El apasionante mundo de Erika Lust - 1 - Sarah Skov - E-Book

El apasionante mundo de Erika Lust - 1 E-Book

Sarah Skov

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  • Herausgeber: LUST
  • Kategorie: Erotik
  • Serie: LUST
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2020
Beschreibung

Esta colección de relatos cortos se publica en colaboración con la productora de cine sueca Erika Lust. Su meta es mostrar la naturaleza humana y la diversidad a través de historias de pasión, intimidad, amor y lujuria combinadas con una fuerte narrativa y eroticismo. Esta colección contiene:El feministaSueños lésbicosSeducción en la bibliotecaSexo en el autoEl juguete de mi compañeraMemorias de tiCome conmigoÉl en mis recuerdosNo toques el cuadro, tócame a mí-

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Sarah Skov

El apasionante mundo de Erika Lust - 1

LUST

El apasionante mundo de Erika Lust – 1

Original title:

Erika Lust compilation 1

 

Translated by LUST

Copyright © 2019 Sarah Skov, 2020 LUST

All rights reserved ISBN 9788726649123

 

1st ebook edition, 2020. Format: Epub 2.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

LUST

El feminista

Un relato erótico

 

Hablábamos de todo y nada. Nos reíamos y conversábamos sobre el futuro, pero nunca del nuestro. Hablábamos del futuro del país y su pueblo. Hablábamos de los políticos, los estudiantes y las mujeres, pero nunca sobre nosotros dos. Hablábamos de todo lo que creíamos que tenía un futuro. Nosotros nunca lo tuvimos y quizás por eso era tan agridulce, porque sabíamos que no íbamos a durar. Tal vez esa era la razón por la que podíamos liberarnos por completo al estar juntos. Sabíamos que no nos veríamos en los momentos más difíciles de nuestras vidas porque los pensamientos abstractos que tejían una red entre nosotros y nos acercaban, nunca serían concretos. Sin poder evitarlo, nos transformaríamos en batas de baño raídas y en una casa en los suburbios. Los sueños eran gigantes en los años sesenta, pero nos convencíamos de que todo era posible, incluso cogerte a tu profesor en su escritorio, cuando todos en la universidad caminan de un lado a otro por el pasillo, sin tener la menor idea de lo que pasa en esa oficina.

*

Tan pronto como termino de escribir, pienso en él. Se ha convertido en un hábito en mí. Cuando termino un artículo y me recuesto en la silla, mis pensamientos van hacia él y hacia su expresión seria, su lengua húmeda, sus brazos fuertes y su pene duro penetrándome. Guardo el documento y el recuerdo desaparece tan rápido como apareció. Tal como a la etapa final la sigue la memoria de él, a un artículo terminado lo sigue un bien merecido café con un cigarrillo. Cuando decidí convertirme en periodista freelance, me preocupaba no poder encontrar suficiente trabajo. Mis preocupaciones desaparecieron con rapidez y estoy más cerca de tener demasiado trabajo que de lo contrario.

Me miro en el espejo del hall y alboroto mi largo cabello para darle un poco de vida. Me aplico delineador negro con movimientos rápidos y experimentados; lo difumino un poco para suavizar la expresión. Antes de dejar el espejo, frunzo mis labios y les doy un toque de bálsamo de labios. Los froto uno contra otro para esparcir el barniz uniformemente. Hecho una mirada al estado de la cocina. Es un total desastre. Hay copas de vino usadas, con marcas rojas secas en el fondo, que descansan junto a una botella vacía; por un momento, considero bajarla al basurero. Cierro la puerta apurada antes de que mi consciencia me obligue a quedarme en casa a limpiar. Evito tirar cosas y lavar los platos. No es raro que mi departamento esté desordenado. Tiendo a aislarme cuando trabajo. Compro vinos, quesos y algunas hogazas de pan, y luego hiberno por unos días. Cuando termino el artículo, abandono mi madriguera y salgo.

