El ingenio del homicida - Carmen Trujillo - E-Book

El ingenio del homicida E-Book

Carmen Trujillo

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Beschreibung

Sara, tras una infancia y juventud turbulenta, se casa con Miguel, abogado con buena posición, aunque algo mayor que ella. Pasados unos años durante los cuales se licencia en Historia del Arte consiguiendo el doctorado y, ejerciendo como profesora universitaria es acusada de provocar la muerte accidental de su marido, con la finalidad de convertirse en una adinerada viuda pudiendo continuar sus días con Mario, su amante. Este personaje entra en su vida en un momento muy delicado para ella, jugando un papel muy significativo al establecer una relación llena de ingeniosas estrategias con Miguel. El inspector Estaire no cesa en la investigación desde el accidente, debido a que los hechos le llevan a considerar a Sara como la principal sospechosa, ya que en la autopsia se hallaron abundantes restos de fuertes medicamentos combinados con alcohol, pero los acontecimientos que se suceden pueden eximirla del homicidio. No obstante, el inspector y su equipo permanecerán a la expectativa de todos sus movimientos posteriores y…

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El ingenio del homicida

© Carmen Trujillo Petisco, Paula de León Trujillo

© El ingenio del homicida

ISBN papel: 978-84-685-5395-5

ISBN ePub: 978-84-685-5396-2

Editado por Bubok Publishing S.L.

[email protected]

Tel: 912904490

C/Vizcaya, 6

28045 Madrid

Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Agradezco con mucho cariño la colaboración que llevo recibiendo de mi hija Paula de León Trujillo en este proyecto que, hasta hace un par de años no pensaba.

Así mismo, a mi apreciada amiga Isabel García Silván quien me apoyo desde el principio al leer mis relatos cortos, esta novela y, que sigue apoyándome para las siguientes que tengo reservadas para el momento adecuado.

Precisamente en estos meses en los que la Pandemia nos sigue persiguiendo, toda ayuda y comprensión, aunque haya tenido que ser telefónica, es de mucho reconocer.

Índice

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1

La puerta se cerró herméticamente con un sonido metálico ensordecedor.

Sara escuchó a los agentes de seguridad alejarse al otro lado. Observó la celda, las paredes eran de tono grisáceo algo sucias sobre las que permanecían restos de pintadas despectivas hacia el sistema judicial, en las que apenas reparó y, al fondo una estrecha ventana enrejada por la que penetraban escasos haces luminosos. Le pareció un entorno abrumador, nada merecedor para ella desde su entendimiento.

Anonadada, dejó resbalar suavemente sus manos sobre la vestimenta de reclusa en la que no había tenido más remedio que enfundarse. Su cintura bien marcada y la erótica cadera denotaban casi una extrema delgadez, producto de la situación de inestabilidad por la que había atravesado los últimos meses. Se cubrió el rostro con ambas manos sintiendo cierto atisbo de echarse a llorar, pero sacando fortaleza de sí misma se enjugó un par de lágrimas logrando contenerse.

Encendió una pequeña lámpara situada sobre una mesilla de madera, vislumbrando con claridad la pequeña estancia, aunque lo que más deseaba era dormir.

Anduvo lentamente por el recinto. ¿Cómo podía estarle sucediendo esto? —se preguntaba una y otra vez sin encontrar una respuesta coherente. Confusa y bastante cansada se sentó sobre la cama. El colchón era una porquería, en el que seguramente habrían pernoctado muchas otras mujeres en una situación similar a la de ella.

Durante unos minutos pensó que, al tratarse de una equivocación, en breve los responsables de la errónea acusación se harían cargo de ello, liberándola y permitiendo que su vida volviera a la normalidad.

Inesperadamente, oyó ligeros pasos, palabras cortas y, la puerta se abrió permitiendo la entrada a la persona responsable de que ella estuviera entre rejas. Desde su primer encuentro en la comisaría, intuyó que ese cabrón no desistiría hasta conseguir su objetivo, “condenarla”.

—Inspector Estaire, ¿cuándo vendrá mi abogado? –preguntó Sara reflejando en su rostro gran incertidumbre.

—No se preocupe, el letrado estará aquí mañana a primera hora –respondió él con firmeza y seguridad—. Ahora intente tranquilizarse. Pronto le traerán algo para cenar y…, una pastilla que le ayudará a dormir si desea tomarla.

—Sí, creo que la necesito.

