El deseo del millonario - Abigail Strom - E-Book
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El deseo del millonario E-Book

Abigail Strom

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Beschreibung

Su única salida era aceptar Era el trato más sencillo del mundo. Lo único que Allison Landry tenía que hacer era salir con el magnate informático Rick Hunter durante unos meses. A cambio, él la ayudaría a financiar su organización benéfica. ¿Cómo iba ella a negarse? Sobre todo, cuando se trataba del hombre más atractivo que había visto jamás. Rick tenía una merecida reputación de soltero recalcitrante. Sin embargo, si seguía comportándose como un playboy, perdería el único hogar que había conocido. Y Allison encajaba a la perfección en su plan, pues ninguno de los dos buscaba una relación estable. Aunque la joven pronto le haría soñar con un futuro juntos...

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Seitenzahl: 233

Veröffentlichungsjahr: 2012

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Abigail Strom. Todos los derechos reservados.

EL DESEO DEL MILLONARIO, Nº 1943 - julio 2012

Título original: The Millionaire’s Wish

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0678-8

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

SERÍA muy difícil robar un banco?

Allison Landry frunció el ceño mirando los informes financieros que tenía sobre el escritorio. Una de los voluntarios, que también era su mejor amiga, acababa de entrar en su despacho con una carta en la mano.

—¿Tan malo es? —preguntó Rachel.

—O podríamos atracar una joyería.

—Con ropa de cuero negra y ajustada —sugirió Rachel—. Podemos contratar a un profesional para que nos ayude. Ya sabes, como los chicos de Ocean’s Eleven. A ser posible, que se parezcan a George Cloony. También podría ser del estilo de Brad Pitt.

Allison sonrió.

—Yo prefiero a Cary Grant en Atrapa a un ladrón, ya sabes que estoy un poco pasada de moda.

Rachel rio.

—Cada vez me seduce más la idea. De acuerdo, ahora en serio. ¿Qué pasa?

Allison suspiró, cerrando los ojos y pasándose las manos por el pelo.

—He tenido un día horrible. Kevin Buckley está de nuevo en el hospital… me lo han dicho esta mañana sus padres. Y las perspectivas financieras para el año que viene son bastante sombrías. Desde que empezó la crisis, han decrecido las donaciones, así que vamos a tener que recortar algunos de los servicios que ofrecemos. Y tendremos que volver a retrasar los planes del Hogar de Megan… esta vez, de forma indefinida. Ya es bastante difícil mantener los viejos proyectos, como para emprender algo nuevo.

Durante años, Allison había acariciado el sueño de construir un centro de retiro para familias con hijos enfermos de cáncer. Había estado a punto de conseguirlo, pero la recesión había truncado sus esperanzas.

—Algún día lo conseguiremos —dijo Allison, en parte a Rachel y, en parte, a sí misma. No podía renunciar a ello. Después de todo, no era la primera vez que se enfrentaba a la dura realidad. Ya había perdido a Megan a causa del cáncer… Cuando se perdía a una hermana con catorce años, se perdía también toda esperanza de que la vida fuera justa…

—Lo siento —murmuró Rachel con gesto cabizbajo.

—Y la expresión de tu cara… ¿tiene algo que ver con la carta que llevas en la mano?

Rachel asintió.

—Odio tener que darte más malas noticias. Es sobre lo que pidió Julie.

—Pero su petición es la más fácil que hemos recibido en muchos años —repuso Allison, frunciendo el ceño—. Solo quiere conocer a ese magnate informático… el hombre que diseñó su videojuego favorito. Rick Hunter, ¿no es así? Vive justo aquí, en Des Moines. ¿Cuál es el problema?

—Hunter se niega a colaborar —informó Rachel, encogiéndose de hombros con impotencia.

—Eso es ridículo —opinó Allison, mirándola sin dar crédito—. No tiene ni que tomar un avión. Tiene las oficinas justo enfrente del hospital. Hasta podría ir caminando. ¿Qué ha dicho?

—Se ha negado. En lugar de eso, nos ha enviado un donativo.

Un donativo. Claro.

El dinero era bienvenido, sí, pensó Allison. Necesitaban todo el que pudieran reunir.

