El chico de la puerta de al lado - Vi Keeland - E-Book

El chico de la puerta de al lado E-Book

Vi Keeland

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Beschreibung

A veces, las mejores sorpresas se encuentran a la vuelta de la esquina Valentina tiene treinta y siete años y está divorciada. Su mejor amiga cree que ha llegado el momento de que vuelva a salir con alguien y le crea un perfil en una red de citas. A escondidas. A Valentina no le hace ninguna gracia, claro, pero la curiosidad es poderosa y empieza a chatear con un chico. Es divertido, atento… pero también demasiado joven, solo tiene veinticinco años. Cuando deciden tener una cita, las cosas no van como Valentina esperaba. Es muy atractivo, desde luego, pero ¡resulta que es Ford Donovan, el hijo de sus vecinos de la casa de verano! ¿Se atreverán a romper las reglas y darle una oportunidad al amor?   Una novela adictiva de la autora best seller del New York Times y el USA Today

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Seitenzahl: 402

Veröffentlichungsjahr: 2025

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El chico de la puerta de al lado

Vi Keeland

Traducción de Laura Cervantes

Contenido

Portada

Página de créditos

Sobre este libro

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Epílogo

Agradecimientos

Sobre la autora

Página de créditos

El chico de la puerta de al lado

V.1: abril, 2025

Título original: All Grown Up

© Vi Keeland, 2019

© de la traducción, Laura Cervantes Aguilar, 2025

© de esta edición, Futurbox Project S. L., 2025

Todos los derechos reservados, incluido el derecho de reproducción total o parcial de la obra.

Los derechos morales de la autora han sido reconocidos.

Diseño de cubierta: Taller de los Libros

Imágenes de cubierta: Freepik - johand12, pikisuperstar, valeniastudio, lanasham, irsyart, upklyak

Corrección: Gemma Benavent, Greicy Navarro

Publicado por Chic Editorial

C/ Roger de Flor, n.º 49, escalera B, entresuelo, oficina 10

08013, Barcelona

[email protected]

www.chiceditorial.com

ISBN: 978-84-19702-46-3

THEMA: FRD

Conversión a ebook: Taller de los Libros

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

El chico de la puerta de al lado

A veces, las mejores sorpresas se encuentran a la vuelta de la esquina

Valentina tiene treinta y siete años y está divorciada. Su mejor amiga cree que ha llegado el momento de que vuelva a salir con alguien y le crea un perfil en una red de citas. A escondidas. A Valentina no le hace ninguna gracia, claro, pero la curiosidad es poderosa y empieza a chatear con un chico. Es divertido, atento… pero también demasiado joven, solo tiene veinticinco años.

Cuando deciden tener una cita, las cosas no van como Valentina esperaba. Es muy atractivo, desde luego, pero ¡resulta que es Ford Donovan, el hijo de sus vecinos de la casa de verano! ¿Se atreverán a romper las reglas y darle una oportunidad al amor?

Una novela adictiva de la autora best seller del New York Times y el USA Today

«Una lectura muy divertida llena de diálogos ingeniosos, bromas, pasión, humor, amistad y muchas sorpresas.»

Harlequin Junkie

«La edad es una interpretación de la mente sobre la materia.

Si te da igual, no importa».

Mark Twain

Capítulo 1

Valentina

«Cómprate un tanga».

Me froté los ojos y me acerqué para volver a leer el pósit pegado en la lámpara junto al sofá en el que me había quedado dormida. Tenía que estar leyéndolo mal.

Pues no. Ponía «cómprate un tanga». Pero no estaba escrito con mi letra. Despegué la nota amarilla de la lámpara de flecos, que se inclinó con el tirón. Automáticamente, me acerqué para ponerla en su sitio, pero me detuve antes de hacerlo. Ryan se ponía como loco con un cuadro torcido o una lámpara ladeada. Dejarla así hizo que me invadiera una sensación de felicidad respecto a mi divorcio.

Ahora que lo pienso, mi exmarido detestó estas lámparas desde el momento en que las traje a casa. Las escondí en la habitación de invitados, como la esposa obediente que era. Al día siguiente de que Ryan se fuera, les quité el polvo y las puse en el salón. También compré unos cojines con flecos que él odiaría.

Me puse en pie y el leve dolor de cabeza se volvió más intenso. Uf, resaca por el vino. Me dirigí a la cocina, necesitaba un café y un paracetamol. De camino, me encontré otro pósit en la puerta principal.

«Inscríbete en Match.com».

Quité y arrugué la nota amarilla junto con la del tanga. Anoche estuve viendo una película con Eve, mi mejor amiga. Una vez al mes compartimos una botella (o dos) de vino y vemos películas. Lo hemos hecho desde el último curso del instituto, hace más años de los que puedo contar a estas horas de la mañana.

Para quien me conociera, no era ningún secreto que estaba un poco obsesionada con los pósits. Casi siempre podías encontrar tareas pendientes pegadas en la puerta principal, en el espejo del baño, en el salpicadero del coche… en cualquier parte. Enrollar cada trozo de papel a medida que las terminaba me hacía sentir que lograba algo. Últimamente, había notas por todas partes, el cuádruple de lo habitual, porque las había usado para estudiar para el examen del certificado de enseñanza de italiano. Había pósits con frases traducidas por toda la casa.

Por lo visto, mi mejor amiga se había puesto manos a la obra antes de que anoche me quedara frita en el sofá.

«Echa un polvo», decía la que estaba pegada en el frigorífico. Al menos, estaba leyendo su lista de tareas en orden: necesitaba un tanga y apuntarme a Match.com para romper mi voto de castidad.

Pasaron varias horas hasta que encontré la última nota que había dejado Eve. Estaba pegada en el espejo del baño y ponía: «Brunch con mi gran mejor amiga. Domingo al mediodía, Capital Grille en la 72».

* * *

—Deberías quedar con Liam.

Un par de domingos al mes, Eve y yo vamos a un restaurante diferente para ver la competencia. Era la dueña de un bistró francés en el Upper East Side y le gustaba probar los menús y comprobar los precios de los sitios nuevos, aunque parecía que hoy se estaba fijando en más cosas de lo habitual.

—¿Liam? ¿Nuestro camarero?

—Sip.

—¿No tiene unos veinte años?

Eve se llevó a los labios un vaso de martini lleno de un líquido rosa.

