El arbolito - Andrés Roca - E-Book

El arbolito E-Book

Andrés Roca

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Beschreibung

El Arbolito relata la evolución y transformación de Esperanza de la Sierra, un pueblo imaginario de los andes Argentinos que es profundamente afectado por el corralito y la crisis económica del 2001. El Ruso Orlov (intendente del pueblo) y el Negro Cortes (comandante de la policía), a pesar de su notable incompetencia y corrupción, se ven forzados a encontrar una salida a la crisis financiera del pueblo para no permitir que el pueblo caiga en anarquía total. Los dos conciben una idea genial basada en el trueque del siglo XXI y la emisión de dinero social, bautizado por los habitantes del pueblo como el arbolito, que acaba por transformar a Esperanza de la Sierra y a la nación entera poniendo en aprietos a toda la clase política y poderosa del país. El Ruso y su equipo se transforman en un fenómeno mediático que llega a su cúspide de popularidad en un debate televisado con el ministro de finanzas de la nación, Nicolas Moreau, que es uno de los hombres mas respetados del país y miembro de la familia mas poderosa de todo el continente.

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Seitenzahl: 100

Veröffentlichungsjahr: 2015

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El arbolito

Andrés Roca

Editorial Autores de Argentina

Roca, Andrés 

   El arbolito / Andrés Roca – 1a ed. . – Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2015.

   Libro digital, EPUB

   Archivo Digital: descarga y online

   ISBN 978-987-711-412-6

   1. Novela. I. Título.

   CDD A863

Índice

El corralitoSon solo tres mesesEl trueque del siglo XXIMalicia criollaAl estrellato sin pesos

El corralito

La radio emitía constantes avisos de última hora sobre los sucesos económicos del día mientras el Ruso Orlov le pedía al comandante de policía del pueblo proteger la municipalidad con todos los agentes que tuviera disponibles el día siguiente. Un buen amigo suyo que estaba muy bien ubicado en el gobierno central de Buenos Aires le había filtrado la noticia de que los bancos iban a establecer un tope de trescientos pesos a los retiros de las cuentas bancarias de todos los ciudadanos de la República Argentina. El Ruso sabía muy bien que el pueblo entero se le iba a echar encima el viernes cuando todo su dinero fuera secuestrado por la banca con pleno beneplácito de los gobernantes de turno, así que decidió blindar la municipalidad ante cualquier ataque de la población.

El comandante de la policía era conocido entre los habitantes de Esperanza de la Sierra como el Negro Cortes. Era el mejor amigo del Ruso desde que tenía memoria, asistieron juntos a la Escuela José de San Martín, antiguamente conocida como General Fitz Roy enfrente de la recientemente modernizada terminal de transportes y a unos pocos metros de la plaza del pueblo. Los dos habían compartido todas sus vidas, por eso cuando el Ruso fue elegido intendente, en cuestión de horas, el Negro estrenó trabajo como comandante de la policía desbancando a uno de los hombres más queridos por la gente, don Andrés de La Vega, que había sido comandante en jefe de la policía local por más de 25 años. El descontento de la población no se hizo esperar, pegaron pancartas por todo el pueblo con toda clase de mensajes, una de ellas decía: Ruso, ¿cuántos amigos más tenés? ¡Comprobá si caben en la municipalidad!

El Negro no era conocido precisamente por su inteligencia pero sí por su rebeldía y asombroso uso del sarcasmo en situaciones difíciles. Ese día, el 30 de noviembre de 2001, el Negro estaba un poco aturdido por el calor que hacía, por eso se sentó frente al pequeño ventilador que tenía el Ruso encima del escritorio. Escuchó al Ruso hablar por horas sobre los lugares de la municipalidad que debía proteger el viernes, hasta que en un momento de lucidez casi que celestial preguntó: “Ruso, ¿y de quién estamos protegiendo a la municipalidad?”. El Ruso se secó el sudor de la frente con un pañuelo que tenía en el bolsillo del pantalón, miró hacia abajo meditando cuidadosamente su respuesta y dijo: “Eso es confidencial”. El Negro Cortes soltó una carcajada que retumbó entre las paredes de la oficina antes de decir: “No me vengas con pelotudeces a estas alturas, Ruso, que nos conocemos desde hace mucho tiempo, decime qué está pasando”. El ruso se negó y le pidió al Negro que saliera de la oficina porque tenía que hacer unos trámites muy importantes. El Negro se levantó y salió de la oficina murmurando: ¡Confidencial! ¡Este se cree que estamos en Washington! ¡Y que yo soy el director del FBI!

