El coleccionismo - Walter Benjamin - E-Book

El coleccionismo E-Book

Walter Benjamin

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Beschreibung

Postrado sin saber bien dónde ni por qué, Malone espera su muerte, como a fin de cuentas solemos esperarla todos, contándose historias y tratando de hacer un inventario de sus pertenencias. Si la trilogía de Beckett puede verse como una épica de la desintegración, Malone muere es la pieza bisagra, una comedia inquietante, única en sí misma. Matías Battistón Moriría hoy mismo si quisiera, bastaría con hacer un pequeño esfuerzo, si pudiera querer, si pudiera esforzarme. Pero lo mismo da dejarme morir, sin apresurar las cosas. Algo debe haber cambiado. No quiero seguir pesando en la balanza, ni de un lado ni del otro. Seré neutro e inerte. Me resultará fácil. Samuel Beckett

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Acerca de Walter Benjamin

Walter Benjamin nació en Berlín en 1892. Estudió filosofía en Berlín, Friburgo, Munich y Berna y en 1920 se estableció en Berlín para trabajar como crítico literario y traductor. En 1928, la Universidad de Frankfurt rechazó su tesis doctoral, un estudio del drama barroco alemán titulado El origen de la tragedia alemana.

A lo largo de la década del 20, Benjamin construyó fuertes lazos de amistad con el escritor alemán Bertolt Brecht, defendiendo su concepto de “teatro épico”. En 1933, como consecuencia de la llegada de los nazis al poder, Benjamin se refugió en Francia, donde comenzó a escribir una obra monumental sobre Charles Baudelaire, que no llegó a terminar, y que fue publicada en 1973 con el título Charles Baudelaire: un poeta lírico en la era del gran capitalismo. Con la ocupación de Francia por los nazis en 1940, Benjamin intentó dirigirse a Estados Unidos atravesando España, pero al ser detenido en la frontera franco-española, se suicidó.

Página de legales

Benjamin, Walter / Coleccionismo / Walter Benjamin. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : EGodot Argentina, 2022. Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online Traducción de: María Tellechea ; Martina Fernández Polcuch. ISBN 978-987-8928-02-9

1. Filosofía del Arte. I. Tellechea, María, trad. II. Fernández Polcuch, Martina, trad. III. Título.

CDD 900

Títulos originalesIch packe meine Bibliothek aus (1931) Für arme Sammler (1931) Der Sammler (1931) Eduard Fuchs, der Sammler und der Historiker (1937)

Traducción María G. Tellechea & M. Fernández Polcuch Corrección Sara Zuluaga Correa y Federico Juega Sicardi Diseño de tapa Martín Bo Diseño de colección e interiores Víctor Malumián Ilustración de Walter Benjamin Max Amici

© Ediciones Godotwww.edicionesgodot.com.ar [email protected]/EdicionesGodotTwitter.com/EdicionesGodotInstagram.com/EdicionesGodotYouTube.com/EdicionesGodot Buenos Aires, Argentina, 2022

Coleccionismo

Walter Benjamin

Introducción Beatriz Sarlo

Traducción María G. Tellechea & Martina Fernández Polcuch

La persistencia en lo incompleto

Beatriz Sarlo

[Intervención en el Seminario Internacional Biblioteca Walter Benjamin, Museo de Arte de Río de Janeiro, 6 de julio de 2016]

MI CONVERSACIÓN CON USTEDES hoy tiene que ver con las formas distintas de reunir objetos. Walter Benjamin estuvo intensamente relacionado con dos tipos de reunión de objetos: la colección y la biblioteca. Sobre Proust, Benjamin dijo que La recherche construye la sociedad como red o como trama de chismes. No vamos a discutir esta afirmación de Benjamin, que retomó Adorno y después muchos críticos de la obra de Proust. Vamos a examinar cuáles son las características de una trama de chismes.

Una trama de chismes, en el fondo, tiene la misma característica y cualidad que una colección: es un conjunto disgregado de discursos, de comunicaciones, que solo puede tomar sentido si alguien comienza a organizarlos. Y ese conjunto disgregado siempre, al coleccionista o al chismoso, les parece que no está terminado.

