El carromato del circo - Pedro Antonio Urbina - E-Book

El carromato del circo E-Book

Pedro Antonio Urbina

0,0

Beschreibung

Una familia de payasos va y viene en su carromato. El carromato es casa, hogar y escenario principal del drama de la vida. Los hijos nacen y también ellos se verán abocados a la vida de circo, hasta que aquel mundo les resulta pequeño para sus anhelos juveniles. Sueñan con otras vidas y se rebelan contra su destino, pero sus voces son recibidas con indiferencia y silencio. Y el carromato sigue su curso. El autor ahonda en el conficto: unos dejan el hogar, se casan... y otros se quedan, por incapacidad o por aceptar, junto a la madre, el peso de una familia difícil.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 264

Veröffentlichungsjahr: 2025

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.


Ähnliche


El carromato del circo

Pedro Antonio Urbina

EDICIONES RIALP

MADRID

© 2025 by Fundación Studium

© 2025 by EDICIONES RIALP, S. A.,

Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

Preimpresión: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-7041-6

ISBN (edición digital): 978-84-321-7042-3

ISBN (edición bajo demanda): 978-84-321-7043-0

ISNI: 0000 0001 0725 313X

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

OlvidarSE

ÍNDICE

Créditos

Dedicatoria

El carromato del circo

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Dedicatoria

Índice

Comenzar a leer

PERSONAS

MUMPA: padre (payaso tonto).

CORINA: madre (payaso listo).

BESTIA: hijo mayor (forzudo).

BITA: hija mayor (cantante).

CHUBA: hija segunda (pintora), y CRITO: su novio.

PIEL DE LAGARTO: hijo segundo (cantante).

CONDESITO: hijo tercero (sustituto del payaso listo).

VALA: hija tercera (pianista).

Otras personas: doña Pompa, su marido, el domador, Riva y sus hijos, los trapecistas, un señor, el mecánico rubio, artistas, empleados del circo y público.

CONDESITO (HIJO TERCERO). CORINA (MADRE). MUMPA (PADRE).

He nacido en un hotel. Me encanta haber nacido en un hotel. Una vez dije que había nacido en el aire —en un avión—, y no es verdad; pero sí es verdad lo que digo ahora: que nací en un hotel.

—Mi hijo es un fantasioso; tampoco nació en un hotel. No es que sea mentira; lo que pasó fue que mi marido y yo alquilamos un piso, este piso era del dueño del hotel y el piso estaba materialmente pegado al hotel (¡cuántas veces digo hotel!), incluso mi marido comía en el comedor del hotel, y mis hijos, cuando yo estaba a punto de dar a luz en aquellas tristes circunstancias en que el circo se cerró. Pero, realmente, mi hijo no nació en un hotel, sino en una casa que…

—¿¡Qué más dará una cosa u otra!? Si él tiene ilusión con haber nacido en un hotel, ¿por qué quitársela?

— No es que quiera quitarle la ilusión; ¡simplemente estaba explicando qué fue realmente de ese haber nacido en un hotel, como él dice!

—No tienes por qué explicar nada. Cada uno ve las cosas a su modo y eso basta.

—Va a resultar que una ni siquiera puede decir lo que piensa.

—Sí que puede; pero otra cosa es dejar a tu hijo como un mentiroso.

—¡Vaya! ¡Esta sí que es buena!

No por esta cosa tan pequeña; pero sí por muchas cosas así de pequeñas, que hacen un todo. Por esto, por ese todo, yo no deseo ser ni mi padre ni mi madre o, como es corriente decirlo, «como» mi padre o «como» mi madre. No. No deseo serlo.

Mi padre y mi madre son cómicos de circo. Nunca les ha ido extraordinariamente bien; pero tampoco les va horriblemente mal, actúan como muchos payasos: bien, cumplen, hacen reír sin más. Pero yo sé que mi padre y mi madre, cada uno en su estilo, tienen mucha más gracia que la que demuestran en su actuación. Valen mucho, eso se dice siempre; pero esta vez es verdad. A pesar de todo no se me ha ocurrido nunca ser mi padre o mi madre, ni «como» mi padre o «como» mi madre. Si les imito en algo es a pesar mío, y en cosas pequeñas. Y nunca, nunca, se me ha pasado por la cabeza ser ellos.

