El costo del silencio - Francisco Kishovsky - E-Book

El costo del silencio E-Book

Francisco Kishovsky

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Beschreibung

¿Cuál es el precio de la verdad? ¿Qué marcas deja esa verdad en el cuerpo y el alma de un ser humano? ¿Porqué es tan difícil mostrarnos tal como somos en un mundo en el que se valoran más las apariencias que la realidad? En el revés de esa fascinante trama indaga esta valiente novela que desnuda –desde la ficción y encarnada en el tortuoso camino que recorre Gianluca, su personaje principal– una realidad mucho más frecuente de lo que creemos. Gianluca debe luchar contra la indiferencia de su familia y la hipocresía de la sociedad en la que vive para hacer justicia sobre un perturbador hecho del pasado que arruinó su adolescencia y marcó para siempre su vida.

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Seitenzahl: 401

Veröffentlichungsjahr: 2014

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El costo del silencio

Francisco Kishovsky Alvarado

Editorial Autores de Argentina

Índice

Capítulo I - Mi hoja de vidaCapítulo II - El cajón de fotosCapítulo III - Un verano inolvidableCapítulo IV - Manos a la obraCapítulo V - El gran debutCapítulo VI - El fantasma del pasadoCapítulo VII - Calibre 38Capítulo VIII - Lo que nunca imaginéCapítulo IX - Dos besos en un díaCapítulo X - Dulce mentiraCapítulo XI - Música para sanar el almaCapítulo XII - Cueca deluxeCapítulo XIII - Déjà-vuCapítulo XIV - ¿Clausurar las colonias?Capítulo XV - Lo mejor del veranoCapítulo XVI - Un pasaje de ida y vueltaEpílogo
Kishovsky, Francisco
    El costo del silencio. - 1a ed. - Don Torcuato : Autores de Argentina, 2014.    
    E-Book.
    ISBN 978-987-711-073-9          
    1. Narrativa Argentina. I. Título
    CDD A863

¿Cuál es el precio de la verdad? ¿Qué marcas deja esa verdad en el cuerpo y el alma de un ser humano? ¿Porqué es tan difícil mostrarnos tal como somos en un mundo en el que se valoran más las apariencias que la realidad? 

En el revés de esa fascinante trama indaga esta valiente novela que desnuda –desde la ficción y encarnada en el tortuoso camino que recorre Gianluca, su personaje principal– una realidad mucho más frecuente de lo que creemos. 

Gianluca debe luchar contra la indiferencia de su familia y la hipocresía de la sociedad en la que vive para hacer justicia sobre un perturbador hecho del pasado que arruinó su adolescencia y marcó para siempre su vida.

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Capítulo I

Tenía quince años y frente a mis ojos un hombre lloraba de dolor. Su pierna sangraba de una manera impresionante, pero a pesar del asco que me produce ver sangre, no tuve ninguna reacción negativa al ver esa escena, es más, la justificaba. Lloré pues aquella experiencia había sido difícil pero a la vez liberadora, antes de irme escupí su rostro, guardé en un bolsillo el arma con la que había disparado y salí corriendo sin rumbo. Luego no recuerdo nada más hasta que dos hombres me tomaron los signos vitales y trataron de hacerme reaccionar.

La policía me encontró en un sitio eriazo cerca de mi casa, me esposó, fui arrestado y llevado a un hospital para constatar lesiones, claramente me había desmayado en el lugar donde fui encontrado, recibí varios calmantes pues me encontraba en estado de shock, pasé una tarde en el centro hospitalario y luego me trasladaron.

Todo fue muy rápido. Tuve que declarar acerca del hecho, me presentaron a un abogado defensor y se abrió una investigación por treinta días. Muchas de las personas que me rodeaban no entendieron cómo fui capaz de dispararle a un hombre, algunos se alejaron de mí voluntariamente y otros obligados por sus padres, al colegio no pude asistir hasta que estuvieran claros los sucesos. La corte determinó que fue un accidente por parte de un joven que no tenía experiencia en manipulación de armas y no tuve ninguna sanción por el hecho, solamente tuve que realizar una obra social, pintando un monumento.

Mi entorno más cercano creyó que fue un accidente, pero es mentira. Mi intención cuando le disparé fue matarlo, pero no resultó. Este es uno de mis mayores secretos y nunca se lo he contado a nadie.

Ese episodio me marcó por el resto de mi vida, muchas personas jamás me volvieron a hablar, mi familia no me habló durante cerca de dos meses y cada vez que hubo una discusión sacaron este tema a la luz, aludiendo que yo era un delincuente. Por orden del juzgado tuve un tratamiento psicológico por alrededor de seis meses, pero a pesar de ello traté de tener una vida normal.

Soy Gianluca Filippo Manzanares Fiore, pero todos me dicen Franco, como el nombre de mi abuelo, pero a mí me llaman Franco por «francotirador». Soy hijo de un matrimonio de clase media. Mi madre es Donatella, dueña de casa y mi padre se llama Víctor, el cual se encarga de conseguir el sustento diario desempeñándose como supervisor de área en un supermercado. Mi hermana dos años menor se llama Isabella, con la cual no nos llevamos muy bien, tiene una personalidad muy distinta a la mía, ella es más introvertida y muy reservada dentro de su entorno cotidiano, en cambio yo siempre estoy demostrando todo lo que siento, me explayo sin dificultad y hago entender mi opinión, quizás esas diferencias son el motivo por el cual discutimos demasiado.

Por el hecho de pertenecer a una familia de clase media no tenemos tantos lujos como otras familias más afortunadas, pero tampoco estamos tan restringidos como para no poder darnos un gusto de vez en cuando. En mi hogar no hay paté de emú ni tampoco jamón acaramelado de unicornio importado de algún lugar exótico, pero si hay pollo todos los domingos, el cual esta listo en la mesa cuando volvemos de misa.

