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Él estaba preparado para reclamar a su heredero. ¿Estaría ella preparada para ser su reina? Cuando a Claire, la cocinera, le presentaron a su esquivo jefe, se llevó la sorpresa de su vida. El poderoso miembro de la realeza para el que ella había estado trabajando era Raif, el hombre cuyas caricias tenía grabadas en su memoria, y el padre de la criatura que Claire había descubierto que llevaba en el vientre. Raif no permitiría que su hijo se sintiera abandonado, igual que él se había sentido. ¡Cambiaría lo que fuera necesario para garantizar la felicidad de su heredero! No obstante, cuando Claire se convirtiera en su esposa, ¿reescribiría las reglas de su matrimonio de conveniencia para garantizar su felicidad también?
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Seitenzahl: 170
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2023 Lynne Graham
© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El heredero del jeque, n.º 3036 - octubre 2023
Título original: The Baby the Desert King Must Claim
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788411804516
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
INCLUSO amarrado en la bahía, el megayate Mahnoor se erguía sobre los demás barcos que había en la marina de Kanos, la isla griega. Destacaba por su tamaño, su cubierta escalonada, y por su elegante diseño que lo hacía perfecto para alcanzar velocidad.
El príncipe Raif Sultan bin Al-Rashid, propietario del yate y conocido en el mundo de los negocios como Raif Sultan, el billonario dedicado a los hoteles y propiedades de lujo, estaba en el despacho de la planta superior hablando con su padre el rey Jafri de Quristan. ¿Qué diablos podría querer el padre que lo había ignorado desde su nacimiento? A los pocos segundos de conversación, Raif lo descubrió:
–Has firmado un contrato para construir una ciudad y un resort en tierra quristani –comentó su padre–. ¡Puedes romperlo y olvidarte de la idea!
–Tiene el apoyo del gobierno.
–¡No tiene mi apoyo! –exclamó el hombre–. No quiero turistas en mi país.
–Es una lástima –repuso Raif–. El puerto nuevo y el resort de lujo crearán mucho empleo en esa zona pobre. Se respetarán los consejos de conservación y el resort tendrá el mínimo impacto posible en el hábitat natural.
–Ya te he dicho lo que opino. Eso debería ser suficiente para hacerte cambiar de opinión –interrumpió el hombre mayor con una explosión de rabia.
–No puedo retirar un contrato que ya ha sido firmado y aprobado por el gobierno –respondió Raif.
–No volveré a considerarte mi hijo si no me obedeces –intervino el rey Jafri–. Obedecerme es tu principal deber como hijo y ¡no toleraré que desobedezcas!
El teléfono se estrelló contra el suelo en Quristan. Raif respiró hondo y después blasfemó en inglés. ¿Su deber? ¿Su deber? ¿Acaso era un niño a quien tenían que decirle lo que tenía que hacer y cómo hacerlo? ¿Y encima un hombre al que apenas conocía? ¿Un hombre que nunca se había comportado como un padre? ¿Un hombre que nunca le había hecho una llamada personal? ¿Ni tampoco una visita?
A diferencia de Hashir y Waleed, sus dos hermanos mayores, Raif había crecido en Reino Unido. Sus hermanos eran los herederos de la monarquía de Quristan y se habían criado allí, separados de Raif y de su madre. El tercer hijo del rey se había convertido en un extra irrelevante después de que su padre se despidiera de él y de su exesposa cuando Raif era todavía un bebé. Era probable que el sentimiento de culpa tras el divorcio y el daño que la situación había causado a la salud mental de la antigua reina, habría provocado que su padre les hubiera dado la espalda. A pesar de que de vez en cuando lo convocaban para asistir a algún evento en su país natal, parecía que Raif no era indispensable.
La rabia se apoderó de él y cerró los puños. Él reconocía que el sentimiento de rechazo formaba parte de esa rabia y se enojó todavía más. Tenía veintisiete años y ya no era un niño desesperado por recibir la atención de su padre. Debería haber superado ese tipo de sentimientos. Había sobrevivido sin el aprecio de su progenitor y había aprendido a valorar sus propios logros.