*

El ruido en la calle me sobrecoge. El mutismo de mi soledad de los últimos días me hace sensible a los sonidos de la ciudad. Después de tantos días de silencio, los escapes de los autos suenan más fuerte y el ruido de las conversaciones ajenas me intoxican. Respiro hondo y disfruto el olor de la primavera. El arbusto de lilas del rincón ha florecido casi por arte de magia. Sus colores hermosos adornan la pared sur del café. Un par de turistas pasa frente al arbusto y se lleva consigo el dulce aroma a miel del inicio del verano. Con un poco de dificultad, los turistas retiran las sillas de debajo de las mesas: sus patas son de hierro y provocan un sonido metálico fuerte contra el empedrado.

Respiro hondo. Tan hondo que mis hombros suben y bajan acompañando a mi respiración. Es el primer aire fresco que inhalo después de días. No se siente tan mal cuando estoy allí sentada, cuando la pantalla de la computadora ilumina mi cara durante esas largas noches, cuando mis dedos se cansan antes que mi cabeza, y cuando mis hombros y mi espalda comienzan a quejarse antes de que mis ideas hayan sido depositadas en el papel. En esos momentos, siento que el tiempo vuela. No noto cuándo es día y cuándo noche. Tampoco me importa. Disfruto del sonido del teclado al momento que mis dedos bailan por las teclas como si fueran las de un antiguo piano de cola. Siento una gran sensación de satisfacción cuando las ideas se transforman de pensamientos abstractos y etéreos, en argumentos concretos e historias convincentes.

Pienso en los tiempos en los que pasábamos sentados en su oficina. El ensayo que me había llevado tanto tiempo y tanta energía, y que sentía que no podía mejorar, siempre recibía correcciones de él. Escribía con bolígrafo en cada página. Podía, incluso, marcar un párrafo íntegro y escribir una larga nota al borde de la hoja. Cuando terminaba, el ensayo del que había estado tan orgullosa estaba cubierto de círculos, líneas y comentarios. En ese momento, sentía una vergüenza tan grande que era imposible de contener. Pienso que él se daba cuenta de mi decepción, aunque no dijera nada, porque no pasaba mucho tiempo antes de que tomara mi mano y corriera con suavidad ese mechón de pelo que caía sobre mi cara. No pasaba mucho tiempo antes de que me besara todo el cuerpo, haciendo que mis vellos se erizaran y que mi ropa interior cayera casi por si sola. Cuando volvía a casa totalmente vacía y satisfecha, revisaba las correcciones. Inevitablemente, él siempre tenía razón. Todos sus comentarios y mejoras hacían que el lenguaje fuera más vibrante, el mensaje más claro y el texto más certero.

El aroma de las lilas seduce mis narinas y me trae de vuelta al café, a la charla de los turistas y a las bocinas de los autos que corren sobre el empedrado.Luc me saluda con un beso en ambas mejillas, como es su costumbre.

—¿Dónde has estado? —me pregunta—. Te hemos extrañado estos últimos días.

Limpia rápidamente mi mesa de siempre. Con un trapo húmedo, elimina las migajas inexistentes. Seca la mesa con una toalla.

—He estado escribiendo una serie de artículos para La Parisienne —le digo, mientras estiro mis brazos sobre mi cabeza. Mi blusa se sube un poco y deja ver parte de mi estómago.

—¿Sobre qué estás escribiendo estos días? —me pregunta mirándome directamente a los ojos.

—Sobre las mujeres en la política —respondo—. Las sigo por un día o dos en sus vidas políticas, pero también en sus hogares. No sólo interesan sus visiones políticas, sino también la persona dentro de ellas.

Pienso en el artículo que acabo de terminar. La mujer política que estaba siguiendo era directa e intimidante, tanto conmigo como con sus colegas y sus hijos. Sin embargo, había logrado que se aprobaran muchas leyes para hacer de París un lugar mejor para vivir. Sabía que, si no me concentraba en ella como madre, perdería partidarios en su vida política. Porque, aun cuando una mujer sea fuerte y capaz y muy buena en su trabajo, corre el riesgo de ser etiquetada como madre ausente. «Una mujer puede ser muchas cosas y hacer muchos trabajos», pensé, «pero si no es una buena madre, ya no sirve».

—¿Resultó bien? —me pregunta Luc interrumpiendo mis pensamientos.

