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Matías Sandler es un detective privado casi sin trabajo, fanático de los investigadores de las novelas y películas policiales clásicas, quien ansia tener casos apasionantes como sus héroes. Pronto su sueño se hará realidad cuando un hombre extraño lo contrata para encontrar a una misteriosa mujer y ella termina pidiéndole ayuda iniciándose un caso que a cada momento se vuelve más difícil. El protagonista tendrá que poner en juego toda su capacidad y sagacidad para resolver las diferentes situaciones que se le presentan y, de esta manera, el investigador terminará teniendo su gran aventura con el caso del Busto de Don Faustino.
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Seitenzahl: 177
Veröffentlichungsjahr: 2023
PEDRO ACOSTA
Acosta, PedroEl busto de Don Faustino : su gran aventura / Pedro Acosta. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-4630-2
1. Novelas. I. Título.CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Era un día muy pesado en la ciudad, el verano pegaba duro sobre el microcentro porteño, la gente iba de un lado a otro en el horario bancario, las calles parecían un hormiguero donde todos corrían, estaban apurados, se cruzaban con motoqueros que hacían zigzag para esquivar a las personas y un mundo de gente entraba y salía de bancos, empresas, oficinas públicas haciendo tramites de todo tipo. En medio de ese caos el intenso calor convertía al cemento en un horno, el asfalto parecía derretir las suelas de los zapatos, no corría una gota de aire y el sol daba de lleno sobre la urbe.
Inmerso en ese clima para nada amigable caminaba por las calles hirvientes Matías Sandler saco en mano con la camisa empapada y un gesto de preocupación. Era detective privado, una profesión no muy redituable en estos días que corrían, tenía treinta años, morocho de pelo corto negro muy prolijo, rasgos faciales que no eran de gran belleza, pero lo hacían un muchacho bastante atractivo. Su cara era cuadrada con una nariz recta y mandíbula ancha y fuerte, tenía ojos marrones con una mirada muy expresiva, llevaba barba de tres o cuatro días desprolijamente arreglada. Era alto, de un metro ochenta y de físico delgado pero atlético. Usaba traje oscuro que era para el cómo su uniforme de trabajo a veces con corbata, otras veces no. Volvía a su oficina después de cobrar un puñado de pesos de un pequeño trabajo realizado que apenas le alcanzaba para cubrir una de las innumerables deudas que tenía. Su lugar de trabajo era un viejo edificio sobre la Avenida de Mayo, a unas pocas cuadras de la histórica plaza, construido con estilo ecléctico con toques góticos a mediados de la década del veinte, en un principio había sido un hotel y funcionó como tal hasta los años setenta, pero tras mucho tiempo de permanecer cerrado en los noventa fue reciclado y transformado en un edificio de oficinas. Actualmente se lo veía gris, monótono y con escaso mantenimiento. Contaba con diez pisos y por cada uno doce oficinas, conservaba su aspecto original tanto por fuera como por dentro. Su construcción era de techos altos que lucían descascarados como así también las paredes. Dos viejos ascensores y una muy poco iluminada escalera eran las vías comunicación entre los pisos. Con frecuencia uno de los elevadores estaba sin uso por desperfectos mecánicos. Los pasillos de cada planta eran largos y alumbrados a medias. Las puertas de las oficinas mantenían el estilo clásico con un gran vidrio opaco en su mitad superior. Podía encontrarse de todo estaba habitado por inquilinos de las más variadas profesiones como arquitectos, contadores, abogados, dentistas, psicólogos, negocios de servicios informáticos, productoras audiovisuales, agencias de turismo, consultorías y hasta una tienda que vendía de todo por Internet. Allí tenía su propia agencia de detectives. En la puerta podía leerse un tanto borroneado el número de la oficina, la 406, y el nombre Sandler investigaciones. Para él eso no era una actividad pasajera o circunstancial, era un verdadero negocio familiar. Su padre había abierto la agencia en 1983 con la vuelta de la democracia, una