—Tengo vibradores más viejos que él. —Tomó un trago—. Pero es mayor de edad. Y supongo que podría tirarlos si me lo llevara a casa. Apuesto a que hago «chas» y se le pone dura. —Eve chasqueó los dedos a modo de demostración—. Liam, dura.

Me reí.

—Igual tendrías que echar a Tom si te llevaras a un hombre tan joven a casa.

—No me tientes. Anoche se quedó dormido en el sillón a las ocho. ¿Qué clase de persona deja que su mejor amiga se case con un vejestorio?

—Como si alguna de nosotras te lo hubiera podido impedir, incluso aunque pensáramos que casarte con Tom fuera un error, que no lo era. Además, ¿quién podría aguantarte? Todos estábamos muy agradecidos porque no fueras a morir siendo una solterona.

—Hablando de solteronas…

—No vayas por ahí.

—¿Has quedado ya con Mark?

—Mark y yo solo somos amigos.

—Quiere liarse contigo.

—La tinta de los papeles de mi divorcio se acaba de secar.

—Han pasado dieciocho meses.

«¿En serio? Enero, febrero, marzo, abril… Oh, Dios. Sí que han pasado. ¿Cómo es posible que el tiempo vaya tan rápido?».

—Dieciocho meses no es tanto tiempo.

—Antes de eso estuvisteis separados dos años. ¿Cuánto hace que no tienes una buena sesión de sexo?

—¿Cómo hemos pasado de hablar de ti a mi vida sexual? ¿O a la ausencia de ella? Otra vez.

Eve había empezado a presionarme para que quedara con alguien en cuanto Ryan metió sus cosas en el camión de la mudanza. Tenía buenas intenciones, pero últimamente había pasado de darme un empujoncito a un empujón en toda regla.

Ignoró mi intento de cambiar de tema.

—¿Cuánto hace, Val? ¿Dos años y medio?

—De hecho… —Removí la pasta del plato con el tenedor—. Si hablamos de sexo del bueno, me temo que hace más de diez años. Ryan no fue muy apasionado las últimas veces.

Nuestro camarero, muy guapo y joven, volvió a la mesa.

—¿Puedo ofreceros algo más?

Me miró mientras hablaba. No estaré muy puesta en temas de ligoteo, pero juraría que estaba flirteando conmigo.

—¿Algo de postre? ¿Tal vez algo dulce?

«Qué adorable».

—Em… estoy bastante llena, la verdad. Pero gracias.

—Invita la casa. ¿No puedo tentarte ni un poquito? Deja que te sorprenda. Nunca se sabe, a veces un pequeño bocado es todo lo que necesitas para abrir de nuevo el apetito.

Me fijé en las venas que se le marcaban en los antebrazos tatuados. «Repítemelo».

—Em… claro. Me llevaré algo a casa para Ryan.

La sonrisa del camarero desapareció justo antes de marcharse.

—¿A qué coño ha venido eso? —me reprendió Eve.

—¿El qué?

—Mencionar a otro hombre cuando un tío estaba ligando contigo.

—Me refería a mi hijo Ryan, que vuelve a casa este fin de semana de la universidad, no al imbécil de mi exmarido.

—Ya lo sé. Pero el camarero buenorro no.

—¿Y? ¿De verdad piensas que me voy a acostar con un veinteañero?

—¿Por qué no? No tienes que casarte con él. Solo tienes que salir por ahí, Val.

—Claro que salgo, pero todavía no he conocido a nadie.

Eve me miró como diciendo «y una mierda». Y tenía razón. Desde mi divorcio, no había intentado quedar con nadie. La verdad es que me aterrorizaba pensarlo. La última cita que tuve fue en octavo, cuando Jimmy Marcum fue mi pareja en el baile de fin de curso. Mi exmarido, Ryan, y yo habíamos estado juntos desde el instituto.

—Me pone nerviosa salir con alguien. No llegué a hacerlo de verdad. —Cogí la servilleta de mi regazo cuando sentí que iba a estornudar—. ¡Achís!

—Salud. —Eve se inclinó y puso la mano sobre la mía—. Lo sé, corazón. Pero cuanto más tardes, más difícil será. Le estás dando demasiadas vueltas.

Pagamos la cuenta y nos dirigimos hacia nuestros coches enganchadas del brazo. Cuando nos paramos frente a mi Volkswagen Routan, Eve sacudió la cabeza.

—Necesitas un coche diferente.

—¿Qué? ¿Por qué? —Mi SUV gris estaba en buen estado—. Los Volkswagen molan.

—Sí. El que tenía el hermano mayor de Lara Meyer para ir al instituto molaba. Una furgoneta hippie o un escarabajo descapotable, tal vez. Eso es… un monovolumen. Parece que llevas a un montón de niños a los entrenamientos de fútbol antes de volver a casa y prepararle la cena a tu marido.

—Para eso lo usaba.

—Usabas. Llevas diez años con ese coche. Tu hijo empezó a conducir el suyo hace casi tres años, por Dios. No creo que necesites el monovolumen para llevarlo a entrenar.

—¿Qué más da? Solo es un coche.

—¿Quieres ver una película mañana?

—No puedo, tengo grupo de estudio. El examen es pronto.

—Entonces, ¿nos vemos el sábado?

Entrecerré los ojos.

—En la barbacoa por el Día de los Caídos.

—Anda, ¿ya estamos a finales de mayo? Creo que mi calendario está completo hasta junio.

Eve me dio un beso en la mejilla.

—Listilla.

Se dirigió a su coche, que estaba aparcado un poco más lejos, y me gritó cuando desbloqueó su BMW.

—Por cierto, he escrito tu número en la parte de atrás de la cuenta para el camarero buenorro. Buenas noches, Valentina. Disfruta.

Por la sonrisita que me dedicó cuando pasó junto a mí y me dijo adiós con la mano, no sabía si era broma o si iba en serio.

«Dios mío, espero que esté de broma».

* * *

Cuando encendí el teléfono la mañana siguiente, tenía dos llamadas perdidas de un número desconocido y un mensaje de Mark.

Mark: ¿Comida china o italiana para esta noche?

Ese sábado, le tocaba a Mark organizar el grupo de estudio, y también debía encargarse de la cena. Vivía en Edgewater, como yo. Desiree y Allison, las otras integrantes del cuarteto, vivían al otro lado del río, en Manhattan.

