El Cristo universal - Richard Rohr - E-Book

El Cristo universal E-Book

Richard Rohr

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Beschreibung

Edición 2021 con traducción revisada, Prefacio de Brian McLaren y nuevo Epílogo del autor. BESTSELLER DEL NEW YORK TIMES - DE UNO DE LOS PENSADORES ESPIRITUALES MÁS INFLUYENTES DEL MUNDO, UN LIBRO LARGAMENTE ESPERADO QUE EXPLORA LO QUE SIGNIFICA QUE JESÚS HAYA SIDO LLAMADO "CRISTO", Y COMO ESTA VERDAD OLVIDADA PUEDE RESTAURAR LA ESPERANZA Y EL SENTIDO DE NUESTRAS VIDAS. En sus ya décadas como profesor reconocido mundialmente, Richard Rohr ha ayudado a millones de personas a darse cuenta qué es lo que está en juego en materia de fe y espiritualidad. Aun así, Rohr nunca ha escrito sobre el tema más perenne en el Cristianismo: Jesús. La mayoría sabe quien fue Jesús, pero ¿quién fue Cristo? ¿Es esta palabra simplemente el apellido de Jesús? Con demasiada frecuencia, escribe Rohr, nuestras comprensiones han sido limitadas por la cultura, los debates religiosos, y la tendencia humana a ponernos a nosotros mismos en el centro. Recurriendo a las escrituras, la historia, y a la práctica espiritual, Rohr articula una visión transformadora de Jesucristo como un retrato de la obra constante y en desarrollo de Dios en el mundo. "Dios ama a las cosas convirtiéndose en ellas" -escribe-, y la vida de Jesús fue destinada a declarar que la humanidad nunca estuvo separada de Dios -excepto por su propia elección negativa. Cuando recuperamos esta verdad fundamental, la fe se vuelve menos acerca de probar que Jesús fue Dios, y más acerca de aprender a reconocer que la presencia del Creador está a nuestro alrededor, y en todos los que conocemos.

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HABLAN DE RICHARD ROHR Y “EL CRISTO UNIVERSAL”

“El Padre Richard nos desafía a buscar por debajo de la superficie de nuestra fe y mirar lo sagrado en todos y en todo. Cualquiera que se esfuerce en poner su fe en acción encontrará aliento e inspiración en las páginas de este libro”.

—MELINDA GATES, autora de The Moment of Lift.

“Rohr ve al Cristo en todos lados y no solo en las personas. Nos recuerda que la primera encarnación de Dios está en la Creación misma, y nos dice que ‘Dios ama a las cosas convirtiéndose en ellas’. Solamente por esa oración, y hay muchas más, no puedo dejar este libro”.

—BONO.

“Aquí, el Padre Richard, nos ayuda a ver y escuchar a Jesús de Nazaret en aquello que enseñó, en lo que hizo y en quien es -la expresión y presencia amorosa, liberadora y dadora de vida de Dios. Al hacerlo está ayudando al cristianismo a reclamar nuevamente su alma”.

—MICHAEL CURRY, obispo presidente de la Iglesia Episcopal en U.S.

“Se necesita un cambio importante en nuestra cultura, y el desempaque del Cristo Universal de Richard Rohr es un paso crítico en la dirección correcta. El recordar nuestra conexión con ‘cada cosa’ tiene implicancias para nuestras tradiciones religiosas, sociedades —y me atrevo a decirlo— incluso para nuestras políticas”.

—KIRSTEN POWERS, analista política de la CNN y columnista USA Today.

“Cualquiera que haya hecho una confesión de fe en Jesucristo debería leer este libro para comprender más a fondo las vastas y sorprendentes implicaciones de esta creencia. Este es Richard Rohr en su mejor momento, proveyendo un resumen general de estas ideas teológicas que han cambiado la vida de tantos”.

—WESLEY GRANBERG-MICHAELSON, secretario general emérito de la Iglesia Reformada en U.S.

Copyright © 2019, 2021 by Center for Action and Contemplation, Inc.

El Cristo Universal

Cómo una Realidad Olvidada Puede Cambiar Todo lo que Vemos, Esperamos y Creemos

de Richard Rohr. 2021, JUANUNO1 Ediciones.

Título de la publicación original en inglés The Universal Christ. This translation published by arrangement with Convergent Books, an imprint of Random House, a division of Penguin Random House LLC. / Esta traducción es publicada por acuerdo con Convergent Books, un sello de Random House, una división de Penguin Random House LLC.

ALL RIGHTS RESERVED. | TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.

Published in the United States by JUANUNO1 Ediciones,

an imprint of the JuanUno1 Publishing House, LLC.

