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Daniel Sanders es oriundo de Argentina, nacido en Concepción del Uruguay (Entre Ríos). Después de cinco años de espera y de un arduo trabajo en la faz literaria nos presenta «El Semita Guerrero. La ciudad de las siete murallas». Novela de fantasía heroica narrada en un marco histórico comprendido entre los años 3000 a 2500AC., donde la cultura sumeria marcaba su gran predominio. Las firmes convicciones de un hombre sacudirán los cimientos de la ciudad más imponente de su tiempo. Una promesa marcará la diferencia entre la vida y la muerte de una joven mujer, y de otros condenados. «Las promesas solo tienen el valor de quien las hace, y sólo las cumplen quienes comprenden su valor.» (Daniel Sanders) Acompañe al semita Tikba-El en esta aventura que lo llevará a sortear infinidad de obstáculos y a confrontar con titánicos oponentes, como el legendario rey sumerio Gilgamesh. Súmese a la esperanza de Najhida y de Ajkmal de salir con vida de una ciudad magnífica e inexpugnable. Completan la saga otras dos próximas publicaciones: «La venganza de Borek» y « La Supremacía Akadia ».
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Seitenzahl: 386
Veröffentlichungsjahr: 2015
El Guerrero Semita
La Ciudad de las Siete Murallas
Daniel Sanders
El Guerrero Semita
La Ciudad de las Siete Murallas
Editorial Autores de Argentina
EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA
www.autoresdeargentina.com
Mail: [email protected]
Diseño de portada: Justo Echeverría
Diseño de maquetado: Maximiliano Nuttini
A mi padre, hoy en la presencia del Señor.
Agradecimientos
En primer lugar a Dios, por haberme permitido ver este sueño hecho realidad.
A mis hijas, que son verdaderos regalos del cielo.
A mi gran familia, por su respaldo incondicional.
A mis amigos, que siempre me incentivaron a conquistar este tan esperado anhelo.
Índice
PREFACIO
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
EPÍLOGO
BIOGRAFÍA
PREFACIO
La historia del género humano puede entenderse y redactarse de diversas formas, y su veracidad dependerá, en la mayoría de los casos, de quién y en qué circunstancias la registre. Muchas veces se ha hecho notar que «la historia la escriben los que ganan», en referencia a aquellos que permanecen en el poder luego de una disputa territorial o de sucesos políticos relevantes. Cuando esta situación se produce, el relato histórico consecuente puede constituirse en una apreciación parcial; o bien, en alteraciones deliberadas, producidas con la finalidad de ocultar verdades o intereses comprometedores.
Desde la Antigüedad, cuando los pueblos o reinos entraban en conflicto, las razones del «por qué» se culminaba en una acción armada rara vez ostentaban objetividad. El vencedor dejaba asentado los eventos de acuerdo a su exclusiva postura unilateral.
Cuando la arqueología realiza el valioso intento de reconstruir los hechos ocurridos miles de años atrás, tropieza con el mismo problema a la hora de establecer qué sucedió con exactitud; ya que una visión parcial solo constituye una parte de la verdad y sería erróneo establecerla como «indiscutible». Ni siquiera hoy, siendo vivos testigos de lo que acontece, y a pesar de los avances tecnológicos que respaldan cualquier trabajo de investigación, no siempre se puede instaurar como «verdad inamovible» a los motivos aparentes de algún suceso de trascendencia (como pueden ser los atentados a presidentes o las causas reales de conflictos bélicos, etcétera.). Y el panorama se complica mucho más cuando se intenta arrojar luz sobre aquellos acontecimientos que distan miles de años de la actualidad.
En este contexto, cuando es hallado un registro arqueológico que hace referencia a un hecho determinado (como pueden ser las hazañas de hombres de gran notoriedad en el mundo antiguo), no siempre se lo debe considerar como la «explicación más correcta», ya que se desconoce el grado de objetividad de quien nos legó dicho registro. Es decir que los valiosos aportes que se obtienen del pasado pueden corresponder a la «historia oficial» de ese entonces, y por ello podrían no estar ajustados a la estricta verdad. Un claro ejemplo de esto lo vemos en las constantes «declaraciones oficiales» de los gobiernos actuales, donde en muchos casos lo que expresan en sus comunicados no es sustentado con la realidad, más allá de las intenciones (buenas o malas) que tengan. Todavía están frescas en el recuerdo del pueblo argentino las palabras: «¡Vamos ganando!», emitidas por la Junta Militar que gobernaba el país en 1982, y difundidas por los medios de comunicación. Sin embargo, la triste realidad mostró poco después que el saldo consecuente fue la reocupación de las Islas Malvinas por el Reino Unido y la muerte de 635 soldados argentinos (un número que se vería incrementado por los suicidios de muchos excombatientes). En consecuencia, si a estas afirmaciones (como también a una gran cantidad de «declaraciones oficiales») se las consideraran luego de algunos siglos, sería inexacto catalogarlas como «verdades inamovibles».
Por otra parte (y a pesar de las limitaciones obvias), los arqueólogos pueden llegar a disentir en el «cómo» se produjo un suceso, pero pueden alcanzar la plena certeza de que dicho acaecimiento «sí» ocurrió en verdad. Si bien no pueden establecer todos los pormenores o las intenciones que llevaron al asesinato de Julio César, pueden determinar que efectivamente «sí» fue asesinado. Aunque no consigan establecer con justeza «por qué causa» murió Alejandro Magno, «sí» pueden estar seguros del tiempo en que se produjo su deceso.
Partiendo de los conceptos expresados con anterioridad, resulta notorio cómo acontecimientos del pasado sufrieron importantes variaciones en el modo en que fueron relatados. Principalmente en los sucesos ligados a las primeras civilizaciones. Éstos, trasmitidos comúnmente en forma oral, al carecer de medios idóneos de registro (como una escritura fluida), han sobrellevado grandes alteraciones con el correr de cada generación. El caso del diluvio universal es un ejemplo de esto, ya que la mayoría de las culturas antiguas lo mencionan, y aunque la discordancia en el «cómo» es considerable, todas coinciden en que efectivamente «sí» aconteció (y esto, más allá del debate sobre si ocurrió o no; o si fue parcial o total). La discrepancia evidente de varios relatos referidos a este evento en particular puede entenderse desde el enfoque o interpretación que le daban quienes lo registraban, y los intereses políticos o religiosos que en algunos casos los impulsaban. Es muy posible que los líderes espirituales de algunas culturas tomaran ciertos hechos específicos y los utilizaran para remarcar la acción de alguna deidad que quisieran imponer o promover. Esto no debe sorprendernos, ya que el miedo al cataclismo ha sido uno de los grandes impulsores (en todos los tiempos) para que las personas se aboquen con fervor a la religión imperante de la sociedad en que viven. Dicho fervor arroja como resultado un importante cúmulo de beneficios para los «administradores de turno» de la deidad promocionada.
Además de lo anterior, se debe tener en cuenta la capacidad inventiva del hombre. La imaginación humana es una constante gestora de insospechados portentos. Y cuando se trata de transmitir una tradición oral (a falta de escritura idónea) las desviaciones pueden llegar a ser sorprendentes. En la antigüedad era muy común que se mitificaran hechos o personajes elevándolos a la altura de «dioses» (la mayoría de las veces por no entender la forma de actuar de las fuerzas de la naturaleza, o por la necesidad básica de tener un «dios» visible y cercano). Un ejemplo claro de esto lo vemos en los antiguos manuscritos medievales galeses (conocidos como Mabinogion) donde presentan a los componentes del panteón de dioses celtas de las islas británicas como reyes aventureros, poseedores de dones y objetos maravillosos, y que realizaban grandes proezas. Por lo que se entiende que las deidades britanas no eran otros que los primitivos reyes, mitificados y elevados al rango de «dioses» por las valerosas gestas que efectuaron.
Según el filósofo rumano Mircea Eliade: «El mito narra un acontecimiento sucedido en el tiempo primordial (o tiempo de los orígenes) y cuenta cómo, gracias a las hazañas de seres sobrenaturales, se ha originado una realidad»1. Es decir que, según Eliade, el mito es siempre el relato de una creación y puede referirse al origen del mundo, de los dioses o del hombre. Asimismo, las leyendas, según el propio Eliade, «son manifestaciones escritas que provienen de la tradición oral y relatan hechos asombrosos, fundados en antiguos mitos que la quimera colectiva ha distorsionado.» A diferencia de los mitos, las leyendas hacen alusión a una época o período, ubicándose en un contexto histórico; indicando lugares precisos y personajes que en varias ocasiones son reales.
Teniendo esto en cuenta, vale decir que la historia entregada en este libro hay que situarla entre los años 3000 a. C. y 2500 a. C., en la antigua Mesopotamia; más precisamente en la zona cercana a Uruk, la residencia del legendario Gilgamesh, y que más tarde, según piensan algunos, legara el nombre a la actual Irak. La ciudad de Uruk estaba erigida a orillas del río Éufrates y gozaba de las bondades del valle que este formaba junto con el otro gran río, el Tigris. Con su inmejorable ubicación para la ganadería y los cultivos, muy pronto alcanzó una prosperidad envidiable. Con el correr de los años propagó su cultura e influencia hacia toda la Mesopotamia, constituyéndose en uno de los más significativos epicentros urbanos, y estableció una importante hegemonía en toda la región. Fue en ella donde comenzó a utilizarse la escritura como un método de comunicación cotidiano, aunque relegada mayormente a los sacerdotes y a quienes tenían a cargo los registros reales. En su apogeo llegó a contar con más de 50 000 habitantes distribuidos en más de 600 hectáreas. En la ciudad predominaban dos núcleos urbanos de relevancia. Estos eran: el distrito de Anú, construido sobre una terraza natural donde se erigía el gran Zigurat (Torre Escalonada) coronado por el gran Templo Blanco de Anú. El otro era el distrito de Eanna, dedicado a la diosa Inanna y formado por varios edificios religiosos, talleres y la gran arena de espectáculos. Este último sector contaba con una gran variedad de edificaciones de gran envergadura artística, al punto de convertir a Uruk en la «joya arquitectónica de la época». Sin embargo, nunca hubiese alcanzado el estatus regional del que gozó si el gran Gilgamesh no hubiese procurado con ahínco la construcción de las siete murallas que cubrían todo el perímetro de la ciudad. Éste no escatimó esfuerzos (propios y ajenos) para culminar esta magna obra defensiva que alcanzó los 15 metros de alto y los 9 kilómetros de largo. En las obras se contemplaron la adaptación de los dos puertos que la ciudad poseía para la comercialización de sus productos (ubicados uno al oeste y el otro al norte) sin disminuir en nada el grado de impenetrabilidad de la muralla. Algunos hombres expertos fueron contratados por él para llevar a cabo este trabajo, como también las distintas renovaciones en los numerosos templos (necesarias por la poca durabilidad de los ladrillos de adobe con que eran erigidos), las obras de ingeniería hídrica y la construcción del palacio real.
Si bien el relato no tiene como personaje principal a este épico rey, es durante su despótico reinado que ocurren los sucesos que conforman esta novela. En cuanto a su figura, la información que nos llega hasta hoy se desprende del antiguo «Poema de Gilgamesh»2,el cual menciona hechos que colindan con la fantasía, propios del rubro fantástico. Esto nos impulsa a deducir que dicho registro tal vez no sea uno histórico y objetivo (y no debe tomárselo como tal), sino que muy bien pudo ser el relato de un rey desvariado, enceguecido por su propio orgullo, que ordenó registrar sus hazañas magnificándolas en forma deliberada. Esta locura propia de los monarcas no debe sorprendernos, ya que la historia de Roma se encuentra plagada de descabelladas ideas y ocurrencias de emperadores desbordados por el uso y el abuso del poder. En el caso de Gilgamesh, se lo menciona venciendo a «gigantes», a seres «mitad animal y mitad humanos», también a un «toro venido del cielo», e incluso rechazando propuestas matrimoniales a «deidades femeninas», y por buscar la inmortalidad, realizar viajes a sitios prohibidos para los mortales, como el «Hades». Con todo, y a pesar de que su historia fácilmente podría asociarse a la del mítico Hércules, queda claro que fue un rey histórico y muy poderoso, y que dio a Uruk una importante supremacía en la región, subyugando bajo su dominio a las demás ciudades-estados, aunque sin llegar a formar un imperio. También es conocido que este personaje contrastó su desmedida brutalidad con su elocuente deseo constructor, dado que es relevante el esplendor edilicio de Uruk durante su reinado.
Cabe agregar que no debe catalogarse esta novela como un aporte histórico, ni mucho menos. Con todo, ciertos registros (surgidos de una ardua investigación) han sido tomados como base para establecer el desarrollo lógico del relato, por lo que ni siquiera el conocedor de la historia mesopotámica (en especial la sumeria) encontrará obstáculos para disfrutar de una apasionante aventura de fantasía heroica.
Daniel Sanders
1Tomado de http://es.wikipedia.org/wiki/Mito#Caracter.C3.ADsticas
2Importante obra literaria sumeria, escrita en caracteres cuneiformes sobre doce tablillas o cantos de arcilla que data de alrededor del año 2000 a. C., y es considerado el libro más antiguo de la historia.
MAPA DE LA ANTIGUA SUMERIA3
3 Mapa tomado de https://myrozco.wordpress.com/los-sumerios/
Las frágiles manos del niño sostenían con dificultad la gran espada de bronce pulido. En su torso podía percibir el calor que surgía de la fragua y en sus oídos retumbaban los golpes de mazos y martillos que daban forma a los metales.
Aunque habían pasado tan solo unos segundos, los músculos de sus brazos estaban abarrotados y sus hombros parecían estar en llamas por el esfuerzo. A pesar de su arrojo, la espada perdía altura en forma paulatina.
Su padre se puso en pie frente a él con una sonrisa queondulaba su transpirada barba. Levantó la empuñadurahasta dejarla horizontal y le apoyó su otra mano en el pecho.
—Sostener tu corazón con la verdad es más importante que mantener en alto tu espada —dijo.
El chiquillo no comprendía aún lo que intentaba explicarle.
—Es demasiado pesada para mí —contestó.
Sus tiernos brazos se esmeraban al máximo para resistir la fuerza de gravedad, pero resultaban insuficientes.
—En poco tiempo podrás utilizarla con destreza. Pero más me preocupa que tu corazón se vista de sagacidad y de honor.
El niño miró a su progenitor directo a los ojos. De aquel hombre que había superado los cincuenta años, de aspecto tosco y vulgar, surgían palabras de sabiduría.
—Lucha por lo que creas justo —agregó—. No te conformes a la suciedad que te rodea o te convertirás en parte de ella...
CAPÍTULO 1
CAMINO A URUK
El sol de la tarde golpeaba con insistencia sobre los sudorosos cuerpos de los cautivos provenientes de Kish. A latigazoseran importunados a marchar hacia el sur, hacia la ciudad más importante de la zona circundada por los dos grandes ríos. En las cadenas y grilletes que portaban se mezclaba el color de la herrumbre con el púrpura oscuro, como vestigio de haber sido utilizados para transportar infinidad de prisioneros en tortuosas caravanas de muerte.
Tiempo atrás, la región que atravesaban se caracterizaba por su envidiable abundancia y su singular belleza hasta el punto de que todos la conocían como la «Creciente Fértil», por la forma de media luna otorgada por los ríos Tigris y Éufrates, y su formidable aptitud para los cultivos. Pero los continuos combates en la búsqueda de establecer el dominio y la fuerte sequía que llevaba ya dos años habían provocado que gran parte del follaje desapareciera. Lo que aún permanecía se mostraba con unapagado color marrón amarillento. Solo aquellos asentamientos cercanos a los ríos, en la baja Mesopotamia, conservaban todavía parte de su esplendor y mostraban una relativa prosperidad.
Los soldados sumerios que trasladaban a los prisioneros estaban todos rapados y con un casco de piel pegado al cráneo. La mayoría portaba espadas, dagas, hachas cortas de combate y lanzas, y tan solo dos de ellos traían látigos. Se dirigían hacia la fortaleza de Uruk, donde reinaba el poderoso Gilgamesh. Ninguno de los cautivos había estado allí jamás, pero a sus oídoshabían llegado muchos rumores de la sanguinaria forma en que trataban a los prisioneros y de lo despiadado que era su rey, o su Lugal, como lo llamaban los propios sumerios.
A la mitad del trayecto, muy cerca de la ciudad santa de Nippur, luego de que descendieron de un arenoso cerro, el que estaba al mando ordenó a los demás que detuvieran la marcha y dieran un sorpresivo descanso a los reos.
—¡Al suelo, miserables ratas! —gritó una voz ronca, como si la garganta de donde surgió necesitase ser aclarada—. ¡No se acostumbren! ¡Solo estaremos aquí un breve tiempo!
El hombre portaba uno de los látigos. Finalizó su breve discurso dando algunos azotes a quienes tenía más cerca, tan solo por diversión.
Sin perder tiempo, los prisioneros se recostaron para reponer fuerzas, aunque tan solo fuera por un momento. Entre ellos, ubicado en el cuarto lugar de la fila, sobresalía por su porte y musculatura un hombre de cabellera negra que caía sobre sus hombros; sus ojos también eran negros y su tez blanca, pero algo quemada por el sol. Su nombre era Tikba-El. Era semita de nacimiento y errante por causas fortuitas del destino. No hacía mucho tiempo que había llegado a Kish como forastero, al igual que tantos otros de su mismo linaje. Esta ciudad había sido una férrea opositora de Uruk, pero la dependencia económica hacia el sur mesopotámico y la figura de Gilgamesh habían provocado que cediera algunos de sus derechos; entre ellos la facultad de que el ejército de Uruk reclutara hombres para la sangrienta diversión de su rey. Cuando bebía en un sitio público, y ya con sus sentidos alterados, vio cómo un soldado empujó y arrebató a una mujer de avanzada edad el pan que llevaba bajo el brazo. Esto lo encolerizó y desató una fuerte riña. Como resultado de su justiciero impulso, lo detuvieron arrojándole una red y a punta de lanzas colocaron grilletes en sus muñecas y lo condenaron a partir a Uruk.
—Más desdichados para el deleite de Gilgamesh —escuchó el semita a sus espaldas.
El comentario provino de un hombre de piel morena y de raza kusita. Su colorida vestimenta, al igual que la oscura tonalidad de su tez, lo diferenciaba marcadamente del resto.
El semita volteó y miró por unos segundos a su interlocutor.
—¿Sabes qué nos espera en Uruk? —susurró.
—Ten la seguridad de que la muerte nos aguarda con impaciencia.
—He escuchado algunas cosas…, pero no sé si son verdad.
—¿De dónde eres, que ignoras lo que en la ciudad de las siete murallas nos espera?
—Soy de todas partes, y de ningún lado. Pero dime qué sabes de Uruk.
El moreno se mostró algo sorprendido, pero luego de unos segundos continuó.
—No sé qué te habrán contado, aunque seguro no te han dicho todo —dijo.
—¿Qué quieres decir?
—Que si llegamos a Uruk, lo mejor que nos puede pasar es que muramos rápido. Gilgamesh siempre fue un rey despiadado, pero ahora ha hecho amistad con Enkidú, y su maldad se ha acrecentado.
Tikba-El no se mostró muy amedrentado por la descripción del moreno.
—Tú tampoco pareces ser de estas regiones. ¿De dónde eres?
—Provengo de las tierras de Occidente. Allí donde el sol golpea con fuerza y donde mi gente ha vivido por siglos en el reino de Kush —comentó el moreno, y con frustración en sus palabras agregó—: Hace años vine a comerciar a estos territorios en búsqueda de una mejor suerte, pero nada salió como lo imaginé.
—¿Y por qué te han apresado?
—Dicen que embauqué a un sirviente del señor de Kish.
—¿Y lo hiciste?
—¿Acaso mi rostro no refleja mi inocencia?
El moreno sonrió con picardía, y luego el semita también lohizo. Pero la risa de ambos fue cortada en forma abrupta cuandoel soldado sumerio que los custodiaba se acercó y los azotó para que callaran. Y aunque propinó un fuerte latigazo en la espalda de Tikba-El, no se inmutó. Con su ceño fruncido y sus grandes músculos contraídos clavó la mirada en su agresor. «Tan solo estas cadenas te separan de la muerte», pensó.
El sumerio quedó con su brazo derecho en alto, dudando si dar o no otro latigazo a quien lo observaba con furia. En ese preciso momento emergió desde la pendiente del camino que llevaba hacia la ciudad de Eshnunna otro grupo de soldados, montados sobre magníficos corceles y arrastrando más encadenados. Al mando de ellos estaba Grok, uno de los incondicionales servidores de Gilgamesh; que con su exceso de peso evidenciaba lo insoportables que le resultaban las jornadas calurosas. Sobre su ojo izquierdo llevaba un parche marrón que ocultaba su vacía cavidad ocular, aunque no alcanzaba a cubrir la gran cicatriz que le llegaba casi hasta la oreja. Sobre su pecho portaba una coraza de cuero labrado y una espada enfundada en el costado de su ancha cintura.
A diferencia de los cautivos provenientes de Kish, en el grupo que se sumaba solo había mujeres, y muy bellas por cierto; pero con su semblante deteriorado y algo agotadas por el traslado y el maltrato.
—¿Qué harán con ellas? —preguntó Tikba-El.
—Si logran sobrevivir a los caprichos de Gilgamesh —el kusita aún sobaba su espalda—, con mucha suerte podrán terminar como rameras en el templo de Inanna, la diosa protectora de Uruk; o lo que es peor, en alguna taberna de mala muerte.
La apreciación del hombre de piel oscura no estaba muy errada. En todos los tiempos de la historia humana la vida nunca fue fácil para la mujer; y siempre tuvo que lidiar con detracciones, atropellos y bárbaros maltratos. Pero en los períodos de la supremacía de Uruk, ser prisionera era mucho más que denigrante. Y muchas veían la muerte como una dulce escapatoria a los sufrimientos a que las sometían. De tanto en tanto, Gilgamesh enviaba a Grok a reclutar mujeres para satisfacer sus oscuros placeres, o los de alguno de sus allegados. Luego de utilizarlas eran tratadas como material de descarte; y en el mejor de los casos, les permitían vivir como prostitutas oficiales del templo de Inanna. Además, las mujeres de Uruk accedían a mancillarse en forma voluntaria, para evitar represalias contra sus familiares por parte del Lugal. Éste no poseía harén propio como otros poderosos monarcas, pero su desprecio por la figura femenina lo impulsaba a utilizar a cualquiera que deseara, aunque ésta estuviera casada o comprometida, o fuera hija de quien fuese. Su condición de gobernante, sumada a su destreza combativa, le permitía realizar sus caprichos sin impedimento alguno. Y nadie se atrevería a negarle lo que él requería; de hacerlo, el pago consecuente era una muerte atroz. De este modo, el destino de las que ahora se hallaban encadenadas había sido fatalmente trazado al momento de su captura.
Entre todas las prisioneras sobresalía, por su exquisita belleza y su indómito espíritu, una mujer de cabello oscuro, largo y liso. Era portadora de una firme mirada que partía de unos luminosos ojos verdes y que manifestaba la actitud de no resignarse con facilidad al destino asignado. Vestía un manto color verduzco con pequeños flecos en los bordes. Su nombre era Najhida y era natural de Eshnunna, al igual que las demás. A pesar del largo trayecto que habían realizado a pie, era la única que aún intentaba soltar sus muñecas de los grilletes, por lo que había manchado sus extremidades con algo de su propia sangre.
Tikba-El no pudo evitar ser cautivado por su hermosura y la bravura que su espíritu exhibía. Verla luchar con los grilletes sin resignarse, y la fiereza de su mirada, despertaron en él algo que hacía mucho tiempo no experimentaba. Algo que creía nunca más volver a sentir después de la trágica experiencia que su alma cargaba.
Cuando los grupos de prisioneros estuvieron en filas paralelas, Najhida quedó de pie muy cerca de donde el semita se hallaba sentado. Las miradas de ambos quedaron fundidas por algunos segundos, que parecieron una eternidad. La atracción fue elocuente. Espontánea. Natural.
Por un instante, la muchacha se olvidó de luchar y sus ojos mostraron esa expresión propia en las mujeres; de las que emiten cuando quedan vulnerables ante el sexo opuesto. Para ella también era una sensación extraña y que no esperaba sentir en medio del trayecto a Uruk.
Pero el singular momento fue abruptamente quebrado cuando los sangrientos látigos fueron utilizados una vez más.
—¡De pie, escoria! ¡Se acabó el descanso! —gritó otra vez la voz ronca.
Todos debían incorporarse para continuar la marcha hacia Uruk. En pocos segundos iniciaron la partida.
Después de unas horas, el sol continuaba con sus caricias abrasadoras, dando en los rostros de los viajeros. El calor era agobiante. Rodearon la ciudad de Nippur, y luego de una hora más de viaje, la escasa vegetación arbustiva cobró una tonalidad más fuerte, lo que indicaba que no estaban muy lejos de algún torrente. También podían verse algunas aves de rapiña surcando los cielos. La marcha se detuvo cuando dieron con un afluente del río Éufrates. Allí permitieron a los prisioneros refrescarse y descansar un tiempo antes de realizar el último tramo. No faltaron los azotes y los insultos.
—¡Descansen un momento, miserables! —dijo el mismo hombre de la voz ronca—. ¡Pero no se acostumbren, tenemos que llegar a Uruk antes de que caiga la noche!
Después de dejarlos beber, dispusieron a los dos grupos a unos metros de la corriente. De inmediato, dos soldados armaron una tienda de campaña para que Grok estuviera al reparo del agobiante sol. Una vez que estuvo lista, el obeso servidor de Gilgamesh ingresó en ella y sacó un lienzo para enjugar el incesante sudor de su rostro.
Tikba-El aprovechó el fortuito receso para tratar de interiorizarse un poco más sobre su futuro próximo en la ciudad rodeada de murallas.
—¿Tienes nombre? —preguntó a su compañero de piel oscura.
—Mi nombre es Ajkmal y en lengua kusita significa:«Extremadamente Hermoso».
Tikba-El sonrió.
—¿Tienes idea de lo que harán con nosotros?
—De seguro nos harán luchar para entretener al rey… O quizá sea él mismo quien nos quite la vida.
—¿Es tan fuerte como dicen?
—No hay hombre que lo haya vencido. Algunos hasta afirman que es más dios que humano. De hecho, dicen que su madre es nada menos que la diosa búfalo Ninsuna.
—He visto a muchos dioses caer al suelo y partirse en pedazos… y a otros permanecer estáticos y callados cuando deberían haber actuado. ¿Acaso a éste se le conoce algún poder especial?
—No lo necesita. Sus cuatro espadas legadas por el mismo dios Uttu son invencibles y…
La conversación fue nuevamente interrumpida por el látigo que portaba el sumerio de la voz ronca. Con crueldad comenzó a azotar la humanidad de Ajkmal. Y con cada golpe que su compañero recibía, Tikba-El se llenaba de furia.
—¡Inténtalo con conmigo! —dijo, desafiante.
Con la respiración agitada, por la saña con que lanzó los reiterados latigazos sobre la espalda y los brazos de Ajkmal, el hombre miró a quien lo retaba; y aunque le sorprendió lo que escuchó, estaba dispuesto a acceder a lo que el cautivorequería.
—¡También tengo algo para ti, inmundicia! —profirió, ante la mirada de los demás soldados que disfrutaban la escena a unos metros de distancia.
El hombre, enceguecido por el inesperado desafío, lanzó con toda su fuerza un latigazo que tenía como destino la boca del semita. Pero, cuando su extremo estuvo a punto de hacer contacto con el rostro de Tikba-El, este hábilmente corrió su cabeza y, levantando sus manos, sujetó con fuerza el instrumento de suplicio. Luego jalando, arrastró hasta él a su sorprendido portador, que rápidamente quedó a su merced. Con la misma cadena que lo llevaba hasta Uruk, rodeó y apretó su garganta.
Los demás soldados que se hallaban bebiendo, fueron sorprendidos por el veloz movimiento del semita y solo atinaron a desenfundar sus espadas y a esperar el desenlace. Uno de ellos lo comunicó de inmediato a su comandante.
—¿Qué dices ahora? —dijo Tikba-El al oído del soldado—. La inmundicia que provocaste está a punto de tomar tu vida.
El sumerio apenas podía articular palabras. La presión de la cadena en su garganta comenzaba a sofocarlo. Su casco de cuero curtido había quedado en el suelo, y su cabeza rapada estaba apoyada sobre el pecho de su captor.