La cena no estuvo mal del todo, aunque Sara no se explicaba por qué la tenían aislada. Podrían haberla encerrado con otra reclusa, al menos tendría con quien intercambiar impresiones. No obstante, lo que más deseaba era que el comprimido le hiciera efecto con prontitud, pudiendo librarse durante algunas horas de ese estado de ansiedad y malestar que le acosaba, permitiendo a su mente descansar y…

2

Madrid, 9 de abril de 2008

Sara permanecía sentada en una de las sillas del pasillo de la comisaría, cuando el inspector Estaire le pidió que le acompañase hasta una pequeña sala. Durante el corto recorrido fue observándole minuciosamente; su paso al andar, corpulencia, unido a la firmeza y seguridad del tono de su voz, denotaban tratarse de una personalidad de carácter fuerte. Por unos instantes tuvo la sensación de haber visto a ese personaje en algún otro lugar y recientemente… Su rostro le era conocido, aunque hubiera sido fugazmente, pues no recordaba dónde ni cuándo.

—Doctora Sara Méndez, lo primero de todo he de afirmarle que sus revelaciones serán meramente informativas, no se trata de un interrogatorio en regla, por lo que no le vamos a tomar declaración bajo juramento ni nada parecido. Simplemente le voy a hacer algunas preguntas relacionadas con su vida privada reciente —le aclaró el inspector—. No está obligada a contestar, pero nos puede ser de gran ayuda. ¿Está dispuesta a colaborar?

—Lo intentaré, aunque no sé en qué mi vida personal les va a servir a ustedes…

Madrid, junio de 2007

Sara, con cierta vehemencia se dirigía hacia la puerta de salida del edificio de la facultad de historia, donde trabajaba de profesora adjunta desde hacía varios años. A su alrededor, contemplaba a un buen número de animosos jóvenes que poco a poco se iban distribuyendo en pequeños grupos, cuyo baremo sin duda lo marcaba la similitud de inquietudes, aficiones y la afectividad.

Ahora le tocaba la pesada tarea de corregir cerca de sesenta exámenes de historia de arte contemporáneo, correspondientes a sus disciplinados alumnos, quienes probablemente estarían empezando a celebrar el inicio de las vacaciones.

Respirando profundamente nada más salir, sintió que la atmósfera que se inhalaba era parecida a la de sus años de estudiante, aunque nunca había reparado en ello. Los árboles más acrecentados y algunos de los edificios bastante mejorados, pero en general el entorno circundante de la Universidad Complutense estaba muy de acorde con la década del dos mil. En lo referente al círculo estudiantil, la dinámica diaria, por supuesto con técnicas más avanzadas y demás, era muy similar a la de entonces. Así lo percibía ella, dado que, al poco tiempo de finalizar su tesis y el doctorado, curso tras curso frecuentaba el mismo lugar. Posiblemente para algunos de aquellos compañeros de su quinta que llevaban años sin pisar ni la zona ni las aulas, el cambió les podría parecer más significativo, pero ese no era su caso. Para ella se asemejaba a las variaciones del aspecto físico de uno mismo, en el que diariamente no aprecias esas pequeñas transformaciones hasta que una de esas tardes aburridas de domingo, te dejas llevar por la ocurrencia de ojear el álbum de fotos, tomando clara consciencia del inexorable paso del tiempo.

Mientras se aproximaba al coche, fue fijándose con disimulo en algún que otro corrillo de estudiantes revoloteando sobre la fresca hierba. Eso sí que no cambiaría nunca, siempre en primavera cada promoción planchaba con placer el mullido verde. También ella había disfrutado años atrás de la maravillosa vida universitaria: inmensa y tierna juventud llena de efímeros romances. Aunque dicha sea la verdad, Sara más bien siempre estuvo al compás de su maduro y serio novio, con quien sobre todo por motivos familiares tuvo que casarse con cierta precipitación.

Se detuvo por unos momentos junto a la puerta de su Ford Scord, sin llegar a introducir la llave mientras observaba encandilada como su apuesto alumno Oscar, de mediana estatura aunque bien proporcionado, ojos claros y cabello tono rubio ceniza, porque desde aquella corta distancia no había duda de que era él, se sumergía lentamente sobre el cuerpo de una chavala con suaves caricias y ardientes besos a la sombra de un hermoso castaño y…, sin poderlo evitar, se sumió en una profunda aunque sana envidia. Arrancó el coche con cierta brusquedad, pero no la suficiente para que la pareja se inhibiera de su cometido, ya que a pocos metros de distancia el retrovisor delataba que los jóvenes continuaban con su juego amoroso. Ese detalle la hizo retroceder tres años en el tiempo, cuando sintió aquella inesperada y fortísima atracción por el recién llegado viudo profesor de historia de arte italiano, Doménico Romanelli, quién con su estimado aire de bohemio intelectual en la tesitura de querer arreglar el mundo, no era más que un alma desolada y deprimida, pues tan sólo había podido disfrutar de su joven esposa escasos dos años, sin llegar a consolidar su huella con una criatura que calmara su zozobra.