Toda mi educación fue en un colegio público, hubieron actividades de mi agrado las cuales atesoro en el corazón y gente con la cual me desenvolví muy bien, con quienes conversé de muchas cosas, compartiendo chismes, chistes y secretos tontos que cualquier adolescente podía tener en aquella época.

No me caractericé por ser un buen estudiante, no porque me costara pues me considero una persona bastante inteligente, sino porque para mí siempre fue mucho más cómodo permanecer dentro del promedio, sin tener que esforzarme mucho pero sin descuidar demasiado mis calificaciones. Pero aunque no fui un alumno de excelencia, muchos de mis compañeros confiaban en mí y se sentaban cerca para pedirme alguna respuesta al momento de rendir exámenes.

Y aunque tuve momentos muy buenos en el colegio, mi estadía en aquel establecimiento no fue de mi completo agrado, muchos de los bellos episodios que viví allí fueron opacados por algo de lo que hoy se habla mucho, pero que en ese tiempo nadie controlaba: el bullying.

Nunca se me conoció novia, nunca fui considerado un galán ni tampoco un afortunado con el sexo opuesto, la mayor parte del tiempo estuve rodeado de mujeres quienes sólo me consideraron como un amigo, por lo que se me consideró como un chico afeminado, pero de una forma descalificativa, con muchos insultos, chicos silbando en los pasillos cuando caminaba cerca de ellos y en ocasiones algunos hasta me tocaron el trasero. Todos ellos lo veían como una inocente broma, pero en lo más profundo siempre me afectó, claro que no le conté a mis padres pues en aquel hogar siempre tuvimos una relación muy distante, no quería asustarlos ni tampoco preocuparlos, y como ellos tampoco se daban cuenta yo me quedaba callado.

Siempre me he considerado una persona extrovertida, pero cuando mis compañeros me molestaban inmediatamente me atemorizaba y no era capaz de hacer algo y demostrar mi desagrado, me guardaba todo, y ya no era aquella persona sonriente sino un muchacho amargado y muy triste.

Mi gran deseo era ser querido por todos, tener la suerte de los chicos populares, que eran admirados, ser respetado y por sobre todo que dejaran de humillarme tanto en clase como en los recreos… Pero eso jamás ocurrió.

La cosa empeoró después de mi incidente policial. Al principio nadie quería juntarse conmigo, si tenía suerte algunos compañeros me saludaban, solo si los encontraba frente a mí y me sentí muy solo durante ese tiempo. Pero con el paso de las semanas todo volvió a ser como antes: silbidos, caricias y chicos molestándome para hacer reír a sus amigos, solo que ahora tenía más sobrenombres, me decían «el pistolero», «el homicida», en algunas ocasiones «el verdugo» o simplemente «calibre 38».

Mis padres nunca escucharon mis llantos por las noches y siempre me pregunté por qué me tocaba a mí aguantar tales insultos si yo no lo hacía con ellos. Honestamente, como joven normal yo también hacía alguna broma de vez en cuando, pero las que recibía a diario eran una falta de respeto, y lo peor de todo era que mis profesores no hacían nada al respecto.

Para evadirme de todos estos problemas busqué un nuevo lugar donde poder participar. Me refugié en el canto, el teatro y las obras benéficas, además de los debates estudiantiles. Por ello en mis últimos años casi no estaba en las aulas pues me encontraba ensayando, practicando algún discurso o bien en alguna presentación fuera del colegio.

Como perdía muchas horas de clase mi rendimiento bajó considerablemente, por lo cual llamaron a mi madre para conversar sobre lo sucedido. Ella, muy preocupada, me quiso retirar de todas las actividades extracurriculares en las que participaba, pero la sala de música y la sala de teatro eran los únicos lugares donde me sentía seguro, allí nadie me molestaba, nadie se reía de mí, allí demostraba que era capaz de muchas cosas, y considerando que el número de asistentes a dichas actividades no eran significativo me sentía a gusto, pues todos compartimos nuestro gusto por aquellas disciplinas artísticas en un ambiente armónico.

Le rogué a mi madre que no me sacara de aquellos talleres. Mis profesores estaban preocupados por mi bajo rendimiento pero también reconocían que yo era un buen aporte para el coro y también para el grupo de teatro, con quienes ganamos muchos premios y reconocimientos, por lo cual tuve que comprometerme a mejorar mis calificaciones en un plazo de un mes, o de lo contrario no podría realizar lo que tanto anhelaba.

Gran parte de mis compañeros estaban molestos por mi justificada ausencia a las clases normales, tanto que llegaron a inventar que con mi profesor de música (quien es abiertamente gay) teníamos una relación amorosa y por eso siempre me sacaba del aula. Además inventaron que la sala de música era nuestro punto de encuentro y que por eso yo estaba metido allí incluso hasta en los recreos. Por esta misma situación uno de mis compañeros, Rubén, aprovechó que el profesor no se encontraba en la sala para comenzar a lanzarme papeles. Yo por mi parte reaccioné de una manera inesperada.

—¡Me puedes dejar en paz! Estoy harto de que me humilles si yo a ti no te hago nada —le dije muy enojado.

Rubén, sorprendido por mi reacción a sus «bromas», empezó a fastidiarme de una manera descontrolada y luego me humilló delante de todos.

—¿Por qué no llamas a tu profesor de música para que pueda defenderte?, veo que ustedes son muy amigos, ¿cuánto hace que están juntos? ¿Seis meses?

—¡De qué mierda estás hablando, Rubén? No seas huevón, ¿te pegaste con un palo?

—No vengas con estupideces pistolero gay, aquí todos saben que ustedes dos tienen algo, ilegal por cierto, porque tú eres menor de edad —Rubén comenzó a reír de manera burlona—. Aunque parece que al profesor no le importa mucho tu edad, porque todos sabemos de buena fuente que te acostaste con él cuando viajaron a Puerto Natales. Cuéntanos Gianluca, ¿qué se siente al acostarte con un profesor?

