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La vida en el castillo de Zagan se ha vuelto de lo más animada con la llegada de un nuevo mayordomo, una hija adoptiva… y la cada vez más cercana presencia de Nephy. Pero justo cuando las cosas parecen ir bien, Nephy es atacada por una misteriosa chica que se parece sorprendentemente a ella.
Y por si fuera poco, Zagan recibe una elegante invitación: uno de los Archidemonios lo convoca a una fastuosa fiesta en alta mar.
Con trajes de gala y los nervios a flor de piel, el grupo se dirige a la velada… donde les esperan secretos, intrigas y más de una sorpresa.
¡Tercer volumen de esta encantadora comedia romántica entre magia, batallas y sentimientos torpes!
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Veröffentlichungsjahr: 2025
Fuminori Teshima
Ilustraciones: COMTA
Índice
Prólogo
Capítulo 1: Me enfadaré, aunque quien levante la mano contra mi novia sea una chica guapa
Capítulo 2: Un crucero puede ser el lugar ideal para crear un buen ambiente
Capítulo 3: Como cabría esperar, la personalidad de un Archidemonio es horrible
Capítulo 4: Como las estrellas parecían estar a punto de ocultarse, intenté bailar un poco
Epílogo
Notas de la autora
—¡Nephy, quiero comerme eso!
—No puedes, For. Ya casi es hora de cenar.
El día estaba llegando a su fin en la ciudad de Kianoides. Nephy sostenía la mano de una niña mientras ambas caminaban por la calle, sumidas en la penumbra. Habían salido de compras y se habían encontrado con sus amigas Chastille y Manuela. Iban de regreso a casa.
Por su larga cabellera blanca que le caía hasta la cintura —la cual llevaba recogida en una cinta carmesí—, sus orejas puntiagudas y sus ojos azules, resultaba evidente que era una elfa. Ese día vestía su atuendo habitual: un vestido sencillo de lino, acompañado por un delantal, unas botas y un collar toscamente elaborado que desentonaba con la delicadeza de su figura. Aquel collar no era otro que el de esclava, pero no le importaba. En ese momento, para ella aquel objeto representaba el vínculo que la unía a su señor.
La niña que sostenía la mano de Nephy, quien señalaba entusiasmada cada uno de los caramelos y dulces expuestos en los escaparates por los que pasaban, se llamaba For. A simple vista, parecía una niña pequeña de cabello verde vibrante, el cual llevaba oculto bajo una capucha con orejas de gato. Aquella tarde vestía un vestido blanco con detalles escarlata. Sin embargo, lo que la mayoría desconocía era que, bajo esa capucha, se ocultaban dos cuernos, dado que, aunque en ese momento aparentaba ser una humana normal, en realidad era una dragona.
Pese a su verdadera naturaleza, se comportaba como cualquier niña normal que pedía dulces sin parar, acorde a la apariencia que había adoptado. El dulce aroma que flotaba en el aire también despertaba el apetito de Nephy, aunque tiró suavemente de la mano de For y le respondió con firmeza. Si comían dulces, no tendrían hambre a la hora de cenar. Podría decirse que Zagan estaba actuando en ese momento como el cabeza de familia. Era amable, pero detestaba profundamente que la gente desperdiciara la comida.
Nephy llevaba una cesta lo bastante grande como para que cupiera un niño humano. En su interior ya había una generosa cantidad de ingredientes. Ante la negativa de su petición, For infló las mejillas y miró a Nephy expectante.
—¿Qué tenemos de cena?
—Hoy tenemos pollo al horno y sopa de maíz. Y también… Veamos… ¿Qué te parece pudin de postre?
—¡Ah! Entonces, ¿no sería mejor volver ya?
A cambio de no comprar dulces, Nephy accedió a preparar un postre, lo que hizo brillar los ojos ámbar de For. Sus trenzas verdes se balancearon mientras tiraba alegremente de la mano de Nephy para animarla a apresurarse.
—Sí, creo que con la hora que es el maestro Zagan también debe tener hambre.
—¿Vamos volando?
For aún era joven para ser un dragón, pero en su forma verdadera tenía el tamaño suficiente para transportar a varias personas, por lo que, en ocasiones, Nephy viajaba montada en ella. Aunque su rostro permaneció inmutable, las orejas puntiagudas de Nephy temblaron y se agitaron con ligereza, revelando su alegría mientras negaba con la cabeza.