Valentina: ¿Acaso no sabes que mi apellido de soltera es Di Giovani? Nunca escogería mu shu en lugar de albóndigas. 😁

Mark: ¿Di Giovani? Es mucho más sexy que Davis. Deberías usarlo, te pega más. Entonces, comida italiana. Nos vemos a las cinco.

Es un tío muy majo. No sería muy complicado pasar de una amistad a algo más. Tenemos muchas cosas en común: ambos divorciados, hijos de la misma edad y hemos optado por cambiar de carrera y dedicarnos a la enseñanza. Pero no lo veía de esa forma. Tampoco es que me esforzara en intentarlo, aunque estaba segura de que él me veía así. Igual que Eve.

El teléfono vibró mientras me echaba el café. «Número desconocido». Hm… por tercera vez desde anoche. Pulsé «ignorar» y le mandé un mensaje a Eve.

Valentina: ¿En serio le diste mi número al camarero de anoche?

Respondió cuando me terminé mi dosis de cafeína.

Eve: No. Pero puede que por error le haya dado tu número a otra persona.

Valentina: ¿Por error? ¿Cómo puedes darle un número por error a alguien?

Eve: Prométeme que no te vas a enfadar.

La llamé en lugar de seguir escribiendo.

—¿Qué has hecho?

—Empecemos por lo que no he hecho.

—Vale…

—No le di tu número al camarero.

—Ya me lo has dicho.

—Lo sé. Pero podría haberlo hecho y quiero asegurarme de que entiendes que nunca daría tu número a propósito.

Tenía que ser algo importante para que Eve sonara preocupada por contármelo.

—Dime qué has hecho.

—Puse tu número en Match.com sin querer.

—Que ¿qué?

—No quería hacerlo público. Pensaba que estaba en privado, pero los ajustes estaban mal configurados. Normalmente verde significa «pasa» y rojo significa «para». ¿Quién coño hace una página en la que rojo significa «sí»?

—¿De qué hablas? Ni siquiera tengo una cuenta de usuario en Match.com.

—Bueno… tenías. Ahora sí.

Se me cayó el alma a los pies.

—Por favor, dime que no lo has hecho.

—No lo he hecho. —Hizo una pausa, y por un segundo me sentí aliviada, pero entonces siguió—: No lo he hecho… a propósito.

—Pero ¿qué?

—Te hice una cuenta en Match.com anoche cuando volví a casa. Lo preparé todo, pero no pretendía hacerla pública. Al menos, no en ese momento. Pensé que, si lo apañaba y te lo ponía fácil, estarías dispuesta a probarlo. Iba a comentártelo en la barbacoa.

—Pretendías que fuera privada, pero ¿no lo es?

—Eso es lo peor.

—¿Qué podría ser peor?

—Al pensar que estaba en privado, puse la cuenta con una descripción de broma para enseñártela.

«Ay, Dios mío».

Corrí hacia mi portátil y lo abrí.

—¿Qué pone?

—Tranquila. Lo he quitado hace una hora, pero ha llamado bastante la atención. Me he dado cuenta de lo que había pasado cuando la dirección de correo que configuré para usar con la cuenta ha empezado a recibir correos cada par de minutos.

—¿Qué ponía? —grité.

—«Madre de treinta y siete años divorciada busca sexo casual para prepararse para tener citas de nuevo».

—Por favor, dime que es una broma.

—Ojalá lo fuera.

* * *

Una semana más tarde, mi teléfono parecía haberse calmado. Una noche, mientras estaba sentada en el sofá con una copa de vino, reuní el valor suficiente para mirar la página que Eve me había creado.

Algo que siempre has querido hacer: Ir a Italia.

Color favorito: Rosa fucsia. No el del algodón de azúcar o el del helado de fresa. Fucsia. Cuanto más intenso, mejor.

Bebí un sorbo de vino y sonreí. Es algo que yo diría. Eve había hecho un buen trabajo haciéndose pasar por mí.

Frase favorita:Una cena senza vino è come un giorno senza sole.

Mi sonrisa se ensanchó. Lo había escrito bien. «Una comida sin vino es como un día sin sol». Era la frase favorita de mi padre. Cuando falleció, encargué dos letreros personalizados, uno para mi cocina y otro para la de mi madre.

Descripción física: Un metro sesenta y siete, cintura esbelta, con curvas en el norte y en el sur. Piel color oliva, pelo oscuro, largo y rizado que me aliso de forma obsesiva, aunque mis rizos son la hostia, y ojos azules que son el único regalo genético de mi madre. Mi mejor amiga me ha pedido que diga: «Echaréis un segundo vistazo. Lo prometo».

Edad: Veintinueve (más ocho, pero ¿quién lleva la cuenta?).

A quién estoy buscando: Al señor Perfecto, por supuesto.

Mi pareja ideal es: Un hombre alto. Inteligente. Divertido. De entre veintiocho y treinta y ocho años. Adora viajar. Sabe bailar (porque yo no). Prefiere conducir por la ruta escénica. Posee un paladar distinguido. No se llama Ryan. Tiene un nombre de usuario gracioso. (Los de «Rey del cunnilingus» van en la cima del montón).

Había subido algunas fotografías mías, cada una con una descripción. En la primera salía en bikini lanzándome de bomba desde el trampolín a la piscina de Eve. El pelo me volaba al viento, tenía las piernas flexionadas contra el pecho y la nariz tapada. No se me veía la cara al completo, pero desde el perfil se distinguía que estaba sonriendo y riéndome. La imagen era graciosa. No era la que yo habría escogido, pero tenía mucha personalidad y me gustaba. Debajo, había puesto en la descripción: «Sin miedo a volar».

La segunda foto era de la graduación del instituto de Ryan. Llevaba un vestido veraniego blanco y negro con estampado floral sin mangas que hacía que mis pechos parecieran más grandes de lo que son, y un sombrero blanco de ala ancha. Aquel día hacía viento, así que sostenía el ala del sombrero hacia abajo y me cubría casi toda la cara, excepto los labios. Lo único que se veía era el pintalabios rojo en una sonrisa de oreja a oreja. La descripción decía: «Esta soy yo siendo una madre orgullosa».