Efectivamente viajamos juntos a Puerto Natales, pero con el resto del coro, pues nos invitaron para un acto de gala. Simplemente no puedo entender cómo puede existir gente tan morbosa. En ese instante de completa humillación tenía solamente tres opciones: quedarme en silencio como de costumbre, llorar como nunca antes o golpear a Rubén justo en el centro de su cara.

No aguantaba más, me dejé llevar por mis impulsos y me levanté de mi silla muy bruscamente, me acerqué de manera rápida al lugar donde se encontraba Rubén y comencé a golpearlo como jamás pude haber imaginado, creo que con él desahogué toda la rabia que tenía acumulada, le rompí la nariz y comenzó a sangrar, mis compañeros estaban aterrorizados y trataron de separarnos, pero yo les gritaba a todos y seguía con los golpes. La situación se transformó en un verdadero caos y no mejoró en nada solo hasta que el profesor me ordenó soltarlo y me envió a la Dirección. Ningún compañero me defendió, ningún compañero fue capaz de decir la verdad. Según ellos yo había cambiado para mal y había golpeado a Rubén por una simple broma. Era de suponer que todo el colegio se enteraría de este acontecimiento, ya que Rubén era el más popular, el capitán del equipo de básquetbol, el joven del colegio que jamás estuvo soltero.

Luego de este incidente gané un poco más de respeto y popularidad, pero no me quedé tranquilo, sabía que golpear a un compañero con tal agresividad era un gran plus para mí, pero pasó algo mucho peor que eso (o mejor, depende del punto de vista). En Chile durante esos días se podía escuchar un tema que a nosotros comenzó a interesarnos: los problemas educativos. Considerando que yo tenía muchas aptitudes para los debates, se me ocurrió encabezar una protesta en contra del sistema educativo imitando a muchos colegios que ya lo habían hecho durante esa misma semana, ocupando la dependencias del establecimiento para quedarnos a dormir, literalmente habíamos «tomado» el colegio.

Cuando acabaron las manifestaciones y las clases siguieron con normalidad, yo había ganado mucha más popularidad, cosa que nunca busqué, pero apenas se supo que yo fui el organizador de todo lo sucedido, cayeron las penas del infierno contra mí, llamaron a mis padres y les hicieron saber que mi matrícula quedaba en estado condicional y en caso de que intentase realizar alguna otra estupidez mi expulsión del colegio sería inmediata, y eso precisamente era lo que yo quería, llamar la atención para que todos se dieran cuenta que me ocurría un gran problema o bien para lograr irme de aquel lugar donde estaba sufriendo tanto.

No pude volver a representar al colegio con ninguna canción ni con ninguna obra de teatro pues se me negó la posibilidad de participar nuevamente de cualquier actividad extracurricular, ni siquiera pude presentarme como solista en el Festival Estudiantil de la Patagonia, lo cual era una tristeza muy grande mí. Me suspendieron durante una semana, donde tuve que realizar labores domésticas sin reclamar, sin teléfono, sin televisión y mucho menos Internet. Fue un completo arresto domiciliario, sólo podía salir para comprar pan.

Días antes de la graduación, se extendió una invitación a los alumnos para participar de un concurso interno, donde el mejor discurso de fin de año tendría la posibilidad de ser expuesto en representación de todos los alumnos de la generación en aquel esperado día, y por lo que escuché mi discurso fue uno de los mejores evaluados, solo que los profesores tenían tanto miedo de darme la posibilidad de hablar pensando que podría terminar hablando estupideces y desatando toda mi ira en ese momento tan solemne, que le dieron la posibilidad a otra persona.

Entonces ahí estaba yo, sentado como todos, sin poder dar mi discurso, sin ningún premio por excelencia académica puesto que mis calificaciones estaban por debajo del promedio, ni siquiera se me reconoció por todo el tiempo que representé al colegio y llené sus repisas de trofeos, los cuales conseguimos con mucha dedicación junto a mis compañeros; tampoco obtuve diploma alguno por participación, y mucho peor, no pude cantar en el coro aquel día, me gradué como uno más, sin recibir distinciones. Cuando subí nadie aplaudió —creo que alguien silbó—, pero algo que jamás olvidaré fue ver los ojos de mis profesores, expectantes y alertas por si se me ocurría hacer alguna estupidez en el escenario, pero yo no quise hacer nada, ese día fue feliz para mí porque daba fin a una horrenda etapa de mi vida.

Luego de la ceremonia, algunos de mis compañeros lloraban, se abrazaban y se decían cosas bonitas, yo en mi silencio me sentía feliz porque esa etapa, esa puerta de la que tanto hablaban al fin se cerraba para no volver a abrirse nunca más. Recibí cínicamente algunos abrazos, pero qué más daba, eran los últimos, y aunque en ninguna fotografía sonreí, estaba de lo más dichoso. Al fin me sentí en libertad.

Ahora que lo pienso, no entiendo por qué fui tan tonto, creo que no hubiese sido tan difícil hablar con mis padres y pedirles un cambio de colegio, además me hubiese gustado tener alguna beca y mis calificaciones nunca fueron altas, pero ya no era tiempo de arrepentirme, era bastante tarde, pero todo aquello que viví me sirvió para construir mi identidad y ser más fuerte.

A pesar de haber vivido episodios muy feos dentro del colegio, no todo fue sufrimiento en mi vida, porque siempre tuve a mis tres mejores amigos, Gabriel, Daniel y por supuesto la bella Antonia. Con ellos pasaba la mayor parte del tiempo, confiaba solamente en ellos y siempre traté de realizar actividades en su compañía.