—No hace falta. El señor Raphael también está allí, así que, aunque tardemos un poco en regresar, no pasará nada.
Al decir eso, a Nephy le vino a la mente el rostro de satisfacción que Zagan mostraba al comer y apresuró el paso.
Había transcurrido un mes desde la llegada de For al castillo. Verlas juntas por la ciudad se había vuelto algo habitual y tanto los transeúntes como los dependientes de las tiendas les dirigían miradas llenas de simpatía.
Sin embargo, en ese preciso instante…
—¡Nephy, cuidado! —gritó For de repente, empujándola hacia el suelo.
Nephy cayó de rodillas y soltó la cesta que hasta entonces había estado sosteniendo. Los ingredientes salieron disparados y quedaron esparcidos por el suelo. En el lugar exacto donde se encontraban segundos antes, comenzaron a llover flechas de luz que no dejaban de impactar contra el suelo.
—¿Un ataque…? ¿Hechicería?
Cuando Nephy comenzó a incorporarse, For ya se había levantado de un salto, poniéndose en guardia. La joven dirigió la mirada con firmeza hacia una figura sombría, envuelta por completo en una túnica.
El rostro de aquella figura estaba totalmente oculto, por lo que Nephy no podía distinguir a qué raza pertenecía. Aun así, por su pequeña complexión, dedujo que se trataba de un niño… o, más probablemente, de una mujer. Incluso bajo los pliegues raídos de la túnica, su silueta era menuda. Finalmente, la figura alzó un brazo desde la abertura de la tela… y señaló directamente a Nephy.
—¿Nephelia?
Tal como había supuesto, la voz era femenina, suave y cristalina, parecida al sonido de un carillón. Aun así, escucharla provocó en Nephy una fuerte incomodidad. Y, al parecer, For también sintió lo mismo, dado que su expresión infantil mostraba una inquietud poco disimulada.
Nephy no logró responder. Entonces, los labios que se asomaban bajo la túnica se curvaron en una sonrisa.
—Supongo que ni siquiera hace falta confirmar si eres tú, ¿verdad…? Muere.
Con esas palabras, sus labios rojos brillaron ligeramente al susurrar un hechizo y un escalofrío recorrió la espalda de Nephy.
—¡¿De verdad crees que voy a dejarte hacer lo que quieras?! —exclamó For, dando un paso al frente.
—¡For, no! —gritó Nephy, abrazándola con fuerza y tirando de ella hacia abajo.
Justo entonces, múltiples lanzas de cristal descendieron del cielo. No solo iban dirigidas a Nephy, sino también a las tiendas y a los peatones cercanos. El aire se llenó de escombros, sangre y gritos.
—¡Basta, por favor! —clamó Nephy. No esperaba cambiar nada; solo era un grito desesperado. O eso creía…
Pero, de repente, con un sonido metálico, las lanzas de cristal se hicieron añicos.
«Ha herido a la gente de esta ciudad…», pensó Nephy mientras sentía cómo comenzaba a hervirle la sangre. Para ella, los habitantes del pueblo la habían recibido con amabilidad, igual que lo hizo Zagan. Hacerles daño era tan imperdonable como herir a su maestro.
Como si respondieran a aquella emoción abrasadora, los fragmentos rotos de cristal se elevaron… y cambiaron de dirección.
—¡¿Qué?!
Dichos fragmentos resurgieron como una lluvia inversa, persiguiendo a la figura encapuchada, la cual emitió un gemido y se lanzó a un lado, pero los cristales la siguieron sin piedad.
Bastaba un deseo para que ocurriera un milagro. Incluso entre los elfos —que eran seres de poder insondable—, los usuarios de tal don eran temidos cual niños malditos. Ese era el poder de Nephy: Misticismo.
En ese momento, ese poder se había activado por completo y los cristales, que originalmente eran proyectiles enemigos, estaban completamente bajo su control.
—Es increíble… —murmuró For, atónita.
La figura encapuchada dibujó un círculo mágico en el aire y capturó varios fragmentos con él. Crear un escudo con maná era una técnica básica, pero dependiendo de la habilidad del hechicero, podía resultar impenetrable.
«Comparado con el del maestro Zagan, ese escudo… es tan frágil como un trozo de papel», pensó Nephy.
El escudo resistió durante un instante, pero acabó rompiéndose sin aguantar siquiera un segundo. Con una ira helada, Nephy lo pulverizó. No obstante, durante ese brevísimo lapso, la mujer ya había contraatacado. Nuevas lanzas de cristal surgieron desde el suelo, chocando con los fragmentos manipulados por Nephy. Esta vez, ambas fuerzas se anularon, desapareciendo sin dejar rastro alguno.
—Ya veo… Incluso una inútil como tú… no es más que una elfa de pelo blanco… —murmuró la mujer justo cuando su túnica cayó al suelo.
Nephy contuvo el aliento. A su lado, For también se quedó paralizada por la sorpresa.
Lo que emergió bajo la capucha fue el rostro de una joven. Al igual que Nephy, tenía orejas puntiagudas: era una elfa. Por su apariencia, su edad no debía diferir mucho. Su cabello largo y blanco le caía hasta la cintura. Su expresión era impasible, su piel irradiaba maná… y, sobre todo, su rostro era idéntico al de Nephy.
—¿Una Nephy… Oscura? —dijo For, incapaz de asimilar lo que veía.
La joven era como una versión invertida de Nephy: tenía la piel de un marrón oscuro y los ojos dorados, en contraste con la piel nívea y los ojos azules de Nephy.
Tal vez Nephy había podido reaccionar al ataque inicial porque el maná que lo originó era muy parecido al suyo.
La elfa oscura la miró un momento… y luego desvió la vista.
—Así que ese es el círculo mágico de un Archidemonio… Qué poder tan aterrador.
—¿Eh? ¿De qué hablas? —preguntó Nephy, tragando saliva mientras la observaba.
Entonces, al tomar conciencia de su entorno, notó algo extraño. Los edificios destruidos por las lanzas volvían a estar en pie. Las personas que habían resultado heridas estaban sentadas en el suelo con la mirada perdida, pero sin rastro de dolor.
Y entonces lo vio: un enorme círculo mágico que rodeaba la ciudad.
—¿Esto es… obra del maestro Zagan?
Desde que Nephy comenzó a estudiar hechicería, había aprendido que cada hechicero tenía un estilo particular al trazar círculos mágicos. Y el patrón coincidía con el de Zagan.
En ese instante, la Nephy Oscura volvió a colocarse la capucha y dio media vuelta para marcharse sin decir nada más.
—¡Espera! ¡¿Quién eres…?!
—Yo… soy tú. Maldita Nephelia —respondió antes de desvanecerse en una sombra.
La batalla había concluido y Nephy al fin pudo respirar con algo de alivio. Tras asegurarse de que tanto ella como For estaban bien, corrió hacia los habitantes del pueblo.
—Nephy, ¿estás bien?
—¿Has sido tú la que lo ha arreglado todo?
A pesar de que la ciudad había estado a punto de ser destruida, nadie levantó una sola voz para acusarlas a ella o a For.
Poco después, For salió corriendo como si hubiera encontrado algo.
—¡Mira esto, Nephy! —exclamó mientras sostenía un papel.
Era una carta. El destinatario era Zagan, pero lo que hizo que el cuerpo de Nephy se tensara por completo fue el remitente.
La carta en sí decía lo siguiente:
A la atención del Archidemonio Zagan de parte del Archidemonio Bifrons.
1
—Tal como suponía, la hechicería no surte efecto sobre esta cosa…
Era de noche y Zagan se hallaba en los archivos de su castillo, lamentándose en voz baja mientras observaba con frustración un enigmático trozo de papel que sostenía entre las manos. Sobre la superficie del papel se distinguía un extraño diseño que, aunque guardaba cierta semejanza con los que se utilizaban habitualmente en la hechicería, presentaba claras diferencias que lo hacían peculiar.
Los círculos mágicos convencionales empleados en la hechicería estaban formados por circuitos compuestos; principalmente, de líneas rectas y círculos. Por ello, cada figura individual no resultaba demasiado compleja; de hecho, muchas podían encadenarse de ese modo e integrarse en un círculo mágico de cualquier forma. No obstante, el diseño trazado en aquel trozo de papel no utilizaba líneas rectas, sino que recurría a líneas que se retorcían como serpientes y puntos en lugar de las formas habituales.
A simple vista, parecía que muchas de las letras estaban conectadas entre sí. Sin embargo, Zagan no lograba discernir dónde debían delimitarse, ni si se trataban de letras individuales o de una sola letra en particular, o si aquello representaba algún tipo de vocabulario.
Esto fue algo que Zagan copió de la inscripción grabada en la gran espada que se alzaba frente a sus ojos. Sobre un pedestal siniestro, tallado en obsidiana, descansaba una espada de belleza inusitada, completamente fuera de lugar. En su nívea hoja estaban grabados unos blasones pálidos. Era una espada sagrada.
Formaba parte de una serie de artefactos que la Iglesia utilizaba para combatir al rey de los demonios y era, además, su mejor arma para hacer frente a los hechiceros. También representaba un símbolo de su poder y solo existían doce de ellas, una de las cuales estaba en manos de un rey entre hechiceros: el Archidemonio Zagan.
Si ese hecho saliera a la luz, el equilibrio de poder entre los hechiceros y la Iglesia se derrumbaría de inmediato. Si quería amenazar a la Iglesia con esa verdad, podría incluso vendérsela a algún alto cargo para amasar una fortuna.
Sin duda, era un tesoro capaz de sacudir el mundo.
En cuanto a la imponente espada sagrada, Zagan tomó un martillo de la mesa y, sin el menor respeto, golpeó la hoja. Al ver que el filo se mellaba con el impacto, comprendió que la resistencia del metal no era para tanto. Si aquel cardenal que tanto veneraba la espada sagrada hubiera presenciado semejante acto, probablemente le habría dado un infarto. Aunque, dicho sea de paso, esa persona ya se encontraba descansando bajo una lápida, así que tampoco es que fuera a quejarse.
Mientras examinaba la espada sagrada, Zagan intentó comprobar el efecto de los blasones insertándolos en un círculo mágico, pero fue incapaz de activar poder alguno.
¿Acaso era posible que existiera algún tipo de orden que activara la espada? ¿O quizá fuera necesario realizar algún ritual? Hasta entonces, Zagan había averiguado qué materiales solían emplearse e incluso los había utilizado él mismo, pero parecía que no guardaban relación con el mecanismo de activación. Así pues, como si ya no pudiera disimular más su agotamiento, Zagan se frotó los ojos.
Tenía dos objetivos: el primero era obtener un medio para matar demonios; el segundo, encontrar una forma de destruir el Sello del Archidemonio.
«Sin no consigo romper esa cosa, no podré matar a los otros doce Archidemonios», pensó Zagan.
La razón por la que investigaba la espada sagrada era porque los símbolos grabados en ella se parecían a los del Sello del Archidemonio. Sin embargo, tuvo que admitir que los resultados de su investigación no habían sido favorables.
—¿Raphael, estás ahí? —llamó Zagan mientras chasqueaba los dedos.
—¿Me has llamado? —preguntó un mayordomo que apareció de la nada, vestido con un frac y con una pieza de armadura que le cubría todo el brazo izquierdo. Incluso en el mejor de los casos, su rostro resultaba aterrador y además tenía una cicatriz que le cruzaba la cara desde la mejilla hasta la ceja, dándole un aspecto aún más siniestro. Parecía tener más de cincuenta años, pero ni su espalda perfectamente recta ni su curtido cuerpo sugerían que la edad hubiera mermado su destreza.
En realidad, no era algo tan sorprendente. A fin de cuentas, este hombre era un antiguo Arcángel que había matado a 499 hechiceros. Tras perder el brazo izquierdo, se puso uno artificial de armadura, pero sus habilidades seguían siendo tan formidables como siempre. Había pasado un mes desde que él y For empezaron a vivir en el castillo de Zagan.
Acto seguido, Zagan señaló la espada sagrada que reposaba sobre el pedestal.
—Raphael, ni siquiera alguien como tú comprende los grabados de esta espada, ¿verdad?
—Lo lamento, pero es exactamente como dices.
—En ese caso, muéstrame una parte de su poder —ordenó Zagan al antiguo arcángel sin vacilar lo más mínimo. Cabe destacar que dicho arcángel era conocido por ostentar el mayor número de asesinatos a hechiceros en la historia.
Después de que Raphael extrajera la espada sagrada del pedestal de obsidiana, comenzó a recitar unas palabras en voz baja.
—Atiende a mi llamada… Espada Sagrada Metatrón.
En cuanto terminó de recitar aquellas palabras, la espada sagrada se recubrió de una llama pálida, conocida como la «llama de la purificación», de la que se decía que poseía el poder suficiente para abatir incluso a un Archidemonio. Cuando esa llama entraba en contacto con la hechicería, perdía todo su poder, algo que ni siquiera un Archidemonio como Zagan podía evitar.
Acto seguido, el fiel mayordomo empuñó la espada sagrada con ambas manos y atacó a Zagan sin dudar. Un estruendo resonó y pequeñas chispas se dispersaron mientras la espada envuelta en fuego se detenía frente a Zagan.
Sin vacilar, Zagan tomó la espada sagrada con una sola mano. Al mismo tiempo, un complicado círculo mágico apareció frente a él sin que dejara de reflexionar sobre aquella arma…
«Tal y como suponía, el poder no proviene de la hoja en sí. Creo que reside en los grabados».
La espada estaba forjada en un metal extraordinariamente duro, pero lo que la convertía en una verdadera espada sagrada eran sus grabados. Aunque a esas alturas, eso era algo evidente; sin embargo…
«El problema es que no sé cómo funciona… Lo único que tengo claro es que los grabados no son tan complejos como los que utiliza la hechicería. No, más bien, parece que el hechizo está contenido en una sola frase…», pensó Zagan sin lograr descifrar su significado, incluso después de presenciar la demostración realizada por el propietario de la espada.
Por este motivo, a pesar de ser el más joven de la historia en alcanzar el título de Archidemonio, en ese instante sentía cómo su confianza como hechicero se desmoronaba.
Zagan soltó un largo suspiro antes de volver a hablar.
—Gracias, es suficiente.
—Como desees —respondió el mayordomo para luego mirarle fijamente y preguntar—. Mi señor, ¿tú también tienes dificultades para descifrar los misterios de esta espada?
—Eso parece. Verás, es evidente que las letras grabadas en la espada pertenecen a una tradición que se ha perdido con el paso de los siglos. Pienso esto porque ninguna de las letras que alcanzo a distinguir existe en la actualidad y, además, la estructura de los circuitos es bastante diferente.
Una tradición perdida, en sí misma, implicaba que la cultura que la había originado había desaparecido hacía ya mucho tiempo. Esto significaba, como era de esperar, que no quedaba nadie capaz de transmitir ese conocimiento, ni existían libros que lo recogieran. Lo más preocupante era que la propia Iglesia se encargaba personalmente de la distribución de las espadas sagradas, pero ni siquiera ellos comprendían su diseño.
Con esto presente, era evidente que reconstruir semejante información requeriría años de estudio, incluso para un experto. Así pues, aunque Zagan fuera el hechicero más joven de la historia en alcanzar el título de Archidemonio, no era algo que pudiera resolverse con celeridad. Frustrado por ello, Zagan fijó la mirada en la espada sagrada que Raphael sostenía.
—A estas alturas creo que lo más sensato es considerar a las espadas sagradas como una especie de ser vivo. Al menos así resulta mucho más práctico.
Zagan centró su atención en la parte de la espada que había golpeado antes con el martillo. En efecto, debería haberse astillado, pero en lugar de eso volvía a estar perfectamente afilada. Todo indicaba que la espada poseía la capacidad de repararse. El mayordomo asintió y respondió:
—Ya veo. Aunque tampoco sabemos si eso es necesariamente algo negativo —comentó Raphael mientras alzaba su espada sagrada antes de proseguir—. Es bien sabido que las espadas sagradas eligen a sus portadores. Incluso al empuñar esta espada, en raras ocasiones, he percibido algo similar a una voluntad. Además, aunque se trate de la misma arma, se dice que la forma en que manifiesta su poder varía según quien la porte.
—Ahora que lo mencionas, tu espada es de fuego y la de Chastille es de luz, ¿verdad?
No es que una fuera superior a la otra, pero eso podía significar que los atributos de las espadas se adaptaban a los de su portador. Y, probablemente, lo que determinaba esos atributos era la «voluntad de la espada sagrada» de la que hablaba Raphael.
Si realmente tenía voluntad propia, entonces resultaba plausible considerarla algo más cercano a un ser vivo con forma de espada. Sin embargo, dado que conservaba la forma de una espada, debía de existir un creador original.
Al fin y al cabo, una espada es un objeto creado para ser empuñado por personas y si hubo quien las fabricaba, en algún momento debió de existir un método de fabricación.
—Supongo que, más que analizar la espada en sí, lo más lógico sería estudiarla.
Por supuesto, el hecho de investigar las espadas sagradas, había hecho que muchas cuestiones se hubieran ido aclarando. En comparación con la información contenida en los libros del Palacio del Archidemonio, Zagan había descubierto que aquellas letras eran conocidas como «celestian». Al parecer, se trataba de los caracteres de escritura empleados por la divinidad desde tiempos antiguos, aunque se decía que se habían perdido tras su desaparición de este mundo.
Era una lengua completamente desconocida; tanto el significado como la pronunciación de las palabras resultaban confusos, por lo que era difícil obtener más información al respecto. Mientras Zagan reflexionaba sobre todo esto, Raphael devolvió finalmente la espada sagrada a su pedestal.
—Supongo que ya va siendo hora de devolverte tu espada sagrada —comentó Zagan.
—Si deseas que vuelva a blandirla, solo tienes que pedírmelo —ofreció Raphael.
Así, mientras ambos intercambiaban opiniones, Zagan arqueó una ceja de repente.
«¿La barrera de Kianoides acaba de activarse? Preparé esa barrera para que, en el caso hipotético de que estallara una batalla en la ciudad, restaurara automáticamente los edificios destruidos. Incluso la diseñé para que reaccionara si Nephy o For luchaban…», pensó Zagan, incorporándose de un salto al caer en la cuenta.
—Dejaremos la conversación para más tarde. Al parecer, algo les ha sucedido a Nephy y a For.
Así, mientras Zagan mostraba un gesto serio, Nephy y For regresaron a casa.
2
—¿Qué ha pasado? —preguntó Zagan con una expresión sombría mientras miraba fijamente a Nephy y a For, que acababan de regresar.
A simple vista, ambas parecían ilesas. Sus ropas también estaban intactas y para nada sucias, aunque eso se debía al círculo mágico de Zagan, que se había activado en Kianodes.
El problema era que tanto Nephy como For eran del tipo de personas que no dejaban entrever sus emociones, por lo que resultaba complicado saber si realmente todo iba bien.
«Bueno, al menos no parecen estar heridas, ya que mi barrera no puede curar a los seres vivos», pensó Zagan. Como estaba especializado en hechicería enfocada en el fortalecimiento de su propio cuerpo, era natural que no poseyera los conocimientos necesarios para crear una barrera curativa. Aunque, dado que últimamente el número de personas a las que debía proteger había aumentado de manera repentina, se estaba planteando seriamente estudiar aquel campo y corregir esa debilidad.
Sin embargo, incluso sin lesiones visibles, la forma en que For agarraba la mano de Nephy y cómo sus orejas colgaban, caídas con una tristeza evidente, dejaban claro que algo había sucedido.
Mientras Zagan las observaba con insistencia, esperando una respuesta, fue For quien rompió el silencio.
—Verás, Zagan… —empezó a decir, pero Nephy apretó con fuerza su mano—. No, no es nada…
Parecía que Nephy no quería hablar del asunto… o, mejor dicho, no quería que nadie más lo supiera.
«Supongo que dejaré lo de buscar al culpable y estrangularlo hasta la muerte para más tarde. A fin de cuentas, el incidente tuvo que ocurrir en la ciudad. Estoy seguro de que habrá testigos».
Era algo que podría resolver después. En ese momento, Zagan era consciente de que tenía algo más importante entre manos. Acto seguido, se puso en cuclillas frente a For, alineándose con su mirada.
—For, ¿estás bien? —le preguntó, convencido de que algo le había ocurrido.