La última era una foto en la que salíamos Eve y yo en el instituto. Debíamos de tener quince o dieciséis años, porque aún no estaba embarazada. Nos abrazábamos y llevábamos ropa a juego. Debajo había escrito: «Más de dos décadas con la misma mejor amiga».

Después de editar algunas locuras que Eve había metido en mi perfil, lo dejé en privado. Fui hacia el frigorífico y me serví mi tercera copa de vino. Al cerrar la puerta, un imán se cayó al suelo. El trozo de papel que sujetaba flotó por el aire y aterrizó a mis pies. Lo cogí y leí por encima. Eve había hecho una lista durante una de nuestras noches de películas hacía unas semanas. El título estaba escrito en negrita y subrayado: Ahora me toca a mí. Las primeras tareas estaban escritas en su letra. Empezaban siendo bastante inocentes…

Convertirme en profesora.

Visitar Roma.

Plantar un jardín enorme solo con flores.

Apuntarme a clases de baile.

Ir al baile de graduación.

Aprender a surfear.

Ir a un festival de música.

Dejar puesto el árbol de Navidad hasta marzo.

Adoptar a un

pug.

Todo esto eran cosas que quería hacer, pero a las que Ryan se había opuesto: volver a estudiar, viajar a Europa, plantar un jardín por la simple razón de oler el aroma a flores, adoptar un perro. Teníamos un jardín en el patio, pero mi exmarido lo había llenado de verduras. Consideraba que plantar flores donde nadie pudiera verlas sería un desperdicio. Y en cuanto al árbol de Navidad, me encantaba tenerlo puesto. Hay algo especial en bajar las escaleras por la mañana, cuando aún está oscuro, y ver el árbol iluminado en el salón. Pero Ryan odiaba las decoraciones, decía que eran chorradas y siempre insistía en quitar el árbol el 26 de diciembre. Si de mí dependiera, lo dejaría puesto todo el año. También quería un perro, un pug para ser más concreta. Pero Ryan aseguraba que le hacían estornudar, a pesar de que teníamos muchos amigos con perros y parecía estar bien cuando íbamos a visitarlos.

Durante mi matrimonio, dejé que mis deseos pasaran a un segundo plano. Y ese había sido el objetivo de la lista que Eve había empezado para mí: era mi turno. Ahora me tocaba a mí.

Aunque los primeros nueve puntos de la lista eran inofensivos, las cosas se habían puesto mucho más interesantes a medida que avanzó la noche y nos terminamos la segunda botella de vino.

Llevar lencería

sexy

bajo la ropa por ningún motivo especial.

Quedar con siete hombres en siete noches.

Follar en un sitio público donde podrían pillarme.

Lío de una noche, sin saber nombres.

Sexo anal.

«Trío» lo habíamos tachado después de que Eve y yo debatiéramos sobre las ventajas durante un rato.

Doblé el trozo de papel y me lo guardé en el bolso. Esto era lo último que quería que mi hijo encontrara cuando volviera a casa este verano. Me llevé la copa de vino llena al sofá con el portátil y me quedé un rato mirando la pantalla. Match.com. Bebí un sorbo y ojeé las fotos que Eve había publicado. No se me veía la cara en ninguna, nadie tendría que enterarse si me conectaba y comprobaba el panorama. Y supongo que, si iba a hacer la mitad de las cosas de mi lista, tendría que empezar con una cita.

No sabía si era por el recordatorio de la lista de cosas que no había hecho o el vino. O tal vez… tal vez fuera el momento. Pero hice algo que nunca pensé que haría… Configuré mi perfil en modo público.

«Que le den. Me toca a mí».

Capítulo 2

Ford

Mi asistenta tiene un buen culo.

—¿Cómo cojones te concentras para trabajar aquí? —Logan giró la cabeza hacia Esmée mientras ella salía de mi oficina. Movía las caderas de un lado a otro y la cabeza de mi amigo se sincronizaba a la perfección.

No podía culparlo. Era una puta obra de arte. Sus curvas, en ese momento envueltas en una ceñida tela roja que se amoldaba al cuerpo, eran un corazón al revés perfecto. Cuando Logan inclinó la cabeza hacia la derecha y casi se dio en el hombro, supe que, en su mente, estaba dándole la vuelta a ese corazón.

Esmée llegó a la puerta y nos miró por encima del hombro con una sonrisa coqueta.

—¿Puedo hacer algo más por usted, señor Donovan? ¿Señor Beck?

—Todo bien. Gracias, Esmée.

Por supuesto, Logan siendo Logan, no podía mantener el pico cerrado.

—¿Tengo que trabajar aquí para escucharte decir «señor Beck» con ese acento cada mañana?

Esmée acababa de trasladarse desde París a Nueva York. Su marcado acento francés hizo que su atractivo pasara de un diez fácil a un once desbordante. Tendría que haberme dado cuenta de que no debía pedirle que nos trajera café con Logan cerca.

—No le hagas caso a mi amigo. No sale mucho. ¿Te importaría cerrar la puerta al salir?

Cuando se cerró la puerta, cogí una bola de papel de mi escritorio y se la lancé.

—Deja de comerte con los ojos a mis empleadas, idiota. Vas a hacer que me denuncien por acoso laboral.

—No me digas que no lo has intentado.

—No mojo la pluma en la tinta de la empresa.

—¿Desde cuándo? La última vez que me pasé por tu oficina estabas tirándote a la pelirroja de contabilidad con esos zapatos tan sexys. Y si no me equivoco, a su prima también, al mismo tiempo. Menudo cabrón con suerte.

—Eso fue hace mucho tiempo. He madurado.

Logan inclinó la silla hacia atrás y sonrió.

—Claro, lo había olvidado. La recepcionista: la señorita Madura. ¿Cómo se llamaba? ¿Misty? ¿Marsha? ¿Magdalene?

—Maggie. Y no me lo recuerdes, me costó una pequeña fortuna.

—Yo habría pagado una pequeña fortuna por lo que esa mujer te ofreció.

—Salvo que tú no tienes una pequeña fortuna, imbécil.

Hace unos años, estaba pasando por una mala racha y no pensaba con la cabeza fría. Mi recepcionista se grabó mientras me hacía una mamada debajo del escritorio. No tenía ni idea de que todo era un montaje. Colocó las cámaras en dos ángulos distintos y me dijo que actuara como un jefe cabreado que le pide un trabajito a su secretaria. Nunca me habían gustado los juegos de rol, pero resultó ser muy excitante.

