El grito más profundo de la naturaleza - Josefina Ricotta - E-Book

El grito más profundo de la naturaleza E-Book

Josefina Ricotta

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Beschreibung

El grito más profundo de la naturaleza son diez relatos que exploran la complejidad humana en su estado más puro. Cada historia sumerge al lector en la psicología de sus personajes, quienes transitan el amor, la pérdida, la esperanza y la melancolía con una intensidad que resuena en lo más profundo de cada uno de ellos. Con una prosa envolvente y una mirada que penetra en lo más profundo del ser, Josefina Ricotta teje universos donde las emociones emergen con una fuerza arrolladora, despojadas de artificios y colmadas de autenticidad. Sus relatos no solo narran historias, sino que nos sumergen en paisajes emocionales donde la vulnerabilidad y la pasión conviven en un equilibrio frágil. A través de personajes complejos la autora explora la esencia misma de lo humano, esa intersección entre deseo y temor, entre anhelo y pérdida. Cada relato es un espejo donde el lector se descubre a sí mismo, reconociendo en sus páginas la cadencia de sus propias emociones, los ecos de sus sueños más profundos y la sombra de sus miedos inconfesables.

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Seitenzahl: 358

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Ähnliche


Ricotta, Josefina

El grito más profundo de la naturaleza / Josefina Ricotta. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : El Guardián Literario, 2025.

(Biblioteca de autor)

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-631-6665-07-2

1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Título.

CDD A860

© 2025, Josefina Ricotta

Diseño de cubierta e interior: Departamento de arte de Editorial Bärenhaus S.R.L.

El guardián literario es un sello de Editorial Bärenhaus

Todos los derechos reservados

© 2025, Editorial Bärenhaus S.R.L.

Publicado bajo el sello El guardián literario

Quevedo 4014 (C1419BZL) C.A.B.A.

www.editorialbarenhaus.com

ISBN 978-631-6665-07-2

1º edición: junio de 2025

1º edición digital: mayo de 2025

Conversión a formato digital: Numerikes

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446 de la República Argentina.

Sobre este libro

El grito más profundo de la naturaleza son diez relatos que exploran la complejidad humana en su estado más puro. Cada historia sumerge al lector en la psicología de sus personajes, quienes transitan el amor, la pérdida, la esperanza y la melancolía con una intensidad que resuena en lo más profundo de cada uno de ellos.

Con una prosa envolvente y una mirada que penetra en lo más profundo del ser, Josefina Ricotta teje universos donde las emociones emergen con una fuerza arrolladora, despojadas de artificios y colmadas de autenticidad. Sus relatos no solo narran historias, sino que nos sumergen en paisajes emocionales donde la vulnerabilidad y la pasión conviven en un equilibrio frágil. A través de personajes complejos la autora explora la esencia misma de lo humano, esa intersección entre deseo y temor, entre anhelo y pérdida. Cada relato es un espejo donde el lector se descubre a sí mismo, reconociendo en sus páginas la cadencia de sus propias emociones, los ecos de sus sueños más profundos y la sombra de sus miedos inconfesables.

Sobre Josefina Ricotta

Josefina Ricotta nació en 1992, en San Miguel del Monte. Es Licenciada en Psicopedagogía y docente. También se desempeña como correctora y asesora de escritores y coordina un club de lectura. En 2023, el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires publicó su obra “Historias de papel, un libro para Jacinta”, una creación escrita e ilustrada especialmente para su sobrina y ahijada Jacinta. El grito más profundo de la naturaleza es su primer libro para adultos.

IG: @josefinaricotta

Índice

Cubierta

Portada

Créditos

Sobre este libro

Sobre Josefina Ricotta

Recupido

Que nadie vea

Vilma

Volveremos a encontrarnos

Cuando digo Magdalena

El mar

Un pensamiento equivocado

Los siempre en los jamases

No te exilies de mí

El vínculo invisible

Agradecimientos

Landmarks

Tabla de contenidos

A mamá y papá

Por entender que mi voz habita en el silencio de la tinta y que mis latidos se dibujan en cada página.

Recupido

Olivia, Amor mío, hoy, primero de enero a la madrugada, me escribís sabiendo lo que me duele que lo hagas. Me deseás todo lo bueno para el año que comienza y, sobre todo, que lo conquistado permanezca. Cuando leí tu mensaje, sonreí por la ironía, porque no pude más que pensar: Lo bueno eras vos, Olivia, aunque ya no estés acá para escucharlo decir de mis labios. Y en ese gesto de honestidad desnuda, en esa confesión sin adornos ni máscaras, encontré un atisbo de paz en medio del caos. En las quietas noches de principios de año, cuando la melancolía se cierne como un manto sobre el alma, es inevitable que las personas se sumerjan en reflexiones profundas. Se preguntan y se responden en un fluir de pensamientos, como si el simple acto de escudriñar el propio ser pudiera redimir los pecados del pasado. Y en este vaivén de introspección, en tanto que el mundo entero participa en el ritual de los balances y promesas, vos, como una presencia persistente en mi universo, decidís escribirme. Pero ¿acaso no sabés que soy un lamento constante desde el día en que me pediste que me marchara? Cada palabra tuya, cada línea que se escurre entre mis dedos temblorosos, es un recordatorio punzante de lo que una vez fue y ya no es. La melancolía, esa amarga compañera de mis días, se desliza como un río turbio por las grietas de mi corazón, ahogando las esperanzas y sueños que alguna vez florecieron en su seno. Y así, en medio del susurro de mis propios lamentos, me veo arrastrada por la corriente de tu recuerdo, incapaz de escapar de la sombra que proyecta tu ausencia. ¿Cómo puedo seguir adelante cuando cada palabra tuya es un pétalo marchito en el jardín de mi alma?

