El deseo del rey. Un romance en la realeza - Lucy Monroe - E-Book
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El deseo del rey. Un romance en la realeza E-Book

Lucy Monroe

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Beschreibung

Cincuenta citas para decidir... ¡si llevará su corona! Lady Nataliya, cuando era una joven ingenua, firmó un contrato y se prometió a un príncipe. Diez años más tarde, para liberarlos a los dos de ese contrato, provocó un escándalo al prestarse a ser la protagonista de un artículo que contaría las cincuenta citas de una futura princesa. Su plan dio resultado, pero el hermano de su prometido, el viudo rey Nikolai, insistió en que ella cumpliera el contrato de matrimonio... ¡con él! ¿Cuál fue su primera obligación? Completar con Nikolai las citas que faltaban. El impetuoso cortejo era apasionante, pero, independientemente de lo irresistible que fuese Nikolai, Nataliya no podía olvidarse de que no la había elegido la primera para que fuese su reina. El maltrecho corazón de él estaría siempre fuera de su alcance...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2021 Lucy Monroe

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El deseo del rey, n.º 187 - mayo 2022

Título original: Queen by Royal Appointment

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-729-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

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Capítulo 1

 

 

 

 

 

LADY NATALIYA Shevchenko, que estaba fuera de la sala privada del palacio de Volyarus, se sentía más como si fuera a un consejo de guerra que a la reunión familiar a la que tenía que asistir por orden de su tío el rey Fedir… e iban a acusarla alta traición.

Sin embargo, no había hecho nada malo ni legal ni moralmente, aunque no esperaba que el tío Fedir fuera a estar de acuerdo. El rey Fedir no era su tío de verdad. Era primo de su madre, pero los dos se habían criado como si fueran hermanos y él siempre había dicho que era su tío.

Tomó aire, hizo acopio de todo el valor que tenía e hizo un gesto con la cabeza al guardia que había en la puerta para que la abriera. Su mera presencia ya indicaba que en la sala no estaba solo su familia. Para la familia solo se ponía un guardia en cada extremo del pasillo y ese tercero significaba que había más autoridades dentro.

Levantó la cabeza y entró en la lujosa habitación. El rey Fedir estaba sentado, con aire regio, en una butaca tan suntuosa que podría haber sido su trono. Sin embargo, la miraba con un ceño fruncido que no tenía nada de regio. La reina Oxana, a su derecha, tenía una expresión enigmática. También estaba la madre de Nataliya. No obstante, Solomia, condesa de Shevchenko, prima del rey y amiga íntima de Oxana, no ocupaba un lugar destacado.

Su madre estaba sentada en una butaca alejada de todos, al margen del príncipe Evengi de Mirrus, el otro protagonista de esa farsa de juicio. Ya sabría más tarde si lo hacía por decisión propia o del rey.

Observó a los demás asistentes. El príncipe Evengi, exrey de Mirrus, y sus tres hijos estaban sentados enfrente del rey Fedir y la reina Oxana. Aunque el príncipe Evengi había abdicado hacía diez años a favor de Nikolai, su hijo mayor, era quien había ideado el contrato que habían firmado sus padres y ella. En el contrato se estipulaba, entre otros asuntos, que Nataliya se casaría con Konstantin, el segundo hijo de la casa de Merikov.

Esa familia rusa, que según los rumores descendía de los Romanov y los Deminov, había establecido su reino en Mirrus, una isla entre Alaska y Rusia, como Volyarus. Además, tenían otra cosa en común con Volyarus. Su economía se basaba en la extracción de minerales raros y era muy pujante, aunque no tanto como Yurkovich-Tanner, la empresa que sustentaba la economía de Volyarus.

El rey Fedir, a pesar de la ascendencia ucraniana de Volyarus y de una historia conflictiva con Rusia, estaba decidido a cimentar una alianza familiar y empresarial con Mirrus, incluso diez años después de haberse firmado el draconiano contrato.