Publicado en los Estados Unidos por JUANUNO1 Ediciones,

un sello editorial de JuanUno1 Publishing House, LLC.

www.juanuno1.com

JUANUNO1 EDICIONES, logos and its open books colophon, are registered trademarks of JuanUno1 Publishing House, LLC. / JUANUNO1 EDICIONES, los logotipos y las terminaciones de los libros, son marcas registradas de JuanUno1 Publishing House, LLC.

Library of Congress Cataloging-in-Publication Data

Name: Rohr, Richard, author

El Cristo universal: cómo una realidad olvidada puede cambiar todo lo que vemos, esperamos y creemos / Richard Rohr.

Published: Miami : JUANUNO1 Ediciones, 2021

Identifiers: LCCN 2021931416

LC record available at https://lccn.loc.gov/2021931416

REL067040 RELIGION / Christian Theology / Christology

REL062000 RELIGION / Spirituality

REL012120 RELIGION / Christian Living / Spiritual Growth

Paperback ISBN 978-1-63753-004-7

Ebook ISBN 978-1-63753-005-4

Traducción

Ian Bilucich

Nueva Corrección

Tomás Jara

Créditos Portada

Equipo de Media y Redes JuanUno1 Publishing House

Concepto diagramación interior & ebook

Ma. Gabriela Centurión

Crédito foto de Richard Rohr

Nicholas Kramer

Director de Publicaciones

Hernán Dalbes

Second Edition | Segunda Edición

Miami, FL. USA.

Febrero 2021

Dedico este libro a mi labradora negra de 15 años, Venus, a quien tuve que entregar a Dios mientras comenzaba a escribirlo. Sin disculpas, teología liviana o miedo a herejía alguno, puedo decir, de manera apropiada, que Venus también fue Cristo para mí.

“Los únicos misterios absolutos en el cristianismo son la autocomunicación de Dios en las profundidades de la existencia, a la que llamamos gracia, y en la historia, a la que llamamos Cristo”.

—Fr. Karl Rahner, sacerdote Jesuita y teólogo, 1904-1984

“No adoro la materia. Adoro al Dios de la materia, que se hizo materia por amor a mí y se dignó a habitar la materia, y que elaboró mi salvación a través de la materia. No dejaré de honrar esa materia que obra para mi salvación”.

—San Juan Damasceno, 675-753

“Ninguno de nuestros desánimos puede alterar la realidad de las cosas, ni manchar el gozo de la danza cósmica, que siempre está ahí”.

—Thomas Merton, 1915-1968

contenido

Cover

Portada

Hablan de Richard Rohr y “El Cristo Universal”

Portada

Legales

Dedicatoria

Citas

Prefacio de Brian McLaren

Antes de empezar

Parte 1: OTRO NOMBRE PARA TODAS LAS COSAS

1: Cristo no es el apellido de Jesús

2: Aceptando que eres totalmente aceptado

3: Revelado en nosotros, como nosotros

4: Bondad Original

5: El Amor es el Sentido

6: Una plenitud sagrada

7: Yendo a un buen lugar

Parte 2: LA GRAN COMA

8: Hacer y decir

9: Las cosas en su profundidad

10: La encarnación femenina

11: Este es mi cuerpo

12: ¿Por qué murió Jesús?

13: No podemos solos

14: El viaje de la resurrección

15: Dos testigos de Jesús y de Cristo

16: Transformación y Contemplación

17: Más allá de la mera teología: dos prácticas

Epílogo para la nueva edición

PALABRAS FINALES: El amor después del amor

APÉNDICES: Mapeo del viaje del alma hacia Dios

APÉNDICE I: Las cuatro cosmovisiones

APÉNDICE II: Modelo de Transformación Espiritual

Bibliografía

Prefacio

En años recientes, he llegado a ver algo que quizás para muchos ha sido obvio hace mucho: Cuando discutimos de religión y de teología, en realidad estamos discutiendo sobre el tipo de mundo en el que queremos vivir.

A muchos de nosotros se nos enseñó que la religión y la teología no hacían sino revelar la verdad objetiva sobre cómo son las cosas. Por ejemplo, la religión nos dice cómo llegaron a existir las cosas, cuándo, y por qué. Nos dice quiénes son los buenos y quiénes los malos. Nos dice quién irá al infierno y quién al cielo. Define qué creencias son legítimas y cuáles son falsas.

Sin embargo, estoy llegando a ver que la religión trata sobre algo mucho más profundo, mucho más práctico, mucho más subversivo, e incluso peligroso. La religión es crear el mundo que habitaremos nosotros, nosotras, y las futuras generaciones.

