El donante - y otros historias - Pedro Luis Ladrón de Guevara - E-Book

El donante - y otros historias E-Book

Pedro Luis Ladrón de Guevara

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Beschreibung

Un oficial americano atraviesa el estrecho hacia las playas de Normandía armado con gigantes de la literatura, avistamientos de sirenas, la visión de una catedral que cambia el curso de una vida, la desaparición irremisible de un ser querido... estos cuentos de Pedro Luis Ladrón de Guevara nos adentran en el terreno inexplorado de la imaginación del autor, la irrupción de la fantasía y el instante en que se truncan nuestros planes. Una colección irrepetible.

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Veröffentlichungsjahr: 2023

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Pedro Luis Ladrón de Guevara

El donante - y otros historias

 

Saga

El donante - y otros historias

 

Copyright ©2015, 2023 Pedro Luis Ladrón de Guevara and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728375075

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

A Mari Puri, donante de cariño, capitana de tantos pequeños marineros.

 

Se sacude el árbol de loto del Paraíso, en cada una de cuyas hojas están inscritos los nombres de todas las personas vivas, y la hoja de cada mortal predestinado a morir el año siguiente cae marchita al suelo.

El Donante

Antes de comenzar, el lector tendrá que saber que ésta es una historia hipotética, pues de lo contrario, si la presentase como verdadera y protagonizada por mí, la policía estaría obligada a investigar y el juez a dictar sentencia por la comisión de determinados delitos. Así que, supongamos que nada de esto ocurrió, aunque bien pudiera haber sucedido. Si lo pienso detenidamente, es posible que los hechos ya hayan prescrito.

Muchos son los motivos por los que la imaginación sueña con llegar a París. Generalmente se piensa en ir acompañados de un ser amado o, en el más excitante de los casos, que esa persona nos espere allí. Es hermoso usar la ciudad de la luz para un encuentro donde el amor vivido intensamente nos dejará, casi sin querer, encerrados en un cuarto lleno de confidencias y besos. Paris, Roma... ciudades para amar y soñar, aunque a veces llegan a ser sólo espacio para el trabajo y los negocios. En este último caso mi mente olvida lo que la ciudad significa para el resto de la humanidad y se limita a pensar en el tipo de fallos de seguridad que me encontraré, y en los sistemas informáticos y software que habrán de instalarse en la empresa que me ha sido asignada.

Es tan difícil describir positivamente una ciudad cuando nos acoge en la soledad de la habitación de hotel con un montón de datos por leer. Pocos nos resistimos a hacer nuestro ese espacio y llamarlo “casa”: “por fin en casa”, nos decimos en ocasiones al volver a la soledad de la habitación. Para algunos es también paraíso de encuentros extraordinarios fuera de la cotidianeidad, y para otros, contenedor de almas en tránsito.

Todo en la vida es tránsito, fugacidad, sólo que entre esas cuatro paredes la permanencia es más breve y los objetos que nos rodean no tienen historia: no los compramos en unos grandes almacenes, ni nos salieron al encuentro en un mercadillo, ni nos encaprichamos al verlos en una revista. Cuanto nos circunda se mide por su funcionalidad. Su belleza no depende de nuestra elección, y lo afectivo le es ajeno.

Abro la ventana, ha llovido después de oscurecer. A esta hora ya no me importa. Entra humedad, y el frío me despeja. El primer viaje fue casi un fracaso. Compré el billete sin mirar el tiempo que iba a hacer, y con bastantes dudas de que fuese a subirme al avión. Estuvo lloviendo toda la semana. Apenas si la vi un par de tardes al salir del colegio. Se subió a un coche y desapareció. La culpa fue mía por no haber escudriñado su intimidad, ¡qué sabía yo del divorcio! Además, aproveché el viaje para resolver pequeñas cuestiones de trabajo, y eso me quitó disponibilidad. Por otro lado, mis tiempos de ciberdelincuente habían quedado atrás. De cualquier forma, la había visto, ya podía ponerle una cara al nombre leído en la pantalla de un ordenador.

Para el siguiente viaje tomé más precauciones, al fin y al cabo no teníamos todo el tiempo del mundo. Además, la red pone a nuestra disposición más información de la que la gente puede imaginar, sobre todo cuando alguien como yo está dispuesto a saltarse algunas reglas. Si, como dice el dicho, “al final todo se sabe”, mejor saberlo todo ya desde el principio. Si el tiempo todo lo permite, preferible es hacerlo antes de que nadie se te anticipe.

A veces la vida te lleva a hacer algo que jamás habías pensado, a hacer cosas a las que te habrías negado con todas tus fuerzas si alguien te las hubiera propuesto. Pero quién sabe lo que nos depara el futuro. ¿Quién podía imaginar que niñas de catorce años contarían sus vidas en facebook o en twitter? Y que alguien como yo, con un trabajo estable en una empresa sólida y de prestigio internacional, se dedicaría a saltarse las leyes.

Había esperado una tarde como aquella durante semanas. A veces el cielo de París aleja las nubes y muestra una luz que parece como si nunca se hubiese alejado de esa ciudad bañada por la lluvia. El diluvio había sido intenso, aunque breve. Me senté en un banco del pequeño jardín. Los rayos de sol intentaban secar la humedad del ambiente y los charcos iban desapareciendo. Quedaba una media hora para que las niñas salieran de la escuela y yo esperaba impaciente la presencia de las risas y los gritos infantiles. En mis manos L’equipe, periódico deportivo, alzaba una barrera entre mis pensamientos y el resto de la humanidad. La luz se escurría entre las ramas y acariciaba el suelo. Brillaban las últimas gotas de agua sobre las hojas de los árboles. Al cabo de un rato, decidí que no podía estar toda la tarde con un solo periódico entre las manos, parecería sospechoso, como esos detectives de película de serie B, sentados toda la tarde con el diario al revés.

Me levanté, y fui a comprar un libro que había visto mientras venía hacia el jardín. El título me pareció sugerente y daba pie a una posible conversación: Generosidad hacia el otro: Dar como fórmula para tener. Sabía lo que pasaba por la cabeza de la madre, había entrado en su página de twitter y facebook, leído sus conversaciones, e incluso —y me avergüenzo un poco de ello— sus emails. Necesitaba saber si ésa semana sería igual a las demás, con sus reiteradas y previsibles actividades.

Ella apareció con aquel vestido verde que tanto llevaría en los días siguientes. Nunca supe si le gustaba o si se lo imponía su madre, no parecía que fuera un uniforme de colegio. Una sonrisa apareció en su rostro. Se había acostumbrado a ponerse un pañuelo en la cabeza desde que su hermana, de catorce años, le dijo que con él se parecía a la actriz de una película que ambas habían visto juntas. Así al menos lo contaba la hermana en Facebook, donde pude colarme haciéndome pasar por un jovencito londinense que le daba consejos sobre gramática inglesa, justificando así cualquier posible error que tuviera yo al escribir en francés. Hablaba mucho de lo que hacía su hermana de ocho años. Quedaba poco tiempo y yo no me atrevía a decidirme. No podía seguir vacilando, de alguna manera tendría que acabar con aquello. Me estaba obsesionando con ella.

Aquella tarde venía con su hermana y su madre. Pensé en aquella niña que quizá nunca se convirtiese en mujer, ¿besarían alguna vez aquellos labios?, ¿se enamoraría?, ¿brotaría de sus pechos la leche que alimentaria a un bebé? Seguramente ella, jugando con sus barbies, pensaría que sí, que conocería a un chico, se casarían, tendrían su propia casa y sería una mamá ideal, como la que tenía ella, aunque escondiese en el interior de sus ojos la desolación del futuro. Todo parecía impensable.