A los veintiún años se había dado cuenta de que debía valerse por sí mismo cuando, después de pasar un año realizando el servicio militar obligatorio en el ejército de Quristan, decidió regresar al mundo de los negocios. Su padre no aprobó aquella decisión. Habría preferido que su tercer hijo hubiese seguido en el ejército. Raif le recordó que ninguno de sus dos hermanos había conseguido completar ese único año de servicio militar.
Hashir había abandonado después de una pequeña lesión de tobillo y Waleed había puesto la excusa de tener un estómago delicado.
Raif, alterado, salió del despacho, atravesó la escalerilla y bajó del yate. Necesitaba actividad y aire fresco. Se metió en la lancha auxiliar y, al ver que un miembro de su equipo de seguridad se disponía a acompañarlo, frunció el ceño. Quería estar solo. Quería ser libre para gritar si lo necesitaba. ¿Para qué necesitaba al equipo de seguridad en una tranquila isla griega de la que ni siquiera recordaba el nombre? No había turistas alrededor, ni paparazis, nadie que pudiera generar preocupación.
–Pero, Alteza, debemos protegerlo.
–Solo quiero ir a dar un paseo –suspiró Raif.
–El peligro acecha en los sitios más insospechados –le dijo Mohsin con preocupación.
–Vigílame desde la distancia –le dijo Raif, agotado por tanta insistencia.
Sabía que el traje de negocios que vestía no era la prenda adecuada para el paseo bajo el sol, pero no supondría un reto para un hombre acostumbrado al intenso calor del desierto.
Había pasado todos los veranos en Quristan, caminando por la arena con la tribu nómada de su tío en Rabalissa.
Su madre había sido la reina de Rabalissa antes de casarse con su padre y unir ambos países. Había sido una alianza muy famosa. Rabalissa era un país pequeño y atrasado y Quristan era un país grande y rico en petróleo. Por desgracia, a pesar de la esperanza que tenía su madre, Rabalissa había ganado muy poco de ese matrimonio y el gobierno actual estaba dispuesto a rectificar esa injusticia.
Tristemente, su padre tenía un punto de vista demasiado rígido como para reconocer la pobreza y la insatisfacción que generaba tanta inquietud en la zona.
Alejándose del puerto, Raif eligió avanzar por un sendero que salía del pueblo y recorría la costa. Durante un instante pensó en contactar con sus hermanos para pedirles consejo, pero rápidamente descartó la idea. Por lo que había presenciado durante años, sus hermanos mayores nunca se mostraban en desacuerdo con su padre, por muy irracionales que fueran sus decisiones. Sin embargo, incluso el rey debería saber que un contrato no podía retirarse una vez firmado. Raif suspiró con exasperación y aceleró el paso. Era evidente que su proyecto se vería afectado por todos los escollos que su padre pudiera colocar en su camino.
El sendero terminaba en una cala solitaria y Raif atravesó la arena. Se desanudó la corbata y la guardó en un bolsillo. El agua era de color verde azulado y era muy tentadora. Le parecía maravilloso estar solo y no conseguía estarlo a menudo. Ya no sentía ganas de gritar, pero sí necesitaba darse un baño para calmarse.
Claire estaba bajo la sombra de un árbol sacando un vídeo de las preciosas vistas para mandárselo a Lottie, su amiga de Londres. Al ver que un hombre con traje aparecía en la pantalla, frunció el ceño. Nadie iba así vestido en la isla a no ser que fuera a una boda o a un funeral, pero era cierto que había visto llevar flores a la iglesia, así que podía ser un invitado. El hombre se quitó la chaqueta y la dejó sobre una roca. Después se quitó la camisa. Iba a darse un baño, y ella observó su torso bronceado y musculoso, parecido al de un superhéroe de película.
A esas alturas, Claire miraba absorta la pantalla. Él era muy alto, tenía el cabello moreno y un cuerpo escultural. Hacía mucho tiempo que no veía un hombre tan atractivo, ya que la mayoría de los habitantes de la isla eran hombres de mediana edad o maduros. Él se quitó los zapatos, los calcetines y los pantalones, quedándose en ropa interior. En ese momento, Claire decidió que, si hacía ademán de quitarse esa prenda también, dejaría de grabar y miraría hacia otro lado. El hombre, sin dudarlo, se metió en el agua y permitió que las olas mojaran sus poderosas piernas.