Si quieres un mundo donde los hombres están al mando y las mujeres no, la religión puede ayudarte a conseguirlo. Si quieres un mundo donde las personas blancas se dan un banquete y donde las personas no blancas suplican por sobras, la religión puede ayudarte a hacerlo. Si quieres un mundo donde se te permita destruir, digamos, una montaña que tardó millones de años en formarse, para cortar sus árboles por dinero y luego extraer el carbón para obtener más dinero, y luego hacer fracking con el sustrato restante para obtener aún más dinero… la religión puede ayudarte a conseguir lo que quieres.

Eso explica por qué muchas personas están hartas del complejo industrial teológico: ha ayudado a ciertas personas a crear un mundo que está dañando a otra gente y al planeta.

También me ayuda a entender por qué las personas se enojan tanto, hasta llegar a la violencia, por argumentos religiosos: se dan cuenta de que tales no son simples abstracciones, teorías o conversaciones sobre temas esotéricos. No, son debates con consecuencias políticas, económicas y personales: debates que afectan nuestras vidas, y no solo las nuestras, sino también las de nuestros vecinos. Y va más allá de nosotros y de nuestros vecinos, estos debates moldearán la vida de nuestros hijos y nietos durante generaciones en el futuro.

Pero he aquí lo que pocos entienden: así como la religión y la teología pueden usarse para dañar, también pueden usarse para sanar. Si quieres un mundo donde hombres y mujeres sean iguales y copartícipes; o un mundo donde todas las personas de todas las etnias sean iguales en valor, no a pesar de sus diferencias, sino gracias a ellas; o un mundo donde las montañas, los arrecifes de coral y el clima de la tierra tengan un valor intrínseco que trascienda el dinero, la religión y la teología te pueden ayudar.

Sí, la mala religión puede dañarte (de verdad). Pero la buena religión puede ayudarte (también de verdad), incluso salvar tu vida y nuestro futuro, en especial cuando la mala religión dirige el espectáculo, como ahora.

La vida del Fr. Richard Rohr ha estado dedicada a la articulación, defensa y encarnación de la buena religión y la buena teología; una teología que nos puede ayudar a crear un futuro mejor. Y, de todos los libros de Richard, este se siente de una importancia especial en este sentido.

Cuando voltees las páginas para sumergirte de lleno en los capítulos de este libro, serás invitado a ver la fe cristiana de un modo radicalmente nuevo y fresco. Serás desafiada a ver de manera diferente los credos, la Eucaristía y las doctrinas de la Encarnación, Resurrección y Expiación.

Aún más importante: serás invitado a mirar de manera diferente la vida, el universo y el cosmos a través de todos los tiempos, y el hacerlo te llevará a mirar diferente a tu propio perro, gato, pez o jardín.

Bien podrías desear que Richard te lleve por un proceso simple, lineal, paso a paso, hasta llegar allí, como cuando sigues una receta o un conjunto de instrucciones que vienen con los muebles que “requieren un poquito de ensamblaje”. Pero no creo que ese sea el modo en que suceden este tipo de transformaciones. Lo que hace Richard es más parecido a lo que hizo Jesús cuando habló en parábolas: te lleva a ver desde un ángulo, luego retrocede y te lleva a verlo desde otro ángulo, y luego desde otro, y luego desde otro, hasta que comienza a surgir en ti una forma de ver completamente nueva.

Este proceso puede llegar a resultarte frustrante, placentero, o un poco de ambos. La introspección puede sucederte lenta y gradualmente, o puede golpearte de repente, en un momento clave. Incluso al principio puede desilusionarte y solo tener sentido mucho después de que hayas terminado el libro.

Pero si eres como yo, y como una buena parte de nosotros y nosotras, no importa la manera en la que las nuevas percepciones lleguen; una vez que lo veas, serás incapaz de no verlo, y cambiará el modo en que ves todas las cosas.

De eso se trata la mejor religión y la mejor teología. Si ves con nuevos ojos, nuevas y mejores cosas se vuelven posibles.

—Brian D. McLaren

1

Cristo no es el apellido de Jesús

En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios revoloteaba sobre la faz de las aguas. Y Dios dijo “Sea la luz” y fue la luz.