Hasta que me enseñó una copia del vídeo y me amenazó con demandarme por acoso sexual en el trabajo. Mi abogado me obligó a llegar a un acuerdo antes de que fuera a los tribunales. Esa fue una lección de negocios que me hizo madurar y que no me habían enseñado en la universidad.

—¿Cuál es el plan para la semana que viene? —preguntó Logan.

—En mi casa a las seis. La línea C está a una manzana al norte en la Ochenta y uno.

Cada año, los colegas de la universidad nos juntamos para ir de bares durante el fin de semana. Empezamos temprano y nos vamos a un local diferente a poca distancia de cada parada de una línea de tren. Una hora por bar. Diez paradas de tren, diez bares diferentes. La mayoría de los años, los chicos empiezan a caer en la quinta parada. Pero Logan y yo siempre llegamos hasta el final. Yo voy a mi ritmo, alternando con agua entre cada bebida. Logan, bueno, no se corta. Pero el cabrón puede tomarse más copas que nadie que haya conocido.

—¿Qué te parece si vamos a calentar? ¿Al O’Malley?

Miré la hora en el móvil.

—Son las diez y media de la mañana.

Logan se encogió de hombros.

—¿Y?

—Tengo trabajo que hacer. De hecho, deberías irte. Empiezo una reunión en diez minutos.

—Todavía no me creo que llames trabajo a sentarte aquí y que ese bomboncito persa te traiga café.

—Es de París, así que es parisina, no persa, estúpido. Y no todo es tan simple como parece.

Se volvió a encoger de hombros y se levantó.

—Lo que sea. ¿Tomamos algo esta noche?

—No puedo. Voy a recoger a Bella.

—Annabella… ¿Cómo está tu hermana pequeña?

—Ya no es tan pequeña. Ha pasado un semestre en Madrid. Vuelve a casa esta noche. Le dije que la recogería en el aeropuerto.

—¿Ya está en la universidad?

—Va a empezar segundo. Tiene diecinueve.

—Caray. Siempre ha sido una monada. Apuesto a que es todo un pibón ahora que es legal.

—Ni te lo pienses, capullo.

Logan soltó una risita y me tendió la mano. Nos dimos un apretón.

—¿La semana que viene, entonces, guapetón?

El interfono sonó y se oyó la voz de Esmée.

—Ford, tienes a la señora Peabody en la otra línea.

Logan frunció el ceño.

—¿Peabody? ¿Todavía hablas con esa loca?

—No está loca… Es excéntrica.

—Excéntrica es el eufemismo de loca. —Logan sacudió la cabeza—. A veces me preocupas. Igual estás tan tarado como ella.

—Vete, idiota. Y no acoses a mi recepcionista cuando te marches.

* * *

No tenía sentido irme de la oficina hasta mi casa para volver al centro y salir disparado hacia el aeropuerto a las diez. Tenía suficientes cosas que hacer para mantenerme ocupado durante días. Para las siete de la tarde, la planta estaba bastante vacía, solo quedábamos el personal de limpieza y yo. Había pedido comida tailandesa y decidí sentarme frente a las ventanas en la sala de espera, en vez de detrás de mi escritorio, de espaldas a la ciudad.

Me hundí en el sofá de cuero, me quité los zapatos y apoyé los pies en la mesa de cristal que tenía delante. Aún tenía que esperar unas horas, así que empecé a revisar el correo electrónico mientras comía con palillos de un recipiente de cartón. Mi bandeja de entrada era un desastre. Tenía trescientos correos no leídos y pendientes. Los ordené por antigüedad y abrí uno que llevaba casi una semana evitando. El director de marketing quería que me plantease una inversión de medio millón de dólares en una campaña publicitaria con Match.com.

Normalmente no cuestionaba su criterio, llevaba veinticinco años trabajando con mi padre. Pero no estaba seguro de que una web de citas fuera el lugar adecuado para promocionar un espacio de trabajo compartido de alta gama en Manhattan. Y era una suma ingente de dinero. Parte del problema era que no tenía experiencia en el funcionamiento de las citas en línea, ni en los hábitos de compra de sus usuarios.

Tras leer la presentación de la propuesta, hice clic en el enlace de la última diapositiva y decidí probar la plataforma. Tardé diez minutos en crearme una cuenta. Cuando me pidió que iniciara una búsqueda, me sentí como si estuviera comprando los ingredientes para hacer mi comida favorita en el supermercado: intereses, procedencia, altura, tipo de cuerpo. Me puse manos a la obra y añadí cosas como mis eslóganes favoritos y mi «lugar feliz» para que la web me pusiera en contacto con mujeres con intereses similares.

Me aparecieron más de mil perfiles. Hice clic en algunos y, en cuestión de minutos, una cara empezó a confundirse con la siguiente. Todas las mujeres que veía en el bar más popular del mes también debían de tener un perfil en este maldito sitio.

Navegué un poco más y vi que empezaban a aparecer algunos anuncios. En cuestión de minutos, sabían lo suficiente sobre mí como para elegir exactamente el tipo de producto que compraría. Una de mis aficiones era el senderismo y había marcado la casilla de ingresos superiores a doscientos cincuenta mil al año. A la izquierda de la pantalla apareció un anuncio de una mochila de la marca Patagonia, de alta gama y para todo tipo de clima, por cuatrocientos pavos. Esta web conocía a sus usuarios y probablemente reunía más datos íntimos que ninguna otra.

Cuando terminé de comprar la bolsa Mountain Elite azul, volví a mi correo electrónico y le dije al director de marketing que siguiera adelante. «Adjudicado».

No tenía ganas de continuar gestionando correo electrónico y faltaban horas para ir a recoger a Bella, así que limité mis criterios de búsqueda en Match.com y actualicé mi perfil. Me pasé unos diez minutos mirando fijamente la categoría de edad en la pantalla.

¿De dieciocho a veinticuatro?

¿De veinticinco a treinta y uno?

¿De treinta y dos a treinta y ocho?

A la madura edad de veinticinco años, ya no salía con jóvenes de dieciocho a veinticuatro. Ya había pasado por eso. No tenía paciencia para juegos. Quería una mujer que supiera quién era, en lugar de una que intentara ser la que ella creía que yo quería. «Deseleccionar. Hasta luego, chicas de dieciocho a veinticuatro».

