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Son historias de vida… y de fútbol. Un viaje a través de quienes ven con otros ojos y aun así, aprenden del camino. Son historias con finales determinantes, a veces trágicos, a veces graciosos. Porque la vida, es un sinfín de dispares colores y la virtud está en saber apreciar lo que llega a conmovernos. No va a faltar en cada relato, una cuota de alegría, frustración, fracaso, redención, amor, felicidad o pasión. Una montaña rusa de sentimientos encontrados o un viaje en su búsqueda.
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Seitenzahl: 135
Veröffentlichungsjahr: 2017
nicolás saldaña
EL CAMPEONATO DE MI VIDA
y otros relatos
Editorial Autores de Argentina
Saldaña, Nicolas
El campeonato de mi vida y otros relatos / Nicolas Saldaña. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2017.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-711-828-5
1. Narrativa Argentina. 2. Relatos. I. Título.
CDD A863
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail:[email protected]
Diseño de portada: Justo Echeverría
Diseño de maquetado: Maximiliano Nuttini
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina –Printed in Argentina
Deseo agradecer a todos los que formaron parte de este libro:
Al amor de origen, mis padres, que siempre me incentivaron a escribir con pasión.
Al amor que llevo en la sangre, mi hermana, quien nunca se cansó de leer todo lo que escribí.
Al amor más puro, mis sobrinos.
Y al amor más intenso que me dio la vida, mi novia.
Gracias por ser mi inspiración.
INTRODUCCIÓN
Hace muchos años atrás comprendí que la locura por algo en particular, puede ser compartida con muchas personas, pero cada uno la vive de formas diferente. Estamos conectados unos con otros, sabiendo que de tantas cosas que nos separan, siempre habrá algo que nos una y defina. Una persona no se dice así misma “soy triste”, sin embargo si solemos declarar “soy feliz”. Es más común escuchar un “estoy triste” y profundizando en esto es quizás, porque deseamos que la tristeza sea un estado pasajero y no algo que nos defina. Sin saber hacia dónde nos lleva la vida, viajamos por el mundo sin un detalle específico de lo que nos depara cada pausa que hacemos y solo podemos elegir algunas pocas cosas en este viaje, cosas a las que aferrarse para cuando el camino que estamos transitando no es el que esperábamos o no todo esta tan claro. Elegir algunas pocas cosas, sobre la infinidad de alternativas, no es nada fácil. Intentamos que esa elección que hacemos jamás nos defraude, no llegue a fallarnos y nunca nos desilusione, porque cuando eso sucede, nos llena una sensación de vacío asfixiante donde no queda nada en lo que podamos confiar, perdemos la seguridad que nos mantenía firmes. Yo, hace muchos años atrás, más de lo que recuerdo, elegí en que abocar una gran parte de mi vida, donde puedo decir que en esos momentos soy feliz, aunque ignore por completo el desenlace. Porque mi elección jamás me falla, está ahí todos los días de mi vida robando algunos suspiros, algunas lágrimas, a veces frustraciones, pero mayormente sonrisas. Para que logren entenderme, intentare explicarme un poco mejor:
“Un día, la policía llego a casa porque un vecino denuncio que desde mi hogar, provenían demasiados gritos alarmantes. Yo estaba solo, en mi propio encierro, sin darme cuenta que estaba haciendo escándalo tal, que preocupaba a mis adyacentes. Sin comprender el altercado, salgo al encuentro con los oficiales que estaban en la puerta de mi domicilio. Me presente como el dueño de la morada, aclare que estaba solo en ese momento y que no entendía el porqué del operativo. Sin embargo, el oficial insistió en querer entrar a la casa para asegurarse de que todo estuviese bien y yo deje que hicieran su trabajo, sin oponerme. Una vez que termino de revisar todo el lugar y darse cuenta que nada grave estaba pasando, me dijo:
-¿Usted está loco? –
-Loco debe estar mi vecino que no está viendo el partido – le respondí
-Pero señor, por favor, no haga tanto escándalo que es un amistoso –
En ese momento lo entendí todo. No basto con que justificara mis gritos ante los oficiales, no importo el adjudicar que la selección estaba jugando un muy mal partido, que no estábamos presionando la salida, que no abrían la cancha, que no había imaginación en el juego o que los contraataques se hacían demasiado lentos. El oficial había sido muy claro al remarcar, “es solo un partido amistoso” y ahí me cayó la ficha. Yo estaba siendo irracional al volverme loco por no querer perder ni un partido a beneficio, por dejar mi garganta pelada en cada gol, en cada jugada, en cada encuentro en el que la celeste y blanca es aclamada. Los observo con la ilusión ingenua de un niño que ve por primera vez como su abuelo, con un truco de magia, se quita el dedo de su mano o saca una moneda gigante detrás de la oreja. Con la ingenuidad de no querer comprender que tal vez la magia se acabó hace rato. Es que a mí no me importa en lo absoluto el contexto en el que se disputan los encuentros, mi pasión irrefrenable le da el valor suficiente para sufrirlo y disfrutarlo de manera única”