—Eso creo —respondo encogiéndome de hombros—. Al menos, eso espero —agrego.

El recuerdo de la expresión concentrada de mi profesor y sus lentes marrones irrumpen en mi mente.Percibo sus ojos recorriendo el artículo que acabo de terminar. Puedo ver su bolígrafo marcando el documento y lo rápido que avanza. Sonrío ante el recuerdo y tomo asiento.

Antes de poder pensarlo dos veces, Luc me trae un cappuccino y un cenicero.

—Eres un ángel —le digo.

Su sonrisa es tan amplia que sus ojos desaparecen por un instante y son reemplazados por dos pequeñas hendiduras en su cara. Sin decir nada, camina hacia el bar.Las ventanas del café están abiertas para que el área interior y exterior estén unidas. Puedo sentir el cálido aire de la mañana en mi cara. Soplo mi café; la espuma forma ondas. Enciendo mi primer cigarrillo y me recuesto en la silla. El humo en mis pulmones calma mi cuerpo. No pasa mucho tiempo antes de que encienda el segundo. El humo en mi boca y la sensación de cosquilleo en mi garganta hace que me sea imposible no pensar en él. El humo era como una suave neblina sobre su cara y su cuerpo, impregnaba sus ropas recién planchadas como una memoria de amor. Mientras el sudor se evaporaba de nuestros cuerpos y antes de volver a ponernos la ropa que generalmente nos distanciaba —el profesor y su alumna—, compartíamos un cigarrillo o dos.

El sonido de un plato colocado en la mesa con suavidad disuelve la red de mis recuerdos.

—Acaba de salir del horno —me dice Luc con los brazos en la espalda.

El calor del croissant me golpea la barbilla y el aroma de la mantequilla provoca ruidos en mi estómago.

—De nuevo: eres un ángel —le repito, mientras parto un pedazo del pan con una sonrisa.

*

El aire dentro de mi departamento es rancio y denso. Abro las ventanas. El croissant caliente ahora se siente pesado en mi estómago y de pronto me siento algo adormilada. Me recuesto sobre la cama. El aire mueve las cortinas blancas y me refresca. Estoy sobre mi espalda y observo la ciudad. El ruido del callejón sube hasta mi departamento del cuarto piso y me retrotrae a la protesta de 1968.

*

Pronto, los recuerdos me asaltan y el sonido de las bocinas de la calle es reemplazado por el clamor de los cánticos distantes. El sonido se acerca y el ruido de pisadas de las masas me asusta al abrir la ventana. Están protestando. Marchan con carteles y minifaldas. Llevan pancartas y los cánticos son sobre los derechos de las mujeres. Poco después, estoy caminando entre ellos. Canto y levanto mi puño; voy llena de esperanza por el futuro, una esperanza que no había sentido nunca antes. De pronto, marcha junto a mí. Por el rabillo del ojo, puedo ver cómo sus ojos observan mi cuerpo de arriba a abajo. Siento su mirada detenerse justo en los lugares correctos. Me doy vuelta y lo miro a los ojos. Mantengo la vista firme en la suya por demasiado tiempo, pero él no retira la mirada. Continuamos marchando contra el Sistema como un gran ejército. El sonido de la marcha intoxica. No hay muchos hombres.

—¡Qué bueno que estás aquí! —le grito.

—¡Qué bueno que tú estás aquí! —me responde sonriendo. Extiende su mano para presentarse y sostiene mi mano por un largo rato.

—Es importante —logro decirle; él asiente y continúa.

—Es importante para todos nosotros. Finalmente, es el momento justo para la acción. —Hace gestos con sus manos y por un momento tengo la sensación de que está acostumbrado a hablar sobre estas cosas—. Las mujeres deberían tener mucha más influencia. Es lo único que hace un poco de sentido —me dice mientras sacude sus brazos. Hago un gesto de aprobación.

—Es cierto, ¡necesitamos mejores oportunidades! —grito—; ¡merecemos igualdad!

Continúo mirándolo a los ojos y sonriendo, y juntos nos unimos a los cánticos.Los manifestantes nos reunimos en la plaza frente a la municipalidad. Estamos abarrotados uno al lado del otro con muy poco espacio para movernos. Él está parado al lado mío; tiene puesta una camiseta escote en V y pantalones marrones.