—Génesis 1:1-3

En cada una de las, aproximadamente, treinta mil variedades de cristianismos, los creyentes aman a Jesús y (por lo menos en teoría) no parecen tener problemas para aceptar su total humanidad y divinidad. Una buena cantidad expresa tener una relación personal con Jesús; tal vez un destello de inspiración de su íntima presencia en sus vidas, tal vez miedo a su juicio o ira. Otra parte confía en su compasión y, a menudo, lo ven como una justificación para sus cosmovisiones y posicionamientos políticos. Pero ¿cómo podría la noción de Cristo cambiar toda la ecuación? ¿Es Cristo simplemente el apellido de Jesús? ¿O es un título revelador que requiere de toda nuestra atención? ¿Qué significa cuando Pedro, en las Escrituras, la primera vez que se dirige a las multitudes después de Pentecostés, dice que “Dios ha hecho a este Jesús […] tanto Señor como Cristo” (Hechos 2:36)? ¿No fueron siempre uno y el mismo desde el nacimiento de Jesús?

Para responder estos interrogantes, debemos regresar y preguntarnos: ¿Qué tramaba Dios en esos primeros momentos de la creación? ¿Era Dios totalmente invisible antes de que comenzara el universo? ¿O acaso hay tal cosa como un “antes”? ¿Por qué Dios tuvo que crear algo? ¿Cuál fue su propósito al hacerlo? ¿El universo es eterno? ¿O, tal como lo conocemos, su creación se ubica en el tiempo, como la del propio Jesús?

Admitamos que es probable que nunca sepamos ni el “cómo” ni el “cuándo” de la creación. No obstante, la pregunta que la religión intenta responder es, sobre todo, el “por qué”. ¿Hay alguna evidencia de por qué Dios creó los cielos y la tierra? ¿Qué tramaba? ¿Había alguna intención o meta divina? ¿Siquiera necesitamos un “Dios” creador para explicar el universo?

La mayoría de las tradiciones perennes han ofrecido explicaciones, y, en general, dicen algo así: Todo lo que existe en forma material desciende de alguna Fuente Primaria, que originalmente existía solo como Espíritu. De alguna manera, esta Fuente Primaria Infinita se vertió a sí misma en formas finitas, visibles, creando todo: desde rocas hasta agua, plantas, organismos, animales, y seres humanos; todo lo que vemos con nuestros ojos. Esta autorrevelación en la creación física de quien sea que llames Dios fue la primera encarnación (el término general para cualquier manera en que el espíritu se materializa), mucho antes de la segunda encarnación humana, que los cristianos creen que sucedió con Jesús. Para expresar esta idea en idioma franciscano, la creación es la Primera Biblia, y existió por 13,7 billones de años antes de que la segunda Biblia fuera escrita.1

Cuando los cristianos y cristianas escuchamos la palabra “encarnación”, la mayoría pensamos en el nacimiento de Jesús, que demostró personalmente la unidad radical de Dios para con la humanidad. Pero en este libro quiero sugerir que la primera encarnación fue el momento descrito en Génesis 1, cuando Dios se incorporó en unidad con el universo físico y se convirtió en la luz dentro de todas las cosas (esta, creo, es la razón por la que la luz es el sujeto del primer día de la creación, y por la que su velocidad es reconocida como la única constante universal). Entonces, la encarnación no es solamente “Dios volviéndose Jesús”. Es un evento mucho más amplio, razón por la cual Juan describe primero la presencia de Dios con la palabra general “carne” (Juan 1:14). Juan está hablando del Cristo ubicuo que Carryl Houselander encontró de manera tan vívida, el Cristo que el resto de nosotros y nosotras continuamos encontrando en otros seres humanos, en una montaña, en una brizna de hierba o en un estornino.

Todo lo visible, sin excepción, es el derramamiento de Dios. ¿Qué más puede ser? Cristo es la palabra para el Modelo Primigenio (“Logos”) a través del cual “todas las cosas vinieron a la existencia, y ni siquiera una sola cosa tiene su ser sino a través de él” (Juan 1:3). Verlo de esta manera ha reenmarcado, reenergizado y ampliado mis propias creencias religiosas, y creo que podría ser la única contribución del cristianismo a las otras religiones del mundo.2

Si puedes pasar por alto que Juan use un pronombre masculino para describir algo que claramente está más allá del género, podrás ver que, en su prólogo (1:1-18), nos está dando una cosmología sagrada y no solo una teología. ¡Mucho antes de la encarnación personal de Jesús, Cristo estaba profundamente integrado en todas las cosas (en la forma de todas las cosas)! Las primeras líneas de la Biblia dicen que “el Espíritu de Dios revoloteaba sobre las aguas” o “sobre el vacío sin forma”, e inmediatamente el universo material se vuelve plenamente visible en profundidad y sentido (Génesis 1:1ss). El tiempo, por supuesto, no tiene ningún significado en este momento. El Misterio de Cristo es el intento del Nuevo Testamento de nombrar esta visibilidad, o capacidad para ver, que ocurrió en el primer día.