Es típico de una colección, como del deseo del chismoso, que siempre haya un chisme más. Si alguien dice: “Mi vecina hizo esto con su novio”, ustedes y yo vamos a querer saber cómo siguió ese chusmerío. Hay siempre un objeto más en una trama de chismes, así como en una colección siempre hay un objeto más.

Por definición, se podría decir que una colección muere cuando se termina, porque se agota su vitalidad y el deseo con el cual el coleccionista la ha abordado. Los coleccionistas son por definición aquellos que siempre tienen un deseo incumplido, como uno podría decir que los chismosos somos aquellos que siempre estamos esperando el próximo objeto de nuestro chisme. No escribimos La búsqueda del tiempo perdido, pero somos como Proust, inagotables.

Esto nos evoca a Benjamin, que nunca terminó su gran obra. Fue el escritor de magníficas obras incompletas, ensayos muy pequeños, o libros que no llegaron a terminarse, como el famoso Libro de los pasajes (que tiene en portugués una excelente traducción y edición hecha por la Universidad de Minas Gerais y publicada hace diez años. También hay una traducción en español, pero yo trabajo habitualmente cotejando siempre la traducción en portugués). Benjamin nunca terminó ese famoso libro y su vida de ensayista fue por definición la persistencia en lo incompleto. No tuvo al libro completado como objeto final. No conocemos lo que habría podido ser El libro de los pasajes; lo imaginamos como lo que es, una colección de citas que siempre nos hace añorar la cita que no está, la observación que Benjamin no hizo.

Comienzo hablando de la colección, porque Benjamin tiene además un texto muy famoso, sobre Eduard Fuchs, un gran coleccionista de su época. Coleccionaba grabados de la prensa política, las famosas caricaturas que arrancan con la Revolución Francesa, siguen y atraviesan todo el siglo XIX. Juntaba también objetos de diverso tipo, en general productos gráficos. Pero lo interesante en este ensayo sobre Fuchs, además de estudiarlo como coleccionista, es que Benjamin encontró la fórmula que después todos los benjaminianos repetimos hasta el cansancio: “Jamás existe un documento de cultura sin que sea al mismo tiempo un documento de barbarie”. Señala de este modo el carácter conflictivo de todo objeto producido por los hombres y las mujeres a lo largo de siglos, y nos lleva a pensar que ese objeto tiene que ser redimido de su origen al mismo tiempo que valuado o considerado como objeto cultural.

La colección es el lugar donde se podría ir probando paso a paso en cada uno de esos objetos la famosa frase de Benjamin sobre que no hay objeto cultural que no sea al mismo tiempo un objeto de barbarie. La colección tiene, como la biblioteca, un lado bárbaro, pero tiene al mismo tiempo una dimensión que Benjamin llama bella, infantil. En esa belleza y en esa infancia que cada pieza de la colección conserva, el coleccionista puede comenzar a operar en la redención de lo coleccionado.

¿Qué es también la colección? El rasgo nos lo muestra Benjamin: la colección no solo exhibe su valor económico, sino también su doble dimensión de belleza y barbarie. La colección valorada es una colección de objetos anticuados, pero no viejos. Esto lo vemos muy simplemente si vamos a un mercado de pulgas o los puestos para la venta de artículos usados en las plazas. Esos objetos carecen de lo que Benjamin llamaría aura. Solo si alguien los toma, los compra y los incorpora a una colección o a su vida misma, no necesariamente a una colección, pueden ser redimidos.

Benjamin distingue lo viejo de lo antiguo. En lo viejo se ha perdido la posibilidad de captar ese doble carácter conflictivo que tiene todo objeto de cultura. En lo antiguo se conserva la utopía o la barbarie pretéritas, cuando ese objeto fue construido. Cita ejemplos que son muy notables, porque todavía las visitamos como antigüedades: las estaciones de tren, los diferentes tipos de estaciones de ferrocarril del siglo XIX, que en casi todos los países se visitan como objetos antiguos, objetos de colección. Tienen lo que se llama la arquitectura del hierro, que se destaca muy notablemente en la arquitectura del tren del siglo XIX. En Argentina fue de origen británico y es uno de los objetos más bellos de la ciudad moderna. Todavía hoy, si los developers no terminan de destruir toda la ciudad moderna para hacer Puerto Madero o algún nuevo barrio, la arquitectura del tren es un objeto antiguo, es una configuración antigua donde está presente la vibración del pasado.