—“Ignorancia es no saber cuándo el descanso eterno nos deparará” —expresó él en una ocasión ante el asombro del alumnado.

Ambos, con la dulzura que Sara era capaz de contagiar y el entusiasmo de Doménico en transmitir sus conocimientos, lograron regocijarse de algunos buenos ratos de asueto en la biblioteca, dilucidando, criticando y haciendo posibles conjeturas sobre los orígenes de la humanidad y los misterios e incógnitas que encierra el Universo.

De aquella corta aventura si hizo partícipe a su íntima amiga Elena, quien sin reparo alguno le recomendó que precisamente eso era lo que necesitaba: un amante.

—¡Eso es una barbaridad! —exclamó Sara.

—No, ¿por qué? También ellos las tienen y no es tan grave. Además, tu marido suele viajar con frecuencia, teniendo cuidado no se enterará. Tampoco tienes que pensar en la separación ni en nada de eso. Simplemente lo vives como una faceta secreta de tu personalidad e individualidad, a la que creo todos tenemos derecho —argumentó Elena, como si se tratara de lo más natural del mundo—. No seas tonta, poner los cuernos es una actividad de toda la vida.

—Claro, tú lo analizas desde otro punto de vista porque estás soltera y haces de tu capa un sayo, además de disfrutar de una buena economía, pero ese no es mi caso.

—¡Vaya, vaya! Ahora resulta que nos conocemos desde la infancia y acabo de descubrir que vas de calculadora por la vida —dedujo Elena, mientras movía ligeramente la cabeza de un lado para otro reflejando cierto asombro.

—Bueno, no te olvides que Miguel, estuvo varios años en un gabinete llevando temas de separaciones y divorcios. Si se enterase de que tengo un romance, estoy segura de que trataría de hundirme. Además, sería terrible para nuestro hijo, aún no ha cumplido los diecisiete, no se lo merece y, perdería toda credibilidad ante él e incluso, nuestro vínculo afectivo peligraría. Por otro lado, te recuerdo que la estupenda casa en la que vivimos es de mi marido desde antes de casarnos, con lo cual, ya me dirás como me las ingenio para sobre vivir con mi escasa nómina de profe —ultimó Sara convencida de la lógica y coherencia de sus razonamientos—, no lo veo factible, más bien me parece una insensatez que no me puedo permitir y… tampoco me siento con fuerzas para ello.

—Bien, analicemos la situación en profundidad: por un lado, temes los posibles problemas que puedas crear a tu hijo y, por otro, te preocupa tu subsistencia económica, ¿verdad?

—Si, más o menos.

—¡Pues sí que lo tienes un poco jodido! —exclamó Elena sonriendo.

—¡Caramba! No empieces tú también en plan taquero, bastante tengo con aguantar a mis alumnos.

—Vale, vale, pero... ¿Qué pasa con los sentimientos de Miguel? —cuestionó Elena, en el fondo algo preocupada por el marido de su amiga.

—¡Hay! —exclamó Sara con un suspiro apesadumbrado—. No sé, hace tiempo que la relación no funciona como me gustaría. Nuestra comunicación se ha convertido en algo trivial, escaso amor, de vez en cuando un poco de sexo y…, para de contar. Siempre está con reuniones, viajes y demás asuntos profesionales. Se podría decir que vivimos como huéspedes o algo parecido. Soledad compartida creo que se llama ahora.

—¡Bueno, bueno! ¡Y yo que siempre os he puesto de ejemplo como la pareja más estable desde jóvenes!

—Ya lo ves, las apariencias engañan. No te molestes, pero hasta hoy no había encontrado el momento oportuno para hablar de esto contigo —añadió Sara ante la perplejidad de su amiga—. Además, quizá nunca le había dado tanta importancia como ahora. De todas formas, creo que lo mejor que puedo hacer es olvidarme de Doménico y conformarme con lo que tengo, ¿no te parece?

—Sí, creo que es la opción más acertada —concluyó Elena en el momento en que David, el hijo de Sara, entraba en el salón eufórico y sudoroso tras su brillante partido de baloncesto.

Mientras conducía hacia casa, Sara añoraba con agrado aquel reprimido romance. Sus buenos ratos en la biblioteca cuando tratando de alcanzar un texto subida en la escalera, Doménico la cogía por la cintura o posaba sus manos suavemente sobre las suyas una vez alcanzado el libro. Volvía a inquietarse pensando en las intensas miradas que intercambiaban al cruzarse por los pasillos, miradas que le hacían estremecerse hasta la médula, perdiendo incluso el hilo de la conversación que mantuviera con quien le acompañase. Recordaba aquellos cortos encuentros por las escaleras aún en presencia de alumnos y otros profesores, quienes de alguna manera daban la impresión de estar enterados de su íntima amistad y, a la expectativa de la maravillosa morbosidad que conlleva este tipo de intrigas amorosas.