No sé lo que pasa, o cómo, pero algo nos acerca. Alguien me empuja de atrás y él me toma por la cintura cuando estoy a punto de caer. Cuando consigo estabilizarme, lo miro a los ojos nuevamente. No sé si es el espíritu de la protesta o la protuberancia en sus pantalones —hacia la que me está empujando el gentío—, pero no puedo evitar besarlo. Primero, nos besamos suavemente; luego, con voracidad. Presiona su cara contra mí mientras su lengua juega con la mía. Lo tomo de la nuca y empujo su cabeza un poco para atrás. La puerta del balcón de la municipalidad se abre y el alcalde sale.

Nuestras lenguas se detienen y, junto con el resto de la multitud, centramos nuestra atención en el alcalde y sus manos elevadas. Intenta en vano silenciar la protesta. Le estoy dando la espalda y él tiene sus brazos alrededor mío. Tengo un puño levantado y el otro en mi espalda. La atención de todos está dirigida al balcón y puedo acariciar su pene sobre los pantalones con total libertad; lo siento crecer. Sutilmente, desliza una mano por debajo de mi minifalda. Cuando llega a mi ropa interior, sé que ya está mojada. Él la hace a un lado y comienza a explorarme con sus dedos. Con la mano en mi espalda consigo abrir su pantalón y tomar su pene. Muevo mi mano adelante y atrás. La sensación de su pene duro en mi mano, la muchedumbre cantando, sus dedos deslizándose por mi vagina mojada, y el sentimiento de libertad que nos envuelve como una neblina protectora hace que, por un momento, me olvide de todo alrededor nuestro. Inclino mi cabeza hacia atrás. Su lengua me encuentra con facilidad. Su boca está cálida y su nuca está húmeda. Su respiración es cada vez más agitada y yo gimo suavemente en su boca. Muevo mi mano sobre su pene con impaciencia mientras sus dedos me penetran. Una calidez relajante se esparce como ondas por mi cuerpo y jadeo como un animal dentro de su boca. Golpea suavemente mi vagina hinchada y las olas me golpean.

*

Me despierto en mi departamento, empapada en sudor. El viento se ha calmado y las cortinas leves cuelgan tranquilas frente a las ventanas.Miro la hora y apenas alcanzo a tirar mi lápiz labial en mi bolsa antes de correr por la puerta hacia la calle. Es tarde, pero afortunadamente, rara vez empiezan a la hora anunciada. Siempre alguien necesita volver a subir para buscar una copa de vino o un espresso antes de que el dueño del café golpee su copa para presentar el tema de la tarde y darle la bienvenida al orador. La semana pasada, la charla la dio un investigador de literatura barroca que usó gestos y entonaciones para recrear la literatura que siempre me ha resultado tan difícil de entender. Hoy, será el turno de una investigadora sobre vida y sexualidad de las mujeres. Desde que lo anunciaron, ha habido una gran X en mi calendario sobre esa fecha, y por eso estoy tan enojada conmigo mismo por llegar tarde. Abro la puerta del café literario justo cuando la audiencia aplaude y una anciana se para frente a los asistentes. Tomo asiento en el único lugar libre que queda. Va a desarrollar su temática sobre un tema que me interesa mucho. He leído mucha literatura y asistido a conferencias en la universidad que no tienen nada que ver con la mujer en la literatura, la sexualidad o la libertad. Sin embargo, luego de un rato, siento que pierdo interés. La anciana se aclara la garganta y habla sobre Freud en una voz monótona.