Recuerda: la luz no es tanto lo que ves, como aquello a través de lo cual puedes ver todo lo demás. Esta es la razón por la que Jesucristo, en el Evangelio de Juan, realiza la declaración casi jactanciosa “Yo soy la Luz del mundo” (Juan 8:12). Jesucristo es la amalgama de materia y espíritu en un lugar, por lo que nosotros mismos podemos unirlos en todo lugar y disfrutar las cosas en su totalidad. Incluso puede habilitarnos a ver como Dios ve, si es que eso no significa pretender demasiado.

Los científicos han descubierto que lo que para el ojo humano luce como oscuridad, en realidad está lleno de partículas diminutas llamadas “neutrinos”, astillas de luz que viajan a través del universo. Aparentemente, en ningún lado hay tal cosa como la oscuridad total, por más que el ojo humano así lo crea. El Evangelio de Juan tenía más razón de lo que pensábamos cuando describió a Cristo como “una luz que la oscuridad no puede vencer” (1:5). Saber que la luz interna de las cosas no puede ser eliminada o destruida es profundamente esperanzador. Y, como si no fuera suficiente, la elección de un verbo activo por parte de Juan (“La luz verdadera […] estaba viniendo al mundo”, 1:9), nos muestra que el Misterio de Cristo no es un acontecimiento único, sino un proceso incesante a través del tiempo; tan constante como la luz que llena el universo. Y “Dios vio que la luz era buena” (Génesis 1:3). ¡Aférrate a eso!

Pero el simbolismo se profundiza y tensa. Los cristianos y cristianas creemos que esta presencia universal nació “de una mujer bajo la ley” (Gálatas 4:4) en un momento del tiempo cronológico. Este es el gran salto de fe cristiana que no todos están dispuestos a hacer. Nos atrevemos a creer que la presencia de Dios fue derramada en un solo ser humano, de modo que lo humano y lo divino pudieran ser vistos operando como uno en él (¡y por lo tanto, en nosotros y nosotras!). Pero en lugar de decir que Dios vino al mundo a través de Jesús, tal vez sería mejor decir que Jesús emergió de un mundo ya empapado de Cristo. La segunda encarnación fluyó de la primera, de la unión amorosa de Dios con la creación física. Si esto aún te resulta extraño, confía un poco en mí por un rato. Te prometo que solo va a profundizar y ampliar tu fe tanto en Jesús como en el Cristo. Este es un replanteo importante de quién podría ser Dios y de lo que está haciendo; un Dios del que podríamos necesitar si queremos hallar una mejor respuesta a la pregunta que abrió este capítulo.

Mi punto es este: cuando sé que el mundo a mi alrededor es tanto el escondite como la revelación de Dios, ya no puedo realizar una distinción significativa entre lo natural y lo sobrenatural, entre lo santo y lo profano (una “voz” divina se lo dejó exactamente en claro a un Pedro muy terco en Hechos 10). Todo lo que veo y conozco es, en efecto, un “uni-verso”, que gira alrededor de un centro coherente. Esta presencia divina busca conexión y comunicación, no separación o división —a menos que sea a efectos de una unión futura más profunda.

¡Esto cambia la forma en que camino por el mundo, en cómo trato a cada persona que veo a lo largo del día! Es como si todo lo que pareciera decepcionante y “caído”, todos los principales retrocesos contra el flujo de la historia, ahora pudieran ser vistos como un solo movimiento todavía encantado y aprovechado por el amor de Dios. De alguna manera, todo aquello debe ser útil y estar lleno de potencia, incluso las cosas que parecen ser traiciones o crucifixiones. Si no, ¿por qué o cómo podríamos amar a este mundo? Nada ni nadie tiene que ser excluido.

La clase de integridad que describo es algo que nuestro mundo posmoderno ya no disfruta, y que incluso niega enérgicamente. Siempre me pregunto por qué, después del triunfo del racionalismo en la Ilustración, preferimos tal incoherencia. Creí que habíamos acordado que la coherencia, los patrones y alguna idea de significado último eran buenos. Pero los intelectuales del último siglo han negado la existencia y el poder de tal asombrosa integridad (y en el cristianismo, hemos cometido el error de limitar la presencia del Creador a una sola manifestación humana: Jesús). Las repercusiones de nuestra gran mirada selectiva han sido masivamente destructivas para la historia y la humanidad. La creación fue considerada profana, como un accidente bonito, un mero telón de fondo para el drama real de la preocupación de Dios —que siempre somos nadie más que nosotros (¡o peor aún, él!). Es imposible hacer que las personas se sientan sagradas dentro de un universo profano, vacío o accidental. Esta manera de ver nos hace sentir separados y en competencia, nos hace luchar para ser superiores a los demás en vez de sentirnos profundamente conectados y conectadas, en busca de círculos de unión cada vez más amplios.