Veréis…, no, que no es posible. Es posible soñar. Siempre lo es. Sueño. Pero no es posible desear ser mi padre y mi madre reales, materiales quiero decir. Es fácil desear ser risa o chiste o el color estridente de los vestidos de mi padre o las lentejuelas del vestido de mi madre. Ese mundo es demasiado fácil de desear: por eso lo deseo. Mi padre hace de payaso tonto y mi madre de payaso listo.

Luego, mi padre se quita el maquillaje como si le molestara. ¿Veis? No es posible. Y mi madre se queja del desorden del carromato unas veces, y otras de cosas infinitas, ¡qué más da! Por las mañanas veo muy poco a mis padres porque voy a clase. Si algún día tengo vacación…

—¿Otra vez no tienes clase? Me parece que os dan demasiadas vacaciones.

¡Como si le molestara verme!

Mi casa es siempre igual, aunque es movible. Se mueve por fuera porque es un carromato; pero por dentro siempre es igual. Hay días en que descubro lugares nuevos en mi casa; pero hoy no, por eso me voy a ver cómo ensayan mis padres. Se han empeñado en que ensaye; quieren enseñarme a ser payaso… ¡Qué angustia!

En realidad, fue Corina, mi mujer, quien se empeñó en que lo hiciera. No sé qué obsesión le ha entrado de pronto:

—Tienes que enseñar al niño. Tienes que enseñarle, si no, el día de mañana no va a ser nada.

Me lo ha dicho unas cien veces diarias durante una semana. Cuando a Corina se le mete algo en la cabeza es inaguantable. No ceja hasta conseguir lo que quiere. Ni siquiera le pregunté que qué le había dado de pronto para querer que Condesito fuera payaso. Es que no da tiempo ni a rumiar, a madurar las propias ideas. A veces la sueño vestida de mosca.

—Parece mentira que, sabiendo lo que tú sabes, no te preocupes por enseñar al niño.

—Ya le enseñaré…, ya le enseñaré…

—¿Cuándo empezáis?

—No sé, algún día de estos…

—Algún día de estos, no. Mañana o pasado, y a qué hora. Por supuesto que podéis ensayar los días en que él no tenga clase, después de actuar nosotros; pero también —yo creo que no te vas a morir por eso— después de la función de la noche, un ratito cada día.

No vaya a pensar que no me importa Condesito. No sé aún qué puede ser en la vida. Si esto fuera una solución…, veremos. «¿Cuándo empezáis?». Y tengo que ser yo… ¿Por qué no le enseña ella? Yo soy el que más trabajo lleva en las dos funciones, y luego, además, a enseñar al niño… «No te vas a morir por eso». ¡Qué fácil es echar las cargas a otros! No, si tendré que empezar, empezaremos…; pero tiene maldita la gracia que siempre tenga que ser yo el que cargue con todo.

—¡Condesito!, a estudiar. Y tú, Mumpa, a ver si te preocupas un poco más de tu hijo; que yo, además de la casa, tengo que ser siempre la que carga con todo.

Los dos cargan con todo. ¡Y a mí que me parece que ninguno carga con nada…! (Tal vez sea injusto). Y mis hermanos, menos.

Una vez, estábamos todos comiendo a la mesa, les dije:

—Parecéis invitados.

Fue entonces cuando empezaron a insultarme y a burlarse de mí; fue entonces cuando me llamaron condesito:

—¡Mira el condesito este…!

Mi madre apenas se rio. Y mi padre puso orden; y lo hizo seriamente, porque cree que las cosas dejan una huella cuando se es pequeño. Nos dio una lección de psicología. Se quedó tan satisfecho después de su perorata, que ya tenía parea él menos importancia que me siguieran llamando todos Condesito. Esta es otra de las cosas por las que no me gusta ser mi padre. En clase me habían dicho de un personaje histórico que tenía muchas ideas —no me acuerdo a quién se refería el profesor—, pero que realizaba muy pocas. «Fue un teórico», dijo el profesor.