Si los ordeno por cercanía, el primero es Gabriel Andrade. Es fácil poder describirlo, es simplemente lo más parecido a un chico perfecto, por no decir que lo es, ya que nunca se enferma, no tiene mayores dificultades, siempre obtuvo excelentes calificaciones en su colegio, ganó premios, galardones y muchos reconocimientos, fue incluso becado para estudiar periodismo, su gran anhelo. Gabriel tiene un año más que yo y luego de que salió del colegio se dedicó a estudiar en un preuniversitario para ingresar a una buena universidad.

Sus padres nunca pelean, siempre están felices, salen a comer juntos y viven muy armoniosamente, honestamente el hecho de estar dentro de ese hogar se vuelve una experiencia muy enriquecedora, puesto que el ambiente es agradable, la madre de Gabriel cocina muy bien y además cocina demasiado, como si supiera cuando alguien va a visitarlos. Además de aquello, con el padre de Gabriel tengo conversaciones muy íntimas de cosas que me afectan, me da consejos, me habla acerca de antiguas experiencias suyas para que saquemos lecciones para nuestro futuro, es más, creo que ni siquiera con mi padre he tenido conversaciones tan personales en las cuales puedo hablar honestamente y desde lo más profundo de mi corazón.

Gabriel resultó ser una gran apoyo en mis estudios, puesto que su educación fue mucho mejor que la mía, da pena decirlo pero los colegios privados enseñan mucho mejor que los públicos, o al menos su colegio enseñaba mucho mejor que el mío, y ya que él estaba mucho más avanzado que yo, me ayudaba sin mucha dificultad para que mi cabeza dura pudiese comprender todas las lecciones.

Soy muy impulsivo y Gabriel siempre se quejó de eso, muchas veces me regañó y me aconsejó para que no tuviera conflictos con las personas que me rodeaban debido a mi carácter, pues muchas veces mis palabras no tenían filtro y podía llegar a herir a alguien con mis comentarios, que en ocasiones se tornaban muy ácidos.

Siempre estuvo muy preocupado por mi futuro, pues él —al igual que muchos— me consideró como una persona inteligente y no quería que me perdiera o que llegase a tomar caminos equivocados.

Lo considero mi mejor amigo y me hace mucha falta, se fue a Santiago a estudiar periodismo y aunque las llamadas fueron frecuentes, no fue lo mismo hablar por teléfono que personalmente, aunque estábamos al tanto de todo, pero debo reconocer que algunas veces necesité un abrazo o simplemente un regaño de su parte.

Otra de las personas más importantes en mi vida es Antonia Velásquez, ella es mi mejor amiga y generalmente realizamos muchas actividades juntos como salir a comer, ir al cine o a espectáculos, escaparnos a otras ciudades durante los fines de semana entre otras cosas, es casi como tener una novia pero sin besos ni sexo.

Fue demasiado gracioso cómo conocí a Antonia. Una tarde se me acercó Pamela, una de mis compañeras más allegadas dentro del colegio, me pidió que la acompañara a un partido de basquetbol, pues estaba compitiendo en un torneo interescolar y yo accedí sin mayores problemas. Allí me encontré sentado en una de las gradas observando el partido hasta que de pronto vi a una chica que me llamó la atención, con una cabellera castaña muy larga, además de tener una sonrisa cautivante, simplemente aquella muchacha se robó la atención del partido y la mía también.

Ella se movía muy bien dentro de la cancha, en aquel partido demostró ser una deportista con mucha práctica, pues anotaba muchos puntos y quitarle el balón no era tarea fácil, pero por lo mismo a algunas jugadoras del otro equipo les causaba algo de envidia y era notorio el grado de agresividad contra ella. Justamente en ese grupo se encontraba Pamela, quien llegó a empujarla tan fuerte que Antonia cayó al piso y comenzó a llorar, yo me levanté de mi puesto de inmediato y me acerqué a ver cómo se encontraba y le ofrecí mi ayuda, ella agradeció el gesto. Mientras Pamela discutía con los árbitros acerca del episodio, yo acompañé a la afectada a la enfermería. El diagnóstico estaba claro, tenía una fractura en el brazo. Nos quedamos conversando de muchas estupideces mientras llegaba la ambulancia, y no la volví a ver durante dos meses.

A pesar de que Punta Arenas no es una gran ciudad, nunca volví a coincidir con aquella linda muchacha, hasta que volví a verla en una fiesta, donde nuevamente pudimos conversar de muchísimas cosas, recordando aquel episodio en el que ella afirmaba que yo había sido muy caballero. Antonia, con cada palabra que emitía, me demostraba que era una chica muy dulce, muy generosa, pero a la vez muy madura y fuerte, así que para no dejar que se me escapara le pedí su número de teléfono y desde entonces y hasta hoy siempre estuvimos en contacto, visitándonos mutuamente.

Debo reconocer que desde un principio mis intenciones con Antonia eran distintas a las actuales, pues ella me gustaba mucho, pero las cosas fueron cambiando hasta llegar a tener una hermosa amistad, con mucha confianza. Claro que ser amigo de una chica tan linda y con tantas cualidades como ella no es fácil, pues he odiado a cada uno de sus pretendientes y también a los novios que ha tenido y mucho más cuando ella me llamaba llorando por alguna traición por parte de ellos, o por malos comentarios que recibió, aunque también tengo muy presente que ellos también deben odiarme a mí, pues en algunas ocasiones Antonia prefirió estar más tiempo conmigo antes que con alguno de ellos.

Antonia es muy diferente a mí, no es tan extrovertida, es de quedarse en casa y generalmente sale solo conmigo, no va a la iglesia a menos que haya un casamiento o un  bautismo, no participa en actividades artísticas pues cree que no tiene talento para ello, pero está presente en cada evento deportivo que hay, pues además de jugar basquetbol es una excelente arquera de fútbol y le gusta el atletismo. Actualmente estudia Arquitectura gracias a una beca que ganó por su mérito deportivo. Desde que la conozco ha sido una muy buena dibujante, tiene dibujos hermosos de caballos, paisajes y también algunos retratos míos. Siempre tuvo claro que estudiaría Arquitectura, pues tiene una creatividad asombrosa y además es demasiado buena en matemáticas, cosa que yo nunca pude conseguir, claro que con su ayuda y la de Gabriel me resultó mucho más fácil.

