El extraño caso del señor Longobucco (y otras ficciones) - Miguel Michelin - E-Book

El extraño caso del señor Longobucco (y otras ficciones) E-Book

Miguel Michelin

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Beschreibung

El extraño caso del señor Longobucco es una recopilación de cuentos que invitan al lector a sumergirse en un mundo de misterios y exploraciones psicológicas. Desde la intrigante laguna patagónica hasta las visitas inesperadas en un edificio de apartamentos, cada historia revela facetas ocultas del ser humano, sus miedos, deseos y conflictos. Miguel Michelin, con su estilo único, nos lleva por caminos llenos de sorpresas y reflexiones profundas.

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Seitenzahl: 134

Veröffentlichungsjahr: 2024

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MIGUEL MICHELIN

El extraño caso del señor Longobucco

(y otras ficciones)

Michelin, Miguel El extraño caso del señor Longobucco y otras ficciones / Miguel Michelin. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-5426-0

1. Narrativa. I. Título. CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Inspiración para portada: “Tramas y semillas” de Susana Tapias, San Nicolás, 2022.

Tabla de contenido

EN MODO (PRO)LOGO

La misteriosa laguna del Walitsün

El escritor y sus fantasmas

El buche

Visitas inesperadas

De occulta philosophia

Buscando calidad y perfección

Justicia por mano propia

Muerte en el Chüwüh

El extraño caso del señor Longobucco

Castum agere

A Jato Marrocco y Willy Ryan Dillon,

amigos de larga data, que ya no están.

Y a Manuel Cura, padre de mis nietos,

por su bonhomía y tolerancia infinita.

EN MODO (PRO)LOGO

El sentido común asegura que así como el habla es efímera, la escritura es imborrable. Esta obviedad no debe ser alegremente desestimada, sobre todo cuando resulta áspero practicar la escritura en estos tiempos inasibles, de actualidad vertiginosa y agitación permanente. No casualmente Zygmunt Bauman ha propuesto llamar a esta época Modernidad Líquida.

Para Roland Barthes la escritura comienza cuando el habla es imposible. Si bien la escritura, al igual que el habla, emerge desde los confines de la subjetividad, es desplazada de sus lugares por la trama de los deseos en juego, que, como una metástasis incontrolada e incontrolable, no supera transformación alguna para que se convierta en lo otro.

Generalmente se suele llamar escritor a todo operador del lenguaje, quien usando la letra, imprime y publica su habla, aunque en rigor, este concepto solo designa una práctica, no un valor social. Un escritor, continúa Barthes, comparte con el loco (no con el charlatán: el psicoanálisis ha desmontado los vericuetos del habla vacía) cierto aprovechamiento del significante, ya que ambos tienen como misión el especificar. Sin embargo, la objetivación del deseo por la escritura le exige al escritor (no al loco) el doble movimiento de adhesión y distancia, movimientos que le permiten (parafraseando a Deleuze) cartografiar el significado de las relaciones entre el sinsentido y el acontecimiento (acción algunas veces entorpecida por la desesperación de aquellos neuróticamente puntillosos -como Flaubert y varios más- enzarzados en la interminable aventura de encontrar le mot juste para reflejar con precisión la hondura de su pensamiento).

Probablemente haya que aclarar otra obviedad: leer es una operación solitaria, realizada en el silencio y en la inmovilidad. Sin embargo, hasta los tiempos de Montaigne, esta lectura muda era poco frecuente, ya que comunmente se leía en voz alta, quizás para continuar emparentando lo escrito con el origen oral de la comunicación humana.

Aún así, una cosa es leer y otra diferente ser un lector. Un lector no nace como tal, sino hace de la lectura una de sus principales labores existenciales, entremezclándola (o no) con las productivas.

Por su parte, Michel Foucault propone, en toda obra que posea forma de relato, la necesidad de distinguir fábula de ficción. La fábula construye lo narrado (episodios, personajes, funciones que ellos desempeñan en el relato, acontecimientos), mientras que la ficción se focaliza en la trama de las relaciones establecidas entre quien habla y aquello de lo que habla. Así la ficción es un aspecto de la fábula. Y según el régimen del relato, o más bien los diferentes regímenes según los cuales es relatado, la postura del narrador respecto de lo que narra varía, según participe en la trama, la contemple como un espectador ligeramente a distancia o se excluya y la perciba desde el exterior. En definitiva, concluye Foucault, la ficción no está nunca en las cosas ni en los hombres sino en la imposible verosimilitud (Un lector avezado sabe que los enunciados no son una convocatoria realista, sino constituyen juegos del lenguaje en el contexto de una idea, diría el semiólogo Eliseo Verón).

Ahora bien, una crítica literaria implica un análisis que no se refiere a la individualidad ni a la biografía personal del autor, sino a un análisis de las estructuras autónomas de la escritura, a las leyes de su construcción.

Es por ello que, respecto de la presente publicación El extraño caso del señor Longobucco (y otras ficciones) se puede decir que consiste en una recopilación de narraciones que surgen desde la intención de explorar distintas aristas humanas en la vida cotidiana, donde se pretende invitar a la introspección a través de historias que, aunque simples en apariencia, escamotean profundos e inesperados significados.

A lo largo de sus páginas se encontrarán relatos que abarcan una variedad de asuntos, como las complejidades de las relaciones interpersonales y los dilemas existenciales, hasta lo siniestro, que acecha desde los oscuros rincones más insólitos.

Siendo la finalidad movilizar las emociones, pensamientos y concepciones más sentidas del hombre acerca de sí mismo y del mundo, lo inesperado quizás sea aquello que más impacta, de allí que su transmisibilidad es esencial en lo narrativo. Y para que cumpla con esta condición, se intenta convocar las siempre mudables pasiones de intensidad cambiante, sean admitidas o inconscientemente negadas por la subjetividad de cada lector (Nada de lo humano me es ajeno, diría al respecto, el gran Charlie Chaplin).

El misterio es un constante hilo conductor en varias de las historias de esta publicación, no solo en el sentido de hechos inexplicables, sino también en la forma en que los personajes enfrentan sus propias incertidumbres, deseos y temores. Así aquellos personajes que habitan estas narraciones se encuentran a menudo en situaciones que desafían a mirar más allá de lo evidente, a confrontar sus propios demonios y a buscar cierto sentido en medio de las singulares vicisitudes, por ejemplo, de un perfeccionista obsesivo, de un anticuario inescrupuloso, de un seductor inseguro, de un justiciero infantil, así como episodios sobrenaturales, presencias diabólicas, hasta suicidos y asesinatos.

Al respecto, corresponde citar a Georges Bataille, quien al referirse al crimen (no a un crimen en particular sino a el crimen en general) asegura que es algo propio y exclusivo de la especie humana, sobre todo por su aspecto secreto, impenetrable, oculto. El crimen se esconde, y lo que de él se nos escapa es lo más horrible. En la noche que predispone a los miedos, se debe imaginar lo peor. Y lo peor siempre es posible, e incluso, en el caso del crimen, lo peor es su sentido más profundo.

Miguel Michelin

Invierno del 24, en Rosario

La misteriosa laguna del Walitsün

Entramos nerviosos a la habitación. Mi preocupación era doble: por la situación y por la reacción de Rebeca, quien era capaz de hacer una escena terrible. Yo esperaba su desborde en cualquier momento y hasta podía predecir con acierto las palabras que emplearía para enrostrarme que el ómnibus no pudiese continuar con el tour como si yo fuese el responsable.

En realidad, era muy irritante que una simple excursión contratada en Las Grutas para que transcurriera como un recreo gratificante, se haya interrumpido sin saber por qué en el medio de un lugar desértico cuyo único rastro humano era esta edificación chata en la que se pretendía alojarnos.

—Solo a vos se te puede ocurrir contratar una excursión con una empresa de cuarta como esta –comenzó Rebeca furiosa– donde el chofer decide tomar un camino maltrecho, mejor dicho, una huella apenas transitable para llegar acá.

—Pero mi amor… Era la agencia que daba más plazos… –respondí con un hilo de voz, recurriendo, una vez más, a mi patológico sometimiento para con ella, por esa dialéctica entre el amo y el esclavo que mi psicoanalista me ha explicado tan bien para neutralizar la inquisitorial dicotomía entre víctima y victimario… o si se prefiere, en su versión cristianizada, entre ángeles y demonios.

—Ya sé que era la que daba más plazos –bramó Rebeca– Pero deberías haber advertido que unos tipos capaces de llamar Illo Témpore Tour a su empresa, te podían salir con un domingo siete como este… ¿Qué tendrá que ver el turismo con los tiempos primordiales?… Y aquí estamos, los dos giles, en el centro mismo de la Patagonia, varados por causas que ignoramos y forzados a alojarnos en esto que no se sabe que es…

—Pero cariño… no me vas a negar que tiene un sabor aventurero… –acoté mansamente con intención de apaciguarla, a sabiendas de que era inútil.

—Yo ya no estoy en edad de valorar la aventura –aulló Rebeca con mayor iracundia– Estoy para que me atiendan… para que me digan: Señora ¿dejo el split en 24 grados o se lo bajo a 20?… ¿Me entendés, David?

—Sí, vida, te entiendo… pero vos también tenés que entender que cuando subís a un vehículo, ponés tu destino en manos del chofer… Pensá que sería mucho peor si tuviésemos que pernoctar en el ómnibus… Por lo menos tenemos esto –dije en un tono sumamente calmado con plena consciencia que eso la exasperaba.

—¿¡Esto!? –rugió mucho más colérica aún– Esto es una mierda y vos te das cuenta igual que yo… Lo que pasa es que nunca vas a reconocer un error… y además…

Rebeca siguió incontenible con sus sempiternos reproches, mientras yo amoldaba a mi cara el recurrente gesto anodino que utilizo en estos casos para reducir sus diatribas a tan solo un tenue ruido de fondo, al tiempo que me dedicaba a recorrer el cuarto con la vista.

Ella tenía razón solamente en algo: era inquietante que no supiésemos la causa de la parada, que pintaba prolongada, pero no tenía razón en absoluto al denigrar al hotel ni a la habitación. El lugar era austero, limpio, y por la escasez de mobiliario hasta podría decirse que tenía buen gusto. Sus paredes blancas y sus baldosas de cerámica roja, junto a ventanas y puertas de madera barnizadas, lo orientaban hacia una estética simple y clásica, tipo colonial. El olor a nuevo realzaba aún más las impecables paredes que parecían nunca haber recibido el más pequeño clavo para sostener un cuadro ni el más insignificante colgajo. Las cortinas y el cubrecama de tela rústica se combinaban acertadamente en sus tonos ocres y secos. Abrí las puertas del placard y el olor a nuevo fue todavía más intenso. Me encontré con toallas impecables, frazadas ordenadas y sábanas nuevas perfectamente dobladas. Todas empaquetadas aún en sus envases de nylon originales de fábrica.

Las recriminaciones de Rebeca no habían disminuido en ningún momento:

—… Como aquella vez cuando me llevaste a los Esteros del Iberá… y mejor ni hablar del viaje a Ischigualasto y Talampaya… o a los Saltos del Moconá…

—Querida, ¿viste la laguna desde la ventana?…

—No me interesa… Me embarqué en esta excursión solo por ver los petroglifos y las pinturas rupestres de los pueblos originarios… para compararlos con los del Alero de Charcamata… ¡¡Ah, no!!… Pero esto no va a quedar así… –continuó vociferando.

Yo volví a mirar al exterior desde un rincón de la ventana y tuve la sensación de que esa laguna y sus costas eran componentes de una imagen ya vista por mí. Era muy extraño porque nunca antes había estado en el interior profundo de la estepa patagónica. Retrocedí hasta enmarcar la imagen de costas, cielo y laguna dentro del rectángulo de la ventana y allí me di cuenta de mi familiaridad con el paisaje. En mis ocasionales pretensiones como dibujante siempre me limité a la tinta como técnica y al paisajismo yermo como tema. Y en esas breves, brevísimas incursiones, reiteré casi al infinito una imagen compuesta por dos mesetas bajas enfrentadas a derecha e izquierda, un cielo sin nubes y una planicie central que bien podría ser considerada como un espejo de agua. Era esa y no otra la evocación , casi como un deja vú, que produjo en mí el visualizar la laguna. No había más que sustituir la llanura central de mis dibujos por la presencia tranquila de una laguna patagónica que nos regalaba su belleza desolada.

—Este paisaje se parece a mis tintas…

—¿Tus tintas?… ¿Cómo tenés la audacia de llamar tintas a esos mamarrachos que dibujás?… –cuestionó Rebeca despectivamente.

—Lo que se ve desde aquí, es más o menos igual a lo que vengo dibujando desde hace tiempo, con los elementos fundantes: tierra, aire y agua… Por eso el paisaje me resulta familiar –proseguí ignorando su descalificación– Vení y mirá…

Unos golpes de nudillos en la puerta de la habitación interrumpieron la acción:

—¿Y ahora quién demonios será? –gruñó Rebeca entre dientes.

—Damián, el chofer –se escuchó del otro lado.

Ambos nos abalanzamos hacia la puerta, pero Rebeca ganó la delantera llena de preguntas y mil reclamos imaginables. Por la cara del chofer notamos que ya había padecido varios y duros cuestionamientos antes de los que pensábamos hacerle nosotros. Aún así, como era de esperar, Rebeca le saltó directo a la yugular:

—¿Qué es todo esto? –lo encaró de inmediato.

—Un error, señora… Un error de cálculo en el combustible…

—¿No me diga que no cargó el tanque antes de iniciar el viaje?

—Por supuesto que sí, señora… Sin embargo, una aguja del tablero que se traba y uno cree que tiene el tanque lleno… pero no lo tiene.

—¿Y cómo piensa solucionarlo?

—Todavía queda una reserva y con ella intentaré acercarme hasta El Infiernillo, un caserío costero que cuenta con un surtidor de combustible. Respecto de ustedes les digo que hemos tenido suerte en poder llegar hasta aquí, que es un hotel de propiedad de la empresa, aunque todavía no está habilitado…

—¿Cómo que todavía no está habilitado? –protestó Rebeca alarmada.

—Quédese tranquila, señora… Me refiero a que todavía no se comenzó a explotarlo comercialmente… Así que todo es a estrenar y cada cosa funciona… Este hotel tiene de todo…

—Pero no tiene combustible –acotó irónicamente mi inefable esposa.

La presión que ejercía mi mujer sobre el chofer con su ímpetu avasallador me liberaba de intervenir en la conversación. Di por descontado que el tipo aclararía todos los detalles del caso y más también, pues de no ser así, Rebeca seguramente lo acogotaría. El pobre hombre no la conocía como yo… Probablemente ignorase que el nombre de mi esposa literalmente significa cautivante, por provenir, según la tradición hebrea, del lazo corredizo de una trampa para capturar animales. De allí que trato de no llamar a mi esposa por su nombre para no quedar prisionero de su voluntad ni entrampado en sus manejos ya que la Kábalah asegura que las cosas, para que sean, deben ser nombradas.

—Y cuando la empresa decida habilitar esto… ¿Piensa que va a funcionar en este lugar olvidado del mundo?… ¿Un hotel aquí, donde el diablo perdió el poncho?… –continuó Rebeca descalificando.

—Señora, le dije que este es un buen hotel para recibir a la gente que venga a disfrutar de los extraordinarios encantos del agua de la laguna…

—¿Qué laguna? –preguntó mi esposa fingiendo ingenuidad y haciendo honor a la etimología de su nombre, hizo que Damián se incomodase.

—¡Esa, señora! –dijo el chofer con determinación señalando la ventana desde la cual registré el parecido con mis tintas, y agregó casi con un tono burlón– Ustedes que tienen la mejor vista de todo el parador… ¿No se habían dado cuenta de que allí había una laguna?…

Rápida de reflejos, Rebeca zafó del sarcasmo reorientando astutamente el diálogo hacia otro enfoque:

—¿Y el agua de esa laguna tiene propiedades extraordinarias?

—Al menos es lo que aseguran los pueblos originarios de la precordillera… Al parecer sus antepasados merodeaban por la zona y le atribuyeron un carácter sobrenatural. Por ese motivo la llamaron como a una antigua deidad indígena: Lalaguna delWalitsün… que los wingkas castellanizaron como gualicho para referirse a su misterioso encantamiento.

—¿Ah, sí?… Mirá vos… –lo descalificó Rebeca con su habitual desdén.

—Bueno… Los espero dentro de quince minutos en el hall central del hotel junto a todos los pasajeros para dialogar y darle algunas recomendaciones generales antes de partir… Por favor, concurran.

El chofer se retiró forzando una sonrisa cordial y mi esposa y yo nos miramos más con resignación que entendimiento.

Los varados colmábamos el hall central del hotel y formábamos un alborotador bullicio quejoso capaz de agotar al más fogueado. Cuando se completó el conjunto de confinados, me di cuenta de que llegábamos al esotérico número veintidós, la misma cantidad que la Kábalah