—Papá, me parece que eres un teórico.

Se lo dije tan enfadado, y a él le pareció tan grande mi falta de respeto, que me dio una bofetada y me corrió un escalofrío desde la nuca a los pies. Me fui a llorar a otro sitio.

Me acuerdo de esto ahora, porque ahora también me he ido a llorar a otro sitio. No sé por qué me ha pegado…, no, ya no me acuerdo; pero yo no tenía la culpa. Mi hermana Vala siempre me engaña. Viene a consolarme: además ya no me hace falta porque ni me acuerdo. Dice que le acompañe a echar una carta, y me ha hecho andar muchísimo para acompañarla a echar esa carta. Tampoco he pensado nunca en ser mi hermana Vala. Tiene unas trenzas muy largas, y eso es lo único que vale la pena de ella. A pesar de que se mira mucho al espejo, sigue siendo fea.

Al domador sí que le quiero. Pero yo sé que nunca podré ser el domador. No soy valiente. No lo soy delante de las fieras. Y solo me enfado y pego cuando me molestan mucho; si me molestan poco, no. El domador es valiente, y tiene cuerpo de valiente. Cuando hablo con él me fijo en su cabeza y en su pecho, que parece que le va a explotar. Mi padre no me deja estar con el domador: dice que es un degenerado y un sinvergüenza. Ya quisiera él ser como el domador. Me dijo que el cachorrito recién nacido era mío, y que se llamaría «Condesito». Pero yo le dije que mi padre no quiere animales en casa, y que a él tampoco le quiere. «Incluso te llama degenerado y sinvergüenza». Se rio y no le dio importancia; dijo que, aunque conservara al león Condesito, era mío. Y yo le dije que bien. Pero sé que nunca voy a poder ser el domador.

Otra persona a quien quiero es a Pompa. Es una señora, la mujer del dueño del circo. No sé cómo se llama: pero todo el mundo le dice doña Pompa porque lleva unas batas largas, muy bonitas, abiertas por delante. Y por otras cosas. Las batas le vuelan cuando ella anda, que anda haciendo olas con sus batas de colores. Es bien bonito estar con ella porque siempre está limpia y contenta. Pero lo que no me gusta es que se rían de ella. A sus espaldas, claro. Debe de haber algo en ella que no está bien o, tal vez, en los demás. Pero el hecho es que tampoco me acaba de convencer ser doña Pompa, y eso que la quiero.

* * *

Hoy es el día en que no tengo clase; también hoy es cuando mi padre ha dicho que me daban demasiadas vacaciones. Y ayer fue cuando mi madre decidió que yo aprendiera a ser payaso. A pesar de que es pequeñita y dulce, tiene cosas así de duras.

Ha llegado la noche. Acabamos de cenar. Papá no se ha quitado bien el maquillaje y me da un poco de asco. Mamá, en cambio, se lo ha quitado bien; excepto en los ojos, y está preciosa. Yo no he hablado nada durante la cena porque, en cuanto recojan la mesa, va a empezar mi primera clase de payaso. Mis hermanos ni se enteran de mi tragedia. Todo transcurre en silencio.

Bita, mi hermana mayor, que es tan simpática, ha cenado deprisa y se va. Dios sabe a dónde. Chuba, que parece más vieja que Bita, se va también a tomar el aire. Chuba, cuando quiere, sabe poner paz y calmar las cosas; pero a veces se desentiende de todo y se va. Y ahora se ha ido. A Vala le han dicho que no salga; todavía lleva trenzas. Pero se ha sentado en el primer escalón del carromato, va bajando, bajando, y se va. Vala hace siempre lo que quiere, y nunca le cogen: siempre es otro el que tiene la culpa. Yo creo que es una cobarde hipócrita. Menos mal que tiene bonitas trenzas, porque si no, no valdría para nada. Mi hermano mayor, el Bestia, se duerme en seguida que cena. Se acaba de dormir. Como quiere ser inteligente coge un libro y empieza a leer, pero se duerme. Me parece que no entiende apenas nada. Hoy ni siquiera ha cogido el libro.

