El camino hacia la sanación - Fernanda Kreuzburg - E-Book

El camino hacia la sanación E-Book

Fernanda Kreuzburg

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Beschreibung

Ana, una joven que ha vivido muchas dificultades emocionales y personales, se embarca en un viaje de autodescubrimiento y sanación. Tras la partida de su mejor amiga Sofía, Ana comienza a vivir sola por primera vez y enfrenta los retos de la soledad. Al principio, se siente perdida y recurre al trabajo, a salir con sus amigas para no sentirse aislada, pero con el paso del tiempo, empieza a aprender a disfrutar de su propia compañía. Durante este proceso, se va reconociendo a sí misma, enfrentando traumas pasados y desarrollando una fuerza interior que nunca imaginó tener. En su camino va conociendo amistades y personas que le hacen replantearse el concepto de amor y lo que realmente necesita para ser feliz. A través de conversaciones profundas y momentos de intimidad, Ana comienza a sanar las heridas emocionales que había arrastrado durante años. Este libro explora la importancia de la soledad como herramienta de crecimiento personal, la necesidad de redescubrirse a uno mismo, y cómo las relaciones pueden ser un catalizador para la sanación. Sanación de Ana es una reflexión sobre la importancia de la autoaceptación y el poder de la vulnerabilidad en el proceso de transformación personal.

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Seitenzahl: 117

Veröffentlichungsjahr: 2025

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FERNANDA KREUZBURG

El camino hacia la sanación

Kreuzburg, Fernanda El camino hacia la sanación / Fernanda Kreuzburg. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-6295-1

1. Narrativa. I. Título. CDD A860

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de Contenidos

El Comienzo del Camino

Un refugio en la soledad

Nuevos Descubrimientos

Primer día en el caos

Pequeños pasos, grandes cambios

Un Paso Más Cerca

Un Nuevo Comienzo

Nuevo hogar

El siguiente paso

Un cambio en el aire

Dejando atrás lo conocido

Reflejo en el alma

El Silencio de la Soledad

Tejiendo conexiones

Semillas de cambio

Encuentro bajo la lluvia

Conexiones inesperadas

Conexiones inesperadas

Lecciones de despedida

El poder de la amistad y el cambio

Un nuevo horizonte

Paso a paso

Un paso más cerca

Reflexiones y Nuevas Decisiones

Conexiones y Caminos Abiertos

Gratitud y Nuevas Perspectivas

Raíces de Cambio: El Camino hacia el Sueño

La Celebración de un Sueño

El Comienzo del Camino

Ana había crecido en un pueblo donde nada parecía cambiar, pero ella sabía que, tarde o temprano, su vida tenía que hacerlo. En aquel rincón al sur, entre calles tranquilas, plazas llenas de niños y tardes de mate en la vereda, Ana soñaba con algo más. La plaza principal tenía bancas y faroles altos que se encendían al anochecer, iluminando los senderos de piedra. A unas cuadras de la plaza, en una calle arbolada, se encontraba el hogar para niñas, un edificio de dos pisos con paredes blancas y grandes ventanales.

Ella tenía diez años con el cabello castaño y revuelto, piel morena y grandes ojos oscuros llenos de curiosidad. Era tranquila y observadora, pero en su interior escondía un mundo lleno de imaginación. Desde muy pequeña había aprendido que la vida podía ser dura, pero eso no le impedía soñar con lugares lejanos y con una familia que la abrazara con amor verdadero.

Ana no había conocido a su padre, su madre la había abandonado a los 5 años, por lo que creció en un hogar de niñas, allí enseñaban diferentes oficios: costura, tejido y cocina, para que las chicas tuvieran a futuro como ganarse la vida, Ella eligió el tejido, porque le recordaba a su abuela, la única persona que alguna vez le había dado amor.

La abuela de Ana vivía en una casita de campo, rodeada de árboles frutales y jardines llenos de flores silvestres. Su casa estaba lejos del pueblo, a varios kilómetros. Allí, en medio del silencio del campo, Ana encontraba su verdadera felicidad.

Solo una vez al año podía visitarla, durante sus vacaciones de verano, pero aquellos días se convertían en su tesoro más preciado. Desde el momento en que bajaba del viejo autobús que la llevaba hasta la carretera más cercana, sentía que dejaba atrás el peso de la vida en el hogar y entraba en un mundo lleno de magia y libertad.

Su abuela la esperaba siempre en la puerta de su casa, con su cabello blanco recogido en un moño y las manos marcadas por el trabajo, pero aún firmes y cálidas. Desde que llegaba, Ana corría a abrazarla, sintiendo en su pecho aquel latido suave que le daba paz.

Los días en el campo eran una aventura. Ella ayudaba a su abuela a recoger manzanas del viejo árbol junto a la casa, se metía descalza en el arroyo que corría cerca y perseguía mariposas en los campos. A veces, se despertaba antes del amanecer solo para ver cómo el sol pintaba de naranja las montañas y el rocío cubría la hierba como un velo de cristal.

