El eterno soltero - Fascinada por su jefe - Un jefe irresistible - Diana Palmer - E-Book
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El eterno soltero - Fascinada por su jefe - Un jefe irresistible E-Book

Diana Palmer

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Beschreibung

Un jefe irresistible Dane tuvo que abandonar forzosamente su trabajo de guardabosques, pero consiguió el éxito con su agencia de detectives privados, la Agencia Lassiter. Sin embargo, su vida privada no era demasiado interesante… hasta que su secretaria, Tess Meriwether, se convirtió en el blanco de unos narcotraficantes y Dane se dedicó exclusivamente a protegerla. El problema era que Dane sería el último hombre al que Tess Meriwether hubiera elegido para que la protegiera… El eterno soltero Nick Reed, exagente del FBI, esperaba que el súbito viaje de vuelta a su hogar familiar fuese un breve descanso de su trabajo como detective en la Agencia Lassiter, hasta que su antigua vecina, Tabitha Harvey, se presentó en su puerta acusada de un robo que no había cometido. La única persona que podía ayudar a Tabitha era Nick…, el único hombre al que había amado. Fascinada por su jefe Logan Deverell había enfurecido a Kit Morris por última vez. Kit estaba harta del temperamento de su jefe, de su ingratitud y, sobre todo, de que no se diera cuenta de lo que sentía por él. Pero logró captar su atención al dejar el trabajo y empezar a trabajar en la Agencia Lassiter como detective. Logan estaba perdido sin Kit, pero estaba decidido a recuperarla… y con ella su corazón.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 142 - abril 2021

© 1992 Diana Palmer

Un jefe irresistible

Título original: The Case of the Mesmerizing Boss

© 1992 Diana Palmer

El eterno soltero

Título original: The Case of the Confirmed Bachelor

© 1992 Diana Palmer

Fascinada por su jefe

Título original: The Case of the Missing Secretary

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 1994, 2012 y 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Tiffany y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos reservados.

I.S.B.N.: 978-84-1375-317-1

Índice

 

Un jefe irresistible

Prólogo

1

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El eterno soltero

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Fascinada por su jefe

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Prólogo

 

 

 

 

 

Richard Dane Lassiter miraba sin ver la ciudad desde la ventana de su oficina, situada en un elegante edificio de Houston. Pensaba en un problema cuya solución no podía continuar postergando.

Tenía que hablar con su secretaria, una joven a la que consideraba parte de su familia. Tess Meriwether era hija de un hombre con el que la madre de Dane había estado comprometida: ambos, el padre de ella y la madre de él, habían muerto en un accidente poco antes de poder casarse, así que Tess no tenían ningún parentesco con Dane, pero en cualquier caso, él se sentía responsable de ella desde hacía años. Esa era una de las razones por las que le había dado ese trabajo: entre los dos había heridas que nunca podrían sanar, pero eso no cambiaba lo que sentía por aquella chica.

Podría ser amor si él no estuviera tan decidido a alejarla de su lado. Dane había tenido un matrimonio desastroso y lo habían cosido a balazos en un tiroteo cuando era guardabosques en Texas. Aquel tiroteo había cambiado su vida: había tenido que dejar aquel trabajo y había montado una agencia de detectives. Se había ganado la fama de ser el mejor y el más discreto, y tenía mucho éxito. Pero su vida personal era un desastre. No tenía a nadie excepto a Tess, y ella se asustaba cada vez que él se le acercaba. A veces Dane se sentía culpable por ello. Tess lo temía, y además pensaba que no la soportaba por culpa de una tarde en la que él había estado a punto de perder el control.

Se alejó de la ventana. Richard Dane era un hombre de pelo y ojos oscuros y tez morena. Era muy atractivo, aunque no era consciente de ello y, a pesar de su atractivo, su relación con las mujeres había sido un desastre.

Su propia madre lo despreciaba porque le recordaba al hombre que lo había engendrado y que la había abandonado. Dane había querido a su madre, pero ella nunca había tenido tiempo para él; aquella actitud lo había marcado profundamente. Dane se había casado cuando todavía era policía en Houston, antes de ser guardabosques, pero su esposa solo se había sentido atraída por el uniforme. La vida con Jane había sido muy difícil porque ella quería algo que él no podía darle, y Jane no había tardado en darse cuenta de que había cometido un terrible error. Cuando lo habían herido en el tiroteo, lo había abandonado sin esperar siquiera a que saliera del hospital. Si no hubiera sido por Tess, Dane no hubiera tenido a nadie que lo ayudara a salir de aquella pesadilla.

Pensó en lo irónico que resultaba que Tess se hubiera enamorado entonces de él. Era solo una adolescente cuando se conocieron. Su padre, Wyatt Meriwether, siempre la había ignorado, igual que Nita Lassiter a Dane. Wyatt había dejado a su hija con su abuela para que la cuidara y educara mientras él continuaba su vida promiscua. Tess era una joven inocente y dulce, y atraía a Dane como ninguna otra mujer lo había hecho nunca. E, incluso después del tiempo pasado, Dane todavía se avergonzaba de lo que le había hecho a Tess durante su convalecencia.

En ambos había despertado entonces una ternura avasalladora a la que Dane había opuesto resistencia al principio. No confiaba en las mujeres y Tess era además demasiado joven, pero nunca había estado tan enamorado de una mujer como entonces lo había estado de Tess. Pero lo había echado todo a perder en un momento de pasión y había asustado tanto a Tess que su sola presencia todavía la seguía retrayendo.

Enfadado, se pasó una mano por el pelo. Debía dejar de pensar en el pasado.

En ese momento, Tess pretendía que le permitiera trabajar como detective, pero Dane se oponía; le parecía demasiado peligroso. A veces, ni siquiera le gustaba enviar a Nick o a Helen a solucionar determinados casos. No podía permitir que Tess arriesgara su vida, aunque ella se pasaba la vida suplicándole a Helen que le enseñara el oficio, quería aprender artes marciales y a disparar. A veces. Dane conseguía interrumpir aquellas clases. La persistencia de Tess le ponía nervioso, no soportaba la idea de que pudiera correr algún peligro. En la oficina estaba relativamente segura. Pero fuera de allí…

Recordó la primera vez que había visto a Tess. Sus respectivos padres los habían invitado a comer para que se conocieran. Dane había acudido a aquella cita con la intención de demostrarle a aquella jovencita cuánto le molestaba tener que convertirse en su hermanastro, pero en cuanto la había visto se había quedado encandilado. Algo bastante turbador, si se tenía en cuenta que había ido al restaurante con su esposa. Jane había sido tan sarcástica y desagradable que Dane había terminado pidiéndole que se fuera a casa. Tess, por otro lado, se había mostrado callada y tímida… y parecía interesarle mucho todo lo relacionado con él.

Dane empezó a excitarse al recordar aquel encuentro. Entonces había deseado a Tess, y ese deseo no había disminuido con el paso de los años. En aquella época estaba decidido a separarse; y en la actualidad tenía una buena razón para no desear ningún compromiso, para no querer volver a casarse.

Hizo una mueca y se acercó a la puerta que separaba su oficina del recibidor. Era cobarde posponer la confrontación, y él nunca había sido un cobarde. Lo que ocurría era que Tess se ponía muy triste cuando él la regañaba, y no quería lastimarla más. Ya le había hecho demasiado daño.

Pero Tess debía aprender que las normas estaban hechas para cumplirlas. Si pasaba por alto su desobediencia, en el futuro Tess se vería expuesta al peligro. Y no podía permitirlo.

Suspiró con resignación y abrió la puerta.