Pero ella estaba segura de que no era la primera vez que aquel pez gordo, presidente y propietario de Hunter Systems, había sacado su talonario en vez de ofrecer su tiempo.

Y, al parecer, su intención era comprarlas para librarse de tener que visitar a una paciente de cáncer.

—Déjame ver.

Rachel le entregó la nota y ella la leyó en voz alta, entre líneas.

—Sintiéndolo mucho, no puedo atender su petición… soy un profesional muy ocupado… no tengo tiempo…

Allison hizo una bola con el papel y la tiró a la papelera, sin encestar.

—Dice que está muy ocupado. ¿Puedes creerlo? Conseguimos que vinieran los jugadores del Green Bay Packers a ver a uno de nuestros niños el año pasado… ¡y durante la temporada de fútbol!

Allison había tenido un mal día y, en ese momento, le pareció que Rick Hunter era un objetivo fácil para descargar toda su frustración.

Y conveniente, pues solo estaba a cinco minutos en coche de su oficina.

Echando la silla hacia atrás, se puso en pie.

—Pareces furiosa —comentó Rachel con preocupación—. No vas a hacer ninguna locura, ¿verdad?

—Eso depende de tu definición de locura. Sólo voy a decirle unas cuantas palabras a…

Rachel abrió los ojos de par en par.

—Vas a gritarle. Vas a tomarla con Rick Hunter. ¡Allison, no puedes hacer eso!

—¿Que no puedo? Dame una buena razón —repuso Allison, apagó su ordenador y agarró el bolso.

Rachel se levantó, nerviosa.

—Es rico, para empezar. Es un donante potencial y es rico. Ha diseñado el juego de ordenador más famoso del mundo. Es un hombre importante.

—Julie también es importante.

—Claro que lo es. Lo que pasa… ¡Mira! —exclamó Rachel, levantando en la mano un ejemplar de la revista People.

—¿Qué?

Rachel abrió la revista y buscó un artículo de dos páginas, con una gran foto y una pequeña biografía debajo.

—Está en la lista de los solteros más codiciados de América —explicó Rachel, como si eso lo explicara todo—. Míralo, Allison. Estarás de acuerdo conmigo en que se pueden hacer cosas mucho más interesantes con este hombre que echarle la bronca.

Allison miró al techo. Cuando Rachel le entregó la revista, le echó un vistazo.

Rick Hunter estaba en una cama deshecha, recostado sobre los codos con una sonrisa, como si estuviera encantado con la persona que hacía la foto. Llevaba pantalones de esmoquin, sin chaqueta y con la corbata aflojada. Eso, unido al pelo revuelto y a su barba de tres días, le daba un aire desenfadado y sensual, como si hubiera estado retozando en esa misma cama unos minutos antes.

Sin embargo, sus ojos no parecían tan despreocupados. Eran verdes, distantes y reservados, con un brillo sensual que debía de volver locas a las mujeres.

A pesar de sí misma, Allison se quedó mirando esos ojos, hipnotizada. Al darse cuenta, le quitó la revista de la mano a Rachel y la tiró sobre la mesa.

—Admito que no está mal —comentó Allison—. ¿Y qué? Espero que no quieras decirme que tengo que ser amable con Rick Hunter porque es una monada.

—Los gatitos son una monada. Y los perritos. Pero este hombre es impresionante. Solo de ver su foto me derrito.

—Sí, claro, es impresionante… y egoísta, malcriado, arrogante…

—No creo que sea así —protestó Rachel—. ¿Has visto el artículo? Ha…

—No me interesa —le interrumpió Allison con firmeza—. Ha dejado en la estacada a una niña con cáncer. No existe excusa para eso. Y es lo que pienso decirle ahora mismo.

—Primero deberías ir a casa y cambiarte —sugirió Rachel, agarrándole de la mano cuando iba a salir por la puerta.

Allison se miró a sí misma. Llevaba una ropa sencilla, la que solía ponerse cuando no tenía reuniones con directores de hospital ni con ricos filántropos: vaqueros y una blusa de franela con un par de tenis gastados.

—No voy a ir a mi casa solo para cambiarme. ¿Es que crees que no me dejarán entrar en su oficina así?