Era un buen nadador y capaz de sortear la corriente que se formaba cerca de las rocas. Claire dejó de grabar y envió el vídeo a Lottie. Al menos, su amiga se reiría.
–Eres la única persona que conozco que ha pasado más de seis meses en Grecia y no se ha echado novio –le había dicho Lottie durante la última conversación–. Soy madre, esposa y empleada en un trabajo muy aburrido. Necesito un poco de emoción.
«Un novio es lo último que necesito», pensó Claire. Aunque tras la muerte de su madre, se sentía muy sola. Los últimos diez meses los había pasado con una mezcla de confusión y agitación emocional, pero últimamente se sentía más tranquila a pesar de que se había quedado triste y sola. Había aprendido mucho sobre sí misma, sin embargo, se había dado cuenta de que no era verdad todo lo que ella pensaba que sabía sobre sus padres. Todo había empezado cuando comenzó a despejar el escritorio de su padre después de su muerte…
–Lo siento, no sabía que había alguien más aquí –oyó que le hablaban en correcto inglés.
Claire levantó la vista y vio al hombre al que había grabado en la orilla. Estaba a poca distancia y sujetaba su ropa en un gurruño. Desde tan cerca, era el hombre más atractivo que había visto en su vida, tanto que se salía de la escala de la perfección. Sus cejas enmarcaban unos ojos de color marrón oscuro, casi dorado, rodeados de pestañas negras que le daban un aspecto arrollador. Sus pómulos afilados, nariz clásica y labios carnosos provocaron que a Claire se le entrecortara la respiración.
–Espero no haberla molestado –comentó él, mirándola fijamente. Era una mujer muy bella, con una melena rubia que le llegaba por los hombros, ojos azules y el rostro salpicado de pecas.
–No, pero me ha proporcionado un vídeo estupendo –dijo ella, con una sonrisa radiante–. Estaba grabando la cala y no esperaba que apareciera un hombre y se desnudara delante de mí.
–¿Me ha grabado desnudándome? –preguntó Raif asombrado. No era el tipo de cosa que quería que apareciera en Internet. Aunque había crecido en un mundo muy diferente, había tratado de respetar al máximo las costumbres conservadoras de su familia quristani.
–¡No estaba desnudo! –exclamó Claire–. Es una playa pública. La gente se desnuda para bañarse. No es tan grave.
–He de pedirle que lo borre, por favor.
Claire se quedó paralizada y se fijó en cómo apretaba la ropa con fuerza. Agarró la toalla sobre la que había apoyado la espalda y se la entregó.
–Tome. Será mejor que se vista mientras discutimos.
–Gracias. No tengo intención de discutir con usted –le dijo Raif. Agarró la toalla y, tras retirarse un poco, se colocó de espaldas a ella para secarse y vestirse.
Parecía bastante tímido a pesar de tener aspecto de persona extrovertida. Hasta el momento en que ella había mencionado el vídeo, se había mostrado seguro de sí mismo.
Desconcertada, Claire negó con la cabeza y observó sus piernas musculosas. Al instante, sintió que una ola de calor la invadía por dentro. Él era como el chocolate. Tenía un atractivo irresistible que nunca había visto en otro hombre. No bastaba una mirada. Se quedaría mirándolo mientras pudiera.
«Atracción a primera vista», pensó. Era una nueva experiencia para ella.
El hombre se acercó de nuevo.
–Mira, déjeme que le compre el teléfono y se lo cambie por otro por el inconveniente –sugirió.
–No nos pongamos así por algo tan trivial –dijo Claire, antes de oír las voces de alguien que se acercaba por el camino.
–¿Está de vacaciones?
–No. Llevo un tiempo viviendo aquí, pero estoy pensando en regresar a Reino Unido –se le quebró la voz porque sabía que no podría hacerlo hasta que hubiera ahorrado suficiente para el vuelo y para poder alquilar un lugar donde vivir. La decisión de quedarse en Grecia con su madre, ya fallecida, la había dejado sin dinero, pero no se arrepentía del sacrificio que había hecho.