El Ruso observó con atención desde su escritorio cómo el Negro salía rezongando de la oficina, esperó hasta que la puerta se cerrara por completo para tomar el teléfono y llamar a su esposa Fabiana, le pidió que fuera al banco y cancelara la cuenta de ahorros que estaba a nombre de los dos y un depósito a plazo fijo que estaba a nombre de él. “Acepta solo dólares, no aceptes pesos”, le dijo el Ruso a Fabiana con un tono de voz angustiado.

Fabiana salió de la casa más o menos a la 11 de la mañana, vestida con lo que encontró a mano, no le gustaba salir sin arreglarse, especialmente cuando tenía que cruzar la plaza del pueblo al mediodía, pues era muy probable que las fieles ayudantas del cura, que eran conocidas por su impresionante habilidad para esparcir rumores, estuvieran al frente de la iglesia. Antes de llegar a la plaza, se acomodó el pelo mirando su reflejo en el cristal de un ventanal del restaurante de Mario Lazarus que se encontraba justo en la esquina de la plaza, al frente de la Municipalidad y al lado de la iglesia. Una vez se sintió cómoda, colocó su bolso Louis Vuitton en su antebrazo, estiró la mano hacia adelante e hizo su entrada triunfal a la plaza. Las ayudantas del cura estaban en su posición habitual, al acecho, para despedazar con su intrínseca habilidad de esparcir chismes a cualquier viandante que pasara por la plaza. Algo fuera de lo común sucedía ese día, pues las ayudantes del cura no se dieron cuenta de que Fabiana había entrado a la plaza, estaban distraídas mirando a una mujer rubia, alta, esbelta, de ojos azules y ropa ajustada que nunca habían visto antes. La mujer acababa de pasar frente a ellas y se dirigía hacia Fabiana. “Buen día”, dijo la mujer. “Buen día”, respondió Fabiana. La voz de la mujer le pareció un poco grave, pero no le dio importancia y siguió su camino hacia el banco. Apuró el paso cuando vio que las ayudantas del cura la estaban esperando para ponerla al día con los últimos rumores del pueblo, pero fue imposible evitarlas, una de las mujeres le salió al paso y le preguntó si sabía quién era la mujer con la que se acababa de cruzar. Fabiana, tratando de hacer evidente su afán, respondió con un crudo, pero directo, no. En menos de un abrir y cerrar de ojos las otras tres mujeres rodearon a Fabiana para contarle que esa mujer era Adolfito Bohn, el hijo de Helmut y Lydia Bohn, que se había ido a Estados Unidos hacía 5 años para celebrar su cumpleaños número 15 con las chicas de su escuela privada después de rogarle a su padre por casi un año para que le costeara el viaje, y desde ese día, nadie lo volvió a ver. Se rumorearon muchas cosas de él, incluso se llegó a decir que se había convertido al islam y que había viajado a Oriente Medio para unirse a un grupo terrorista (invención de las ayudantas del cura). La reacción de Helmut Bohn no se hizo esperar; una tarde en la que las ayudantes del cura estaban al frente de la iglesia, se acercó y les dijo todo lo que había que decir con su uso limitado del español y con un marcado acento alemán: “¡Las voy a demandar por difamación!”. Fue el último grito que se le escuchó decir a Helmut. Fabiana estaba completamente consternada, pues no podía creer que esa bella mujer fuera el chico picaflor que perseguía a todas las chicas del pueblo, sin darse cuenta, entró en la conversación, el tiempo pasó rápidamente en medio de los detalles, casi inverosímiles, que le estaban comunicando las mujeres, cuando miró el reloj eran las 12:50 p. m., diez minutos antes de que el banco cerrara sus puertas al público. Fabiana rompió la muralla casi indestructible que las mujeres habían formado alrededor de ella y corrió hacia el banco. Tomó la calle General Urquiza, que había planeado evitar porque estaba atiborrada de locales comerciales que estarían repletos de gente a esa hora del día, pero no le quedaba otra, necesitaba acortar el camino y ahorrar unos minutos para llegar al banco, no le dio importancia a su aspecto y transitó por la calle a paso apurado. “Buen día, Fabiana”, le decían múltiples conocidos que se encontraban de compras o almorzando en esta concurrida calle, ella no respondió a ninguno pues solo podía pensar en el banco y lo que Alberto (el Ruso) le iba a decir si no llegaba a tiempo.