Los otros dos asistentes eran los hijos de su tío; Maksim, el príncipe heredero, y su hermano mayor, el adoptado príncipe Demyan.

Hubo un tiempo en el que sus familias habían estado muy unidas.

Aunque Nataliya había trabajado para Demyan y había visto a Maks y su esposa cuando pasaban por Seattle, se habían distanciado hacía muchos años.

–Hola, mamá. Tienes buen aspecto –le saludó Nataliya infringiendo el protocolo.

–Gracias, Nataliya. Siempre me alegro de verte.

A Nataliya no le sorprendió que no hubiesen convocado a su padre. Él era, a todos los efectos, un cero a la izquierda en su vida y una persona non grata en Volyarus. Hacía quince años, abandonó a su condesa y a su hija para casarse con su amante.

Después de haber saludado a su madre, prestó toda la atención al rey Fedir y a la reina Oxana e hizo una reverencia impecable entre las dos butacas.

–Tío Fedir, tía Oxana, es un placer volver a veros.

–Nataliya…

Por primera vez, que ella recordara, el rey Fedir se había quedado sin palabras. Cuando el silencio fue alargándose, la reina Oxana miró a su marido y se levantó. Luego, para sorpresa de Nataliya, se acercó a ella y le dio los dos besos tradicionales de saludo.

–Querida, me alegro de verte –la reina pareció sincera–. Ven, siéntate a mi lado.

La reina miró a su hijo Maksim e inclinó la cabeza mientras giraba la muñeca para indicarle lo que quería que hiciera. Maks, aunque era el príncipe heredero, se levantó inmediatamente y se ocupó de que cambiaran los asientos para que la madre de Nataliya se sentara al otro lado de la reina, que dejó claro a todos los presentes su posición en el asunto que iba a tratarse.

El comportamiento escandaloso de Nataliya, que no había sido escandaloso en absoluto. Al rey no pareció gustarle ese giro de los acontecimientos, pero a Nataliya le dio igual.

Hacía quince años ya demostró lo poco que le importaban su madre y ella cuando las obligó a marcharse a Estados Unidos para preservar el buen nombre de la familia real, aunque ninguna de las dos tuviese la culpa de que la prensa hubiese arrastrado sus nombres por el fango.

Nadie dijo nada durante unos minutos interminables en los que los dos reyes mayores miraban a Nataliya con una expresión de censura. No obstante, el rey Nikolai tenía una cara de póquer solo comparable a la de la reina Oxana. Nataliya no tenía ni idea de lo que pensaba el rey de Mirrus sobre ese proceso y lo que lo había provocado, pero hasta su expresión indescifrable le despertaba cosas por dentro que deseaba, por enésima vez, que no le despertara.

Además, le importaba lo que pensara. No era el hombre con el que debería casarse, pero sí era el único hombre de la familia Merikov que le importaba lo que opinara.

El rey Fedir frunció el ceño cuando ese silencio, claramente estratégico, no la obligó a hablar.

–¿Sabes por qué estás aquí?

–Prefiero no imaginármelo.

–Firmaste un contrato por el que te comprometías a casarte con el príncipe Konstantin.

–Es verdad. Hace diez años.

Ella lo añadió en un tono que dejaba muy claro, lo que le parecía haber estado esperando diez años para que se cumpliera el contrato y, aun así, tenía que estar allí. ¿Por qué? ¿Por haber salido con un par de hombres? La verdad era que había buscado esa reacción, pero…

El príncipe Evengi dejó escapar un sonido muy poco principesco.

–Entonces, explícate.

Nataliya se levantó y le hizo una reverencia para cumplir con los detalles más protocolarios.

–¿Qué quiere que explique? –le preguntó ella mientras volvía a sentarse.

–¡No te hagas la tonta! –bramó él.

El rey Nikolai le dijo algo en voz baja a su padre, quien asintió bruscamente con la cabeza. El príncipe Konstantin, heredero al trono de su hermano, frunció el ceño a Nataliya.