Me recuesto en la silla plegable y pienso en las conferencias a las que asistía entonces. Intentaba llegar a tiempo, pero siempre había un obstáculo u otro. Si no era mi pelo, era mi piel anodina o aquellos zapatos especiales que no podía encontrar. Siempre me colaba segundos antes de que él levantara su voz y silenciara al auditorio. Cuando cerraba la puerta, podía sentir su mirada en mi nuca y cómo me seguía hasta la silla vacía. Sus conferencias sobre filosofía contemporánea siempre eran muy populares. Hablaba con pasión, y utilizaba gestos y humor para cautivar hasta al más apático de los estudiantes. Cuando sus palabras brotaban, me aferraba a cada una de ellas y en los descansos, lo miraba con intensidad. Era mucho más joven que los otros profesores y lucía mucho mejor. Normalmente, usaba pantalones ajustados y una camisa que marcara su figura y mostrara lo esculpido que era su torso.No fue hasta después de recibir mi primer ensayo corregido que empecé a ir a su oficina. Esperaba que pudiera elaborar su retroalimentación. Quería discutir los temas que muy pocas veces le interesaban a mis compañeros. En su oficina, no experimentaba la misma autoridad que con los otros profesores. Durante nuestras discusiones, éramos pares. Presentábamos nuestros argumentos y nos escuchábamos por igual.

La audiencia aplaude y yo golpeo una mano contra otra, aunque no tengo la más mínima idea de qué estamos aplaudiendo. Mis pensamientos viajan a la primera vez que nos encontramos en su oficina.

*

Estoy parada afuera y toco a la puerta. El sonido de mi puño golpeando la pesada puerta de madera reverbera. En mi otra mano, me aferro a mi ensayo con las correcciones que ha hecho. La nota es muy buena, pero me gustaría que él elabore sus comentarios y discuta los pasajes que piensa que debería trabajar especialmente. El corazón golpea fuerte mientras los segundos pasan; llego a dudar que esté allí. Antes de que pueda pensarlo dos veces, la puerta se abre. Sonríe cuando me ve y se hace a un lado para dejarme pasar. Hecho una mirada al pasillo para asegurarme de que nadie me vea entrar.Dejo mi ensayo sobre su mesa, me inclino sobre el borde del escritorio y comienzo a hojear una vieja novela de Virginia Woolf que yace allí. Él se aclara la garganta para hacerme saber que está esperando que yo diga algo. Hurgo mi cabello; de pronto su presencia me pone nerviosa. Cuando camina hacia mí, sé que no estoy acá sólo por sus elaboraciones.

Se sienta en su escritorio y me mira con intensidad. No sé si mira mis oscuros ojos delineados, mis pechos apenas disimulados bajo una camiseta blanca ajustada, o si es la minifalda que cubre muy poco de mis muslos. Siento su mirada quemando mi piel y su calor se expande por mi cuerpo.Toma el libro de mis manos y lo deposita en la mesa nuevamente. Luego dirige su atención a mis muslos; se inclina para besarlos. Traza un camino a lo largo de mi pierna, hacia arriba, hasta llegar a mi minifalda. Se detiene por un momento, lo que hace que empuje mi parte baja hacia él con ansiedad. Sus labios continúan su recorrido. Despacio, abre el lado de mi falda, un botón a la vez. El deleite de la anticipación provoca que mi corazón se acelere. Besa mis muslos y luego mi ropa interior. La retira, desnudando mi vagina. Arqueo mi espalda para dejar bien claro lo que quiero. Se detiene; nos ayudamos mutuamente con la camiseta. Mis senos pesan sobre mi torso tras liberarse de la tela blanca. Los toma con ambas manos y los besa; mis pezones se endurecen. Con un zumbido de placer, aparta su boca de mis pechos y hunde su cabeza entre mis piernas. Estira la piel de mi vagina para abrirla para él. Me lame y acaricia cada centímetro mientras, por momentos, hace contacto visual conmigo. Inclino mi cabeza hacia atrás por el placer que me provoca, un placer que recorre todo mi cuerpo. Su lengua continúa jugando con mi vagina hasta que no puedo aguantar las ganas de tenerlo dentro de mí.