Pero Dios ama las cosas a través de convertirse en ellas.

Dios ama las cosas al unirse a ellas, no al excluirlas.

A través del acto de creación, Dios manifiesta la Presencia Divina eternamente desbordante dentro del mundo físico y material.3 La materia ordinaria es el escondite del Espíritu y, por consiguiente, el mismísimo Cuerpo de Dios. Honestamente, ¿qué más podría ser, si creemos —como lo hacen judíos ortodoxos, cristianos, y musulmanes— que “un Dios creó todas las cosas”? Desde el principio de los tiempos, el Espíritu de Dios ha estado revelando su gloria y bondad a través de la creación física. Muchos de los salmos lo afirman al hablar de “ríos que aplauden” y “montañas que cantan con gozo”. Cuando Pablo escribe “Hay solo un Cristo. Él es todo y él está en todo” (Colosenses 3:11), ¿era un panteísta ingenuo o realmente entendía todas las implicaciones del Evangelio de la Encarnación?

Dios parece haber elegido manifestar lo invisible en lo que nosotros llamamos lo “visible”, para que todas las cosas visibles sean la revelación de la energía espiritual en eterna difusión de Dios. Una vez que alguien reconoce esto, es difícil que vuelva a estar solo o sola en el mundo.

Un Dios Universal y Personal

Muchos versículos dejan en claro que este Cristo ha existido “desde el principio” (siendo las principales fuentes Juan 1:1-18, Colosenses 1:15-20 y Efesios 1:3-14), así que el Cristo no puede ser sinónimo de Jesús. Pero al adjuntar la palabra “Cristo” a Jesús, como si este fuera su apellido en lugar de un medio por el cual la presencia de Dios ha encantado toda la materia a lo largo de toda la historia, los cristianos y cristianas se volvieron bastantes descuidados en su forma de pensar. Nuestra fe se volvió una teología competitiva con variopintas y parroquiales teorías de la salvación, en lugar de una cosmología universal dentro de la cual todos y todas pueden vivir con una dignidad inherente.

Tal vez hoy más que nunca, necesitamos a un Dios tan grande como el universo en expansión, o las personas instruidas continuarán pensando en Dios como una mera añadidura a un mundo que ya es increíble en sí mismo, hermoso y digno de adorar. Si Jesús deja de ser presentado también como Cristo, pronostico que no será tanta la gente que se rebelará activamente contra el cristianismo como la que, de a poco, perderá el interés en él. Muchos investigadores, biólogos, y trabajadores sociales han honrado el Misterio de Cristo sin necesidad alguna de utilizar lenguaje cristiano específico. La Divinidad no parece preocuparse porque entendamos su nombre de manera adecuada (ver Éxodo 3:14). Como Jesús mismo dice, “No les crean a los que dicen ‘Señor, Señor’” (Mateo 7:21, Lucas 6:46, itálica añadida). Él sostiene que las personas que importan son las que “hacen el bien”, no las que “lo dicen bien”. Sin embargo, la preocupación cristiana ha sido la ortodoxia verbal, esa que, por momentos, incluso nos habilitó a quemar personas en la hoguera por no “decirlo bien”.

Esto es lo que pasa cuando solo nos enfocamos en un Jesús exclusivo, en tener una “relación personal” con él, y en lo que él puede hacer para salvarte a ti y a mí de alguna clase de tormento eterno y ardiente. En los primeros dos mil años de cristianismo, enmarcamos nuestra fe en términos de un problema y una amenaza. Pero si crees que el propósito principal de Jesús es proveer los medios para una salvación personal e individual, es muy fácil pensar que él no tiene nada que ver con la historia humana —con la guerra o la injusticia, con la destrucción de la naturaleza, o con nada que contradiga los deseos de nuestro ego o sesgos culturales. Terminamos por difundir nuestras culturas nacionales bajo la rúbrica de Jesús, en lugar de un mensaje de liberación universal bajo el nombre de Cristo.

Sin un sentido de lo inherentemente sagrado del mundo —de cada pequeña porción de vida y muerte— nos cuesta mucho ver a Dios en nuestra propia realidad, y mucho más respetarla, protegerla o amarla. Las consecuencias de esta ignorancia están alrededor de nosotros y nosotras, se ven en la forma en que hemos explotado y dañado a nuestros semejantes, a los queridos animales, a la red de cosas que crecen, a la tierra, a las aguas y al mismo aire. Hizo falta llegar al siglo XXI para que un papa lo dijera de manera clara (en el documento profético Laudato Si’ del papa Francisco). Puede que no sea tarde, y puede que la brecha innecesaria entre la visión práctica (ciencia) y la visión holística (religión) sea superada por completo. Ambas se necesitan.