época un poco más fructífera económica y profesionalmente para esa actividad comparando con las cosas que en estos días se veían y se vivían. Carlos Sandler había hecho un breve curso en la primera escuela argentina de detectives y así había iniciado su carrera. Lo suyo eran los seguimientos, en eso era uno de los mejores, y le había alcanzado para hacerse un nombre dentro del ambiente detectivesco. Matías se incorporó a la agencia como ayudante cuando tenía dieciocho años primero en tareas administrativas y de a poco había comenzado a colaborar en los casos donde hacía falta. Con el correr de los años fue aprendiendo el oficio y sobre el final de la carrera del padre tuvo sus propios casos para resolver hasta quedar al frente del negocio. Carlos se había retirado no hacía muchos años atrás y ahora realizaba colaboraciones para una compañía de seguros armando informes sobre los clientes que denunciaban el robo de sus vehículos en situaciones poco claras. Nada muy arriesgado, puro papeleo, bastante rutinario para un hombre grande era una interesante opción. Pero el hijo quería algo más, no le alcanzaba con seguimientos o trabajos en los que no hubiese algo de adrenalina. Desde muy joven le había fascinado este mundo, había crecido entre novelas policiales, películas e historietas de detectives de esos que andaban siempre vestidos con la misma ropa, que aceptaban casos raros y misteriosos y que al final de la historia se quedaban con la chica. Como no quería ser un mero ayudante, aparte de la experiencia que sumó junto a su papá el joven Sandler completó su formación y estudió dactiloscopia, seguimiento, psicología forense, tecnología, ADN, Arma y tiro, grafología, fotografía y filmación. Para seguir con la tradición concurrió al mismo establecimiento que su padre que ya entrados los años dos mil había incorporado mucho material y había vuelto el primitivo curso en toda una carrera. Completó ese estudio con cursos de criminalística, formación actoral, maquillaje y caracterización, física y química. Todo lo que un detective profesional necesitaba saber para poder llevar adelante una agencia seria. En otras épocas más dulces Matías tenía todo un equipo profesional: micrófonos, microcámaras, set para huellas digitales y un sofisticado hardware y software para llevar a cabo su trabajo. Tuvo su momento de gloria hasta 2015, pero ahora desde hacía algunos años el trabajo estaba escaseando. Los problemas económicos generales y particulares lo llevaron a desprenderse poco a poco de todo a excepción de un par de cosas que guardaba celosamente en el armario de la agencia, lo mínimo como para realizar un trabajo digno. En medio de toda esa coyuntura económica tan compleja se encontraba el joven detective. Las cosas no salían como él pretendía y el negocio no estaba funcionando. Esa situación lo tenía muy preocupado pues no había mucho trabajo y el poco que conseguía no era muy interesante, no llenaba lo suficiente su espíritu aventurero ni su bolsillo. Un marido que sospechaba que su mujer lo engañaba, una esposa que quería saber quién era la amante de su marido y de vez en cuando algún informe sobre autos robados que le pasaba su padre para tratar de redondear un número que no lo llenara de deudas. Esos trabajos estaban muy lejos de las películas hollywoodenses de Philipe Marlowe y Sam Spade con las que había crecido. Ninguno de estos casos se parecía remotamente y ni se acercaban mucho a las aventuras de todos sus ídolos de las novelas policiales como Sherlock Holmes y Hércules Poirot. Repleto de dudas y lleno de pesimismo abrió la puerta de su oficina, entró, prendió la luz y echó un vistazo al lugar con un dejo de melancolía, poco quedaba de la agencia original. En aquellas épocas, las de su padre, una mampara dividía en dos al lugar encontrándose de un lado la recepción y del otro lado el despacho que además del escritorio, el confortable sillón y las sillas para los clientes tenía estantes con libros completando el ambiente la pequeña cocina que quedaba oculta tras dos puertas al estilo de las clásicas kitchenettes y el baño. Un verdadero bunker muy bien equipado.