Nos besamos con avidez. Me arrodillo para darle su recompensa. Lo empujo hacia atrás en la silla cuando intenta besarme otra vez. Obedece, se recuesta y me observa. Lamo su pecho velludo mientras lo miro. Mi lengua se desliza hacia arriba y hacia abajo recorriendo su cuerpo musculoso. La piel debajo del ombligo tiembla cuando mi lengua la roza. Abro sus pantalones a cuadros, encuentro su pene y lo cubro con mi boca. Lucha para terminar de sacárselos, pero se niega a alejar su pene de mi boca. Se mueve en la silla. Logra sacarse los pantalones de un lado, luego el otro, mientras su pene se desliza adentro y afuera en mi boca. Cuando sus pantalones finalmente están en el piso, se acomoda y toma mi cabeza, empujando su pene más adentro aún. Me quejo suavemente; su respiración se hace cada vez más pesada y menos controlada. Con su sabor aún en mi boca, me pongo de pie nuevamente. Estoy pronta para él; me siento en su escritorio. Sigue mis movimientos y tira las cosas de la mesa, haciendo lugar para nuestros empapados cuerpos. La madera se siente fresca y dura en mi espalda cuando me recuesto y levanto mis piernas hacia él. Toma mis caderas con firmeza y una vez más hunde su cara en mi vagina mojada.

Gimo mientras miro hacia la puerta que da al pasillo, intentando morderme el labio para contener los sonidos dentro de las cuatro paredes de la oficina. Se detiene, toma su pene, y me lo mete lentamente. Cuando me penetra, ambos suspiramos de placer. Irrumpe con fuerza. Mis manos suben por mi cuerpo hasta mi cabello. Lo tomo fuerte mientras resisto la necesidad de gritar de placer. Me pide que me dé vuelta.

Estoy doblada sobre el escritorio, mis manos apoyadas sobre la madera y me penetra nuevamente. Al principio, mi cuerpo se balancea suavemente adelante y atrás, pero pronto golpea fuerte contra el escritorio con cada arremetida. Giro mi cabeza y sus labios me encuentran rápidamente. Nuestros besos son húmedos e intensos. La pasión que ha estado creciendo adentro de nosotros los últimos meses finalmente está brotando aquí mismo, en su oficina, sobre su gran escritorio de madera, con estudiantes y profesores que pasan por el pasillo sin tener la menor idea de lo que pasa allí dentro.

Gime profundamente y me da la vuelta para enfrentarnos nuevamente. Nos miramos a los ojos y nos besamos con pasión. Estoy recostada sobre el escritorio; toma mis pechos con firmeza. Los besa y lame. Siento cómo mi vagina se contrae ante la expectativa. Chupa mis pezones y se mueve hacia abajo; inclino mi cabeza con los ojos cerrados y disfruto de la sensación de su lengua poseyendo cada centímetro de mi cuerpo. Cuando llega a destino, me lame con más furia y determinación. Comienzo a gemir mucho más fuerte de lo que debería.

De pronto se detiene y cambiamos posición. Él se recuesta en el escritorio con su pene apuntando al aire y me coloca sobre él. Se desliza sin esfuerzo afuera y adentro de mí, conmigo montada sobre él, gimiendo suavemente.Luego de unos minutos, me coloca sobre la mesa nuevamente, lo que permite que pueda penetrarme más profundo. Lo miro directo a los ojos. Todo mi cuerpo tiembla y le digo sin palabras que estoy a punto de sucumbir. Me toma de las caderas, y empuja más fuerte y profundo dentro de mí. Siento el orgasmo crecer y moverse desde mi vagina hacia todo mi cuerpo; me coge con fuerza y me llena con su semen.

Mientras mi pulso vuelve lentamente a la normalidad, puedo sentir el sudor corriendo por mis pechos hacia mi ombligo.Sonreímos y nos besamos con pasión. En ese momento, siento la certeza de que no será la última vez que estaremos en esta situación.

Cuando estoy por irme, me pregunta si quiero un cigarrillo. Fumamos y finalmente tocamos el tema de mi ensayo. Lee los pasajes en voz alta, y señala los puntos fuertes y los débiles. Las palabras de mi ensayo suenan perfectas en su voz. Recuerdo que, sentada allí, escuchándolo, pensaba que había algo especial en él: un feminista que puede mantener una conversación interesante y, a la vez, chupar una vagina hasta que se moje por entero.

*

La audiencia aplaude una vez más y me saca de los recuerdos en los que había estado inmersa durante toda la conferencia. Los otros espectadores comienzan a juntar sus cosas y a salir del café literario.