—Al menos, deja que te ponga un poco de maquillaje —se ofreció Rachel, sacando el pintalabios del bolso—. ¡No llevas nada!

—Lo siento. Va a ser una reunión al desnudo —replicó ella.

Rachel volvió a dejar el bolso sobre la mesa.

—No hay ninguna mujer en el mundo que no quisiera arreglarse antes de ver a Rick Hunter. Tú no eres normal, Allison.

—No es la primera vez que me lo dicen.

—De todas maneras, te quiero —afirmó Rachel con un suspiro—. Que lo pases bien echándole la bronca.

Rick Hunter se apartó el teléfono de la cara mientras tecleaba con la otra mano, medio escuchando a su abuela y, al mismo tiempo, prestando atención a la pantalla del ordenador.

—… yo también era rebelde en mis tiempos, para que lo sepas —dijo su abuela—. Si tu abuelo estuviera vivo, podría confirmarlo. Pero no me gusta que la mitad de mis conocidos me llamen para comentarme el artículo de la revista, donde te han bautizado como el «Playboy de América».

Rick se encogió. Había aceptado tomarse esa foto porque había pensado que iba a beneficiar al baile benéfico que su compañía iba a celebrar en el Grand Hotel, seguido de una subasta de solteros. Él no iba a participar en la subasta, nunca lo hacía, pero la revista y su director de marketing lo habían convencido de que la foto le daría al evento una publicidad excelente.

—Yo no lo he escrito, abuela. Y ya te he dicho antes que…

—No estaría tan disgustada, si el artículo no confirmara lo que siempre he sospechado —le interrumpió su abuela—. No tienes ninguna intención de sentar la cabeza, ¿verdad?

—¿Qué? —preguntó él, perdido en lo que estaba leyendo en la pantalla.

—He dicho que no tienes intención de sentar la cabeza. ¡Sales con unas mujeres…! Las descerebradas son lo peor, pero me gustan todavía menos las implacables ejecutivas con las que se te ve a veces. Incluso prefiero a las cazafortunas que eliges de cuando en cuando. No me sentiría orgullosa de que ninguna de las chicas con las que has salido en los últimos años se convirtiera en tu esposa. Aunque creo que no tengo por qué preocuparme, pues nunca has demostrado el más mínimo interés por ellas.

Rick suspiró.

—De acuerdo, abuela, no te gustan las mujeres con las que salgo. Pero no son nada serio para mí, así que no tienes por qué preocuparte.

—¡Mi problema es que mi nieto sigue siendo soltero! ¿Sabes que sueño con el día en que te establezcas aquí y tengas mujer e hijos?

Su abuela se refería a establecerse en la finca de los Hunter, claro, pensó Rick. La vieja y antigua mansión había sido construida por su bisabuelo en 1890. No era el lugar donde él había crecido, pero sí era el sitio que consideraba su hogar. El único en que había sido feliz de veras.

—He estado pensando mucho —continuó su abuela—. Y estoy considerando dejarle Hunter Hall a tu primo segundo.

Rick se quedó petrificado delante del teclado.

—¿Qué?

—Ya me has oído. Jeremiah y su esposa están pensando en tener hijos y les gustaría criarlos aquí. Eso dicen.

—Si Jeremiah ha mostrado interés, es porque estará barajando el precio de la casa en el mercado. A su esposa y a él les importa un comino ese lugar —le espetó él con la mandíbula tensa—. Lo venderán, abuela.

—Eso no es lo que me han dicho —repuso ella—. Y, aunque hubieran pensado eso en el pasado, las cosas cambian cuando la gente decide tener familia.

Rick caviló sobre lo que sería perder Hunter Hall. Tal vez, nunca se lo había dicho a su abuela, pero amaba ese lugar más que ningún otro.

—La casa necesita niños. Si creyera que hay una posibilidad de que tú los tengas…

Su abuela llevaba años esperando que Rick se casara. Él, sin embargo, nunca había estado interesado en el matrimonio. Sus propios padres no habían sido un buen ejemplo y no tenía intención de repetir sus errores. Era mejor mantenerse alejado de esas cosas y centrarse en lo que podía tener bajo control. Su profesión.