Añoraba sus emails de por la mañana, e incluso de nuevo al anochecer; mensajes que con dolor tenía que borrar de inmediato. Tampoco podía olvidar las frecuentes llamadas nocturnas sobre las dos de la madrugada, pese a los ronquidos y sonidos respiratorios de Miguel, que bajo el silencio de la noche en ocasiones se oían hasta en la planta baja del chalé. Ella, con sigilo y andando de puntillas, se introducía en la cocina encendiendo la luz de la campana extractora, para arrinconarse en una esquina y llamar desde su móvil, mientras sentía como si en algo delictivo se encontrara. Obviamente, esa llamada después también la borraría. Recordaba como en una ocasión, su hijo bajo a por chocolate para calmar la ansiedad que le producía estudiar la asignatura que menos le gustaba. Sara con disimulo colgó de inmediato, alegando que estaba inquieta y se iba a calentar un vaso de leche que tuvo que tomarse con David, algo más relajado después de ingerir casi media tableta.

Cuando Sara fue consciente no sólo de la magia de la atracción física, sino de que esa relación comenzaba a sumirla en indecisiones y quebraderos de cabeza, pese al atractivo tan excitante y sensual que implica el amor clandestino, tras una profunda reflexión decidió que debía seguir manteniendo su actitud seria de mujer casada y respetable profesora. Sin tan siquiera dar una coherente explicación que, él hubiera aceptado sin más, poco a poco con gran pesar y esfuerzo se fue alejando del interesante Doménico, con su pelirroja barba acompasada a su escaso cabello y con la intensa mirada de sus rasgados ojos pardo verdosos, se convirtió en la imagen y recuerdo de sus sueños durante muchas noches posteriores.

La nostalgia de aquellas vivencias y sensaciones que tanto le hicieron vibrar, provocaron en ella una necesidad imperiosa de amar y ser amada, como algo vital para su existencia. El deseo de un amor que le devolviera la ilusión y el encanto de la juventud, cada vez con más frecuencia le provocaba el odioso insomnio.

Hacía cerca de tres años desde aquello y, recordaba haberlo comentado también con Isabel, una profesora de psicología en quien confiaba bastante.

—Esos deseos de vivenciar experiencias propias de los jóvenes, les sucede a muchas personas, precisamente cuando se acercan a la década de los cuarenta.

—No es algo de ahora, me lleva pasando desde hace más de un año, por temporadas —se sinceró Sara—. La verdad es que estoy preocupada dado que me produce ansiedad y malestar interior.

—No me extraña, año tras año pasan por la facultad alumnos llenos de energía y vitalidad. Es lógico que transmitan la necesidad de volver a disfrutar de las facetas juveniles que ellos irradian —añadió Isabel—, es más, te diría que ni tan siquiera busques la causa en una crisis de pareja ni en posibles infidelidades de tu marido. Estoy convencida de que el motivo de tus inquietudes está en tu trabajo diario y, una posible crisis personal.

Para Isabel estaba claro que su problemática estaba en la llamada “crisis de los cuarenta”, con la substancial diferencia de que Sara había cumplido treinta y cuatro. Sería que ese trance se presentaba con anticipación.

La opinión de Elena, como mujer libre disfrutando de los amores apetecidos sin problemas, no coincidía con esa teoría, por considerarla una chorrada más de la psicología. Según ella, todas las parejas tarde o temprano caen en la monotonía y el aburrimiento sin remisión. Paulatinamente la ilusión y el entusiasmo perecen después de tanto tiempo con la misma persona, incluso hasta toda una vida. Además, de plantearse también la perenne problemática de la convivencia: siempre los dos mismos individuos, que con el transcurrir del tiempo van acentuando sus defectos de carácter y manías, como si el esfuerzo de mejorar fuera ya una etapa quemada. Elena estaba convencida de que en determinados momentos todo ser humano necesitaba un cambio para recobrar vitalidad y optimismo, máximo cuando la pareja comienza el descenso hacia el abismo. Algo similar al que posee una empresa encaminada a la ruina, viéndose en la obligación de emprender otra nueva generalmente con el apoyo de alguien más, para recuperar su autoestima y, siempre arriesgando hasta el último aliento, e intentando seguir remando en el río de la vida en la misma dirección que su colega.