Lo que en este libro denomino cosmovisión encarnacional es un profundo reconocimiento de la presencia de lo divino en “todas las cosas” y en “todas las personas”, literalmente. Es la clave para la salud mental y espiritual, así como para una especie de satisfacción y felicidad básicas. Una cosmovisión encarnacional es el único camino que puede reconciliar nuestros mundos internos con el externo, la unidad con la diversidad, lo físico con lo espiritual, lo individual con lo corporativo, y lo divino con lo humano.

A principios del segundo siglo, la iglesia empezó a llamarse a sí misma “católica”, o sea, universal, al reconocer su propio carácter y mensaje universal. Solo más tarde “católica” fue circunscripta por la palabra “romana”, mientras la iglesia perdía el sentido de entregar un mensaje indivisible e inclusivo. Luego, después de toda una Reforma necesaria en 1517, seguimos fragmentándonos en partes cada vez más pequeñas y competitivas. Pablo ya había advertido a los corintios acerca de esto, haciéndoles una pregunta que debería habernos detenido en nuestro camino: “¿Acaso Cristo puede ser dividido?” (1 Corintios 1:12). Sin embargo, hemos hecho bastantes divisiones a lo largo de los años desde que estas palabras fueron escritas.

El cristianismo se volvió exclusivista, por decirlo suavemente. Pero no hace falta que permanezca ahí. El verdadero salto de fe cristiana es confiar en que Jesús junto con Cristo nos abrieron una ventana humana pero totalmente precisa hacia el Eterno Ahora, que llamamos Dios (Juan 8:58, Colosenses 1:15, Hebreos 1:3, 2 Pedro 3:8). Este es un salto de fe que muchos creen haber hecho cuando dijeron “¡Jesús es Dios!”. No obstante, si hablamos de manera estricta, tales palabras no son teológicamente correctas.

Cristo es Dios, y Jesús es la manifestación histórica de Cristo en el tiempo.

Jesús es un Tercer Alguien, no solo Dios u hombre, sino Dios y humano juntos.

Este es el mensaje único y central del cristianismo, y tiene excelentes efectos teológicos, psicológicos y políticos masivos. Pero si no podemos unir en “Cristo” estos dos opuestos aparentes (“Dios” y “humano”), en general seremos incapaces de unirlos en nosotros mismos, o en el resto del universo físico. Hasta ahora, ese ha sido nuestro mayor callejón sin salida. Se suponía que Jesús iba a quebrar el código pero, sin unirlo a Cristo, perdimos el núcleo de lo que el cristianismo podría haber sido.

Un Dios meramente personal se vuelve tribal y sentimental, y un Dios meramente universal nunca abandona la esfera de la teoría abstracta y los principios filosóficos. Pero cuando aprendemos a unirlos, Jesús y Cristo nos dan un Dios que es tantopersonal comouniversal. El Misterio de Cristo unge toda la materia física con propósito eterno desde el principio (no debería sorprendernos que la palabra que traducimos como Cristo del griego al hebreo sea mesach, que significa “el ungido” o “Mesías”. ¡Él revela que todo está ungido!). Todavía hay mucha gente que ora y espera por algo que ya se nos ha dado tres veces: primero en la creación; segundo en Jesús, “para que pudiéramos escucharlo, verlo con nuestros ojos, mirarlo y tocarlo con nuestras manos, la Palabra quien es la vida” (1 Juan 1-2); y tercero, en la comunidad de amor en continuo desarrollo (que los cristianos y cristianas llamamos “Cuerpo de Cristo”), que evoluciona lentamente a lo largo de toda la historia de la humanidad (Romanos 8:18ss). Todavía estamos fluyendo.

Incluso me pregunto, dada nuestra actual evolución de la conciencia, especialmente el acceso histórico y tecnológico que tenemos al “panorama completo”, si una persona sincera puede tener una relación “personal” sana y santa con Dios si ese Dios no la conecta con lo universal. Un Dios personal no puede significar un Dios más pequeño; tampoco Dios puede reducirte de ninguna manera; si tal cosa pasara, no sería Dios.

¡Irónicamente, millones de los mismos devotos y devotas que esperan “la Segunda Venida” se han perdido en gran medida la primera y la tercera! Lo diré de nuevo: Dios ama las cosas al convertirse en ellas. Y, como vimos recién, así lo hizo en la creación del universo y en Jesús, y continúa haciéndolo en el desarrollo del Cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:12ss) e incluso en elementos simples como el pan y el vino. Tristemente, tenemos toda una parte del cristianismo que espera —e, incluso, ora por— una salida de la creación de Dios en desarrollo a través de algún tipo de Armagedón o Rapto. ¡Hablando de perder el punto! En general, las mentiras más efectivas son las más grandes.