No se puede confiar en nadie. Yo a veces confío en Piel de Lagarto —ya os diré por qué le llamamos así— o Pielito, que es más joven que el Bestia; pero ha empezado a reírse y mamá le ha mandado enfadada a la cama. Se ríe de mí.

Yo es que miraba a todos por si alguno me ayuda…, pero no. Ninguno. ¡Se han ido, el Bestia duerme y Pielito se ríe! Mi madre recoge, sola, las cosas de la mesa; mira de reojo a mi padre. Yo, sentado en una de las dos butacas de mimbre, me miro los pies…, quiero decir, los zapatos.

No pienso decirle nada. Es el colmo de la vagancia. A ver si es capaz de cumplir lo prometido y enseña a Condesito… No pienso decirle nada. Siempre hay que estarle encima y luego le molesta que le digan las cosas. A ver.

Yo me sigo mirando los zapatos.

Habrá que empezar, claro. Aquí no hay consideración de ningún tipo: estoy cansado de trabajar todo el día… Como si no hubiera otro más que yo para enseñar a Condesito. Mumpa. Mumpa, siempre Mumpa… Y a lo mejor es un error que estamos cometiendo:

—Venga, Condesito. ¡Vamos a trabajar!

Sabe que me molesta; tiene que saber que me molesta que diga eso: «¡A trabajar!» Como si fuéramos a cavar en el campo… «¡A trabajar!». Si tenía algo de bonito el ser payaso, al decir «¡a trabajar!» ya es todo feo y horrible.

—¡Venga! Cuando se dice una cosa se obedece en seguida.

Mi madre se apoya de espaldas al fregadero y nos mira. El Bestia se ha dormido hace rato. Piel de Lagarto también nos mira disimulando su risa bajo las sábanas.

—Podéis hacer el número de la manguera.

—Corina, déjanos en paz.

—Haz lo que te dé la gana.

Mamá se ha puesto a fregar los platos.

—Tráeme esa maleta.

Pesa una burrada.

—Tú sabes cómo hago ese número en la pista, ¿no es eso?

—Sí, sí lo he visto.

—Yo haré el papel de tu madre…, tienes que ir sacando las cosas de la maleta, yo te voy dando perchas y cuelgas la ropa y todo tal como yo lo hago. ¡A ver la entrada!

—Pesa mucho…

—Claro, le pesa demasiado la maleta al niño, Mumpa.

Madre me ha cogido la maleta, se agacha, la abre y saca unas cuantas cosas que pesan más. Así agachada, tengo ganas de abrazarme a su espalda: No quiero ser payaso, no quiero trabajar. Pero no lo he hecho porque aún no hemos empezado, y mi madre está tan segura y decidida… Mi padre parece un ogro en vez de un payaso; me da una enorme angustia verle con las cejas arrugadas, los ojos cansados y la boca amarga. La gente que tiene los ojos claros, si los pone tristes, parece que tiene una charca de agua podrida en la cara.

—¡Vamos! ¡La entrada! Estás siempre en las musarañas.

No estoy siempre en las musarañas. Además, ni él sabe lo que son. Piel de Lagarto ya se ha dormido. En el fondo no es tan malo Pielito.

—La entrada…

No hace falta golpear con el pie en el suelo para decir «la entrada». Hubiera pedido una copa de cognac como hace doña Pompa…, me da tanta vergüenza…

—¿No me pinto?

—No hace falta, ¡empieza de una vez!

—Está bien…

Pongo cara de tonto; pero de tonto anormal. Y papá pone cara de tonto divertido y simpático. Me muevo con la maleta como si estuviera borracho: tuerzo la boca y pongo los ojos bizcos. Así no lo hace papá. Doy traspiés.