1

 

 

 

 

 

Tess Meriwether suspiró profundamente. Estaba muy tensa, se había pasado el día esperando que llegara Dane. Miró de mala gana la puerta cerrada de su despacho: había estado pendiente de la puerta durante todo el día y esperaba poder irse de allí sin tener que ver a Dane.

Dane Lassiter era su jefe, el dueño de la Agencia Lassiter, pero también algo más. Hacía años que lo conocía, desde que sus respectivos padres habían estado a punto de casarse pero habían muerto en un trágico accidente y Dane se había convertido en la única persona que le quedaba en el mundo.

Después de consultar el reloj, tapó con cuidado la máquina de escribir y tomó su impermeable, que era su orgullo y felicidad, pues parecía de detective. Trabajar en aquella agencia era muy emocionante, aunque Dane no le permitiera trabajar en ningún caso de los que le encargaban. Algún día, se prometió, iba a convertirse en detective a pesar de su sobreprotector jefe.

–¿Vas a alguna parte?

Acababa de aparecer Dane, cigarrillo en mano. Parecía un auténtico detective privado.

Tess se obligó a mirar hacia otro lado. Incluso después de lo que le había hecho hacía tres años, le encantaba verlo.

–A casa. ¿Te importa?

–Mucho –le pidió que entrara en su despacho y Tess lo obedeció. Dane vio que la joven se tensaba al acercarse a él. La reacción de Tess era predecible, y probablemente Dane se la merecía, pero no dejaba de incomodarlo. Le habló con más ira de la que realmente sentía–. Ya te he dicho mil veces que no te inmiscuyas ni de broma en ningún caso.

–No lo hice a propósito –contestó, nerviosa–. Vi a Helen y la acompañé. Creía que el caso al que te referías era uno de esos sin importancia. ¿Cómo me iba a imaginar que dos detectives profesionales estaban trabajando en una juguetería a media tarde? Pensaba que Helen iba a comprar un regalo para su sobrinito –lo miró furiosa–. Al fin y al cabo, no sabía qué caso te traías entre manos. Solo me habías dicho que no interviniera. No tienes derecho a regañarme.

Dane ni siquiera parpadeó; continuó mirando impasible.

Tess tosió ruidosamente cuando el humo le llegó a la cara.

Dane sonrió desafiante, pero ninguno de los dos se movió.

En ese momento, llamaron a la puerta y Helen Reed asomó la cabeza.

–¿Puedo irme a casa? –le preguntó a Dane–. Ya son las cinco –le sonrió esperanzada.

–Llévate tu oreja –contestó él refiriéndose a su equipo especial para escuchar conversaciones–, y vete con tu hermano. Nick necesita tiempo para vigilar a nuestro esposo infiel.

–¡No! –gimió Helen–. No, Dane, no estoy dispuesta a soportar cuatro horas de ruidos libidinosos y conversaciones embarazosas con Nick. ¡En cualquier caso, he quedado con Harold!

–Se supone que no deberías hablar así delante de Tess –señaló a la joven–. Después de lo que acabas de decir, lo más lógico es que ella se ofrezca a sustituirte. ¡Y no quiero que trabaje de detective!

–Lo siento –contestó Helen avergonzada.

–No es suficiente. Vete con Nick y reconsideraré tu indiscreción.

–Si me despides –le dijo Helen–, volveré a trabajar en el Departamento de Justicia y no podrás obtener una orden de registro para tus casos en tu vida.

–¿Alguna vez te he comentado que antes de ser guardabosques estuve trabajando dos años en el Departamento de Salud Pública de Texas?

Helen suspiró, abrió la puerta de par en par: se arrodilló y se inclinó ante Dane.

–¡Oh, por Dios, vete a casa ya! –contestó Dane–. ¡Y espero que Harold te compre una pizza de anchoas!

–¡Gracias, jefe! ¡Me encantan las anchoas! –sonrió Helen. Ondeó la mano a manera de despedida y desapareció antes de que Dane cambiara de idea.

Dane se pasó impaciente una mano por el pelo.

–Lo próximo que me van a pedir van a ser vacaciones pagadas en las Bahamas.

–En Jamaica –le corrigió Tess–. Ya te las pedí yo.

Dane se acercó al escritorio para tirar las cenizas del cigarrillo en el cenicero especial que le habían comprado sus compañeros de trabajo. Hasta se habían atrevido a pagarle una inscripción para un seminario para dejar de fumar, a lo que él había contestado enviándolos a todos a resolver un caso en un cine pornográfico. A partir de entonces, nadie se había atrevido a hablarle de otro seminario, y Dane había mandado instalar grandes filtros de aire en la agencia.

A Dane no le gustaba que le dijeran lo que tenía que hacer. Tess podía no estar de acuerdo con él, pero lo respetaba porque era un hombre que actuaba siempre conforme a sus ideas.

Lo observó moverse y pensó que parecía un auténtico vaquero. Hombros anchos, caderas estrechas y piernas largas. Cuando estaba cansado, Dane cojeaba un poco a consecuencia de las heridas que le habían hecho tres años atrás. En ese momento, parecía cansado.

Lo miró y recordó cómo había comenzado todo. Cuando Dane había abierto la agencia de detectives, había contratado sin remordimientos de ninguna clase a los mejores detectives del departamento local de policía, ofreciéndoles porcentajes y acciones en el negocio en vez de salarios. Afortunadamente, la agencia había empezado a generar beneficios en un tiempo récord. Antes de ser guardabosques, Dane había sido un excelente policía y tenía muchos contactos que le aseguraban el éxito. Gracias a su agudeza, cuando trabajaba de guardabosques en Houston había continuado asesorando a otros policías. En Texas, como a veces tenía que transitar por caminos a los que no tenía acceso ningún vehículo, había tenido que montar a menudo a caballo. Y Dane era uno de los mejores jinetes que Tess conocía.

A pesar del tiempo que había pasado desde que se habían conocido, a Tess continuaba entusiasmándole todo lo relacionado con Dane, aunque tenía cuidado de no demostrárselo. Una muestra de su violenta pasión había sido suficiente para contener el deseo que ella había empezado a sentir por él.

–Nunca me encargas ningún caso –Tess suspiró. Dane la miró con recelo. Parecía decidido a no asignarle nada.

–Eres secretaria, no detective.

–Pero podría serlo si me lo permitieras –contestó Tess con calma–. Puedo hacer lo mismo que hace Helen.

–¿Incluyendo vestirte de prostituta y ofrecerte en la avenida principal? –se burló Dane.

–Bueno –se irguió incómoda y desvió la mirada–, quizá eso no.

–¿O escuchar conversaciones íntimas –la miró con los ojos entrecerrados–, en cuartos de moteles de mala muerte? ¿O hacer fotografías en situaciones embarazosas? ¿O seguir a un asesino por todo el país y atraparlo en cualquier circunstancia?

–Está bien –contestó con aire de resignación–. Tienes razón, supongo que no sería capaz de hacer algo así. Pero podría rastrear pistas si me lo permitieras. Eso es casi tan divertido como salir a perseguir a alguien.

Dane apagó el cigarro con un movimiento lento que la puso nerviosa. Tess sabía que, a pesar del control que ejercía sobre sí mismo, era un hombre apasionado. Y recordaba cómo se comportaba con una mujer. Recordar su forma de acariciarla la encendía y debilitaba, pero no de deseo. Recordaba con miedo las caricias de Dane Lassiter. De pronto, él la miró con intensidad, como si hubiera leído sus pensamientos y reaccionara en consecuencia. Tess se ruborizó.

–¿Hay algo que te avergüence? –preguntó Dane en un tono que hubiera intimidado a cualquiera.

–Estaba pensando que no me gustaría tener que seguir a ningún esposo infiel –agarró con fuerza su bolso–. Será mejor que me vaya.