El Misterio de Cristo, en evolución, que abarca todo el universo, en el que todos y todas participamos, es el tema de este libro. Jesús es un mapa para el nivel de vida personal y limitado al tiempo, y Cristo es el plano para todo tiempo y espacio y para la vida misma. Ambos revelan el patrón universal de autovaciado y llenado (Cristo), y de muerte y resurrección (Jesús), que es el proceso que hemos llamado “santidad”, “salvación” o simplemente “crecimiento” en diferentes momentos de nuestra historia. Para los cristianos y cristianas, este patrón universal imita perfectamente la vida interna de la Trinidad en la teología cristiana,4 que es nuestro modelo de cómo se despliega la realidad desde que todas las cosas fueron creadas “a imagen y semejanza” de Dios (Génesis 1:26-27).

Para mí, una verdadera comprensión del Misterio de Cristo en su totalidad es la clave para la reforma fundamental de la religión cristiana, que nos moverá más allá de cualquier intento de cercar o capturar a Dios en nuestro grupo exclusivo. Como lo expresa de manera dramática y clara el Nuevo Testamento, “Antes de que el mundo fuera hecho, fuimos elegidos en Cristo […], reclamados como propiedad de Dios, y elegidos desde los comienzos” (Efesios 1:3, 11), “para que así podamos reunir todas las cosas bajo la dirección de Cristo” (1:10). Si todo esto es verdad, tenemos las bases teológicas para una religión muy natural que incluye a todos y a todas. El problema fue resuelto desde el principio. ¡Quítate la cabeza cristiana, sacúdela con fuerza, y vuelve a colocarla!

Jesús, Cristo, y la comunidad amada

El filósofo y teólogo franciscano Juan Duns Scoto (1266-1308), a quien estudie por cuatro años, intenta explicar esta noción cósmica y primitiva cuando escribe que “ante todo, Dios quiere que Cristo seael summum opus dei, o la obra suprema más grande”.5 En otras palabras, la “primera idea” de Dios, y su prioridad, era lograr que la Divinidad fuera visible y compartible. El término usado en la Biblia para esta idea fue Logos, extraído de la filosofía griega, al que yo traduciría como “el plano” o el Modelo Primordial para la realidad. Toda la creación—no solo Jesús— es la comunidad amada, la compañera en la danza divina. Todo es el “hijo de Dios”. Sin excepciones. Cuando lo piensas, ¿de qué otro modo podría ser? De alguna forma, todas las creaturas deben llevar el ADN divino de su Creador.

Desafortunadamente, la noción de fe que emergió del Occidente fue más un asentimiento racional a la verdad de ciertas creencias mentales, en lugar de una confianza calma y esperanzadora en que Dios está inherentemente en todas las cosas, y en que todo esto se dirige hacia un buen lugar. De forma previsible, enseguida separamos las creencias intelectuales (que tienden a diferenciar y limitar) del amor y la esperanza (que unen y, por consiguiente, eternizan). Como dice Pablo en su gran himno al amor, “hay solo tres cosas que perduran: fe, esperanza y amor” (1 Corintios 13:13). Todo lo demás pasa.

Fe, esperanza, y amor son la propia naturaleza de Dios, y siendo esto así, la naturaleza de todo Ser.

Tal bondad no puede morir (que es a lo que nos referimos cuando decimos “cielo”).

Cada una de estas Tres Grandes Virtudes siempre deben incluir a las otras dos para ser auténticas: el amor es siempre esperanzado y fiel, la esperanza siempre es amante y fiel, y la fe siempre es amante y esperanzada. Son la mismísima naturaleza de Dios y, por lo tanto, de todo Ser. En el cosmos, tal completud está personificada en Cristo; y en la historia humana, en Jesús. Así que Dios no solo es amor (1 Juan 4:16), sino también absoluta fidelidad y esperanza en sí mismas. Y la energía de esta fidelidad y esperanza fluye desde el Creador hacia todos los seres creados, produciendo todo crecimiento, sanación, y primaveral reverdecer.

Ninguna religión abarcará jamás las profundidades de tal fe.

Ninguna identidad étnica tiene el monopolio de tal esperanza.

Ninguna nacionalidad puede controlar o limitar este Fluir de amor universal.

Estos son los dones ubicuos del Misterio de Cristo, escondidos dentro de todo lo que alguna vez vivió, murió, y nuevamente vivirá.