–Sabes muy bien por qué se te ha convocado, por qué todos hemos tenido que hacer un hueco en nuestras agendas para ocuparnos de este embrollo.

–¿De qué embrollo hablas? –le preguntó ella sin inmutarse.

¿Le había hecho una reverencia a él? No y no se la haría jamás. Ese hombre vivía por y para la empresa que generaba casi toda la riqueza de su país. Se había tomado un tiempo insignificante para sus asuntos y ella no había envidiado a las mujeres con las que se había acostado.

Hacía diez años, ella había firmado ese contrato draconiano por dos motivos igual de importantes. Diez años en los que ese hombre ni siquiera había encontrado un hueco en su agenda para anunciar el compromiso. Diez años en los que ella había vivido en un punto muerto que, sinceramente, no le había incomodado lo más mínimo.

Sin embargo, no le gustaba tanto la situación ambigua de su madre. Una de las cláusulas del contrato decía que la condesa Solomia podría volver a Volyarus cuando su hija se hubiese casado con el príncipe de la casa Merikov. Como no se había formalizado el compromiso, y mucho menos el matrimonio, eso no había sucedido.

El segundo motivo no había tenido un resultado mejor. Ella había esperado que al comprometerse con Konstantin, desaparecerían esos sentimientos tan inadecuados hacía su hermano casado.

–De este embrollo.

Konstantin tiró la revista de moda donde se publicaba el artículo Las cincuenta primeras citas de una futura princesa.

–Príncipe Konstantin, ¿acaso vas a afirmar que no has salido con nadie durante estos diez años? Tengo un archivo lleno de fotos que atestiguan lo contrario.

–¿Has hecho que me siguieran? –preguntó él levantándose con furia.

Su hermano lo agarró del brazo e impidió que el príncipe cruzara la habitación.

Ella debería haberse sentido atemorizada, pero había vivido años en casa de su padre y los gestos airados no le impresionaban… y su título de príncipe tampoco. Se había criado en la familia real de Volyarus hasta los trece años y nunca había dejado de formar parte de la nobleza.

–A lo mejor te gustaría explicarlo a ti, tío Fedir…

La voz le salió en un tono gélido por la rabia, aunque no lo lamentó lo más mínimo.

El rey de Volyarus hizo un gesto de fastidio cuando su propia familia y la otra familia real lo miraron con distintos grados de indignación y censura.

–Sí, hicimos un seguimiento del príncipe Konstantin, pero no fue nada reprochable –él hizo un gesto con una mano–. Estoy seguro de que vosotros también velasteis por vuestros intereses.

Él señaló a Nataliya con un gesto de la cabeza, pero no le ofendió que se refiriera a ella en esos términos. Hacía mucho que el rey no tenía la capacidad de hacerle daño.

–¿Le contaste a tu sobrina tus averiguaciones?

El rey Nikolai se lo preguntó en un tono de cierta censura, aunque sin que le extrañara lo que había hecho el otro rey. Nataliya lo habría respetado más si también hubiese censurado un poco a su hermano, y él debió de notarlo de alguna manera porque la miró de una forma rara.

–No –contestó el rey Fedir en tono tajante.

–Entonces, ¿cómo…?

–Creo que puedo contestarlo –intervino el príncipe Demyan.

–¿Cómo? –le preguntó el rey Fedir a su hijo con un gruñido.

–Sabes que empleo a piratas informáticos para que… velen por nuestro intereses –contestó el príncipe Demyan sin importarle reconocerlo en tan singular compañía.

El rey Fedir asintió con la cabeza.

–Nataliya es una de esas piratas.

–La mejor –añadió Nataliya–. Modestia aparte…

Demyan le sonrió. Seguían siendo amigos aunque ya no eran como hermanos.

–Sí, la mejor.

–¿No le encargarías que vigilara a su prometido? –preguntó el rey aterrado solo de pensarlo.

–No es mi prometido –replicó Nataliya con firmeza.

–¡No! –exclamó Demyan al mismo tiempo.