Actualmente la mampara ya no estaba al igual que el pequeño escritorio donde la secretaria Alicia recibía a los clientes. En el llamado horario comercial aquella oficina era una agencia de investigaciones y en el resto del día era el hogar del joven detective al que tuvo que recurrir para recortar sus gastos. El padre de Sandler había comprado el lugar por lo cual salvo los servicios y los impuestos no había otra erogación de dinero y eso en estas épocas de vacas flacas era un alivio para él. La oficina actualmente tenía un mobiliario más modesto que el original, los muebles económicos que había comprado en el mercado de frutos del Tigre reemplazaban a los de estilo clásico quedando tan solo el sillón de tipo gerencial y la lampara del escritorio de bronce. Además del escritorio y las sillas el lugar contaba con un sofá amplio que, hacia las veces de cama para Matías, un enorme armario y un viejo archivero metálico de cuatro gavetas donde guardaba algo de ropa y sus efectos personales. La enorme ventana, la única que había en la habitación estaba siempre con la persiana subida y la cortina marrón clara corrida para que entrara la luz solar. Una forma de ahorrar energía. Al investigador lo conocían desde hacía muchos años y por eso ningún otro ocupante de las oficinas se quejaba del uso mixto que hacía de aquel lugar. Alicia, la fiel secretaria, quien había estado desde la época en que Carlos Sandler presidía la agencia se mantuvo firme en su puesto hasta unos pocos meses atrás aun cuando llevaba varios meses sin recibir sueldo alguno. Matías tuvo que pedirle casi con tono de ruego que dejara ese empleo y buscase un trabajo que le resultara más lucrativo. Muy a su pesar la incondicional, responsable y eficiente secretaria le hizo caso y hoy en día se desenvolvía como la recepcionista de un abogado que tenía su estudio unos pisos más abajo en el mismo edificio. Así y todo, por el afecto que guardaba tanto por el hijo y por su padre ad honoren se ocupaba de la poca correspondencia que recibía la agencia que por lo general eran avisos de pago y reclamos de deudas. Si bien aquel oficio no era lo que el joven detective soñaba, su estado financiero y laboral actualmente sí se parecía mucho a los de esos detectives de las películas de los años cuarenta y cincuenta que usaban siempre el mismo traje, comían saltado, le debían a medio mundo, tenían poco trabajo, pero no transaban con nada ni con nadie. Ese era el gran orgullo del joven detective, ser fiel a sus convicciones y no entrar nunca en ninguna componenda extraña que capaz podría dejarle bastante dinero pero que iba en contra de sus ideales, aquellos que le había inculcado su padre y a los cuales permanecía apegado pese a los ruegos familiares para que cambiase esa profesión por algo más estable
Matías se dejó caer en su sillón giratorio, hizo un cuarto de giro para quedar de frente al escritorio, sacó del cajón de abajo un vaso y una pequeña petaca de whisky, se sirvió y se recostó sobre el respaldo tensándolo al máximo al punto de escuchar el chirrido que marcaba el tope de la inclinación. Puso sus piernas estiradas sobre la mesa, tomó un trago y abrió su laptop que descansaba a su derecha para ojear los portales de noticias. Los titulares eran casi todos sobre política y economía, pero uno más pequeño captó su atención: ROBAN PINTURAS DEL MUSEO DE ARTE CONTEMPORÁNEO. Este sí que es un caso interesante, pensó. Ese robo era algo que se parecía a las aventuras que el soñaba vivir algún día. Cerro la pequeña computadora y trato de relajarse dejando de lado todos los problemas. En esa posición pensaba en qué hacer con el magro negocio, seguir, sin ver un centavo o largar todo y dedicarse a algo que al menos le llenara el bolsillo regularmente. Cerrar la agencia definitivamente e irse a trabajar con su padre era otra opción que analizaba cada vez más seriamente ya que era un trabajo seguro con paga regular y horarios