Un grupo de niños acompañados por un adulto apareció en la cala con una pelota de fútbol. Raif le devolvió la toalla a Claire y ella forzó una sonrisa. Se puso en pie, recogió el libro y dudó un instante antes de decidir ser sincera.
–No tendría sentido borrar el vídeo del teléfono. Ya se lo he enviado a una amiga. Por supuesto, le pediré que no lo comparta con nadie, aunque dudo que lo haga. Me temo que es lo más que puedo ofrecer… ¡Ay! –exclamó al sentir que una pelota golpeaba contra su pecho provocando que se tambaleara y cayera sobre la arena.
Al instante se convirtió en el centro de atención, justo lo que Claire odiaba. El adulto se acercó a pedir disculpas y a preguntarle si estaba bien. Raif la ayudó a levantarse y se fijó en que tenía sangre en la rodilla. Él se acercó al pequeño y lo regañó. El niño se disculpó enseguida. Era el hijo del casero de Claire, así que ella se apresuró a decirle que había sido un accidente y que se encontraba bien.
–Pero no está bien… –dijo Raif.
–¡Sobreviviré! –exclamó Claire, intimidada por lo alto que era.
–Se ha hecho daño –continuó él con preocupación.
En realidad, se había hecho daño. Se había golpeado en la pierna y en la cadera, y le dolía, pero no tenía intención de recrearse en el dolor. Lo miró y comentó:
–Ya me iba para casa.
–¿Dónde vive?
–Arriba a media colina. No se ve la casa porque la tapan los árboles. Esta cala es como mi jardín delantero –bromeó, y puso una mueca de dolor al caminar.
–La acompañaré a casa.
–No es necesario.
Él la miró en desacuerdo y ambos avanzaron por el empinado camino que llevaba hasta la casa donde su madre había vivido durante años.
–¿Tiene la costumbre de sacar fotos de desconocidos que se quitan la ropa?
–¿Por qué me habla como si pareciera una pervertida? –preguntó horrorizada–. Es una playa pública. Si tanto aprecia su privacidad, ¿por qué se ha desvestido aquí?
–No lo pensé. Creía que estaba solo. Disfrutaba la sensación. No intentaba hacer que se sintiera como una pervertida. Simplemente, trataba de comprender por qué había hecho algo tan peculiar.
–Bueno, apareció en la pantalla y lo vi. Me quedé mirándolo sin pensar lo que estaba haciendo… –respiró hondo–. Pensé… Pensé…
–¿Qué pensó? –preguntó impaciente–. ¿Que me había visto antes en algún sitio?
Claire se detuvo frente a la casa.
–No, ¿por qué iba a pensar eso? Pensé que era un hombre bello. ¿No hay nada de malo en eso no?
Raif la miró un instante.
–¿Bello? –preguntó incrédulo–. Los hombres no son bellos.
–No sea sexista –Claire enderezó la espalda y se preguntó por qué había contado la verdad.
–Quiere decir que sintió deseo –comentó Raif con una pícara sonrisa.
–No, no quería decir eso. Solo lo miré unos segundos.
–Mientras me quitaba la ropa. Si usted fuera hombre, seguramente lo detendrían por invasión de la privacidad –comentó Raif. Empezaba a disfrutar de una manera que no solía disfrutar en compañía de una mujer.
–No era deseo –repitió Claire con dignidad–. Puedo admirar un cuadro sin necesidad de poseerlo, pero estoy de acuerdo en que podía haber tenido en cuenta sus sentimientos… No obstante, la mayoría de los hombres no son tan modestos y se sentirían halagados por esto. Parece que usted es un caso único.
–Más o menos –confirmó él con otra sonrisa. Se acercó a la mesa del jardín y le dijo–: Siéntese en una silla. ¿Tiene botiquín de primeros auxilios? Hay que curar esa rodilla.
–¿Cómo se llama? –preguntó ella, afectada por esa encantadora sonrisa.
–Raif… –repuso él–. Aunque suena igual que Rafe, el nombre inglés, se deletrea diferente.
–Yo soy Claire. Era el nombre favorito de mi madre, y ya no puede disfrutarlo –le dijo, mientras abría la puerta trasera y entraba en la casa–. ¿Te apetece beber algo fresco? Tengo una jarra de limonada en la nevera. Es muy refrescante.