Mamá se ríe; pero no de lo bien que lo hago; lo hago mal.

—No está mal del todo, no está mal… ¿ves como si quieres puedes?

Eso quiere decir que aún tengo que hacerlo muchas veces.

—Empieza otra vez.

Lo dice cansado y con desgana; me hace aún menos ilusión. Empiezo otra vez. Me escondo detrás de la cortina: así parece más real.

¡Ahora sí que pongo bizcos los ojos y me río! Quiero decir…, no me río, enseño los dientes porque no me da ninguna risa, y doy traspiés con tanta fuerza que me pego un buen golpe en la pierna con la maleta.

—¡No te pares! Esas cosas hay que aprovecharlas, hay que saber sacarles partido…

Si supiera lo que me duele la pierna… Por eso me paro. Viene hacia mí con su boca amarga y su charco en la cara. Me coge por los hombros y pone su cara frente a la mía: nariz con nariz. Así veo todos los trocitos de maquillaje que no se ha quitado.

—Mírame a los ojos y procura ponerlos como yo.

Le huele el aliento a cebolla. Cenamos patatas con cebolla. A mí no me gusta la cebolla, le encantan esas cosas repugnantes y los ajos. No podía atenderle bien con tanto olor a cebolla. Puso los ojos redondos, fijos en un sitio infinito, como si buscasen una cosa, totalmente decididos a encontrar esa cosa.

Y yo los abrí con susto. Mi madre hace unos peuquitos rosa para los niños de la pobre Riva. De los ojos de mi madre resbala el rímel en un chorretón negro. Está guapa con esos dos hilos dolorosos.

—¡Así no! Mírame otra vez y atiende.

Y además de la cebolla me duelen sus manos apretadas en mis hombros. Los he abierto otra vez. Ahora mejor y luego la boca, que él no la tuerce; la pone redonda, como a punto de decir algo; otras veces se ríe y, al hacerlo, mueve los ojos a derecha e izquierda buscando esa cosa; y luego su mirada es larga y determinada, infinitamente tonta, como si hubiera visto ya esa cosa…

—Yo no lo sé hacer, papá.

—¡Lo sabes hacer si quieres! El trabajo exige esfuerzo y repetición: otra vez.

¡Trabajo! ¿No sabe decir otra palabra? Se hubiera enfadado; pero le diría que no puedo hacer el payaso con su olor a cebolla.

—Repítelo ahora tú solo varias veces hasta que lo sepas hacer.

Se ha sentado en la otra butaca de mimbre frente a mi madre. En seguida cabecea.

Silencio. A veces me ocurre, eso, que me gana el silencio. Y hay ahora un silencio precioso. Todo está quieto. Me da la sensación de que siempre voy a estar así, sin moverme, oyendo nada, sin pensar en nada. Y lo quisiera; es como estar muerto pero vivo. No lo sé explicar mejor. No tengo cuerpo, ni nada en mí se mueve: no quiero, no pienso, no imagino… Solo los ojos se me quedan fijos, alguien los apuntala, y no veo nada: es delicioso. Pero en seguida se acaba.

Mi madre me ha mirado. Se limpia los dos caminos negros de la cara. Va a decirme algo y todavía no podré atenderle: estoy muerto—vivo, y aún no quiero volver. Me he ido. Me va a decir algo y me va a hacer volver. Quién me pone así, quién me envuelve, que quisiera no volver nunca…

—Repítelo varias veces como te ha dicho tu padre, Condesito. Yo te atiendo.

Vuelvo. Ya he vuelto.

Lo hago varias veces, pero sin la maleta. Se me ha escapado un bostezo:

—Es que tengo sueño…

—La última vez y te vas a la cama.

¡Mi madre es tan aficionada a las últimas veces! La última vez.

—Muy bien. Te sale muy bien. Ya verás, si cada día trabajas un poquito con tu padre, cómo llegarás a ser un hombre de provecho.