Aunque el trabajo no le estuviera resultando del todo satisfactorio durante los últimos años.

Rick se recostó en su asiento. De todos modos, el trabajo era algo que estaba bajo su control, se dijo. Él era el dueño de su compañía.

Por otra parte, el matrimonio, no era controlable. Dos corazones, dos formas de pensar, dos egos… y demasiado riesgo. Era mejor salir con mujeres para pasarlo bien y, cuando empezaba a aburrirse de una, terminar pronto, antes de que ninguna de las dos partes se hubiera implicado demasiado. Para eso, siempre salía con féminas de las que sabía que no iba a enamorarse.

—Solo quiero que seas feliz, Richard.

—Soy feliz —afirmó él. Al menos, estaba a gusto con su vida, pensó. No tenía ganas de hacer cambios.

Lo único que le faltaba todavía por conseguir era Hunter Hall.

—¿Sopesarás, al menos, lo que te he dicho? ¿Qué puede pasarte por salir con una mujer que merezca la pena?

Rick sonrió.

—¿Y por qué iba a querer salir conmigo una mujer que mereciera la pena? —repuso él con más amargura de la que había pretendido.

Su abuela suspiró.

—Si no conoces la respuesta, no seré yo quien te lo diga. Siento lo de Hunter Hall, cariño, pero necesito creer que la casa revivirá de nuevo con risas de niños.

Rick miró a la pared, donde colgaba el cartel original de El laberinto del mago. Él había diseñado la casa del mago basándose en Hunter Hall. Desde entonces, su imagen había sido parte de la carátula del famoso videojuego.

—Es tu casa, abuela. Puedes hacer lo que quieras con ella.

—Lo que me gustaría es que consideraras…

—Sí, ahora tengo que seguir trabajando, ¿de acuerdo?

Te llamaré pronto.

Sin embargo, Rick no siguió trabajando. Se quedó allí sentado, frunciendo el ceño.

Tal vez, era mejor así. Esperar algo que no podía conseguir mediante su propio esfuerzo no era típico de él.

Pero solo de pensar en perder Hunter Hall, algo se encogió en su corazón. Aquella mansión era un sueño de la infancia que todavía albergaba su corazón.

Entonces, se iluminó el intercomunicador.

—¿Qué pasa, Carol? —preguntó él a su asistente.

—Voy a hacer pasar a tu despacho a una mujer que quiere verte —informó Carol con tono irritado.

—Ya sabes que estoy ocupado preparando la presentación de mañana —repuso él—. ¿A quién dices que vas a mandarme?

—Alguien de una fundación. La que tiene ese programa llamado Pide un deseo a una estrella.

Rick sintió el aguijón de la culpabilidad al recordar a esa niña… Jenny o Julie o algo así. Estaba siendo tratada de cáncer y quería conocerlo. Le habían enviado una carta desde una organización benéfica, explicándole quiénes eran y pidiéndole si podía ir a visitar a la niña al hospital.

—Te dije que rechazaras tu petición y les enviaras un cheque.

—Y eso hice, mi capitán —replicó Carol con cierto retintín—. Pero alguien ha venido en persona para hablarte del tema. Se llama Allison Landry.

—Lo siento por la señorita Landry, pero dile que se vaya.

—No.

—¿Cómo que no? —preguntó él, frunciendo el ceño.

—Mira, jefe. Puede que encuentres secretarias dispuestas a echar a una mujer que trata de ayudar a una niña con cáncer, pero yo no soy una de ellas. Voy a hacer pasar a la señorita Landry.

Sin poder dejar de sentirse culpable, Rick persistió. No le apetecía visitar a una enferma de cáncer y sus razones eran solo asunto suyo. Ya había tenido su dosis de madres coraje ese día, entre su abuela y Carol y aquella visita indeseada.

Se la imaginó como una mujer con pelo gris y modales duros, invadiendo el santuario de su despacho para reprenderlo. Era una imagen demasiado insoportable y lo último que estaba dispuesto a aguantar.

—Estoy de mal humor. Si entra, la gruñiré.

—Creo que estará a la altura. Ella te gruñirá como respuesta.