La peculiaridad de Elena era gozar de ese típico pero escaso perfil de personalidad, que no se conforma con tener sus ideas claras, sino que trata de llevarlas a la práctica con todas sus consecuencias. Por ello, en el tema de las relaciones, en cuanto observaba que su pareja se desviaba por caminos que no fueran los acordados por ambos y, sin posibilidad de cambios, todo se quedaba en una buena amistad con la perspectiva de otra nueva conquista para llenar su soledad. Elena concebía la vida como un sinónimo de aventura. Siempre con nuevas inquietudes y expectativas, sobre todo en el terreno afectivo que le resultaba muy ameno, teniendo en cuenta que… con su llamativa figura, simpatía e ingenio, siempre tenía pretendientes. Efectivamente le estaba sacando buen partido a su treintena, en los dos ámbitos que para ella eran de absoluta realización para su subsistencia: el amor y la profesionalidad. En este segundo aspecto se lo había montado de lujo, disfrutando de un buen puesto como redactora en TVE donde destacaba por su eficiencia.

No obstante, Sara encontraba bastante lógica y coherencia en sus razonamientos, pero le eran válidos para que los ejecutasen los demás. Ella se sentía muy lejos y sin agallas como para ser capaz de dar ese paso, no sólo el de tener un amante, sino también el de llegar a la separación, que aún más difícil le sería.

Con aquellos pensamientos y recuerdos llegó a su casa algo desanimada, e incluso no tenía intención de corregir los exámenes en profundidad, les echaría un somero vistazo y calificaría con generosidad. “Ningún alumno necesita llevar a casa un suspenso que le amargue las vacaciones” —pensó decidida.

3

Sara, recostada en el sofá del salón se dispuso a meditar y hacer un pequeño análisis de su vida. Consideraba que había sido bastante desafortunada, dado que a la corta edad de nueve años sus padres fallecieron en un accidente de avión que ella consideraba el maldito viaje al Caribe. El juez otorgó la custodia a su solterona y amargada tía, que además de administrar de mala manera sus bienes, le hizo la vida imposible todo lo que pudo. Rememoraba la existencia de su abuela perennemente postrada en la cama. Ese debía ser el motivo de que aquella casa oliera como los hospitales. Se trataba de una antigua vivienda en la calle Bravo Murillo, de altos techos, paredes empapeladas con motivos florales en tonos apagados, con un inmenso y oscuro pasillo lleno de recovecos, desde la entrada hasta llegar a vislumbrar la penumbra del salón. Disponía de pocas y estrechas ventanas interiores por donde apenas entraba luminosidad y, en donde casi estaba prohibido encender la luz por aquello de economizar. Tampoco se sentía dichosa de la adolescencia triste y solitaria que la vida le había deparado: sin hermano alguno con quien confidenciar y, soportando a la bruja de su tía que incluso ponía malas caras cuando invitaba a alguna amiga a su habitación. Ni que decir tenía si algún chico la llamaba por teléfono, montaba en cólera para continuar rezando el Rosario como si de algo pecaminoso se tratara. Su anciana abuela en ese aspecto era más permisiva, pero sumida en su impotencia, lo más que podía hacer era pronunciar con gran esfuerzo algunas palabras: “deja a la… niña que…, disfrute… de lo…, que tú no pudiste”, y agotada, entornaba su cansada mirada sin volver a decir nada hasta pasadas varias horas.

En aquella casa que nunca consideró como su hogar, donde trascurrió la primera etapa de su vida, además de reinar un ambiente más bien siniestro, las pocas amistades que visitaban a su tía eran del mismo estilo: feas, estiradas y vistiendo siempre con tonos oscuros. La única persona aceptable y de blanco, era la enfermera que cuidaba a su abuela las doce horas del día.

Frente a ello, Sara gozaba de la amistad de Elena, quien poseía todo lo que ella hubiera deseado: una divertida familia con cuatro hermanos continuamente peleando, y una maravillosa vivienda con vistas al Parque del Oeste. Aquel hogar si resultaba acogedor, con sus amplios ventanales por los que penetraban los rayos solares como atraídos por un imán. Sara procuraba pasar el mayor tiempo posible en casa de su amiga, e incluso con frecuencia provocaba la posibilidad de quedarse a dormir, para con gran dolor tener que regresar al día siguiente a su desangelado medio vital, con su desagradable y odiosa tía.

Lo mejor que le pudo suceder fue conocer a Miguel, que pese a llevarle cerca de once años, aún tenía ánimos para divertirse y salir a bailar con su grupo. De no haber sido por él, quizá nunca hubiera tenido la oportunidad de visitar maravillosos lugares y, frecuentar ambientes de un nivel social distinguidos; así como poder disfrutar de lo que tenía hasta el momento, un marido benévolo, un hijo encantador y un hogar confortable. Y con una valoración totalmente subjetiva, llegó a la conclusión de que aún tenía que aprender a conformarse con lo que la vida le ofrecía y, dejar de pensar en sueños y romances de película.