También dice trabajar. Pero seguro que si no hubiera oído a papá no lo diría. Ella no lo diría. Al fin me he ido a la cama. Tengo una cosa dentro que no me deja dormir. Es que he empezado una cosa y está sin terminar. Todas las cosas están sin terminar. A veces me entra ese desasosiego de que todo está sin terminar. Solo es redondo y completo y entero cuando me voy, cuando me apuntala los ojos. Lo de haber empezado a ser payaso es incompleto, está sin terminar. Esa es la cosa que me da desasosiego; no puedo dormir.

Mis tres hermanas no han vuelto todavía.

El peúco rosa y las manos de mamá.

En el circo no hay ruido.

Payaso.

CONDESITO (HIJO TERCERO).

—¡Pero si hoy es domingo!

—No te digo más: vas a ser un desgraciado si no sabes decir la verdad. Verdades a medias son una mentira.

Mi padre es imbécil. Él dice mucho eso de imbécil, todos son imbéciles; pues él lo es. Yo no soy un mentiroso.

—¡En esa escuela nos toman el pelo!

—Pero si hoy es domingo…

Yo no sé decir más: si es domingo es domingo. A veces papá tiene unas cosas bien raras.

—¿Dónde has visto tú que los domingos haya clase?

—Corina, no te metas en lo que no te importa: estoy educando a Condesito. Ayer dijo que no tenía clase, y no dijo nada respecto a hoy. Estoy intentando hacerle ver…

—¿Has visto tú alguna vez que los domingos haya clase?

—¡Él no dijo nada!

— No hace falta decir que los domingos no hay clase: eso es de sentido común.

Hubiera preferido tener la culpa yo a verles así.

—Los domingos no se trabaja.

Eso lo he dicho yo poniéndome a la altura de las circunstancias y usando esa palabra que tanto me molesta.

—¿Que los domingos no se trabaja? ¿Y yo? ¿Y tu madre? ¿Y todos?

Vaya cosa que he dicho. Mamá me defiende:

—¡Pero nosotros no trabajamos los lunes!

Yo no dije nada más. Papá ha empezado a gritarme, mamá le grita a él, él le grita a ella. Y luego yo, quieto y sin decir nada, me siento para desaparecer.

Decididamente, y por nada del mundo, quiero ser papá y mamá.

No sé qué hacen mis hermanos que nunca están cuando hay bronca.

—¡Esta tarde te quedas en casa a trabajar!

Quiere decir a estudiar. Esta es la victoria de mi padre.

—No, es domingo. Mejor que se venga a vernos actuar, así aprende.

Y esta es la victoria de mi madre: un poco más agradable para mí, pero no mucho más.

* * *

Mi madre está toda colorada. Siempre está colorada cuando termina la comida y sale de la cocina.

Bita, mi hermana mayor, que además de simpática es lista, ha entrado en el carromato sin que mamá se diera cuenta. Sin que tampoco o advirtiera, ha puesto la mesa a todo correr y sin hacer nada de ruido. Luego entra en el rincón que hace de cocina:

—Mamita, requetepreciosa. Qué jovencísima estás con esos coloretes.

Mamá sale de la cocina con una fuente de ensalada rusa, y pone un gesto de desganada complacencia. Lo hace a propósito. Al ver la mesa puesta se deja dar un beso por Bita. Bita le coge la fuente y le dice que descanse, que ella lo hará todo, y que se ponga guapa para comer.

Pero Bita hace tan bien las cosas que no dan ganas de llamarla hipócrita. A mamá también la engaña.

Vala, en cambio, es tonta. Llega con el pelo suelto —se ha deshecho las trenzas—, y dice:

—Ay, estoy rota…

Y se deja caer sobre la butaca de mimbre.

—¿Rota de qué? Si se te hubiera ocurrido venir a ayudar a tu madre…

—Mamá. He estado toda la mañana con papá: tú no sabes lo que es eso…

Claro, cómo lo sabe… Siempre sale ganando la muy cochina.