Rick suspiró, seguro de que sería una especie de sargento.

—Está bien. Hazla pasar.

Rick apenas tuvo tiempo de ponerse en pie antes de que se abriera la puerta y Allison Landry entrara en su despacho.

Nunca en su vida se había forjado una imagen preconcebida tan equivocada. La mujer en cuestión era poco más que una niña… y su pelo corto y sedoso le daba el aspecto de un elfo enfadado.

Tenía, también, cuerpo de elfo… al menos, hasta donde él podía ver. Su figura esbelta no se veía demasiado resaltada por aquellos vaqueros y la blusa de franela que llevaba.

No era la clase de mujer que usaba su aspecto para conseguir lo que quería, adivinó Rick. Ni siquiera llevaba maquillaje, advirtió, mientras ella se paraba delante de su escritorio echando llamas por los ojos.

De todas maneras, no le hacía falta. Tenía una piel perfecta… tan suave e inmaculada que tuvo ganas de acariciarla.

Y sus ojos… eran del color del lapislázuli, enmarcados en unas pestañas negras y espesas.

Su boca tampoco estaba mal, evaluó Rick. Ancha y jugosa y dulce, aunque tuviera gesto de disgusto.

Además, parecía muy furiosa. Y estaba claro que el hecho de que él fuera un poderoso magnate empresarial no iba a impedirle contarle por qué.

Allison entró hecha un basilisco en el despacho. Allí se encontró con Rick Hunter, poniéndose en pie para recibirla, impecablemente peinado y sin sombra de barba en la mandíbula.

Era el perfecto ejecutivo y exudaba poder y sofisticación, igual que los muebles de caoba, cuyo precio podía servirle a Allison para pagar un año de alquiler de las oficinas de la fundación. Y su traje… ni siquiera podía imaginarse lo que le había costado. Era obvio que era un hombre amante del estatus y los formalismos.

Quizá, porque así conseguía mantener a la gente a una distancia prudencial.

—Señor Hunter —comenzó a decir ella con tono frío—. He venido a…

Él se acercó, saliendo de detrás de su escritorio. Sin poder evitarlo, Allison dio dos pasos atrás. Era mucho más alto que ella y la diferencia la hacía sentir en desventaja.

—¿Vienes de la Fundación Estrella?

—Soy la directora y…

—¿La directora? —preguntó él, apoyándose en su mesa—. No pareces tener más de dieciocho años.

—Tengo veintisiete —repuso ella con voz heladora—. ¿Quiere ver mi permiso de conducir?

Él sonrió.

–No hace falta. Te creo —repuso él, observándola con atención—. Has venido porque rechacé la petición de esa niña. Supongo que crees que te debo una disculpa.

Allison se puso rígida.

—No me debe nada, ni estoy interesada en una disculpa. Solo quiero saber cuándo va a ir a ver a Julie. Sé que es usted un profesional muy ocupado… —indicó ella, sin ocultar un tono sarcástico— y que el deseo de una niña desconocida no le resulta un incentivo a tener en cuenta. Sobre todo, porque implica pasar una hora entera dedicada a algo que no tiene nada que ver con sus negocios ni con su propio placer…

Rick levantó las manos en señal de rendición.

—Despacio, señorita Landry. Yo no…

—Estoy segura de que no está acostumbrado a sacrificar su tiempo por otra persona. Pero, si tuviera idea de lo mal que lo pasan estos niños en su día a día y del infierno que atraviesan sus familias…

—La tengo —le interrumpió él con dureza.

Allison se quedó callada, mirándolo y él apartó la vista. Era un alivio, pensó ella, pues sus ojos verdes la distraían bastante.

—Puedo imaginármelo, quiero decir —puntualizó él—. Y, a pesar de lo que piensas de mí, no he rechazado tu petición porque sea un egoísta insensible. Mis razones… no son asunto tuyo. Pero no tengo ningún inconveniente en hacer un generoso donativo. Podrás usar parte de ese dinero para comprarle algo a Jenny…

—Se llama Julie —le cortó ella, roja de furia—. Y, quizá, le interese saber que la mayoría de nuestros niños no piden cosas materiales. Sus deseos tienen que ver con personas… quieren conocer a su escritor favorito, a un músico o a un atleta. Casi todos quieren conocer a alguien a quien admiran.