En lo viejo, en lo que desecho, porque tiene cuarenta años en mi vida, esa vibración se ha ido perdiendo. Pudo haberla tenido en algún momento, pero se ha ido perdiendo. Benjamin sostiene que lo anticuado lleva la marca de la historicidad, y esa marca es lo que despierta el deseo del coleccionista. De manera muy explícita, Benjamin diferencia y lo hace bajo la figura de un personaje de Balzac: el millonario que compra objetos o piezas de arte. Aunque, en general, los millonarios hoy son menos cultos y encargan a terceros la compra de las piezas de arte. El millonario de Balzac, que todavía podía comprar por sí mismo, no tenía el límite del dinero. Pero el coleccionista no siempre tiene esa suerte. Enfrenta el límite que despierta el deseo, busca esa pieza que, de encontrarla, quizá no pueda pagarla, y ese límite que pone el dinero es también el que despierta el deseo de la colección. Imagínense si alguno de ustedes fuera coleccionista, de lo que fuere, estampillas, muñecas, trencitos, lo que fuere; sabrían que hay piezas a las que no pueden acceder, ya que sin dinero no es posible completar la colección. Por eso Benjamin diferencia del coleccionista a ese millonario alsaciano, o los millonarios modernos que se hacen comprar (a estos Benjamin no los conoció; quién sabe lo que hubiera dicho sobre ellos).

Por otra parte, al trabajar sobre Fuchs, nos dice que este también escribía sobre las colecciones, es decir que el coleccionista es un hombre capaz de pensar y analizar el contenido de sus colecciones. Es una exigencia cruel pedírselo a todo coleccionista, pero el ejemplo más popular que tenemos cerca, no tan parecido a Fuchs, pero admitamos que tienen rasgos comunes, es el filatelista. El que colecciona estampillas, sellos postales, en general está en condiciones de discurrir sobre los objetos que colecciona. El que colecciona souvenirs turísticos colecciona, en realidad, sus recuerdos, no los souvenirs, que carecen de entidad: “Ah, cuando estuve en Salvador. Ah, cuando estuve en París”. No es el objeto sobre el cual puede discurrir, y por otra parte ese objeto es tan banal que solo es viejo y no antiguo. Esta es la diferencia entre un sello postal y un souvenir turístico, que envejece, mientras que el sello postal tiene el valor y la vibración de una colección potencialmente infinita.

O sea que el coleccionista es en realidad un especialista. Desde la perspectiva de Benjamin, la colección necesita del saber del coleccionista. La colección tiene siempre una tendencia utópica, un deseo que nunca se va a terminar de colmar. Este vacío que asalta a la colección, a la que siempre le falta algo, es el espacio de su utopía. Como sabemos, la tendencia utópica es una tendencia a la totalidad que, según Adorno, es imposible bajo el capitalismo. Quizá la tendencia utópica, o la totalidad, sea imposible siempre, pero Adorno hubiera dicho que es el capitalismo el que la vuelve imposible, aunque podría decirse que es antropológica la tendencia utópica a una totalidad que no puede existir. Sea como sea, no voy a entrar en una discusión filosófica sobre esto porque además no la podría hacer. La colección tiene una tendencia utópica a querer completarse y saber al mismo tiempo que no puede ser completada.

No hay nada que esté más lejos de un bric-à-brac que la colección. No hay nada que esté más lejos de la colección que un mercado de pulgas, donde el coleccionista puede encontrar su objeto, pero ese objeto mientras está en el mercado de pulgas no es parte de una colección, es algo viejo respecto del cual una mirada aún no ha descubierto su duplicidad de cultura y barbarie. Entonces, si se piensa en la colección, se descarta el bric-à-brac

Al explorar límites, la colección sigue y pone en cuestión una fórmula contradictoria. Tiene un deseo de totalidad incumplido, excepto en colecciones muy especiales. Por ejemplo, una serie de sellos postales para conmemorar un acontecimiento, la Revolución Francesa o la norteamericana, por ejemplo, tiene un fin, porque se imprime completa en un momento determinado. Pero, incluso en tal caso, habría que ver si es una colección o un capítulo de una colección posible.

