El amor y el deber - Cat Schield - E-Book
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El amor y el deber E-Book

Cat Schield

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Beschreibung

El heredero al trono que se encontró con su propio heredero. Seguir por medio mundo al hombre que le había roto el corazón para decirle que estaba embarazada era lo más difícil que Brooke Davis había tenido que hacer en su vida. Cuando por fin dio con él, se llevó una sorpresa: le había ocultado que pertenecía a una familia real. Nic Alessandro era un príncipe y Brooke no era una pareja adecuada para él, pero su atracción era más irrefrenable que nunca. ¿Qué pasaría si sus deberes monárquicos colisionaran con sus deseos? Nic tuvo que llevarse a Brooke a Sherdana para descubrirlo.

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Seitenzahl: 210

Veröffentlichungsjahr: 2018

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Catherine Schield

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El amor y el deber, n.º 150 - febrero 2018

Título original: A Royal Baby Surprise

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-874-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

Por encima del sonido de la brisa que soplaba entre los cedros de las colinas de la isla, Nic Alessandro escuchó las pisadas sobre las baldosas y supo que no estaba solo en la terraza.

–Así que es aquí donde te escondes.

La voz de Brooke Davis era como su vodka favorito: intensa y suave, con un deje sensual. Y se le subía a la cabeza con la misma facilidad.

Con una bien merecida resaca, Nic se sobresaltó ante su inesperada llegada a la isla griega. Pero no podía alegrarse de verla. El futuro que en una ocasión había planeado compartir con ella era imposible. Su hermano mayor, Gabriel, se había casado con una mujer incapaz de tener hijos, lo que significaba que no engendraría varones que heredaran el trono de Sherdana, el país europeo que su familia llevaba gobernando cientos de años. Siendo el siguiente en la línea de sucesión, era obligación de Nic encontrar una esposa que las leyes del país aceptaran como futura madre de la línea dinástica. Brooke era americana y no cumplía los requisitos.

–¿Es esta la cabaña rústica de la que me hablaste? –preguntó–. ¿La que decías que no me iba a gustar porque no tenía agua corriente ni baños?

Nic detectó el nerviosismo que intentaba ocultar con aquel tono burlón. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿La habría enviado su hermano Glen para convencerle de que volviera a California? No le cabía en la cabeza que hubiera sido decisión suya ir hasta allí, después de cómo había puesto fin a lo suyo.

–Te imaginaba sufriendo en un tugurio en medio de la nada y, sin embargo, te encuentro disfrutando de una lujosa villa con vistas al puerto más bonito que he visto jamás.

La voz provenía de la zona de la terraza más cercana a la playa, así que debía de haber llegado en barco. No parecía haberle afectado la subida de los ciento cincuenta escalones. Le encantaba hacer ejercicio para mantenerse en forma.

¿En qué había estado pensando para rendirse a la poderosa atracción que le había estado ocultando durante cinco años? No debería haberse dado tanta prisa en asumir que su deber hacia Sherdana había concluido nada más comprometerse Gabriel con lady Olivia Darcy.

–Te estarás preguntando cómo he dado contigo.

Nic abrió los ojos y vio a Brooke paseando por la terraza. Llevaba una blusa blanca de algodón y unos vaqueros cortos desgastados con el bajo deshilachado. El pañuelo gris que llevaba alrededor del cuello era uno de sus favoritos.

Tocaba todo a su paso: el respaldo de la tumbona, el murete que limitaba la terraza, las macetas de barro con sus plantas… Nic sintió envidia de los pétalos fucsia de la buganvilla que estaba acariciando.

A aquella hora de la mañana, el sol daba por el otro lado de la villa, calentando el jardín delantero. De haber sido invierno, habría estado tomando café en el patio lateral, al sol. Pero a finales de julio, prefería la terraza trasera, desde la que se disfrutaba de unas bonitas vistas sobre el pueblo de Kionio, al otro lado del puerto. El viento que soplaba del mar Jónico reducía la humedad, haciendo que aquel fuera el lugar más agradable en el que pasar la mañana.

–Supongo que te manda Glen.

–No, ha sido idea mía venir.