Dejé marcada la casilla del grupo de edad de veinticinco a treinta y un años, pero mi puntero se detuvo en la siguiente. ¿Por qué excluir a una mujer impresionante de treinta y dos años? Más experiencia y menos tonterías. «Seleccionar».

Después de todas mis modificaciones, ahora solo me salían una docena de mujeres que supuestamente eran mi pareja ideal. De la uno a la cinco me parecieron interesantes, dignas de un segundo vistazo. Entonces hice clic en la sexta, una mujer de Nueva Jersey. Su perfil me hizo reír a carcajadas.

Intrigado, miré sus fotos. Solo había unas pocas, pero una en particular me llamó la atención. Estaba sacada de perfil mientras ella se tiraba de bomba en una piscina. El pelo oscuro se alzaba por encima de su cabeza, y en su cara solo se distinguía una sonrisa. Y aunque no veía bien su cuerpo, ya que estaba flexionado, observé que tenía curvas para lucir el bikini que llevaba. Mejor aún, parecía el tipo de mujer a la que le importaba más divertirse que estropearse el pelo y el maquillaje en la piscina. Y últimamente, las que se me acercaban cuando salía no eran así.

Para cuando me sonó el móvil, con un recordatorio de que había llegado el momento de salir a por Bella, había perdido casi dos horas en una web de citas que nunca pensé que visitaría. Me disponía a apagar el ordenador, pero en la última ventana abierta estaba la foto de la mujer que se tiraba en la piscina. Sonreí de nuevo antes de cerrarla.

Detuve el dedo sobre el botón de encendido para apagar el Mac, pero luego me lo pensé mejor y volví a la web de citas. Revisé los perfiles compatibles en busca de uno en concreto. Al encontrar a Val44, eché otro vistazo.

«Qué cojones, ¿por qué no?».

Mucha gente utiliza webs como esta.

Pulsé el botón que había debajo de su perfil para que supiera que me interesaba.

* * *

—Qué sitio más aburrido.

Metí la última maleta de mi hermana en el apartamento y saqué una botella de agua del frigorífico. Había mucha humedad para estar casi a finales de mayo.

—¿Manhattan? ¿Aburrido? Nunca había oído eso.

Bella puso los ojos en blanco.

—No me refiero a Manhattan, sino a tu apartamento. ¿Cómo voy a divertirme si me quedo con mi hermano?

—¿Dónde te alojarías, entonces? Además, has venido a pasar el verano, no a quedarte para siempre.

«Menos mal». Bella tenía catorce años cuando nuestros padres murieron hace cinco. Nunca había pensado en no encargarme de ella y convertirme en su tutor legal, aunque solo tuviera veinte años en aquel momento. Pero he de decir que fue un alivio que quisiera irse a la universidad. Criar a una niña de catorce años era mucho más fácil que a una de diecinueve.

—En la casa de verano. Pasaré las vacaciones en Montauk.

—No puedo ir y venir desde allí todos los días.

—¿Y? ¿Quién te ha dicho que tuvieras que hacerlo? Yo voy a pasar el verano allí, y tú, aquí.

—Ni de broma.

—¿Por qué no?

—Porque estarás sola y allí no hay sistema de seguridad.

—Es Montauk, nadie echa la llave de sus casas. De pequeños pasábamos todos los veranos allí. Montauk es más seguro que Manhattan.

—¿Cómo sé que no vas a montar fiestas?

—¿Y qué si las hago?

—Tienes diecinueve años, no veintiuno.

Bella levantó una ceja.

—¿Y nunca bebiste ni montaste una fiesta hasta que cumpliste los veintiuno?

—Es distinto.

—¿En qué sentido?

—Simplemente lo es.

—Madre mía, Ford, ¿cuándo te has vuelto como papá?

Aunque hubiera instalado un sistema de seguridad en la casa de la playa, al este, no estaba seguro de que fuera un buen lugar para Bella. Ninguno de los dos habíamos estado allí desde que perdimos a mamá y papá, y si había algún lugar en el mundo lleno de recuerdos de ellos, era Montauk: mamá lavándonos los pies en la ducha al aire libre; el desayuno con papá en el patio trasero; papá apoyado en la puerta en silencio mientras veía a mamá bailar al son de la música en la cocina; la forma en la que sonreía cuando la miraba. Ese pensamiento abrió una herida que acababa de empezar a cicatrizar.

Cuando nuestro contable nos sugirió que alquiláramos la casa, ni siquiera me planteé la idea. Prefería asumir los gastos de mantener la propiedad antes que dejar que entraran extraños en ella.

Bella no soportaría el hecho de revolver todos esos recuerdos. A decir verdad, yo tampoco estaba seguro de hacerlo. Probablemente debería poner la casa en venta.

—Venga, Ford. En realidad, no necesito tu permiso para ir. Puedo tomar un autobús mientras estás trabajando.

Por supuesto que podía hacerlo. Bella tenía más de dieciocho años y ya podía ir adonde quisiera. Lo único que controlaba por encima de ella era el dinero. Yo era su administrador financiero hasta que cumpliera veintiún años.

—Tal vez podríamos pasar allí un fin de semana o algo así —propuse.

—¿Te refieres a nosotros dos? Vaya, qué romántico. Suena maravilloso.

Suspiré. Iba a ser un verano muy largo.

Capítulo 3

Valentina

Al principio, era divertido mirar por encima las respuestas que me habían mandado. Ojeaba los perfiles mientras me tomaba una copa de vino y leía el sinfín de mensajes. Pero al cabo de unos días, comprendí que, aunque algunos tíos parecían simpáticos, no iba a responderle a ninguno.

No sabía qué decir. «No estoy para nada preparada».

Justo cuando iba a cerrar sesión e irme a la cama, apareció un mensaje en la esquina de la pantalla. No sabía que se podía enviar uno de esos. Era de Nueva York.

Donovan620: Ryan es mi segundo nombre. ¿Estoy descartado?

Me había olvidado de cambiar la parte de mi perfil donde decía que mi pareja ideal no podía llamarse Ryan, ya que estaba muy ocupada ignorando a aquellos que tuvieran «Rey del cunnilingus» como nombre de usuario. Aunque, probablemente era mejor así, ya que la idea de llamar Ryan a otro hombre después de tantos años con mi marido me resultaba muy extraña. Además, también era el nombre de mi hijo.