Ante aquella pregunta, For le respondió con un leve asentimiento.
—Estoy… bien —dijo mientras lanzaba una mirada preocupada a Nephy.
Ante su respuesta, Zagan acarició suavemente la cabeza de For.
—Menos mal. Raphael acaba de empezar a preparar la cena en la cocina. Dile que te dé un zumo, te lo has ganado —indicó Zagan, dirigiendo una mirada a Raphael. El anciano mayordomo, al comprender lo que Zagan estaba insinuando, asintió en silencio.
—En ese caso, For, acompáñame. Hay algunas frutas frescas que podemos utilizar. Vamos a convertirlas en esa basura que tanto te gusta.
«¿No puede simplemente decir ven, te prepararé el zumo que tanto te gusta, como haría cualquier persona normal?», pensó Zagan, observando cómo su mayordomo esbozaba una sonrisa diabólica, como si estuviera a punto de arrasar una ciudad entera. A decir verdad, eso hizo que Zagan contuviera un suspiro.
Por suerte, a estas alturas, For ya se había acostumbrado al carácter peculiar de su mayordomo.
—Mmm… —murmuró For, soltando a regañadientes la mano de Nephy antes de seguir a Raphael hacia la cocina.
Zagan, por su parte, esperó a que ambos hubieran desaparecido por completo de su vista para volver la mirada hacia Nephy, manteniéndose aún en cuclillas.
—Ah… verás… No sé muy bien cómo decirlo… Sea lo que sea, si hay algo que quieras contarme, seguramente nadie más que yo podrá escucharte… —Zagan dejó que su mirada vagara torpemente por la estancia mientras murmuraba esas palabras y Nephy bajó la vista.
—Mis… disculpas… —murmuró Nephy, disculpándose, aunque no era necesario.
«Supongo que se tratará de algo difícil de expresar», pensó Zagan.
Si era un asunto que ni siquiera quería hablar con él, debía de ser, como poco, algo impactante, lo cual solo aumentaba su inquietud. Sin embargo, era consciente de que presionarla no sería lo correcto.
Pero entonces, ¿qué podía hacer? Nephy, en el fondo, era bastante reservada y a Zagan tampoco se le daba especialmente bien conversar. Incluso a esas alturas, aún no le había dicho ni un «te quiero». Dado que ambos eran así, habían aprendido a interpretar los deseos y sentimientos del otro a través de gestos y cambios en la expresión, pero, en esa ocasión, Zagan era incapaz de adivinar qué había sucedido. Aunque, bueno, Zagan no era un Archidemonio tan débil de espíritu como para rendirse por no poder comprenderla.
«Si no quiere hablar, está bien. Me quedaré a su lado en silencio y la consolaré hasta que se sienta preparada para contármelo», pensó Zagan, recordando aquella vez en la que ella le permitió usar su regazo como almohada. Aquel sencillo gesto logró calmar su corazón. Sin duda, eso era lo que significaba ser «consolado». Sin embargo, tras reflexionarlo con detenimiento, Zagan negó con la cabeza.
«Tranquilízate. A ver… ¡¿Cómo demonios voy a ofrecerle mi regazo en una situación como esta?! Además, que a mí me hiciera feliz que Nephy me consolara de esa manera no significa necesariamente que a ella le ayude lo mismo…», pensó, desesperado.
Mientras tanto, Nephy, al notar el conflicto interno por el que estaba pasando Zagan, comenzó a murmurar en voz baja.
—Maestro Zagan… En realidad…
«¡Espera, ya lo tengo! Solo necesito darle la vuelta a la situación para que sea ella quien disfrute de mi regazo, como hice yo aquella vez. ¡Eso es, justo eso!», concluyó Zagan, que parecía haber tenido una especie de revelación, motivo por el cual no se dio cuenta de que Nephy había empezado a hablar.
—¡Nephy! Escúchame, tienes que dejar que todo tu cuerpo se relaje.
—¿Eh? Ah, sí… —Incluso con las orejas temblando por la confusión, Nephy obedeció y dejó caer el peso de los hombros. En cuanto estuvo seguro de que se había relajado, Zagan la tomó en brazos, realizando lo que se conoce como un «transporte de princesa».