De aquello se deducían dos circunstancias: que no había aceptado el fin de su relación y que Glen no quería que volviera a trabajar en el cohete después de la explosión que había matado a un miembro de su equipo. La explosión se había debido a que el depósito de combustible en el que Nic había estado trabajando no había funcionado bien. Cuando el Griffin había explotado, su sueño de privatizar los viajes al espacio se había evaporado como el humo. Se había ido de California sintiéndose derrotado y, a su regreso a Sherdana, se había encontrado con que tenía que hacer frente a sus obligaciones monárquicas.

–Viniste aquí con él hace dos años en un viaje de fin de semana solo para hombres para celebrar el éxito de una prueba de lanzamiento. Volvió contando unas historias terribles sobre largas caminatas por las montañas. Ahora entiendo que debía de referirse a las caminatas de subida y bajada de las playas con todos esos escalones. Me llegó a dar pena.

Nic se pasó la mano por la barba de tres días para ocultar su sonrisa.

–Ahora me doy cuenta de que estuvisteis como reyes.

Reyes. Aquella palabra acabó con la diversión. ¿La habría usado deliberadamente? ¿Le habría contado Glen todos sus secretos?

–¿Cómo puedes permitirte un sitio así? Siempre estabais buscando inversores. Me da la impresión de que cualquiera que pudiera tener una villa así, podría financiarse un proyecto completo.

Se tranquilizó un poco. Todavía no sabía la verdad. Cuando lo descubriera…

«Díselo, dile quién eres».

Era un buen consejo, pero no estaba dispuesto a seguirlo. Se sentiría desolada cuando descubriera cuánto le había mentido. De todas formas, era cuestión de días que la prensa descubriera que estaba buscando una esposa y pasara de ser un aburrido científico a protagonista de titulares. Enseguida se enteraría de todo y, con un poco de suerte, cuando eso ocurriera, se sentiría agradecida de haber mantenido su breve relación en la más absoluta discreción.

Se creía enamorada de un hombre que no existía, un hombre leal, íntegro y honesto. Eran los valores con los que le habían criado y de los que se había olvidado al abrazar y besar por primera vez a Brooke.

–La casa es mía y de mis hermanos –dijo, deseando que muchas cosas fueran diferentes.

El silencio de Brooke presagiaba la calma que precedía a la tormenta.

–Entiendo.

¿Eso era todo?

–¿Qué entiendes?

–Que tenemos que hablar.

Nic no quería hablar. Lo que quería era tomarla en sus brazos y hacerle el amor hasta acabar exhaustos.

–Ya he dicho todo lo que quería decir.

No debería haber dicho aquello como un desafío. Brooke era muy tenaz cuando se proponía algo.

–No me vengas con esas. Me debes unas respuestas.

–Está bien. ¿Qué quieres saber?

–¿Tienes hermanos?

–Dos. Somos trillizos.

–No me habías hablado de tu familia. ¿Por qué?

–No hay mucho que contar.

–No estoy de acuerdo.

Ella se acercó. Un olor a vainilla y miel lo envolvió, por encima del de los cipreses que traía la suave brisa matutina. Con un dedo le bajó las gafas de sol y lo miró a los ojos, frunciendo el ceño.

Se preparó para soportar un torbellino de emociones mientras sus ojos verdes grisáceos estudiaban su rostro. Debería decirle que se apartara, pero estaba tan contento de verla que no le salían las palabras. En vez de eso, gruñó como un perro malhumorado que no supiera si morder o buscar que lo acariciaran.

–Tienes mal aspecto.

–Estoy bien.

Molesto con aquella voz ronca que le había salido, le apartó la mano y volvió a colocarse las gafas de sol en su sitio.

Ella, por otra parte, estaba muy guapa. Su melena pelirroja enmarcaba su rostro ovalado y le caía en cascada por los hombros. Su piel clara e inmaculada, sus hoyuelos y sus mejillas prominentes le aportaban una dulzura por la que cualquier hombre perdería la cabeza. Un rizo le rozó al inclinarse sobre él. Tomó el mechón de pelo entre sus dedos y se puso a jugar con él.

–¿Qué has estado haciendo solo en esta villa tan lujosa? –preguntó ella.

–Estoy trabajando.

–En tu bronceado –dijo ella, y arrugó la nariz–. O tal vez en tu resaca. Tienes los ojos rojos.

–He estado trabajando hasta tarde.

–Sí, ya. Prepararé café. Creo que te vendrá bien.

Sintiéndose a salvo tras sus cristales oscuros, la observó marcharse, cautivado por el suave balanceo de su trasero y sus largas piernas. Una piel suave se extendía por aquellos músculos alargados, resultado del yoga y de correr. El pulso se le aceleró al recordar aquellas piernas torneadas alrededor de sus caderas.