De esta manera es que quiero compartirles lo que siento, acá con un retazo de algo valioso, que algunos lo entenderán y otros buscaran adjudicarle este problema mental a las drogas, medicamentos mal recetados, o al consumo lácteos vencidos. Mientras tanto, yo pienso justificarlo todo como un acto reflejo puro y exclusivo de una pasión que llevo dentro. Porque la magia, creo yo, no está en buscar el momento perfecto, porque de encontrarlo solo frustraría al resto de los momentos simples, que ya nadie querrá vivir por tratar de encontrar el perfecto absurdo. La magia, creo yo, está en la condición de saber admirar algo sin buscarle el truco, sin tratar de hallarle el defecto, la falla o el engaño. Entendiendo que podrías estar paralizado una eternidad solamente observando aquello tan esplendido que no deja de sorprenderte a cada momento. Así es que yo llegue a comprender y simplificar un sentimiento que de seguro no entra en una frase, en un libro o en una película. Porque el sentimiento fuerte es el que no se puede explicar con nada, porque aún no se inventó tal forma de expresarlo más que con el sentir. Les hablo de un amor único, de una pasión inigualable. Dos de los sentidos a los que la definición la propone cada uno, porque sentimos diferente. Vos me hablas de pasión y yo me imagino una pelota rodando, siendo perseguida por 20 hombres y otros dos, que solo esperan pacientes poder abrazarla en el momento oportuno. Vos me hablas de amor y se me viene la misma imagen simplificada. Es por todo esto que yo tengo a que aferrarme cuando no queda nada, porque el ser humano sobrevive de milagro y hay que elegir bien en que basamos nuestro sentir, en quien volcamos nuestras confianza, junto a quien perder sea como empatar y empatando ganar. Yo me dejo caer de rodillas ante el futbol; el de mi barrio, el de mis amigos, el de la pelota por el orgullo, el de la pelota por el honor y la gloria.
Y si algún día alguien me pregunta ¿qué hubieras querido ser? Yo le contestaría “En un mundo mejor, jugador de futbol”
Nico
El campeonato
CAPÍTULO 1
“Perder es humillante”
Las condiciones están dadas, siempre es así. Desde que se logró cuantificar la gloria, desde que se logró poder medirla en dos tiempos de 45 minutos, el fracaso y la derrota, tomaron otro significado. Le damos otro sentido a la vida cuando comenzamos a poner el orgullo en juego, entonces es por dignidad que continuamos avanzando. Es así como arranco todo en los tiempos que el dinero no lo compraba todo, en los tiempos que la multitud gritaba para incentivar a su equipo, en tiempos donde se nos iba la vida al perder. Porque quien gana se lo lleva todo y el que pierde… Bueno, el que pierde se lleva aún más porque la lista es larga, inmensa, casi interminable. Porque el que pierde queda al borde de un abismo al que saltaría encantado con tal de no enfrentar la humillación de ser quien es, la humillación de ser tan solo el esfuerzo que se quedó en un intento sudoroso y nada más. Porque es costoso quererse a uno mismo luego de ser derrotado, porque es muy difícil no traicionarse, desmerecerse, humillarse o creerse un maldito perdedor. Al menos yo lo sufro así: si pierdo me odio, me doy asco, me aborrezco al punto de querer ser otra persona, de entrar en otra piel, en otra mente; dejar de ser yo mismo si eso fuera posible o morir instantáneamente, lo que ocurra primero. Muchos creen que exagero, que ganar no lo es todo en la vida y que perder es como toda herida que empieza ardiendo lenta e intensamente, pero que luego con el tiempo sana y al final, solo queda una cicatriz. Idiotas, no entienden absolutamente nada de la vida. Yo me he caído, me han golpeado, lastimado gravemente; incluso fui revolcado largos metros por el suelo, he sido atropellado, ahorcado y hasta he logrado intoxicarme al borde de la muerte. Sin embargo, cuando me acuesto a dormir por las noches luego de un relajante baño con agua caliente, lo único que siempre sigue doliendo es la derrota. Al punto de cerrar los ojos y no poder conciliar el sueño, porque en mi pecho aun late toda la humillación junta de cada derrota. Pero no cualquier derrota, considero que las simples pérdidas son fracasos fáciles de olvidar. Como el primer amor, como el engaño o la mentira, como perder el último colectivo del día, la muerte de tu cachorro de la infancia o un divorcio. Claro que también duele en algún punto, pero uno puede seguir viviendo después de eso, sabe que siempre hay algo más detrás de todo. Que después de eso hay un mañana, que la vida da siempre un consuelo, otra oportunidad, otro día para triunfar. Pero de lo que yo les hablo va más allá.
Me encuentro un poco aturdido, los nervios me aceleran la sangre y me nublan la vista. El olor a pasto recién regado sacude mis sentidos, no sé si es normal, pero su aroma es lo único que siempre logra relajarme en estos momentos. Cierro los ojos, no dejo que la multitud me presione, aunque se puede sentir a lo lejos, el latir de todas las personas presentes. Hay amor y odio en sus alientos, eso lo entiendo, pero es que jamás pude controlar mis nervios. Mi cabeza no para de pensar desenfrenadamente, mi respiración se agita. El aroma del césped no me está ayudando hoy, comienzo a tener palpitaciones, estoy entrando en pánico, y aun así no cambiaría este momento por nada en el mundo. La sensación irrefrenable de salir a un campo de juego a disputarnos la pelota como a un tesoro sin dueño. Un tesoro caprichoso como pocos, que histeriquea con cualquiera que sepa acariciarla como más le gusta. Un tesoro por el cual la gente en la tribuna le reclama sangre a sus gladiadores como en el coliseo, con voces que retumban por todo el estadio, que se multiplican por su propio eco, que se desgarra en gargantas ajenas, que se pasa de boca en boca contagiándolo todo, con cantos santificadores que reclaman lo propio, que sueñan con arrebatarlo de las manos del otro y dejarlo sin consuelo, víctimas de un azar que le regala laureles a un solo vencedor. ¿Y cómo pensar claro con todo este espectáculo? Siempre me pasa lo mismo en las finales, me pongo muy intenso y comienzo a repasar en mi cabeza como llegue hasta acá, lo que costo surgir, las trampas de la vida, los pequeños y los grandes dolores que me dividieron el corazón.
“… Íbamos perdiendo 2 a 1 contra el equipo del otro barrio, “Los domadores de leones” se hacían llamar. El nombre les quedaba pintado, hacía dos años que no perdían el invicto de local, no había equipo que les pudieran ganar. Eran bestias arrolladoras, gigantes épicos, dioses inmortales del olimpo; en fin. Nosotros sin embargo, teníamos el coraje impulsado por la pasión, poníamos huevos y nada más. No sé si era poco, suficiente o mediocre, en esos momentos mi grado consiente de euforia por el futbol no era tan exigente, estaba comenzando a forjarse de a poco y, en todo caso, nos bastaba para poder estar ahí. Entonces el día se prestaba para cualquier tipo de sucesos, ninguno corría con desventajas. En el futbol nada está escrito hasta que termine el partido. Además, nosotros habíamos ganado el derecho de estar ahí, era la final del campeonato y luchamos un año entero para merecer ese lugar; pero el otro equipo también juega. Y que bien juega, tocaban la pelota de un lado del campo hacia el otro, mientras nosotros corríamos desesperados por intentar alcanzar la pelota, que para ese entonces pedíamos jugar con dos balones para poder tocarla una vez aunque sea. De todas formas logramos mantener el resultado del partido fijo un buen tiempo, pero en una de las últimas jugadas del primer tiempo, el número diez de ellos nos pintó la cara en un ratito de lucidez, le pego al arco desde ¾ de cancha, el arquero espectador de lujo y a mover del medio. 3-1 abajo y ya las fuerzas empiezan a no bastar, las ganas se quedan cortas, no hay ánimo, ni aliento, ni esfuerzos posibles; nos estaban aplastando. Para sumar a la causa, en esa última jugada, nuestra estrella goleadora se lesiona segundos antes del final del primer tiempo. Yo para ese entonces figuraba en el banco de suplentes, era el menor de una camada de grandes jugadores, siempre dando lo mejor para entrar pero con más ilusiones que posibilidades reales. Y ahí estaba yo, poniendo cara de boludo para hacerme el distraído, como quien no quiere la cosa, como a quien pueden tomar por sorpresa. “Qué responsabilidad tan grande suplir a nuestra estrella” pensé, justo en el momento en que el entrenador me dijo “Dale pibe, calentá que entras vos” y yo estaba más nervioso que listo. Me puse la pechera amarilla y al instante que me vieron entrar en calor, comenzaron los gritos de mi grato pero escueto público, que me alentaba sin dudarlo. Mi querida vieja, que sin entender el juego más que cuando hacia un gol, aplaudía y gritaba mi nombre, sin importarle si fue a favor o en contra. Que papelón aquel día, ella pobrecita gritando como loca el gol que había hecho el nene y mi viejo a las puteadas al igual que mi arquero. Sentada a su lado estaba mi tía, otra hermosa mujer que de futbol no entendía nada, pero sabía mucho de amor incondicional y no se perdía ningún encuentro de su sobrino preferido. También estaba mi viejo, como siempre, pero este si la tenía clara. Con su dedo acusador y su mirada temible, sabia como ponerme más nervioso aun. Era mi mayor presión por aquel entonces, donde a veces se ponía demasiado exigente. “La vida, la sueñan los boludos” me decía, “hay que tener los huevos bien puestos para vivirla”. Y ahí iba yo, detrás de mi glorioso sueño, entrar a ese campo de batalla a luchar con alma y vida, para poder salir victorioso. Entonces tenés enfrente a tus enemigos, porque es así, quien ve al futbol como un juego o un deporte debe dedicarse a otra cosa. Es tan así, que como en toda final alguien pierde y es como morir. Cada gol es una puñalada certera en el pecho, y entonces así vas todo el partido derramando sangre, gota por gota, hasta que ya no queda más tiempo.