–Entonces, ¿cómo…?

Su tío la miró. Le había hecho la misma pregunta la primera vez que ella le enseñó las fotos. Ella no le contestó entonces porque no quiso que un sermón hiciera olvidar el motivo de la conversación. Hacía tres meses todavía había esperado que él hubiese pensado un poco en la felicidad de ella, pero ya no se hacía ilusiones.

–Me gusta practicar mis conocimientos –ella se encogió de hombros–. Estaba ojeando unos archivos y vi uno con su nombre.

Todos los presentes parecían atónitos.

–¿Entraste en los archivos privados del rey? –le preguntó Nikolai en un tono neutro.

Sin embargo, su voz profunda le retumbó por dentro. Si ella hubiese podido elegir a una persona para que no estuviera en esa farsa, habría sido el rey Nikolai de Mirrus.

–No exactamente. Entré en los archivos de Demyan. En realidad, estaba buscando fallos de seguridad para solventarlos. Aprecio a Demyan y no quería que fuese vulnerable a otros piratas.

–Gracias –dijo Demyan entre los gestos de asombro y censura de los demás.

–Entonces, como estabas enfadada porque mi hijo no te había prestado atención desde que firmasteis el contrato, y en un ataque de celos y agravio, ¿decidiste ponerlo en evidencia?

Ella miró fijamente al exrey de Mirrus y sin dar crédito a lo que acababa de oír.

–¿De verdad cree que estaba celosa? –le preguntó ella sin disimular la gélida incredulidad.

–Naturalmente –contestó Konstantin sin hacer caso de su tono–, pero calculaste mal mi reacción.

–¿De verdad?

–Tu subasta semanal online de todo lo que te mandaba para intentar cortejarte antes de que se anunciara nuestro compromiso oficial me puso en ridículo.

Esos regalos tan… halagadores habían empezado a llegarle un mes después de que le pidiera al rey Fedir que renegociara las condiciones del contrato que, con toda certeza, había promovido él. Ese intento de cortejarla por parte de Konstantin había sido impersonal e hipócrita.

–Lo que se saca va a una organización benéfica que se lo merece.

A ella no le parecía mal la dirección que había tomado la conversación y tampoco le importaba que a Konstantin le pareciera ofensivo lo que hacía con los regalos.

Maksim dejó escapar un expresivo improperio en ucraniano que escandalizó a las personas que tenía cerca, pero estaba mirándola con un respeto reticente. Nataliya sonrió al hombre que había sido como un hermano hasta que ella tuvo trece años y la apartaron.

Él se rio.

–¿Te parece divertido? –le preguntó el príncipe Konstantin con rabia.

–Sí, me parece una situación cómica –contestó Maksim con franqueza.

Nataliya se preguntó si el futuro rey de Volyarus sería más juicioso que su padre y entendería lo desmesurada que era la reacción de todo el mundo. Ella, efectivamente, había contado con alguna reacción, pero esa le parecía arcaica, fanática y ridícula. Nada de todo eso habría ocurrido si casi todos los hombres que había en esa habitación no tuvieran un doble rasero.

–¿Crees que tu prima es graciosa aunque sus actos hayan tirado por tierra los planes de fusión de nuestras familias? –insistió Konstantin.

–Pero sí habrá una fusión empresarial –contestó Demyan antes de que lo hiciera su hermano–. Los dos países salen beneficiados, pero, sobre todo, Mirrus no puede echarse atrás. Las repercusiones serían devastadoras para Mirrus Global y la economía de tu país.

–No me casaré con ella –replicó Konstantin en tono tajante.

Su padre pareció dolido y su hermano, el rey, frunció el ceño, pero el júbilo se adueñó de Nataliya. Había ganado porque, independientemente de lo que quisieran los allí presentes, sus palabras la habían exonerado de la promesa y, en definitiva, eso era lo que le importaba. Había firmado en contrato de buena fe cuando tenía dieciocho años y no había querido limitarse a incumplirlo. Su integridad no se lo habría permitido, ella no era su padre.

De repente, el rey Fedir le pareció viejo y cansado, como no se lo había parecido nunca.

–Eso era exactamente lo que querías, ¿no? –le preguntó él.

–Podría haberse hecho sin insultos ni dobles varas de medir, pero sí.

–Pensé que querías que tu madre volviera a su país –replicó el rey Fedir.

–Hace diez años, lo deseaba más que nada en el mundo. Yo también quería volver o, al menos, poder visitarlo con frecuencia.

–¿Y qué ha cambiado? –le preguntó el rey Fedir en un tono cansino.

–Por fin, mi madre está conforme con su vida en Estados Unidos.

–¿No quieres volver a tu país? –le preguntó la reina Oxana a su mejor amiga.

Su madre se levantó irradiando dignidad y Nataliya se sintió orgullosa de ella.

–Ahora, mi país es Estados Unidos.

–No puedes decirlo sinceramente.

La reina Oxana tuvo el descaro de parecer dolida cuando no hizo nada para evitar el exilio de su madre y ella hacía quince años.

–Sí, lo digo sinceramente.

–Es verdad –añadió Nataliya con ganas de llorar de alegría y satisfacción–. Tu marido y tú nos exiliasteis por los pecados de mi padre. Aunque el rey sabía lo importante que era esa cláusula para nosotras, no hizo nada para presionar y que se llevara a cabo el matrimonio.

–Eras demasiado joven para casarte cuando lo firmaste –explicó la reina Oxana con angustia.

–¿No era demasiado joven para firmarlo? ¿No era demasiado joven para que me utilizaran como una marioneta? –preguntó Nataliya sacudiendo la cabeza con incredulidad.

–Todos tenemos que cumplir nuestras obligaciones –contestó la reina sin convencimiento.

–Nuestras obligaciones incluían el exilio. Ahora, mirando atrás, me doy cuenta de que pedirle más a mi hija fue obsceno –replicó su madre con tanta dignidad como cualquier reina.

–Sabes por qué tuvimos que pediros ese sacrificio –intervino el rey Fedir.

–No, jamás entendí tu decisión de sacrificarme cuando fui una hermana para ti como Svitlana no lo fue nunca. Pasé años llorando la pérdida de mi país, pero ya he dejado de llorar.

–¿Y habéis decidido incumplir el contrato? –preguntó Nikolai en un tono de decepción y descontento evidentes.

–Mi madre me dijo hace cinco años que no creía que volviera a Volyarus para siempre aunque pudiera –contestó Nataliya mirándole a los ojos.

Él frunció el ceño con aire pensativo.

–Entonces, ¿qué te impulsó a salir con hombres y a rechazar públicamente los intentos de mi hermano de cortejarte?

–Hay tantas inexactitudes en esa pregunta que no sé por dónde empezar.

–Inténtalo, por favor.

–Primero, jamás estuve comprometida con tu hermano. Estaba contratada para que me comprometiera y casara con él en una fecha indefinida. No fue una negociación del contrato muy buena –añadió como pulla al rey Fedir–. Podía salir cuando quisiera y con quien quisiera.

Podría haberse acostado con quien hubiera querido. No había tenido la obligación de haber ido virgen al matrimonio y tampoco se estipulaba que tuviera que ser casta y no tener vida social hasta que se casara. Se había leído el contrato entero antes de ponerse a redactar el artículo.

–Sin embargo, no habías salido con nadie antes de eso –replicó Nikolai dejando claro que su familia la había vigilado.

–No quería arriesgarme a llegar a sentir alguna atracción sentimental que complicara o hiciera imposible que cumpliera mi promesa.

–Muy inteligente.

–Entonces, por oposición, ¿no te parece que tu hermano ha sido muy necio? –preguntó ella.

Konstantin dejó escapar un improperio y Nikolai lo miró antes de mirar a Nataliya otra vez.

–Si tenemos en cuenta el resultado de sus decisiones, eso está claro.

