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Darío Rubén

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Veröffentlichungsjahr: 1907

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Esta edición electrónica en formato ePub se ha realizado a partir de la edición impresa de 1907, que forma parte de los fondos de la Biblioteca Nacional de España.

El canto errante

Rubén Darío

Índice

Cubierta

Portada

Preliminares

El canto errante

DILUCIDACIONES

EL CANTO ERRANTE

INTENSIDAD

IN MEMORIAM BARTOLOME MITRE

ENSUEÑO

LIRA ALERTA

NOTAS

Acerca de esta edición

Enlaces relacionados

A LOS NUEVOS POETAS DE LAS ESPAÑAS

R. D.

DILUCIDACIONES

I

El mayor elogio hecho recientemente á la Poesía y á los poetas ha sido expresado en lengua «anglosajona» por un nombre insospechable de extraordinarias complacencias con las nueve musas. Un yanqui. Se trata de Teodoro Roosevelt.

Ese Presidente de República juzga á los armoniosos portaliras con mucha mejor voluntad que el filósofo Platón. No solamente les corona de rosas; mas sostiene su utilidad para el Estado y pide para ellos la pública estimación y el reconocimiento nacional. Por esto comprenderéis que el terrible cazador es un varón sensato.

Otros poderosos de la tierra, príncipes, políticos, millonarios, manifiestan una plausible deferencia por el dios cuyo arco es de plata, y por sus sacerdotes ó representantes en una tierra cada día más vibrante de automóviles... y de bombas. Hay quienes, equivocados, juzgan en decadencia el noble oficio de rimar y casi desaparecida la consoladora vocación de soñar. Esto no es ocasionado por el sport, hoy en creciente auge. Las más ilustres escopetas dejan en paz á los cisnes. La culpa de ese temor, de esa duda sobre la supervivencia de los antiguos ideales, la tiene, entre nosotros, una hora de desencanto que, en la flor de su juventud—hace ya algunos lustros—sufrió un eminente colega—he nombrado á Gedeón,—cuando, entre los intelectuales de su cenáculo, presentó la célebre proposición sobre «si la forma poética está llamada á desaparecer». ¡Ah, triste profesor de estética, aunque siempre regocijado y poliforme periodista! La forma poética, es decir, la de la rosada rosa, la de la cola del pavo real, la de los lindos ojos y frescos labios de las sabrosas mozas no desaparece bajo la gracia del sol. Y en cuanto á la que preocupó siempre á líricos dómines, desde el divino Horacio á don Josef Mamerto Gómez Hermosilla, ella sigue, persiste, se propaga y hasta se revolucionaron justo escándalo de nuestro venerable maestro Benot, cuya sabiduría respeto y cuya intransigencia hasta deseos me inspira de aplaudir. Aplaudamos siempre lo sincero, lo consciente, y lo apasionado sobre todo.

II

No. La forma poética no está llamada á desaparecer, antes bien á extenderse, á modificarse, á seguir su desenvolvimiento en el eterno ritmo de los siglos. Podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía, dijo uno de los puros. Siempre habrá poesía y siempre habrá poetas. Lo que siempre faltara será la abundancia de los comprendedores, porque, como excelentemente lo dice el señor de Montaigne, y Azorín mi amigo puede certificarlo, «nous avons bien plus de poëtes que de juges et interpretes de poesie; il est plus aysé de la faire que de la cognoistre.» Y agrega: «A certaine mesure basse on la peult juger par les preceptes et par art: mais la bonne, la supreme, la divine, est au dessus des regles et de la raison.»

Quizá porque entre nosotros no es frecuentemente servida la divina, la buena, la suprema, se usa, por lo general, la «mesure basse». Mas no hace sino aumentar el gusto por los conceptos métricos. La alegría tradicional tiene sus representantes en regocijados versificadores, en casi todos los diarios. El órgano serio y grave, el Temps madrileño, tiene en su crítico autorizado, en su Gastón Deschamps, vamos al decir, un espíritu jovial que, á pesar de tareas trascendentales, no desdeña los entretenimientos de la parodia.

Quedamos, pues, en que la hermandad de los poetas no ha decaído, y aun pudiera renovar algún trecenazgo. Asuntos estéticos acaloran las simpatías y las antipatías. Las violencias ó las injusticias provocan naturales reacciones. Los más absurdos propósitos se confunden con generosas campañas de ideas. Mucha parte del público no sabe de lo que se trata, pues los encargados de informarla no desean, en su mayoría, informarse á sí mismos. El diletantismo de otros es poco eficaz en la mediocracia pensante. Una afligente audacia confunde mal aprendidos nombres y mal escuchadas nociones del vivir de tales ó cuales centros intelectuales extranjeros. Los nuevos maestros se dedican, más que á luchar en compañía de las nuevas falanges, al cultivo de lo que los teólogos llaman appetitus inordinatus propriae excellentiae.

Existe una élite, es indudable, como en todas partes, y á ella se debe la conservación de una íntima voluntad de pura belleza, de incontaminado entusiasmo. Mas en ese cuerpo de excelentes he ahí que uno predica lo arbitrario; otro, el orden; otro, la anarquía, y otro aconseja con ejemplo y doctrina, un sonriente, un amable escepticismo. Todos valen. Mas ¿qué hace este admirable hereje, este jansenista, carne de hoguera, que se vuelve contra un grupo de rimadores de ensueños y de inspiraciones, á propósito de un nombre de instrumento que viene del griego? ¡Cuando, por el amor del griego, se nos debía abrazar! Y ese antaño querido y rústico anfión—natural y fecundo como el chorro de la fuente, como el ruiseñor, como el trigo de la tierra—, ¿por qué me lapida, ó me hace lapidar, desde su heredad, porque paso con mi sombrero de Londres ó mi corbata de París? Y á los jóvenes, á los ansiosos, á los sedientos de cultura, de perfeccionamiento, ó simplemente de novedad, ó de antigüedad, ¿por qué se les grita: «¡haced esto!» ó «¡haced lo otro!», en vez de dejarles bañar su alma en la luz libre, ó respirar en el torbellino de su capricho? La palabra whim teníala escrita en su cuarto de labor un fuerte hombre de pensamiento cuya sangre no era latina.

Precepto, encasillado, costumbres, clisé... vocablos sagrados. Anatema sit al que sea osado á perturbar lo convenido de hoy, ó lo convenido de ayer. Hay un horror de futurismo, para usar la expresión de este gran cerebral y más grande sentimental que tiene por nombre Gabriel Alomar, el cual será descubierto cuando asesine su tranquilo vivir, ó se tire á un improbable Volga en una Riga no aspirada.

El movimiento que en buena parte de las flamantes letras españolas me tocó iniciar, á pesar de mi condición de «meteco», echado en cara de cuando en cuando por escritores poco avisados, ha hecho que El Imparcial me haya pedido estas dilucidaciones. Alégrame el que puede serme propicia para la nobleza del pensamiento y la claridad del decir esta bella isla en donde escribo, esta Isla de Oro, «isla de poetas, y aun de poetas que, como usted, hayan templado su espíritu en la contemplación de la gran naturaleza americana», como me dice en gentiles y hermosas palabras un escritor apasionado de Mallorca. Me refiero á D. Antonio Maura, Presidente del Consejo de Ministros de Su Majestad Católica.

III

Un espíritu tan penetrante como ágil, un inglés pensante de los mejores, Arthur Symons, expresaba recientemente: