El día que secuestraron a la presidenta - Rubén René Macchi - E-Book

El día que secuestraron a la presidenta E-Book

Rubén René Macchi

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Beschreibung

Las ficciones pueden convertirse en realidades. La historia reciente de la Argentina, con sus cambios ideológicos, permite soslayar en el tiempo venidero, una conversión dramática de sus costumbres y de sus formas de vida. Polémica, estructurada sobre hechos y dependencias sicológicas del poder y de los ciudadanos, la novela nos lleva de la mano hacia un país dominado por una Dinastía extendida a través de décadas. Una Buenos Aires desolada, cubierta en su mayor parte por asentamientos, está excluída del poder que permanece aislado en Puerto Madero News. La soledad. la pasión y los sueños se entrecruzan cotidianamente dejando un vacío en el camino hacia la eternidad.

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Seitenzahl: 314

Veröffentlichungsjahr: 2016

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rubén rené macchi

El día que secuestraron a la Presidenta

Editorial Autores de Argentina

Macchi, Rubén René

El día que secuestraron a la presidenta / Rubén René Macchi. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2016.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-711-701-1

1. Narrativa Argentina. 2. Novela. I. Título.

CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail:[email protected]

Diseño de portada: Justo Echeverría

Diseño de maquetado: Inés Rossano

a mi esposa

maría

compañera de toda una vida

Índice

uno

dos

tres

cuatro

cinco

seis

siete

ocho

nueve

diez

once

doce

trece

catorce

quince

dieciséis

diecisiete

dieciocho

diecinueve

veinte

veintiuno

veintidos

veintitres

veinticuatro

veinticinco

veintiseis

UNO

Maria de las Nieves dejó el libro de historia apoyado sobre un sillón de cuero ruso, se irguió lentamente, volcó su mirada sobre la asistenta coronel que permanecía como era habitual junto a la puerta que separaba la gran sala de las secretarías de gobierno y fué hasta los ventanales, enormes, de vidrios polarizados, hechos en Europa y traídos por su padre cuando construyeron el fastuoso edificio de 50 pisos sobre una isla artificial adentro mismo del Río de la Plata. El atardecer de ese día de invierno, claro, sin nubes, permitía una vista de la majestuosa Buenos Aires, y más aún de Puerto Madero News, con decenas de edificios iluminados que daban la visión de una catedral simbólica del progreso y de la fiesta. Años atrás, en el esplendor de su gobierno, cuando aún vivía su marido, muchas noches sentía que estaba atrapada en una ciudad misteriosa donde más de veinte millones de seres humanos transgredían los dictados de su reinado pero terminaban siendo afines a toda la problemática que su abuela había impartido cincuenta años atrás. Después de unos minutos volvió sobre sus pasos y en el gran escritorio de hierro con filetes de oro apoyó su mano izquierda y bastó para que las dos secretarias irrumpieran en forma inmediata. Lo hicieron por otra puerta, no donde se encontraba de pie la asistente, sino hacia la izquierda de uno de los vértices de la gran sala, donde se veía a través de los ventanales la enorme ciudad. El divisorio se abría en forma automática con solo apoyar cualquiera de sus dedos sobre el vidrio digital. Denisse, la más alta de las dos muchachas, de pelo rubio, delgada, medía muy bien los pasos cuando la Presidenta solicitaba su presencia. Sabía que no le agradaban los apuros. Su acompañante, Betiana, portaba en una de sus manos una carpeta forrada de piel negra en cuyo interior, en hojas blancas, sin líneas, solo con fechas escribía lo que Denisse recibía de María de las Nieves. Generalmente eran instrucciones para los delegados, una veintena de hombres y de mujeres instalados en los pisos 48 y 47. En el 49, al cual se podía llegar únicamente desde el piso 50 por un ascensor interno, la Presidenta tenía una gran sala con pantallas inalámbricas y un HVR, la última palabra en transmisiones de alta potencia con el que se podía comunicar al instante con los jefes de gobierno de todo el mundo. Nadie penetraba al lugar salvo Denisse y el robot Angel que se ocupaba diariamente de la limpieza. Junto a la sala, dividida por telas de fibra óptica, una suite de más de cien metros y dos toilettes con jacuzzi y aguas termales traídas regularmente desde Santiago del Estero eran su delicia personal. La Presidenta confiaba en Denisse mucho mas que en los propios delegados, algunos de los cuales los heredó de Cesar, su padre, que gobernó Argentina durante veinticinco años. La torre donde estaban instalados los funcionaríos de su gobierno fue la idea maquiavélica de un ministro de la construcción que debido a los desordenes que se producían en Plaza de Mayo donde acampaban desde hacía tiempo vagabundos y hambrientos, convenció a Cesar de construir la casa de gobierno en el rio, lejos de los inadaptados. La vieja Rosada, símbolo del poder durante mas de doscientos años se convirtió así en un museo para turistas extranjeros.

Era julio del año 2072, faltaban apenas tres días para que se reunieran en el Congreso los representantes elegidos por los doce gobernadores vitalicios de los distintos estados en que Cesar había dividido el país, y la Presidenta temía por las intrigas y complots que sus asesores consideraban inexistentes. Había ordenado al jefe Supremo de Inteligencia un informe exhaustivo de los congresales que decidirían setenta y dos horas después si aceptaban que gobernara un nuevo período de diez años. La última vez, tras la muerte de su marido, ocurrida mientras esquiaba por laderas nevadas de un cerro en San Martín de los Andes nadie fomentó algún tipo de oposición. Respetaron su luto, y es mas, aclamaron eufóricos en el Congreso que votarían por una María eterna. Denisse consideró que ese día resultaba extraño porque la Presidenta no había concurrido a su despacho durante la mañana y cuando permanecía largas horas en el piso cuarenta y nueve sin comunicarse con funcionarios, a último momento descontrolaba su pasividad y pedía hablar a los ochenta millones de habitantes de la Argentina. Era su pueblo, decía, “necesito estar junto a ellos, contarles como estoy, el luto lo llevaré para siempre en mi corazón, pero eso no significa que abandone la lucha. Si falta agua, tendrán agua, vaciaremos el rio de la Plata para llenar los campos de los once estados del centro y del norte.” Cuando necesitaba esa comunicación los canales televisivos y sus redes a lo largo del país detenían la programación habitual y ella encendía la mecha de sus deseos. Su dialogo solía durar una hora y en ese tiempo, sagaces ex pertos intervenían con mecanismos sofisticados para medir quienes apagaban los aparatos y quienes eran fieles escuchas de su fervor.

-¿Que noticias tenemos de inteligencia? ¿Ruanof informó algo?

Denisse apenas despegó los labios. –Presidenta, el Ministro no ha informado todavía, pero los delegados trabajaron en la clasificación y se calcula que de los quinientos congresales asistirán la mayoría. Algunos están enfermos y diez en el exterior viajando por cuestiones comerciales. Los únicos dos opositores permanecen en Montevideo asistiendo a un congreso latinoamericano.

La Presidenta, decidida a sostener su política de crecimiento no deseaba que algunas sospechas filtradas a través de los sensores de opinión se convirtieran en realidad y que los registros fueran tergiversados por especialistas del norte que operaban desde Paraguay ubicados en torres transmisoras. Estaba convencida que la suya era una lucha constante contra los enemigos del país , historia patética que también habían sufrido su padre y su abuela. La dinastía de su familia, iniciada en el siglo veintiuno, había transformado la vieja fantasía de la democracia en una verdadera caldera de realidades donde todo se hacía en tiempo y forma, sin mezquindades, a fuerza de una voluntad inquebrantable. Décadas atrás resultaba imperioso lograr que la gente no reflexionara demasiado, tampoco que fueran autómatas, sino alumnos que rechazaran las mentiras de una prensa amarilla que felizmente había muerto durante la presidencia de Cesar. Nada había sucedido de la noche a la mañana. Los cambios verdaderos necesitan de tiempo y de maduración y por eso mismo hubo que acallar las protestas, silenciar las reacciones en cadenas que cincuenta años atrás utilizaban los denominados políticos de raza para impedir la distribución equitativa de los alimentos. Ahora florecía la paz y aunque tenía sus dudas sobre una marcha popular por el aniversario de la muerte de Eva Perón, creía en la fortaleza y la disciplina de sus principales colaboradores.

-Citen para mañana al consejero de las Fuerzas Armadas.

Betiana, presurosa, de pie, abrió la carpeta forrada en piel y anotó. Enseguida, ante un gesto de la Presidenta fue tras Denisse y abandonaron el lugar.

Estaba sola, otra vez. Pero desde las alturas sabía que dominaba, que no existían posibilidades de que se produjeran hechos anormales. Las pocas reacciones populares habían sido neutralizadas en el 2040 cuando su padre, con mano dura, sin miramientos, confinó en la lejana Antártida a mas de cinco mil revoltosos. Algunos historiadores extranjeros, descendientes del liberalismo decadente del siglo veinte mantenían engañados a sus lectores adjudicándole a Cesar el mote de dictador. Nada más irreal. Fueron días de agitación donde se puso en peligro la paz , la Dinastía, el progreso, que todos tuvieran asegurada una asignación mensual digna y no dependieran de comerciantes y ganaderos que vivían del hambre desatada en Europa y Asia tras la furiosa guerra santa de los árabes. Ahora todas las exportaciones estaban regidas por una única concepción: fifty-fifty. Las retenciones obligatorias e insalvables, habían sido impuestas después de una recesión que obligó al Estado a apoderarse del dinero de bancos y cooperativas. Ahora todos sabían de los valores, cada país tenía su moneda y el dólar y la libra esterlina que utilizaban los autócratas de antaño habían sido reemplazados por el michin de China y el yenyen de Japón. La Presidenta conocía que su dominio era virtual, dependía de una conducta férrea, de delegados y congresales convertidos en súbditos aplaudidores y que su sentimiento sobre la identidad de los demás se basaba en el enfrentamiento. Su abuela, reelegida en el 2019, tras el bochorno de un mandatario bailarín había sido un ejemplo de cómo se debe gobernar y de que el odio hacia los enemigos era la única forma de convertirse en amiga de su pueblo. Le hubiera gustado que en ese momento su tía Isabel, la hermana de su padre estuviera en Buenos Aires para romper la monotonía de su esquiva soledad. Pero Isabel se movía por Nueva York conectada con cineastas y ausente de las problemáticas del país. A pesar de sus noventa y dos años, coqueta y divertida, escapaba de los inviernos del hemisferio sur y vivía los veranos en la Quinta Avenida o en las calles románticas de París. Ella no podía hacerlo. Le hubiera gustado, pero desde hacía un tiempo el Ministro Consejero urdía la posibilidad de peligros en cualquier país ajeno a la República. Su coquetería le provocaba en algunos momentos súbitos deseos de salir de la fortaleza y trotar por las calles de Buenos Aires. No era posible, claro, porque aunque decidiera hacerlo no se lo iban a permitir. Del quinto piso a la planta baja, los oficiales y las tropas de elite dirigidas por los Procuradores pondrían en alerta máxima a toda la ciudad. En ese momento, absorvida por tentaciones que se le escurrían por el cuerpo apenas escuchó el sonido de su perceptor que pendía de una de sus muñecas. Cuando vio la imagen de Vangou, dejó de lado sus corazonadas y se sentó en el gran sillón de cuero ruso donde el libro de historia continuaba entreabierto y dado vuelta. Lanzó una pequeña sonrisa, sabía bien que el la veía. Pero demoró en apretar el minúsculo botoncillo que permitiría iniciar la conversación. Eso le agradaba. La importancia de que los demás tuvieran segundos, minutos y hasta horas aguardando que los atendiera. Al final cedió. Vangou era el mandamás del Congreso y muy joven. Le encantaba su sonrisa, la forma espontánea de responder a cualquier tema de política y economía, aunque todos sabían de sus desconocimientos antológicos y de una manía ancestral de mentir y de robar, hasta en los mas minúsculos de los casos. Pero María de las Nieves creía en el. Y eso bastaba.

-¿Dónde estás?

Del perceptor salió una risa, entrecortada, astuta y pícara.

-En el Congreso, preparando la reunión de mañana. Quería notificarle Presidenta que los congresales ya comenzaron a llegar-Tendremos algunas faltas por las dificultades que existen en la compañía aérea, pero se encuentra todo resuelto. La unanimidad es absoluta, superamos el setenta por ciento de hace diez años. La Presidenta tomó el libro de historia entre sus manos y mantuvo silencio por unos segundos.

-Estoy leyendo a Donatelo, un engreído de principios de siglo. Mentía y difamaba. Pero al final de su vida terminó admitiendo que mi abuela Victoria había conseguido soltar las cadenas del imperialismo. Vos que opinás?

-Que es así, claro como el agua.

-Querido amigo, no tenés ni idea de quien es Donatelo. Veo que tus ojos revolotean inquietos…¡son tantas tus locuras pasajeras ! Supongo incluso que muy cerca tuyo y de la cámara digital se encuentra alguna mujer.

-No Presidenta, estoy solo, cuando me comunico con usted nadie puede acompañarme, esa es su directiva.

-Si…si… lo que pasa Vangou es que últimamente he comenzado a desconfiar de infinidad de cosas, como si en mi cabeza se hubiera abierto una puerta que permite penetrar a toda clase de criaturas. Algunas son simpáticas, como vos Vangou, pero otras me producen zozobra y desconfianza. Estoy demasiado sola en este enorme edificio. A veces desconfío de las paredes, de los silencios. Y vos, desde que conociste a Karina ya no sos el ocurrente y brillante congresal de años atrás. Debe ser la edad no? ¿cuarenta?

La voz de Vangou sonó muy seca. –Cuarenta y dos Presidenta.

María de las Nieves lo miró por última vez y apagó el receptor. Era una de sus debilidades confesarse de esa forma. Todas las noches, antes de acostarse, se observaba desnuda en los espejos de la suite presidencial. Y estaba contenta de lo que veía, le faltaban dos años para llegar a los sesenta y sus pechos permanecían firmes, sus cabellos, oscuros, largos, cuando no permanecían recogidos llegaban hasta la cintura. Los ojos negros, penetrantes, eran un símbolo de su fortaleza. Quizás debió abandonar su luto mucho tiempo atrás y terminar con la nostalgia del marido muerto. Pero sabía bien que la gran mayoría de las mujeres de su país se compadecían de la viudez y la valoraban. Si, claro, era la ama, la presidenta, la dueña. Tenía que alejar los fantasmas, superarlos, convalidar su dominio y evitar que los hombres, algunos, imbéciles funcionarios que detestaba, llegaran a ser protagonistas de un relato que era solamente suyo. De su padre, de su abuela, de la Dinastía. Miró a través de los ventanales el río inmenso, marrón. Pronto comenzaría a anochecer y tendría otra vez los enormes deseos de conocer los vericuetos de esa Buenos Aires que jamás había podido frecuentar. Despachó a la asistente coronel mientras le decía que Denisse y Betiana podían retirarse. Avanzó displicente, marcó la clave y subió al habitáculo que la llevaría un piso mas abajo. En la enorme suite, rodeada por fastuosos muebles y recuerdos, comprendió que estaba mas sola que nunca.

DOS

Iván Dernier, nieto de un político que había sido candidato presidencial por la coalición de movimientos nacidos en los suburbios de las grandes ciudades, vivía en un viejo chalet ubicado frente a la villa 7-6, un asentamiento relativamente nuevo extendido en los alrededores del antiguo cementerio de chacarita, donde alguna vez fue la estación cabecera de un ferrocarril. Iván había cumplido treinta años y permanecía convencido que la situación política existente ahora y desde décadas atrás , no podía soportar un nuevo período de María de las Nieves. Sus conocidos de la villa sufrían hambre y olvido, y su amigo, Franco Ibañez realizaba desde tiempo atrás protestas que impedían el tránsito de vehículos por la autopista que venía del norte y bajaba cuadras mas adelante de la 7-6, donde cortaba con la vieja avenida Juan B. Justo. Franco decía siempre que había escapado de las responsabilidades que plantea la vida en familia, regañaba a Iván por descreer de los hábitos revolucionarios y pedía que reconociera el mérito de sus contactos con otros lideres de asentamientos. Lo cierto era que Ibañez, en sus andanzas por el gran Buenos Aires vendiendo viejos libros de Sábato y Borges había conocido no solo gente emergida de la pobreza sino también a un tal Massa, ingeniero graduado en la cosmopolita Venezuela, que decía poseer contactos directos con uno de los procuradores de la Nación, que a su vez mantenía lazos familiares con el jefe supremo de Inteligencia. Franco decía que no estaba asociado ni con el tiempo ni con el espacio. Pasaba los cuarenta y eso le permitía dar predicciones espectaculares como la futura destrucción del mundo cuando la base de los chinos en Marte decidiera aniquilar el crecimiento armamentista de Japón, convertido desde hacía décadas en nuevo peligro para la humanidad. Jamás agitaba la voz, pero era fuerte, imperativa, no dejaba demasiado tiempo para reaccionar. Esa noche de invierno, fría, destemplada, se acomodó cerca de la chimenea donde Iván colocaba restos de viejos muebles para que ardieran hasta la madrugada. Sus casi dos metros de altura y sus mas de cien kilogramos le daban un aspecto impresionante en la semioscuridad de la vieja casa. Confesaba que era un viajero móvil, sin raíces, ninguna mujer había logrado retenerlo más de unos pocos meses y eso, afirmaba, es un mérito que la mayoría de los hombres no pueden exhibir.

-No debemos permanecer aislados de la protesta, se acaban los tiempos-. Ahora el fuego estaba a pleno, daba calor e iluminaba la habitación. Ivan se inlinó hacia adelante y dejó ver detrás suyo el respaldo de lo que alguna vez había sido una hermosa silla estilo napoleón. No compartía algunas de las ideas de su compañero pero reconocía su espíritu, esa pelea cotidiana para ayudar a establecer en el país la dignidad de los pobres, el derecho de cada persona a elegir su forma de vida. El apuntaba a la decisión de las mayorías, a refugiarse en la historia que muchos desconocían porque en los últimos cincuenta años habían desaparecido los libros y la cronología de los presidentes. Solo existía en el país una pequeña elite, nacida alrededor de la Dinastía que manejaba todos los resortes del poder, de la economía y de las relaciones internacionales. Franco, que tenía mas años que él se refugiaba en los recuerdos, los buenos y viejos tiempos de otro siglo donde los argentinos habían logrado separarse de los analistas políticos y subirse al avión del progreso. Pero la gran crisis de Europa, el comienzo de las sequías interminables y el fracaso de los políticos permitieron entronizar en el poder a Victoria que regresó en 1919 cuatro años después de producir un vacío donde cayó y se desintegró la democracia de entonces.

-Yo debo medir mis pasos, ser mas coherente sin convertirme en un instrumento de venganza. Pero las decisiones hay que tomarlas.

-¿Cuáles? preguntó Ivan.

-Las únicas que quedan. Debemos acabar con esta presidenta fabuladora, con el dominio total que tiene sobre los bienes del país. Ella y su entorno. Sabés bien que en el edificio de gobierno, ese fastuoso y enorme gigante construido en el extremo sur de Puerto Madero News, decenas de tipos instalados en diez pisos, manejan la casi totalidad de los recursos. Petróleo, electricidad, las minas de carbón y de litio, el gas y la comida.

Franco parecía un rebelde en pleno salto hacia la guerra. Su figura, impresionante, iba y venía por la sala, a veces iluminado por el resplandor del fuego y en otras en las tinieblas de espacios cerca de las paredes sin reboque, con ladrillos a la vista y que probablemente en los años que habitaron la casa los padres de Iván habían tenido una mejor apariencia. De pronto se detuvo. Encendió un cigarrillo y lanzó largas bocanadas de humo.

-Existe un plan Iván. No sabemos bien como es, pero algunos de los tipos que rodean a la Presidenta están dispuestos a bajarla del trono. Yo solo soy un pequeño engranaje, como los otros lideres de los asentamientos. Pero quedate tranquilo, muy pronto se acabará la Dinastía.

Iván no entendía bien las relaciones de Franco Ibañez, su arraigo en la villa 7-6 y de como eludía siempre las redadas policiales cuando interrumpía el transito en la autopista al frente de un montón de hombres y de mujeres hambrientas. Sabía que lo había golpeado la tragedia unos meses atrás cuando un camión con acoplados había arrollado a Lidia, su pareja, una tarde de cortes y manifestaciones. Fue una pelea que no esperaba y que lo dejó maltrecho por unos meses. En el juzgado barrial, uno de los pocos que aún subsistían después de la purga judicial de Cesar, se abrió una causa por rebelión y debió alejarse del asentamiento hasta que el fiscal de estado la cerró por considerar que la tal Lidia se había suicidado arrojándose debajo de las enormes ruedas del camión. Ivan sabía que en Rosario movilizó años atrás a unos doscientos muchachotes que pelearon durante cinco días contra fuerzas policiales del Primer Orden Provincial venidas de Resistencia, desde hacía tiempo la ciudad cabecera del litoral. La refriega, una verdadera batalla campal terminó con la muerte de quince villeros y otra veintena de heridos que finalmente acabaron en las cárceles de la Antártida. Franco aseguraba que la batalla por la independencia contaba con el apoyo de fuerzas ocultas que por el momento evaluaban la situación. Y además, la presión internacional ya había conseguido la intervención de la Cruz Roja, que los presos recluidos en las bases de Marambio y Jubany, en la Antártida, contaran con asistencia médica y una alimentación acorde con los intensos fríos que en algunas oportunidades alcanzaban mas de veinte grados bajo cero. Según el relato de algunos convictos que habían regresado al continente, los funcionarios de las prisiones habían cambiado su trato en los últimos tiempos, lo que significaba de alguna forma que veían aproximarse el final de la Dinastía.

-¿Todos los asentamientos están en rebelión? –preguntó Iván.

-La mayoría, los últimos cálculos realizados por los jefes en cada lugar de la ciudad y los alrededores, hasta una distancia de veinte kilómetros, dan mas de cinco millones de personas. El ochenta por ciento pide justicia, tiene hambre, no tiene empleo, está cansado de promesas incumplidas. Cesar había prometido hace más de treinta años que iban a construir centenares de miles de casas, de hospitales, la gente se muere por montones de enfermedades que no conocemos. Yo espero que la chispa encienda el fuego. ¿Entendés flaco?

-¿Y después vendrá la democracia? Yo desconfío de las revoluciones, sostengo lo que enseñó mi abuelo, la filosofía de educar a la gente para impedir de esa forma que aparezcan los dictadores. En el sótano hay montones de libros de hace cien años o más, los he leído una y más veces, y siempre fue así, un país de promesas incumplidas. Los libros de historia que ahora están prohibidos hablan que en el siglo veinte los militares derrocaron montones de presidentes hasta que al fin, por medio de elecciones el pueblo pudo elegir a sus gobernantes. Fue una transición emblemática, pero dió resultados positivos. Franco golpeó con uno de sus puños la pared.

-¿Y que flaco? Terminó en esto, hace mas de cincuenta años que están!! Fueron cambios que no fueron, símbolos gastados, yo también he leído algo, sabés que el mundo entero se ríe de nosotros? A veces pienso que vale más darle bola a los narcos…putear en vez de hablar, hablando no conseguimos nada. -Pero están los congresales, esos representantes.

-¡Que no representan a nadie! Fueron elegidos por los dueños de las grandes estancias, de las fabricas de comida, de los millonarios que viven en Puerto Madero News, son los únicos que tienen pasaportes y viajan a otros países, abren y cierran lo que quieren, andan en autos blindados y están custodiados por tipos especializados en matar. Vos sabés bien que mantienen barrios bloqueados, nosotros somos la última mierda, somos números, estadísticas!! ¿Que somos? Decime..Yo quiero pelear por la gente de las villas, por los millones que no consiguen empleo, los pibes que no van a la escuela, familias que reciben el apoyo de planes que sirven solamente para no morir ahora, morir después - Estamos cansados de mentiras. Le pareció darse cuenta que sus argumentos eran inútiles, o por lo menos que Iván no estaba dispuesto a aceptarlos. Bajó el tono. Terminó la copa de vino que descansaba sobre la repisa de la chimenea y se dirigió lentamente, como dudando, hacia la puerta de salida. Estaba como paralizado de ideas. A veces solía preguntarse cómo era posible su amistad con alguien que pertenecía a un mundo ajeno a la villa y que vivía en una casa confortable, podía usar los transbordadores y tener un empleo. Se habían conocido en una corrida por la avenida cuando cayó al pavimento y antes de que arribara la policía Iván lo ayudó a levantarse y penetrar al viejo chalet. Entonces no se dijeron una palabra, pero la mirada del muchacho, ansiosa, solitaria, fue como una solicitud de amistad. Cambiaron muchas veces saludos y en alguna oportunidad, después del griterío de fin de año, entre los tambores y las flechas se desearon buena suerte. Esta era la primera vez que venía a pedirle un favor.

-Pensé que podiamos contar con el viejo aparato transmisor, el que usaba tu abuelo en la campaña. Creo que todavía puede funcionar. Pero olvidate. No quiero que te compliques con nosotros.