–¿Mis decisiones? –preguntó Konstantin con rabia–. Hacía todo lo que podía para proteger los intereses económicos de nuestro país y conservar la independencia. ¿Qué tiene de malo?

Nataliya habría estado de acuerdo con él si no hubiese sido por dos pequeños detalles. Él había tenido aventuras y se había comportado como un majadero por las inocentes citas de ella.

De no haberlo hecho, quizá se hubiese sentido obligada a cumplir el contrato.

–Has dicho «primero» –siguió Nikolai sin hacer caso a su hermano–, ¿qué otras inexactitudes hay en mi pregunta?

–Segundo. Es evidente que hice lo que hice porque no quería casarme con un hombre que era tan poco íntegro como mi padre.

–¡No soy como tu mujeriego padre! ¡No estábamos prometidos!

Nataliya miró a Konstantin con el ceño fruncido.

–Entonces, ¿por qué te niegas a casarte conmigo por haber salido con otros hombres cuando tú estabas acostándote con otras mujeres?

Konstantin abrió la boca y volvió a cerrarla sin decir nada.

–¿Algo más? –le preguntó Nikolai a ella.

–¿Crees que esperar diez años para cumplir las condiciones de un contrato es actuar de buena fe con ese contrato? –le preguntó ella en vez de contestar.

–Se dieron circunstancias… –le recordó Nikolai casi con amabilidad.

–El infarto de tu padre, tu ascensión al trono y que tu hermano se viera obligado a asumir más responsabilidades en la empresa.

–Efectivamente.

–Eso fue hace ocho años.

–Estábamos de luto –intervino Konstantin en tono despectivo–. ¿No pretenderías que hiciéramos un comunicado oficial en ese momento?

Se refería a la muerte de la esposa de su hermano, la reina, e intentaba rebajarla, pero ella no iba a permitir que la rebajara.

–Lo habitual es que el luto dure un año.

Habían sido cinco y no hacía falta que lo dijera porque lo sabía todo el mundo. Una vez más, la espera de diez años estaba injustificada… para ella y para su madre.

–Nadie de Volyarus se dirigió a mí para que formalizara el compromiso –alegó él.

–¿Quieres decir que solo cumples las condiciones de un contrato cuando te obligan?

–Has reconocido que no querías casarte –le acusó él en vez de contestar la pregunta.

–No quiero.

Ella no había querido nunca casarse con ese hombre, pero sí había querido que su madre pudiera volver con su familia, aunque había acabado dándose cuenta de que su madre y ella estaban mejor sin una familia que podía deshacerse de ellas sin pestañear.

–Si no querías casarte con mi hijo, podrías haber sido menos escandalosa para conseguirlo –el príncipe Evengi pareció más desconcertado que enfadado–. Podrías haber rescindido el contrato.

Ella miró a su tío antes de contestar.

–Le planteé al rey Fedir mis deseos de hacerlo y me amenazó con retirarle el respaldo económico a mi madre.

–¿Y no te preocupa que lo haga ahora? –le preguntó Nikolai mirando al rey Fedir de soslayo.

–Podría hacerlo, pero creo que todos los presentes saben hasta dónde estoy dispuesta a llegar para protegerla.

–¿Estás amenazándome, muchacha? –le preguntó el rey Fedir en un tono dolido.

Ella lo miró con frialdad y con la esperanza de que esa mirada le transmitiera lo poco que le importaba que se sintiera dolido después de lo que le había hecho pasar a su madre.

–Estoy diciendo que todos los actos tienen consecuencias y que te garantizo que no querrías vivir con las que se derivarían de que hicieras algo tan reprobable.

–¡Solomia, habla con tu hija! –exclamó el rey Fedir.

–Estoy muy orgullosa de ti, Nataliya. Lo sabes, ¿verdad?

–Sí.

–No me refería a eso –replicó el rey Fedir con el ceño fruncido.

–¿Te molesta que tenga ese carácter implacable tan típico de tu familia? –le preguntó Solomia.