—¿Por qué iba a admirarme Julie? —preguntó él, frunciendo el ceño.

—¿No ha leído su carta? Usted creó su videojuego favorito. A ella le encanta, porque le ha ayudado a sobrellevar unos momentos terribles. El juego conectó con ella y, por esa razón, se siente conectada con usted. Le gustaría conocerlo. ¿Por qué le cuesta tanto comprenderlo? ¿Y por qué diablos no puede apartar una hora o dos para hacerle una visita?

—No —negó él de forma abrupta—. Siento decepcionarte… y a ella. Pero no es posible. Ahora, ¿por qué no hablamos del donativo? Estoy seguro de que una fundación como la suya necesita el dinero…

—No estoy interesada en su dinero.

Allison pronunció las palabras dejándose llevar por su impulsividad. Sabía que lo lamentaría. En su interior, sabía que no debía ser tan orgullosa y debía aceptar el precio del sentimiento de culpa de Rick Hunter. La gente que dirigía obras benéficas no podía permitirse ser escrupulosa y, aunque la mayoría de los peces gordos hacían donaciones para darse publicidad o deducir de impuestos, tenía que hacer la vista gorda. Hasta el momento, ella siempre se había mostrado agradecida por cada penique y no había juzgado las motivaciones de nadie.

Pero, por alguna razón, no estaba dispuesta a dejar que Rick Hunter se zafara con tanta facilidad, aunque rechazar su oferta de dinero fuera a hacerle más daño a ella que a él.

—No puede arreglar esto con su chequera —le espetó ella, tomando aliento—. Va a tener que enfrentarse a la decepción de una niña que ya ha sufrido decepciones de sobra.

—Lo siento —repuso él con un brillo indescifrable en los ojos—. Pero no puedo creer que rechace una aportación económica. Sé que las fundaciones benéficas están sufriendo, más que nadie, las consecuencias de la crisis.

—Intente meterse esto en la cabeza, señor Hunter. No quiero su dinero. Y, ya que no quiere hablar de otra cosa, es mejor que me vaya.

—Espera —rezongó él—. Espera… un momento.

Allison titubeó. Él la miró con intensidad y su mirada escondía, una vez más, algo que ella no pudo interpretar. Se quedó paralizada un momento.

—¿Qué te parece esto? Te enviaré un cheque la semana que viene. Así, te daré tiempo a… —comenzó a decir él e hizo una pausa—. A pensar las cosas. No tendré en cuenta nada de lo que has dicho aquí hoy. Espero que aceptes el donativo, ¿de acuerdo? Estoy seguro de que os vendrá bien el dinero.

Rick Hunter estaba poniéndoselo fácil, pensó Allison. Ella podía salir de allí dando un portazo, tomarse dos días para pensárselo y calmarse y, después, ingresar el cheque en la cuenta de la fundación, sin tener que pedirle disculpas.

—Sí, nos vendría bien el dinero —reconoció ella, tensa—. La Fundación Estrella no está pasando buenos momentos. Pero el dinero solo es una parte de lo que necesitamos. La clave de lo que ofrecemos a los niños es la colaboración de las personas. Cuando nuestros niños piden un deseo, son muy claros. Y van dirigidos a una persona en concreto. Cualquiera puede donar dinero, señor Hunter. Pero Julie quiere conocerlo a usted.

Allison estaba intentando llegarle al corazón al hombre que se ocultaba detrás de aquella fachada de poder y autoridad. Sin embargo, no consiguió nada con sus palabras.

—Lo siento.

—Pero…

—No me gustan los hospitales —explicó él, dando por zanjada la conversación.

Allison se quedó mirándolo.

—A nadie le gustan los hospitales. Por eso es tan importante ayudar a la gente que está confinada en ellos.

—Lo siento —repitió él con gesto frío.

¿Habrían sido imaginaciones suyas cuando le había parecido ver a un hombre de carne y hueso tras esa máscara?, se preguntó Allison.

—Yo también lo siento —dijo ella—. Los padres se sienten impotentes cuando un hijo suyo es diagnosticado de cáncer. Su instinto es protegerlo, pero se ven embarcados en una situación que escapa, por completo, a su control. Por eso es tan frustrante cuando alguien que podría ayudar haciendo un pequeño sacrificio se niega a hacerlo.

—Señorita Landry… —comenzó a decir él, con ese brillo especial de nuevo en los ojos.

—Adiós, señor Hunter.

Allison salió del despacho sin mirar atrás.

A solas en el ascensor, inspiró hondo. Cuando las puertas se abrieron, atravesó el elegante vestíbulo a todo correr, aliviada por poder salir fuera a respirar un poco de aire fresco.

Caminó deprisa, notando cómo el corazón le latía a toda velocidad. Después de cruzar varias manzanas, se dio cuenta de que se había pasado el garaje donde había dejado aparcado el coche.

Se detuvo, se giró y volvió sobre sus pasos.

Se suponía que Allison era una persona amable. Era su trabajo hacer que la gente se involucrara, persuadirlos de que su colaboración era necesaria.

Pero no había logrado hacer mella en la armadura de Rick Hunter. Se había sentido en desventaja desde el momento en que había entrado en su despacho. Algo a lo que ella no estaba acostumbrada.

Y había salido de allí con las manos vacías. Julie se quedaría sin su visita. Y la fundación, sin el dinero. Él se lo había ofrecido y ella lo había rechazado. Era la primera vez que había dicho «no» a un donativo.

Sentándose ante el volante, encendió el motor. Lo más probable era que él enviara un cheque… parecía ser un hombre persistente. Y ella tendría que tragarse su orgullo y aceptar.

No había lugar para el orgullo en su trabajo. No podía dejar que nada, ni siquiera su propio ego, se interpusiera en su objetivo.

¿Por qué había dejado, entonces, que Rick Hunter la afectara tanto? ¿Por qué se había tomado el caso de forma tan personal? Allison se había tragado su orgullo en muchas ocasiones. ¿Por qué no había podido hacerlo con él?

Recordó esos instantes fugaces en que había creído percibir algo en los ojos de ese hombre, bajo su fría apariencia… algo sincero y profundo. Como si, de veras, le hubiera importado Julie. Como si hubiera querido ayudarla.

Esa era la única razón por la que se había quedado tanto tiempo en su despacho. Aunque debía haberse ido cuando se había dado cuenta de que él no iba a ceder. Sin embargo, una parte de ella había querido quedarse, acariciando la posibilidad de hacerle cambiar de idea, de convencerlo.

No solo por el bien de Julie, también por el de él. Habría sido bonito presenciar el encuentro entre el frío empresario y la cálida Julie, capaz de irradiar entusiasmo a pesar de estar exhausta por los tratamientos de quimioterapia. Era imposible que Rick la conociera y no sonriera. A menos que ese hombre no tuviera alma.

Y, de alguna manera, Allison intuía que ese no era el caso.

Sumida en sus pensamientos, pisó de golpe el pedal del freno, a punto de saltarse un semáforo en rojo.

Cuando se puso verde de nuevo, pisó el acelerador con suavidad. No debía darle tantas vueltas a su encuentro con Hunter. Quizá, lo que pasaba era que estaba demasiado sensible después de un día tan largo. Pero, a partir de ese momento, lo vería como a un patrocinador más. Cuando llegara su cheque, lo metería en la cuenta. Lo añadiría a la lista de correo de la fundación y le enviaría una tarjeta de agradecimiento.

Y no tendría que volver a verlo nunca más.

Capítulo 2

CUANDO Rick Hunter iba a pie al trabajo, solía tomar la ruta más directa entre su casa y la oficina. Ese día, tomó un camino más largo que pasaba por delante del Hospital James Memorial.

Después de dieciocho años, podía pasar con el coche por delante del edificio sin que le afectara. Lo veía por la ventanilla docenas de veces a la semana. Pero, en ese momento, se detuvo delante, mirando hacia las ventanas. Todavía recordaba la que había sido de su madre.

En la cuarta planta, la tercera empezando por la izquierda.

Tardó diez segundos en seguir su camino. Tenía los puños apretados dentro de los bolsillos.