Ya veréis lo que hace Chuba cuando llega tarde. Es más joven que Bita, y cualquiera diría que es más vieja. Dicen que se parece mucho a mí, y a mí me da rabia que lo digan porque no me termina de gustar Chuba:

—¿Mamá…?

—Estoy aquí, ¿no me ves? Ni que fuera esto tan grande.

Mamá se acaba de poner el collar rojo, ese que tiene de muchísimas vueltas y bolitas planas. Seguro que espera que Chuba le diga: qué bien te sienta ese collar, o algo así; pero no:

—Mamá, perdona. Se me ha ido la mañana sin darme cuenta. He estado con…

—Sí, ya sé.

—No te enfades, mamá. Toda esta semana te prometo que hago yo la comida.

—¡Si pudiera creérmelo…!

—Créelo, te lo prometo, de verdad.

Mejor que no se lo prometiera porque cuando Chuba se mete en la cocina, como es tan despistada para algunas cosas, empieza tardísimo a cocinar, ella adelgaza de la preocupación, comemos tarde, papá se enfada, la comida es horrible. Yo no sé para qué sirve Chuba, si además parece vieja de tan fea. Debe de estar preocupada por lo mismo —por lo de parecer vieja— porque está siempre como acongojada, y da angustia verla vivir. O tal vez no sea por eso: no se mira nunca al espejo. Diría que no sabe ser feliz; pero no sé por qué. Porque papá huele a cebolla, por eso, pero en grande; porque discuten, pero hay más; tal vez sea por lo de las cosas sin terminar. Hasta hace poco me ponía colorado solo de decir la palabra amor. Y se reirían de mí si dijera que no tengo amor. Como no sé explicarlo, me dirán que yo no entiendo todavía de esas cosas. Pues incluso entiendo que a Chuba le pasa algo de eso. ¿Por qué, entonces, da tanta angustia verla vivir?

—¿Todavía no ha venido Mumpa?

Ese es el Bestia. A papá le llama Mumpa, como si solo fuera un amigo suyo.

—Te he dicho cien veces que no le llames Mumpa a tu padre, no le gusta.

—Si no está.

Y le da un abrazo a madre tan fuerte que la ahoga.

—Suéltame, ¡suéltame, Bestia!, que me matas.

Bestia sonríe satisfecho, y mamá se tiene que volver a peinar. Vala, que es mala, le da un pellizco al Bestia, de esos que duelen tanto: eso le molesta mucho. Le ha dado una bofetada tan sonora que pareció que se caía una sartén. Mamá no ha dicho nada. Ahora Vala llora. Me alegro. Le he dado un abrazo al Bestia, y él me ha cogido de un pie y una mano y ha empezado a darme vueltas en el aire. No me gusta nada. Me marea. Pero como ha pegado a Vala hago que me río y que me gusta.

Me ha dejado en el suelo con tanta fuerza que me pegué contra el sillón de mimbre. No lloro. Bita, que se pone colonia, me frota en el golpe. El Bestia se ríe, es tan bestia…

Y Piel de Lagarto es también bastante animal; pero menos. Y de otro modo. Ha entrado sin decir nada y se ha ido directamente a la mesa.

—Está bien saludar cuando se entra en casa, ¿no te parece?

Solo Chuba es capaz de reñir así, sin que lo parezca.

—He dicho buenos días.

—No has dicho nada, mentiroso.

Eso no lo puede decir más que la repugnante de Vala.

—Cállate tú, que estás sorda de no lavarte tus orejas de burra.

Pielito, cuando está en vena, tiene contestaciones así de buenas. Al inclinarse sobre la mesa para coger la jarra del agua, ha desparramado dos platos y ha volcado un vaso; no se ha dado cuenta y ha bebido agua. En ese sentido decía que era bastante animal: le da igual ver la mesa con dos platos fuera de sus sito y un vaso tumbado, no lo ve. Y a mí me saca de quicio. Es tan molesto para mí como ponerse una camiseta empapada en miel.—Ahí viene el cascarrabias.

—Bestia, no insultes a tu padre. Ya te he dicho que no lo llames así.

