maravillosa: cálida, con aquel aroma a flores que recordaba tan bien. Perfecta.
Presionó el pulgar en el panel dactilar y la puerta de la suite se abrió de golpe. Apenas tuvo tiempo de bajarla al suelo en su dormitorio cuando estalló la tormenta. No podía esperar ni un momento más. Stacey gruñó de impaciencia mientras él le bajaba la cremallera del vestido para dejarlo caer a sus pies.
Forcejearon luego ambos con su tanga…
–Permíteme –le pidió ella.
La respuesta de Luc fue arrancárselo y lanzarlo a un lado. Mientras la llevaba a la cama, ella seguía intentando desembarazarse de los zapatos. Papeles, documentos, un maletín… todo lo que estaba sobre la cama fue a parar al suelo.
–Te deseo –musitó ella mientras él se despojaba de la chaqueta–. Date prisa insistió.