Al no responder, pasados unos minutos apareció otro mensaje.

Donovan620: ¿En serio? ¿Estoy vetado por mi segundo nombre? Seguramente pueda cambiarlo, si eso funciona. Sin embargo, a mi abuelo no le haría gracia.

Su mensaje me hizo reír, así que contesté.

Val44: En realidad, creo que Ryan como segundo nombre está bien, siempre y cuando lo abrevies en tu firma y no te presentes así.

Donovan620: Si conoces a alguien aquí que se presenta con su primer y segundo nombre, además de su apellido, deberías eliminarlo de inmediato. Es muy raro.

Val44: Puede que tengas razón.

Donovan620: Me lo dicen mucho. Y… ¿qué tienes en contra de los Ryan, Valentina D.?

Había usado mi nombre completo, lo que significaba que había visto mi perfil. Por curiosidad, miré el suyo. Solo había una fotografía, y la verdad es que me llamó bastante la atención. Estaba en el aire, saltando desde un trampolín, y habían capturado el momento desde el suelo. Tenía las rodillas flexionadas y los brazos alrededor de estas mientras caía de bomba en una piscina. Era casi la misma foto de perfil que la que yo tenía, salvo que él era, por supuesto, un hombre. Me fijé un poco más. Sin duda, Donovan620 era un hombre con unos brazos musculosos increíbles que le rodeaban las rodillas. Incluso los músculos de las pantorrillas parecían voluminosos en la imagen.

Llegó otro mensaje. No había respondido a su pregunta sobre el nombre Ryan.

Donovan620: ¿Estás ocupada viendo mi perfil o ignorándome?

Val44: Ignorándote.

Donovan620: Pues no se te da muy bien, porque me acabas de contestar.

Me hizo sonreír de nuevo, así que confesé.

Val44: Puede que haya echado un vistazo a tu perfil. ¿Has notado algo interesante en nuestras fotos?

Donovan620: Eso es lo que me ha llamado la atención. Vale la pena cambiarme mi segundo nombre por una mujer que se tira de bomba.

Donovan era ocurrente. Me gustaba. Y tal vez, solo tal vez, sus músculos también. Rellené la copa de vino.

Donovan620: Esa no es la única coincidencia. Adelante, revísame a fondo.

Volví a su perfil y seguí leyendo.

Edad: Veinticinco.

Mi pareja ideal es: Lo bastante mayor como para pensarse las cosas dos veces, lo bastante joven como para hacerlas sin que le importe una mierda. Inteligente. Le encanta la naturaleza y las simplicidades de la vida, como conducir por la ruta escénica.

Val44: ¿Acabas de añadir eso en el apartado de tu pareja ideal?

Donovan620: Nop.

Val44: Bueno, parece que tenemos algunas cosas en común. Qué pena que no cumpla el resto de tus requisitos.

Donovan620: ¿Cuáles?

Val44: Aunque soy lo bastante mayor para pensarme las cosas dos veces, sí que me importa hacerlas.

Donovan620: Pasaré tu sensatez por alto, ya que has tenido que lidiar con mi desafortunado segundo nombre.

Val44: Qué amable por tu parte, pero tenemos otro problema que me temo que no podremos solucionar.

Donovan620: Que es…

Val44: Eres demasiado joven para mí. Tienes veinticinco años. Yo, treinta y siete.

Donovan620: En tu perfil pone que tu pareja ideal es de entre veinticinco y treinta y siete años.

Val44: Mi amiga escribió eso. Acabo de cambiarlo a mayores de treinta y cinco.

Donovan620: ¿Es una buena amiga?

Val44: Sí, ¿por qué?

Donovan620: Entonces deberías hacerle caso. Te conoce y probablemente sepa de lo que habla.

Val44: Sí, pero…

Su siguiente mensaje llegó antes de que pudiera terminar de escribir.

Donovan620: La edad solo es un número. Lo que importa es que, obviamente, eres de espíritu joven, ya que te sigues tirando de bomba, y que elegirías la ruta escénica antes que la autopista más rápida. No digas que no todavía. Habla conmigo un rato, a ver si conectamos. Después decides.

Val44: No sé, Donovan. Tuve un hijo siendo muy joven. No es mucho menor que tú.

Donovan620: Una semana. Venga. Es mi primera vez en Match, y no querrás estropeármelo. El resultado de esto podría marcarme de por vida si se tuerce.

Reflexioné un poco al respecto. No tenía intención de quedar con él en persona durante este tiempo.

Val44: ¿De verdad es tu primera vez aquí?

Donovan620: De verdad. Puedes comprobar la fecha de inscripción en mi perfil.

Supuse que no tenía motivos para mentir sobre algo tan insignificante, así que le creí. Quizá, dar el paso y hablar con alguien de aquí por primera vez, cuando también era la suya, no estaría tan mal. O sea, ninguno de los dos tenía una idea preconcebida de cómo debía ser, lo que probablemente aliviaría el estrés de sentir que no tenía ni idea de lo que estaba haciendo.

Val44: Entonces, ¿hablaremos en línea durante esta próxima semana? ¿Sin quedar en persona?

Donovan620: Si es lo que quieres, sí.

Sabía que tenía que volver a lanzarme. ¿Por qué no dar el primer paso y chatear por internet? Practicar. Como no llegaría a nada cuando acabara la semana, ¿qué daño podía hacerme si aceptaba?

Val44: De acuerdo. Una semana.

* * *

—No me habías dicho que tu barbacoa por el Día de los Caídos iba a ser una fiesta. —Le pasé a Eve una fuente de cristal llena de tiramisú casero que había preparado. Era su favorito.

—He invitado a unas cuantas personas de más.

A través de las puertas dobles de la cocina se veía el patio trasero. Fuera debía de haber unas cincuenta personas, y dentro también había otras tantas más merodeando. Por lo general, la barbacoa del Día de los Caídos de los Monroe tenía un máximo de veinte invitados.

—¿Unas cuantas? ¿Quiénes son? Podría haber preparado dos postres.

Eve ignoró mi comentario y rebuscó en el cajón de los utensilios. Sacó una cuchara enorme y, antes de que pudiera detenerla, tomó una gran cucharada del delicioso postre que acababa de darle.

—¡He tardado dos horas en prepararlo!