–¿Llegas tarde a alguna cita? –preguntó sin interés.

Tess había renunciado a los hombres tiempo atrás. Pero Dane no lo sabía, así que se encogió de hombros, le dirigió una sonrisa y se marchó.

Ya en la calle, descubrió que hacía una noche fría y oscura. Se cerró el impermeable y se dirigió con desgana hacia su coche. Aquella noche sería igual a otras muchas; llegaría a su diminuto y funcional apartamento, que constaba de una cocina, un cuarto de baño y una habitación en la que el sofá se convertía por las noches en su cama. Vería alguna película y se acostaría, y el día siguiente sería igual. La única diferencia la marcaría la película.

Por lo general, veía la película con su amiga Kit Morris, que trabajaba cerca de allí, pero el jefe Kit estaba de viaje y ella había tenido que acompañarlo… de mala gana, por cierto. Tess la echaba de menos. El jefe de Kit había contratado varias veces a la Agencia Lassiter para que siguiera a su madre, una mujer experta en meterse en todo tipo de problemas.

No estando Kit en la ciudad, Tess se encontraba completamente sola, no tenía a nadie con quien hablar. Le gustaba Helen y hasta eran amigas en cierto modo, pero con ella no podía hablar del único problema sentimental que tenía: Dane Lassiter.

Se colocó la correa del bolso y metió las manos en los bolsillos del impermeable. Pensó que su vida era como aquella noche: fría y solitaria.

De pronto, se fijó en dos hombres que estaban enfrente del edificio en el que se encontraba la agencia. Los miró con curiosidad y vio que uno entregaba al otro un portafolios abierto lleno de paquetes con una sustancia blanca; el otro le dio a cambio un fajo de billetes. Tess los saludó con aire ausente y hasta les sonrió. No advirtió la expresión de alarma con la que la miraban mientras ella se dirigía con calma hasta su coche.

–¿Lo ha visto? –le preguntó uno al otro.

–¡Cielos, claro que lo ha visto! ¡Atrápala!

Tess no oyó aquella conversación, pero se volvió al oír que alguien corría; observó extrañada que los hombres a los que acababa de saludar corrían hacia ella. Oyó unos gritos y se quedó paralizada al ver un objeto metálico. Supo que era una pistola cuando sintió un impacto en el brazo. Instantes después gritó y se desmayó.

–¡La has matado! –gritó uno de los hombres–. ¡Tonto, ahora van a acusamos de asesinato, no solo por traficar con cocaína!

–¡Cállate! ¡Déjame pensar! A lo mejor no está muerta…

–¡Vámonos de aquí! ¡Pueden haber oído el disparo!

–Salía del edificio de las oficinas de la agencia de detectives –gruñó el otro hombre.

–Desde luego, has escogido un buen lugar para la entrega… ¡Corre! ¡Ya viene la policía!

Un coche patrulla se acercaba a ellos iluminándolos con sus potentes faros.

–¡Dios! –exclamó uno de los traficantes–. ¡Corre!

Tess los oyó como en sueños. No los veía porque no podía levantar la cabeza. No sentía nada, excepto el frío y la humedad del asfalto en su mejilla.

–¡Le han disparado a alguien! –gritó otra persona–. ¡Que no escapen!

Tess vio unos zapatos negros pasar corriendo ante sus ojos.

–¡Tess!

Al principio, Tess no reconoció su voz. Dane siempre estaba tan tranquilo que aquel grito desgarrado no le resultó familiar.

Dane le dio lentamente la vuelta y Tess lo miró conmocionada. No podía mover el brazo. Trató de explicárselo, pero tenía la lengua paralizada.

Dane le tocó el brazo y comprobó que sangraba profusamente.

–¡Dios! –gruñó.

Su rostro era una máscara inexpresiva, solo sus ojos brillantes por la ira parecían tener vida.

Uno de los policías volvió a su lado y se arrodilló al lado de Tess, pistola en mano.

–¿Está herida? –preguntó, cortante–. He visto que uno de ellos ha disparado…

–Está herida. Llame a una ambulancia –dijo Dane mirando al policía–. Rápido. Está sangrando mucho.

El policía se alejó corriendo. Dane no perdió el tiempo: cortó la manga del impermeable de Tess e hizo una mueca al ver la blusa llena de sangre. Maldijo por lo bajo y sacó un pañuelo para hacer un torniquete.

–Quédate quieta –le dijo con calma–. No te muevas, pequeña, yo te cuidaré. Vas a ponerte bien.

Tess se estremeció y empezó a llorar. La herida había empezado a dolerle. Gritó cuando Dane apretó el torniquete. Después, él se quitó el impermeable y la tapó. Tess miró la herida que seguía sangrando mucho. Pero al ver tan tranquilo a Dane se calmó.

–¿Voy a morir desangrada? –le preguntó.

–No –Dane miró por encima del hombro y al ver que un coche se acercaba, se levantó bruscamente–. ¡Ayúdeme a subirla al coche! –le gritó a un policía–. Está sangrando mucho, no puede esperar hasta que llegue la ambulancia.

–Acabo de hablar por radio con mi compañero. Ha atrapado a uno de los delincuentes. Llegará de un momento a otro.

–Está bien –contestó Dane apoyando la cabeza de Tess en sus piernas–. Vámonos.

En ese momento llegó el otro policía con un hombre esposado. Dane se tensó.

–Ya viene la patrulla M-20 –le dijo el policía a su compañero–. Aquí tenemos una mujer herida. ¿Puedes tú solo con el detenido?

–¡Claro que sí! ¡Id rápidamente al hospital! –gritó el otro policía.

Minutos después llegaban al área de urgencias del hospital. Tess estaba inconsciente.

 

 

La luz entraba a raudales por la ventana de la habitación del hospital cuando Tess volvió a abrir los ojos. Parpadeó, sintiéndose agradablemente adormecida aunque notaba el brazo hinchado. Miró con curiosidad el vendaje que lo cubría. Se estiró y se dio cuenta de que le habían puesto suero.

–No te muevas, se te va a salir la aguja –Dane se levantó de la silla en la que estaba sentado–. Y te puedo asegurar que no es nada agradable que te la tengan que volver a poner.

Tess se volvió al oírlo. Estaba mareada, desorientada.

–Estaba oscuro –murmuró–. Me persiguieron unos hombres y creo que uno de ellos me disparó.

–Sí, te disparó –contestó ceñudo–. Eran narcotraficantes. ¿Qué ocurrió? ¿Te pilló el tiroteo?

–No –gimió Tess–. Los vi cerrando el trato; uno entregaba la mercancía y el otro el dinero. Supongo que se asustaron, aunque yo no me di cuenta de que estaban traficando con droga hasta que los vi persiguiéndome.

–¿Los viste? ¿Presenciaste la venta de droga?

–Me temo que sí –asintió débilmente.

Dane silbó y dijo:

–Si te vieron y reconocieron el edificio…

–Uno se escapó, ¿verdad?

–Sí, el que te disparó –contestó Dane–. Y la policía no tiene pruebas suficientes para detener durante mucho tiempo al que atraparon. Es posible que salga bajo fianza. Tú eres la única que puede enviarlo a prisión.

–Su compañero me disparó –señaló ella–. Pero al que han detenido estaba allí con él. ¿No pueden acusarlo de complicidad?

–Quizá sí, quizá no. Con esta gente, nunca se sabe –contestó. Parecía sinceramente preocupado.

–Estoy segura de que lo sabes –murmuró ella adormecida–. Llevas años persiguiendo tipos así…

–Sí, sé cómo funciona la mente de los delincuentes –concedió Dane–. Pero cuando hay un familiar por medio, las cosas cambian –observó el pálido rostro de Tess con los ojos entrecerrados–. Cambia mucho.