Pero lo que más le gustaba era cuando su abuela sacaba los ovillos de lana y se sentaban juntas en el corredor de la casa, con una taza de té caliente y el sonido de los grillos como única compañía. Su abuela tejía con paciencia infinita, y Ana, fascinada, intentaba imitar sus movimientos. Para ella, tejer no era solo entrelazar hilos; era un acto de amor, una manera de atrapar los recuerdos y envolverlos en una manta que duraría para siempre.

Esos días pasaban demasiado rápido. Cuando llegaba el momento de regresar al hogar, Ella sentía un nudo en la garganta. Sabía que su abuela era la única familia que tenía, cada despedida la dejaba muy triste, ya que sabía que tenía que volver a su vida en el hogar.

El último año, su abuela ya estaba muy enferma. Su cuerpo frágil no le permitía moverse con la misma facilidad, y su voz era más suave, pero aún llena de ternura. Antes de que Ana regresara al hogar, la anciana la llamó a su lado y le tomó las manos con cariño.

—Ana, mi niña, quiero decirte algo antes de que mañana te vayas al hogar—susurró—. Sé que la vida no nos permitió estar juntas tanto como hubiésemos querido. Mi salud es frágil, y nunca tuve riquezas para darte más. Pero hay algo que siempre tendrás: mi amor.

Ana la miró con lágrimas en los ojos, sabiendo que su abuela no la acompañaría por mucho más tiempo.

—Nosotros no somos solo cuerpo, mi amor —continuó su abuela—. Somos espíritu y alma. Y cuando dos almas se aman de verdad, existe un hilo invisible que las une, sin importar el tiempo ni la distancia. También tenemos un sexto sentido, intuición o simplemente “Pepito Grillo”, pero en realidad es la voz de tu alma. Esa voz que te susurra el camino cuando la vida te pone en una encrucijada. No la ignores, escúchala siempre, porque allí estaré yo, guiándote en silencio.

Pocos meses después, la abuela de Ana falleció. Aquel día, el mundo de Ana se volvió más silencioso y frío. Había perdido a la única persona que le había dado amor incondicional, y sintió un vacío que no sabía cómo llenar.

Pero con el tiempo, en las noches tranquilas cuando se acurrucaba con una manta tejida por su abuela, en los momentos en que sentía la brisa rozar su piel o cuando cerraba los ojos y escuchaba el sonido del río en su memoria, comprendió que su abuela nunca la había dejado del todo. Su amor estaba tejido en los recuerdos, en los hilos invisibles de su alma, y en cada latido de su corazón.

Un refugio en la soledad

Cuando Ana llegó al hogar, era una niña tímida y retraída. Le costaba relacionarse con las demás chicas, y muchas de ellas solían burlarse de su silencio y su actitud reservada. Para evitar sus miradas y comentarios, pasaba la mayor parte del tiempo en el patio, donde algunos árboles frondosos le ofrecían sombra y un escondite seguro. Allí, se sentaba con las rodillas recogidas contra el pecho, escuchando el murmullo del viento entre las hojas y soñando con un lugar donde pudiera sentirse querida.

A medida que creció y comenzó a ir al colegio, encontró otro refugio: la biblioteca. Allí pasaba las tardes inmersas en los libros, disfrutando del silencio y la sensación de seguridad que le brindaban las historias. Entre estantes llenos de mundos desconocidos, Ana se olvidaba por un rato de su vida en el hogar.

Fue en el colegio donde conoció a Sofía, una chica alegre y extrovertida que parecía iluminar cualquier lugar con su risa. Desde el primer día, Sofía se acercó sin prejuicios, como si no le importara que ella fuera callada o reservada. Poco a poco, comenzaron a compartir momentos y se hicieron inseparables.

Un día, mientras esperaban el inicio de la segunda clase, Sofía le propuso algo inesperado.

—¿Y si nos escapamos de clases? Vamos a la costanera —susurró con una sonrisa traviesa.

Ana dudó por un instante, pero la idea de alejarse de la rutina y pasar tiempo con su amiga le pareció tentadora. Así que, sin pensarlo mucho, aceptó.

Juntas caminaron hasta la costanera, donde la brisa del río soplaba suavemente y el sol brillaba sobre el agua en reflejos dorados. Se sentaron en la hierba, disfrutando de la sensación de libertad. Fue entonces cuando Ana, aprovechando que estaban solas, se atrevió a compartir sus sentimientos.

—Deseo irme del hogar —confesó en voz baja—. No me siento querida allí. No tengo amigas, ni familia que se preocupe por mí.

Sofía la miró con tristeza, comprendiendo su dolor.

—Me apena que te sientas así… Yo también he estado pensando en mi futuro. En mi casa somos muchos y el dinero no alcanza. Pero frente a mi casa está el restaurante de don Juan, un amigo de mi mamá. Le pregunté si podía trabajar allí y me dijo que cuando cumpla dieciséis años, me podía dar trabajo. También le hablé de ti y dijo que podríamos trabajar juntas.