Nikolai miró a Nataliya con una expresión casi de curiosidad.

–Pero hiciste una promesa, firmaste el contrato.

–Es verdad.

–Y te tomas muy en serio tus promesas.

–Sí.

Por eso necesitaba que el príncipe Konstantin rescindiera el contrato.

Ella ya no sentía la responsabilidad de compensar el comportamiento de su padre, pero sí seguía sabiendo muy bien lo que era el deber. Era posible que hubiese estado exiliada, pero seguía perteneciendo plenamente a la familia real.

–Ella quería incumplir el contrato –comentó Konstantin–. No puede ser tan ética…

–Al contrario, mi sobrina me pidió que renegociara las condiciones porque creía que si yo lo proponía, tú estarías más dispuesto a aceptarlo. En ningún momento nos dio a entender que se limitaría a incumplirlo –intervino el rey Fedir con una expresión amenazante.

Nataliya no entendía por qué insistía en considerarla su sobrina. Habría pensado que el rey Fedir querría distanciarse de ella al llegar a ese punto, como había hecho hacía quince años.

–Pero te negaste –dijo Nikolai asintiendo.

–Sí, y fui tonto.

Nataliya estuvo de acuerdo. Su tío había sido tonto al creer que se quedaría de brazos cruzados cuando, en su opinión, no deberían haberle pedido que firmara ese maldito contrato.

–Pero recaudamos mucho dinero para la organización benéfica favorita de mi madre y la tía Oxana –comentó ella casi sin ironía.

Esa organización ayudaba a las familias para que pudieran estar cerca de los hijos que recibían tratamiento contra el cáncer u otras enfermedades y también era muy querida para Nataliya.

–Al margen de todo eso, sigues sintiéndote obligada por las condiciones del contrato, ¿no? –le preguntó Nikolai.

–El príncipe Konstantin ha manifestado, delante de testigos, que no tiene intención de cumplir las condiciones –contestó ella mirándolo fijamente como si no supiera adónde quería llegar.

–Es verdad.

Ella sonrió con alivio porque el rey de Mirrus no iba a obligarle a casarse con su hermano.

–Pero el contrato sigue en vigor –añadió Nikolai en un tono que no admitía discusión.

El asombro hizo que Nataliya se sintiera aturdida por el miedo que se adueñaba de ella.

–Tu hermano ha impugnado el contrato –le recordó ella, aunque Nikolai ya lo había reconocido–. No estoy obligada a casarme con él.

–Pero sí estás obligada a casarte con un príncipe de la casa Merikov –replicó Nikolai.

Todos contuvieron la respiración y su padre le preguntó qué quería decir, pero Nikolai no hizo caso a nadie y tenía la mirada clavada en Nataliya.

Ella le daba vueltas a la cabeza e intentaba dilucidar qué había querido decir. Desvió la mirada hacia Dimitri, el más joven de los príncipes Merikov. Sus amigos lo llamaban Dima y ella se consideraba uno de ellos. Se habían visto poco, aunque se había comunicado con él, mediante mensajes de texto o correos electrónicos, más que con Konstantin.

Dima no había terminado todavía los estudios universitarios y miraba a su hermano mayor con un espanto absoluto.

–No voy a negociar algo así con un muchacho.

–Tú tenías cuatro años menos cuando firmaste ese contrato hace diez años –replicó Nikolai.

–Y sigo deseando volver a mi país. Y tampoco soy esa jovencita.

Además, no permitiría que le hicieran a Dima lo que le habían hecho a ella. Apreciaba al príncipe de veintidós años.

–Lo firmaste independientemente de los motivos que tuvieras. Tendrías dieciocho años, pero no eras menor de edad. Estás obligada a cumplir sus condiciones a no ser que las dos partes acuerden cambiarlas.

–No me casaré con ninguno de tus hermanos.

–Me alegro de que no me hayas incluido en tan categórico rechazo.

Él sonrió, pero pareció más un depredador que enseñaba los dientes.