normales, pero era decirles adiós a sus sueños de aventuras. En esa encrucijada estaba cuando se quedó dormido. No fue un largo sueño porque de pronto tocaron a la puerta de la oficina bruscamente sonido que lo hizo saltar del sillón teniendo que acomodándose un poco la camisa y tras acomodar su pelo con las manos invito a pasar a quien esperaba en la entrada. Vio pasar a la oficina a un hombre gordo, alto, calvo, de unos cincuenta y cinco años. El pelo de los costados de su cabeza era gris plateado, su cara lucia redonda, tenía ojos medianos, una nariz bastante amplia y boca grande con labios prominentes. Su mirada era dura y la hacía aún más dura sus enormes cejas grises. Vestía traje claro y camisa blanca sin corbata. Junto a él ingresó un pequeño hombre de rasgos orientales de no más de un metro cincuenta y cinco, robusto, pelo corto negro, nariz chata y una prolija barba candado. Iba vestido con un traje negro entallado camisa negra y corbata roja. El hombrecito parecía salido de una película de James Bond de los años sesenta y el ruso era una réplica del típico sujeto malo de los films clásicos. Matías Sandler se paró y apoyó las manos sobre la mesa sin entender demasiado que ocurría dado que se había quedado profundamente dormido y la sorpresiva irrupción de esa extraña pareja lo había despertado. Mientras el detective trataba de conectarse nuevamente con la realidad el hombre gordo se sentó desparramando su voluminosa humanidad en la silla del otro lado del escritorio mientras el pequeño oriental se quedaba cerca de la puerta parado, tieso, con las manos cruzadas al frente como un custodio. El misterioso sujeto saludó muy cordialmente a Matías con un acento que evidenciaba que era ruso. Se presento como Iván Gregory Charkinovsky y sin más preámbulos le comento que estaba interesado en contratar sus servicios. El tono de aquel extraño y curioso personaje era ameno y cordial con modales muy educados. Sandler se sentó y se dispuso a escuchar a ese amable interlocutor que después de entrar de manera abrupta se comportaba como un caballero. Sacó una pequeña libreta del cajón del medio del escritorio para anotar todo lo que el ruso pudiese decirle sobre el trabajo. El europeo se acomodó en su silla, cruzo sus manos sobre su prominente abdomen y le explicó que necesitaba que encontrara una persona. El investigador procedió a realizarle las preguntas de rigor acerca de a quién debía buscar. ¿Sería a un familiar, un amigo, un enemigo? El ruso largo una risotada profunda tras lo cual le explico que a quien debía buscar era una mujer. El joven se disponía a preguntarle si era su esposa, su novia o tal vez su hija, pero Iván se anticipó y le comento que la señorita estaba en deuda con él y desde hacía unas semanas no podría encontrarla por ningún lado. El potencial cliente ofreció una muy buena paga por localizarla y luego tiro sobre el escritorio la foto de una chica rubia muy hermosa. ¿Le robó? preguntó Sandler tratando de obtener algún otro dato a la muy escueta explicación que el ruso le daba para requerir de sus servicios. El hombre gordo dijo que no y agregó que la situación era un poco más complicada que un hurto o una simple transacción económica. Con tono firme le explico a Matías que lo que necesitaba era alguien que fuese bueno para el trabajo y no hiciese demasiadas preguntas. ¿Puedo pedirle eso? inquirió Iván Gregory recibiendo un meneo de cabeza por parte del detective en señal de respuesta para luego levantar la foto y la observarla detenidamente. Por un instante la situación le pareció extraña.
—Mi trabajo es hacer preguntas señor charqui..charski…
—Puede llamarme Iván. Solo le pido que no haga demasiadas preguntas. O al menos que no me las haga a mí. ¿Puedo contar con sus servicios entonces? y por supuesto ¿puedo contar con su discreción para este trabajo?
—No se preocupe señor Iván, me suelo mover de esa manera. No sería buen detective sí no lo hiciera así.