Los ojos de Ana se iluminaron con una chispa de esperanza.

—me quedan solo unos meses para cumplir los 16 después podemos ir a preguntar por el trabajo.

De vuelta en el hogar, los días transcurriendo con lentitud. Para distraerse, Ana quiso ver televisión en el salón común. No siempre tenía oportunidad, Pero aquella tarde como era un día soleado las otras chicas prefirieron pasar tiempo en el patio, por lo que el hogar estaba silencioso, Ana aprovechó la oportunidad para ver algo en la televisión que le gustara.

Mientras cambiaba de canal, se encontró con un documental sobre meditación. Observó con curiosidad cómo una persona se sentaba en silencio, cerraba los ojos y comenzaba a respirar profundamente. Nunca había visto a alguien meditar, pero por alguna razón se detuvo en ese programa.

—Para poder meditar —decía la voz del documental—, es importante encontrar un lugar tranquilo y permitirnos unos minutos de silencio. Al principio, los pensamientos vendrán con fuerza, pero si nos concentramos en nuestra respiración, poco a poco iremos entrando en un estado de serenidad…

Ana escuchó atentamente, intrigada. La idea de limpiar la mente y encontrar paz interior le pareció fascinante. Por primera vez en su vida, sintió que quizás había una manera de aliviar el peso que cargaba en su corazón.

A partir de ese día, comenzó a practicar. Le dedicaba unos minutos cada día. Al principio, le costaba mantenerse en silencio sin que los pensamientos la invadieran, pero poco a poco empezó a encontrar en esa práctica un refugio.

Los momentos de tranquilidad eran escasos en el hogar. Las demás chicas siempre estaban hablando, riendo o discutiendo, y encontrar un rincón silencioso no era tarea fácil. Sin embargo, Ana aprendió a adaptarse. A veces se despertaba más temprano que las demás y se sentaba en su cama con los ojos cerrados, concentrándose en su respiración. Otras veces esperaba a que todas salieran al patio y aprovechaba la soledad del salón.

Conforme pasaban los días, notó que algo dentro de ella comenzaba a cambiar. Sus emociones, que antes la abrumaban, ahora parecían más fáciles de manejar. Descubrió que, al cerrar los ojos y enfocarse en su interior, podía encontrar una sensación de paz que nunca antes había experimentado.

Un día, mientras caminaba por la biblioteca de la escuela, encontró un libro sobre mindfulness y desarrollo personal. Lo tomó con curiosidad y comenzó a leerlo en sus ratos libres. Aprendió sobre la importancia de vivir el presente, de aceptar sus emociones sin juzgarlas y de observar sus pensamientos sin identificarse con ellos.

Aquella noche, cuando todas dormían, Ana se quedó despierta bajo la tenue luz de la luna que entraba por la ventana. Repasó en su mente las palabras que había leído y tomó una decisión: no podía cambiar su pasado ni controlar lo que los demás hacían, pero sí podía trabajar en sí misma, en su bienestar y en su futuro.

A la mañana siguiente, mientras caminaba hacia el colegio, sintió que el aire fresco le llenaba los pulmones de una manera diferente. Por primera vez en mucho tiempo, tenía esperanza.

Nuevos Descubrimientos

Después de salir del colegio, Ana y Sofía decidieron ir a la plaza, ya que había una feria por el aniversario del pueblo. Había puestos de artesanía, comida y clases gratuitas de yoga y baile al aire libre. Mientras caminaban entre los distintos puestos, observaban con curiosidad las artesanías expuestas.

-(Sofía): Mira, Ana, estas pulseras de macramé están muy lindas. ¿Nos compramos una?

-(Ana): Sí, me gusta esta con los tonos celestes. Así tendremos un recuerdo de hoy.

Cada una compró una pequeña pulsera con el dinero que llevaban. Luego, continuaron explorando la feria hasta que llegaron al área de las clases gratuitas.

-(Sofía): ¡Mira! Hay una clase de baile. Me encanta bailar, voy a participar.

-(Ana): Yo creo que probaré la clase de yoga. Se ve interesante.

-(Sofía): ¡Nos encontramos después de la clase!

Ana tomó un lugar en la parte de atrás, ya que era lo único disponible. Una vez que todos estuvieron sentados, la profesora indicó.

—Cierren sus ojos, para comenzar una meditación —invitó con tono calmado—. Imaginen que están en un bello lugar, aquel en el que más desearías estar. Puede ser un lago cristalino, una playa tranquila o una pradera cubierta de flores, luego sientan la brisa, los sonidos y la energía del entorno. Respiren profundamente y dejen que la paz de ese lugar llene cada parte de tu ser.

Ana cerró los ojos y trató de seguir la indicación. Se imaginó en una pradera verde, con el sol acariciando su piel y el sonido del viento moviendo las hojas de los árboles. Sintió una sensación de calma que no había experimentado en mucho tiempo.

Después de la meditación, pasaron a los ejercicios de estiramiento y relajación muscular. Al finalizar la clase, la profesora compartió un mensaje con todos: