El falso millonario - Katherine Garbera - E-Book

El falso millonario E-Book

Katherine Garbera

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Beschreibung

Miniserie Deseo 213 Él no era quien ella creía que era. La estrella cinematográfica estaba a punto de revelar su verdadera identidad… Sean O'Neill llevaba seis meses viviendo un idilio con Paisley, asesora de imagen, y engañándola sobre su verdadera identidad. Cuando Paisley supo la verdad, ¿cómo iba a estar segura de que lo que habían compartido no había sido un pasatiempo para aquel famoso actor? ¿Y qué pasaría cuando Sean descubriera su secreto? ¡Iba a tener un hijo suyo! Confesar sus respectivos secretos, ¿los alejaría definitivamente o proporcionaría otra oportunidad al amor?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Katherine Garbera

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El falso millonario, n.º 213 - junio 2023

Título original: Billionaire Fake Out

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411417785

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Embarazada.

Negó con la cabeza mirando la prueba de embarazo que se había hecho. De nuevo. Debía de haber leído mal el resultado.

Rogó que la lectura fuera equivocada.

Paisley Campbell no tenía su mejor día. Su hermano la había llamado para decirle que iban a llevar al veterinario a Pasha, el viejo perro de la familia, porque había sufrido otro ictus. Además, uno de sus clientes estaba convencido de que, si salía en televisión protestando por lo injustamente que lo trataban por haber llamado a la policía para que expulsaran al vagabundo que rebuscaba en su contenedor de la basura, la gente lo entendería. Y, para acabar, la quinta prueba de embarazo que se había hecho seguía dando positiva.

Esos tres aspectos de su ordenada vida se habían vuelto caóticos. Pero, en aquel momento, lo que más la preocupaba era el embarazo.

¿Cómo le había podido pasar?

No se atenía a normas rígidas, aunque tampoco era impulsiva. Sería demasiado fácil culpar a Jack y sus atractivos ojos castaños que la hacían olvidar todo lo demás, incluso su propio nombre. La verdad era que había algo sólido en aquel hombre, con quien se sentía segura, como si en él hubiera hallado el refugio que no le había proporcionado nada ni nadie desde el divorcio de sus padres.

Tenía que decirle que estaba embarazada. Era inútil posponerlo, tras la quinta prueba. En la primera o la segunda, podía haber pensado que se trataba de un falso positivo, pero no después de haberse hecho cinco. Hacía un rato, él le había mandado un mensaje para pedirle que se pusiera guapa para quedar en uno de los restaurantes más lujosos de Chicago, porque tenía buenas noticias.

Paisley no sabía cuáles serían. Tal vez hubiera conseguido, por fin, un buen trabajo. No quería juzgarlo, pero llevaba seis meses trabajando en un gimnasio cercano a la casa de ella y, sinceramente, no era un excelente entrenador. O quizá lo fuera, ya que, en realidad, Paisley no tenía ni idea de lo que hacía allí.

Pero no ganaba mucho, eso seguro. Jack llevaba viviendo con ella desde la segunda vez que habían salido. Cocinaba y pagaba la comida de ambos, pero solo contribuía a los gastos de la casa con algún billete de cien dólares de vez en cuando. Era extraño, pero a ella no le importaba.

Jack no había atraído su atención por el dinero, sino por el trasero que le marcaban sus ajustados vaqueros. Además, ella no tenía problemas económicos. Deseaba ampliar la empresa, IDG Brand Imaging, de la que era copropietaria con sus amigas. Era una empresa importante en el Medio Oeste, pero quería extenderla por todo el país.

Acabó de pintarse los labios y comprobó que estaba bien peinada. Se había recogido el cabello en un moño bajo. El flequillo le cubría la frente. Creía que le quedaba bien. El vestido de terciopelo color crema, cubierto por un sobrevestido de organza con flores bordadas, se le ajustaba al cuerpo. Y al ponerse de lado para mirarse al espejo se dio cuenta de que pronto no le cabría.

Por el bebé.

Hasta entonces se las había arreglado para no enfrentarse al hecho de estar embarazada. Quería formar una familia, pero más adelante. Lo cierto era que el embarazo no le parecía real. Y probablemente no se lo parecería hasta ver cómo reaccionaba Jack. No se lo imaginaba.

Tenía miedo. Llevaba mucho tiempo sin sentirlo. Se le daba muy bien ver el lado bueno de las cosas, pero aquello la sobrepasaba.

Pensó en mandar un mensaje a Olive y Delaney, porque necesitaba a sus mejores amigas a su lado en un momento como aquel.

Sin embargo, se trataba del hijo de Jack, por lo que debía ser el primero en enterarse. Además, esa noche tenían una cita. Esperaba…

Respiró hondo e imaginó que reaccionaría de la mejor manera posible. Pero, muchas veces, la vida no estaba a la altura de sus expectativas.

«¡Basta!», se dijo. A veces se ponía a dar vueltas y más vueltas a las cosas y no veía el modo de parar. Se echó sobre los hombros una capa de terciopelo rojo, porque estaban en diciembre. Volvió a respirar hondo y salió del edificio. El Rolls Royce de Delaney la esperaba.

–Buenas noches, señorita Campbell. Esta noche estoy a su servicio –dijo Lyle, el chófer de su amiga, al bajarse del coche.

–¿Sabe dónde vamos?

–Sí. Siéntese y no se preocupe por nada.

Le abrió la puerta trasera y ella vio un regalo en el asiento, con un sobre a su nombre.

Se sentó y se abrochó el cinturón antes de abrirlo. Había una nota de Jack. Reconocería su escritura dondequiera que la viera.

 

Paisley:

Esta noche quiero que te olvides de todo y que el mundo desaparezca mientras estás conmigo. Es mi forma de agradecerte los seis últimos meses.

Jack

 

El corazón le dio un vuelco. ¿Quería decir que deseaba seguir con ella o se estaba despidiendo de forma agradable?

 

Paisley desmontó del Rolls-Royce y Sean contuvo el aliento, como siempre que la veía. Tenía los ojos de color azul grisáceo, flequillo y un rostro siempre hermoso.

Pero esa noche estaba radiante.

El largo vestido que llevaba era precioso y se le ajustaba a los brazos y los senos, realzándole la delgada cintura, antes de caer en una cascada de lo que, desde lejos, a Sean le pareció terciopelo. Le vio la punta de las botas de alto tacón color crema que sobresalía por debajo del vestido. Y llevaba un bolso de cadenas Chanel.

A pesar de la gracia de su porte, parecía nerviosa mientras lo miraba, como si, a pesar del gorro que él llevaba, se hubiera dado cuenta de que volvía a llevar el cabello de su color natural. Tal vez se hubiera dado cuenta de quién era.

Tal vez no.

En cualquier caso, esa noche le revelaría su identidad. Sin embargo, no quería hacerlo en casa de ella, donde llevaba viviendo seis meses. Quería revelarle quién era y mostrarle todo lo que le había ocultado.

Para ello se había empleado a fondo. Había reservado el restaurante entero, se había teñido el cabello de su color castaño natural y se había afeitado la barba. Y se había puesto un traje de Hugo Boss. Había hecho una campaña publicitaria para el diseñador, que se había lanzado el Día de Acción de Gracias y, esa noche, de camino al restaurante, vio el anuncio.

Paisley le sonrió y él le devolvió la sonrisa mientras volvía a regodearse en su belleza. Llevaba en las manos el manguito de piel que le había dejado en el coche como regalo y la capa de terciopelo sobre el brazo.

Cuando ella contempló la calesa situada detrás de él, asintió y se le acercó.

–Al principio estaba confusa, pero ahora lo entiendo –dijo ella.

Él observó que tenía copos de nieve en el cabello y se los quitó con la mano. Después le echó la capa sobre los hombros.

–¿Hace demasiado frío? –preguntó él señalando la calesa.

–¡Qué va! Me encanta. Y estás muy bien de negro y afeitado. Te pareces a alguien que conozco. ¿Cómo no me había fijado en la mandíbula tan fuerte que tienes?

–Porque normalmente lo haces en otras partes de mi cuerpo –contestó él guiñándole el ojo.

–No es culpa mía. Tienes un trasero precioso.

Sean rio y la ayudó a montarse en la calesa, le cubrió la piernas con una manta y se sentó a su lado. El chófer les entregó un termo con chocolate caliente y salieron.

Sean respiró hondo mientras le echaba el brazo por los hombros y la atraía hacia sí. Sabía que, si seguía siendo Jack, no habría motivo para que nada cambiase. Continuaría desempeñando el papel.

Pero ¿durante cuánto tiempo?

No podía seguir mintiendo a Paisley eternamente. Además, debía volver a Los Ángeles al final de la semana. Debía decírselo esa noche. Se había quedado sin excusas.

Sean deseaba ser el hombre romántico que ya había representado un par de veces. Quería que a Paisley le pareciera que era el centro del universo y que él no le había mentido para hacerle daño, sino para protegerla.

Se frotó la nuca preguntándose cómo reaccionaría su amiga, una mujer práctica y sincera. Lo malo era que sabía que se lo debía haber dicho hacía tiempo.

Por ejemplo, hacía dos semanas, cuando lo invitó a pasar la Navidad con ella. Con ella en sus brazos frente a la chimenea eléctrica, experimentó una felicidad que nunca antes había sentido.

Estuvo a punto de decírselo, pero no lo hizo. Hasta que no se acababa el rodaje de una película, no le gustaba hablar de su personaje. El que había representado se parecía mucho al de Jack que encarnaba en Chicago.

–La nota era un poco críptica –dijo ella.

–¿Ah, sí? Pues pretendía ser romántica.

–Ahora me doy cuenta, pero no sabía si era una nota de agradecimiento, por seis meses de relaciones sexuales, porque te ibas a marchar o porque querías quedarte.

Él se estremeció. ¿Le había dado a entender eso intencionadamente? Sabía que, cuando le dijera quién era, todo cambiaría.

Daba igual que Paisley fuera distinta del resto del mundo. Entendía lo que eran la fama y la imagen pública mejor que la mayoría, pero eso no implicaba que fuera a aceptar que no se lo hubiera confesado antes.

–Me alegro de que ahora lo veas. Pero hay algo muy importante que te quiero contar.

–Muy bien, porque yo también tengo algo que decirte.

¿Ella tenía una noticia importante? ¿Estaba tan concentrado en la revelación que debía hacerle que no había prestado tanta atención a Paisley como quería?

Era evidente que lo que había entre ellos no era amor. No lo había en su interior. No se había criado en una familia que lo quisiera y cuidase y, en consecuencia, había aprendido muy bien a fingir que estaba enamorado, pero la realidad era que nunca había experimentado ese sentimiento. Sin embargo, Paisley le gustaba mucho y quería seguirla viendo cuando retomara su vida en Los Ángeles.

–Las damas primero.

Sean pensó que era lo que diría un caballero. Sabía que ella llevaba varias semanas trabajando en la expansión de la empresa. Le había contado sus planes muchas noches, cuando estaban acostados. Y a él le gustaba escucharla y que compartiera con él sus sueños.

Paisley era muy distinta de las mujeres que conocía en Los Ángeles, que le pedían constantemente que las ayudara a llegar donde deseaban. Paisley no buscaba atajos.

–No, prefiero que me cuentes tú la tuya, primero –dijo ella sacando una mano del manguito y poniéndola sobre la mano enguantada de él. Tenía los dedos delicados. Lo miró con franqueza y un poco de vulnerabilidad.

Sean se dijo que no tenía motivos para sentirse culpable, pero así era como se sentía. Además, le pareció que ella estaba un poco rara, por lo que se preguntó si no se habría enterado ya de su identidad. Eso le facilitaría las cosas.

–¿La noticia que vas darme me concierne? –preguntó él.

Si la respuesta era afirmativa, le lanzaría el discurso que llevaba preparado sobre la confidencialidad durante el rodaje, etcétera.

–Sí –susurró ella–. Pero sé que te la voy a dar de forma desastrosa, así que necesito unos minutos para aclarar mis pensamientos.

–Ven aquí –dijo él abrazándola y besándola, con la intención de consolarla, pero la pasión se apoderó de él. Su boca le resultó irresistible al pensar que tal vez no podría volver a besarla. La incertidumbre sobre su reacción hizo que la deseara aún más.

Ella, a su vez, lo abrazó y lo besó. ¡Cuánto la deseaba!

Él alzó la cabeza.

–¿Te ha ayudado a calmarte?

En lugar de responderle, ella apartó la mirada.

Eso no le sentó bien. ¿Qué era lo que tenía que decirle que le causaba tanta ansiedad? De todos modos, era él quien ahora debía hablar.

–No va a ser fácil…

Ella volvió a mirarlo a los ojos.

–Has dicho que no era una nota de despedida –lo interrumpió ella.

–Y no lo es.

–Entonces, ¿qué pasa?

–No soy el que crees. Quiero decir que lo soy, pero que soy algo más.

¡Por favor! ¿Cómo había podido ganar un Oscar divagando de aquel modo? Deseó haber llamado a uno de sus guionistas para que le escribiera aquella escena.

Ella frunció el ceño.

–¿Qué quieres decir, Jack?

–No he sido completamente sincero contigo sobre mi situación laboral.

–Me lo imaginaba –respondió ella mirándolo con ironía–. Es evidente que desconozco a qué te dedicas, pero el gimnasio donde te dejo con el coche no parece un negocio muy próspero –de repente lo miró con los ojos como platos–. ¿No estarás haciendo nada ilegal?

–No. Escucha, no es fácil decírtelo –dijo él, mientras la calesa daba la vuelta para regresar al restaurante.

Por el rabillo del ojo, creyó ver que algo se movía entre los arbustos, pero no quería que nada lo distrajera. Paisley lo miraba expectante.

–No me llamo Jack Nelson, como te he dicho, sino…

–¡Sean O’Neill! –gritó una voz.

–¡Maldita sea! –masculló él.

Ella miró a su alrededor, confundida, buscando a Sean O’Neill. Después volvió a mirar a Jack. Mientras lo hacía, él notó el momento en que ella se dio cuenta de lo que pasaba.

–¿Se has estado escondiendo en Chicago, porque su exesposa se ha vuelto a casar, esta vez con el multimillonario Ainsley Hartman? –le preguntó un periodista, mientras los fotógrafos no paraban de hacerles fotos.

Jack alzó la mano y agarró la manta que tenían en el regazo para tapar el rostro de ambos. Bajo la manta, se volvió a mirar a Paisley

–¿Tu exesposa? –Paisley lo fulminó con la mirada, antes de quitarle el gorro–. ¡Sean O’Neill!

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Paisley casi no entendió lo que él le decía. Los flases de los paparazis y las preguntas que le hacían a gritos no la ayudaron, precisamente. Por suerte, el chófer de la calesa aligeró el paso y al llegar al restaurante los esperaban varios guardas de seguridad. Ella ni siquiera podía mirar a Jack… a Sean.

La cabeza le daba vueltas con tantas preguntas que se había mareado. La primera, ¿estaba casado? La segunda, ¿verdaderamente había estado saliendo con una estrella de Hollywood? No sabía la respuesta a la primera, pero era innegable que él era una celebridad. De hecho, era tan famoso que se sintió estúpida por no haberlo reconocido.

Claro que, a decir verdad, había cambiado de aspecto al teñirse el cabello de rubio y dejarse barba y bigote. Se dio cuenta de hasta qué punto había convertido a Jack en el hombre que quería que fuera, sin percatarse de quién era en realidad. Sin embargo, ahora que sabía que era Sean O’Neill, era imposible no reconocerlo.

–¿Has estado llevando lentillas de colores?

–Sí.

Paisley casi deseó que fuera un criminal, porque le hubiera resultado más fácil enfrentarse a eso que a aquella situación.

Cualquier cosa habría sido más fácil de manejar que aquello.

Pero ¿de qué se sorprendía? ¿Cuándo le había resultado la vida tan fácil y agradable como los seis meses anteriores con Jack… ¡Sean!?

El portero le tendió la mano para ayudarla a bajar. Ella estuvo a punto de escurrirse en la acera helada. Al pensar que se iba a caer, se llevó la mano al vientre. Su niño. El hijo de… No, ahora no podía pensar en eso.

Recuperó el equilibrio, notó la mano de Sean en la espalda y se apartó de él para entrar al restaurante. Buscó el aseo con la mirada y se dirigió directamente allí tirando al suelo el manguito que él le había regalado.

No quería nada de él, pensó, mientras se le llenaban los ojos de lágrimas y comenzaba a jadear. Entró inmediatamente en el servicio de señoras. Se apoyó en la pared y comenzó a llevar a cabo las técnicas de respiración que el psicólogo le había enseñado durante el divorcio de sus padres.

«Toma aire y cuenta hasta cuatro. No lo sueltes».

El padre de su hijo era un impostor. No era quien…

«Basta. Respira».

Sacó el móvil del bolsillo de la capa e hizo una videollamada a Olive y Delaney. Necesitaba a sus amigas. La apoyarían, le darían buenos consejos y tal vea la hicieran reír.

Olive contestó la primera. Unos segundos después lo hizo Delaney.

–¿Qué te pasa? –preguntó Olive.

–¡Madre mía! Tienes un aspecto horrible. ¿Qué ha pasado? –gritó Delaney. ¿Nos necesitas? Lyle acaba de volver.

–No puedo… Jack no es quien me había dicho. Es el actor Sean O’Neill.

¡Qué canalla! –exclamó Delaney.

–Pais, ¿estás segura? –preguntó Olive–. Sean O’Neill es famoso por sus penetrantes ojos azules; Jack los tiene castaños.

–Llevaba lentillas de colores y se había teñido el cabello. Me ha mentido todo el tiempo –afirmó Paisley, que comenzaba a sentir pánico.

–Voy a buscar información sobre él en Google –dijo Olive.

–Voy para allá –añadió Delaney.

–¿Me pasas a recoger, Dellie? –preguntó Olive.

–Sí.

–¿Qué necesitas, Pais?

–No lo sé. Chicas, estoy embarazada. Iba a decírselo esta noche, pero ¿cómo voy a hacerlo? No conozco a ese hombre. Todo lo que me ha contado era mentira. Me avergüenzo de no haberme dado cuenta.

–¿Que estás embarazada? Muy bien –dijo Olive–. ¿Estás contenta?

–Lo estaba. No lo sé.

–Que se vaya a tomar viento –intervino Delaney–. Vas a ser una madre maravillosa. No dejes que te quite eso.

–Gracias, chicas.

–De nada –contestaron ambas a la vez.

Abrumada por la emoción, Paisley se echó a llorar. Le resultaba increíble haber sido tan estúpida. Quería marcharse de allí y no volver a verlo.

Pero ¿cómo?

Probablemente, los paparazis seguirían fuera. Y él también. Debía urdir un plan.

–Pensándolo bien, no vengáis aquí. Dejad que primero salga yo, y después…

–No tienes coche –apuntó Delaney–. Si me presento allí, distraeré a los fotógrafos.

Paisley negó con la cabeza. No iba a consentir que sus amigas le solucionaran el problema.

–Ya me encargo yo. Es que estoy en estado de shock y necesitaba hablar con vosotras.

–Lo entendemos, Pais –dijo Delaney–. Voy a decirle a Lyle que vaya a recogerte. No hace falta que esperes un taxi. Te mandará un mensaje al llegar. Sal cuando estés lista.

–Voy a mandarte toda la información que encuentre sobre Sean y su vida. Llámanos cuando llegues a casa –dijo Olive.

–Lo haré. Gracias a las dos.

–Te queremos –dijo Delaney.

–Yo también os quiero.

Colgó, se secó las lágrimas y se miró al espejo. No era la primera vez que la engañaban; su padre lo había hecho durante años. Pero hallaría la forma de superarlo. No tenía más remedio, porque debía pensar en el niño.

Se echó agua en el rostro y, mientras el agua se iba por el desagüe, se dijo que también lo hacían el afecto y la confianza que había sentido por Ja… por Sean. Pero no era tan sencillo. Seguía en estado de shock.

Sin embargo, debía adoptar una actitud firme, porque iba a tener que enfrentarse a él antes de marcharse. Suspiró. Por suerte, se le daba muy bien adoptarla. Al ser hija de un estafador, la familia había tenido que mudarse cada vez que se descubría una de las estafas de su padre. Paisley no había averiguado la razón de tantos desplazamientos hasta llegar a la universidad. Creía que a su padre lo trasladaban de un sitio a otro por motivos laborales.

Se comportaba como una idiota con respecto a los hombres. Durante años había creído lo que su padre le contaba, pero pensaba que ya no era tan fácil engañarla. Y ahora…

¿Cómo había dejado que Sean O’Neill la engañara? Era uno de los actores más premiados de su generación, pero, aun así, Paisley se consideraba una mujer inteligente.

Debía aclararse. Se miró al espejo.

–Eres estupenda –le dijo a su reflejo–. Y mereces que te quiera alguien que no te mienta. Y el hombre que te espera fuera no debe darse cuenta de tu dolor.

Sacó pecho y rogó poder soportar la hora siguiente sin desmoronarse. Solo quería salir del restaurante y volver a…

«¡Maldita sea!», se dijo.

Él vivía en su casa. Había invitado a un mentiroso a su hogar. Pero ya pensaría en eso más tarde. Ahora debía marcharse de allí.

«Se fuerte, Paisley».

Respiró hondo, se dirigió a la puerta y la abrió.

 

 

Podría haber ido mejor.

Sean estaba en el vestíbulo del restaurante. Los guardas de seguridad se habían encargado de los paparazis. Pero ese era el menor de sus problemas. Vio el manguito en el suelo, lo recogió y se dio cuenta de la complicada situación en que se hallaba. Lleno de ira, cerró los puños deseando dar un puñetazo a algo. Tomó aire varias veces para calmarse, pero no era fácil, cuando había estropeado las cosas de aquel modo.

Sabía que no podía culpar a los fotógrafos ni a las webs de cotilleo: él era el único responsable.

El problema era que no sabía cómo arreglarlo. Recordó todos los papeles que había desempeñado en su vida en busca de las palabras y los sentimientos adecuados para remediar la situación, pero no los halló: nunca había interpretado a un hombre que mintiera a una mujer como Paisley.

Eso constituía buena parte del problema. Ella no se parecía a nada de lo que conocía. Y él, con un ego desmesurado y la expectativa de conseguir que todo el mundo le perdonara, había hecho lo que era necesario para el papel, sin darse cuenta del profundo daño que podía causar a Paisley. Ni tampoco que, a diferencia de lo sucedido en el pasado, no iba a poder utilizar su encanto para resolver aquel asunto. La mayoría de la gente se portaba con él mejor de lo que se merecía, pero Paisley no era como la mayoría de la gente. Sin embargo, la arrogancia lo convenció de que, de todos modos, arreglaría las cosas.

Al principio se dijo que lo que los unía era el sexo, pero, a medida que pasaban los meses, se percató de que era algo más que una ardiente atracción física lo que lo hacía volver a por más. Paisley le caía muy bien y no pretendía hacerle daño, pero no podía permitirse filtraciones a la prensa, por lo que, por mucho que apreciara a la hermosa experta en la imagen de marca, no le dijo la verdad.

Ahora se daba cuenta de que ella no iba a aceptar esa excusa.

Ojalá sintiera algo más que culpa, ira y remordimientos. Debería experimentar algo más, pero estaba vacío. Y no podía fingir ante ella, porque se trataba de Paisley y quería ser sincero.

Pero ¿lo había sido alguna vez?

Oyó que se abría la puerta del aseo de señoras y la vio salir. Tenía los ojos enrojecidos y una expresión de disgusto e indignación.

–Lo siento –eso siempre estaba bien para empezar.

Ella se limitó a asentir.

–Quiero que hagamos las paces.

–Pues me parece que no va a ser así.

–¿Así que vas a seguir enfadada conmigo?

–Sí.

–Con razón.

–¿Por qué me has mentido?

–Porque firmé un acuerdo de confidencialidad antes de venir aquí a trabajar, y la prensa se ha vuelto loca. Lo que ha sucedido antes con los paparazis constituye una pequeña muestra. Me siguen a todas partes…

–Lo entiendo. Eres famoso y todos quieren algo de ti. Pero yo no. Creía que eras un hombre sexy y cariñoso.

¿Era algo más que culpa y remordimientos lo que sentía? No lo sabía. Su única certeza era que Paisley le importaba. Tendió la mano hacia ella, que, esa vez, le permitió que se la pusiera en el hombro.

Tal vez hubiera una posibilidad de solucionar aquello. Ella no lo rechazaba físicamente.

Pero cuando se inclinó para besarla, ella apartó el rostro.

–Muy bien… –Sean carraspeó–. ¿Quieres cenar?

–¿Estás de broma? –le espetó ella–. Apenas puedo controlarme, así que no voy a fingir que todo va bien y a cenar contigo.

–Entendido –alzó las manos–. ¿Qué puedo hacer?