El guardaespaldas y la heredera - Joss Wood - E-Book

El guardaespaldas y la heredera E-Book

Joss Wood

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Beschreibung

Bianca 2999 Tenía que confesar algo... sus hijos también lo eran de él. Thadie Le Roux no tenía un recordatorio de las horas inolvidables que pasó entre los brazos de Angus Docherty, tenía dos. Sin embargo, la adinerada heredera, incapaz de encontrar al padre de sus gemelos, decidió que tenía que seguir adelante. Hasta que se vio envuelta en un tumulto de periodistas y la rescató un experto en seguridad, ¡el mismísimo Angus! Todo cambió para Angus, un lobo solitario, cuando se enteró de que era padre. Todo menos el deseo incontrolable por Thadie. Por eso, cuando ella se escapó a una isla privada de las Seychelles, él la siguió y comprendió lo que significaba eso para su futuro...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Joss Wood

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El guardaespaldas y la heredera, n.º 2999 - 19.4.23

Título original: The Twin Secret She Must Reveal

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411416832

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

DENTRO de una hora ya estaría casada. Thadie Le Roux miró el vestido de novia que estaba sobre la cama doble y se tocó las minitrenzas de color rubio platino que le habían entrelazado con su pelo. Después de haberlo pospuesto varias veces y de que sus dos hermanos se hubiesen enamorado por el camino, ya estaba en la recta final. Dentro de un par de horas sería la esposa de Clyde Strathern. Él estaba en otra suite el final del pasillo, ¿estaría emocionado?

Ella no lo estaba especialmente. La última vez que sintió un cosquilleo y cierto vértigo de emoción fue hacía cuatro años, en Londres, cuando permitió, asombrosamente para ella, que aquel desconocido impresionante se acostara con ella en su habitación del hotel. Fue un encuentro esporádico, pero le proporcionó el mejor regalo de su vida, los gemelos Gus y Finn.

Sin embargo, no podía pensar en Angus el día de su boda.

Se ató con fuerza el cinturón de la bata corta, se sentó en el borde de la cama y miró el desmesuradamente caro vestido de novia. Volvieron a acuciarle las dudas de los tres últimos meses y le costó respirar. ¿Qué estaba haciendo? Clyde no la amaba y ella tampoco a él.

Intentó tranquilizarse. Sabía por qué se casaba y había sido una decisión meditada. Además, en el sentido práctico, Clyde había aceptado ayudarla con sus hijos y eso le daría más tiempo. Había pasado años pegada a los gemelos y quizá volviera a diseñar, a tiempo parcial, claro.

Por otro lado, si les daba un padre, ella se sentiría un poco menos culpable por querer hacer algo. Necesitaban un padre y Clyde, superestrella del rugby, héroe nacional e inteligente, era una buena elección. Se movían en el mismo círculo y se habían conocido en un acto, aunque ya no se acordaba cuál. Además, Clyde, al contrario que los tempestuosos padres de ella, era inmutable. Estar con él era como navegar por aguas apacibles.

Solo era un trato. Clyde quería entrar a formar parte de la distinguida familia Le Roux y ella quería un padre para sus hijos que la liberara de la responsabilidad de ser madre soltera. Sabía que no esperaría que la amara y si Clyde cumplía su promesa de ayudarla con Gus y Finn, no la defraudaría. ¿Podían reprocharle que quisiera que los chicos tuvieran dos padres que se ocuparan de ellos? Hizo una mueca al acordarse de que Clyde no había pasado mucho tiempo con los gemelos últimamente y se preguntó si seguiría queriendo ocuparse de ellos. Sin embargo, Clyde habría dicho algo si tuviera alguna duda.

Los últimos meses habían sido espantosos. El primer lugar para la celebración se lo había cancelado un desconocido y la llamada boda del año en Sudáfrica no había tenido lugar de celebración durante un tiempo. Los periodistas se habían preguntado públicamente si seguirían prometidos, le habían dicho de todo en las redes sociales y había tenido que pedirle a Altria, la hermanastra de Clyde, que renunciara a ser dama de honor por sus pegas constantes. A pesar de algunas lágrimas y discusiones, Clyde permanecía imperturbable. Habían llegado al día de la boda. Solo estaba estresada. No pasaba nada, todo saldría bien.

Levantó la cabeza cuando Dodi, su mejor amiga, entró en la habitación. Era la dueña del taller de vestidos de novia y la había ayudado a elegir el vestido. Si era sincera, le daba envidia que Dodi trabajara en el mundo de la moda cuando ella había estudiado diseño y había esperado llegar a parecerse a Stella McCartney. Sin embargo, había creado bebés en vez de ropa.

–¿Ha venido Liyana? –preguntó Thadie pensando en su glamurosa madre–. Dijo que vendría.

–Mandó un mensaje diciendo que iría directamente a la iglesia –contestó Dodi.

Aunque sabía que su madre la decepcionaría, Thadie se sintió herida. Su madre no había cumplido jamás una promesa y no había ejercido nunca como una madre convencional, ¿por qué iba a serlo el día de su boda? La exmodelo no pensaría nunca que su boda era uno de esos momentos entre una madre y una hija que había que recordar.

–He sido tonta al pensar que se tomaría la molestia –murmuró Thadie–. Aunque también es verdad que si viviera mi padre, seguramente se olvidaría de que tenía que llevarme al altar y habría que ir a buscarlo al campo de golf.

O a la cama de alguna de sus muchas amantes. La infidelidad de su padre también había sido una decepción aunque su madre tampoco se había caracterizado por ser muy fiel.

Entre sus padres y que no había podido localizar a Angus después de aquella noche tórrida y de que hubiese descubierto que estaba embarazada, ya no iba a decepcionarse por nada. No iba a hacerse ilusiones e intentaría ser realista.

–Maldita sea –murmuró Dodi mirando por la ventana.

–¿Qué pasa? –preguntó Thadie acercándose.

Dodi levantó un brazo para detenerla.

–Hay un tumulto en la verja. Puedo ver fotógrafos con teleobjetivos.

Era imposible. Ella, para evitarlo, había quedado en mandar un mensaje a los invitados cuando terminara la ceremonia para decirles dónde sería la celebración. Muy pocas personas sabían dónde era y pondría la mano en el fuego por ellas. Fue hasta la puerta, todavía vestida con la corta bata de seda, y abrió la puerta de la sala contigua. Afortunadamente, sus hijos estaban con Jabu, el mayordomo de siempre de Hadleigh House y abuelo honorario de los gemelos.

Se dirigió hacia su guardaespaldas sin hacer caso a sus hermanos y a Altria, la hermanastra de Clyde. Le pidió que fuera a buscar a Clyde, que era urgente.

Clyde llegó un minuto más tarde, pero se limitó a mirar la alfombra con las manos metidas en los bolsillos del esmoquin. Había esperado que hubiese problemas y eso era interesante.

–Hay fotógrafos al otro lado de la verja –comentó Thadie dirigiéndose a Clyde y Altria–. Dejé muy claro que quería que este sitio permaneciera en secreto hasta después de la ceremonia religiosa, que no quería que me atosigara la prensa. ¿Quién de los dos lo ha filtrado?

La rubia dejó la revista, se levantó, tomó su copa de champán y la vació de un sorbo.

–Yo –reconoció Altria sin el más mínimo remordimiento.

–Me lo imaginaba –Altria también había dejado muy claro que no le gustaba el enlace–. ¿Por qué?

Altria miró a Clyde, quien fue hasta el carrito con bebidas, se sirvió una copa de whisky y se lo bebió de un sorbo. Luego, se dio la vuelta y miró a su hermana, quien lo animó con la cabeza.

–Yo le di permiso para que lo filtrara.

–¿Por qué? –susurró Thadie sin poder creérselo.

–Clyde y yo esperábamos que así cancelaras la boda –contestó Altria sin inmutarse.

¿Qué estaba pasando? Eso era incomprensible. Thadie vio que sus hermanos estaban acercándose con caras de pocos amigos, pero los detuvo con una mano.