A pesar del fresco de la mañana, sentía calor. Se había despertado una hora antes tan deprimido y distraído como en los últimos días por culpa del accidente que había ocurrido durante la prueba de su prototipo de cohete.

La llegada de Brooke a aquella isla griega tan tranquila era como ser despertado de un sueño inducido por el sonido de una sirena.

–Alguien debería cuidar de ti –dijo a su vuelta después de unos minutos con el café recién hecho–. La cafetera estaba preparada con el agua y el café. Lo único que he tenido que hacer ha sido encenderla.

Nic inspiró. Solo el olor a café era suficiente para animarlo.

Ella se sentó en la tumbona que había al lado de la suya y rodeó la taza con las manos. Luego, tomó un sorbo e hizo una mueca.

–Se me había olvidado lo fuerte que te gusta.

Él gruñó y deseó que el café se enfriara para beberse cuanto antes la taza y servirse una segunda. Nada mejor que una bebida estimulante para enfrentarse a Brooke. Le irritaba lo suficiente como para que la cafeína, unida al hecho de que estuviera a solas con ella, resultara una combinación letal.

–¿Acaso estoy interrumpiendo un fin de semana romántico?

Por suerte, no estaba bebiendo, porque si no el líquido se le habría escapado por la nariz. Tomó con fuerza la taza. Cuando notó que le empezaban a doler las manos, apretó los dientes y aflojó la fuerza.

–Probablemente no –continuó ella al ver que no contestaba–, porque si no, estarías intentando deshacerte de mí.

¿Por qué había tenido que aparecer y pillarle de improviso? Cada vez que la tenía cerca, sentía que la tentación se apoderaba de él. Pero no podía tenerla. No debía saber lo mucho que la deseaba. Apenas había reunido las fuerzas para romper con ella un mes antes. Pero a solas en aquella isla, con los ojos pendientes de cada uno de sus movimientos, ¿podría mantener la fuerza de voluntad?

Se hizo el silencio entre ellos. Nic oyó el crujido de la madera cuando Brooke volvió a sentarse en la tumbona. Apoyó la taza vacía en su pecho y volvió a cerrar los ojos. Tenerla allí le proporcionaba una sensación de paz que no tenía derecho a sentir. Deseaba alargar la mano y entrelazar sus dedos con los suyos, pero no se atrevió a hacerlo.

–Entiendo por qué tus hermanos y tú comprasteis esta casa. Podría quedarme días aquí sentada contemplando el paisaje.

Nic resopló suavemente. Brooke nunca había sido de sentarse y contemplar nada. Era un torbellino de energía y entusiasmo.

–No puedo creer lo azul que es el agua. Y el pueblo es muy pintoresco. Estoy deseando hacer turismo.

¿Turismo? Tenía que pensar la manera de meterla en un avión de vuelta a América antes de que sucumbiera a la tentación. Teniendo en cuenta su tendencia a dejarse llevar por las emociones, razonar con ella no daría ningún resultado. Las amenazas tampoco funcionarían. La mejor manera de tratar a Brooke era dejar que se saliera con la suya, pero no podía permitirlo en esa ocasión. O, más bien, nunca.

Cuando por fin Brooke rompió el silencio, el titubeo de su voz reveló preocupación.

–¿Cuándo vas a volver?

–No voy a volver.

–No puedes estar hablando en serio –dijo, y al ver que no decía nada, continuó–. Así que hablas en serio. ¿Qué pasa con Griffin? ¿Y el equipo? No puedes abandonarlo todo.

–Alguien murió por un defecto en el sistema que yo diseñé y…

Ella lo tomó del brazo.

–Glen fue el que insistió en hacer la prueba. No te hizo caso cuando le dijiste que no estaba listo. Es a él al que hay que culpar.

–Walter murió. Fue culpa mía.

–¿Eso es todo? ¿Te das por vencido porque algo salió mal? ¿Esperas que acepte que tires por la borda toda una vida de trabajo? ¿Para hacer qué?

No tenía respuesta. ¿Qué otra cosa iba a hacer en Sherdana que no fuera casarse y concebir un heredero? No tenía ningún interés en colaborar en el gobierno del país. Esa era tarea de Gabriel. Y su otro hermano, Christian, tenía negocios e inversiones de las que ocuparse. Todo lo que Nic quería hacer era construir cohetes que pudieran llevar algún día gente al espacio. Sin esa posibilidad, se le presentaba una vida vacía y llena de resentimiento.