—Si me matas… —dijo, con dificultad—, tú también morirás.
—De todos modos, la muerte espera por mí en Uruk.
—Por favor… No me mates —suplicó el hombre—. Ten… piedad.
Los soldados rodearon al temerario prisionero, dispuestos a ejecutarlo tan pronto como Grok lo dispusiera. Con fastidio evidente, el emisario de Gilgamesh había acudido hasta el lugar de la contienda. El semita lo vio llegar y, mirándolo a los ojos, comenzó a aflojar las cadenas de la garganta de su cautivo.
—Trátanos con un poco más de respeto —dijo, liberando al sumerio.
El asustadizo individuo tomó su casco y se alejó arrastrándose hasta ocultarse detrás de los demás soldados. Éstos se acercaron aún más a Tikba-El, pero antes de que sus espadas fueran impulsadas para hincar su cuerpo, la voz de Grok intervino.
—¡No lo maten! ¡Será un excelente luchador para la fiesta de Uttu!
Al oír la orden de su líder, los soldados envainaron nuevamente sus espadas y dejaron a un costado sus lanzas, y se abocaron nuevamente a beber. Les daba lo mismo que un reo encadenado muriera antes o después. Y por eso actuaron como si nada hubiese ocurrido. Grok levantó su vista hacia el sol y movió su cabeza de lado a lado, volviendo al reparo que le daba algo de frescura en la calurosa jornada.
Najhida, que se hallaba muy cerca de donde surgió la valiente gesta de Tikba-El, no pudo evitar sentirse aún más atraída. Aunque de sus labios solo salieron palabras de descrédito.
—Si continúas haciendo estas estupideces, no sobrevivirás mucho tiempo —dijo.
—¿Tú prefieres vivir esclavizada y que te valoren menos que el más despreciado de los animales?
—No pienso vivir mi vida como esclava. Prefiero morir antes de eso. Pero si ese es mi destino, deseo que mi muerte no sea en vano.
El semita la escuchó hablar y tampoco ocultó la fascinación que ella le provocaba. No solo tenía una hermosa figura y un rostro angelical, sino que también poseía la determinación y la valentía de un guerrero.
—Tienes un espíritu fuerte, mujer. ¿Cuál es tu nombre?
—Fui nombrada Najhida por mis asesinados padres, y no descansaré hasta vengar sus muertes.
La muchacha había visto morir sin piedad a sus progenitores. Intentaron impedir que la lleven a Uruk, y por ello los asesinaron delante de sus ojos. Los mismos hombres que ahora la trasladaban como cautiva habían sido los autores, y Grok el que dio la fatídica orden. «¡No moriré sin haber cobrado venganza!», les gritó en ese momento; como respuesta recibió una bofetada y muchas burlas de los soldados. No tenía a nadie más en el mundo, y como posesión, además de su ropa, solo tenía un collar de cuero verduzco con una estrella de plata como colgante.
—Que el destino te permita tomar tu venganza —dijo Tikba-El.
Al decir esto, su mirada quedó como suspendida en el tiempo. No pudo impedir que su mente se inundara de los duros recuerdos que aún lo atormentaban. Ellos también portaban la muerte de inocentes a manos de gente sin escrúpulos. «Que el destino te permita tomar tu venganza…». Se repitió a sí mismo. Consciente de que no se le había otorgado a él esa posibilidad. No al menos hasta ahora.
—No me has dicho tu nombre.
Las palabras de la muchacha devolvieron la atención del semita hacia ella.
—Mi nombre es Tikba-El… y también tengo cuestionespendientes.
Aunque Najhida no supo de qué cuestiones hablaba, notó en su mirada la amargura propia de quien arrastra un pasado doloroso. Junto a ellos, los demás reclusos solo fueron mudos testigos de la plática; de la misma forma que lo habían sido durante la tensión suscitada momentos antes.
—¡De pie, gusanos! ¡En marcha! ¡Uruk nos aguarda! —gritó uno de los soldados, el otro que portaba látigo. El descanso había concluido.
Todos los prisioneros se incorporaron para realizar el último tramo del viaje. Una imponente ciudad los esperaba antes de que cayera la noche. Allí quedarían librados a los oscuros deseos de Gilgamesh, el Lugal de Uruk.