Al no poder completarse, se debilita también la idea de una organicidad. Benjamin sostiene que la colección debilita además una idea de clasicismo, dado que puede incorporar objetos que tienen que ser antiguos pero que debilitan la idea de lo clásico.

Es muy difícil ser coleccionista, y a medida que avanzo en el razonamiento me parece una tarea imposible. Benjamin observa que, cuando un coleccionista acaba de llenar un vacío, en el caso de Fuchs, que consigue una caricatura política de la época de Luis Felipe que le faltaba, como en el deseo, inmediatamente le surge otro. Es decir que el fantasma del vacío vive en la colección. Por eso, la idea de que la colección puede completarse, al estar el fantasma del vacío, refuerza el carácter utópico de la colección: ¿alguna vez se completará? La respuesta es negativa. Por eso, las colecciones son abandonadas. Muchas veces se comienza a coleccionar y luego se abandona porque hay que sostener ese esfuerzo durante una vida. Todos conocemos gente que comienza a coleccionar muñecas, trencitos, autitos, mates o lo que fuere y luego lo encuentra difícil de sostener, porque el vacío lo asedia, lo rodea permanentemente a medida que va creando llenos dentro de ese vacío. Colma un vacío, y de repente otro le dice: “Estoy acá, a mí no me has llenado. Aquí estoy, aquí está mi no presencia”.

El otro elemento que podría considerarse verdaderamente extraordinario, y fue descubierto por Benjamin, es que la colección hace un acto de redención en otro sentido, no solo en la redención de la barbarie al leer el objeto como en su doble cara de barbarie y cultura, sino también porque redime al objeto de su función utilitaria. El objeto coleccionado pierde su función utilitaria, porque no se juega con las muñecas de la colección de muñecas, no se juega con los trencitos, ni con los autos, no se toma mate en los mates de colección; no se bebe de una colección de copas de cristalería de la cual se encontró tal espécimen producido a fines del siglo XVII o principios del XIX, etcétera. Así, el objeto queda redimido de la función utilitaria, y aquello para lo cual fue producido queda anulado. Para decirlo en término marxistas, que Benjamin no usa en este caso, el objeto queda redimido del valor de uso. Puede conservar valor de cambio. Imaginemos, por ejemplo, un coleccionista que, desesperado y sin plata, venda su colección. O sea que el valor de cambio ha persistido en el objeto, que ha sido redimido del valor de uso, y permanece enajenado de la vida cotidiana. Si se piensa en esta oposición clásica, valor de uso y valor de cambio, que no es solamente de Marx, la colección opera un milagro: por el solo hecho de incorporar el objeto, crea un efecto de alquimia, por medio de su operación espiritual sobre algo material. Nadie usa los objetos de la colección y todos podemos recordar una escena de la infancia: “¡No toques esa muñeca que es de la colección de tu bisabuela!”. Con una colección de solo doce muñecas de porcelana de fines del siglo XVIII no se jugaba, y así se las redimía de su valor de uso.

La colección, por otra parte, responde a un movimiento en el cual, como dijo Bertolt Brecht del modo en que Kafka veía el futuro, transcripto por Benjamin: “Ve el pasado sin terminar de saber lo que es”. Difícil de explicar, pero se podría decir que el coleccionista, al incorporar un objeto a su colección, sabe hablar de él, pero es probable que no pueda dar completa cuenta de su historicidad. Ser coleccionista es una especialidad. El coleccionista se especializa en una parte de la historia, en un segmento, habla del objeto, practica su redención, pero la historicidad completa se le escapa.

Si alguien colecciona caricaturas políticas, es probable que se le escape la novedad absoluta que significó la aparición de la caricatura política en la política francesa de fines del siglo XVIII, pero, en cambio, no se le escapa por qué esa caricatura representa de tal modo a Mirabeau o a Saint-Just o a otro político de la Revolución Francesa. Son dos saberes distintos. El coleccionista es solo un historiador de objetos, y puede desconocer la historia completa.

Finalmente, podría decirse que la colección cumple una de las paradojas que más lo fascinaron a Borges: la de Zenón. Por más rápido que corra Aquiles, nunca alcanzará a la tortuga; siempre van a separarlos esos pocos centímetros de distancia, porque la tortuga salió antes en la carrera y Aquiles no va a poder alcanzarla. Sin duda, la paradoja no se mide con la empiria; Aquiles en la empiria alcanza a la tortuga; todos alcanzamos a la tortuga. Lo que está mostrando Zenón con su paradoja, y por eso se llama paradoja, es que el espacio es siempre infinito y que el tiempo también podría ser considerado infinitamente fraccionable.