Esa noche durante la cena, Miguel les comunicó su próximo viaje hacia finales de mes, de un par de semanas de duración y, dado que pararían por distintas ciudades de España consistiendo gran parte del recorrido en numerosas reuniones, le aconsejó a Sara que no le acompañase; intención que ella en ningún instante tuvo. En esos momentos en absoluto le importaba no ir con él, es más, pensó que de cara a las vacaciones tendría más tiempo para ir al club, de tiendas y trasnochar con Elena, quien conocía bien todos los ambientes de la noche madrileña. En cierto modo le reconfortó la idea de tener unos días para hacer su vida con cierta libertad. Su hijo se acercaba a la mayoría de edad, por lo que no tendría ningún inconveniente en que su madre pasara alguna que otra noche con su mejor amiga.

David vivía absorbido por sus estudios, el deporte y su estrepitosa música. Era curioso, pero también el chaval andaba en su mundo. Sara siempre deseó tener más hijos, una familia numerosa, dada la soledad que tuvo que soportar durante su infancia, pero la naturaleza no le había complacido en su deseo y, hacía unos años que tras múltiples visitas a ginecólogos recomendados y frecuentes tratamientos, había desistido en su ambición. Hablar de una adopción era impensable para su marido, por lo que seguían siendo los tres de siempre. Un hogar de tres en el que para nada el ritmo era acompasado. Cada uno vivía en su espacio individual, aunque trataban de compartir algunos momentos cotidianos los fines de semana, como la comida, cena y poco más.

Pensaba a veces en una de esas tantas tardes solitarias sumida en la melancolía, que una familia tan escasa como la suya era difícil de sobrellevar. Incluso el chalé de tres plantas, con trastero y garaje, el amplio salón decorado al estilo María Antonieta, junto a la hermosa y soleada cocina con office, resultaba excesivo para tan pocas personas. Si pretendieran no verse las caras durante algunas horas era muy sencillo.

El día amaneció despejado y cálido. Miguel partió temprano con destino a Barcelona y, Sara sobre las once se puso sus vaqueros con una camisa a juego que la rejuvenecía, decidiendo salir de compras por Arguelles, después se tomaría algo en cualquier cafetería, ya que su hijo estaría todo el día celebrando el último éxito del equipo en la final del campeonato.

Sobre las dos de la tarde entró en uno de sus restaurantes preferidos. Le traía agradables recuerdos toda esa zona de su época universitaria, cuando con el grupo de clase hacían la calle que sube y baja por ambas aceras de Princesa, tomándose alguna que otra caña en distintas cervecerías. Y no por más iba a olvidar la cafetería de un conocido hotel, famosa por sus combinados que te colocaban sin enterarte. De todos aquellos sitios seguía estando vigente este restaurante, reformado hace unos años, del que seguían siendo típicos sus sabrosos aperitivos, las logradas patatas bravas y su exquisita cocina. La mayoría de los demás estaban trasformados en bancos, tiendas de ropa y comercios diversos.

Mientras Sara seguía rememorando aquella etapa, reparó en un hombre de mediana edad situado al otro lado de la barra que la observaba con insistencia y, pese a sus disimuladas miradas, se dio cuenta que su rostro le era conocido. Efectivamente se trataba de Mario, quien hacía tiempo y en varias ocasiones, fuera contrincante de su marido en las finales de tenis del club. Había pasado tiempo desde aquello, por lo menos cuatro años o quizá más. Él se acercó hasta ella con el suficiente sigilo como para darse la oportunidad de manifestar cierta sorpresa.

—¡Hola Sara! ¿Cómo estás?

—¡Vaya Mario! Que agradable verte de nuevo. Hace tiempo que no sabemos de vosotros.

Ambos se observaban con cierta minuciosidad. La curiosidad propia de detectar la huella del cambio de aspecto físico tras los años transcurridos sin verse.

—Sí, la verdad es que desde que me cambie de casa voy poco por el club. Ahora me muevo por otros lugares —añadió él sacando un paquete de tabaco y ofreciéndole primero a ella.

—No gracias, sigo sin fumar —afirmó Sara con satisfacción—. Además, tendríamos que salir del local—. Bueno, cuéntame ¿Qué tal tu mujer y los chavales?

—Bien, supongo. En un par de semanas se irán a la playa —respondió él guardando el paquete.

—¿Y eso? ¿No me digas que tú no vas a pasar el mes de agosto en las cálidas y tranquilas aguas de La Costa Blanca? —inquirió ella de forma trivial—. Creo recordar que era vuestro lugar preferido de veraneo.