—De todas formas, no pensaba compartirlo. ¿Nunca te has dado cuenta de que todos los años lo escondo en el fondo de la nevera y se me olvida servirlo?

Noté que me vibraba el teléfono en el bolsillo. Últimamente lo hacía mucho. Donovan y yo no habíamos dejado de escribirnos en los últimos cuatro días. Incluso habíamos pasado de chatear dentro de la aplicación de citas a enviarnos mensajes de texto, lo que probablemente no había sido la decisión más inteligente, pero al menos ahora recibía una notificación cuando me mandaba un mensaje y no tenía que abrir la aplicación cada cinco minutos por si me había perdido algo.

Donovan: ¿Has dejado algo de tiramisú en casa?

Valentina: No puedo dejar nada en casa, me lo comería. Es mi debilidad. Los bizcochos de soletilla se me van directos al culo con la de calorías que tienen.

Donovan: Entonces sí que estarían buenos…

Sentí un pequeño cosquilleo al leer la última frase. Cuando hablábamos, se mostraba educado la mayor parte del tiempo. Pero a veces soltaba frases sugerentes como esa y me gustaba.

—¿Con quién hablas?

—Con nadie.

Eve entrecerró los ojos.

—Nadie, ¿eh?

Tom Monroe me salvó de más preguntas. Entró desde el jardín, le rodeó la cintura a su mujer con un brazo por detrás, la estrechó contra sí y le robó la cuchara de servir de la mano. Se llevó un buen bocado de mi precioso tiramisú y habló con la boca llena.

—Esto es mejor que el sexo.

Eve levantó una ceja en mi dirección.

—Te lo dije. Vejestorio.

Su marido, que estaba acostumbrado a sus pullas, la ignoró.

—¿Ya has conocido a Jonathon?

Eve le dio un codazo.

—Acaba de llegar. Aún no le he hablado de Jonathon.

Tom resopló.

—O de Will, Jack, Mike, Adam o Timmy. Aunque creo que mi mujer se ha equivocado y Timmy es gay.

Fijé la vista en mi amiga.

—¿De qué habla?

Eve le quitó el cucharón a su marido y se llenó la boca con más postre. Se señaló las mejillas y emitió sonidos incoherentes para demostrar que no podía hablar.

Miré por encima de su hombro.

—Tom, ¿qué ha hecho tu mujer?

—Me dijo que invitara a todos los hombres de mi oficina. Supongo que no tenías ni idea.

—Bien visto. —Me volví hacia Eve—. Por favor, dime que no les dijiste que estaba soltera y con ganas de conocer a alguien.

—Por supuesto que no.

—Menos mal.

—Les dije que estabas soltera y con ganas de echar un polvo.

Abrí los ojos como platos.

Eve extendió la mano y me la puso en el brazo.

—Estoy de broma.

—Más te vale.

Se zafó del agarre de su marido y me rodeó el cuello con el brazo.

—Vamos, deja que te presente a algunas personas.

Jonathon resultó ser un tipo muy agradable, aunque no de mi gusto. Era bastante guapo. El problema era más bien su exuberante espiritualidad. Me gustan los hombres con creencias firmes, no me malinterpretes. Pero cuando alguien se pasa quince minutos sermoneándome sobre su iglesia y su religión durante los primeros veinte minutos que hablamos, me da la impresión de que es demasiado recatado para mi gusto.

Will vivía con su madre y nunca se había casado, una señal de advertencia incluso para alguien que no tenía citas, como yo.

Mike me habló de su exmujer durante media hora. Estaba claro que seguía colado por ella.

Timmy, en fin… Tom ya lo había dicho. Estaba más interesado en Mike que en mí.

Y, por último, Adam. Metro ochenta, bien afeitado, hombros anchos bajo un polo azul marino con un caballito y mocasines Ferragamo. Despertó mi interés.

—Así que trabajas con Tom en Dunn y Monroe, ¿no?

—Llevo un año allí, sí.

—¿En qué trabajas?

—Soy el vicepresidente de Finanzas.

Adam y yo nos conocimos durante la siguiente media hora. Era tan divertido e inteligente como guapo y educado. Sin duda, cumplía todos los requisitos del hombre con el que debería salir. Sin embargo… no sentía mariposas en el estómago. Pero tal vez tenía una idea equivocada. Igual había visto demasiadas películas románticas cursis. Sentí esa emoción cuando conocí a Ryan, aunque en ese momento era una adolescente. Quizá las cosas eran más tranquilas y agradables cuando salías con un hombre de treinta y tantos. Eso tenía sentido.

Aunque, cuando se disculpó para atender una llamada, me di cuenta de que estaba equivocada.

Me vibró el teléfono en el bolsillo y lo saqué. El nombre de Donovan apareció en la pantalla… y me provocó un aleteo en el pecho y un hormigueo en el vientre. Mierda.

Donovan: ¿Cómo va la fiesta a la que no querías que fuera contigo?

Valentina: Bien, aunque más tranquila que otros años. Tiene un ambiente muy diferente. Ni siquiera hay nadie en la piscina.

Donovan: ¿Nadie? Deberías haberme invitado. Yo sí estaría en la piscina, igual que tú.

Miré a mi alrededor. Este año la típica barbacoa y fiesta en la piscina de los Monroe parecía más bien un cóctel. La gente iba un poco mejor vestida y el ambiente era menos distendido. Estaba bien, pero no era la fiesta despreocupada que Eve solía organizar.

Valentina: Es un grupo diferente al habitual. Hay más compañeros de trabajo del marido de Eve.

Donovan: ¿A qué se dedica?

Valentina: Es gestor de fondos de inversión.

Donovan: Qué aburrido. Deberías haberme invitado.

Valentina: ¿En serio? ¿Y en qué trabajas que sea tan emocionante?

Donovan: Te lo he dicho, trabajo por cuenta propia.

Valentina: Sí, pero no me has explicado nada más.

Donovan: No me has preguntado.

Tenía razón. Durante los últimos días había intentado no profundizar demasiado en quién era Donovan. Cuanto más hablábamos, más me gustaba. Y no tenía ninguna intención de involucrarme con alguien de su edad. Se me haría aún más difícil cortar este vínculo al final de la semana si encontrábamos cosas en común. Antes de que pudiera responder, volvió a sonarme el teléfono.