Tess decidió que debía de estar soñando; Dane no podía estar tan preocupado porque le hubieran disparado. Pensar lo contrario era ridículo; Tess pensaba que Dane no le tenía ninguna simpatía, aunque se había compadecido de ella lo suficiente para ofrecerle trabajo en su agencia cuando su padre había muerto. Dane era su peor enemigo, así que ¿qué podía importarle lo que le sucediera?

–¿Cómo te encuentras? –le preguntó él.

–No tan mal como anoche. ¿Qué me han hecho los médicos?

–Te han sacado la bala –contestó. Sacó una bala del bolsillo de la camisa y se la mostró–. Calibre 38 –le explicó–. Es un recuerdo. He pensado que te gustaría enmarcarla.

–¿No crees que sería mejor que enmarcáramos al tipo que me disparó? –preguntó haciendo una mueca.

–Eso debe hacerlo la policía –Dane arqueó una ceja.

–¿Cuándo podré irme a casa?

–Cuando recuperes las fuerzas. Has perdido mucha sangre.

–Helen se pondrá furiosa cuando se entere –murmuró sonriendo–. Ella es la detective y me pegan el tiro a mí.

–Oh, estoy seguro de que se pondrá verde de envidia –contestó Dane.

Se acercó a la cama y miró fijamente el rostro de Tess. Permaneció allí durante mucho tiempo.

–Bueno, no te preocupes tanto; estoy bien –dijo adormilada y cerró los ojos–. Aunque no sé por qué iba a importarte. Me odias.

Inmediatamente después de pronunciar aquellas palabras, se durmió. Dane no contestó, pero pensó con dolor en lo mucho que habría sufrido si Tess hubiera muerto en la calle.

Se acercó a la ventana y flexionó de nuevo sus músculos cansados. No había dormido desde que Tess había ingresado en el hospital. Durante el tiempo que había durado la operación había estado paseando nervioso por los pasillos. Había sido la noche más larga de su vida.

Se volvió de nuevo hacia la cama y vio que la joven estaba plácidamente dormida. Aquella bata no le favorecía nada a Tess; la hacía parecer muy delgada. Dane recordó con tristeza la frialdad con que la había tratado durante todos esos años, la hostilidad con la que había conseguido convertir a una jovencita tímida y adorable en una mujer callada e insegura. Tess le había ofrecido su amor y él la había rechazado de la peor manera. No había sido por crueldad, sino por culpa de un deseo violento que había querido satisfacer de la única manera que sabía hacerlo… rápida y salvajemente. Pero Tess era virgen y él no lo sabía. Se había alejado de él a tiempo de salvar su virginidad, pero su estúpido orgullo le había impedido seguirla y explicarle que la ternura era algo que no estaba acostumbrado a compartir con las mujeres. Su huida lo había destrozado, aunque Tess no lo sabía.

Dane había conseguido ocultar el dolor que le había causado aquella experiencia, así que era lógico que Tess pensara que la odiaba. Hasta había intentado convencerse de que no le importaba que Tess lo evitara, y para salvar su orgullo le había hecho creer que había sido tan brusco con ella para que lo dejara en paz.

Recordó los duros momentos que había pasado cuando lo habían cosido a balazos. Todo el mundo lo había abandonado: su madre siempre lo había detestado a pesar de sus intentos por guardar las apariencias. Hasta Jane, su esposa, lo había abandonado en aquella dolorosa circunstancia y le había pedido el divorcio, después de haberle sido descaradamente infiel. Sin embargo, Tess le había hecho querer volver a vivir, le había dado fuerzas para luchar. Tess había sido la luz que lo había sacado de la oscuridad. Y él había pagado su tierno amor con crueldad, aunque le doliera recordarlo. Pero lo que más le dolía era que ella podría haber muerto la noche anterior.

Entró en ese momento una enfermera, y después de examinar a Tess, le comentó a Dane:

–Ha tenido suerte, ¿verdad? Unos centímetros más y la bala la hubiera matado.

Aquel comentario lo desarmó. Observó con atención a Tess. Si hubiera muerto, se habría quedado solo en el mundo. No tenía a nadie más.

La dureza de aquel pensamiento le hizo salir del cuarto murmurando una disculpa a la enfermera. Caminó por el largo pasillo y llegó al lugar en el que estaba aparcado su Mercedes. Se lo había llevado Helen mientras operaban a Tess. Tenía que llamar a la oficina para contarles cómo se encontraba la chica, pero antes consultó su reloj. Sí, ya estarían allí. Pasaría por la agencia antes de ir a su apartamento.

Abrió la puerta del coche, pero no entró. No podía apartar la mirada del hospital. Tess no tenía a nadie.

Suspiró y se metió en el coche, aunque no arrancó inmediatamente. Vio la sangre de Tess en la manga de su chaqueta. Tess podría haber muerto en sus brazos.

Había sido una jovencita feliz, vibrante, ansiosa por complacerlo, evidentemente enamorada de él. Dane cerró los ojos; él había matado aquellos sentimientos, la había alejado con brutalidad de su lado. Nunca había deseado tanto a una mujer, pero tampoco había sabido lo que era la ternura, y eso la había aterrorizado. Dane no lo había hecho a propósito, pero quizá de manera inconsciente deseaba alejarla de su lado antes que convertirla en toda su vida. Un fracaso matrimonial era suficiente para un hombre, se dijo. Recordó con amargura el día que se habían conocido…

 

 

Desde el día en que se habían conocido en el restaurante, no habían vuelto a verse, hasta que habían coincidido en un período de vacaciones. Dane y su esposa Jane ya no se llevaban bien. Hasta la madre de Dane, Nita, decía que había visto a Jane con otro hombre y, de alguna manera, parecía alegrarle que le fuera abiertamente infiel…

Aquellos días habían sido terribles para Dane. Y el día que Wyatt Meriwether y Nita Lassiter habían comunicado su compromiso, Dane había sido herido por unos atracadores que lo habían enviado prácticamente muerto al hospital.

Tess había ido al hospital en cuanto se había enterado; la había llevado su padre, pero cuando vieron que Nita estaba en su casa y que Jane no aparecía por ningún lado, Wyatt se había marchado.

Tess se había quedado en el hospital aquella noche. En cuanto la enfermera jefe se enteró de que iban a ser prácticamente hermanos y de que Dane no tenía a nadie, le permitieron quedarse con él. Tess había estado a su lado cuando todo el mundo lo había abandonado.

–¿Volveré a andar? –le había preguntado a Tess en cuanto recobró el conocimiento.

–Claro –le contestó con una sonrisa tierna. Le había acariciado la cara y le había retirado con inmenso cariño un mechón de pelo de la frente.

–¿Dónde está mi madre? –le preguntó Dane con brusquedad–. ¿Dónde está Jane? –como Tess no contestaba, había dicho, furioso–: Se acuesta con mi compañero de patrulla. Me lo ha dicho…

Tess lo había mirado asustada y él le había dirigido una desdeñosa sonrisa antes de volver a dormirse.

Durante las semanas siguientes la vida de Dane había cambiado. Jane había ido a verlo una vez, para informarlo de que había pedido el divorcio y para decirle que volvería a casarse en cuanto lo obtuviera. Su madre también había ido a verlo una vez, pero en cuanto se había dado cuenta de que Dane no iba a morir, se había ido a navegar con Wyatt.

Tess, furiosa con el resto de la familia, se había dedicado por entero a la recuperación de Dane.

Era consciente de que él la necesitaba. Su madre y su mujer lo habían abandonado y para colmo de males había perdido su trabajo, pues todos los médicos coincidían en que tendría que abandonarlo por las lesiones recibidas en la espalda.

Dane se había derrumbado cuando le habían dado la noticia.

–Eso no te va a servir de nada –le había dicho Tess al verlo tan deprimido. Se había arrodillado al lado de la silla en la que Dane estaba sentado y lo había agarrado de la mano–. Dane, no puedes darte por vencido. Los médicos solo han dicho que quizá no puedas trabajar, no que no podrás volver a hacerlo. No puedes dejar que te hundan.

–¿Que no puedo? Ya lo han hecho –contestó, evitando mirarla–. ¿Por qué no te vas tú también?

–Vamos a ser hermanos, y quiero que te pongas bien.

–No necesito una hermanita –la miró.

–Pues la tendrás aunque no quieras, cuando nuestros padres se casen –había contestado, contenta–. Anda, anímate. Eres fuerte. Eres un guardabosques, no lo olvides.

–Era un guardabosques.

–Bueno, al principio no estarás en muy buenas condiciones físicas, ¿pero y eso qué? Escucha, Dane, sabes hacer muchísimas cosas. Dios no cierra ninguna puerta sin dejar abierta otra. Esta puede ser una oportunidad para cambiar de vida.

Dane no había contestado inmediatamente. La había mirado con los ojos entrecerrados y había dicho:

–No soporto a las mujeres.

–Supongo que no. Pero a tu vida no ha llegado ni una sola buena mujer.

–Me casé con Jane para fastidiar a mi madre. No es que no la quisiera, ella estaba dispuesta a casarse y tener hijos. Eso era lo único que deseaba –había desviado la mirada. El recuerdo de su abandono lo estaba matando–. Vete, Tess. Vete a jugar a la enfermera a otro lado.

–No puedo –Tess se encogió de hombros–. Alguien tiene que obligarte a dejar de autocompadecerte.

–¡Maldición! –estalló él.

Le había dirigido una mirada amenazadora, pero ella no se había dejado intimidar. Al fin y al cabo, era la primera vez que Dane reaccionaba desde que le habían dicho que no podría volver a trabajar.

–Así está mejor –le dijo–. ¿Te apetece una taza de café?

Dane había dudado un momento antes de ceder a la necesidad de sentirse atendido por alguien. Había asentido y acto seguido Tess había ido corriendo a buscarle un café. Dane la había mirado extrañado. Nunca lo había tratado así ninguna mujer y le resultaba extraño tener a alguien que lo cuidara. Tess no se parecía a su madre, y, por supuesto, tampoco a Jane. Empezaba a ser parte importante de su vida, y no solo por el cariño que le profesaba. Deseaba a Tess con una fuerza que nunca había sentido. Lo excitaba como Jane nunca lo había hecho y eso, había pensado, podía acarrearle problemas en el futuro. Ella solo tenía diecinueve años, aunque ya tuviera alguna experiencia, como cualquier chica moderna. Dane había cerrado los ojos y había decidido dejar ese problema para cuando se le presentara.

Había empezado a pensar en lo que ella le había dicho sobre la posibilidad de iniciar una nueva vida y había sonreído al darse cuenta de que empezaban a bullir mil ideas en su mente.

Pasaron los días y Tess no dejaba pasar un solo día sin ir a ver a Dane a su apartamento. Dane había aceptado su presencia y al final había bajado la guardia. En aquella época habían llegado a estar muy unidos, a pesar de los esfuerzos que tenía que hacer Dane para reprimir su deseo por ella.

Sin embargo, aquella atracción había empezado a minar lentamente sus esfuerzos por ser cariñoso. Y un lunes por la mañana la había recibido especialmente irritado.

–¿Tú otra vez? ¿Qué diablos quieres? –le había preguntado con frialdad.

Tess, que ya estaba acostumbrada a sus estallidos, le había sonreído y había contestado:

–Solo quiero que te pongas bien.

–Vete –le había contestado–. ¿No se te hace tarde para ir a clase?

–Ya no tengo que ir a clase. Además, estamos en verano.

–Entonces consigue un trabajo.

–Estoy haciendo un curso de secretariado por las noches.

–¿Y trabajas de día?

–Algo así.

–¿Algo así? –Dane había escondido el rostro en la almohada.

–Mi padre piensa que ya tengo trabajo suficiente ayudándote –contestó sonriente.

Lo que Tess no le había dicho había sido el desinterés de su padre al decir eso. Nita solo había ido a verlo una vez, y había estado con él menos de cinco minutos. Pero Tess lo adoraba. Había adelgazado y había intentado cuidar más su aspecto para que él se fijara en ella. No lo había conseguido, pero esperaba que con el tiempo…

–¿Eres psiquiatra o fisioterapeuta? –le preguntó sarcástico.

Herida, Tess había agarrado su bolso y se había puesto de pie.

–Mi padre va a casarse con tu madre y, cuando eso suceda, tú serás mi hermano mayor. Tengo que cuidarte.

–No necesito que nadie me cuide –le había contestado Dane.

–Oh, yo creo que sí –respondió contenta. Había mirado las cicatrices que asomaban por la manga de su sudadera. Las de la espalda eran peores, aunque Dane no sabía que Tess las había visto–. Debe de dolerte mucho –había añadido con suavidad–. Siento mucho que te hayan herido, Richard.

–Dane –la había corregido–. Nadie me llama Richard.

–Está bien.

–Y no necesito que una niñita me cuide.

–¿Por qué tu madre no viene a verte más? –había preguntado con curiosidad.

–Porque odiaba a mi padre –había contestado, desviando la mirada–. Y yo me parezco a él.

–Ah –Tess se había acercado entonces a él–. ¿Y no te gustaría formar parte de una familia? –le había preguntado con más ansiedad de la que pretendía–. Yo solo he tenido a mi abuela, de verdad, y me ha tenido con ella simplemente porque no ha podido evitarlo. Mi madre murió cuando yo era una niña, y mi padre… –se había encogido de hombros–. Mi padre nunca ha sido un hombre de familia, así que no tengo a nadie. Y… lo siento… pero parece que tú tampoco tienes a nadie –había puesto los brazos en jarras–. Podemos ser uno la familia del otro.

–No quiero tener una familia. ¡Y menos si tú tienes que ser mi único pariente!

–Yo podría acostumbrarme a ti –había contestado Tess, sonriendo para ocultar el dolor que le habían producido las palabras de Dane. Comprendía que no la quisiera. Al fin y al cabo, nadie la había querido nunca.

Desde aquel día, Dane había decidido ignorarla. Tess continuaba yendo a verlo a diario; le llevaba libros, música… Cocinaba para él y se sentaba a su lado para conversar, discutir, animarlo a seguir adelante, y a pesar de la hostilidad y falta de ánimo de Dane, había empezado a enamorarse de él.

Tess no era consciente de que su amor era tan obvio. Era imposible que Dane no notara sus sentimientos, lo observaba con una mirada radiante.

Tampoco era consciente de que él, a pesar de su propia voluntad también estaba empezando a enamorarse de ella. Se había acostumbrado a ella, disfrutaba con su presencia, la deseaba. Tess era muy diferente a las mujeres que había conocido; era adorable, cariñosa y había en ella una extraña especie de vulnerabilidad. Adoraba que lo mimara… y había empezado a anhelar su compañía.

Y había llegado un momento en el que había empezado a molestarle cuánto lo atraía. Temía un compromiso; le aterraba después de su desastroso matrimonio. Aunque se había casado con Jane para molestar a su madre, se había sentido atraído por aquella mujer que había fingido amarlo. Pero Jane no había tardado en serle infiel con su compañero de trabajo. Dane sabía que lo había engañado por venganza, y eso lo había herido más que el tiroteo. Y Tess también era una mujer, lo que quería decir que podía hacerle mucho daño.

Aquellas dudas habían dado lugar a un insoportable malhumor. Alejaba a Tess de su lado cada vez que tenía una oportunidad, pero aquella chica era tan obstinada que se negaba a creer que él en realidad no quería que fuera a verlo.

Dane se había recuperado antes de lo que habían pronosticado los médicos. Y con la buena salud había recobrado una virilidad que respondía con resultados devastadores a la femineidad de Tess…

Un buen día, Tess había llegado al apartamento a la hora del almuerzo. Llevaba un pastel y se lo enseñó con una sonrisa ingenua. Dane vestía pantalones e iba descalzo, acababa de terminar de hacer su gimnasia diaria. Cojeaba un poco, pero podía caminar y estaba decidido a andar sin volver a cojear. Pero Tess parecía robarle todas sus fuerzas.

La deseaba con una irrefrenable pasión. Hacía mucho tiempo que no estaba con una mujer y necesitaba una; y Tess lo tentaba más allá de sus fuerzas.

Tess no había notado la mirada calculadora que Dane le había dirigido porque tampoco había advertido el deseo que se reflejaba en sus ojos negros.

–¿Qué es eso? –le había preguntado él, y se había acercado a ella.

–Solo un pastel –había contestado Tess sin aliento; había desviado la mirada al darse cuenta del impacto devastador que la cercanía de Dane ejercía sobre ella. Lo adoraba–. He pensado que te apetecería algo dulce. ¿Cómo te encuentras? Tienes mucho mejor aspecto.

Dane nunca había pensado en el amor, si no habría previsto lo que había sucedido a continuación. Su único propósito en ese momento era mitigar el deseo que lo devoraba.

–Está bien, me apetece algo dulce –le había contestado arrinconándola contra el mueble de la cocina e inclinándose sobre ella–. Y a ti también debería apetecerte. Por tu forma de mirarme, habría tenido que ser ciego para no darme cuenta de lo que sientes por mí. ¿Es esto lo que quieres, Tess? –había preguntado, presionando con descaro las caderas contra las de ella, haciéndola consciente de la fuerza de su deseo. Tess se había ruborizado, pero Dane no se había dado cuenta, solo estaba pendiente de sus labios entreabiertos–. ¡Dios sabe cuánto te deseo!

Tess no había podido pensar en nada. Antes de que pudiera protestar, Dane la había besado, había metido la lengua en su boca con una lujuria tan evidente que hasta una joven sin experiencia como ella habría adivinado sus intenciones.

A Tess solo la habían besado una o dos veces, y chicos conscientes de su inocencia, pero Dane la estaba sometiendo a un abrazo al que solo podía responder una mujer experimentada, y eso la había asustado.

Tess se había erguido y había empujado con fuerza a Dane, que, incapaz de pensar con cordura, había posado la mano en uno de los senos de la joven y había metido una pierna entre las de ella en un movimiento tan explícito que Tess lo había mirado aterrada.

–¡Dane… no! –había gritado.

–Sí –había jadeado él–. ¡Oh, Dios, sí…! Me deseas, ¿verdad, nena? –le había preguntado, y después la había besado en la boca con ardor–. ¿No es así? Y aquí mismo.

Tess estaba tan asustada que no había sido capaz de contestar.

–Aquí. Aquí mismo, de pie –había dicho Dane temblando. La acariciaba como si solamente le importara satisfacer su deseo.

Y entonces, respirando con dificultad, Dane la había hecho tumbarse en el suelo. Sus ojos negros relampagueaban; se estremecía de deseo mientras la besaba. En su pasión no había ningún lugar para la ternura.

–No, todavía no estoy del todo bien –había murmurado–. Vamos a la cama.

Tess había comprendido entonces que aquella era su única oportunidad de alejarse, así que se había zafado como había podido de su abrazo. A pesar de su excitación, Dane la había aterrorizado, y Tess se había alejado de él sollozando.

–¡Aléjate… de mí! –le había gritado cuando él intentó acercarse otra vez a ella con los ojos cargados de deseo–. ¡Déjame en paz!

Finalmente, Dane había comprendido que Tess le tenía miedo. Había estado tan inmerso en su propio deseo que no había sido consciente del miedo de la joven hasta que lo había visto reflejado en sus ojos. Por primera vez se había dado cuenta de que había perdido el control. Había intentado tranquilizarse y le había dirigido una mirada hostil.

–Esto es lo que me has estado pidiendo –le había dicho bruscamente mientras intentaba recobrar la calma.

–¡No! –había gritado ella.

–Me deseas –había insistido–. ¿Por qué si no, has estado viniendo a verme durante todo este tiempo?

–Porque te amo –le había contestado Tess con un sollozo.

–¡Amarme! –le dirigió una mirada ardiente–. Bueno, si me amas ven aquí. Demuéstramelo, pequeña –añadió con una sonrisa burlona para disimular su frustración.

A Tess se le había paralizado el corazón. Lo había mirado angustiada.

–No puedo. ¡Me has hecho mucho daño!

Aquel rechazo había enfurecido a Dane. Tess era como Jane, que detestaba su forma de hacer el amor, que lo atormentaba con su sarcasmo.

–¿No? –le había preguntado con frialdad–. Entonces, si no quieres acostarte conmigo, vete. Lo único que quiero tener contigo es sexo. Dios –había gruñido al verla retroceder–, ¿por qué no quieres acostarte conmigo? ¡Seguro que ha habido otros…!

Tess había abierto los ojos de par en par y se había ruborizado con violencia, temblando. Entonces, demasiado tarde, Dane había comprendido que no había habido ningún otro hombre, que esa era la razón de que Tess hubiera sido tan confiada e ingenua con él.

–Tess –le había preguntado, horrorizado–, ¿eres virgen?

Tess había estado a punto de desmayarse al ver la expresión de Dane. Después de aquello no volvería a mirarlo a la cara. Había agarrado su bolso y había salido corriendo del apartamento, Dane no había hecho nada por detenerla. Tampoco la había llamado después para disculparse… Se había convencido de que era la única solución posible, dejar que pensara que lo había hecho todo a propósito para alejarla de él. Tess lo hacía sentirse culpable. Y él no tenía nada que ofrecerle. Había vuelto a su habitación sintiéndose extrañamente vacío. No volvería a confiar en ninguna mujer mientras viviera. Solo esperaba no haberle hecho a Tess un daño irreparable.

Hasta había intentado considerarlo como un final afortunado. Al final, su fingida indiferencia y hostilidad habían acabado con la espontaneidad de Tess y la habían convertido en una joven tímida y callada.

Después de la muerte del padre de Tess, Dane le había ofrecido trabajo como secretaria. Ella no tenía a nadie, así que se había visto obligada a aceptar su ayuda. Aquel arreglo había funcionado bien, aunque solo cuando la hacía enfadar podía reconocer en ella a la antigua Tess. Quizá por eso continuaba provocándola…

Enfadado, puso en marcha el coche y condujo hasta la agencia; todo el mundo esperaba noticias de Tess. No debería sorprenderle, se dijo. Tess era adorable con todos los que la rodeaban.

–¿Se pondrá bien? –preguntó Helen preocupada, una vez en la agencia.

–Está bien –les aseguró Dane, a ella y a todos los demás–. Todavía está un poco atontada por la anestesia, pero no tendrá mayores consecuencias. Se va a recuperar.

–¿Cuándo le dan el alta? –insistió Helen–. Puede quedarse conmigo. Necesita que alguien la cuide.

–Vendrá conmigo –contestó Dane, sorprendiéndolos a todos, incluyéndose él mismo–. La llevaré al rancho. José y Beryl pueden cuidarla. ¿Tenemos quien la supla durante las próximas dos semanas? –preguntó a Helen.

–Sí, ya no tardará en llegar. Es una buena mecanógrafa, y me han asegurado que también es bastante discreta.

–Perfecto –contestó Dane mirando sin querer el escritorio donde se sentaba Tess. Le dolió verlo vacío.

–¿Quieres mirar en su agenda qué hay pendiente? –preguntó molesto a Helen–. Ni siquiera sé lo que tengo para hoy.

–Tienes un almuerzo con Harvey Barret –le recordó–. Para lo del caso de la extorsión. Por la tarde tienes que ver al matrimonio Allison, que quiere que localices a su hija, y por último, hablar con el hombre que quiere que vigiles a su esposa.

–¿Y esta mañana?

–Nada urgente –contestó Helen.

–Bueno. Voy al apartamento a cambiarme y después estaré en el hospital hasta la hora del almuerzo.

–Creía que habías dicho que Tess está bien –repuso Helen preocupada.

Dane contestó en la puerta:

–Si surge algo importante, puedes localizarme en el hospital –y le dio el número de la habitación de Tess.

–Está bien, jefe. Dile que la echamos de menos.

Dane asintió. Él tampoco podía dejar de pensar en ella.

2

 

 

 

 

 

Tess gimió dormida. Estaba soñando, y seguramente con Dane. A pesar del daño que le había hecho, siempre soñaba con él.

La despertó un ruido. Abrió los ojos y vio a Dane sentado cerca de su cama.

–¿Qué haces aquí? –preguntó poniéndose rígida–. Deberías estar trabajando.

–Estoy trabajando –contestó–. Cuidándote.

Aquellas palabras hicieron que acudieran a la mente de Tess recuerdos muy dolorosos. Cerró los ojos ante un acceso de dolor y contestó:

–Por favor, vete.

Dane bajó la mirada. La angustia reflejada en el rostro de Tess le incomodaba.

–Solo me tienes a mí.

Eso era cierto. La abuela de Tess había muerto hacía un año. Lo miró, pero su expresión vacía no reflejaba ningún sentimiento.

–Solo eres mi jefe, Dane –le dijo con calma–. Eso no quiere decir que tengas que cuidarme.

–Mira –le dijo inclinándose hacia ella–, nunca te lo he preguntado y quizá debería haberlo hecho. ¿Te hice mucho daño aquel día?

–No sé de qué me estás hablando –desvió la mirada.

–¿No? –rio con brusquedad–. Llevamos tres años arrastrando ese desagradable episodio; todavía no he sido capaz de acercarme a ti para pedirte perdón.

–¿Y qué más da? –contestó ella–. Querías sacarme de tu vida, y lo has conseguido. ¡No me acercaría a ti ni por todo el oro del mundo!

–Ni a mí ni a ningún otro hombre –contestó él.

Tess apretó la sábana contra su pecho.

–¿No tienes nada mejor que hacer que provocarme?

–Voy a llevarte al rancho.

Tess palideció y se sentó en la cama asustada.

–¡Dios, no! –dijo él–. ¡No te pongas así!

–No –musitó ella. Le temblaba la mano–. No pienso irme contigo. No quiero estar en tu casa. ¡No quiero!

Dane cerró los ojos. No podía soportar que se pusiera así; se puso de pie y se acercó a la ventana, encendió un cigarrillo y miró hacia afuera.

–No sabía que eras virgen –contestó, cortante–. No me di cuenta hasta que te vi aterrorizada. ¿Crees que no sé por qué no sales con ningún hombre? –se volvió y la miró a los ojos–. ¿Crees que no me importa lo que te hice?

Tess bajó la mirada hasta su mano temblorosa.

–Fue hace tanto tiempo…

–Podría haber sido ayer –contestó Dane–. ¡Dios, deja de alejarme de tu lado!

–¿Yo? –Tess se ruborizó. Dane se acercó otra vez a la cama–. Tess, sé que me temes, es evidente. Pero no voy a hacerte daño. Solo quiero llevarte a un lugar en el que puedan cuidarte hasta que puedas arreglártelas sola. Aunque yo no me quede en el rancho, puede atenderte Beryl.

–No conozco a Beryl. Además, puedo quedarme con Helen…

–Mira, cuando Helen no está trabajando, está en clase de ballet, y si tiene algún tiempo libre, lo pasa con su amigo Harold. Se ha ofrecido a cuidarte con la mejor de las intenciones, pero tendrías que pasar todo el día sola.

–No me importa.

–Escucha –Dane se acercó más a la cama y vio que Tess se tensaba–. Has presenciado una entrega de cocaína. Tendrás que hacer declaraciones a la policía. Los policías no han visto lo que tú, ¿entiendes? Eres la única que lo ha visto, y como uno de los traficantes anda suelto, en este momento ya debe de saber quién eres. ¿Comprendes ahora en qué situación te encuentras?

–No puedes estar hablando en serio.

–¡Claro que estoy hablando en serio! He visto cientos de casos así durante casi diez años, y sé perfectamente lo que va a pasar. No estarás a salvo hasta que atrapen al otro hombre y lo tengan tras las rejas. Quiero que estés cerca de mí, quiero cuidarte. Cuando yo no esté en casa, podrá cuidarte mi administrador. Es un hombre fuerte y sabe manejar un revólver casi tan bien como yo.

Tess escondió el rostro entre las manos. Era una agonía tener que acceder a lo que le pedía. Casi deseó quedar a merced de aquellos traficantes.

–Puedes odiarme todo lo que quieras –continuó Dane–, pero vendrás conmigo. No quiero que arriesgues tu vida.

–No creo que eso sea arriesgar mucho –musitó con tristeza–. Trabajar y ver la televisión no es gran cosa.

–Tienes veintidós años. Eres demasiado joven para hablar con tanto cinismo.

–Bueno, lo he aprendido de un experto –dijo levantando la mirada–. Tú me enseñaste.

Su expresión incomodó a Dane, que contestó bruscamente:

–Nunca había tenido a nadie a mi lado. Mi padre me abandonó cuando era un niño. Yo lo adoraba, pero mi madre lo odiaba y me odiaba a mí porque me parecía a él. Jane decía que me amaba cuando nos casamos, pero me abandonó sin miramientos –se inclinó hacia ella, sus ojos eran como carbones encendidos–. Tú querías amarme pero no te lo permití. Te herí, hice que me temieras. ¿Todavía no lo comprendes, Tess? ¡No sé lo que es el amor!

–No es necesario que me consideres una amenaza –contestó Tess desafiante–. Dejé de serlo hace años.

–Sí, lo sé.

–Ya no te amo –Tess evitó mirarlo a los ojos–. Estaba enamorada de ti. Supongo que era un sentimiento lógico, pero me demostraste que estaba equivocada.

Dane le acarició la mejilla y cuando la joven intentó volver la cabeza se lo impidió. La miró intensamente a los ojos y dijo:

–Razón de más para que no vuelva a tocarte.

–Podrías haberme forzado.

Dane esbozó una mueca y quiso negarlo, pero no pudo, así que contestó con amargura:

–No lo entiendes.

–¿El qué? –musitó Tess mirándolo como si de verdad no entendiera nada.

–Tú eres virgen –contestó sin atreverse a mirarla–. Pero yo no, yo había estado con muchas mujeres. Y tú eras tan dulce, tan adorable, y te deseaba tanto que no… no pude contenerme.

La mente de Tess se puso rápidamente en funcionamiento. A veces los hombres podían ser muy vulnerables. Había intentado negarlo durante años, pero una parte de ella siempre había sabido cuánto la había necesitado Dane aquel día.

–Me asustaste muchísimo –rio , nerviosa–. Cada vez que salía con algún hombre temía que me hiciera lo mismo, así que al final decidí no volver a intentarlo.

–No me sorprende –replicó Dane–. Para mí tampoco ha sido fácil. No puedes imaginar lo mal que me siento cuando veo que te retraes cada vez que me acerco a ti.

–Ya ha pasado mucho tiempo. Terminaré superándolo.

–Tess –observó sus dulces ojos grises–, ¿es solo miedo lo que sientes cuando estás cerca de mí? –miró su boca entreabierta y le acarició con dulzura el labio inferior, haciéndole contener el aliento–. ¿O hay algo más?

Tess apartó el rostro para librarse de aquella caricia. El corazón le latía violentamente.

Dane se obligó a mirarla a los ojos, y se dio cuenta de que la joven respiraba con dificultad. Así que no solo tenía miedo. Algo dentro de él se removió al darse cuenta de que Tess estaba intentando ocultar lo que le había hecho sentir con aquella sensual caricia. Era sorprendente que, a sus treinta y cuatro años, él nunca hubiera deseado acariciar de aquella manera la boca de ninguna mujer.

–No –contestó, casi para sí–. Es un sentimiento un poco más complicado que el miedo, ¿verdad?

–Dane…

–El médico dice que podrás irte mañana, pero hasta entonces habrá un policía en la puerta. Está ahí desde ayer, y ahí se quedará hasta que salgas de aquí –Tess lo miró nerviosa–. Me haces desear ser tierno. Eso ya es un buen principio –añadió con calma, y la observó con aire pensativo–. A lo mejor, si lo intento, conseguiré que desees que te acaricie.

–No –contestó. Un escalofrío le recorrió la espalda–. No pienso dejar que me toques. ¡Recuerdo perfectamente lo que me hiciste la última vez que me acariciaste!

–Nunca había estado con una mujer virgen –contestó en voz baja y profunda–. Y tampoco he sido un hombre con tendencia a la ternura, pero despiertas en mí sentimientos que me hacen reconsiderar mi comportamiento.

–Dane, no quiero –contestó ella bajando la mirada–. Hace años, creía que te importaba. Pensaba que, por lo menos, te gustaba, pero me asustaste tanto que ya no quiero volver a ser una amenaza para tu intimidad. Mi padre tampoco me quería a su lado, así que me dejó con mi abuela –se estremeció–. Nadie me ha querido nunca… –se recostó en la almohada–. Y ahora, por favor, vete. Estoy demasiado cansada para seguir hablando.

¿Por qué no se había dado cuenta de lo sola que se sentía Tess?, se preguntó Dane desesperado. Después de todos aquellos años, seguía sin saber casi nada de ella. Claro, sabía que se había sentido rechazada cuando su padre la había dejado al cuidado de su abuela. Y también cuando la había apartado definitivamente de su vida para casarse con su madre. Tess deseaba tener a alguien a quien amar, pero había tenido la mala suerte de encontrar a un hombre que no sabía lo que era el amor, que en su vida solo había conocido el rechazo, un hombre con un matrimonio fallido y un cuerpo lleno de cicatrices.

Dane hizo una mueca al ver la expresión de Tess. Se sentía responsable de su angustia. En cierto modo, él había contribuido a hacer de ella lo que en ese momento era.

–¿Te gustan los caballos?

–Me dan miedo.

–Eso es porque no sabes nada de caballos. Cuando estés en el rancho te enseñaré a montar.

–No me hagas esto –le suplicó, mirándolo a los ojos–. Por favor, no necesito que me compadezcas.

Dane abrió la boca para protestar, pero la cerró porque no estaba seguro de lo que debía decir. Se limitó a suspirar y dijo:

–Vendré mañana a buscarte. Intenta descansar.

Tess asintió. Cerró los ojos y decidió que Dane no volvería a tenerla a su merced. ¡Richard Dane no iba a volver a hacerle daño!

3

 

 

 

 

 

El rancho de Dane era un rancho ganadero, en el que además de José Domínguez y Hardy, domador de caballos y cocinero respectivamente, trabajaban Dan, administrador y esposo de Beryl, y otros doce peones.

Tess no quería que Dane la llevara a su rancho, pero no tenía fuerzas suficientes para oponerse. Dane había pagado los gastos del hospital y en cuanto le habían dado de alta, se habían dirigido hacia Branntville.

No le gustaba la idea de pasar varios días en compañía de Dane, que además se estaba comportando de una forma muy extraña poniéndola más nerviosa que de costumbre.

Dane nunca había sido un gran conversador, solo hablaba cuando tenía que hacerlo por motivos de trabajo, así que hicieron el viaje en silencio. Tess miraba por la ventana del coche, preocupada por el dolor que todavía sentía en el brazo.

–¿Este es el rancho? –preguntó cuando llegaron a las afueras de Branntville. Miró la valla en la que había un letrero con una espuela.

–No, este no es el mío. Cole Everett y esta espuela son famosos en todo el Estado. Cole se casó con su hermanastra, Heather Shaw, y tuvieron tres hijos que ahora son ya adolescentes.

–Es un rancho muy grande.

Dane asintió y señaló la casa que se veía a lo lejos.

–King Brannt es el dueño de aquella casa. Es todo un personaje –murmuró–. Él impone las reglas dondequiera que se encuentra. Está casado con una chica muy atractiva, hija de una actriz muy famosa. Y haría cualquier cosa por ella.

–¿Y vive en el rancho con él? –preguntó Tess con curiosidad.

–Se ha adaptado perfectamente. Como ves, el matrimonio no siempre es el final de la felicidad –concluyó con amargura.

–Supongo que para que funcione debe haber cierta afinidad, ¿no? –preguntó con aire ausente–. Se necesita algo más que atracción física para que dos personas sean felices en su matrimonio.

–¿Como qué? –le preguntó Dane.

–Respeto –contestó–. Intereses compartidos, educación similar… cosas así.

–¿Y sexo?

–Supongo que si quieren tener hijos… –contestó nerviosa.

–No siempre es posible tener hijos –repuso Dane con expresión sombría.

–Supongo que no –bajó la mirada–. Pero también es posible que haya gente a la que no le interese el sexo.

–Tess –preguntó Dane muy serio–, tú no tienes ni la menor idea de sexo, ¿verdad?

–No –se ruborizó.

Dane la recorrió con la mirada. Tess no sabía nada sobre relaciones hombre-mujer. Él era el culpable por haberla herido y asustado a los diecinueve años, y en ese momento deseó que todo hubiera sido diferente. Si pudiera aprender a ser tierno, sería maravilloso acostarse con ella, mostrarle la belleza de una unión completa. Se excitó al imaginarse tumbado a su lado. Había desperdiciado una oportunidad irrepetible. Era irónico que hubiera recobrado la cordura gracias a un disparo, cuando otro disparo le había robado antes la cordura.

–Aquí está el rancho –estaban pasando entre dos vallas de alambre de púas detrás de las cuales pastaba el ganado–. Comparto un semental con el rancho Gran Espuela –le explicó–. Aunque pronto tendremos que reemplazarlo, pues ya ha inseminado a muchas vacas.

–No entiendo.

–¿Te interesa el trabajo del rancho? –le preguntó Dane.

–Bueno, no sé mucho de esto, y supongo que es muy complicado, ¿no?

–No es tan difícil como parece. ¡Ah! Y tienes que aprender a montar.

–Supongo que podré… aprender –contestó, dudosa.

Llegaron entonces a una preciosa casa de madera, en cuyos jardines crecían flores maravillosas.

–¡Es preciosa! –exclamó Tess.

–Era de mi abuelo –le explicó Dane con orgullo–. La heredé cuando murió.

–Oh, es preciosa –repitió sin aliento–. ¡Y cuántas flores! ¡Esto debe de estar increíble en primavera!