—Bueno, supongo que no estás al corriente de nuestra situación. Clara y yo nos separamos hace aproximadamente… año y medio.

—No lo sabíamos, lo siento —manifestó ella con pesar.

—No, para nada, no hay que sentirlo. Ha sido mucho mejor, sobre todo para los chicos que sufrían bastante con nuestras frecuentes desavenencias –explicó él sin tristeza alguna—. Estábamos ya en un momento extremo de malestar. Quizá en ocasiones es la solución más apropiada. Cuando dos personas están en la tesitura de hacerse la vida imposible, lo mejor es distanciarse al menos por una temporada.

—Sí, visto de esa manera puede que tengas razón —dijo ella con el poco convencimiento que obliga al oyente a esbozar una media sonrisa, mientras hacía intención de pagar.

—No, no, en absoluto, te invito yo —intervino él con rapidez dejando un billete de veinte euros sobre la barra.

—Bueno, espero que te veamos por el club; aunque dudo que Miguel vuelva a ser tu rival. Durante este último año no ha practicado nada y, no creo que tenga tiempo para hacerlo. Su entrega al trabajo ha llegado hasta el punto que parece vivir sólo para la fiscalidad de la empresa. Y a todo esto, ¿qué tal te va con la política?

—Ahí sigo, pero no con la entrega de hace unos años, el partido ya no es lo que era.

—Yo la verdad, es que estoy bastante desencantada de todos, demasiada corrupción.

—En otro momento quizá podamos hablar más del tema, ahora tengo que visitar a un cliente —se excusó Mario—. Espero veros por el club cualquier día de estos. Aunque cierto es que, con la separación y demás, no he tenido tiempo para pensar en el deporte, pero empezaré a considerar volver a ponerme en forma para el próximo campeonato —aseguró Mario con optimismo.

—Me parece una buena decisión. Yo el tenis no lo dejo por nada, aunque ahora estoy detectando que parte del personal se está aficionando más al pádel, cualquier día empezaré a practicarlo. El gimnasio si lo he relegado para las vacaciones. La verdad es que sigo igual, con pocas clases en la facultad —le aclaró Sara sonriendo.

—Esa es una de las ventajas de tu profesión, tener tiempo libre —añadió el también risueño—, será esa la razón por la que te mantienes tan bien.

—Gracias –le respondió ella algo ruborizada—. Bueno, pues a ver si te vemos por allí, ¿vale?

—Sí, sí, intentaré volver a la pista en breve.

—Hasta pronto— se despidió Sara, al tiempo en que Mario hizo el propio gesto de despedida, mientras se dirigió a su lado para abrirle la puerta en plan caballeroso, detalle que a ella le complació.

Mientras se dirigía a casa, Sara recordó con agrado el piropo de Mario. Le extrañaba su separación. Siempre se les vio como una pareja equilibrada, con sus tres hijos pareciendo todo en orden, sin embargo…, de quien menos te lo esperas acontece la sorpresa. Ahora seguramente tendría para elegir. Separado y con ese cuerpo, porque la verdad era que Sara ya había reparado anteriormente de manera sana, en el atractivo varonil de Mario: alto, de complexión atlética, tez fina, pequeñas entradas y alguna que otra cana difuminada por el tono rubio ceniza de su cabello, contrastando llamativamente con la vivacidad de su grisácea mirada. Y, por supuesto, a esa figura siempre le acompañaba una vestimenta informal adecuada, con estilo. No obstante, no le causó ninguna sensación especial el encuentro fortuito con él, de forma que ni tan siquiera se lo comentó a Elena aquella misma noche, en la que se reunieron con unos amigos en un Pub para tomar una copa y disfrutar del ambientillo. Sin embargo, si comenzó a tenerlo en consideración, cuando a los pocos días se encontraron de nuevo en la terraza del restaurante más popular del club.

—¡Vaya! Me alegro de volver a verte ¿Estás sola? —preguntó él muy directo mientras tomaba asiento.

—Casualmente hoy sí.

—Pues dada la hora que es la indicada para el aperitivo, espero que no pongas ninguna objeción para deleitarnos con una buena ración de gambas a la plancha o al ajillo, como hace unos años. Creo que siguen trayéndolas de Huelva y supongo seguirán preparándolas en su punto —sugirió él casi sin dar tiempo a que Sara reaccionara.

—Pues…, bueno no estaría nada mal. La verdad es que estas primeras semanas de julio me temo que no voy a tener mucha compañía. Miguel está de viaje y mis amigas trabajando también.