Su corazón se aceleró cuando avistó las paredes blancas del banco en la esquina de la Calle General Urquiza con calle Concordia, pero no pudo ver las puertas pues la entrada principal daba a la Calle Concordia, colocó su bolso Luis Vuitton en su hombro derecho, se sacó sus zapatos de taco alto y corrió a toda velocidad haciendo honor a sus años de velocista en el equipo de atletismo de la escuela.

Cuando llegó a la puerta de cristal del Banco Mi Patria, Campito (como se conocía a Ernesto Campos) se encontraba cerrándolas desde adentro. Ella le hizo señas para que la dejara entrar, pero él le señaló el reloj, haciéndole entender que ya eran más de la una y que tenía que volver al día siguiente. Fabiana entró en pánico, ¿cómo le iba a explicar al Ruso que no había llegado a tiempo por estar cotilleando con las ayudantas del cura? En ese momento recordó que el gerente del banco, Carlitos Stevens, le debía unos cuantos favores al Ruso, incluyendo la aprobación de un jugoso contrato para la compra de mil hectáreas de tierras del estado en la zona rural de Esperanza de la Sierra; las tierras iban a ser alquiladas a campesinos humildes que muy probablemente sembrarían ajo. Golpeó a la puerta enérgicamente para evitar que Campito se fuera y le pidió que llamara a Carlitos, él salió al instante, abrió la puerta y le pidió que entrara ante la mirada desconcertada de Campito. “¿En qué te puedo ayudar?”, le preguntó. “Necesito cancelar el depósito a término fijo y la cuenta de ahorros que está a nombre de Alberto y mío”, dijo ella. Carlitos se sorprendió inicialmente pero decidió revisar el balance de las dos cuentas en la computadora de Campito antes de dar una respuesta; doscientos mil dólares era el balance. Carlitos sabía que le debía el favor de las tierras al ruso y que tenía que hacer lo que estuviera a su alcance para mantener su “amistad” en los mejores términos. Estuvo tentado de preguntarle la razón por la que quería cancelar las cuentas, pero prefirió guardar silencio pues no quería entrometerse en las decisiones del Ruso. Además, a él ya le habían informado que a partir del viernes todos los clientes del banco solo podrían retirar un máximo de 300 pesos por semana de sus cuentas bancarias y era evidente que el Ruso se acababa de enterar. Carlitos abrió la caja fuerte, revisó el balance que tenía en dólares y le entregó los doscientos mil dólares en efectivo a Fabiana. “Me imagino que querés solo dólares”, le dijo Carlitos sarcásticamente mientras extendía la mano con el dinero. Ella no respondió, pero tomó los fajos de billetes, los metió en su bolso, firmó los documentos que le entregaron, se despidió y salió del banco. Antes de llegar a la esquina de la calle Concordia, Carlitos le pidió desde la puerta del banco que esperara un instante porque necesitaba su número de cédula y la del Ruso para terminar de llenar los documentos de cancelación de las cuentas pero ella se negó a entregarle el número con Campito presente, porque podría memorizar el número de los documentos. Campito tenía un don que asombraba a los hombres más inteligentes de Esperanza de la Sierra y dejaba en entredicho la efectividad de las computadoras, podía memorizar todos los números que pasaban delante de él con solo un vistazo corto. Poco tiempo después de que empezó a trabajar como cajero en el banco había memorizado los números de cédula y cuentas bancarias de más de dos mil clientes. Al Ruso nunca le gustó que Campito tuviera esa información, así que le prohibió a Fabiana tener cualquier contacto con Campito dentro del banco. “Ese bicho debe saber hasta el número de calzoncillos que tengo en la cómoda, es un asunto de seguridad nacional tener a ese subnormal trabajando en un banco”, decía el Ruso. A Fabiana siempre le pareció una exageración la actitud del Ruso pero le hizo caso y siempre evitó hacer sus trámites del banco con Campito. Carlitos le pidió a Campito que se tomara un café antes de tomar los documentos de identidad de Fabiana y el Ruso, llenó los espacios vacíos en los documentos que Fabiana ya había firmado y le devolvió los documentos a Fabiana, ella los tomó sin pronunciar palabra y salió del banco rápidamente.