Olivia, Amor mío, porque para mí seguís siendo mi Amor, mi amor no resuelto, mi amor prohibido. ¿Qué esperás lograr con tu mensaje? Cuando mis dedos trazan palabras en el vacío, mi mente se sumerge en un torbellino de recuerdos, como fotografías sepia que se niegan a desvanecerse. Imágenes de nuestras noches se agolpan en mi mente, al igual que estrellas fugaces que surcan el firmamento de mis pensamientos. Noches en las que vos, desde la distancia que ahora nos separa, encontrabas vacías e insulsas, y yo, en cada gesto tuyo, en cada beso robado, hallaba la esencia misma de la vida. ¿Cuál era tu objetivo, Olivia? Amor mío, cada palabra tuya, cada insinuación sutil, es un golpe en el corazón, una marea de lo que alguna vez fuimos. Y mientras la melancolía se enrosca como una enredadera en mi pecho, me pregunto qué fue lo que nos separó, qué fue lo que hizo que nuestras almas, una vez tan entrelazadas, se deshicieran en la brisa de la indiferencia. Pero en el silencio de la noche, sólo encuentro el sonido de mis propias preguntas, sin respuestas, sin consuelo, sólo la melancolía que me abraza como una sombra fiel.

Olivia, Amor mío. Aún conservo el último poema que me mandaste, dos días antes de decirme que ya no me amabas. A vos te sorprendería mi pasado más que a mí. “Sos un ejemplo de resiliencia”, me decías. Bajo el manto gris de una noche lluviosa, entre el susurro de las gotas que golpeaban el vidrio y la ausencia que se cernía como una sombra en el aire, tus palabras llegaron lejanas, un susurro cargado de melancolía que se deslizaba en mi alma como una daga afilada. Tu poema, escritos con hilos de nostalgia y despedida, resonaba en el silencio de la habitación al igual que un presagio sombrío, un augurio de distanciamiento que se clavaba en mi pecho con la fuerza de mil tempestades. Cada verso, cada estrofa, era una estocada en el corazón, un conmemorativo de los días que se desvanecían como lágrimas en la lluvia. Y entretanto la sombra de tus palabras se palidecía en el crepúsculo de la noche, la angustia se apoderaba de mí, de manera similar a una luz opaca, envolviéndome en su abrazo frío que parecía no tener fin. En el silencio roto por el rumor de la lluvia y el latido agitado de mi corazón, me sumergí en un mar de incertidumbre y dolor, donde las lágrimas se mezclaban con las gotas de lluvia, y la única certeza era la melancolía que se aferraba a mi alma como un recuerdo imborrable de lo que una vez fue y ya no sería más. ¿Te acordás de ese poema, Amor mío? Yo ya me lo sé de memoria por leerlo cada noche antes de acostarme, como un ritual masoquista que mantiene viva tu presencia. Los últimos versos claman con un dolor agudo que se desgarra en la penumbra. En su aliento final dejan cicatrices invisibles, marcas que no se borran con el tiempo. Son la herida que permanece abierta, el temblor en la voz antes del silencio. Se aferran a mi memoria como hojas secas al viento, resistiendo su partida, pronunciando en su susurro el peso de lo perdido. Finalizaba con estos versos: me duele todo el cuerpo y toda el alma / me duele perderte / o quizá habernos perdido ya. Y nos perdimos Olivia, Amor mío. Nos perdimos.

Olivia, Amor mío, ¿te acordás como nos conocimos? Seguro que sí. ¿Estás pudiendo meditar, Amor mío? Porque yo, desde que me abandonaste, no puedo sostener la atención ni siquiera en mi respiración. Producto de estar con ansiedad y estrés, envueltas en la bruma febril de nuestros trabajos demandantes, buscamos ayuda en un programa de reducción del estrés basado en mindfulness impartido por un hombre de unos cincuenta años el cual hablaba tan pausado que parecía que se dormía entre palabra y palabra. Ahí, en una casona en el bajo de Olivos, bajo el cielo abierto y el rumor del viento en los árboles, aprendimos el arte de respirar y de la atención plena al momento presente. Asimilamos técnicas de respiración para que el estrés se disipe como el humo que se eleva de un brasero ardiente, alrededor del cual nos sentábamos para meditar. Recuerdo tus palabras, cuando ya estábamos juntas, susurradas con el dulce timbre de la confidencia, cómo me confesaste que, desde el primer instante, mi presencia te atrajo como la luz a la mañana. Te seducía mi pelo alisado, mi sonrisa franca y mi voz, que llevaba consigo la seguridad de quien sabe lo que quiere. En mi caso, fue tu valentía la que tejió los lazos invisibles de mi corazón. Esa audacia con la que te aproximaste, sin temor, al tercer encuentro, fue como un destello en la penumbra del atardecer. Me ofreciste hacer el ejercicio de sincronizar nuestras respiraciones, un acto sencillo pero cargado de simbolismo, como si nuestras almas se prepararan para una danza ancestral. Nos paramos frente a frente, tan cerca que nuestras cabezas se tocaban. Tus ojos verdes, espejos de un mar profundo, se encontraron con los míos, y en ese instante supe que algo mágico estaba a punto de ocurrir. Sentí el calor de tu brazo rodeando mi cuerpo, un gesto que era tanto protección como entrega. Tus palabras, “me pareces hermosa”, fueron un susurro a mi oído que resonó en los confines de mi ser, desbordando mi alma de ternura y asombro. Luego, con el segundo abrazo, nos fundimos en una unidad perfecta, dos cuerpos y un sólo latido. Respiramos juntas, a la misma frecuencia, como si nuestros corazones hubieran encontrado su ritmo en la sincronía de nuestros suspiros. Durante esos tres minutos eternos, el mundo se desvaneció, dejando sólo la quietud de nuestro encuentro. El pulso coincidente de dos seres destinados a encontrarse y amarse en la armonía de la respiración compartida. Olivia, amor mío, nunca te lo dije en palabras, pero esa tarde, mientras tus ojos verdes se encontraban con los míos, descubrí en ellos un universo de emociones que despertaron algo profundo en mí. Tu atrevimiento para enfrentar la incertidumbre y expresar tus sentimientos, sin garantía alguna de reciprocidad, fue el inicio de nuestro baile en el borde del abismo, donde el amor se fraguó con la mirada y se afirmó con el corazón.

Recuerdo una noche en particular, en la que nos animamos a jugar. Recién nos conocíamos y, por lo tanto, todo era un descubrir. Me vendaste los ojos y me ataste las manos. Y así, sometida, llegué a un estado de excitación febril. Esa es otra de las ironías de la vida; vos y yo venimos de relaciones abusivas, pero esa noche, en la cual me confesaste que te gustaban los desafíos y los riesgos, me aclaraste que era sólo un juego y, como todo juego, yo podía elegir cuando parar. Para mí, ese juego aún no ha llegado a su fin. Olivia, Amor mío, tus palabras de adiós reverberan en mi mente, una daga fría, una canción de despedida que se repite en un bucle interminable. Pero yo sigo acá, en el escenario vacío de nuestro amor, una actriz olvidada que recita sus líneas en medio del silencio ensordecedor. Aunque tus pasos se hayan alejado, aunque tu sombra ya no baile a mi lado, yo continuaré mi vida aferrada a los recuerdos de tus ojos, esos ojos que brillaban con la luz de mil estrellas y se reflejaban en el espejo de mi alma. En la penumbra de la noche, en la soledad de mi habitación, te amaré en silencio, como un susurro que se pierde en el viento, como una canción que se desvanece en el trazo del tiempo.

Olivia, amor mío, hay momentos que se aferran a la memoria como hiedra a la piedra, y no hay viento que logre desprenderlos. Recuerdo la plaza cerca de tu casa, el sol filtrándose entre las ramas, dibujando sombras juguetonas sobre el suelo mientras tu hijo de cuatro años y yo nos aventurábamos en un barco trasatlántico. Éramos capitanes de un navío que surcaba mares imaginarios, donde las palabras de distintos rincones del mundo se entrelazaban como olas en la marea. Él reía, con esa risa pura que solo tienen los niños, y vos nos mirabas desde la orilla imaginaria, con una sonrisa que escondía algo más. ¿Te acordás de ese instante, cuando el taxi que me llevaría hasta la parada de la combi estaba por llegar? Su cuerpo inocente se aferró a mis piernas con la fuerza de quien no entiende aún de partidas. Levantó la mirada, con esos ojos llenos de toda la luz del mundo, y me dijo: “te amo”. Ahí sentí el temblor en tu alma, el miedo contenido en la forma en que bajaste la vista, como si esas palabras hubieran sido un presagio, un abismo que no te animabas a cruzar. Te asustaste, Olivia. Sé que lo hiciste. No porque el amor fuera ajeno, sino porque su ternura te confrontó con un límite que no estabas lista para desafiar. No querías cargar su infancia con la incertidumbre de un afecto que no podías garantizar. Él ya había aprendido a perder, y vos no estabas dispuesta a sumarle otra ausencia.

En esa plaza donde el sol se filtraba entre las hojas y dibujaba destellos dorados sobre la tierra, nos encontrábamos como siempre, compartiendo mates tibios, caricias furtivas y juegos que nos hacían olvidar el mundo. Entre risas suaves y miradas que hablaban por sí solas, construimos un refugio, un rincón donde el tiempo parecía detenerse solo para nosotras. Pero aquel último día el aire era distinto, más denso, cargado de un silencio que ninguna de las dos se atrevía a romper. Te vi llorar, Amor mío, y en tus lágrimas reconocí las mías antes de que rodaran por mis mejillas. No hubo palabras, porque sabíamos que cualquier intento de explicación sería inútil ante lo inevitable. Nos abrazamos con desesperación, como si quisiéramos atrapar el instante antes de que se esfumara, como si el calor de nuestros cuerpos pudiera impedir que el destino nos arrebatara lo que con tanto cuidado habíamos construido. Sentí el peso del adiós clavarse en mi pecho, la angustia de saber que nuestros besos pronto serían solo memoria, que esa plaza, testigo de nuestras confesiones y anhelos, nos vería partir por caminos separados. Lloramos juntas, yo no entendía por qué no bastaba con amarnos, y vos respondiste que a veces el amor, por más intenso que sea, no es suficiente para detener la marcha del mundo.

Solía leer mucho de tu biblioteca, sobre todo poesía: Pizarnik, Cummings y Sylvia Plath. ¿Qué haré conmigo? Porque a Ti te debo lo que soy. Pero no tengo mañana. Porque a Ti te… La noche sufre. Creo que no hace falta que te escriba de quién son estos versos. Siempre me gustó jugar con las bibliotecas de las personas; pasar el dedo por los lomos de los libros y tratar de descifrar la personalidad del dueño de esos ejemplares. En una tarde de sábado, mientras yo estudiaba para mi posgrado de neuropsicología, vos irrumpiste mi concentración. Me recomendaste una autora cuyas palabras ya conocía, de hecho, había sido de mis primeros libros de divulgación de psicología. Pero en ese instante, los libros habían perdido su encanto frente a la intensidad de tu mirada, y supe que ya no podría concentrarme en nada más que no fueras tu piel. Me acerqué a vos, como un náufrago a la costa segura, y te robé el libro de la mano con un beso furtivo. “Ahora es mío”, te dije. Vos, con una sonrisa traviesa en los labios, me respondiste: “Ahora es tuyo”. Pero aquella tarde, el verdadero tesoro no residía en las páginas impresas, sino en el calor de nuestros cuerpos que anhelaban fundirse en un abrazo ardiente. Me desabrochaste la camisa, me sacaste el corpiño con rapidez y colocaste el libro sobre mi pecho, un mero pretexto para deslizar tus labios por mi piel, explorando cada recoveco con una pasión desbordante. “¿Esto es lo que querías?”, murmuraste con esa voz cargada de deseo, mientras tu aliento acariciaba mi oído con promesas de placer. Y yo, perdida en el laberinto de tus caricias, te confesé que lo único que ansiaba era fundirme en el aroma de tu pelo, en el calor de tu piel. Vos conocías el lenguaje secreto de mi cuerpo, y yo me rendí ante tus manos expertas, entregándome sin reservas al éxtasis que prometían tus caricias. Y así, entre susurros y gemidos buceamos en un mar de pasión, donde los libros y las palabras quedaron atrás, eclipsados por el fuego que ardía entre nosotras. Hoy, ese libro sigue en mi biblioteca Y cada vez que lo veo, siento la distancia de tus caricias en mi piel, como si aún durmiéramos juntas en la calidez de nuestros cuerpos entrelazados.

¿Te acordás de nuestros domingos por la mañana? Tu hijo no estaba porque le tocaba visitar al padre, así que yo me levantaba, iba a comprar las medialunas calentitas a la panadería sobre Elcano. Vos me esperabas entre las sábanas revueltas, con los ojos entreabiertos y ese gesto tuyo, esa sonrisa somnolienta que era mi primera certeza del día. Preparaba el café en vasos térmicos, y entre sorbos pausados y migas esparcidas sobre las mantas, nos hundíamos en los libros de poesía, en historias ajenas que se mezclaban con la nuestra, en personajes que nos prestaban sus voces mientras nosotras leíamos en voz alta, con la certeza de que el tiempo no tenía prisa. Así se nos iban las primeras horas del día, en un desayuno extendido que no era solo comida, sino un ritual, una forma de habitarnos. Un modo de decirnos, sin palabras, que ahí, en esa quietud compartida, existía algo que ninguna de las dos se atrevía a nombrar.

¿Por qué me dejaste, Amor mío? ¿Libertad? ¿Para qué la quiero? Si paso las noches escribiendo poemas en mi mente, poemas que no llegan a mi libreta, porque el simple hecho de hacerlo me envuelve en una tristeza aún más profunda que los grises de tu acuarela. Esta carta es el primer intento de poner en papel esa voz que se me pierde en la bruma del mar donde Alfonsina decidió amar las olas. ¿Libertad? ¿Para qué la quiero? Olivia, Amor mío, con vos logré sincronizar nuestros ciclos de ventilación en un abrazo tan penetrante como húmedo el sudor de tu cuello. ‘Respirar’, otro verbo interesante en esta historia de amor fracasada, en nuestras bocas se transformó en melodía, en latido, en vida. Con cada inhalación, bebíamos el aliento de la otra, un intercambio de mundos, de deseos ocultos, de susurros que sólo entendíamos en la intimidad. En la danza de nuestros cuerpos, el aire era testigo del fervor que nacía en cada exhalación. Y así, envueltas en un manto de jadeos y gemidos, navegamos juntas en el mar de la pasión, sintiendo que el tiempo se detenía en cada respiro compartido. Respirando nos conocimos y en un suspiro nostálgico nos separamos.

Podría escribirle a la luna, esa que a vos tanta pasión te generaba, pero mis palabras sólo pueden fluir hacia vos, porque ya han pasado cien días, con sus quinientas noches, desde que tu ausencia se convirtió en mi única compañía. La luna, en su eterno resplandor, sólo ilumina los rincones oscuros de tu recuerdo en mi corazón solitario. Olivia, Amor mío, sea por la cercanía del dolor o por los versos irreverentes que solíamos compartir, aquí estoy, sola, sumida en la añoranza que me consume. Estoy sola y escribo, escribe una de nuestras poetas selecta. En este instante, atravieso la noche eterna del alma, y no encuentro mejor consuelo que escribirte esta carta de amor, aunque sé que el viento nunca llevará mis palabras hasta tus manos. Cuidado con estas palabras, Amor mío, porque muchas historias nacen del fuego de la pasión, pero la nuestra se tejía con los hilos del amor, un amor que se rindió ante la melodía misteriosa de la música de la noche. En cada susurro del viento, en cada estrella que titila en el firmamento, encuentro el eco de nuestro amor perdido, una melodía que se desvanece en el silencio de la distancia.

Así que acá me encuentro, escribiendo a la luz de un velador de noche que apenas ilumina las páginas de mi diario, dejando que mis palabras fluyan como lágrimas en la oscuridad, en un intento desesperado por capturar la esencia de lo que una vez fuimos. Y aunque la estela de mis susurros se pierda en la vastedad del universo, aunque prefiera olvidar el aroma salado de tu piel, mi amor por vos seguirá brillando como una estrella solitaria en la noche eterna de mi alma.

Olivia, Amor mío, ¿por qué me hacés esto? ¿Por qué despertás en mí un huracán de emociones con sólo unas pocas palabras escritas en la distancia? ¿Acaso no sabés que la sombra de tu voz, el aroma de tu piel, son suficientes para hacerme recorrer los trescientos kilómetros que nos separan en un suspiro? ¿Por qué sembrás ilusiones en mi corazón, sabiendo que la realidad es un abismo oscuro que me deja tambaleando al borde del precipicio? ¿Por qué me hacés pasar noches en vela, sumida en un mar de pensamientos y deseos que se estrellan contra las rocas de la realidad? Tu mensaje, como un rayo de luz en la oscuridad de la noche, despierta en mí una tormenta de emociones encontradas. La dulce añoranza de tu presencia se mezcla con el sabor amargo de la distancia, y mi corazón se debate entre la esperanza y el desencanto. Olivia, Amor mío, ¿Por qué me hacés sentir viva y a la vez tan vulnerable, tan expuesta a la incertidumbre y al dolor? Quizás nunca encuentre las respuestas a estas preguntas que me atormentan esta noche de Año Nuevo, pero una cosa es segura: a la vez que el aroma de tu piel siga impregnando mis sueños, estaré dispuesta a recorrer cualquier distancia, a enfrentar cualquier tormenta, sólo para sentir por un instante, más cerca, el calor de tu amor.

Olivia, Amor mío, sé que yo para vos fui una pareja más en tu historia amorosa. Incluso pienso que fue una curiosidad, un experimentar la homosexualidad. No me malinterpretes, no busco faltarte el respeto, pero vos para mí fuiste el único amor verdadero que tuve. Por eso, te ruego, que, si aún albergás dudas, si buscás consuelo en mis palabras, no lo hagas a costa de mi corazón herido. Porque cada vez que te confesás, cada vez que compartís tus inquietudes y temores, un dolor se cierne sobre mí, recordándome que ya no somos más que dos extrañas en un mar de recuerdos. No deseo ser tu confidente si eso significa revivir una y otra vez el amor que una vez nos unió, sólo para verlo desvanecerse en la distancia y el tiempo. Ya no puedo permitirme ser la roca en la que apoyás tus dudas, mientras yo me desmorono en silencio bajo el peso de mis propios anhelos no correspondidos. Olivia, Amor mío, te pido que respetes mi corazón herido, que no lo uses como refugio temporal en tus momentos de incertidumbre. Porque, aunque te amé con toda la fuerza de mi ser, ahora debo aprender a sanar las grietas que dejaste en mi alma, a reconstruirme desde los escombros de nuestro amor perdido.

Esta semana, tengo que entregarle a mi editora el archivo del libro que se publicará en agosto. Mi proyecto es un libro de cuentos que tiene personajes que no parecen de ficción. Los cuentos de amor nunca fueron mi punto fuerte, pero prometo incluir uno y titularlo “Recupido”. Según me contó una paciente que se apellida así, en italiano significa “amor real”. En tu honor, en el mío. En honor del amor real.

Olivia, Amor mío, tiempo de espuma aquel en el cual vos sonreías con mi mirada, y yo lo hacía con tus labios. Ahora me resguardo entre la piel muerta que dejaron tus caricias, en mis lamentos, entre ese ir y venir de la marea, entre tu Alejandra y mis tinieblas. En este sendero de ausencias, en esta mañana sin sol, son tus labios de manteca, tu pelo sin cepillar, tus manos de tristeza, lo que me recuerda nuestro amor, y si eso no fue amor, ¿de qué valió habernos conocido?

Ahora soy libre, pero la libertad duele y cicatriza en decisiones, y vos decidiste alejarte de mí. Ahora, Amor mío, te pido que mantengas tu distancia, porque soy yo la que necesita preservar su alma de la desesperanza que traen tus mensajes.

Olivia, Amor mío, te amé y siempre te voy a amar, pero, por favor, si tus labios ya no buscan los míos, si tus manos ya no quieren ser abrigo de mi pecho, si no tenés intenciones de escribirle una Oda a mi cepillo de dientes rojo, no me escribas más mensajes, porque cada una de tus palabras, son un impedimento para olvidarte. Y si decidiste no amarme, entonces, permitime olvidarte con la serenidad de los inocentes, aunque en una relación no hay lugar para esta palabra, ya que ¿quién es culpable?

Olivia, Amor mío, en estas noches de tinieblas, cuando las estrellas, que a vos tanto te gustaba observar, se ocultan tras el manto de la oscuridad, es cuando tu ausencia se hace más palpable, más intensa. Pero, paradójicamente, es también en estas noches cuando tu recuerdo se materializa, cuando tu presencia se filtra entre las sombras y se instala en mi corazón. Es en estas noches calladas y solitarias que me pongo para descansar el perfume que compramos en un farmacia cerca de tu casa, ese aroma que impregnaba el aire en aquella tarde de lluvia que compartimos. Cierro los ojos, siento el aroma e imagino que tus manos aún surcan mi cuerpo frágil descansando al lado del tuyo, acariciándome, como si tu aliento rozara mi rostro en un susurro de amor. Ya no uso ese perfume, excepto cuando quiero recordarte, un juego oscuro que no me deja olvidarte, o quizás yo me niegue a hacerlo.

Olivia, Amor mío ¿por qué hacés esto? ¿Acaso no me pediste una vez que te olvidara, que borrara tu recuerdo de mi mente y de mi corazón? Pero sabés bien que el amor no se olvida, que se arraiga en lo más profundo del alma y se convierte en parte de nuestra esencia. Y nuestro amor, el nuestro, no fue un capricho del destino, sino un vínculo único, una conexión eterna que trasciende el tiempo y el espacio. Yo te amé como nunca antes había amado, con cada fibra de mi ser, con cada latido de mi corazón. Y aunque la distancia nos separe y el tiempo borre las huellas de nuestro amor, tu recuerdo seguirá ardiendo en mi pecho como una llama eterna, iluminando el camino de mis días oscuros con la luz de la historia que recorrimos juntas.

Hoy pienso que tal vez vos nunca me amaste con la misma intensidad que yo. Tal vez sea porque yo tengo una tendencia a vivir con intensidad mis pasiones; sea leer, tocar la guitarra, o amarte. De no ser por esto, no entiendo por qué decidiste que nos alejáramos. Voy a escribirte algo tan común, que se encuentra en los murales callejeros, pero aun cuando caigo en un lugar banal, considero que son las palabras apropiadas para expresar lo que siento en este momento: Sin vos no soy nada. Hoy sólo me alumbra una luz lúgubre que titila al ritmo de mi pulso cardíaco. Vuelvo a leer tu mensaje y siento que mis pulsaciones aumentan, pero no puedo evitar imaginar tus manos, como una caricia al viento, escribiéndome. Olivia, Amor mío, lo único que quería era amarte, en todas las formas; en el desayuno por las mañanas y en esa cama, donde en la penumbra, me enseñaste lo que era amar con el cuerpo. Revivo nuestras noches y extraño tus sábanas color uva, que permitieron nuestro descanso hasta esperar el alba. Después de hacer el amor, siempre íbamos al balcón a fumar cigarrillos mentolados y a tomar cerveza cítrica. Vos usabas mi camisa sin prender y yo tu remera. Cuando me pediste que me marchara te quedaste con mi camisa cuadrillé verde y azul. Te gustaba que yo vistiera siempre de camisas arremangadas al codo y que me mandara a hacer mis propias remeras, lo veías original. Te sorprendía que no sintiera frío, cuando en pleno julio salía a hacer las compras en mangas cortas. Ahora, tuve que deshacerme de las camisas que usaba en tu compañía, porque sus texturas me devuelven la suavidad de tu piel. Olivia, Amor mío, ¿cómo tener frío con la calidez que me envolvía cuando llegaba a tus brazos y a la dulzura de tus besos? Cuando recorría tu cuerpo con mis labios me detenía en cada uno de tus tatuajes, para dedicarles el tiempo necesario a esas cicatrices de la vida que, en tus palabras, te habías hecho en momentos significativos, como el que te hiciste cuando tu ex te dejó, y en tu brazo derecho te escribieron liberación. Bajo mis labios tu cuerpo se volvía único. Una noche, abrazadas en el medio de la cama, sin respetar tu lugar o el mío, me contaste la historia que se escondía detrás de cada uno de los siete tatuajes. No todos eran recuerdos alegres, y ahora pienso que nuestra historia también quedará inscripta, de alguna manera, en tu cuerpo.

Esta noche pude, en mis fantasías, volver a desnudarte con lentitud, vos volvías a sonreír al mismo tiempo que yo recorría tu piel hasta llegar a tus labios, y luego volvíamos a amarnos, de esa manera que habíamos aprendido, donde el placer llegaba con el descubrir y el experimentar. Las dos sabemos, por nuestra profesión, que Freud plantea que el hombre es un ser que necesita sentirse deseado y desear a otro. Olivia, Amor mío, yo deseaba tu voz, el perfume de tu desodorante, el humo que nos envolvía después de hacer el amor, tu mirada de complicidad cuando atendías por videollamada y yo te servía gin tonic en un vaso de plástico verde para que tu paciente no lo notara. No obstante, me pregunto si vos me deseabas al igual que yo lo hacía. Hoy, a la distancia, pienso que no. ¿Qué es lo que hice mal? ¿Esperarte con flores cuando llegabas de la clínica? ¿Cocinarte a la madrugada porque nos había dado hambre luego de hacer el amor? ¿Mirar juntas películas distópicas cuando yo prefería los policiales?

Olivia, Amor mío, en las horas sombrías de esta madrugada en la que no hay estrellas, me sumerjo en un mar de pensamientos donde tu ausencia se hace más aguda, más punzante. Si tan sólo pudieras decirme qué hice mal, juro por todos los cielos que lo enmendaría, que corregiría cada error, cada grieta en nuestra historia compartida. En este silencio denso y oscuro, sólo me acompaña el aroma de tu recuerdo, uno que resuena en las paredes vacías de mi alma. Mi cuerpo, sin vos, se convierte en un cascarón vacío, una cáscara hueca que anhela la calidez de tu piel, el roce de tus labios, el susurro de tu voz en la penumbra de la noche. Hoy, sólo me queda el recuerdo de lo que fuimos, de los momentos compartidos en la intimidad de aquel departamento de cuatro ambientes, donde el balcón a la calle era testigo de nuestro amor. Ahí, en el barrio de Colegiales, dejamos impregnadas las huellas de nuestra pasión, los suspiros de un amor que creíamos eterno. Pero ahora, en esta madrugada solitaria, mi alma quiere volver a dormir sobre la almohada de flores, en el costado izquierdo de la cama que una vez compartimos. Y aunque mi cuerpo viva sin alma, aferrado al recuerdo de lo que una vez fue, sigo buscando en la oscuridad de la noche una respuesta, una luz que me guíe de vuelta hacia vos.

No podré volver a caminar por Elcano, no podría cuando esa avenida sostuvo nuestros pasos tomadas de la mano. Vieja soledad la que me invade ahora. Ese barrio me parece tan lejano como añejos son los vinos de mayor categoría. Mi alma se quedó en tu cama, y a veces me da a pensar, que mi cuerpo se quedó estaqueado en las calles de los virreyes. ¿se puede estar vivo de esta manera? ¿Se puede respirar sin alma que acompase el ritmo de ventilación?

Olivia, Amor mío, te ruego en esta noche oscura y fría, al menos devolveme mi alma, porque esta sensación asfixiante que me consume, esta angustia que me oprime el pecho, estas lágrimas que dibujan senderos en mi rostro cansado, ya no puedo soportarlo más. Cada gota de tinta que la lapicera derrama en mis manos temblorosas, cada palabra escrita en estas páginas manchadas de lágrimas nostálgicas, son un sello de mi desesperación, un grito silencioso que implora tu regreso. Pero vos, como una sombra esquiva, te desvanecés entre mis dedos, dejándome con la certeza de que ya no pertenezco a este mundo sin vos. Tu imagen, casi divina, me persigue en sueños, como un fantasma que se niega a abandonar el santuario de mi mente. Pero ya no quiero más esta tortura, esta ilusión efímera que me sumerge en un mar de recuerdos dolorosos. Olivia, Amor mío, te ruego en el silencio de esta noche eterna, al menos devolveme mi alma, para que pueda volver a ser quien era antes de conocerte, antes de que tu amor se convirtiera en mi maldición. Porque, aunque te amé con toda la fuerza de mi ser, ahora debo aprender a vivir sin vos, a sanar las heridas que dejaste en mi alma y a seguir adelante, aunque mi corazón se quede atrapado en tu recuerdo.

Olivia, Amor mío, ¿cuándo fue que se marchitó nuestro amor? ¿Cuándo ya no tenías ganas de escuchar mi guitarra? ¿Cuándo ya no pedías que te lea en voz alta? ¿Cuándo ya no me llamabas para fumar y te ibas envuelta en un chal al balcón? ¿Cuándo dejabas tu mirada perdida en las ventanas de la casa de enfrente y no me respondías qué es lo que pensabas? Tal vez esta última pregunta sí tenga una respuesta, tal vez, y sólo tal vez, en ese momento fue que pensabas en abandonarme. Cuando salíamos al balcón, antes que dejaras de mirarme a los ojos, yo también miraba las casa de enfrente, porque era una de las cosas que me gustaba de tu barrio, las casas bajas, las fachadas antiguas, la tranquilidad sin colectivos. El tiempo que viví en Buenos Aires lo hice en Recoleta, pero me enamoré de Colegiales como lo hice de las calles que me llevaban a tu encuentro. Nunca llegué a decírtelo, si me hubieras dado tiempo, te hubiese pedido que te casaras conmigo. Claro que yo no supe ver venir esta marea. Estaba obnubilada por mis propios sentimientos, y no supe ver los tuyos.

Hoy la luz se me hace un otoño triste, un infierno que no permite que florezca el calor del verano. Hoy, en medio del campo, porque luego de nuestra separación me mudé, ya que Buenos Aires me llevaba a vos, sólo veo atardeceres, y en mi mente recreo los que vivimos compartiendo una manta en aquel balcón que tantas palabras calla. ¿Te acordás de la foto que nos sacamos con el mural de Alejandra Pizarnik de fondo? Todavía sonreíamos. Esto fue lo que me quedó de nuestros días, esos días que compartían su energía con la noche. Recuerdo que te gustaba mi afición a imprimir las fotos. Ya nadie imprime, me dijiste la primera vez que te compré un ramo de flores y le pegué una nuestra. Te gustó, y el premio por mi acto de amor desembocó en un acto que fue más que ternura. En el tiempo que nos amamos, había comprado un álbum donde guardaba las fotos nuestras. Hoy estas, sólo me recuerdan tu ausencia, por lo que tuve que dejarlas marchar en un vuelo sin atracción ornitológica, aunque aún me aferré a tus sonrisas. No las quemé como lo haría alguien enojado, porque lo que siento no es enojo, es tristeza. Saqué cada una de esas veintitrés instantáneas y las guardé en un sobre, que puse en la caja que dice “Recuerdos”, arriba de mi ropero. Con lágrimas, me desprendí del archivo de nuestro amor, y ahora termina en eso, en una caja que acumula polvo. ¿Cómo es que permitimos que nos volviéramos un recuerdo? Vos me enseñaste a amar, pero también que amar es dolor. Hoy me gustaría recuperar esos momentos que respiramos juntas, pero el desconsuelo es tan pesado, que sólo me deja un tinte melancólico del último día.

Olivia, Amor mío, me escribiste que yo no puedo desearte nada bueno, pero nunca entendiste lo que significó tu pérdida para mí. Escribir que me ahogué en lágrimas sería volver a caer en un lugar común, pero mi guitarra sólo podía cantar una zamba para olvidar. Mis manos ya son de barro, tanto apretar al dolor, y ahora que me falta el sol, no sé qué venís buscando. Llorando, mi amor, llorando, también olvidame vos.

Olivia, Amor mío, hoy debo enviarte, tal vez, un último abrazo, porque las preguntas que me hago, no hay nadie que las responda. Tu luz me daba vida, pero tu recuerdo es tan azul como lo es la tristeza. Si pudiera gobernar a mi inconsciente le pediría que ya no me visites en sueños, porque tu cuerpo, desnudo y privado de vergüenza, se esfuma en una nube gris cuando abro los ojos, dejando una punzada de dolor en mis pulmones, que por unos segundos se niegan a conservar el aire que respiro. Sé que en mi intimidad todavía te espero, te deseo, te busco en las paredes junto a mi cama vacía, que cada noche, quiero completarla, en sueños, con tu cuerpo, aunque esto contradiga lo que escribí más arriba, pero, ¿qué es el amor sin una contradicción?

Olivia, Amor mío, debo dejar de amarte, debo dejar de escribirte, porque estas líneas en mi cuaderno de borradores sólo perseveran mi deseo. Tus caricias, ahora convertidas en palabras rocosas, dejaron mi vida al borde del acantilado. Olivia, Amor mío, aunque nunca pueda olvidarte, intentaré no volver a escribirte. Prefiero aceptar el dolor, mis lágrimas sin rímel, mis pasos errantes por estas calles sin nombre, hasta que la soledad me abandone, aunque persista la ilusión de que retornes a mi vida.

A vos te gustaba uno de mis poemas, en el cual escribí que del dolor se sale a través del dolor, y eso es lo que intento hacer cada vez que me despierto sin aire. Lamento que me recuerdes de forma negativa, que en tu mente sólo conserves la foto de nuestro último día. Yo, en cambio, siempre te recordaré como la persona que, aun en mis treinta años, entre sábanas mojadas, arrojadas a los pies de la cama, me enseñó los recovecos de ese laberinto que recorremos a ciegas, esas bifurcaciones que llamamos, coloquialmente, amor. Me enseñaste a besar sin cepillarme los dientes y, aunque sé que deseás que me aleje, y eso haré, seguiré escribiéndote en el silencio de mi habitación, porque para mí, seguís siendo mi amor menos pensado.

Olivia, Amor mío, ya veo la primera luz de la mañana y necesito terminar de ordenar estas palabras que nunca leerás, pero que me sirven para decirte adiós. Olivia, Amor mío, te dejo un adiós en el viento y una palabra en tu celular y en mi memoria: recupido, un amor real.

Que nadie vea

Hoy te toca educación física, así que vas hasta el ropero y te ponés el pantalón y la chomba del uniforme. Te sentás al borde de la cama y pensás en la posibilidad de hacerte la enferma, pero sabés que, de tantas veces que lo hiciste, ya no funciona. Tu mamá sabe de tu sufrimiento, no así cómo ayudarte. Ella quiso ir a hablar con la directora, pero vos no la dejaste, eso sólo acentuaría el martirio. Preferible es el mutismo y el amparo anhelado. Así, tomás tu carga y descendés a la jornada, con la mochila en mano y el alma molida, rumbo a un desayuno donde el dolor se hace vida. La mañana se vuelve un escenario de padecimiento cotidiano. El sol que entra por la ventana no logra iluminar tu ánimo, y la luz del día apenas roza la oscuridad que llevás dentro. La educación física, ese tormento que preferirías evitar, te espera al final del camino y, con ella, la prueba diaria de tu resistencia.

En la mesa está tu papá, bebiendo su café con tostadas. Tu mamá, con su té negro, envuelta en el aroma del desayuno. Hay queso crema y mermelada, pero tus manos buscan la manteca, untándola con un grosor en el que se nota la marca de tu diente al morderla. Bebés un sorbo de tu café con leche, tibio consuelo en esta mañana fría. Volvés a prepararte otra tostada, casi sin masticar la comés. Volvés a agarrar otro trozo de pan, el hambre no es física, sino del alma. “Tranquila”, te dice tu mamá, y a vos se te hace un nudo en el estómago. Las palabras de amor se tornan en pesadas cadenas. Dejás el trozo de pan y terminás tu café. El amargor se mezcla con la tristeza que no podés disimular. Te despedís sin un beso y salís caminando. Tu casa queda atrás, cargada de preocupaciones y comentarios omitidos. Afuera, el mundo sigue su curso indiferente a tu dolor, mientras avanzás hacia la jornada que te espera.