Con tantas cualidades diferentes a las mías, Antonia se complementó tan rápido con mi personalidad que podría haber sido la novia perfecta, y a pesar de que existieron varios episodios algo comprometedores, besos y caricias producto de algunas copas de más, preferí mantenerla de amiga pues siempre le tuve miedo al compromiso o a tener un noviazgo, pensando que las cosas terminarían mal o bien que todo ese cariño que le tenía, una vez que acabase la relación se iría al diablo.

Honestamente me encantaría que estuviese conmigo durante muchos años más, pues siempre me ha apoyado, en mis momentos más alegres y también en los tristes, pues a pesar de no conocer nada del episodio del disparo, sabía que había cometido algo puesto que aparecí en el periódico, pero nunca me hizo preguntas y lo único que logró sacar de mí fueron las sonrisas que brotaron cada vez que bromeaba o cuando contaba algo gracioso.

Y finalmente, les quiero presentar a uno de mis amigos más peculiares: Daniel Flores. Para hablar de él de la manera más acertada posible diré que es el típico chico fiestero, que cambia de novia como cambia de ropa interior, que le gusta embriagarse cada fin de semana y que su única preocupación es cortejar lindas señoritas. Es aquel chico que el día lunes le preocupa lo que pasará el día viernes.

Daniel tiene la misma edad que yo, claro que nos diferenciamos por un par de meses, estudió en el mismo colegio que yo, en cursos distintos y en el colegio hablamos muy poco, pero fuera de las aulas fuimos grandes amigos, como hasta ahora.

Él nunca demostró gran pasión por los estudios, todos los años debía ejercer algún examen para poder aprobar y así pasar al próximo nivel. Durante los recreos solamente realizaba tres cosas, estar con su novia de turno, jugar al fútbol en el gimnasio o burlarse de la gente, cosa que nunca fue de mi agrado, pues tanto a él como a su grupo de amigos les gustaba realizar bromas de muy mal gusto a los chicos menos populares como yo. Entonces, ¿por qué me convertí en su amigo? Simplemente porque me agrada, a pesar de que siempre estuvo metido en líos, es una persona con la cual se puede tener una conversación inteligente acerca de problemas sociales, de política, de tecnología y muchas cosas más.

Una de las cosas que siempre le agradecí a Daniel fue el hecho de que jamás me haya ofendido, o bien que se burlara de mí como lo hacía el resto del colegio. Nunca le escuché decir algo malo sobre mí, y tampoco permitió que sus amigos lo hicieran, pues a pesar de que nunca estuvimos juntos durante los recreos, él les dejó en claro que yo era su amigo y que nadie podía tocarme, ni fastidiarme, ni mucho menos ofenderme.

Debido a que Daniel fue hiperquinético desde muy pequeño, su doctor le aconsejó a sus padres que lo mejor sería inscribirlo en alguna academia de artes marciales, y fue lo más acertado porque en aquella época lo único que recetaban los médicos al encontrar casos de hiperactividad o déficit de atención era metilfenidato, más conocido bajo el nombre comercial de Ritalin, y a los padres de mi amigo no les gustó la idea de tener a su hijo drogado.

Gracias a su práctica en artes marciales Daniel me dio muchas lecciones de cómo atacar a una persona en caso de que me encontrara en alguna emergencia, y por lo mismo me regañó cada vez que me encontró con el ánimo más bajo de lo normal, o cuando se enteraba que alguien me había ofendido o hecho sentir mal, pues me cuestionaba por qué no usaba sus enseñanzas para mi defensa propia en contra de las personas que me atacaban.

Pero cada vez que yo no me defendí y él estuvo presente, aquellas mismas artes marciales le significaron varias de sus suspensiones, porque algo que Daniel no soportaba eran las bromas que me hacían mis compañeros de curso, y si no los golpeaba en el acto, en los partidos de fútbol se vengaba de cada uno de los que me hacían mal, pero las suspensiones que recibía le importaban muy poco, pues cada vez que estaba fuera del colegio se justificaba diciendo que «era necesario un relajo durante el mes», o bien «que tenía muchas cosas que hacer en la casa».

Siempre supe que Daniel vivió cerca de mi casa, pero no exactamente dónde, solo lo supe después de mi incidente policial. Luego de todo el altercado, estando en el colegio se acercó a felicitarme por haberle disparado a aquel hombre, pues éste le había destruido su bicicleta al estacionar su auto, cuando este visitaba a uno de mis vecinos, y nunca le pagó por los daños. Se dio cuenta de las agallas que tuve para disparar un gatillo y desde ese minuto se dio cuenta que yo era una persona valiente, contradiciendo todo lo que la gente decía de mí, desde ese momento me ofreció su amistad y solo recién cuando me invitó por primera vez a su casa me di cuenta que su hogar se encontraba detrás del mío, por lo que muchas veces cuando se me hacía tarde para regresar a mi casa, simplemente saltaba el muro.

Luego de esta gran presentación de mis seres queridos y amigos cercanos, debo aclarar que no todo fue sufrimiento durante mi adolescencia, pues de ser así en este instante estaría colgado de una soga. También viví lindos episodios en mi vida, los cuales disfruté en compañía de mis amigos y de gente muy cercana. Y a ellos me quiero referir a continuación.