–Primero saca el botiquín.
–No, lo primero que voy a hacer es decirle a mi amiga que no comparta el vídeo con nadie –se asomó para mirarlo un instante.
–Y de paso borra la copia que tienes tú –intervino Raif.
–¿Tengo que hacerlo? –bromeó Claire–. Si eres mi objeto de deseo, ¿no crees que querré guardarlo para recrearme en las noches solitarias?
Raif soltó una carcajada. Su descaro y espontaneidad resultaban extraordinariamente atractivas. Nunca había sido muy mujeriego, de hecho, consideraba que era un hombre serio que no sabía coquetear. Al criarse con una madre deprimida y con ideación suicida, que encontraba en su vida promiscua su único consuelo, Raif había madurado mucho antes que sus compañeros. Después del divorcio que había privado a Manhoor del marido al que amaba, de sus dos hijos mayores y de su cargo en la realeza que tanto le gustaba, su madre se había apoyado en Raif. Su vida privada era completamente caótica y había hecho que Raif se alejara del sexo casual y de todo lo que aquello implicaba.
No obstante, ya no estaba seguro de las rígidas decisiones que había tomado cuando era joven, ya que, por primera vez, se sentía tentado por una mujer. Claire era una mujer menuda con mucha personalidad, justo lo contrario a las mujeres educadas y reprimidas socialmente que él solía conocer. Claire no sabía quién era, ni que era rico, y Raif sospechaba que, aunque lo supiera, no se quedaría impresionada por sus posesiones materiales.
–El botiquín –le recordó él, al ver que ella saltaba de tema en tema como si fuera un colibrí saltando de flor en flor
–¿Y limonada?
–¿Por qué no? –dijo Raif, siguiéndola al interior de la casa. Sospechaba que tendría que buscar el botiquín mientras ella servía la limonada y continuaba charlando.
–Supongo que podría haberte ofrecido una cerveza.
–No bebo alcohol.
–Yo tampoco –comentó ella–, pero tengo cerveza para una persona que viene de vez en cuando.
–¿Un hombre? –Raif se puso tenso sin saber por qué.
Claire puso una mueca.
–¡Cielos, no! Es una isla pequeña y eso haría que los vecinos cotillearan. Sofía, mi amiga. A veces trabajo con ella en el bar del puerto.
Aliviado por la explicación, Raif encontró el botiquín en una esquina y, al abrirlo, comprobó que estaba vacío. No se sorprendió. Claire abrió un cajón y sacó algunas gasas y una pomada. Después le dio a él rollo de papel de cocina y humedeció un pedazo cuando Raif se lo pidió.
–Yo lo haré –le dijo, mientras servía limonada y le pasaba un vaso–. Te advierto que si me duele gritaré. No soy tan valiente.
–Siéntate –dijo él, dejando el vaso a un lado.
–Aquí no hay sillas.
–Si me permites… –Raif extendió los brazos–. Te sentaré sobre la encimera.
Claire se rio.
–Si quieres, pero no soy tan delgadita… Ah, bueno, tienes esos músculos que tanto me gustó admirar
Riéndose, Raif la tomó en brazos y se sorprendió al ver que era más ligera de lo que esperaba. Su cabello rubio desprendía un aroma a limón y provocó que él reparara en su feminidad. Al instante, sintió cierta tensión en la entrepierna. Él se inclinó para mirarle la rodilla y se la limpió con cuidado, quitándole la arena. Ella no se quejó.
–Se está poniendo morado y te dejará una cicatriz.
–Sobreviviré –le dijo ella, mientras Raif le cubría la herida con una gasa adhesiva–. Para ser sincera, te diré que voy a tener alguna magulladura más después de esa caída.
–Insististe en que estabas bien.
–No quería disgustar a Dimitris. Es un buen chico. Y los accidentes ocurren.
–No si se actúa con cuidado.
–Parece que te hayas tragado un manual de seguridad y salud.
Desconcertado, Raif se enderezó y se rio al oír su comentario. Rara vez recibía una crítica impertinente.
–¿Quieres decir que soy aburrido?