–Siento ser tan torpe, pero ¿estás diciéndome que no quieres casarte conmigo, Clyde?

–¡Claro que no quiero! –Clyde se pasó una mano por el pelo–. Llevamos semanas intentando que se cancelara la boda, pero no lo hemos conseguido de ninguna manera.

–Por curiosidad, ¿por qué no le dijiste a Thadie que no querías casarte? –le preguntó Micah con una expresión de furia.

–¿Por qué todo el lío de cancelar el lugar de la celebración, de filtrar a la prensa que Altria no sería la dama de honor, de vuestra relación…? –preguntó también Jago en un tono gélido.

–El prestigio de Clyde se basa en ser el bueno, el caballero perfecto y eso es de vital importancia para mí, su asesora de imagen. Thadie es de la familia Le Roux, la realeza de Sudáfrica. Ha sido famosa y el público la ha adorado desde que era pequeña. Micah y tú tenéis poder e influencia y también sois muy conocidos. Que Clyde se prometiera con Thadie era maravilloso para su imagen. Siempre habíamos pensado romper con ella al cabo de unos seis meses.

–Sigo sin entender por qué has saboteado tu propia boda cuando habría bastado con decirlo –insistió Micah.

–Clyde estuvo a punto de romper, pero recibió la oferta para ser la imagen de una marca dirigida hacia las familias. Era una operación de millones que se había negociado durante meses y no podía salpicarle un escándalo. Habría sido un problema que rompiera con Thadie, la princesa de Sudáfrica, pero si tú le dabas calabazas, el público lo compadecería.

–Clyde, si me lo hubieses explicado, podríamos haber encontrado una solución –Thadie sacudió la cabeza con incredulidad–, pero es imperdonable que lo hicieras a mis espaldas y el estrés que nos has provocado a mi familia y a mí. Micah se pasó semanas buscando un sitio y Ellie encontró este de milagro. Jago y Micah han pagado la boda por adelantado.

–Eso da igual –murmuró Micah.

–¡No da igual! –gritó Thadie–. Todo podría haberse evitado si hubieses sido sincero conmigo, Clyde. Y no me hagas hablar de las promesas que les hiciste a mis hijos.

–Son unos niñatos malcriados y no les gusta el rugby –replicó él encogiéndose de hombros.

¿Quién era ese hombre? ¿Por qué no lo había visto ella antes? ¿Acaso había pasado por alto lo que no le gustaba porque quería que sus hijos tuvieran un padre?

–¡Tienen tres años!

–¿De verdad? Creía que eran mayores. En cualquier caso, Altria se dirigirá a la prensa y les dirá que has suspendido la boda.

La había insultado como madre porque sus hijos no estaban malcriados y le había demostrado que no sabía nada de ellos, y ¿todavía creía que iba a salvar su reputación? ¿Cómo había podido estar tan ciega? ¿Cómo había podido creerse sus mentiras y haber aceptado casarse con él? Ella no solía perder los nervios y actuar irracionalmente, pero él había forzados demasiado las cosas. Nadie jugaba con sus hijos ni con sus sentimientos, ni la tomaba por tonta.

Se dio media vuelta y salió apresuradamente hacia las escaleras. No se dio cuenta de que estaban siguiéndola hasta que llegó a la puerta principal de la mansión victoriana.

–¡Thadie llevas una bata muy corta! –le gritó Dodi desde detrás de ella–. ¡Además vas descalza!

Ella, sin embargo, abrió la puerta principal y salió al pórtico. Las cámaras con teleobjetivos podrían sacar buenas fotos a esa distancia, pero eso no era suficiente. Tenía que arrastrar por el lodo a un exprometido.

 

 

El lunes por la tarde, Angus Docherty miraba su tableta electrónica en la oficina que tenía en un ático de Canary Wharf. Acababa de volver de una misión encubierta en Paquistán y tenía un montón de trabajo. El mundo no se había parado porque él hubiese estado ausente unas semanas. Aunque era el propietario de una multinacional multimillonaria que ofrecía seguridad a empresas y particulares, también llevaba a cabo misiones peligrosas y secretas para gobiernos occidentales. Había sido soldado y no dejaría de serlo nunca.

Todavía le divertía que no se hubiese planteado nunca tener y dirigir una empresa. Había estado destinado al ejército como su padre, su abuelo y su bisabuelo y había esperado igualar al menos sus logros. Su bisabuelo se retiró con el grado de coronel y su abuelo murió unos días antes de que lo ascendieran a general de división.

Sin embargo, su padre alcanzó la graduación más alta, el teniente general más joven desde hacía cincuenta años. El general Colm Docherty solo respondía ante Dios y, algunas veces, el primer ministro. Era una leyenda entre los militares, era un trabajador infatigable, era disciplinado y exigía lo máximo de todo el mundo. A su hijo le había exigido más todavía.

Si era difícil trabajar con el general, era mucho peor en casa. Era arrogante y no tenía sentimientos. Su único hijo tenía que estar por encima de todos los demás. Tenía que ser el más veloz, el que trabajara más y el que llegara más lejos y mejor. Tenía que ser perfecto para que su padre lo aceptara, no se permitía el fracaso en ninguna circunstancia. Su mayor fracaso fue que una bala le destrozara el fémur y pasara rozando la arteria femoral. Eso no solo frustró los planes de su padre para que fuese el segundo general con el apellido Docherty, también cambió radicalmente su relación con sus padres. No había querido que lo destinaran a funciones administrativas, pero tuvo que abandonar el ejército y fue un revés del que no se había repuesto.

Ese fue el peor de los fracasos para el general. Si un Docherty no servía a la reina, no era nadie. Hasta entonces, había creído que sus padres lo habían querido de alguna manera.

Comprendió que si estaba rememorando a sus olvidados padres era porque estaba más cansado de lo que había creído. Bostezó y se pasó las manos entre el pelo, inusitadamente largo por el tiempo que había pasado fuera. Levantó la cabeza cuando oyó que llamaban a la puerta e hizo un gesto a su lugarteniente para que entrara. Habían estado juntos en el ejército y Heath fue la primera persona que contrató cuando creó Docherty Security. Heath se sentó con la tableta electrónica en la mano y Docherty se preguntó por qué estaría sonriendo su adusto amigo.

–¿Qué pasa?

Heath sacudió la cabeza con un gesto burlón en los labios.

–Estoy viendo un vídeo de una clienta sudafricana. La dejaron plantada justo antes de la boda y su rueda de prensa se ha hecho viral.

Angus encendió su tableta, pero detuvo la imagen. La mujer llevaba una bata de seda que dejaba ver la mayor parte de sus impresionantes piernas. También estaba un poco abierta por arriba y todo el mundo podía vislumbrar un pecho sensual cubierto por un sujetador de encaje sin tirantes azul claro. Se fijó en su cara y se quedó petrificado. Thadie…

Jamás se alteraba, pero se le aceleró el pulso solo de verla. Había estado en incendios, habían explotado bombas a su alrededor y lo habían herido sin que perdiera la frialdad, pero miraba esos ojos y estaba perdido. Le pasó un dedo por los carnosos labios. Tenía unos ojos negros como el azabache y su piel tenía el mismo tono marrón que el colgante de topacio que llevaba su abuela. Unas pecas le adornaban la nariz y las mejillas y él recordaba haber intentado besar todas las que había en su cuerpo. Volvió a poner en marcha el vídeo y oyó su voz.

–Estoy aquí para contaros que mi prometido, mi exprometido, no solo me ha dejado plantada, también ha reconocido que había saboteado los planes que habíamos hecho para la boda. Lo hizo con la esperanza de crearme tal estrés que cancelara el enlace porque no tenía las agallas de hacerlo él mismo.

Estaba furiosa y estaba impresionante. Se llevó los puños a los ojos, pero cuando los bajó otra vez, él no vio ni rastro de lágrimas.

–Me dijo que pensaba acusarme ante la opinión pública por la ruptura y por eso he salido para deciros que yo sí pensaba casarme, que estaba dispuesta a ser su esposa.

¿Dispuesta? Eso daba a entender que no estaba locamente enamorada de su novio. Entonces, vio fascinado que dos hombres altos que parecían gemelos se acercaban a ella con una rosa en la solapa de los trajes hechos a medida. También irradiaban un aire protector. Uno de ellos se quitó la chaqueta y tapó a Thadie. Luego, le rodeó los hombros con un brazo y se la llevó a la casa otra vez. El otro hombre se quedó con los periodistas, que estaban apasionados.

–Como sabéis casi todos, soy Jago Le Roux. Como también sabéis, se ha cancelado la boda. Os pido que respetéis nuestra intimidad y dejéis que mi hermana asimile la situación, pero supongo que eso no va a suceder, ¿verdad?

Se oyó un aluvión de preguntas mientras él seguía a sus hermanos. Se acabó el vídeo y Angus, intentando disimular lo alterado que estaba, miró a Heath.

–Explícamelo.

–Nos contrataron para proteger a una de las mujeres más conocidas de Johannesburgo, Thadie Le Roux…

Él recordó que ella le había contado que su nombre quería decir «la amada» en el idioma zulú. Era un nombre que no había vuelto a oír desde aquella noche en Londres hacía cuatro años. Le abrumaron los recuerdos de sus manos acariciándola, de sus labios besando esa boca irresistible, de sus jadeos… Esas seis horas que pasó con ella eran los mejores recuerdos sexuales que tenía.

–Es una historia descomunal en Sudáfrica y Docherty Security está llamando la atención allí. Han pasado dos días desde que se canceló la boda, pero el exprometido está dando entrevistas para intentar reparar su reputación. La prensa internacional también se ha hecho eco de la historia y como ella es hija de una exmodelo de la alta sociedad, el interés va a triplicarse.

Angus lo escuchó aunque solo con la mitad del cerebro. No podía creerse que supiera cómo se apellidaba ella y dónde vivía.

Se conocieron, hacía cuatro años en una fiesta. Los dos se marcharon por separado, pero se encontraron otra vez en la calle. Él la invitó a tomar algo y, una vez en el taxi, empezaron a besarse y ella le pidió al taxista que los llevara a su hotel. A partir de ese momento, solo se besaron y acariciaron, solo llegaron a saber sus nombres de pila. La atracción entre ellos fue devastadora, él no había sentido nada parecido. Por primera vez, no había salido corriendo después de un encuentro sexual y había deseado seguir con ella. Intentó convencerse de que bastarían un par de días para despedirse, como mucho, los cuatro que iba a quedarse ella. Siempre se despedía, tenía unas barreras emocionales que no iba a derribar una extranjera impresionante. Efectivamente, tres días le parecieron suficientes para sacarla de su organismo.

A la mañana siguiente, durante el desayuno, la había invitado a que se quedara con él durante el resto de su estancia en Londres y ella, ante su sorpresa, había aceptado. Como ella había perdido el teléfono el día anterior, acordaron que ella dejaría el hotel, buscaría una tienda para comprar otro teléfono y él se llevaría su maleta a su oficina. Él le había dejado su tarjeta en la mesilla y ella lo llamaría cuando tuviera un teléfono. Él le daría instrucciones para que fuera a su casa y pasarían el resto del día en la cama. No lo llamó y su maleta seguía al fondo de su vestidor. Había intentado localizarla, pero enseguida comprendió que era imposible, que solo sabía su nombre. Sin embargo, ya sabía muchas más cosas.

El vuelo a Johannesburgo duraba unas doce horas y si salía después de la cena de trabajo que tenía con un cliente muy importante, podría estar allí a media tarde del día siguiente… ¡No! La idea de volar a Johannesburgo era ridícula. Había sido una aventura de una noche y nada más.

–Su familia es muy influyente y ella tiene muchísimos seguidores en las redes sociales. Sus hermanos mayores nos recomendaron cuando ella comentó que necesitaba protección. Me preocupa que si le pasa algo, nos lluevan las críticas. Creo que necesita más protección. Es posible que ella no quiera más guardaespaldas, pero puede ser una pesadilla.

Angus asintió con la cabeza. Siempre solía tener presente la reputación de la empresa, pero no en ese momento. Lo había atraído disparatadamente y llevaba grabados a fuego los recuerdos de aquella noche, pero no necesitaba verla por atracción, era por curiosidad. Después de cuatro años, quizá pudiera saber las respuestas a algunas preguntas que todavía le quitaban el sueño de vez en cuando. ¿Qué pasó cuando ella se montó en el taxi al marcharse de su hotel? ¿Se lo había pensado mejor? Si había decidido no volver a verlo, ¿por qué no lo había llamado para recuperar la maleta? ¿Por qué había pasado de besarlo apasionadamente a esfumarse?

No le interesaba recuperar la aventura donde la habían dejado, solo quería explicaciones. Siempre había sabido interpretar a las personas y las situaciones, y eso le había salvado la vida muchas veces, ¿en qué se había equivocado con Thadie? Siempre había indagado para tener una idea clara de lo que pasaba, pero ella era un rompecabezas incompleto y él, como soldado y perfeccionista, no soportaba los asuntos sin resolver. Tenía cierta sensación de fracaso y los fracasos, como le había inculcado su padre desde pequeño, eran inaceptables.

Sin embargo, ¿iba a volar miles de kilómetros en su avión privado, con lo que eso costaba, solo para saber por qué se había equivocado con ella? Sí, quería saberlo. No era orgullo herido o vanidad, era que si volvía a interpretar mal a una persona o una situación durante una misión comprometida, podían morir o resultar heridas personas, él entre ellas. El peor de los fracasos.

Además, era posible que cuando la viera, se preguntara por qué había dedicado tanta energía mental a una noche de hacía tanto tiempo. No podía causarle el mismo impacto que entonces.

Tendría las respuestas y podía permitirse los costes. También se ocuparía de la reputación de Docherty Security, organizaría y asumiría el incremento de protección para Thadie.

Pasados un par de días, no volvería a pensar en ella. Era un plan que no podía fallar y con muchas ventajas… y a él le gustaban los planes y no fallaban nunca.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

NO podía creerse que hubiese salido de Cathcart House vestida con esa bata diminuta. Había sido una estupidez presentarse ante los periodistas y contarles, con todo lujo de detalles, lo rastrero que era Clyde, y estaba pagando el precio. Llevaba tres días con periodistas delante de la puerta y que la seguían a todos lados.

Era la hija única de uno de los hombres más ricos del país y de una exmodelo muy famosa, era habitual en los ecos de sociedad y se había escrito de todo sobre su compromiso con una superestrella del rugby y héroe nacional. Los contratiempos en su boda y las conjeturas sobre la solidez de su relación con Clyde la habían convertido en el centro de atención de los medios de comunicación. Clyde y ella habían tenido entretenidos a los sudafricanos durante meses.

No había dejado de pensar, desde que se marchó de Cathcart House, en los últimos nueve meses y en por qué había acabado rompiéndose el compromiso de esa manera tan atroz. Había creído sinceramente que Clyde sería un buen padre para Gus y Finn y, al principio, había jugado con ellos para llegar a conocerlos. ¿Se había aferrado a esos recuerdos para convencerse de que sería un buen padre y después, cuando la boda empezó a torcerse, había pasado por alto que no hiciera caso a los gemelos? Seguramente.

Ella se había pasado la infancia y juventud anhelando que sus padres le hiciesen caso y cuando Clyde le dijo que sería el padre de sus hijos, se había quedado deslumbrada. Le había ilusionado tanto darles a los gemelos la familia estable que no había tenido ella que había desechado todo lo que no encajara en su fantasía de tener una familia perfecta. No había prestado atención a las virtudes y defectos de su pareja, demasiada fantasía y poca realidad.

Suspiró. Se sentía agotada, le gustaría estar menos obsesionada con ofrecerles un padre que fuese un ejemplo para ellos. Reconocía que era un problema suyo, no de ellos, pero no podía dejar de querer encontrarles un progenitor.