Como el Bestia tiene poca memoria, yo le ayudo:

—Le has dicho que no le llame Mumpa.

—De ningún modo.

—Pues entonces solo podrá decir «ahí viene», y no sabremos quién.

—No seas quisquilloso, Condesito.

—Está bien…

Sí que soy quisquilloso, pero no saben que lo podría ser mucho más: No le he dicho nada a Pielito, a pesar de que me molesta y de que ha dejado dos platos desordenados y un vaso tirado sobre la mesa.

Papá entra en casa. Dice «hola» como podría no decir nada.

Cuando viene papá a comer se debe de creer que la comida y la mesa están preparadas desde siempre. Se sienta como si fuera a hacer una cosa muy desagradable. ¡Si sabré yo lo que le gusta comer! Además, se sienta todas las veces en el mismo sitio; debe de pensar que es un trono, y así tiene más autoridad sobre nosotros. Y al único que grita y que pega es a mí; a veces, pocas, a Pielito.

Ni aún si fuera siempre domingo me gustaría ser ninguno de mi casa. ¡Qué de mi casa, de mi cochambroso carromato! Es mío y bien mío porque a veces hasta lo he tenido que barrer yo. Por eso digo «mi carromato».

No cuento cómo ha ido la comida porque me he puesto nervioso: papá come haciendo ruido, mamá no deja de poner esa cara de constante disgusto, Pielito hace manchas sobre la mesa, Vala solo come lo que le gusta… Me ponen malo. Se me quitan las ganas de comer y luego me riñen porque no como. Ellos tienen la culpa. Bita es la única que cuenta cosas divertidas mientras almorzamos. Chuba, no. Chuba no come nada. Pero el Bestia es un gargantúa, claro que tiene que levantar peso… Si vierais las «elegantes» manos de pianista de Vala coger un puñadote de aceitunas…, aborreceríais para siempre las aceitunas, palabra. Y luego no se habla de nada interesante. Solo si está caliente, si está frío, que si quiero más, que esto no me gusta… Mi madre me decía de pequeño que yo había nacido debajo de un puente, ¡ojalá!, así estaría seguro de no ser de esta familia. Me bastaría con que mi madre fuera mi madre, aunque mi padre no fuera mi padre.

A veces no sé lo que digo cuando me repugnan así.

* * *

Como es domingo, esta tarde hay tres funciones en el circo. Mamá me ha dicho que me bastaba con verles actuar en la primera. Y he dicho que está bien. Papá no ha dicho nada: siempre se marcha sin esperar a mamá. Esto a mamá le hace sentirse desgraciadísima, y me suele decir unas cosas tan serias, cuando está así de triste, que no quiero ni contar; porque si las cuento va a parecer que mamá no quiere a papá… ¡Y eso no es cierto! Solo ella y yo sabemos lo que nos hemos dicho esta tarde después de comer, mientras ella se arreglaba.

Del carromato al circo hay un gran descampado, reseco, que parece un campo de trigo en rastrojo. Y el sol, ¡qué sol!

CHUBA (HIJA SEGUNDA).

—Chuba, habrá que recoger todo.

—Bueno, pero me ayudaréis, ¿no?

—Vala, ayuda a Chuba a recoger la mesa.

—¿Y tú, rica?

—Yo me tengo que arreglar, sabes que entro en seguida…

—Ni que no te diera tiempo.

—Vala, no respondas a Bita. Cuando no está mamá es la que manda, siempre lo has oído.

—Chup u chup. Chuba chup u chup…

—Vala, te crees la interesante haciendo eso y pareces una ordinaria.

—Linda princesa, marchad y poneos vuestras joyas, cubríos con vuestras sedas y brocados, que estas dos cenicientas, vuestras humildes esclavas, fregarán, ¡fregarán!, ¡¡fregarán!!

— Estás como una cabra.

Bita no quiere dar a Vala un beso cariñoso, y la rechaza.

—No seas tonta, Vala, ya sabes que no tengo tiempo hoy de ayudaros.

—Chup u chup. Chuba chup u chup.