Al comenzar el mes de diciembre, mientras todos mis compañeros trabajaban en alguna tienda aprovechando las vacaciones y las épocas navideñas, para poder costearse las vacaciones o comprar algo anhelado, yo tenía otra visión: sin dinero la verdad que fui muy feliz y no tenía mayores pretensiones que pasar la tarde con mis amigos realizando alguna actividad o simplemente hablando estupideces en algún sitio mientras fumábamos un cigarrillo.

Desde muy pequeño estuve cercano a la Iglesia católica, es más, regalé muchos de mis fines de semana a esta institución, haciendo obras de caridad o también asistiendo a misa. La religión en sí no me llamó la atención, pero la iglesia fue un lugar que durante mucho tiempo me inspiró confianza y en donde podía realizar obras sociales a la comunidad, cosa que también podría haber realizado en otra entidad, pero estar inmerso en el mundo católico fue algo que me resultó cómodo puesto que mi abuela y mis padres son personas muy católicas.

Si bien es cierto que participaba de un buen ambiente, como debía ser dentro de la Iglesia, con amigos a los cuales estimo demasiado y con personas de buenas intenciones, siempre sentí que me faltó algo, que necesitaba de algo más para poder avanzar, pues fue muy difícil llegar a decir en algún momento que no sabía qué cosa hacer con mi vida, ya que tenía una vida monótona en donde solo me dedicaba a obedecer órdenes de mis padres y a vivir mis días de igual forma que los anteriores.

Me dio mucha envidia saber que mis amigos tenían metas, ideales y sueños, incluso Daniel, que a pesar de ser fiestero tenía claro que quería ser un gran empresario. ¿Y yo? ¿Acaso era concebible que un chico como yo no tuviese en mente que hacer con su vida? Simplemente fue algo que siempre me dolió, pues los supuestos sueños que tuve no eran los que quise para mí, sino que fueron un reflejo consecuente de lo que hasta el momento fue mi vida, o mejor dicho los que querían mis padres o mis allegados.

En algún momento de mi vida incluso quise ser sacerdote, motivado por un grupo de religiosas muy cercanas a mis padres, pero luego de que la iglesia se enteró que le disparé a un hombre, también me mantuvieron al margen de todo hasta que se determinó un fallo en la Corte.

¿Por qué tuve tantas dudas? ¿Por qué me sentí tan vacío? ¿Cuál fue el motivo por el que disparé contra un hombre? Cuando cumplí dieciocho años tuve que dar explicaciones de todo esto a una persona en particular: a mí mismo, pues me lo debía desde hacía mucho tiempo.

Para lograr avanzar y dar el siguiente paso que me haría sentir más libre debía ser honesto conmigo, pues guardar silencio me estaba ahogando lentamente… Callar simplemente me estaba matando.

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Capítulo II

Punta Arenas es mi ciudad natal. Está ubicada en el extremo sur de Chile, a 2.180 kilómetros de Santiago por vía aérea, ya que la ruta terrestre hace que esta distancia aumente considerablemente debido a que hay que hacer un obligado rodeo por territorio argentino.

Yo la considero una ciudad hermosa. Es tranquila y muy ordenada. Es una ciudad limpia, que posee una hermosa arquitectura con influencias europeas en la que se pueden realizar varias actividades. Si bien muchos de sus habitantes se conocen entre sí, al mismo tiempo existe un ambiente muy cosmopolita producto de todas las culturas que conviven en esta región.

Algunas personas que jamás han pisado la región ni mucho menos la ciudad se imaginan una ciudad llena de pingüinos, iglús y trineos. Pero la realidad es completamente distinta, es una ciudad como cualquier otra, quizás un poco más fría, pero no al extremo.

En Punta Arenas no hay nieve, pero lo que sobra es viento. En ocasiones este ha llegado a los 130 km/hora, lo que ha obligado a poner cuerdas en su zona céntrica, ya que algunas personas mayores —y algunas no tanto— caen al suelo en algunas esquinas por la intensidad de las rachas. Yo solamente he llegado a despeinarme, y el viento ya se ha convertido en mi compañero habitual.

Pero esta mañana era distinta, no había ni siquiera una brisa. Los rayos de sol bañaban la pared de mi habitación bañando de luz todo el lugar. Me desperté dando un gran bostezo. Tenía el día libre, no tenía que trabajar. Quería seguir acostado durante un buen rato más.

Pero no podía ser todo tan perfecto. Mi celular comenzaba a vibrar nuevamente en el suelo, lo que me hizo relacionar el sueño que había tenido hacía algunos minutos, en el que era atacado por abejas. Me percaté de que mi teléfono registraba infinidad de llamadas perdidas (unas veintitrés, todas de Antonia), pero en ese instante más importante que cualquier cosa era ir al baño.

Me percaté en el espejo que tenía unas ojeras enormes, no por falta de sueño, pues descansé más de la cuenta, aunque mi cara demostraba lo contrario. Supuse entonces que el exceso de sueño también afecta al rostro.

No tenía ningún plan para aquella mañana, luego de ducharme bajé a ver si alguien se encontraba en casa, pero no encontré a nadie, ni a mi padre ni a mi madre, mi hermana no se encontraba, incluso el perro estaba afuera paseando, así que me permití un gran banquete para desayunar. Estando en la cocina saque un trozo de salmón que mi padre había horneado la noche anterior, le agregué un par de huevos y me serví un gran vaso de Sprite. Sé que no es el desayuno más nutritivo, pero simplemente aquella mañana quería darme un gusto y aunque muchos piensen que consumir aquella combinación de alimentos tan temprano por la mañana puede causar algún malestar, puedo asegurar que no, por lo menos a mí jamás me ha pasado nada.