–Aquí pasa algo más –dijo apretándole el brazo–. No insultes mi inteligencia negándolo.

Nic le dio unas palmadas en la mano.

–Nunca haría eso, doctora Davis.

Una mujer menos inteligente que ella no lo hubiera cautivado de aquella manera por muy guapa que hubiera sido. El atractivo de Brooke, combinado con su cerebro, resultaba arrasador.

–Por cierto, ¿cuántos doctorados tienes?

–Solo dos –contestó ella, apartando su mano–. Y no cambies de tema.

A pesar de su enfado, no pudo contener un bostezo que casi le dislocó la mandíbula.

–Estás cansada.

Corría el riesgo de alentarla al preocuparse por ella, pero no pudo evitarlo.

–Llevo desde ayer subida a aviones. ¿Sabes cuánto se tarda en venir hasta aquí? Unas veinte horas. Y no he podido dormir durante el viaje.

–¿Por qué?

Una inspiración profunda empujó sus pequeños pechos contra la blusa de algodón blanca.

–Porque estaba preocupada por ti.

 

 

Aquella respuesta era un pretexto. Ocupaba el cuarto lugar en su lista de excusas de por qué había recorrido casi diez mil kilómetros para hablar con él en persona en vez de darle la noticia por teléfono.

Pero no estaba preparada para decirle nada más llegar que estaba embarazada de ocho semanas.

Tenía muchas preguntas que hacerle acerca de por qué había roto su relación cuatro semanas atrás. No había podido hacérselas antes porque el dolor le había impedido asumir por qué la había dejado cuando todo entre ellos iba tan bien. Después, había ocurrido el terrible accidente con el Griffin. Nic se había marchado de California y no había podido hablar con él.

–No necesito que te preocupes por mí.

–Por supuesto que no –replicó tratando de sonar indiferente–. Y eso que pareces un animal atropellado.

–Curiosa imagen –dijo él con tono divertido, a pesar de que mantuvo su expresión inalterada.

Brooke reparó en su aspecto desaliñado y en las bolsas debajo de sus ojos, carentes de vitalidad. La sombra de la barba le hizo preguntarse cuánto tiempo hacía que no se afeitaba. Ni siquiera en las épocas de duro trabajo había visto sus ojos dorados tan apagados. Parecía estar muerto en vida.

–Brooke, de verdad, ¿por qué has venido aquí?

La excusa que tenía preparada no salió de sus labios. Creería que había ido hasta allí para convencerlo de que siguiera trabajando en el proyecto. Sería más seguro discutir en nombre de su hermano. Pero con respecto a Nic, nunca había ido sobre seguro en cinco años. Se merecía saber la verdad, así que eligió la tercera razón de su lista de por qué había ido a buscarlo.

–Te fuiste sin decir adiós. Al ver que no contestabas mis llamadas ni mis correos electrónicos, decidí ir en tu busca –dijo, y tomó aire antes de meterse en terreno más peligroso–. Quiero saber la verdadera razón por la que pusiste fin a lo nuestro.

Nic se pasó la mano por su pelo oscuro y revuelto, señal de que se sentía molesto.

–Te dije que…

–Que te distraía mucho –dijo, y se quedó mirándolo–. Y que no te dejaba trabajar.

Nic era su polo opuesto. Siempre serio, nunca se relajaba ni disfrutaba. Ella se había tomado su seriedad como un desafío. Después de años de continuo flirteo, había descubierto que carecía del autocontrol del que presumía.

Durante cinco meses, había dejado de trabajar durante los fines de semana en los que ella iba a verlo para dedicarle todo su tiempo. Esa atención había sido adictiva. Brooke nunca se había imaginado que Nic se despertaría una mañana y recuperaría su adicción al trabajo.

–No lo entiendo. Estábamos muy a gusto juntos. Éramos felices.

Nic apretó los labios.

–Fue divertido. Pero tú estabas totalmente entregada y yo no.

Brooke se mordió el labio y se quedó en silencio, pensativa.

–¿Rompiste conmigo porque te dije que te quería?

En aquel momento, no le había importado confesarle sus sentimientos. Después de todo, estaba convencida de que después de cinco años, tenía que saber lo que sentía por él.