—Las vacaciones han sido una de las pocas ventajas de tu profesión, te lo comenté el otro día cuando nos encontramos en la cervecería —le recordó con cierta ironía—. Por cierto, ¿vuestro hijo que tal con los estudios?

—No nos podemos quejar. Es un chico brillante diría yo, aunque como madre no es fácil ser objetiva. Le he dejado hace unas horas en el aeropuerto con destino a Londres, hará un curso de perfeccionamiento de inglés.

—Le echarás de menos, es normal. Y… como supongo que no tienes ninguna responsabilidad esta noche se me ocurre invitarte al cine. Tengo interés en ver “Líbranos del mal”. La temática es sobre el más célebre pedófilo en la historia de la jerarquía católica —propuso Mario con delicadeza.

—Bueno yo… —empezó a decir Sara perpleja e indecisa—. La verdad no sé, en principio tenía pensado quedarme en casa descansando; pero precisamente de ese tema sólo he oído rumores y, hace tiempo que no voy al cine.

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—Bien Doctora Méndez, es de suponer que así comenzó su relación sentimental con el Sr. Galindo, por casualidad y, sin premeditación por parte de ninguno de los dos ¿no es así? —preguntó el inspector Estaire sin dejar de pasear alrededor de Sara, cuyo semblante reflejaba un claro nerviosismo al encontrarse por primera vez en una comisaría, obviamente para ser interrogada como iba percibiendo.

—Él estaba solo y yo también, fue una coincidencia. Nos habíamos conocido años antes, no era un extraño —respondió ella con cierto temblor ante la mirada algo inquisidora de los presentes, sobre todo la del alto y joven policía situado junto a la puerta que no dejaba de observarla—. Las cosas fueron surgiendo poco a poco.

—Claro, ahora siendo la viuda de D. Miguel Márquez, afirma que aquello surgió sin ninguna intención. De esta forma tan simple se encontró con otro amante, y… digo lo de otro porque los datos obtenidos en nuestras investigaciones, nos confirman su debilidad por las aventuras extramatrimoniales, ¿me equivoco mucho? —prosiguió el inspector con cierta ironía mordaz, mientras se pasaba sus largos y finos dedos de la mano derecha por su incipiente calvicie.

—¡Pero bueno! Esto es demasiado ¿Con qué derecho se atreve a indagar en mi pasado? —preguntó Sara levantándose muy indignada—. Me había comentado que se trataría de unas preguntas sin importancia. No entiendo la trascendencia de mi vida sentimental y… por favor, llámeme Sara Méndez, si no le importa.

—No se altere. Reconozco que ha sido una forma algo brusca la de inmiscuirme en ese aspecto —se disculpó el inspector—, pero le aseguro que sólo nos importa su relación con ese amigo de hacía años, para irnos aclarando sobre lo sucedido. Siéntese de nuevo, por favor.

Sara silencio unos minutos en los que a punto estuvo de irse, pero por una extraña sensación se sentó con lentitud mientras pensaba en su respuesta

—Es cierto que en ese periodo yo sufría una carencia afectiva importante; lógica en los matrimonios que llevan más de quince años de convivencia. Pero el encuentro con Mario fue totalmente fortuito —volvió a afirmar ella tratando de eludir la mirada persistente que irradiaba el tono oscuro de ojos del interrogador—. No obstante, que yo sepa eso no es un delito y menos en estos tiempos que vivimos, vamos creo yo que…

—Estamos de acuerdo, pero siga hablándonos de su amistad con el Sr. Galindo, por favor —le rogó el inspector interrumpiéndola con cierto énfasis en sus comedidas palabras y, sin dejar de pasear por el austero despacho donde había una mesa de madera con el cenicero, rodeada de varias sillas algo incómodas, y una lámpara de pie en una esquina al lado de donde ella estaba sentada.

—Fuimos al cine aquella noche y posteriormente…

La película resultó ser muy amena e intrigante hasta el final, justo la clase de trama que a Sara le apasionaba, además de los enriquecedores comentarios que posteriormente ambos desarrollaron sobre la misma. La copa posterior en un establecimiento nocturno por las afueras de Madrid también fue muy agradable. El local estaba bien decorado y ambientado, con una buena selección de música de salón que, tenuemente llegaba hasta la acogedora terraza adornada con exuberantes plantas tropicales. Obviamente, el sitio más adecuado que él había seleccionado. Por unos momentos, Sara se desconectó de lo que Mario le comentaba para tratar de rememorar el tiempo que había transcurrido sin ir al cine con Miguel, demasiado, algo así como tres años o quizá cuatro. El mismo tiempo que sin tomar una copa en un lugar tan romántico; llegando a la conclusión de que la nota predominante en la relación con su marido era el distanciamiento.