De pronto recordé que Antonia me había llamado muchísimas veces y revisé el celular, tenía muchas más llamadas perdidas, pero en esta ocasión me había dejado un mensaje en el buzón de voz, al principio me molestó porque casi nunca recupero los mensajes, pero al tratarse de mi amiga y considerando la cantidad de veces que trató de comunicarse conmigo, accedí a ver de qué se trataba, pero en vez de tranquilizarme el mensaje me dejó aún más inquieto:

—Gianluca, soy Antonia. Hay un tema muy delicado que tengo que hablar contigo, espero que no tengas nada que hacer en la tarde, y si tienes planes, es mejor que los canceles, necesito reunirme contigo en el café de la calle Bories donde solíamos juntarnos, te espero a las cuatro y media de la tarde. No quiero que te preocupes ni que te alarmes, solamente quiero conversar.

Después de un mensaje como el que escuché en ese instante lógicamente no me tranquilicé para nada, llamé de inmediato a Antonia y una vez que pude contactarla, comenzó a reír, asegurando que sabía que me preocuparía, pero volvió a decirme que lo tome con tranquilidad, que era algo muy importante pero que debía estar tranquilo, era importante pero no de vida o muerte.

Bueno, al menos no tenía nada planificado para la tarde, así que estaba completamente tranquilo, acudiría al encuentro, pero de vez en cuando dentro de mi cabeza volvía a pensar en el posible motivo por el cual quería reunirse conmigo, pero no lo encontré.

Pero tampoco tenía algo planificado para la mañana, y considerando que la notebook estaba guardado en mi bolso, no tendría la tentación de perder la mañana navegando en Internet, así que una buena opción aquella fría mañana podía ser limpiar mi habitación, le hacía mucha falta pues casi no se podía caminar.

En el suelo de mi habitación podía encontrar ropa limpia mezclada con ropa sucia, lo que me hacía más difícil la tarea de identificar qué debía guardar y qué debía lavar, también había platos de postre, con platos bajos, muchos tenedores, cucharas y un sinfín de otros artículos, como vasos de todos los tipos y colores, tazones y además varias latas de refresco o de cerveza… de esta última soy un gran aficionado.

Después de ordenar toda esa gran montaña de cosas quise sorprender a mi familia lavando la loza, ordenando la casa lo más que pude, y considerando que tenía mucho tiempo mientras esperaba que la lavadora terminara, me fui a la cocina a realizar una de las actividades que más me relaja: cocinar.

No sabía con exactitud a qué hora llegaría mi familia, pero me los imaginé llegando completamente exhaustos, así que quise preparar un plato que pudiera compensar aquella mañana para todos ellos, incluyéndome a mí. A pesar de que había muy pocas cosas en el refrigerador, encontré todo lo necesario para un buen «picante de mariscos» y para preparar un «suspiro limeño», plato peruano que me fascina por sus sabores muy distintos a los cotidianos.

Parece que lo hubiese planeado, pero apenas terminé de cocinar mis padres llegaron a la casa en compañía de mi hermana a quien habían encontrado en el camino. Llegaron llenos de bolsas del supermercado y también con un par de pizzas para almorzar, pero al darse cuenta que el almuerzo ya estaba preparado por mí, decidieron guardarlas para la tarde. Nos sentamos a probar aquellos exquisitos platos peruanos junto a una copa de vino, conversando acerca de las cosas que acontecieron durante la semana. Yo estaba contento al ver cómo disfrutaban del plato y cómo sus caras demostraban felicidad al compartir todos juntos como hace mucho tiempo no lo había podido apreciar, pues las actividades del día a día, el trabajo o el tiempo que te quita la universidad es demasiado, y en vez de una buena comida preparada con cariño el microondas se hace presente impidiendo cualquier momento de reunión.

Luego de aquella exquisita comida fui a mi habitación a seguir ordenando, aún había mucha ropa por lavar, pero al menos era lo único que me quedaba, eso además de limpiar muebles y el piso. Con las cosas en orden parecía que aquel lugar era más espacioso, incluso se podía caminar sin tropezar con nada. Mi mente se llenó de muchísimas ideas acerca de cómo redecorar mi cuarto, cambiando los muebles o incluso considerando la idea de pintar las paredes. Algunos días atrás había visitado páginas de Internet donde encontré muchas propuestas para decorar de manera ecológica y sustentable, y ya que me apasionaba el tema quise hacer algo al respecto.

Cuando la ropa que había puesto a lavar ya se encontraba totalmente seca, la planché y la doblé para guardarla en mi armario. Y cuando dejé algunas cosas dentro de él, de lo más profundo del mueble se asomó una caja de madera con una cerradura, la cual guarda muchos recuerdos de mi vida.

Justo cuando cumplí nueve años me encontraba celebrando junto a mis amigos, mientras que sus padres compartían con los míos bebiendo algunos aperitivos, todo era normal, pero en medio de la fiesta aparecieron mis abuelos con una gran regalo, una enorme caja roja con una cinta blanca y un bellísimo moño, como esos paquetes que todos anhelamos recibir alguna vez. Al momento de tener aquel obsequio en mis manos me di cuenta que se trataría de algo grande pues pesaba un poco más de la cuenta. Y al abrirlo me llevé una gran sorpresa, ante mis ojos tenía una hermosa caja de madera hecha por mi abuelo, y junto a ella otra caja, pero más pequeña, donde encontré las llaves de la cerradura. Al abrir la cerradura me sorprendí nuevamente, mi caja de madera estaba llena de chocolates y golosinas, y prometí que cuidaría de ella. Ese instante fue absolutamente mágico, tenía en mi poder un verdadero cofre del tesoro.

Considerando que en aquel entonces sólo tenía nueve años recién cumplidos, era sabido que aquellas golosinas y chocolates no estarían dentro de la caja por mucho tiempo, pero una vez que se desocupó completamente, comencé a llenarla de cosas que fueron importantes en mi vida. Algunas fotografías, recortes de periódicos o revistas, diplomas, invitaciones a eventos importantes, afiches de actividades en las que participé…

Fui a mi mesita de noche para sacar la llave que abriría la cerradura, y me senté frente al armario. Quedaban algunas cosas por hacer en mi habitación, pero quise regalarme un periodo de tiempo para apreciar lo que había dentro de la caja, la cual no veía hacía tiempo. Al abrir la caja de madera lo primero que sentí fue un aroma a caldo de gallina, pues durante mucho tiempo tuve una extraña manía o adicción por comer pan con cubos de caldo molido, lo cual hice durante varios años, dañando mis riñones y multiplicando mis opciones de ser hipertenso.