–¿Alguna vez tuviste intención de darle una oportunidad a lo nuestro?

–Pensé que era preferible ponerle fin antes que dejar que se alargara. Me equivoqué al permitir que todo se complicara.

–¿Por qué no me lo dijiste antes?

–Me parecía más sencillo que creyeras que le daba prioridad al trabajo en vez de a ti.

–En vez de ser sincero y admitir que no era tu mujer ideal.

No era así como esperaba que fuera la conversación. Siempre había creído que Nic estaba a gusto en su relación. Habían sido amigos y sabía que le gustaba dedicar todo su tiempo al proyecto Griffin. Eso le había llevado a pensar que le importaba. ¿Cómo podía haber estado tan equivocada?

Aquella paradójica situación hacía que sus pensamientos vagasen de acá para allá. Normalmente era impulsiva, pero estando embarazada, sus actos no solo le afectaban a ella. Necesitaba tomarse tiempo para decidir cómo darle la noticia a Nic.

–Supongo que me he dejado llevar de nuevo por mi optimismo –dijo dulcificando el tono para contener el dolor de su pecho.

–Brooke…

–No –dijo levantando las manos para impedir que continuara hablando–. Dejemos de hablar de esto y enséñame esta casa palaciega.

–No es palaciega –dijo frunciendo el ceño.

–Lo es para una chica que creció en una casa de poco más de cien metros cuadrados y tres dormitorios.

Nic gruñó a modo de respuesta. Se levantó y le hizo un gesto para que lo precediera. Antes de entrar en la casa, Brooke se quitó las sandalias. El frescor del suelo era un alivio para sus pies cansados. Al pasar a su lado, lo rozó y sintió que le ardía la piel allí donde su brazo le había tocado.

–Esto es un espacio combinado de cocina, comedor y cuarto de estar –dijo, asumiendo el papel de guía que empleaba cuando se reunía con posibles inversores para el proyecto Griffin.

Brooke reparó en la pintura abstracta de colores rojo, amarillo, azul y verde que ocupaba la pared de detrás de los sofás blancos. A su izquierda, en la cocina en forma de L, había una gran mesa de cristal con ocho sillas negras, en contraste con los armarios blancos y los electrodomésticos de acero inoxidable. Aquella estancia transmitía un ambiente relajado.

–Los muebles y las paredes blancas me resultan demasiado austeros, pero quedan muy bien con los cuadros. Son maravillosos. ¿De quién son?

–De mi hermana.

¿También tenía una hermana?

–Me gustaría conocerla.

Incluso al decir aquellas palabras, Brooke sabía que eso nunca pasaría. Nic le había dejado bien claro que no la quería en su vida. En los próximos días tenía que decidir por qué había ido hasta allí. Necesitaba de su ayuda para determinar cómo sería el resto de su vida.

–¿Sabía Glen de tu familia?

–Sí.

Aquello le dolió. Los dos hombres siempre habían estado muy unidos, pero nunca se había imaginado que Glen le ocultara secretos.

–Háblame de tus hermanos.

–Somos trillizos. Yo soy el mediano.

–Dos hermanos y una hermana –murmuró Brooke.

¿Quién era Nic Alessandro? En aquel momento no se parecía al científico que conocía desde hacía años. Aunque un poco arrugados, el pantalón corto caqui y la camisa blanca lo hacían parecer recién sacado de un anuncio de Armani. De hecho, sus estilosas gafas de sol y su elegante ropa lo transformaban en el típico playboy europeo.

–¿Hay alguien más? –preguntó y, a pesar de su esfuerzo por parecer neutral, se percibía cierto soniquete en su voz–. ¿Una esposa, tal vez?

–No, no estoy casado.

Brooke casi sonrió al oír su tono apagado. En otra época, había disfrutado tomándole el pelo, y no le resultaría difícil volver a hacerlo. Por desgracia, después de aquel primer beso, se había adentrado en una zona donde corría el riesgo de acabar herida y con el corazón roto.

–¿Quién cuida de todo esto cuando no estás aquí?

La única manera de no dejarse vencer por la tristeza era mantener aquella conversación superficial.

–Una mujer del pueblo se ocupa. Viene una vez a la semana a limpiar y más a menudo cuando estamos aquí. También cocina para nosotros y su marido se encarga de los jardines y del barco, y de los arreglos que haya que hacer en la casa.