Abrió la puerta y un frío ventoso penetró rápidamente. Antes de cerrar, cruzó su mirada con la de Iván.

-Gracias por el vino. Nos vemos.

Cruzó la avenida mojada por el rocío y caminó pesadamente los cien metros hasta donde comenzaba una sombría repetición de construcciones con techos de chapa, paredes desnudas, sin reboque, algunas con pequeños huecos, era la 7-6 semioscura, con luces colgadas de cables traídos desde la autopista, silenciosa, casi desierta. Ni se dió cuenta que detrás suyo, viniendo del cementerio, avanzaba una camioneta con los faros apagados. Cuando sintió a su espalda el ronroneo del motor, no dudó un instante, intentó correr hasta el asentamiento. Estaba a solo unos pasos de la callejuela que le hubiera facilitado el escape final. Pero no pudo. Varios hombres lo rodearon y uno de ellos colocó un arma sobre la cintura.

-Si gritás te mato.

Detrás de la ventana del salón del viejo chalet, Iván había permanecido observando el paso de Franco hasta que se perdió en la oscuridad. Pero alcanzó a ver la camioneta, las siluetas de los hombres, y comprendió que había caído en una trampa. ¿Vendrían después por él?

TRES

Buenos Aires había cambiado en las últimas décadas su encanto de ciudad cosmopolita, europea, abierta, que a través del siglo veinte concentró a lo largo de la calle Corrientes los más variados espectáculos teatrales. Los parques de entonces, llenos de árboles y de flores, con recuadros de arena y hamacas y toboganes, eran ocupados ahora por miles de hombres, de mujeres y de niños sin vivienda, que solo contaban con lonas abrochadas a bancos para guarecerse de los vientos y las lluvías. Los departamentos emblemáticos de la avenida Libertador, donde se llegaron a pagar verdaderas fortunas en dólares, aparecían deplorables, abandonados al transito de los años, con veredas cubiertas por basura y puestos de venta cada cincuenta metros donde aparecían toda clase de verduras. Palermo, el bullicioso y encantador paseo estaba ocupado en su mayor parte por vagabundos y prostitutas. Los barrios de la ciudad, igual que el país, habían sido divididos por zonas, y la única que escapaba de los peligros y resistía el arribo de los ocupas, era Puerto Madero News, un reducto de casi cincuenta kilómetros cuadrados que se extendía desde las cercanías del viejo aeropuerto abandonado, hasta las usinas generadoras de electricidad. Las torres, centenares de ellas, idénticas, imponentes, la mayoría de setenta y ochenta pisos, albergaban más de un millón de personas. Las calles permanecían vigiladas dia y noche por la Policia Costera y los restaurantes y pubs tenían sus propios agentes de seguridad. Puerto Madero News había ganado espacio dentro del río y en los últimos años el gobierno de la Dinastía permitió que se acercara hasta cien metros de la sede del gobierno. Del lado oeste, a lo largo de seis kilómetros de trayecto, Cesar hizo construir una empalizada de diez metros de altura que separaba del lugar a la otra Buenos Aires. Para penetrar a Puerto Madero News solo existían seis entradas con barreras electrónicas vigiladas permanentemente por guardias ubicados en garitas circulares. Los conductores de vehículos debían introducir sus tarjetas magnéticas en las aberturas de las controladoras y además marcar un código personal. Los empleados que venían de la Buenos Aires vieja de a pie, lo hacían por seis túneles construídos debajo de las entradas de vehículos y debían aportar a los controladores documentos de identidad y una tarjeta de salud que era renovable cada seis meses en la Clínica Mayor, instalada desde hacía un tiempo en lo que fue anteriormente el edificio Libertador del ejército. Una vez que salían de los túneles, transportes automáticos dirigidos por robots los conducían a su destino de trabajo. En cada asiento, una placa magnética recibía las señalizaciones de los pasajeros que indicaba el lugar y el tiempo donde estarían durante el día. De esa forma se evitaban aglomeraciones, cambios de destinos y la entrada de gente extraña. La construcción de Puerto Madero News, era la continuación en el tiempo de una idea pergueñada en el siglo anterior por un presidente definido como liberal, y era valorada por los extranjeros debido a su seguridad y limpieza. La ola de crímenes, robos y violaciones que tuvieron su pico más alto durante el gobierno de Victoria, la abuela de Maria de las Nieves, cesaron inmediatamente con la aparición de zonas de seguridad que ya se habían extendido en los alrededores de Rosario y de Cordoba. Periodistas europeos que visitaban la Argentina admiraban el resguardo de una parte de la población pero criticaban que la inmensa mayoría estuviera expuesta a situaciones gravísimas y cotidianas. Reconocían también que los balances económicos de la Dinastía, por lo general distorsionados, con cifras secretas e inviolables, no reflejaban el estado real de la situación financiera. Desde el 2050, más del ochenta por ciento del país estaba sembrado y las cosechas, cuantiosas y rendidoras abastecían a media Europa y a los países asiáticos. Toda la Pampa y el Neuquén pertenecían a la Dinastía, y los territorios cercanos a la cordillera, con miles de aberturas profundas producían el uranio necesario para entregar energía al resto de América. Los planes de subsidio al trabajo contemplaban una cuota fija y mensual que permitía la subsistencia de mas de cincuenta millones de personas. El promedio de vida, como en casi todo el resto del mundo había llegado a los noventa años, pero los que no podían acceder a la tecnología de avanzada y al mismo tiempo acercarse a la clase gobernante, iban y venían de la rutina de sus trabajos imposibilitados de acumular algún dinero. Dependían del factor suerte en los casinos barriales o de lograr becas de algún congresal para ser contratado por las grandes empresas asociadas al Estado. La Presidenta era la única elegida por el Congreso, hecho que se producía cada diez años en el mes de julio cuando los representantes de las doce zonas en que se había dividido Argentina arribaban a Buenos Aires. Pero los congresales respondían a los gobernadores elegidos cada dos años por la Presidenta y en general pertenecían a las familias de los mandamás de la zona o simplemente eran aplaudidores del régimen. En los últimos años, el malestar por las diferencias económicas existentes entre los que vivían en sus fortalezas ciudadanas y el pueblo, sujeto a los problemas de escasez de alimentos y también a los delitos cotidianos, había crecido a limites extremos. Las protestas se repetían a diario por familias enteras que circulaban por las calles de Buenos Aires reclamando el acceso a una mejor calidad de vida. Como no existían periódicos, solo las pantallas públicas informaban sobre los temas que interesaban al gobierno y ocultaban las opiniones de los disidentes. Todos los pareceres eran calibrados, antes de conocerse, desde el Ministerio de Investigaciones Públicas comandado por el puntilloso Abel Renteras.