Encontré algunas canicas, imágenes religiosas y muchos recortes de revistas y periódicos sobre los innumerables looks, subidas y bajadas de peso de Christina Aguilera. También encontré muchos diplomas de participación en congresos científicos, festivales de canto y teatro, encontré la única medalla deportiva que había obtenido en toda mi vida, por mi participación en una competencia de atletismo, donde obtuve el octavo lugar, lo cual no era muy alentador si mencionamos que los participantes de dicha carrera fueron ocho.

Encontré muchas invitaciones a eventos de distintos comités, en donde conocí a mucha gente y pude hacer varios contactos, pero a la vez me causaba un poco de tristeza, porque actualmente en mi casa ya no recibía aquellos sobres que me daban la posibilidad de invertir mi tiempo en cosas buenas, donde además comía cosas muy ricas, a veces exóticas, y donde en algunas ocasiones —para darme aires de adulto— tomaba algún aperitivo aunque fuera menor de edad, cosa de la que ni los encargados del cóctel se percataban.

Encontré muchas fotos del colegio, de mi licenciatura, y también otras de las Colonias de Verano, donde se me notaba realmente feliz, con una sonrisa amplia y disfrutando de todas aquellas actividades. Encontré un dibujo de un unicornio que me regaló mi amigo Nicolás, a quien conocí en aquellas vacaciones. El dibujo tenía adjunta una fotografía del equipo completo de las colonias de hace tres años, al momento de ver esta foto esbocé una gran sonrisa y comencé a recordar todas las cosas que pasé ese verano en compañía de mis amigos.

Al recordar tantas cosas agradables sentí que había entrado a una máquina del tiempo, pues en un par de segundos mi mente ya se encontraba en aquella época en la que me divertí mucho, pero por sobre todo donde aprendí a conocerme como persona y dejar de guardar dentro mío las cosas que me hacían mal.

 

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Capítulo III

Los días de aquel verano empezaban a notarse, no precisamente por las altas temperaturas, pues Punta Arenas no es precisamente la ciudad más calurosa del mundo sino todo lo contrario. Sabía que el verano había comenzado porque estaba completamente aliviado al no tener tantas preocupaciones como antes, evitando levantarme muy temprano en la mañana y sin la necesidad de planchar mi uniforme escolar, al que odiaba.

Mi plan para esas vacaciones era muy simple, quería que fuesen inolvidables. Tenía ganas de pasear y compartir cosas con mis amigos, antes de que inevitablemente cada uno de nosotros tomara nuevos caminos, en donde el estudio y el trabajo marcarían nuestro destino para siempre. Incluso uno de mis amigos había elegido otra ciudad para vivir y cumplir sus propósitos, así que teníamos que aprovechar al máximo aquellas vacaciones.

Mi mamá estaba furiosa de que el colegio hubiera terminado, pues decía que yo había modificado su rutina, que no la dejaba ordenar sus actividades como lo hacía habitualmente, estaba molesta porque la interrumpía a cada instante para comentar alguna cosa y —debo reconocerlo— soy una persona que hablo demasiado y hago que la gente se desconcentre, pero a pesar de que estaba todo el día dentro de la casa siempre estaba disponible para realizar alguna labor o para ir a hacer alguna compra, cosa que mi hermana nunca hizo porque dormía durante toda la mañana.

En aquella época mi madre también me regañaba por el hecho de no haber tomado ninguna oferta laboral como hacía el resto de mis ex compañeros de curso, pero en realidad no me interesaba pues tenía dinero ahorrado en el banco para costear alguna entrada al cine, ir a bailar, comprar mis cigarrillos y, por sobre todo, tenía contabilizado mi dinero para que cada día pudiera comprar un tarro de papas fritas picantes, mis favoritas.

Como todos los años anteriores mi plan sería el mismo de siempre, estar presente en las colonias de verano de la iglesia a la que asisto. Para mí es una actividad gratificante compartir con tantos niños que necesitan de nosotros para pasar un buen momento. Algunos de ellos ni siquiera reciben muestras de afecto por parte de su familia, poder contrarrestar esto es algo que me llena el corazón, y estar presente en la vida de estos niños aunque sea por un par de semanas puede marcar significativamente sus vidas cuando crezcan.

Durante esas semanas las actividades son muy variadas, algunas se efectúan dentro de la iglesia y otras al aire libre visitando algunos parques, participando de algún partido de fútbol organizado en el mismo momento y si las condiciones lo permiten se puede efectuar una gran actividad, visitando algún lugar que no necesariamente esté cerca de la ciudad.

Era domingo. Fui a misa como de costumbre, llegué tarde como siempre, pero aquella mañana fue distinta, pues al abrir la puerta vi muchas caras conocidas, personas con las cuales ya había trabajado en los veranos anteriores y con quienes me había divertido. Esteban, el sacerdote, sonrió al verme. Cuando entré traté de pasar lo más desapercibido posible, pero no resultó pues ya me habían guardado un puesto entre los jóvenes, que se encontraban en las primeras filas, por tanto inevitablemente todos me vieron.

Debo reconocer que no me concentré para nada, no presté atención a las palabras del padre Esteban pues mi mente estaba ocupada pensando en las cosas que podríamos hacer este año, es que en realidad mis ganas eran demasiadas, en mi cabeza tenía mil cosas que quería hacer, tanto con los monitores como con los niños, que ni siquiera el vuelo de una mosca en la iglesia atraería mi atención.