Brooke se volvió para mirar hacia la terraza, con su mesa de madera y sus sillas de lona. Tres escalones bajaban a otra terraza en la que había tumbonas.

–¿Qué hay arriba?

Nic se detuvo en mitad de la sala de estar, con los brazos cruzados.

–Habitaciones.

–¿Puedo usar alguna?

–En el pueblo hay hoteles con mucho encanto.

–¿Me estás echando?

Vio un brillo en sus ojos que le devolvió la esperanza. Quizá fuera a darle la explicación completa de por qué había roto su relación.

–No puedes ser tan cruel como para mandarme a buscar un hotel teniendo tanto sitio como tienes aquí.

–Te enseñaré dónde puedes ducharte y descansar hasta que vuelvas a casa.

Aunque le dolía que estuviera deseando deshacerse de ella, ya desde que se marchó de California tenía la sospecha de que no le daría una cálida bienvenida.

–Entonces, ¿puedo quedarme?

–De momento sí.

En silencio, cruzó las puertas correderas de cristal y salió detrás de él a la terraza. Nic se dirigió directamente a la bolsa de lona que ella había dejado junto a los escalones que bajaban a la playa.

–No me canso de lo bonito que es esto.

–La mayoría de la gente conoce más las islas del Egeo –dijo, recogiendo la bolsa–. Mykonos, Santorini, Rodas.

–Supongo que allí hay más turistas.

–Bastantes más. Kionio atrae a muchos navegantes en verano, así como a gente a la que le gusta el montañismo y disfrutar de la tranquilidad de la isla, pero no está masificado. Vamos, el pabellón de invitados está por aquí.

La guio por la terraza hasta un edificio separado.

–Deberías llevarme a hacer turismo.

–No. Vas a descansar y luego buscaremos un vuelo de vuelta.

Brooke puso los ojos en blanco y decidió aceptar el hecho de que estaba empeñado en deshacerse de ella.

–Tengo billete de vuelta para dentro de una semana.

–¿No tienes que prepararte las clases para tus alumnos de Berkeley?

–Todavía no me han dado el puesto.

Aunque Brooke tenía un cargo en la Universidad de Santa Cruz, su sueño desde que empezó a estudiar era dar clases de cultura italiana en Berkeley. Pero en su segundo año de carrera, comenzó su relación con Nic. Enseguida la distancia entre San Francisco y el desierto de Mojave convirtió en un impedimento para su vida con Nic.

Él le dirigió una mirada interrogante y ella se encogió de hombros.

–Volvieron a posponer la entrevista.

–¿Hasta cuándo?

–Hasta dentro de unas semanas.

Lo cierto era que no sabía cuándo sería. Había habido algunos problemas de agenda con el jefe de departamento. En los últimos meses, ya había cancelado dos reuniones con ella. El hecho de no saber cuántas personas más aspiraban al puesto había empezado a minarle la confianza. Poca gente había que tuviera sus credenciales en investigación, pero muchos la superaban en experiencia como docentes.

Y antes de que Nic rompiera con ella, había empezado a pensar que debía mudarse para estar más cerca de donde él vivía y trabajaba. No le era suficiente verlo solo los fines de semana. Así que había hecho una entrevista para UCLA y le habían ofrecido un puesto como profesora a partir de otoño. El fin de semana que Nic había ido a San Francisco para romper su relación, ella se había estado preparando para una conversación completamente diferente: iba a decirle que se mudaba a Los Ángeles. Pero se le había anticipado y había decidido volver a solicitar trabajo en Berkeley.

–¿Estás segura? –preguntó Nic–. Es julio. No puedo creer que todavía no hayan tomado una decisión.

Lo miró frunciendo el ceño y sintió mariposas en el estómago al darse cuenta del riesgo que había corrido yendo hasta allí en vez de quedarse en California a la espera de una llamada.

–Sí, estoy segura.

–Porque no me lo perdonaría si perdieras el trabajo de tus sueños por quedarte aquí con la esperanza de que cambie de opinión con respecto a nosotros.

¿Se había equivocado al ver su reacción al llegar? ¿Tanto deseaba que se alegrara de verla que se había imagino aquel brillo en sus ojos? No sería la primera vez que sacaba una conclusión equivocada con respecto a un hombre. Y Nic era todo un maestro en el arte de ocultar sus emociones.

–No te preocupes del trabajo de mis sueños. Allí seguirá cuando vuelva.

Eso esperaba.