El organismo, creado a fines del 2040, no solo controlaba los pensamientos de los ciudadanos comunes, también examinaba los abultados negocios de la claque oficial. Cesar había puesto un limite a los enriquecimientos cuando descubrió que algunos de sus ministros excedían las pautas oficiales y animaban a secretarios y gobernadores a convertirse en millonarios de la noche a la mañana. Para ese control exhaustivo necesitaba el hombre indicado para escabullirse entre los vericuetos del poder y brindarle información confidencial. Renteras fue nombrado cuando había cumplido los cuarenta años y dirigía una agencia oficial de encuestas. A los setenta, mantenía el rigor de su presencia y tenía llegada directa a María de las Nieves. Por lo general picoteaba intimidades de adulones del poder y resumía en un mega-cd apreciaciones sobre sus engañosos antecedentes. Cuando lograba que algunos funcionarios de segundo orden fueran citados por la fiscalía de los impuestos terminaba ofreciéndoles perdón a cambio de un porcentaje en las ganancias obtenidas. Si no accedían en primera instancia, las Pantallas de Información comunicaban que determinados personajes eran culpables de administración fraudulenta, y habiendo sido detectados debían abandonar el país. Pero el exilio consistía en una metáfora, porque abandonaban Puerto Madero News y se establecían en Estados Unidos o Europa con los bolsillos abarrotados de billetes.

Por entonces, debido a los cambios constantes de temperatura y al calentamiento Global, paraísos turísticos como Calafatte y Tierra del Fuego, con nieves disueltas se habían convertido en reductos olvidados y solo conservaban edificios de hoteles totalmente desiertos. Los aeropuertos funcionaban para aviones particulares que transportaban a los propietarios de inmensas estancias, generalmente parientes de Maria de las Nieves o de algunos de sus ministros.