El ruso bajó levemente la cabeza en gesto de agradecimiento por la comprensión del joven detective quien le solicito algunos datos más como ser una dirección, un número de teléfono, lugares a los que la chica solía concurrir, alguna amistad o algún familiar a quien poder consultarle. El europeo volvió a soltar una carcajada y mirando fijamente a Sandler le remarco que por esa razón recurría a él, de tener tanta información no habría necesidad de contratar a nadie. Le dejó bien en claro que no sabía mucho más de lo que le he contado. Las últimas palabras del hombre gordo no le sonaron bien al detective. ¿La chica tenía una deuda con él, pero no sabía nada de ella y solo tenía una foto? El ruso percibió que el muchacho desconfiaba demasiado y trato de ganarse su confianza contando algunos detalles sobre la joven quien le había sido recomendada por un conocido de un amigo suyo y a la que había contactado por teléfono desde un numero privado tan solo viéndose una vez para arreglar el asunto que debía resolver para luego no volver a saber de ella. La foto que le había entregado le generaba dudas a Matías, ¿si solo la vio una vez como podía tenerla? Capaz la había obtenido de alguna red social lo cual sería un buen dato como para rastrearla, pero el ruso dio por tierra con esa opción. Su secretario, el pequeño oriental que seguía quieto a su lado la había tomado durante la breve reunión que mantuvieron. Como dato adicional le conto que la cita había sido en un bar de Palermo, pero no recordaba la calle. Sandler tomó un cigarrillo, lo prendió y pareció no estar muy satisfecho con lo poco que le había contado. El asunto pintaba difícil así que le explicó que los honorarios serian altos a lo que el hombre gordo accedió sin ningún problemay sacando de su bolsillo un pequeño fajo de dinero atado con una bandita elástica lo arrojó sobre el escritorio. Matías lo contó muy bien mojándose un par de veces el dedo índice para hacerlo. Charkinovsky le pregunto si le parecía suficiente y el detective asintió con la cabeza mientras guardaba el adelanto en el bolsillo del pantalón. Ese dinero seria de vital importancia para tocar a sus contactos y por como venía la mano iba a necesitar de todos sus informantes sino resultaría muy difícil encontrarla. Si sabe buscar la va a encontrar rápido dijo el cliente dando por cerrado el tema y sin muchas más explicaciones se dispuso a marcharse de la oficina. Matías hizo un último intento de entender un poco más la situación y le preguntó si podía decirle porque estaba buscando a la muchacha, pero Iván sin darse vuelta mientras se dirigía a la puerta le contestó con un tajante y categórico NO. Definitivamente ese hombre era muy celoso de la privacidad del asunto. El nuevo cliente chasqueo los dedos y el pequeño oriental se acercó y tan solo le dijo número lo cual fue suficiente para que el detective le diera una tarjeta personal donde figuraba su celular. El custodio se la saco de la mano con brusquedad y se la dio a su jefe que esperaba en la puerta, acto seguido los dos salieron, pero antes de cerrar la puerta Iván le remarcó que iba a llamarlo para saber cómo iba la investigación
Matías tenía sensaciones encontradas sobre la propuesta del hombre gordo. Mientras observaba la foto de la bella rubia de cabellos ondulados y enormes ojos celestes que le había entregado, mil dudas le surgían sobre esa búsqueda que le habían encomendado. Buscar a una chica tan solo con una foto parecía ser una tarea imposible, tenía que sacar a relucir todos sus recursos para llevar adelante este caso ya que no podía darse el lujo de perder el dinero que le ingresaría por encontrarla y además en algún punto le intrigaba demasiado todo ese asunto. El ruso tenía pinta de mafioso y el pequeño oriental que lo acompañaba acrecentaba más esa imagen además poner un fajo de billetes tan abultado como adelanto daba que pensar y se veía que encontrarla era una cuestión de suma urgencia para él. La insistencia en que todo se mantuviese en el más absoluto de los secretos era otra de las cosas que alimentaba las dudas del detective. ¿Esa chica trabajaba para él y se había olvidado de darle algún vuelto?, o tal vez le había hecho un préstamo a un interés mucho menor que el de un banco y la rubia no le había devuelto el dinero. Si la cosa es ilícita uno está siempre a tiempo de abrirse