La colección es eso: un coleccionista entre el objeto A y el objeto B puede pensar que no hubo un segundo objeto en el medio, que no hubo un objeto A1, pero de repente aparece el objeto A1. El coleccionista sabe, como Zenón, que vive bajo el peligro de que aparezca el objeto A1. Por ejemplo, en el catálogo de un coleccionista serbio que a fines del siglo XIX también coleccionaba caricaturas políticas, y ahí aparece el objeto A1 que no está en su colección.

La colección vive bajo el peligro de que, cuando el coleccionista la cree completa, manifiesta su vacío, ironiza sobre la idea que él le atribuye de completitud, pero no hacia adelante o hacia atrás solamente, incluso en el medio de dos objetos. Por ejemplo, dos suplementos que publicó tal diario para conmemorar un acontecimiento, y en el medio aparece que ese diario había publicado otro suplemento que nunca fue vendido con el diario, pero que lo tiene un coleccionista en una biblioteca. Entonces el que colecciona periódicos dice: “Me encontré de nuevo con el vacío”.

Esta vitalidad de la colección tiene algo de admirable, porque es el momento de peligro. Benjamin se vio obligado a vender algunas pequeñas colecciones que tenía. Si ustedes leen Diario de Moscú, se enteran de que él buscó ciertos objetos que le faltaban. Tanto como de las colecciones, Benjamin nos puede dar una teoría de la biblioteca, más fundada en su propia práctica. En un ensayo clásico, el ensayo que Hannah Arendt publicó en The New Yorker y que después fue recopilado en el libro Men in Dark Times, en ese ensayo clásico, uno de los muchos grandes ensayos que tiene The New Yorker, Arendt nos dice que Benjamin, desde el comienzo, por sus declaraciones, se proponía ser crítico literario, y si es posible, el más grande crítico literario de Alemania. Después derivó a lo que hoy se llama la historia urbana, sin abandonar una enorme sensibilidad por la crítica literaria, y en ese camino lo seguimos muchos. Creímos que teníamos que hacer lo mismo que Benjamin, estudiar literatura, después estudiarla en la ciudad, después estudiar cultura urbana. Creímos que teníamos que hacer lo mismo que él sin saber que es imposible seguir un itinerario. Arendt pone de manifiesto que uno de los primeros textos de Benjamin, su ensayo sobre Las afinidades electivas de Goethe, todavía sigue siendo fundamental para la crítica de Goethe. No para la obra de Benjamin simplemente, porque hay veces que encontramos que algunos ensayos son fundamentales para la obra de un escritor, para ver cómo ese escritor dispone su textualidad, pero que, para el autor sobre el cual ese escritor estaba hablando, la crítica ha superado sus hipótesis.

Es fácil lo que voy a decir a renglón seguido. La biblioteca es el instrumento del crítico; sin biblioteca no hay crítico. Incluso para llevar esto al borde de la paradoja, se podría decir que sin biblioteca material no hay crítico. De ahí los sufrimientos de Benjamin y lo que arriesgó quedándose en París, en la Biblioteca Nacional de Francia, que dirigía Julien Cain, porque sabía que si empezaba el camino del exilio iba a llegar a Estados Unidos, donde debería volver a encontrar su lugar en una biblioteca. Benjamin trabajaba en la Biblioteca Nacional de Francia, no en un escritorio que llevaba escrito su nombre, pero tenía ahí su lugar, porque una biblioteca es el lugar del crítico. Llevemos las cosas a un extremo, la paradoja máxima: Joyce quizás hubiera podido escribir el Ulises sobre la base de sus recuerdos literarios, de su latín de la universidad, de sus recuerdos religiosos, de su Shakespeare, sin su biblioteca. De hecho, gran parte del Ulises no se escribió en Irlanda, donde él tenía la Biblioteca de Irlanda, que hoy en la puerta tiene una foto de Yates, no de Joyce, pero ese es un problema de los irlandeses. Una obra literaria, aun la más hiperliteraria, puede llegar a escribirse físicamente lejos de una